No me busquéis, os ruego, dejadme. No quisiera
mis cantos y suspiros que recojáis del viento,
porque podrán mis versos, con su fatal aliento,
empañar la alborada de vuestra juventud.
¡Dejadme solo, solo! Yo soy aquel que un día
ritmaba estrofas de oro, de sueño y primavera,
brindando por el Arte, la Vida y la Quimera,
sentado entre las dulces princesas del pla cer;
ya soy, ahora, el hijo del mundo con el alma
pálida y afligida; mis sueños juveniles
se fueron con mis veinte ya difuntos abriles,
y aquellos frescos años jamás han de volver.
Mis ilusiones fueron claroscuras gaviotas
que volaron un día rumbo a playas remotas,
en bandadas alegres, para no volver más;
eran locas y audaces errabundas del cielo,
y habrán muerto ¡quién sabe! de ansiedad y de anhelo
con la sed infinita de beber cielo y mar.
Sobre mi joven frente se ve la enorme marca
del destino, y el rostro tiene la prematura
gravedad tragi-cómica que le dio la amargura
al pasar por la sucia callejuela del mal.
Sutil hipocresía, me esfuerzo en ser risueño,
a ahuyentar la tristeza... cuando sufro y de noche
se me acerca el fantasma del cadáver de un sueño
insepulto y mal muerto que no puedo olvidar.
Mi carne pecadora ya tiene las señales
profundas de la vida; las injurias del mundo
me acribillan feroces con sus siete puñales,
por eso, mis amigos, quiero que huyáis de mí;
mil veces pasmada está la sangre de mis venas
por el glacial espanto de la miseria humana,
y en mi jardín fragante las blancas azucenas,
moradas las ha vuelto mi invierno juvenil.
Mi juventud es como si fuera una virgen pálida
apoyada en la lira, donde duerme una estrofa
inmortal, aún en forma de armoniosa crisálida
que algún día, ¡tal vez nunca! mariposa será;
virgen pálida y sola ¡juventud! mi tesoro:
con un ala de cisne desplegada hacia el cielo,
en la orilla te espera dulce góndola de oro
y... una rubia sirena canta en medio del mar.
He de alzar como hostia mi corazón, sangrante
de tremendas heridas, hasta la Estrella pura
del amor y del arte que en mi noche fulgura,
porque se lave al beso de sus labios de luz.
Dejadme, mis amigos, necesito de calma,
de silencio, que el mundo me olvide, y necesito
estar solo, muy solo, de cara al infinito
con todos mis dolores bajo la noche azul.
He caído tres veces -golondrina vencida-
en los irresistibles brazos de las adúlteras
delicias luctuosas, deshojando mi vida
como una enorme rosa, llena de juventud.
Yo, pecador, confieso que llevo en carne el signo
de cilicios profanos, y después de los besos
impuros de este mundo, que mi labio es indigno
de nombrar a mi amada, ni posarse en la cruz.
La sonrisa perversa de Satán en mi savia
fluye, y bajo mi lengua quema con su delicia
el beso voluptuoso de la serpiente sabia
que me clava profundos sus ojos de rubí:
soy tan impuro y malo. ¡Con el corazón lleno
de infinita tristeza, murmuro en los crepúsculos
con los ojos cerrados: "Yo quiero ser más bueno,
Señor mío Jesucristo, ¡no te olvides de mí"!
OPINIONES SOBRE EL AUTOR
Arturo Alsina hace un hermoso retrato del poeta en su estudio Ortiz Guerrero y su época. Evocación de juventud, recordando el día en que lo conoció:
"Romero de ignorados caminos, vigía de estrellas, 'con su morral de ensueño a cuestas', apareció un claro día en nuestro viejo Colegio. Transparentando a través de su humilde aspecto de estudiante campesino la prestancia reveladora de auténtica aristocracia espiritual, que no habría de ser desmentida jamás, ni en hechos ni en palab ras, se ganó de inmediato el interés y la simpatía de aquella sociedad juvenil, alegre y esperanzada. Amplia la frente, cuya comba daba una sensación de claridad; ensortijados los cabellos de la r omántica melena; verdes, grandes y brillantes ojos; sonriente la boca de labios carnosos. La voz, de acento cálido y armonioso, parecía elevarse de lo hondo de un alma iluminada".
En este mismo texto, un poco más adelante se lee:
"Al mismo tiempo que publica sus primeros vers os, se da a conocer en cenáculos y asambleas. Su voz melódica imprime a las palabras una grata tonalidad, un hondo sentido potencial y las aligera y las ahonda, dotándolas con hábil fonética, de cierta plasticidad ideal que las hace más gráficas y comprensibles. Sus recitales de cenáculo c ompiten con sus discursos. En la tribuna se apodera de inmediato del auditorio con magnética at racción . Frente a la muchedumbre se destaca su cabeza dantoniana y la palabra, imagen o anatema, fluye de sus labios, ora tonante, ora tierna. Pudo llegar a ser el primer orador de su generación, de habérselo permitido el destino. Este poeta que tan bien canta al amor tiene vocación de luchador, siente sed de justicia y no teme a la muerte".
Y rescatamos también los rasgos del poeta maduro, ya herido por la enfermedad, que pinta Alsina:
"Manú ejerció, ignorándolo, un apostolado que le dio jerarquía de maestro. Su influencia no fue precisamente literaria, fue sobre todo moral y espiritual. La dignidad con que vivió su dolor, la grandiosidad de su ejemplo, aquel optimismo sobrehumano que superaba su gran desventura, el gráfico puro de ascensiones triunfales de una vida sin cont radicciones, el inextinguible ideal que lo animaba, diéronle una autoridad moral por nadie alcanzada en el país, dentro de los límites de su generación".
Facundo Recalde , en otra Evocación de Ortiz Guerrero, dice, por su parte:
"Yo, que lo amé como un hermano, que venero su memoria y que fui su compañero hasta morir, no voy a decir a ustedes, sus devotos, que Ortiz Guerrero fue, como poeta, lo que se llama un genio, porque siento horror por el ditirambo desbocado y procuro cura rme en salud del vicio paraguayo de carecer de toda noción de la medida. Su enfermedad-que no intervino para nada en su poesía- y la pobreza de nuestra poesía lírica hipertrofiaron en complicidad su fama de poeta. Faltábale, ante todo, originalidad, ya que en sus versos las reminiscencias de Rubén Darío son demasiado transparentes..."
"No fue un poeta genial Ortiz Guerrero -añade más adelante Recalde-, pero quién sabe si no habría llegado a serlo si no hubiese obturado la veta de excelsitud que supuraba su alma inmensa. Su orgullo mayestático, su virginal pudor, su espanto ante la sola idea de inspirar piedad, le hicieron callar su voz más trágica y auténtica, la clamorosa, imprecadora y horadante voz que habría sido un grito de infinito en apóstrofe al destino. Pero Ortiz Guerrero no iba a permitirle a su naturaleza humana el más mínimo temblor de debilidad, ni la insinuación siquiera de un escalofrío. Y al saberse enfermo taponó el volcán que habría inun dado con su lava hirviente las vidas de ayer, de hoy y de mañana".
Fuente: 25 NOMBRES CAPITALES DE LA LITERATURA PARAGUAYA. Compilación y selección: SUSY DELGADO . Editorial Servilibro, Asunción-Paraguay, 2005 (389 páginas).
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