En el silencio de la tarde, en Itakaruaré indudable nombre con huella guaranítica-, Salto, Uruguay, Zulmita León, poeta y periodista, leyó Ocara poty cue mi. Era el número 95 de diciembre de 1930. Sus ojos se detuvieron en un poema de Emiliano R. Fernández dedicado a María Belén Lugo.
La mujer quedó hondamente conmovida. Quizá conocía el guaraní. Tal vez se guió solo por su intuición, ayudada por los versos pares de cada estrofa en castellano. Zulmita decidió, entonces, escribirle una carta a su autor. El poeta le contestó. Se intercambiaron cartas. En el misterio de la distancia afloró un romance. Ella le dijo que también se habían secado las flores de su vergel soñado. Y le prometió una visita al Paraguay.
En el verano de 1931 la uruguaya arribó al puerto de Asunción. Fue al Palacio de Gobierno. Preguntó por Emiliano R. Fernández. Y lo encontró con las informaciones que recibió. Lo que en las cartas se insinuaba, se concretó en la primera mirada que ambos intercambiaron. Zulmita alquiló una casa donde acudía con regularidad Emiliano.
A mediados de 1932 la guerra llevó al Chaco a quien ya años antes había reclamado el uso de las armas contra Bolivia. Zulmita León se quedó sola y volvió a su tierra, desconsolada.
Marino Barrientos1, amigo de Emiliano, relata que en 1936, ella regresó a buscar a su amado, que ya recorría otros caminos. Desilusionada, retornó a su país. Y escribió La voz de la ausente. En el manejo de sus versos denota algún dominio del guaraní. Pudo haberlo aprendido en el año y medio que estuvo en el Paraguay. O bien, ya lo conocía en su patria -lo cual es más improbable-, y lo perfeccionó.
Barrientos agrega que ese mismo año Emiliano escuchó el poema y le escribió, como respuesta, en Barcequillo, San Lorenzo, Siete notas musicales, tomando como una nota cada una de las letras que conforma el nombre Zulmita. «No, no fue así: Emiliano ya le había escrito antes la poesía. Después le escribe ella, en el Uruguay», comenta Laureano Fernández, hijo del poeta, dando otra versión en cuanto al orden de los escritos.
Ángel Antonio Gini, uno de los más documentados conocedores de la vida y la obra de Emiliano R. Fernández, cuenta que el poeta había terminado su obra y no sabía qué título ponerle. Quería uno que estuviese a la altura de la categoría de Zulmita León. La llamó, finalmente, 7 notas musicales.
Rememora, igualmente, que una vez R. Fernández pasaba por la Plaza Uruguaya y oyó que un cantar interpretaba su obra, ante numerosa concurrencia. En un momento le escucha expresar y se enmudece mi vaga vista por la distancia. Emiliano le quitó la guitarra y le reprendió. Y se enmohece niko, le aclaró. El otro, cuando Emiliano le contó su nombre, le confesó que canta como escucha porque es ciego. Emiliano se arrepintió de su actitud. Epurahéi repuraheiseháicha. Ha reipotárô, ereko emba'erá
(cantá como quieras. Y si querés la obra, es tuya), le dijo, ya alejándose.
(1) Barrientos, Marino. Revista Emiliano purahéi, Tomo I, Segunda época, 15 de setiembre de 1958.