La sorprendente versatilidad de M.C. en todas las dimensiones del arte nos rescata ahora una vertiente soslayada de nuestra identidad: el aporte de los esclavos negros en el folklore nativo.
Cuando se buscan los nexos de esa condición, el tema recurrente suele ser remitirse al contigente de mulatos que siguieron a Artigas en su exilio al Paraguay. Pero, a poco de rastrear, aparecen señales de una permanencia más constante del componente afro en lo que dio en llamarse la sociedad paraguaya.
Si bien no había condicionantes económicos que favorecieran la incorporación masiva del brazo negro en las plantaciones - como se dio en otras regiones de América -, hay indicios que se remontan a los primeros tiempos de la Colonia, como en las "rúas" de San Juan, en que a los juegos de saludarse en las plazas y calles, con mazos de paja ardiente, al grito de "Que viva San Juan!", irrumpían los kamba ra'anga, o corro de mozos con el rostro tiznado de negro, reviviendo tradiciones peninsulares de justas de "moros y cristianos". También RAFAEL ELADIO VELÁZQUEZ hace recuento del cambio actitudinal en Asunción y ciudades de la Provincia, con el pasajero auge de la economía en el siglo XVIII, y la inusual incorporación a la clientela familiar de un considerable número de esclavos negros.
De tal modo, los kamba-kua cuando menos proliferarían en el país un largo siglo antes del episodio de Artigas. Por qué, pues, este silencio empecinando? Acaso la pista que ofrece Branka Susnik, cuando señala como constante en la población criolla el empeño por "blanquear la sangre", ayude a esclarecer estos tiempos sin memoria, pues se tenía como condición de menoscabo algún antecedente familiar de sangre negra.
Todavía en la tradición guaireña se relata la huida azarosa de un joven hidalgo "limpio de pura sangre" - como atestiguaban las probanzas de la época -, llevando en la grupa de su montado una hermosa mulata, para casarse con ella en Itapúa, por transgredir los fuegos todavía vigentes en ese entonces, de cuya unión habría de surgir después uno de los más ilustres linajes de la sociedad criolla.
También cabe traer a cuento las fiestas de San Baltasar, y los chipás de la negra Kalí en la loma Tarumá.
En una cena inolvidable en la casona de ANA IRIS CHAVES y OSCAR FERREIRO, la anfitriona me dictaba los ingredientes de los platos negros que aún se mantienen en San Lorenzo: el pusá y el kisamá, que en mis correrías por las playas de Brasil pude identificar en cantinas de negros nordestinos, con el sugestivo nombre de Pusá.
Ojalá que el aporte pionero de M.C. dé lugar a una serie ininterrumpida de musicólogos y artistas que reaviven en los tizones de las fogatas campesinas en fuego puro de una tradición que, aunque soterrada, sigue latiendo en el imaginario colectivo.