DE CARA AL CORAZÓN
Poesías de ELVIO ROMERO
(BIBLIOTECA POPULAR DE AUTORES PARAGUAYOS Nº 9)
© de esta edición Editorial El Lector/
© de la introducción Francisco Pérez-Maricevich
ABC COLOR y Editorial El Lector, Asunción-Paraguay 2006
Director editorial: Pablo León Burián
Coordinador editorial: Bernardo Neri Fariña
Guía de trabajo: Francisco Pérez-Maricevich
Asunción - Paraguay
2006 (80 páginas)
ÍNDICE
INTRODUCCIÓN
· CARTA DE GABRIELA MISTRAL
· CANCIÓN
· MAGIA
· AQUEL DÍA
· TUS PASEOS
· FERVOR
· POR QUÉ
· CONOZCO LO QUE TRAES
· TRANSFIGURACIÓN
· ELLOS
· ASÍ NOS COMPLETAMOS
· SOMOS ÚNICOS
· QUISIÉRAMOS
· DIRÁN
· AH, NO TEMAS, HERMOSA
· HALLAZGO
· ASÍ ERES
· TAMBIÉN VIENES DE ABAJO
· FUEGO PRIMARIO
· EL BESO
· TE LLEVARÉ A LOS MONTES
· VESTIMENTAS
· NUESTRO LECHO
· LAS SONRISAS DORMIDAS
· ELLA
· FUEGO
· ESOS DÍAS EXTRAÑOS
· ÉXTASIS (ANTE UN PAISAJE)
· INVITACIÓN
· MÚSICOS SOMOS
· SÓLO NOS CABE YA
· APÉNDICE
· EN LA NOCHE CALLADA
· CIELITO DEL PARAGUAY
GUÍA DE TRABAJO
INTRODUCCIÓN
Elvio Romero: el poeta esencial desde el destierro
1
En Yegros, hijo de campesinos, nació en 1926 el que sería, apenas traspuesta la adolescencia, uno de los más grandes poetas paraguayos del siglo XX.
Sus primeras experiencias de vida se asocian a las múltiples vicisitudes de la penuria familiar en las que los esfuerzos del padre para sacar adelante a la familia se empleaban en variados oficios. De ese modo recorría los pueblos vecinos de los departamentos de Caazapá, Paraguarí y otros llevando su calesita con caballitos pintados de vivos colores "y sus cerros de rauda maravilla". Realizaba espectáculos de malabarismo, con los que regocijaba a los niños pueblerinos haciéndolos soñar. Y no se detenía en esto: tallaba santos de madera, oficio que rescatará el hijo en un poema magistral:
"Lacú, cara de miel, cara de santo,
temblándole, jadeante, la camisa,
fabrica santos, leve la sonrisa,
barcino guante de sudor la mano.
"Trabaja en palos. Y al tallarlos tanto,
con calor de melcocha por la frente,
lo llama por allí la buena gente:
Lacú, cara de miel, cara de santo".
Y no sólo el padre desplegaba habilidades y emociones de artista. También la madre, como innumerables otras mujeres paraguayas de aquel tiempo, tenía escondido un cuaderno con recortes y copias manuscritas de poemas. Hugo Rodríguez-Alcalá-que lo recuerda-dice que eran poemas de Darío, Gutiérrez Nájera, Nervo, Núñez de Arce y que el hijo recordó como "versos de otros tiempos o de ese tiempo irrescatable que su madre guardaba". De este cuaderno, dice H. Rodríguez-Alcalá, "Elvio se apodera (...) y aunque apenas sabe leer se lo va aprendiendo de memoria".
En la década del 30, antes de sus diez años, su familia abandonó Yegros y se domicilió en Asunción. En esta ciudad, el futuro poeta sintió el tedio de las aulas en el Colegio Nacional y abandonó los estudios académicos. Inquieto, curioso, sensible, ya con sus primeros poemas en los bolsillos se los mostró a Julio Correa, el gran dramaturgo y poeta civil de rotunda voz, de quien se hizo amigo entrañable. También amistó con poetas tan intensos y plenos como Hérib Campos Cervera, Josefina Plá, Augusto Roa Bastos y otros de no menor calado de quienes aprendió en las tertulias de Vy'a raity. Con ellos se zambulló en las lecturas de los grandes poetas españoles del 27 y en la de los franceses de la Resistencia. Él mismo nos lo recuerda:
"Año 1945. Un inquieto grupo de escritores, dentro de ese tenso clima de fervores cívicos, desplegaba su actividad en el Paraguay. Componían su núcleo, principalmente, Hérib Campos Cervera, Augusto Roa Bastos, Josefina Plá, Hugo Rodríguez-Alcalá. Intentaban ellos, en un país culturalmente postergado, actualizar nuestras letras al nivel de cuanto se hacía en el mundo; o, por lo menos, en América Latina. La Segunda Guerra Mundial llegaba a su término. Se produciría, a escala universal, un ascenso de las aspiraciones democráticas de los pueblos, un inusitado resplandor que también contagió al Paraguay, los escritores jugarían un relevante papel. Los poemas, los artículos, los cuentos estaban contagiados por las corrientes universales en boga. Poemas de Eluard, de Aragón, que eran los símbolos de la Resistencia francesa, aparecían traducidos. Las revistas y los suplementos literarios concitaban un interés sorprendente (...) Se nos hizo familiar el nombre de García Lorca, Cernuda, Aleixandre, Emilio Prados, Alberti, León Felipe y, entre los americanos, Neruda, Guillén, Vallejo, (González) Tuñón. (...) En ese clima de exaltación y embriaguez, publiqué mis primeros versos".
Llevado por sus convicciones políticas de izquierda (de las que jamás abjuró) se unió a las milicias revolucionarias. Con la derrota del ejército insurgente en agosto de 1947, Elvio Romero se marchó al exilio que duró cuarenta años de su vida, hasta 1989. Durante todo ese largo lapso fue construyendo un edificio poético de profundos cimientos en la experiencia histórica de su pueblo, de la que fue sin duda alguna una extraordinaria voz.
Viajó por gran parte de Europa, América, Asia y África para asistir a congresos, festivales, reuniones y encuentros dando magistrales lecturas de sus poemas y ofreciendo conferencias sobre asuntos literarios con notable penetración crítica. En todos ellos llevó la presencia intelectual de su país con dignidad y altura atrayendo la atención sobre su movimiento cultural tan desconocido allende sus fronteras.
Desde su inicial DÍAS ROTURADOS (1948), que contiene sus poemas de la guerra civil del 47 (cuyos originales perdió en su fuga y que reconstruyó a través de la memoria ya en Buenos Aires) y que lleva una introducción escrita por Rafael Alberti en magníficas redondillas, hasta LOS VALLES IMAGINARIOS (1984), publicó doce libros de poesía, más dos selecciones: ANTOLOGÍA POÉTICA (1965) y SUS MEJORES POEMAS (1996), más una selección -doce poemas- publicada en el Ecuador en la década del 70, y dos volúmenes de POESÍAS COMPLETAS (1990). Sus libros poéticos han sido traducidos a más de una docena de idiomas. Cassettes y CD conservan muchos de sus poemas leídos por él con una calidez y emoción contagiosas.
En prosa no menos bella que su verso, escribió agudos ensayos sobre Miguel Hernández, dos de cuyos libros -VIENTO DEL PUEBLO Y CANCIONERO Y ROMANCERO DE AUSENCIAS (1956)-prologó y cuyas Obras completas ordenó para la Editorial Losada, de Buenos Aires. En 1958, esa editorial publicó su MIGUEL HERNÁNDEZ, DESTINO Y POESÍA, que mereció una segunda edición en 1979.
Muchos de sus ensayos y conferencias sobre el fenómeno poético, su recepción estética de la obra de algunos grandes autores leídos por él con pasión (Francisco de Quevedo, Rubén Darío, Nicolás Guillén, Rafael Alberti, Pablo Neruda, León Felipe, Federico García Lorca y otros) le proveyeron de temas que le encendieron la inteligencia y saciaron su avidez estética. Estos textos fueron recogidos en EL POETA Y SUS CIRCUNSTANCIAS (1991, 2002), libro por el que obtuvo el Premio Nacional de Literatura, en 1991. El último de sus libros, FABULACIONES I, un conjunto de escritos breves que recogen anécdotas, visiones, recuerdos y vivencias, se publicó en el año 2000, en Asunción.
El poeta falleció en Buenos Aires en el 2003.
2
DE CARA AL CORAZÓN, publicado originalmente en Buenos Aires por Losada en 1955, es el primero de sus tres libros en que trata el tema amoroso. Los demás textos del poeta y aquellos que son representativos de su creación lírica, tratan otros temas, especialmente el tema de la libertad y la visión del país como naturaleza e historia.
Surgidos desde el dolor del exilio, sus poemas configuran un vasto escenario dominado por la desolación y la pobreza, trizado por la violencia y la muerte, la injusticia y el abandono, la soledad y la opresión, el miedo y la orfandad. Su visión del país recordado tras la niebla de la nostalgia es angustiosa, como situada al borde de la desesperación. Y, sin embargo, a pesar de su enraizamiento en el dolor, salta de ella un relámpago de esperanza, una convicción, una fe: la libertad resurgirá de sus ruinas, el pueblo volverá al dominio de su destino, a poseer su propia historia, a hacerla o a rehacerla conforme a sus propósitos, a sus fines, a sus sueños inmemoriales. O como lo dijo el poeta en uno de sus innimerables modos:
“Mil veces he tenido que marchar de tu lado
y regresar mil veces. Tendría acaso
la predestinación de esta tierra,
la de todos los hombres y las cosas
de este solar: cambiar de sitio siempre,
trasladarse y volver
a la querencia, salir y retornar
a la entraña, a la matriz desollada,
desmemoriado y memorioso, intacto, herido,
con espadas dispuestas a otra intensa jornada".
Concibió la poesía como que era "el resultado de ciertos recuerdos que alimentan su germinación a través del verbo". Concepción que le vino, acaso, de su práctica, de su constante rescatar el alma de su país del amasijo de sus recuerdos, de su memoria puesta al rojo vivo. Con el paso del tiempo, aprendió a convivir con otros recuerdos, acaso más hospitalarios que los obsesivos de la destrucción y del despojo, del desposeimiento de su tierra. Recurrió a los mitos, a los personajes y oficios populares, tal como se ve en LOS VALLES IMAGINARIOS.
Elvio Romero fue un poeta con pleno dominio de su instrumento verbal y de sus estrategias configuradoras del poema. Sus recursos expresivos fueron múltiples y utilizados con destreza. Su estudio no es de este lugar (aludiremos sólo a dos de esos recursos: la anáfora y la imagen visionaria).
DE CARA AL CORAZÓN (1955), el libro que el lector tiene en sus manos, es una bella colección en la que el lenguaje claro y transparente deja traslucir una sensibilidad intensa, completamente alejada de la sensiblería al uso en el tratamiento de las múltiples irisaciones y transfiguraciones del tema de amor en poesía. El poeta juvenil expresa su sentimiento con un colorido imaginístico rico y variado. Ecos de Miguel Hernández y de Neruda pueden escucharse en esos espléndidos versos. Si no el mejor libro amoroso, es ciertamente éste uno de los mejores de la literatura paraguaya.
FRANCISCO PÉREZ-MARICEVICH.
Agosto del 2006
POESÍAS DE ELVIO ROMERO
MAGIA
Siempre quisimos que el mundo
se viese como hoy lo vimos,
como lo supimos ver,
como en horas de amor lo presentimos,
siendo lo que anhelaba ese deseo
de ver de otra manera, ver que el río
sale a jugarse en brazos de la noche,
y a la noche escuchar rumor de ríos.
Quién diría que no vi
tu imagen sobre el rocío,
que no vi tu inicial bordada arriba,
que no te vi en el iris de su abrigo,
que no miré tu cabellera negra
como encarnada en vértigo a su arrimo,
espejo del albor, encantamiento
del encendido sol que va contigo.
Te vi temblar;
al verte temblé yo mismo.
Sólo en sortilegio puro
y mágico pudimos ver lo que vimos,
el camino subiendo hasta los bosques,
los bosques descendiendo hasta el camino,
una amorosa espiga alando el viento,
el viento hablando de secretos íntimos.
Siempre quisimos que el mundo
se viese como hoy lo vimos,
como se debiera ver,
con esa desnudez del amor tibio,
escuchando en sosiego ese susurro
de tu cálido aliento junto al mío,
del corazón furioso como al soplo
confuso del aprieto de un gemido.
Todo de repente mágico,
tembloroso, conmovido.
Y de cara al corazón
y al reino juvenil de estar dormidos
o estar despiertos, viéndonos el fondo,
cambiando el fuego cándido y la vida
y la muerte en idéntico delirio!
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ASÍ NOS COMPLETAMOS
Al comienzo el amor, buena muchacha,
al comienzo el amor, las soledades
y las noches doradas.
Al comienzo el amor. Y adivinabas,
Que el pecho que nutría tus anhelos
Te invitaba a su marcha.
Te trajo aquí el amor. Y nuestras almas
buscaron conseguir pronto la altura,
pronto una tierra honrada.
Bastó mirar alrededor. Y el alba
entró resuelta a gobernar el fuego
tibio de nuestras ansias.
Te trajo aquí el amor. Y ya la casa
del amor se inundaba con los sueños
de libertad, amada.
Levantaste los ojos. Te alumbraba
la misma chispa con que yo encendía
la mecha de mis lámparas.
Y no hubo entonces soledad; ya nada
pudo turbar esa quietud profunda
que vive en tus palabras.
Y hallaste lo que es hoy tu nueva patria:
el sueño justo, el pretender sin tregua
una firme esperanza.
Así emprendemos ya, juntos, la marcha.
Y nada es duro entre los dos, por dura
que sea la batalla.
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Por triste y dura, pues la vida traza
para los dos una fragante ruta,
radiante y fecundada.
Así nos completamos. Somos altas
simientes injertando otras simientes,
otro sol, otras caras.
Al comienzo el amor, buena muchacha,
para lograr después, palpando el día,
la libertad mañana!
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ASÍ ERES
Hoy necesito todo lo virginal que tienes,
la firme claridad que te inflama y te toca,
la adormecida aurora que tus párpados guardan,
la decisión de azahares que esplende por tus sienes,
las silenciosas salvias de tu umbral, la alegría
que cimbrea tus pasos, que bulle por tu boca,
las velas de la brisa que en tu sendero aguardan,
la subyugante calma de tu melancolía...
¡Quién no pudiera un día llegar a ser más bueno
si en mis hombros derrumbas pájaros pensativos,
trinos que exultan toda su ilusión madruguera;
si eres toda de lluvias, de espuma, de latidos,
si vives -pulso adentro- con el cántaro lleno
de una miel milagrosa, esperanzada y viva,
si a tu cintura ciñe un cendal la primavera
y en agua mansa acoges a los seres queridos!
Tú sabes que el sol fulge para nosotros, hiende
su relámpago tibio por su cálido aliento,
que sus diáfanas ramas, de altura ensimismada,
el nogal de la cerca sobre la casa extiende,
que opimos frutos penden sobre todas las cosas,
que el silencio apetece constelar la morada,
que nuestro pan se orea de un caudaloso viento,
que en nuestro lecho cantan gramillas generosas.
En ti miro paisajes: tu frente es una cumbre
donde la fronda glauca de una nube se abrasa;
reconozco telares arbóreos en tu ceño,
que un sesgo de amargura no amilana ni cierra
en tus ojos los puros mastines de una lumbre,
en tu pelo las ramas, como un lejano sueño,
y en tus manos, orladas por la paz de la casa,
la trémula y primaria densidad de la tierra.
Te quiero así, profunda, con ternura de lino,
con albo helor de hielo besándote la cara,
pecho en flor que es a un tiempo panal y hospedería
de todos los que abrevan su sed en tu camino,
corazón que abre a un tiempo su cálida ventana
y gorjeando lleva su pura estrellería,
su rutilante risa por una noche clara
que aventa el polvo antiguo dormido en la mañana.
¡Resérvame tu boca, la luz que en ella exhalas,
los racimos de sangre de tu ardor, el donaire
que en el recogimiento de tus faldas reposa,
las anhelantes lunas de tu pecho, sus alas,
y que todo el tesoro que reúnas, callada,
se ahonde por el aire,
por el aire me encienda!
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TAMBIÉN VIENES DE ABAJO
También vienes de abajo, vienes
con fibras en la cabellera,
con barros hondos en el pecho,
con el vientre lleno de tierra,
con toda la ternura en un ramaje
de misterio y de fuerza y de tristeza.
También vienes de abajo, vienes
con relámpagos que no tiemblan,
con mano fiel. Cargan tus hombros
días de profundas esencias;
la hondura guarda su vasija
de una encendida transparencia;
allí me crece a mí la barba dura,
a ti, el pecho de avena y fortaleza.
Todo insurge en nosotros, todas
las antepasadas maderas,
el humo y la ceniza, flores
de otro tiempo nos alimentan,
los dos brazos sobrevivientes
de antiguas y dolidas piedras,
con el color del tiempo en nuestra cara,
con un sonido de nostalgia y tierra.
Los hijos te nacieron verdes,
porque brotaron en las huellas
verdes de la hondura; son verdes
frutos hallados en la arena,
alimentados de tu alegría,
alimentados de tu tristeza,
verdes hijos que en vísperas de hombrías
las ascuas vivas de tus ojos llevan.
Allí te sellarán los labios,
abajo, donde todo quema,
hija del amor, criatura
ya demudada en su belleza,
allí te espigarán perfumes
y raíces de la cabeza,
mujer segura, iluminada y honda,
enamorada, dulce, fuerte y nueva.
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MÚSICOS SOMOS
Al fin, no somos ya sino dos buenos músicos
con su guitarra y sus arpegios; ya no somos
sino habitantes quietos de una quieta penumbra
esperando el rocío con atención, de hinojos;
somos dos ciegos músicos que afinan el oído
ganando, palmo a palmo, su sortija de asombros.
Música adentro vamos; de música hemos hecho
la cabaña calmosa para nuestro reposo,
barro y música insurgen del halo de tu pecho,
música y pan callados en rumoroso coro;
esa porción pequeña de sueño que guardamos
ganada, palmo a palmo, con pasos silenciosos.
Y buenos caminantes, música adentro vamos
palpando sobresaltos; con mi música acoso
la floreciente risa de salud con que me amas,
cumplo con la ternura callada de tus ojos;
de vez en cuando escondes nostalgias y recuerdos
y yo el secreto oscuro de mi tristeza escondo.
Nos ciñen lluvias claras; hay aguas andariegas
que suenan muy debajo con sus ecos remotos,
y monte a monte aguardan, al ras de cada hierba,
lirios ebrios que baten polvo de nuestros hombros;
tú siempre reclinada, situada en el punto
de música que ahora circula entre nosotros.
Música adentro vamos; como joya escondida
el silbo entre la lengua, desvelado y hermoso;
convidados del alba y oficiantes del rito
radiante de hallar siempre, junto a cualquier recodo,
el gesto satisfecho de acuñar los latidos
más hondos de la sangre, con música y asombros!
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SÓLO NOS CABE YA...
Mi dulce y buena camarada, ahora
nos cabe contemplar subir la aurora.
Hemos puesto el amor en un paraje
de soles y esperanzas, su follaje
tiene un claro color por dar al hombre
una nueva canción y un nuevo nombre,
sueños que suben como un agua pura
en fuentes de aire, en iris de hermosura;
vemos de pronto amanecer, amamos
el albo resplandor y no anhelamos
sino ver a la vida, hermosa estrella,
más dichosa, más álgida y más bella.
Mi dulce y buena camarada, luego
no habrá más que atizar la luz y el fuego.
Tú ves que a veces nuestro amor no suena,
no crece en calma, en plenitud serena;
no estás de pronto aquí, no estoy a veces,
otros seres nos llaman, otras mieses
-nuestras también- nos hablan y acudirnos,
y no tenemos tiempo, ya no somos
entonces sino luz de otros aromos,
y hay gavillas de hierba en nuestra mano,
por que somos hermanos del hermano.
Mi dulce y buena camarada, vemos
que en ese mismo andar nos defendemos.
Por idéntico ardor nos conocimos,
bajo un fecundo sol estremecimos
un jubiloso fuego, mientras nada
pudo turbar la fuente enamorada
de las esencias hondas, de la pura
anhelación por dar a la hermosura
de nuestro amor un arco rumoroso
de pan fecundo, de temblor dichoso,
de una nueva medida para el día
gobernando el color de la alegría!
Mi dulce y buena camarada, ahora
nos cabe contemplar subir la aurora.
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