POEMAS (1942 – 1947)
Poesías de AUGUSTO ROA BASTOS
SI ALGUNA VEZ
Si alguna vez quisieras hablarme, yo estaría
con mi ser aquietado más que un agua nocturna
para la ondulación de tus palabras.
Estaría en la noche sintiendo cómo el roce
de tu voz sobre el alma del silencio me nombra,
¡y yo sin saber dónde arrodillarme...!
Vértebras de caricias reanimarán mis horas.
Palabras con sus bordes tatuados de ternura,
y entre un presagio y un temor, tú misma.
Háblame. Mírame. Tus voces, tu mirada,
desarmarán mis párpados y mi arteria de sombras,
y en ámbitos de un hielo estupefacto,
por liturgia del fuego, mi rosa envenenada.
Será otra vez la lumbre de un corazón más joven.
(Enero, 1942)
LAMENTO DE LA ESPIGA DE LA TARDE
Rubio color de la espiga,
no te mueras por la tarde,
que el hombre mira sin ojos
y sin voz llora penares,
por la tarde...
Rubio color de la espiga,
bajo la nieve del aire
no te mueras, no te mueras,
ni vuelvas color de sangre,
por la tarde...
El arado de la muerte
ara con rejas chirriantes.
Los campos quedan en llamas
derruidas las ciudades,
por la tarde...
Con lúgubre sonsonete
canta el labriego salvaje,
cegando luz de horizontes,
sus cantares, sus cantares,
por la tarde...
Todos los hombres se han muerto.
A lo largo de una calle
un rubio niño en harapos
duerme abrazado a un cadáver,
por la tarde...
Y el viento agita la espiga,
y el agua lava la sangre;
un viento loco de angustias,
un agua de soledades,
por la tarde...
...Todos los hombres se han muerto
por la tardé...
Cuando se despierte el niño,
cuando la espiga madure,
por la tarde...
el viento se habrá dormido
y el agua, en las soledades...,
y en el silencio, silencio,
del día que no se acabe,
granará la roja espiga
de la tarde...
(Mayo 1 – 1942)
HUIDA
Sobre el hierro olvidado se apagan las violetas.
Y sobre el hierro crecen los suspiros y adioses,
las huellas musicales del corazón del viento
que busca lejanías para olvidar sus bosques.
Un cierto transparente sueña escorzos de huida.
Pero el soñar se quiebra sobre muertos sabores.
No basta que el instinto del nardo le apacigüe
la frente en que sollozan esmeraldas y adioses...
¿Dónde enterró su claro círculo el mediodía;
sus corolas ardientes, en qué arena, en qué noche,
si todo está en silencio: viento, flor y latido,
si todo está ya inmóvil entre las altas torres...?
El ciervo transparente yace bajo la niebla.
Sus ojos desolados por la humedad salobre
van subiendo en los tallos del humo y de la espada
para mirar la sangre secándose en la Noche.
[Enero, 1942]
DEPRECIACIÓN
AL MINUTO ILUMINADO
Aguarda un poco más. No te me escurras
por la grieta del tiempo, ni te poses
en la rama del árbol que envejece.
No te vayas minuto con el polen
de mi angustia final hecha milagro,
espera un poco a que le ponga un nombre…
Soledad sin remedio de mis horas
que en roja espuma de dolor se rompen,
y ni a mojar alcanzan mi silencio
con humedad de lágrimas salobres.
Desamparada soledad que me hace
día a día bajar hasta los hombres
a ganarme mi pan con mis dos manos,
negándome el reposo de la noche:
ese subir peldaños de trasmudos
para moler mi trigo de emociones
en los altos molinos de mis sueños.
¡Qué dura tiranía es para el pobre
la del pan que le roba sus poemas,
y le seca el tumulto de sus voces,
y le muerde la sangre con la angustia
del más grande de todos los dolores:
el no poder dejar ni una palabra
de su mensaje eterno entre los hombres!
¿No bastaron los pájaros del cielo,
los inocentes vientos labradores,
la parda tierra y el azul del aire,
a poner en tu esencia el horizonte
de esperanzada luz que no se quiebra,
limpio trigo de amor, para que tornes
a ser después el pan cuya victoria
duele tan hondo en la profunda noche?
¿Qué te costaba ser, trigo divino,
hostia de redención para los hombres?
Por eso aquí, minuto iluminado,
vilano que encintilas tornasoles,
mientras muevo la noria no te huyas,
ingrávido detente, no te poses
en la rama del árbol que envejece.
Ya que has hecho bullir dormidas voces,
agrietando mi angustia desvelada
y encendiendo mi sangre con tu polen...,
espera un poco a que sacuda el polvo
de mis manos esclavas de resortes,
y pueda al fin subir sereno y fuerte
para moler mi trigo de emociones
a los altos molinos de mis sueños.
[Marzo, 1943]
JUNTO AL RÍO DE AYER
Te llamo y no respondes.
¿Dónde tus pies desnudos hiere la alegoría
de una fuga de rosas?
La aldea de tu nombre con sus claras campanas
sueña bajo las algas. Los cristales opacos
de una selva de arena lloran junto a la orilla.
En mis hombros el río con su luna de antaño
muerde mis ateridos helechos de silencio.
¿Dónde estás, prometida de los tallos del trino,
lumbre de mariposas, llama de lejanías?
¿Dónde tu voz derrumba sus majadas de tibio
color de golondrinas? ¿Dónde? ^Dónde...?
La escarcha
arma sus campamentos en un campo de olvido.
Te sueño en las volandas del milagro de ayer.
Pero el musgo del mundo me agoniza en los labios
y tuerce su ceniza oscura sobre mis ojos.
Panoramas de azúcar para la abeja muerta.
Y esqueletos de flores sobre la teogonía
de mi dolor antiguo, mi juventud trizada
en estrellas de lágrimas y en magnolias de nube.
Muchachita de orquídea,
te busco aun por el alto río de nuestra infancia
bajo un sol de verano con naranjas de amor.
Una blancura, antípoda de tu rubor, intenta
amortajar el aire de tu faz que no quiere
morirse en las heridas del beso que no he dado.
Muchachita de orquídea que en las ramas del río
guiabas con tu brújula celeste mi canoa.
Vieja madera. Brazos. Verde luz. Corazón.
Un ciervo iba bajando laderas de jazmín
con la frente quemada por la luz del crepúsculo.
Pero tú no mirabas, muchachita de orquídea.
Le duele a mi costilla de sueño aún la estría
de tu cintura leve de morena canción.
Aún muerdo tus cabellos y tu voz de caliente
perfume. ¡Eras tan linda! Pero luego, a lo lejos,
te perdí por suaves etapas de calendario.
Por último, a lo lejos, tu faz llena de besos
buscó el nivel remoto de la tarde dormida.
OYEME DESDE LEJOS
... Y no me esperes, corazón. Olvida
la morosa costumbre del camino
que a los rosales ígneos de la noche,
con brújula de cantos nos llevaba...
Ya escucho cómo crece
la soledad y el río,
y el páramo que llora
con aterida música de pájaros
muertos antes del alba.
De nada le valió que sobre el trémulo
laberinto de mis venas azules
como un grito rebelde, tan solo grito,
se encendiera tu nombre.
Rodó en la espuma el grito ensangrentado
y el viento herido se alejó llorando.
¡Cómo sube la niebla
por los delgados hilos de mi sangre!
Pronto serán mis labios
una humedad remota de palabras,
y mis ojos carbonos de silencio,
y mis brazos dos llamas amarillas
que abrazaran canciones disecadas
con ceniza de olvido...
Oyeme desde lejos;
y que mi voz se apague poco a poco,
y se disipe al fin como esa brizna
conque el humo se acaba cuando el fuego
le van tirando tierra...
Sigue tú sola. Y si la noche es clara
y si es delgado el aire
y no lo empañan tumbas de suspiros,
ni lo humedecen las lágrimas,
ni lo impregnan aromas mortuorios,
sobre el pulido canto del sendero.
Junto a la sombra del perfil nevado
que de tu cuerpo esculpirá la luna,
florecerá otra vez mi sombra ausente.
Y en los rosales ígneos de la noche,
con el Sur en tinieblas
y el Norte envuelto en estelaria llama
oscilará la brújula del canto
con nuevo ritmo, y se abrirá hacia el alba
para ti y mi recuerdo
la luz de un horizonte innumerable.
TABERNACULO DEL AIRE
El vértice del aire y del gusano
con su guerra de penumbra y de sol es el Hombre.
Como el almendro herido de amanecer y lluvia,
como el cereal latido de las parvas.
Para sus lupanares ácidos el gusano,
para su troje opaca, trabaja sordamente
en la estirpe de cal de nuestros sueños,
guardián anticipado, topo de nuestro nombre.
Pero el aire en sus altas moradas transparentes
baja desde las cumbres como un corzo de luna,
con sus iluminadas caracolas de nieve,
a llevarse en sus ágiles danzas el halo antiguo
de nuestra incorruptible y heredada hermosura.
Si el gusano defiende sus estratos de hueso,
su cuévano de escorias,
remolcará en los aires el aire mi vigilia,
mi soledad, mi lumbre, mi nostalgia de cielo,
sobre un tornasolado sostén de mariposas,
sobre la voz ondeante del almendro y del trigo,
sobre el inaugurado resplandor de la harina
que amanece en los labios del hombre cuando apenas
la tierra es ya un distante torbellino de larvas...
Sobre la subterránea senectud del gusano
forja su anillo de oro, tiende su voz el aire.
Y así, cuando a la verde colina de la infancia,
mirando al cielo trémulos como el agua dormida,
retornan nuestros ojos a quedarse en silencio,
el aire es ya una escala que remonta la ardiente
Ciudadela de Dios.
ELEGÍA DE LA PENA SORDA
Quiere un crecido viento
saturado de espinas
esculpir sus murallas en mi frente,
junto al silencio recostado en sombras...
Un viento que era ayer por los jazmines
ruiseñor del suspiro,
música del aroma,
nombre de la alegría...
Pero tú vienes,
llegas y traspareces
en el asombro de mi voz de luto...
Suena tu voz a lluvia en mis vertientes.
Un cacto erige en sus espinas últimas
tus ojos ya sin luz y sin recuerdos.
Por mi fatiga fraguan su emboscada
tibios oleajes que en tu busca ondulan
embravecidamente en las arenas.
Sólo tú me perduras
en insaciable borbotón de acoso
por los acantilados de mi angustia.
Y si tu voz ya suena a lluvia, a nube,
a olvido cierto en la aridez del alma,
a cicatriz de antigua agorería,
a eco sin eco, a mineral yacente,
y más y más te pierdo, recupero
cada vez más tu rostro en mi nostalgia
hecha un jazmín doliente,
cuna mortal y en sombras
de tu inmortalidad resplandeciente...
ODA CONFIDENCIAL
A Cayo Sila Godoy
"Gentil cosa cuando la boca canta lo
que ay en el corazón y no otra cosa... "
(Antiguo)
I
"Bueno" -dijiste al aire, a tu cigarra-:
"voy a empuñar mi luz y mi camino".
Dijo tu voz, y halló que ya el destino
te brotaba en el pecho una guitarra.
Voz y niñez de nube consumida.
Tierra roja, altos montes, verdes cañaverales,
quemaron con sus zarpas tus panales
dejándote en la sangre una encendida
memoria de paisajes musicales.
II
Pienso y busco tus huellas Aquel día
del niño y su lucero,
cuando vestido en un jazmín ligero
dabas a la ilusión tu melodía.
Cavo en tu tierra roja,
muerdo el verde sonido de tus cañaverales,
miro en u río, subo la congoja
de cielo de tus hondos manantiales,
nombrote en los rumores,
y al fin te traen dulces vendavales.
Sobre veloz constelación de flores
llega tu imagen; transparente escalas
la propia enredadera de temblores
de tu guitarra traspasada de alas...
III
No puedes ocultarte porque tienes
la voz redonda y de color de cielo,
ruba llama de trigos en el pelo,
trigo de rubias llamas en las sienes,
y en la sangre un florido
trueno que enciende en tu muñeca un nido
de clamorosa lumbre y terciopelo.
Aquí, tu mano roja
sobre mis hombros, varonil hermano,
del viento hermano, claro hermano mío,
Tu guitarra me acoja,
tu música me envuelva de rocío,
me frote el alma tu guitarra roja.
Tú, el desvelado, el libre de secreto,
roja la mano, duro el esqueleto,
la carne blanca y blanca la congoja.
IV
Tu pueblo te supura
como un clavel sangriento entre los dedos,
que amuralla sus miedos
en la madera azul de tu guitarra.
Ella, la patria del clavel y el llanto
a tus venas se amarra,
lastra nocturnamente tu quebranto,
socava tus bordonas
y por fin en el canto
que en tu piedra lunar tú mismo enconas,
halla al cabo su rumbo verdadero,
ella, la dulce patria del lucero.
V
Tu historia mira un porvenir distante,
y el porvenir contempla tu pasado,
y ambos crecen de ti, del cincelado
clamor que tus muñecas de diamante
vierten de tu guitarra, de su estruendo azulado.
VI
Esto, mi compañero;
esto, no más, sobre tu nombre quiero,
quiero inscribirlo. Quiero,
porque te quiero.
Mañana el tiempo encogerá los hombros
y sobre mis escombros
dirá de mí con voz de polvo:
"Un día
cayó sobre su oscuro mediodía,
cayó una piedra y era
su amistad de bandera, esto no más...".
¡Esto, no más, diría!
VII
Ayer era tu infancia;
tu olor de niño, un pueblo de corolas,
pese a tu signo oscuro.
Hoy tu presente se desborda en olas
con mil niños cantando en tu fragancia,
y otros mil y otros mil, hacia el futuro.
Tierra roja, altos montes, verdes cañaverales,
y el río tuyo henchido de panales
sobre el fosforescente valle de las guitarras
con un viento incendiado de cigarras
libres y musicales de alegría.
VIII
Fue así que ayer, una mañana, un día:
"Bueno"... dijiste al aire, camarada,
"Dame tus signos, voy a asir tu guía".
"Bueno, hijo mío" -respondió la estrella.
Y desde entonces pisa enamorada
tu guitarra dorada
la infatigable ruta de las estrellas.
(Oxford, setiembre 1945)
A TI, FECUNDA...
"Tus piernas implacables
al parto van derechas... ".
MIGUEL HERNÁNDEZ
I
Hiero tu estrella en agua,
y me agobia un estío en tus pezones,
tus muslos y los sones
de flor y flor, estruendo de tu enagua,
que acribilla mi sangre de canciones.
II
Tú, mi agua en estío,
te revuelcas furiosa, enloquecida,
blanca avispa querida
de ancas como el jacinto... ¡Oh río
que hueles ya a cercana despedida!
III
Larga estría, me dueles.
Carie llena de pajas y sonidos
me duele en los latidos.
Carie del tiempo. Y tú, que ya me hueles
a densa noche en que maduran nidos...
IV
Se ha marchado tu estío
con sus majadas densas. En la tarde
se recuesta mi alarde
gastado y puro sobre el puro frío
que a tu hermosura concebida le arde...
VÉRTIGO
Llama en el aire ciego.
Luz en la altura, sombra en el vacío.
Brizna incendiada, brizna temblorosa
sobre el abismo.
...¿Quién te sustenta a tí, carne alanceada,
corazón de rocío,
crucificada en los maderos altos
de tu nocturno grito?
La mano del abismo.
¿Sobre qué alas tu voz, tu voz que ya semeja
cilicio del sonido,
lleva entre el viento oscuro de la vida
su perfume de nido,
su congoja hechizada,
su hechizado gemido?
Las alas del abismo te sostienen,
las negras alas del abismo.
Y tu frente, ¿en qué nube
reposa, en qué tañido
de campanas de niebla, peregrinas,
sostienes tu latido?
Sobre la lengua del abismo,
nube y campana oscura de Dios mismo.
Cierro los ojos.
Escúchote a lo lejos. Te diviso
detrás de las colinas transparentes
que el tiempo alza en los valles del olvido,
y estás allí dormida
sobre el heno dorado de Dios mismo;
sobre el heno dorado de Dios mismo;
luna el pan de tu cuerpo entre las manos
de un ángel pensativo,
desencarnada y llama pura ardiendo,
guiño de sol, llama del viento peregrino
que te arrancó en su música
del flanco del abismo
y te llevó en la música a Dios mismo.
(1947)
Documento Fuente: POESIAS REUNIDAS - AUGUSTO ROA BASTOS
Edición de MIGUEL ÁNGEL FERNÁNDEZ
COLECCIÓN POESIA, Nº 1
© de la introducción, compilación y notas: MIGUEL ÁNGEL FERNÁNDEZ
© De esta edición: 1995, Editorial El Lector
Tapa: LUIS ALBERTO BOH
Composición y Armado: Gilberto Luis Riveros Arce
Edición al cuidado de M.A.F.
Asunción - Paraguay 1995 (307 páginas)
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