Creo que la fuerza de la guitarra consiste precisamente en la delicadeza y variedad de su paisaje emocional, en la fidelidad con que describe los sentimientos de la naturaleza y del hombre y, especialmente, en la rara calidad poética de su don expresivo.
Más allá de nuestra memoria auditiva debe sobrevivir quizás un oído ancestral que percibe la vibración escencial de la música en sus más remotos y nacientes murmullos. A éste oído apela la guitarra y la entrega, por entre el viento del mundo, sus antiquísimos sonidos aureolados por esa especie de íntima y suave nebulosidad que es como el sueño de la música, tan difícil de hallar en la ejecución de cualquier otro instrumento.