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MARIANO LLANO (+)
  ELIGIO AYALA - TODO POR LA PATRIA (Por MARIANO LLANO)


ELIGIO AYALA - TODO POR LA PATRIA (Por MARIANO LLANO)

ELIGIO AYALA - TODO POR LA PATRIA

Por MARIANO LLANO

© MARIANO LLANO,

Asunción-Paraguay (188 páginas)


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ÍNDICE:

CAPÍTULO I:

MIGRACIONES – ELIGIO AYALA – ENSAYO ESCRITO EN BERNA EN 1915

LA CUESTIÓN SOCIAL – ESCRITO EN ZÚRICH (SUIZA). EN 1918

EL FIN ÉTICO DE LA PERSONALIDAD HUMANA

FACTORES DE LA VIDA NACIONAL. POLÍTICA AGRARIA.

EL MATERIALISMO HISTÓRICO – ESCRITO EN CLARENS (SUIZA) – ENTRE 1915 Y 1916

LA REPARTICIÓN COMO FACTOR ECONÓMICO

CRÍTICA

CIRCULACIÓN Y FUNCIONES SOCIALES


CAPÍTULO II:

COMO LO VEN Y QUE DICEN DE ELIGIO AYALA

ARTURO BRAY (“HOMBRES Y ÉPOCAS DEL PARAGUAY”, CAPÍTULO 7)

RAFAEL ODDONE (“VOCES Y GESTAS MEMORABLES”, EL PRÓCER DE LA DEFENSA PATRIA)

BEATRIZ G. DE BOSIO (“ELIGIO AYALA, EL LIDERAZGO MORAL TRANSFORMADOR DESDE EL GOBIERNO)

FRANCISCO BAZÁN (“ELIGIO AYALA, EL PENSADOR”)

MARIANO LLANO (“ELIGIO AYALA, EL MILAGRO PARAGUAYO” – CAPÍTULO: JEFE DE POLICÍA)

ALBERTO NOGUÉS (“LA PARENTELA PRESIDENCIAL”)

CARLOS PASTORE (“POLÍTICA AGRARIA Y LA EVOLUCIÓN DE LA ECONOMÍA AGRARIA EN EL PARAGUAY DE 1920 A 1930” – PRÓLOGO, AÑO 1986)

LUIS MOZART FLEYTAS (POEMA: ELIGIO AYALA, HONRA DE LA NACIÓN)

RODOLFO GONZÁLEZ

MAULIO SCHENONE

JOSÉ P. GUGGIARI

RAÚL CASAL RIBEIRO

EL DIARIO (FUNDADO POR ADOLFO RIQUELME, EDICIÓN Nº 8102)

CARLOS ZUBIZARRETA

SERGIO RECALDE (“CRÓNICA DE UNA ESTIRPE PRÓCER, LOS PRECURSORES”)

HENRY CEUPPENS (“UN PARAÍSO PERDIDO?...)

ELIGIO AYALA EL PANTEÓN – NOTA DE MOZART FLEYTAS AL SENADO

CARTA DE UN COMANDANTE A SUS SUBORDINADOS – INSTITUCIONALIZACIÓN




LAS MIGRACIONES EN EL PARAGUAY.


El régimen económico a donde llegaron los países europeos, después de la larga y accidentada evolución, fue el punto de partida de la vida económica del Paraguay.

Sin luchas de clases, sin violentos choques de intereses, sin necesidad de vencer la resistencia de añejas y retardatarias tradiciones, se adaptó al ambiente de la época, desplegó su actividad económica en pleno liberalismo. Cuando hubo concluido la guerra definió la forma de su gobierno, y formuló definitivamente los principios constituyentes de su libertad política y económica. Desde entonces no existe en el Paraguay ninguna vinculación del suelo, ni mayorazgos, ni fideicomisos, ninguna de las instituciones medioevales que aseguran su indivisión en la sucesión de generaciones.

No existe tampoco la servidumbre rural, que convierte en accesorios del suelo a los que cultivan y bonifican.

La libertad en el Estado y contra el Estado, se incorporó en nuestras instituciones. Se adoptó el principio de la libertad de la propiedad inmueble: todos pueden ser propietarios y dejar de serlo, comprar, vender, dividir, usarla o no usarla..... sin intervención policial.

Se adoptó la libertad de trabajo: la libertad de contratar, de elegir las profesiones, y la de trasladarse de un lugar a otro.

Se reconoció la libertad de capital: la libertad de los préstamos de dinero, la de crédito....

Se reconoció la libertad de empresa: la libertad de asociarse, la de asociar capitales y actividades personales.

Se declaró la libertad de mercado: la libre concurrencia, la libertad de fijar los precios, la de la oferta y la demanda, la de importar y exportar.

Todos los principios del liberalismo económico triunfante en aquella época, fueron incorporados en la formulación teórica de nuestra organización económica. Pero faltaban las bases materiales y las condiciones legales de su realización práctica. No todos llegaron a filtrarse y desleírse en el organismo económico nacional, no todos se convirtieron en fuerzas vivas directoras de la actividad social: "no fincaron en la conciencia pública".

El organismo económico del Paraguay está pletórico, robusto, rebosante de energías no desatadas todavía, y sin embargo revela ya algunos síntomas de morbosidad prematura, padece de perturbaciones económicas propias de las maduras civilizaciones.

Las explotaciones agrarias son la actividad productiva fundamental en el Paraguay; ellas debían de ser naturalmente la ocupación predominante de la población. Y sin embargo, el éxodo rural extenúa ya en forma alarmante nuestra actividad económica.

En el Paraguay no existe todavía ninguna actividad industrial, no existe otra industria que el politicismo: ni grandes fábricas, ni grandes usinas, ni grandes centros urbanos. Y sin embargo la emigración, como incesante hemorragia debilita, deprime, nuestra incipiente producción económica; nuestra campaña se despuebla y la economía nacional exangüe languidece y se paraliza.

Las migraciones no serían alarmantes y no afectarían el vigor de nuestra producción económica, si se compusieran de levas parasitarias, de residuos de superpoblación relativa, desplazados por los esfuerzos de adaptación de los más aptos y los más fuertes. La emigración de un excedente de obreros, no impuesta por una crisis económica, puede constituir un desahogo, una descarga favorable a la economía nacional.

La migración a los centros urbanos no constituye tampoco un mal social siempre. Hay épocas en que ellas favorecen la expansión industrial, como en Inglaterra en la segunda mitad del siglo XVIII, y en Alemania al promediar el siglo XIX.

La vida industrial multiplica y acelera la formación de la riqueza nacional, y acrecienta la productividad social. La mayor productividad estimula la demanda de obreros, y la demanda de obreros eleva el nivel del salario.

El progreso industrial aumenta la población, dilata el mercado de los productos agrícolas, absorbe el excedente de la población rural y contribuye a mejorar las condiciones de existencia de los obreros.

Las migraciones plantean en el Paraguay no solamente un problema económico, sino un grave problema social. Parece llegado el momento de recordar la sentencia de aquel pensador griego: "No es buen pastor aquel que mira mermar su rebaño, ni es buen gobernante aquel que contempla disminuir su pueblo".

El mal ahonda y se propaga en todas direcciones. Para afrontarlo, combatirlo y vencerlo, no con fórmulas emolientes y retoques parciales, con ensayos legislativos desmadejados, fragmentarios y superficiales, sino con reformas fundamentales y radicales, es preciso investigar sus causas, sus causas reales, positivas, concretas, locales, allá en el Paraguay.

Al iniciarse el liberalismo, el egoísmo fue la fuerza motriz del desenvolvimiento material de la civilización. El caos que engendró fue corregido por la cooperación social, la solidaridad, el altruismo. En las sociedades actuales, los motivos altruistas deciden, también de los actos económicos. Ellos dan adecuada dirección social al interés personal. La escuela económica alemana, representada por Wagner, Schmoller, Schoenberg y Brentano, ha enseñado con irrefutable autoridad este atributo de la actividad económica.

El egoísmo, la actividad para obtener con el menor esfuerzo el mayor beneficio, es natural y moralmente legítima. Pero el egoísmo no es una potencia fija, de intensidad permanente, como una ley física. La actividad que de él deriva obedece a las orientaciones de la educación, de las costumbres, de la moral de la cultura.

Los motivos de la voluntaria determinación a obrar gobiernan, guían la actividad. La variedad de esos motivos imprime diversas orientaciones a la actividad económica.

El honor, la ambición, el espíritu de clase, la vanidad, el temor al castigo, la vergüenza, la reprobación social, la esperanza de la recompensa, de aprobación, de aplauso, el ansia de notoriedad..., también determinan los actos económicos. Estos motivos se multiplican y vigorizan con el proyecto de la cultura.

La actividad económica nacional tiene un aparente carácter positivo, amoral, material; parece no tuviera por objeto más que la adquisición, la producción, la repartición y el consumo de la riqueza material. Estos intereses parecen fueran el eje de las luchas sociales, de las más encontradas preocupaciones humanas.

Esta apariencia sin embargo cubre una finalidad ética, inmaterial, educativa, real y esencial a la actividad económica.

La actividad económica no se ejercita aislada en la sociedad; está vinculada en los fines morales, intelectuales, estéticos, jurídicos, sociales. Científicamente, por exigencias del método, puede abstraerse la actividad económica, de la política, la moral, la religiosa, la estética, cultural, para formular sus leyes, sus principios.

En la vida social, real, íntegra, no existe desprendida de las condiciones morales, jurídicas, intelectuales,.... del bienestar social; ella es una actividad cooperante en el proceso de la cultura social, es base del cumplimiento de los deberes sociales.

De una actividad especificada de producción se dice que es económica cuando lo producido excede el costo de la producción. Aún cuando existiese producción efectiva, la actividad no sería económica, según está acepción de la palabra, si no fuera ventajosa, si el balance entre los beneficios y los gastos no fuera favorable al productor.

Este atributo especial de la actividad productiva, es base de la prosperidad económica, material, es condición del progreso. Pero algunas escuelas económicas, y algunas teorías científicas han deducido de él erróneas conclusiones. Se ha apoyado esta falsedad como un postulado de que la actividad económica no tiene otro estímulo, otro móvil, que obtener el máximo de ventajas con el mínimo costo. Se ha considerado que la producción económica, es el fin primordial de la actividad económica. Esta deducción es extraviada.

La riqueza y la ganancia son fenómenos económicos primarios; pero no son los únicos - Weheder. Nation die das glaubt und darnach handelt, - escribió Onken.

La economía no es meramente una actividad productiva. La producción es un medio, no un fin de la plena actividad económica. La producción debe condicionar el bienestar general, debe satisfacer las necesidades morales, estéticas, intelectuales, no debe quebrantar sino vigorizar los principios de justicia, de equidad, de moralidad. "Lo que interesa a la sociedad no es la cantidad producida, sino la amplitud con que ella contribuye al desarrollo de la vida personal".

Una de las fuerzas productivas es el hombre. Y si el fin económico no fuera más que la mayor producción lucrativa, podría realizarla a costa de la degradación de la dignidad humana, podría convertirse al hombre en instrumento material de la ganancia. Los sufrimientos de una clase alimentarían los goces y la orgullosa opulencia de otra.

El liberalismo social juzga que el latifundio, despuebla y la pequeña propiedad ancla la población en el suelo, y los hechos constatan que en ciertas fases de la evolución económica el latifundio multiplica la población, y la pequeña propiedad despuebla. Sin embargo propone como medio para atajar las migraciones, la dislocación de los latifundios y la multiplicación de la pequeña propiedad. Esto equivale a pretender curar el mal con su propia causa. En último análisis, el liberalismo social es una extravagante Homeopatía agraria.

El liberalismo social acusa al latifundio de todos los desórdenes sociales. Hace inculpaciones sectarias, no un estudio científico, imparcial, positivo, de su origen, sus resultados, sus leyes. Le imputa perturbaciones que manifiestamente no derivan de él; pero se aparta sistemáticamente de algunos de sus directos efectos, y de sus beneficios. Y esta parcialidad deforma la verdad, falsea los hechos, enerva sus conclusiones.

El latifundio, también ejercita en determinadas fases de la evolución económica, funciones útiles, necesarias. Los latifundios estimularon el florecimiento de la agricultura en el siglo XVIII en Inglaterra. La gran producción de cereales, condicionó el perfeccionamiento de la técnica y la economía agraria; aplicó instrumentos perfeccionados de producción, procedimientos científicos, y capitales a la explotación agrícola; inició la agricultura racional. La gran producción agraria capitalista ejercitó una benéfica función directora, educadora en la economía rural, y fomentó la riqueza nacional. En los progresos de la agricultura inglesa se inspiraron las grandes reformas agrícolas en el continente europeo. En ellos se informó Thaer en su tarea de racionalización de la agricultura alemana.

En América los latifundios, la especulación, contribuyeron a poblar las regiones vírgenes del oeste con celeridad vertiginosa. Los ferrocarriles, la efervescencia de los negocios, la pasión de la ganancia, el aumento de la riqueza, la expansión económica nacional, fueron alentados por los grandes propietarios y especuladores.

Teóricamente la pequeña propiedad es más ventajosa que la grande, y más necesaria en Europa sobre todo. Cabe concebir el sistema de repartición del suelo a 5 o 10 hectáreas por familia en los países viejos, densamente poblados, donde la demanda de pequeñas tierras labrantías, es intensa y los precios de las tierras elevados, tal como preconiza el utópico del liberalismo social. En los países nuevos, donde la población es dispersa, escasa, y donde las tierras fértiles abundan y son relativamente baratas, es imposible su realización.

La pequeña propiedad supone el cultivo intensivo y éste régimen de cultivo no depende de la voluntad del cultivador, sino de las condiciones del mercado, del grado de desarrollo económico del país. La pequeña propiedad requiere población densa, preparación especial en los cultivadores, cooperación, crédito, medios de transporte y consumo y precios ventajosos de los productos propios de los pequeños cultivos.

La ganadería extensiva ahorra la mano de obra, y desarraiga la población rural del suelo. Sin embrago, ella es y será siempre una de las más poderosas energías de la producción económica nacional. Y como toda producción, necesita del trabajo, aplica obreros, ocupa una parte de la población.

Absorbe menos obreros que la agricultura, y los obreros en ella ocupados, viven más desvinculados del suelo. Con todo, los absorbe. No cabría afirmar que la una expulsa y la otra atrae la población. La influencia de la agricultura y de la ganadería sobre la población rural, es simplemente una cuestión de más o menos.

El entorpecimiento de la ganadería lesionaría hondamente la producción económica nacional. Y la ganadería extensiva requiere grandes campos para su desarrollo, acumulación de la propiedad inmueble. Las grandes estancias son verdaderos latifundios económicos de explotación.

El colectivismo agrario, la nacionalización del suelo son utopías irrealizables, a mi juicio, en el Paraguay.

En el Paraguay no hay que perder el tiempo en utopías; hay que sacrificar las fórmulas de perfección fantástica a favor de las reformas prácticas, de posibilidad inmediata, realizables.

El predominio y el aislamiento de la gran propiedad, lesionan la producción económica. Sus productos tienen menor consumo, la falta de obreros, les expone a grandes pérdidas. La producción del suelo es deficiente, no intensifica su cultivo.

Cuando la pequeña propiedad predomina, se entorpece la racionalización de la producción agraria, los progresos técnicos; la producción tiende a exceder la demanda, los precios bajan; la cultura intelectual y económica de sus propietarios se retarda.

Ambas categorías de propiedad son incompletas separadamente, porque una es el complemento de la otra.

Las grandes propiedades aumentan su producción y sus ganancias, en la vecindad de las pequeñas. Los pequeños propietarios les proveen del trabajo y consumen sus productos.

Las pequeñas propiedades también obtienen ventajas de las grandes. Las grandes propiedades les ofrecen ejemplos del perfeccionamiento de los cultivos, de las aplicaciones técnicas, y constituyen un mercado del trabajo. Los pequeños propietarios reciben de ellos asistencia directa o indirecta: consejos, ejemplos, créditos, estímulo, enseñanza.

La pequeña y la gran propiedad son necesarias. El gran problema agrario consiste en ordenar y regular su coexistencia. Así como para mantenerse de pie es preciso no inclinarse demasiado hacia un lado o hacia el otro.

En el Paraguay no existe todavía ninguna actividad industrial. La única industria nacional, es la política, pero ella es destructiva, no productiva. Todos los productos industriales, todos los productos manufacturados son importados. Se importa además, una cantidad prodigiosa de bebidas alcohólicas. El paraguayo trabaja poco, pero bebe mucho. A este consumo se agregan los gastos improductivos enormes de la administración pública. La burocracia, la politiquería absorben, sumas colosales estérilmente, descuentan una gran parte de nuestra enfermiza producción.

La producción nacional, la exportación por el contrario desmayan, languidecen. La ganadería, cuyo desarrollo es meramente cuantitativo, carece de amplio mercado en el exterior, elabora relativamente pocos productos exportables.

La agricultura es la fuente principal de la producción nacional, pero está deprimida por la defectuosa distribución agraria, desplazada por la ganadería extensiva. La exportación de productos agrícolas, es por consiguiente cuantitativa y cualitativamente deficiente, limitada, paupérrima.

Nuestra productividad económica está atrofiada, contraída. La deficiente y aniquilada producción agrícola, la escasa intensidad de la ganadería, la ausencia de la producción industrial, no favorecen la formación del capital nacional. El proceso de formación y acumulación, de reserva del capital, no existe; carecemos de un ahorro nacional.

La gran importación, y los enormes gastos improductivos de la política se pagan por consiguiente con capital, en gran parte.

La exportación de capital determina la exportación de obreros, también; el capital exportado arrastra consigo parte de la población, atrae la emigración. La exportación de capital, en efecto, extenúa la actividad productiva, eleva el interés, hace menos rentables las empresas de producción. La actividad industrial no puede iniciarse, las otras actividades productivas se encogen, se arrugan en vez de dilatarse, intensificarse. Con el encogimiento de la actividad productiva, decrece el trabajo, la demanda de los obreros y los salarios caen.

Así, la pendiente económica por donde los obreros paraguayos se precipitan al extranjero, adquiere un abrupto declive, y la emigración aumenta. Esta emigración misma intensifica sus causas determinantes. Cuanto mayor la emigración, menor es la capacidad del consumo del mercado nacional. El menor consumo, desalienta la producción, la aplicación del trabajo.

Nuestra embrionaria producción nacional pues, está atacada por todos los flancos. Por la hipertrofia de la importación de artículos manufacturados, de bebidas alcohólicas, y los gastos estériles, gigantescos de la politiquería, por la falta de capital, por la emigración y por la contracción del mercado nacional.

En síntesis, nuestra ruina económica es una de las causas fundamentales de la emigración. La paralización de la actividad productiva económica, la decadencia agrícola, la indigencia industrial, la política, son fuerzas que han decretado la expulsión de la población. La emigración es el efecto, no la causa de nuestra ruina económica.

La política paraguaya, y sus funestos efectos sociales han excitado el interés y el estudio de autorizados escritores en el Paraguay y en el Extranjero.

Unos arguyen que nuestros vicios políticos emanan de nuestra innata incapacidad para estimar las condiciones esenciales del orden y la libertad. Otros piensan que ellos derivan del error político inicial de haber adoptado una constitución política inadecuada a nuestro estado de cultura política.

El Paraguay es incapaz de gobernarse, afirman los pocos que se han ocupado de la vida política de nuestro país, como si el Paraguay hubiese abdicado alguna vez la voluntad de gobernarse y como si hubiese recusado su propio gobierno una sola vez. El Paraguay ha pugnado siempre por gobernarse libremente, se ha rebelado decidida y altivamente contra toda intervención extranjera.

Ama su independencia política y se ha sacrificado por ella como ningún otro pueblo civilizado del mundo. Nunca ha consentido en ser un protectorado de nadie. Las convulsiones internas, las revoluciones todas acusan la existencia de una voluntad política vigorosa, la decisión indeclinable de gobernarse, la capacidad innegable para gobernarse a sí mismo.

Incapaces de gobernarse son los pueblos sin deseos, sin sueños, sin ideales, sumidos en la indiferencia triste y vacía, en el marasmo del espíritu, inmovilizados en el pasado y las tradiciones muertas.

Incapaces de gobernarse son los pueblos que carecen de voluntad, los pueblos sumisos, pasivos, inertes, los que viven remolcados por otros, los que asienten en soportar una dirección política extraña y postiza.

El Paraguay no es una colonia africana. El Paraguay se ha gobernado siempre y se gobierna. Y este hecho es una prueba indiscutible, irrefutable de que es capaz de gobernarse. Afirmar lo contrario es negar los hechos, no es juzgarlos. Cabe decir del Paraguay que no se gobierna bien, en caso extremo, que es incapaz de gobernarse bien; pero no que es incapaz de gobernarse. Hemos adoptado una Constitución política, un ideal avanzado de gobierno. Nuestra vida política práctica no compadece todavía íntegramente con nuestro ideal político. No nos gobernamos bien, si juzgamos nuestra actividad gubernativa con la unidad de medida de nuestra Constitución política.

Pero hay gran diferencia, y gran distancia entre la incapacidad de gobernarse y el hecho de no haber realizado todavía nuestro propio ideal político. Este defecto se advierte en los países de más avanzada cultura política. Entonos ellos existe una discrepancia muy patente entre el gobierno que es y el que debiera ser, conforme al ideal de sus instituciones políticas.

El concepto de "buen gobierno" y de "mal gobierno" es subjetivo, personal, variable. El varía en cada individuo, en cada estado social, en cada época. Buen gobierno para unos puede ser mal gobierno para otros. El gobierno que ha sido el mejor en su época, es el peor en otra.

El hecho de gobernarse por el contrario es concreto, actual, objetivo. El hecho de gobierno se constata, la calidad del mismo se juzga. Y se juzga del mérito o desmérito del gobierno conforme a un criterio subjetivo. No hay que confundir berzas con capachos.

Todos los críticos de nuestras instituciones convienen en que el vicio radical, fundamental, primario de nuestra política, es el afán de adquirir y conservar el Poder.

El defecto de los partidos políticos, se ha dicho, es que tengan por fin el ataque y la defensa del Poder.

Y a este defecto se ha atribuido numerosas y funestas consecuencias, casi todos nuestros males sociales.

Se cree que de ese exclusivismo, emanan las revoluciones, la anarquía, la indisciplina de los partidos, la pasión exclusiva por la política; que él atiza el fanatismo, la intolerancia, y aviva el rencor de las pasiones. Ese exclusivismo en efecto, excluya la transacción, los términos medios. Un partido está en el Poder o fuera de él; tiene Poder o carece de él. La alternativa es invencible. Este juicio tan en boga en el Paraguay, es erróneo en mi concepto, es un falso punto de vista que no acierta la verdad.

Se tacha en los partidos políticos paraguayos el único atributo propio de todo partido, su única cualidad natural, normal, legítima.

Todo partido político en toda sociedad tiene tendencia a adquirir y conservar el Poder.

Un grupo de personas animadas por la convicción común respecto de determinados fines del Estado, que pretenda realizar esos fines, constituye un partido.

Para realizar esos fines, se requiere poder y el órgano más robusto del poder social, es el gobierno. Por ésta razón se advierte en todos los partidos el esfuerzo por adquirir el Poder y conservarlo para satisfacer sus intereses.

Todos los intereses humanos tienen la necesaria tendencia psicológica a dominar y conservarse. Y tanto para dominar como para conservarse, se requiere poder. Las luchas sociales son manifestaciones del antagonismo entre poderes, fuerzas sociales. En todo grupo social permanente escribió G. Jellineck, existe la tendencia a adquirir el poder y conservarlo. La vida política es la lucha entre el grupo social que ejercita el Poder del estado y los grupos que pretenden adquirirlo.

Hay en el Paraguay un arraigado e insensato prejuicio, un prejuicio hereditario que inficiona nuestra política, nuestros partidos, nuestras luchas republicanas.

Los puestos públicos, la Presidencia de la República, los ministros, los cargos de senador y diputado, son considerados como títulos de la consideración pública, de prestigio, de distinción social.

El prestigio intelectual, el militar, el de la riqueza, no existe: no hay privilegios de nacimiento, ni de nobleza. La única aristocracia paraguaya, es la aristocracia de los altos funcionarios públicos. Un elevado cargo político ejerce una fascinación misteriosa en la opinión pública; sugestiona, atrae, excita la admiración, la envidia, cierta muda idolatría.

El comerciante que con un brillante talento para los negocios y con su trabajo perseverante e inteligente h a hecho fortuna; el poeta que ha escrito inspirados versos, el catedrático de la Universidad, que diserta y escribe con sagaz penetración, el juez probo y recto, el militar, el periodista, todos viven en triste oscuridad, ignorados, desdeñados, si no ocupan un elevado puesto político, si no son diputados, senadores o ministros.

Bien por el contrario, cualquier mentecatillo gozará de todas las reputaciones, de la de economista, financista, jurisconsulto, poeta y estratega y geómetra, desde que le caiga en suerte un puesto político.

El más torpe de los estudiantes injertado en un Ministerio por la gracia de un motín cuartelero, eclipsa a su maestro, su protector, su amigo. Y ese capricho de la suerte bastará para que el amigo, el protector y el maestro, se humille ante él, procure interpretar sus gestos, para satisfacer sus deseos, para prodigarle las más serviles adulaciones.

El modesto sargento, que divierte a la población de los suburbios de la ciudad con su cómico baile santa-fé, no atraerá la mirada de nadie, no será admitido en la "sociedad". Pero si por la virtud de un complot afortunado de la noche, amanece investido del cargo de ministro, recibirá en el acto el homenaje de estudiantes y profesores, de comerciantes e industriales, de intelectuales y banqueros, y las familias le abrirán sus puertas y sus brazos, la "sociedad" le canonizará en el acto.

Si se pesquisa las aspiraciones que juguetean en el alma de un joven estudiante, de buena familia, rico, independiente, las esperanzas que acarician su riente juventud, se encuentra siempre ahí la silueta de un diputado, de un senador, o de un ministro.

El profesional, el abogado, el médico, el comerciante, envejecidos en sus labores, enriquecidos honradamente, que gozan de subidas rentas, que no necesitan nada de nadie, creen encontrarse en situación desairada si no ocupan un puesto político. Viven arrepentidos, avergonzados, como abatidos por una nostalgia y devorados por un remordimiento.

El oposicionista, es decir, el que carece de un alto puesto político, protesta furioso, contra los actos de los gobernantes, se estremece de indignación ante los males que se hace a su patria, ante los concusionarios, enemigos de la equidad, de la virtud, de la constitución. Su gesto airado, su mirada furiosa, huraña, sus cabellos erizados, su frente sudorosa, todas sus actitudes denuncian la rebeldía contra la "injusticia". Pero se le ofrece un puesto público y en seguida se opera en él una transformación prodigiosa. Su pasión que tormenteaba hace un momento, se calma, sus gestos contraídos se desatan, su fisonomía presenta el aire contento, sereno, su mirada es viva, alegre, sus nervios se suavizan, se enternece, se sonríe. Le ha besado el sol, ha aprisionado la fortuna, ha llegado a la cumbre y va a descansar al fin. El mejor gobierno es el que le da colocación. Al fin descubre esta verdad.

Los únicos distinguidos, sabios, patriotas, son los que tienen buenos puestos públicos; los que carecen de ellos, son gañanes, ignorantes, insignificantes y no merecen ni reciben el homenaje de la "sociedad".

Para ser diputado, o ministro no se requiere preparación: el puesto hace todo. El hombre inteligente, el reformador de talento, el salvador, a quien todos idolatran en su pupitre ministerial, pierde todas sus buenas cualidades con la pérdida del puesto. El hombre es el mismo; pero no se le conoce más, ha muerto en vida, desde que no es ministro. El velo del prestigio ha caído; el sainete ha terminado. Y la opinión se vuelve al revés: principia a estimar a quien ha despreciado y a despreciar a quien ha estimado.

De este ridículo prejuicio ha derivado la preocupación de vivir de sueldos. Los puestos públicos son considerados no solamente como título de distinción social, sino como fuente de recursos.

El prestigio social del puesto presta a la percepción del sueldo que le corresponde un sabor particular

Todos, hasta los hombres que gozan de grandes fortunas, lo perciben con deleite inefable, con un contento indefinible, infinito.

El doble y el triple que podrían ganar como comerciantes, industriales, abogados, médicos, ingenieros, no les satisfarían, no les produciría la misma fruición obtener la tercera parte como diputado, senador o ministro, intendente municipal o ataché a una legación, les sería mil veces más dulce y delicioso. Personas decentes y ricas, no tienen escrúpulos en ser postulantes miserables de cargos de que son indignos, que son incapaces de desempeñar. Pierden en hacerse insoportables en bajas adulaciones el tiempo que podrían emplear en dignificarse, en elevarse, en todo caso, en quedarse en casa y vivir bien. En vez de reírse de los demás, hacen que los otros se rían de ellos. Y todo voluntariamente y sin necesidad, por obedecer a un ridículo prejuicio de la opinión, a una quimera, a una vanidad tonta.

Los puestos públicos son considerados como un fin a una causa de este prejuicio. Los puestos públicos son el soñado ideal de todos, el título ansiado para distinguirse, para divertirse y para ganar plata, ellos sintetizan las más optimistas aspiraciones y constituyen la meta suprema de todos los esfuerzos. Nadie aspira en el Paraguay a ser médico distinguido, abogado descollante, pedagogo, oficial, comerciante.

Las profesiones, los títulos académicos, hasta la riqueza no son el término de la ambición de nadie, sino algo así como las arteriolas por donde se llega a los elevados puestos públicos. No se piensa en lo que es bueno, verdadero y útil, sino en perfeccionarse en los servilismos que conducen a las elevadas posiciones en el Presupuesto.

El fin de la política, de los partidos, de las luchas electorales, es llegar a ellos. El Poder Ejecutivo es el poder distribuidor de los puestos públicos, él asegura su obtención y conservación. Y por esa razón ese poder es el fin de la actividad política. Los partidos políticos pues, luchan en el Paraguay por adquirir y conservar el poder del Estado, el motor efectivo de ese poder, el Poder Ejecutivo, como fin, como fuente de distinción, de prestigio social, y como fuente de ganancias y recursos.

Y esta es la úlcera de la política y de los partidos políticos paraguayos, esta es la mancha que le distingue de la política sana de otros países cultos.

En otras partes el poder político es un medio para satisfacer otros intereses, para realizar otros fines; en el Paraguay él es un fin en sí mismo, es el término de las ambiciones.

En esto consiste la perversión de la política paraguaya. Esta perversión política es el agente morboso que inficiona nuestra organización social. No hay función social a donde no llegue su aliento venenoso; es un cáustico que disuelve todo, la moralidad de las costumbres, la solidaridad, la disciplina social. La política así depravada ha absorbido todas las aspiraciones, todas las ambiciones individuales, ella es el principal estímulo de todos los esfuerzos políticos.

En Inglaterra, hasta mediados del siglo XIX la gran propiedad agraria confería las consideraciones sociales y políticas.

Los que desde la época de la reina Elizabeth, se habían enriquecido en el comercio, transformaban en propiedad inmueble sus riquezas. Con la propiedad inmueble adquirían el principal título del prestigio social.

El poder político, el poder legislativo, era entonces un medio para facilitar la adquisición de la propiedad agraria y para garantizar su conservación.

La oligarquía agraria empleaba el Parlamento para rodear sus propiedades inmuebles de las garantías legales de su conservación, para defenderlas contra los impuestos onerosos, y en ciertos casos para aumentar su productividad por medio de leyes protectoras contra la concurrencia extranjera y por medio de premios.

La primera preocupación de la clase rica, fue adquirir inmuebles, la característica y la fuerza de la raza inglesa, se ha dicho es, the earth-hunger, la preferencia de la propiedad inmueble. "English Principles" mean a primary-regard to the interest of property, dijo Emerson.

En el Paraguay es costumbre conferir a ciertas propiedades inmuebles los nombres de sus dueños; se les denomina Villa Peña, Villa González. En Inglaterra los lores recibían los nombres de sus tierras, en vez de conferírselos.

En el Paraguay, el poder político, el Poder Ejecutivo, la administración, los puestos públicos y sus sueldos, son el fin predilecto de los partidos. Los partidos carecen de fines políticos, sociales o económicos ulteriores. Los principios e ideales enumerados en sus programas, son fórmulas teóricas, ensayos especulativos que no viven en ninguna propaganda activa, son decoraciones exóticas.

La política se ha convertido en una profesión lucrativa y honrosa, en una industria, así como la medicina o el comercio o una fábrica de cañones en otras partes. Se ingresa en la política, en los partidos políticos, para adquirir puestos públicos, para distinguirse, divertirse y ganar plata.

Los puestos públicos se han convertido en instrumento de las figuraciones falsas, precipitadas, en un aparato reflector de una falsa aureola, y la ambición de adquirirlos, y la vanidad de brillar sin aptitudes, en verdadera monomanía pública y social.

A hombres cuerdos que han hecho su fortuna con larga y paciente labor, o con la usura, con tragar el alimento de mil familias inocentes, se les ha arruinado con alimentar en ellos la visión, el ensueño de que llegarán a ser ministros o presidentes. Un solo defecto a veces destruye todas las virtudes. I1 coute moins a certains hommes de s’enrichir de mille versus que de se corriger d'un seul défaut.

El prejuicio político crea en todos un imperfecto, un falso ideal de vida, el de vivir en los puestos y de los puestos públicos. De él deriva el sentimiento de privaciones de los que no pueden adquirirlos, sentimiento que no existiría sin él. Das leiden NET nicht hervor ans dem Nichos - haben sondern ans dem Haben - wollen und doch nicht haben (Schopenhauer). Muchos por obtener un puesto público, distinciones efímeras, se hacen ridículos y desgraciados vitalicios. Es un resorte caprichoso que tuerce el buen sentido, que mueve todo al revés. L’interét particulier fascine les yeux, retrécit l'esprit (Voltaire). Este erróneo concepto de la vida ha prostituido nuestra política.

Los efectos de la relajación política son múltiples y complejos. Por respeto al asunto en que me ocupo, voy a exponer algunos de los principales efectos económicos solamente.

Este prejuicio atrae a los puestos de la administración pública a la mayoría de la población, a los que han adquirido alguna instrucción, y les aparta de las industrias, del comercio, de las ocupaciones económicas productivas. Los médicos se injertan en el Parlamento y los ministerios como si fueran hospitales clínicos, los pedagogos se hacen ministros o diputados, los agrónomos, perceptores de impuestos. Para los Tribunales mismos no quedan más que residuos deteriorados. Todos se congregan alrededor de los puestos públicos, se empujan, se atropellan, se tumban unos a otros, en excitación enferma, en oleaje turbulento, nervioso, continuo; cada uno quiere ser el primero en llegar a posiciones mejor rentadas. Se desdeña la actividad económica productiva y se devora improductivamente la exangüe economía nacional. De ahí el oneroso y estéril estatismo, el parasitismo peor que una plaga en el Paraguay. Primer zarpazo a la economía nacional.

Para fabricar salchichas se requieren aptitudes especiales; para ser legislador o ministro en el Paraguay el talento y los conocimientos son superfluos. La preparación, el carácter, la honestidad a veces estorban. Valen más ciertas contorsiones y genuflexiones del cuerpo que veinte años de estudios, que la decencia y la probidad.

Los que ocupan los puestos públicos creen saber todo, se creen aptos para todo; pierden la conciencia de la propia ineptitud. No saben que the science of power is forced to remember the power of science (Emerson). Los políticos paraguayos creen que basta patinar de un puesto a otro, de ministerio a ministerio y recoger las rentas que les son anexas para ser estadista. Incasable d`éter commisd`un bureau et capable de gouverner (Voltaire).

En el Paraguay para brillar con reputaciones falsas basta ser diputado, senador o ministro. Luego, es lógico que la pasión dominante sea la de adquirir esos puestos y conservarlos y que para eso en vez de estudiar, de prepararse y dignificarse, se adule, se intrigue o se implore servilmente. Por esta razón la mayor parte de los que ejercen los elevados cargos políticos son los arribistas petulantes. Todas las magistraturas han sido profanadas por la inepcia más franca y por la nulidad más absoluta. Así se ha llenado el Parlamento y los ministerios de aprendices, que se instruyen en almanaques del año pasado y destrozan la actividad económica nacional con sus caóticos y torpes ensayos legislativos.

Todo se hace al azar, por tanteo, por instinto como en un acceso de sonambulismo; todo se reforma sin necesidad, y nada se reforma de lo que es preciso reformar.

En un mar flotante de pasiones y apetitos, sin principios directores, sin sistemas, sin conocimientos, sin brújula, la intervención del Estado en la esfera económica se ha convertido en un oportunismo de detalle, de expediente, al día, que libra la economía nacional al capricho de los intereses particulares pequeños al presente.

No hay sistema, ni plan, ni métodos, ni fines económicos en el gobierno. Cada revolución, cada nuevo ministro, las intrigas de los válidos rompen la continuidad, coherencia, el proceso regular de la política económica.

Cada partido es como un torbellino de pasiones, de concupiscencia, de ideales y esperanzas, que se eleva un momento, sube, gira sobre sí mismo, remueve y alza los desperdicios políticos del arroyo y se disipa. Ningún partido cae a medias. Cada cambio de gobierno en el partido, disloca todo lo hecho anteriormente. La tradición, la corriente de actos sucesivos, continuos, progresistas, son imposibles.

Un empirismo ignorante yerra del proteccionismo al libre cambio; hoy crea premios para fomentar una producción determinada, mañana se la decapita con impuestos prohibitivos. Una constante oscilación entre mil sistemas, principios e intereses contradictorios, una ligereza peor que la barbarie ha estorbado la evolución natural de la economía nacional, ha mantenido plegadas, presas, sus energías. Es giba kein harteres Unglück in allem mensahen-Schicksale als wenn die Machtigen der Erde nicht auch die erste Menschen sind.- Da wird alles falsch, und schief und ungeheuer (Nietzsche). Otro zarpazo a la economía nacional.

El fin político es ocupar un puesto en la administración pública y la única preocupación es el puesto, es conservarse en él, aumentar el sueldo y disminuir el trabajo. Todo se subordina al interés propio; el interés personal es el supremo criterio del bien y del mal; él simula la ciencia, el patriotismo, todo, a veces hasta el desinterés.

De aquí surge un egoísmo miope que ve rivales en todos los demás; un caos político en que todas las fuerzas se estorban, y una anarquía, que es la senda de los abismos. Todos desconfían unos de otros, se maldicen, se calumnian, traicionan y espían; cada lengua es un puñal afilado, una lámina emponzoñada que ulcera los corazones e inyecta en ellos la discordia.

Se odian como concurrentes, porque cada uno no busca más que mayores ventajas en la política; se consideran como obstáculos o instrumentos, no se soportan sino cuando el uno es instrumento del otro. Son enemigos o cómplices.

Son incapaces de elevar la vista a las cumbres, de ver las grandes líneas, los horizontes lejanos del porvenir nacional. El único ideal son las ventajas externas, inmediatas, materiales.

A cada uno le parece que la más ligera fricción a su menor interés personal disloca todo el Paraguay. Las ventajas que aprovechan a otro, les parece que es la usurpación del bien propio. De ahí que las locas disputas políticas, la embriaguez de las pasiones, la eterna recriminación mutua de los políticos, de los partidos políticos.

La adhesión a los principios políticos, el compañerismo, la consecuencia política, el decoro personal, las obligaciones comunes, se desvanecen ante el exclusivo interés de adquirir y conservar el puesto.

La traición, la perfidia, el complot, la abyección, son medios lícitos según los sofismas del prejuicio imperante. Ni la perversidad, ni la impudicia, ni la claudicación, ni el crimen, han sido obstáculos para hacer "carrera" política en el Paraguay. Para escapar al castigo ha bastado agravar la falta. El fin justifica los medios; el éxito legitima todo. De ahí la idolatría del éxito político.

No se respeta el mérito, no se desprecia el vicio, nadie se indigna sinceramente contra la injusticia, nadie es justo. Los culpables pierden la conciencia de sus faltas, los hombres virtuosos, el pudor, y los políticos su nobleza. Buenos y malos viven en cada partido en una camaradería hipócrita, sin sinceridad, sin confianza recíproca, sin gratitud, sin generosidad. El interés los divide y los une y reconcilia sucesivamente. Los enemigos de ayer conspiran juntos; los amigos de hoy, se venderán mañana. En vez de partidos se forman círculos esporádicos y convulsivos de pequeños ambiciosos.

Ninguna sanción de las peores depravaciones, ningún estímulo de la  decencia en política. Nadie siente el remordimiento de haber traicionado un principio noble, una aspiración generosa.

Todos hacen sonar la gruesa cuerda del honor, del desinterés, del patriotismo, de la razón de Estado, de la patria; declaman con gesto altivo, arrogante las máximas de alto tono, en una jerga pedantesca.

Y en ese laboratorio de palabras sonoras no hay no sinceridad, ni modestia.

Cuando se examina su significado se encuentra que ellas no son sino denominaciones decentes, del interés del partido, de los amigos, del interés propio o del cinismo.

Al patriotismo, al interés nacional, han sustituido la demagogia, la embriaguez y el libertinaje de los intereses de los comités, la raposia, la matrería, el politicismo.

Los partidos en vez de ser útiles a la patria, utilizan la patria; en vez de servir sanos intereses nacionales en el gobierno, hacen que el gobierno les sirva ellos.

Dos o tres caudillos a la cabeza de sus partidos han luchado unos contra otros desde la Independencia como si en todo el Paraguay no existiera espacio suficiente para ellos. Cada uno busca su fortuna en la ruina del otro. Derrocan son derrocados, persiguen y son perseguidos, encarcelan y son encarcelados, destierran y son desterrados.

Y las conspiraciones, las amenazas, las represalias, las revoluciones, que fluyen del politicismo como excrecencia abominable, han difundido en nuestra población rural la marejada de la agitación, la incertidumbre, los rencores y las disensiones, han canalizado la emigración y han amenazado convertir en una Galilea desierta nuestro riente suelo, nuestro hermoso país.

Esta es otra de las funestas consecuencias económicas de la depravación política. En vano se pretenderá abolir estos vicios, sin extirpar el prejuicio que los engendra.

No se saneará nuestra política ni con nuevos sistemas electorales, ni con el voto secreto, la representación proporcional o el feminismo, ni con la tolerancia, ni con el fanatismo, ni con la indulgencia, ni con severas represiones, no se la corregirá con reformas legales, con aumentar el número de representantes, con rehacer la Constitución política. Ese prejuicio pervertirá las mejores instituciones, y sin él cualquier institución será buena y útil.

Hay que extirpar el prejuicio de las almas., hay que crear nuevos ideales de vida, hay que reorientar, remoldear la psicología colectiva. Es mayor lo que es preciso destruir que lo que es preciso crear, reformar en el Paraguay. Antes que sembrar, hay que extirpar la maleza, para que la semilla arraigue.

Cuando se llegue al fin a sentir que se puede vivir mejor fuera de un puesto público, que el talento brilla más en el periodismo, en la cátedra, en la tribuna popular, que la ilustración y la probidad valen más que las estériles y volanderas celebridades oficiales; "las glorias viajeras", entonces la política se regenerará por sí misma.

Todos los ensayos de reforma política se han frustrado porque se ha pretendido corregir los vicios con otros vicios, en vez de arrancar sus causas. De todas las tentativas hechas para higienizar la política, la peor ha sido la llamada política de "concordia", de "tolerancia". Este recurso consiste en la práctica en dar buenos sueldos a los que con sus gritos y amenazas, sus injurias e invectivas molestan a los gobernantes.

Es un tráfico en que cada uno cree obtener ventajas. Los gobernantes los compran, los "oposicionistas" se venden. Así se cree asegurar la tranquilidad de todos; con prostituir todos los partidos.

Desde el momento que molestar a los gobernantes con anatemas e invectivas dan mejor derecho a elevados salarios que el trabajo, el talento, la probidad, la oposición se convierte en profesión de los menos aptos. De aquí la política a ladridos.

Todos los que no tienen medios de vivir, los vividores, los que no pueden caer porque ya están abajo, se hacen sediciosos, imperiosos, fastidiosos, para de rentas fiscales. Es natural que se prefiera el trayecto más corto y la dirección de la menor resistencia. Celui qui réve la fortune la réve inmediate (Juvenal).

Esta tolerancia suprime la distinción, entre buenos y malos, establece una promiscuidad política inmoral, suprime las categorías sociales establecidas por el mérito, la autoridad y el respeto a la autoridad.

Los puestos son pasajeros, los favores se olvidan, las conciliaciones lucrativas son transitorias, todo pasa como una moda; el único resultado permanente es la degeneración política, la inmoralidad servil. La repugnante prostitución moral de nuestras instituciones.

La calma se establece algunos meses; pero el mismo sistema engendra nuevos descontentos. Claro está, lo que envenena la moralidad pública, no puede servir para conservarla. La indulgencia respecto de un vicio, cultiva mil otros peores. Con premiar a los corrompidos no se reprime la corrupción.

La tolerancia es necesaria, es legítima, es justa; pero ella debe ser selectiva y no abolitiva de todo valor moral. "Una sociedad es tolerante cuando todas las creencias hablan y se las oye en calma; no cuando hay esta calma porque callan todos" (Leopoldo Alas).



LA CUESTIÓN SOCIAL, es un libro escrito por Eligio Ayala, en el año 1.918, en Zúrich (Suiza), y nos dice en el Capítulo I lo siguiente:


La cuestión social es una prestigiosa expresión que resuena hoy en todos los corazones. Todos los partidos, los intereses, las aspiraciones, los principios más contradictorios se sirven de su simpática sonoridad. Ella es hoy una frase de moda, convertida en un predilecto lema internacional.

La guerra que entrevera todas las cuestiones viejas, las que desde siglos han sido objeto del noble tormento de investigaciones, que ha suscitado otras nuevas, ha impreso en ella una actualidad palpitante, le ha dado un interés penetrante, fascinante.

Y sin embargo ella carece de significado preciso, concreto. Cabe decir que su vasta popularidad, su difusión, su fuerza cautivante, emergen de su vaguedad misma. Ella es como una cápsula de oro en que se deposita desde las exigencias más angustiosas de la vida hasta los sueños más delicados y más dulces. Todo se amasa en ella en confusión abandonada y negligente. Se la aplica cuándo en acepción demasiado amplia, cuándo en acepción demasiada restringida.

La cuestión social es circunscripta a veces a la relativa del salario de los obreros,- su elevación, su forma de pago. Otras, a la que afecta al número de horas de trabajo, los accidentes del mismo, las condiciones higiénicas de las fábricas, las habitaciones obreras. Estas cuestiones parciales se amalgamaron en la que comprende las condiciones materiales de la existencia del obrero. El contenido de la cuestión social se dilató, invadió y abarcó otras cuestiones que se agitaban aisladamente. Se comprendió que no bastaba regular las condiciones del trabajo para asegurar el bienestar del obrero. Es preciso además que el trabajo mismo no falte, que se conserve abierta y viva la fuente casi única de los recursos del obrero moderno. Más, que no basta regular la producción económica; que es preciso readaptar la distribución de la riqueza producida a las necesidades de la clase proletaria. La cuestión social llegó a abarcar la producción y distribución económica, la actividad misma de la sociedad. La actividad económica de la sociedad tampoco corre en cauces aislados en la vida de la sociedad. Ella es condicionada por otras funciones sociales, y ella influye en el desarrollo de la sociedad.

El concepto de la vida prevaleciente en una sociedad, la organización política, las fluctuaciones de la voluntad social, moldean, dirigen y determinan la eficacia de la actividad económica. Y la expansión económica, la cantidad, la cualidad de la riqueza y su aplicación, alimentan la vitalidad de la sociedad, o desgastan su vigor, lesionan sus sanas energías. Las reformas económicas repercuten en la vida social, y la reorganización social, resuena necesariamente en todo el proceso económico de la sociedad.

Es evidente que una reforma económica radical no podrá realizarse más que por medio de una amplia reforma de la organización social.

La cuestión social así se elevó de las cuestiones locales, cambiantes, que interesan a la vida de una clase social, a la cuestión suprema de la organización social. Pero este desate lógico del significado de la cuestión social no se detiene en la vasta síntesis social. El calor de las controversias y de las aspiraciones que ella suscitó, y el progreso de las ciencias sociales la dilataron más todavía.

La vida social definida, disciplinada formada, en el estado nacional, moderno, no es aislada. Las sociedades están vinculadas entre sí por múltiples relaciones internacionales. Estas relaciones complejas y múltiples, imponen a la economía nacional una dependencia más o menos amplia de la economía internacional.

Las relaciones internacionales determinan una específica organización nacional. Muchas transformaciones sociales y económicas emergerían lógicamente de una determinada organización internacional. Mientras subsistan el egoísmo nacional, la ambición de la supremacía, las rivalidades y sobre todo la desconfianza entre los diferentes estados, una gran parte de la cuestión social será insoluble.

La cuestión social, por consiguiente, se transformó en cuestión internacional.

En esta acepción, la cuestión social es indeterminada, vaga e innecesaria. Ella no expresa más que el fenómeno de la correlación entre las numerosas actividades sociales, la interdependencia de los hechos sociales tan largo tiempo desconocida. El oleaje de ampliaciones sucesivas de sus diversas significaciones, lejos de condensarse en un contenido definido, concreto, esfumó toda significación clara, convirtió la cuestión social en una frase hueca, retumbante que ofusca y confunde. Esta aceptación global, inflada, imposibilita toda investigación fructuosa, útil.

Para investigar las soluciones de una cuestión, es necesario ante todo, definir su contenido, distinguirla y deslindarla de otra, caracterizarla.

Las significaciones particulares, específicas, tampoco satisfacen las emergencias de una investigación científica. Las cuestiones obreras, las múltiples cuestiones parciales derivadas de la desigualdad entre las clases sociales, son parte de la cuestión social, son cuestiones sociales, pero ellas no determinan la cuestión social, la verdadera, fundamental, constitucional, antecedente, mediata.

Además, la expresión cuestión social es empleada en acepciones diversas, contradictorias, muchas de ellas, y es confundida con otras de naturaleza completamente diferente. Este caos de sus numerosas aplicaciones aumenta la dificultad de determinar su verdadero significado.

La cuestión social se confunde a veces con algunos de los medios surgidos para resolverla, con la reforma social.

Muchos investigadores sociales, consideran el socialismo como la cuestión social. El socialismo es un síntoma, una proyección de la cuestión social, pero él no es la cuestión social misma. El acusa su existencia, pero no la define.

El socialismo surge de un estado social determinado, se concreta en un sistema de solución de la cuestión social. Y las varias soluciones concebidas, las utopías, las fórmulas de una reorganización social, han suscitado nuevas cuestiones sociales.

Los últimos y los más científicos sistemas del socialismo, el llamado científico de Marx, y sus imitaciones y modificaciones, apenas sí esbozaban el contenido material de la cuestión social, su flanco meramente económico. Ninguno se ha preocupado de definir la cuestión antes de intentar su resolución. El socialismo pretende remontar de la solución a la cuestión a resolverse, en vez de descender de la cuestión a su solución. En vez de buscar la solución en la cuestión misma, intenta traducir la cuestión social en su solución.

El socialismo se contradice. Todo sistema de reorganización socialista constituye una proyectada reforma social. Y la reforma social implica la solución de la cuestión social. La reforma social es una afirmación de la reformabilidad social. Ella presupone y admite cierta solución de la misma, no la define.

La necesidad de precisar la significación de la cuestión social ha estimulado a muchos reformadores sociales a determinarla por medio de fórmulas. Estas fórmulas multicolores tampoco han logrado revelar y fijar su verdadero concepto.

Es fácil comprender que el bienestar del obrero depende en gran parte del obrero mismo. Las condiciones materiales hacen posible la existencia, pero ellas no determinan necesariamente una forma cierta de vida. Los mismos medios de vida pueden ser aplicados diferentemente. El obrero, sus prejuicios, sus hábitos, sus creencias, su voluntad, en suma, decide de la forma de existencia a realizar con los medios adquiridos de la misma. El obrero puede aplicar sus recursos a desplegar sus aptitudes, a cultivar sus facultades, a vivir noblemente, a elevarse sobre la mera animalidad. El puede también aplicar los mismos recursos a la satisfacción de inclinaciones propias de la animalidad, de instintos degradantes de la dignidad humana.

En resolución, su moralidad, la dirección específica de su voluntad deciden de los efectos buenos o malos de las condiciones de la existencia material. Por otra parte, la convivencia social, armónica, la relación de la más simple reforma social, requieren cierta moralidad social. Esta dependencia lógica entre la moral y la cuestión social, es innegable e ineludible. Y ella ha inducido a muchos tratadistas a afirmar que la cuestión Social es una cuestión moral. Tales los neokantianos.

Otros niegan la influencia de la moral en las determinaciones de la voluntad humana. Realistas, creen que los actos humanos ceden a causas naturales, a leyes inflexibles y reducen la vida humana al instinto de la propia conservación. Estos positivistas abrigan la convicción de fijar el significado de la cuestión social con afirmar que la cuestión social es una cuestión de vientre.

La solución de muchas cuestiones sociales requiere una determinada organización política, cierto grado de libertad individual, cierta igualdad jurídica.

Y este hecho inspira a algunos la afirmación de que la cuestión social es una cuestión política.

Muchas perturbaciones económicas han resultado de la ignorancia de las leyes económicas más elementales. De la confusión de la riqueza con la moneda, han derivado muchas crisis sangrientas, huelgas violentas, luchas encarnizadas y ciegas de obreros, que han paralizado o disminuido la producción económica, eleva los precios y esta elevación sustrae las ventajas ganadas en las luchas cruentas por obtener mayor salario.

Basta abrir las páginas de la historia económica para multiplicar los ejemplos. La necesidad y la utilidad de los conocimientos científicos son indiscutibles. Estos conocimientos son uno de los más poderosos medios de adaptación, de la lucha por la existencia.

La idolatría de la ciencia ha cautivado muchos espíritus. Ingenuamente se ha creído que basta saber que obrar, que basta saber lo que es preciso hacer para que él sea hecho. Y por esta razón se dice que la cuestión social es una cuestión científica, sociológica, educacional. Muchos no comprenden todavía que la acción, la realización, emanan de la voluntad y que fuera de las realizaciones concretas, las proyectadas reformas sociales son quimeras.

Para realizar una aspiración, una convicción, una reforma, es preciso además de los medios y del conocimiento de las mismas, una voluntad, es preciso querer, esforzarse, trabajar.

Cabría citar muchas otras determinaciones de la cuestión social, análogas a éstas.

Todas carecen de valor científico. Ninguna de esas fórmulas traduce el significado de la cuestión social. Todas ellas equivalen a la ingenua pretensión de definir una cuestión por medio de otra.

Si la cuestión social fuera una cuestión moral, no habría necesidad de emplearla. Basta definir la cuestión moral. Y esta definición de la fórmula de sustitución no se advierte de ninguno de los que las proponen. Una ecuación no queda resuelta con reemplazar una incógnita por otra.

Además, en todas estas fórmulas populares sobrenada una confusión fundamental.

Se dice, por ejemplo, que la cuestión social, es política, porque un determinado régimen político es indispensable para resolverla. Hay en esta consideración la confusión de los medios con los fines. Se confunde los medios para resolver la cuestión social, o para realizar una reforma social con la cuestión social.

La cuestión social, en su acepción amplia, colora todos los problemas particulares de la vida social. Si se investiga a fondo cualquiera de las cuestiones sociales parciales, se descubre que ella arraiga en la vida social, que ella está ligada a las otras cuestiones sociales, que todas se compenetran, se condicionan unas a otras. En este sentido se afirma que toda cuestión parcial, la moral, la economía, la artística, son una cuestión social. La fórmula, puede ser sustituida por la otra, no menos cómoda, "la cuestión moral es una cuestión social" Brunetière).

Inversamente, la cuestión social considerada con relación a los medios de resolverla, puede convertirse en cualquiera de las cuestiones parciales. Para realizar toda reforma social, conforme a la solución de la cuestión social, todas las funciones sociales particulares son necesarias, porque todas ellas constituyen el ambiente que condiciona su germinación. Así, muchos escriben que no todas las cuestiones religiosas, por ejemplo, son sociales, pero que toda "cuestión social es una cuestión religiosa".

Estos conceptos que juegan entre sí, que remontan y descienden, que parecen excluirse cuando se atraen y atraerse cuando se excluyen, no dicen palabra de lo que es la cuestión social. Ellos acusan la relación estrecha que vinculan las cuestiones sociales entre sí, las cuestiones sociales a la cuestión social, pero no ofrecen el más vago concepto de la cuestión social.

La cuestión social se ha aplicado también a otro conjunto de fenómenos que constituían una fisonomía específica de nuestra época. En los últimos años que precedieron a la guerra, se advertía en los pueblos civilizados una inquietud, una agitación febriciente, una excitación sentimental, un delirio intelectual. Las tendencias, las doctrinas, los conceptos de vida más contradictorios giraban unos sobre otros, como en un enorme remanso.

No existía un ideal robusto, profundo y simple, capaz de hacer converger las actividades sociales hacia un cauce común.

El nacionalismo, el poder militar, el suspicaz egoísmo nacional, la paz armada, asfixiaban la libertad, derrochaban las energías, aplastaban la vida social.

Las ciencias técnicas aumentaron los medios de producción. El aumento de la producción estimuló la concurrencia social. Pero los resultados de la concurrencia, del cientifismo, secaron muchas esperanzas.

El optimismo cifrado en el individualismo, el positivismo, la multiplicación de la riqueza, fue suplantada por la desilusión y un pesimismo desesperante. La agitación incansable por lucrar, enriquecerse, fue combatida por las exigencias de las clases deprimidas en la miseria.

Justas quejas y reivindicaciones, y vulgares ambiciones de goces materiales se cruzaban en la atmósfera social.

Las clases sociales presas de un estremecimiento morboso se acusaban mutuamente. Sobre el espantoso caos de los intereses y aspiraciones antagónicas, flotaba como una baba de indignación y de rabia, el montón de recetas, formuladas para remediar los males sentidos. Unos reclamaban la libertad completa, la autonomía individual, otros la democracia, la igualdad, la nivelación general. Quienes la abolición de la propiedad individual para desatar la libre concurrencia, quienes la abolición de la concurrencia para realizar la igualdad.

Se clamaba contra el materialismo económico, ora por la readopción de una ética absoluta, por el renacimiento del ideal cristiano, ora contra el individualismo egoísta, por intensificar los sentimientos de la solidaridad social, por refrenar las luchas de clases.

Muchos, desengañados, cansados de esperar la realización de sus sueños de felicidad, maldijeron las luchas de clases, las revoluciones, los dogmas del liberalismo, se entregaron a la idolatría del estado. Así como antes todo se esperaba de una religión de estado, se esperaba después, las reformas salvadoras del estado convertido en religión. De la religión de estado se pasó al estado de religión.

La educación despierta deseos y ambiciones, refina las facultades, destaca las desigualdades de aptitudes. Una cultura a medias, intensificaba la facultad de sentir los males sociales; pero no confería la aptitud necesaria para discernir y percibir los medios de reformarlos. Y la imposibilidad de realizar las ambiciones dilatadas, la dura realidad que marchitaban las flores de esperanzas abiertas en las aulas de enseñanza, engendraron un frío escepticismo, desvanecieron la fe, el entusiasmo, la esperanza. El método positivista disgregó las ciencias sociales. Se aislaron y estudiaron categorías aparte de los fenómenos sociales, políticos, económicos, educacionales, estéticos, biológicos.

Estas investigaciones particulares, se efectúan en conceptos de vida completamente diferentes. Unos investigan el reflejo de sus convicciones materialistas, otros, el de sus preocupaciones espirituales; unos, animados por la aspiración de la libertad, otros, por la desigualdad, éstos, persuadidos de que la sociedad es la personalización de los individuos; aquéllos de que los individuos son las unidades vivas y autónomas de la sociedad. Esas antagónicas investigaciones se condensaban en conclusiones no menos contradictorias.

De aquí la ausencia de una verdadera cultura, de una síntesis de los acontecimientos especiales, que traza una tendencia convergente, solidaria, armónica, de las actividades individuales. Los múltiples conocimientos particulares, no se derritieron en el espíritu para formar una nueva unidad, una nueva sustancia del mismo. Los complejos y múltiples pequeños conocimientos opuestos, forman así fuerzas externas que atraen la actividad ya en una dirección, ya en otra, según los intereses del momento. El hombre se convierte en objeto de influencias concurrentes, cede pasivamente, deja de ser sujeto, agente dinámico, capaz de dar forma a las influencias diversas que pesan sobre él.

Esta confusión, este remolino de tendencias, intereses, aspiraciones tan diversas, esta inquietud traducida en tantas protestas impacientes, agitaciones y crisis, ha sido denominada cuestión social.

En mi concepto, las aspiraciones son síntomas de un malestar hondo en la sociedad, y el malestar mismo, una de las manifestaciones de existencia de La cuestión social.

Es preciso remontar de los síntomas externos a las causas; de los efectos manifestados las causas mediatas, para descubrir donde reside y en qué consiste la verdadera cuestión social.

Para caracterizar la cuestión social es necesario descender a sus fuentes, a los hechos que suscitaron sus primeros latidos, si cabe decirlo, y seguir sus ondulaciones a través de las vicisitudes económicas.

Las cuestiones obreras desvanecieron todas las otras cuestiones: las políticas, religiosas, morales, científicas. Y esta sugestión ejercida por las cuestiones obreras, escondió la verdadera cuestión, que latía en el fondo de las alborotadas masas proletarias.

El proletariado concibe y quiere una existencia mejor, un estado de vida en que por lo menos se atenúen sus sufrimientos actuales; percibe y acaricia un ideal flotante hacia delante, como una columna de luz.

Por otra parte, se advierte inequívocamente la condicionalidad de la vida. Las circunstancias exteriores, el ambiente de vida, imponen una estrecha limitación a la voluntad.

El hombre es un organismo que aprehende en la natura en que está sumergido los elementos de su vida. Está vinculado en la tierra; la luz, el calor, el aire, le enlazan a la amplia realidad que flota sobre él, bajo él, en torno de él. Todo acusa un vasto orden cosmológico, y la más ligera observación le advierte que él no es más que un débil ganglio del gran sistema cosmológico.

Las condiciones externas de la existencia son independientes de la voluntad, el organismo obedece a sus propias leyes, se sustrae a las decisiones de la voluntad. Y, sin embargo, es inextinguible la confianza en el esfuerzo propio, en la propia iniciativa, en la facultad íntima, activa, de replicar las influencias externas.

Estos dos hechos que en apariencia se contradicen trazan la gran interrogante de la cuestión social.

Antes de investigar las reformas sociales particulares, antes de ocuparse de definir su objeto, sus fines, sus medios, es preciso decidir si la organización social es reformable.

La verdadera y honda cuestión social consiste en investigar si una reforma social es realizable, si una actividad teleológica puede reobrar eficazmente sobre el ambiente físico y social, sobre los motivos y los impulsos que determinan la decisión de la voluntad.

Es preciso saber ante todo si el progreso es posible, precisar su naturaleza v sus límites.

Esta es la cuestión capital, la cuestión que se advierte detrás de todas las tentativas de reformas sociales. Si en la natura, todo obedece a leyes fijas e inalterables, o todo tiende a la realización de fines externos preexistentes, si el organismo humano no es más que un mecanismo cuyo funcionamiento es un tejido de causas y efectos inflexibles o un órgano pasivo de fines preformados, todos los esfuerzos para realizar una reforma social serían infructuosos y estériles. La distinción entre el bien y el mal sería una mentira y a las estériles luchas contra las circunstancias desfavorables de la vida, sería preferible la resignación estoica y la apatía, sería más consolador abandonarse a la corriente del destino, aceptar todas las vacilaciones y sus repercusiones sobre el alma indiferentemente como lo mejor posible.



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