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ANSELMO JOVER PERALTA (+)
  EL PARAGUAY REVOLUCIONARIO (I) - SIGNIFICACIÓN HISTÓRICA DE LA REVOLUCIÓN DE FEBRERO - Por ANSELMO JOVER PERALTA


EL PARAGUAY REVOLUCIONARIO (I) - SIGNIFICACIÓN HISTÓRICA DE LA REVOLUCIÓN DE FEBRERO - Por ANSELMO JOVER PERALTA

EL PARAGUAY REVOLUCIONARIO

SIGNIFICACIÓN HISTÓRICA DE LA REVOLUCIÓN DE FEBRERO

PRIMERA PARTE

OPUSCULOS FEBRERISTAS

Por ANSELMO JOVER PERALTA

Editorial Tupâ

Buenos Aires - Asunción

Diciembre 1946 (87 páginas)



"Quien viese sin reflexión la conduc­ta de esta gente (se refiere a los para­guayos), se persuadirá que en ella reside una natural desidia, pero no lo es, sino desesperación de lograr el fruto de su trabajo"

AGUSTÍN FERNANDO PINEDO


"Vale más, sin duda, un buen guara­ní o un tagalo que un mal español”.

MIGUEL DE UNAMUNO


"La oscuridad en que yacíamos ha desaparecido, y una brillante aurora empieza a descubrirse en nuestro hori­zonte”.

JOSÉ GASPAR DE FRANCIA.


"Hemos escuchado el mandato impe­rativo de las gestas solemnes de nuestra historia”.

Proclama del Ejército Libertador

(ACTA PLEBISCITARIA DE LA REVOLUCIÓN DEL 17 DE FEBRERO DE 1936)


"Tenemos entendido que el problema político-social planteado por la Revolu­ción de Febrero consiste en un cambio de estructura del viejo Estado liberal".

CORONEL RAFAEL FRANCO

Presidente de la Concentración Revolucionaria Febrerista


AL LECTOR

Accediendo a un pedido de los compañeros de causa residentes en Buenos Aires, desarrollamos, a mediados del año 1946, en una serie de charlas, efectuadas en la Casa del Pueblo de dicha ciudad, el tema siguiente: "Signifi­cación histórica de la Revolución de Febrero". Quitando a nuestra exposición lo que pudiera parecer redundante o indiscreto, reordenada y ampliada en más de un aspecto, la publicamos ahora, atendiendo á pedidos re tarados de compañeros y amigos, bajo el título de "El Paraguay revolucionario”.

Se trata de un trabajo llevado a cabo en término an­gustioso, robando tiempo a menesteres imperiosos de la vida en el destierro. Se trata, por otra parte, del primer estudio de interpretación integral y orgánica de la Revolución de Febrero. Sea dicho todo esto en descar­go de los muchos defectos que se encontrarán sin anda en él. No hemos aspirado a hacer una interpretación definitiva. La interpretación de un movimiento revolu­cionario es también un acto revolucionario, un instru­mento de lucha, un arma de combate. Por tanto, algo que ha de ir haciéndose. La interpretación de hoy puede no ser la de mañana. La teoría y la práctica revoluciona­rias deben marchar siempre juntas.

No pretendemos tampoco haber inventado una nueva teoría. Dejamos para otros la tarea de descubrir la pól­vora. Tampoco somos heraldos de un nuevo mensaje. Las cosas que decimos son viejas o vulgares, sólo que, con frecuencia, olvidadas. Desde hace rato estamos de regre­so en la ciencia en que Cándido se hacía pasar por docto o sabio.

Nuestra aspiración es sencilla. Hemos querido simple­mente ayudar a nuestros compañeros de causa a penetrar en la entrada de un suceso todavía mal conocido y peor interpretado. Eso es todo.

Hay todavía mucha confusión, era las ideas respecto al acontecimiento de Febrero. ¿Qué es el febrerismo? ¿Es una revolución? ¿Revolución, de qué o de quiénes? ¿Re­volución, social o política? ¿Es de derecha, de izquierda o de centro? ¿Interpreta una necesidad histórica o es sólo expresión, de una inquietud o malestar pasajero, sin raíces en la realidad? ¿No es más que una fecha o un nombre?

Paga contestar estas cuestiones hay que hacer una ojea­da retrospectiva, hay que bucear en el pasado, terreno en, que hunde sus raíces el presente.

Partimos en nuestro análisis del hecho indiscutible de que el febrerismo es un, fenómeno social que adopta la forma de un movimiento político. Como tal lo estudia­mos en su génesis. Así como un individuo se explica por su "árbol genealógico", del mismo modo, para dar una explicación causal de la Revolución de Febrero, hay que retroceder en el tiempo, hurgar antecedentes en el pasa­do, establecer en una palabra, su genealogía histórica, porque su razón de ser está atrás, en la realidad del medio en que se ha producido. Es lo que hemos intenta­do hacer.

Ni en el mundo de la naturaleza, ni en el ámbito de la historia se producen fenómenos sin, causa. No hay ser, institución, cosa o hecho sine matrecreata. La ley de la causalidad es una ley universal. Se puede ignorar la causa o negarla; pero nuestra ignorancia o nuestra re­pulsa no impedirá que ella exista. E pur si muove...

Hay quienes, por resentimiento o por estrechez mental, sólo ven un motín en la histórica jornada de febrero; pero un motín, que lleva ya diez años de duración, que estén señalando rumbos a la vida nacional, que sacude las fibras más íntimas del pueblo, que es capaz de alistar a la mejor juventud de la República, que está haciendo marcar el paso a todos los partidos que proyecta su ac­ción renovadora sobre todos los aspectos de la vida na­cional, que enarbola, desde la primera hora, una ban­dera auténticamente revolucionaria, no puede ser inclui­do, sin faltar a la verdad y a la lógica, en el género de los vulgares alzamientos a que nos tenían acostumbrados los partidos tradicionales. En todo caso, es un motín muy particular, una nueva clase de motín, un motín que se parece mucho a una revolución. Pero el nombre es lo de menos. Lo que importa es el hecho.

Hay también los que, enfermos de vanidad, se regodean contemplando su propia imagen en las aguas inquie­tas del febrerismo. Falta de serenidad y objetividad, nar­cisismo, egolatría, megalomanía. Ilusos que toman sus imaginaciones por realidades.

Pero la Revolución es algo más que el resplandor de un fogonazo de mortero, algo más que una ocurrencia de estudiantes traviesos, algo más que la retórica, campanu­da y vacua de ciertos desubicados ideólogos de la reacción.

La Revolución de Febrero no es producto del azar o de elucubraciones abstractas. Obedece a causas sociales profundas y generales. Nace de la realidad más entra­ñable de la vida paraguaya. Una realidad que no empie­za ni termina en el presente, sino que se extiende al pasado más remoto, hasta los días en que la historia se confunde con la Leyenda.

El tema es vasto y estamos lejos de haberlo agotado. Sólo hemos querido hacer una presentación del problema.

A. J. P.

BuenosAires, Diciembre de 1946.


PALABRAS DEL DOCTOR RUFINO AREVALO PARIS

Compañeros:

El doctor Anselmo Jover Peralta no necesita pre­sentación. Sus innumerables merecimientos morales e intelectuales lo eximen de ello. Hombre de múlti­ple afición mental y ahincada simpatía por las cosas del espíritu, cultor delicado del arte, obrero de la ciencia y paladín del pueblo. Desde muy joven su nombre está inundado de justo prestigio, como con­ferencista, escritor y publicista de nota. En sus in­vestigaciones, ha hurgado variados temas, de pre­ferencia los de pedagogía, sociología y economía.

Acaecido el luctuoso episodio del 23 de octubre de 1931, salió al exilio, como muchos otros, por no hacer cómplice el silencio con el crimen, siendo quizás el más calumniado y vilipendiado de todas las vícti­mas de aquel trágico suceso.

Siguiendo un plan de culturización y esclareci­miento doctrinario de la revolución de Febrero, nosotros organizamos este ciclo de charlas a fin de conocer el verdadero pensamiento febrerista que para nosotros en 1936 estuvo encerrado en el

Club 17 de Febrero, y hoy constituye la ubicación ideológica de toda la juventud.

El doctor Jover Peralta es un militante de prime­ra fila de ese febrerismo triunfante, por eso hemos considerado que es el más indicado para hacernos escuchar su palabra. Está considerado el doctor Jover Peralta por la juventud paraguaya y particu­larmente por la que en estos momentos lucha de­nodadamente en el campo de acción, es decir en el Paraguay, como uno de los más altos exponentes, casi el verdadero maestro de la Juventud Febrerista.

Conocido desde hace muchos años como sembra­dor de ideas e ideales, desde la cátedra en el perio­dismo, en encendidas veladas íntimas y en el libro, ha prodigado generosamente la sabia nutricia de su pensamiento revolucionario y nacionalista, pero del nacionalismo en su verdadero sentido, que para nosotros es de liberación nacional. Por eso nuestro nacionalismo tiene un profundo, sentido antiimpe­rialista y antioligárquico, y significa también lucha contra el latifundio, contra todo sistema de opresión y explotación, en una palabra, lucha por la libe­ración integral de nuestro pueblo, por la redención económica, social, cultural y política del Paraguay.

Por eso, lo hemos invitado para estas charlas, a las que no queremos dar el carácter un tanto teatral de las conferencias, sino el de conversaciones den­tro de un marco de camaradería, de gabinete de es­tudio y trabajo,

Compañero Dr. Jover Peralta: somos todo oídos.


 

UNA RESOLUCIÓN DE LA JUVENTUD ESTUDIOSA


Con motivo de un reciente viaje que hice a mi país, la juventud estudiosa, que tan importante papel desempeña en los sucesos que están marcando rum­bos decisivos en la vida del Paraguay, me ha hecho, objeto de demostraciones de simpatía y solidaridad que obligan mi más profundo reconocimiento. Entre esas demostraciones quiero referirme especialmente a la que documentan las notas que se transcriben a continuación por su estrecha relación con el movi­miento político que se estudia en estas páginas y con mi conducta revolucionaria. Las notas dicen así:

Asunción, 15 de octubre de 1946.

Señor

Dr. Anselmo Jover Peralta Presente:

Tenemos el alto honor y la íntima satisfacción de dirigirnos a Ud., con el objeto de comunicarle que el Centro Estudiantil, en sesión especial del Consejo de Delegados, ha resuelto por unanimidad, designarlo en carácter de Socio Honorario de esta Entidad, en mérito a las consideraciones someramente expuestas en las Resolución, cuya copia le remitimos adjunto. La juventud estudiosa del Colegio Nacional de la Capital, agrupada en torno al Centro Estudiantil "23 de Octubre", que en todo momento ha sabido reco­ger el legado de honor de sus mártires queridos, quiere testimoniarle, en esta forma, su inmensa sim­patía y su sincero reconocimiento por los importan­tes servicios prestados a la causa estudiantil y na­cional.

Al rogarle que acepte nuestro modesto homenaje, queremos ratificar ante Ud. nuestra decisión inque­brantable de seguir luchando en favor de la cultura que, con su luz, ha de mostrar el camino de la libe­ración integral del pueblo paraguayo, para obtener así el establecimiento definitivo de un régimen de­mocrático, de libertad y de Justicia Social.

Con este motivo, saludámosle, fraternalmente.

MARIO AGUAYO ZAYAS                        MÁXIMO A. REJALAGA D.

Secretario                                                Presidente

 

RESOLUCION Nº 5

 

Asunción, 27 de Septiembre de 1946.

Considerando:

Que el Dr.- Anselino Jover Peralta en el ejercicio de la docencia como también de la función pública, sé ha distinguido por su conducta rectilínea y ejem­plar, puesta siempre al servicio de los ideales que animan a la juventud estudiosa paraguaya;

Que es por todos conocida la destacada participa­ción de tan distinguido profesor en la gesta memora­ble del 23 de Octubre de 1931, fecha simbólica de nuestra historia que señala con caracteres inconfun­dibles el comienzo de una nueva era de despertar colectivo y de renovación nacional;

Que desde la función pública, durante su estada en el Ministerio de Educación, ha ofrecido sus me­jores esfuerzos en favor de la juventud estudiosa, empeñándose en democratizar la enseñanza pública mediante el establecimiento de la gratuidad de la en­señanza en todos sus grados;

Que el Dr. Anselmo Jover Peralta, por su límpida trayectoria de lucha y por su espíritu de sacrificio, puestos al servicio de los ideales de redención na­cional y de justicia social que sustenta el estudian­tado revolucionario del Centro Estudiantil "23 de Octubre", se ha hecho acreedor de la confianza y la voluntad de esta juventud;

Que es necesario expresar a tan abnegado luchador que regresa a nuestra patria después de un prolongado destierro, el homenaje de nuestro profundo reconocimiento por el valioso aporte prestado a la causa estudiantil, con la que demostró en todo tiempo hallarse integralmente identificado.

En mérito a esta breves consideraciones, y de conformidad con lo establecido en los Estatutos, por unanimidad.

 

el Consejo de Delegados del Centro Estudiantil "23 de Octubre"

Resuelve.

1º-Declarar Socio Honorario del Centro Estudiantil "23 de Octubre" al Dr. Anselmo Jover Peralta, como expresión de reconocimiento por el valioso aporte prestado a la causa estudiantil,

2º-Comunicar la presente Resolución a quienes corresponde y darla a publicidad.

 

MARIO AGUAYO ZAYAS        MÁXIMO A. REJALAGA D.

Secretario                          Presidente




A MODO DE INTRODUCCIÓN


El compañero, Dr. Arévalo Paris, que es uno de nuestros maquis más queridos, un auténtico revolu­cionario, médico ilustrado, espíritu culto, orador ga­lano, ha creído oportuno decir algunas palabras acer­ca del origen y el objeto de estas reuniones febreris­tas. Nada tengo que agregar a sus bellas palabras, sino, desde luego, agradecerle de corazón las muy amables dedicadas a mi persona. Ellas me vienen grandes. Las atribuyo más bien a los impulsos de su corazón, noble y generoso, que a mis escasos me­recimientos. Soy apenas un luchador, un servidor de la causa del resurgimiento nacional, que es tarea heroica, tarea revolucionaria, tarea de afirmación de la existencia nacional mediante la elevación de sus auténticas mayorías, cuyo mejoramiento es cues­tión de vida para el Paraguay.

En ese empeño llevo ya invertidos muchos años de lucha constante. Pero no se crea por ello que me siento desalentado o cansado. Hoy más que nunca creo en la revolución, y, es más fácil que mis enemi­gos se, cansen de perseguirme que yo de sufrir. Por­que ellos hacen eso sin fe, sin fervor, por pura mal­dad o por bajo interés, y yo lucho por algo muy gran­de y noble que llevo dentro de mi corazón, algo inaccesible a la saeta del rencor o de la envidia.

He tratado siempre de proceder en mi vida pública de acuerdo con mi conciencia. Lo que he hecho, bue­no o malo, grande o nimio, útil o inútil, lo he hecho con sinceridad. Nada tengo que rectificar ni de nada tengo que arrepentirme. He aprendido de un gran maestro que la sinceridad nunca reniega de sí misma. Me encuentro hoy en la misma posición que elegí hace quince años, al hacer causa común con la ju­ventud, cuadrada ante los autores de la bárbara matanza del 23 de octubre, erguida ante una oligar­quía culpable de todos los infortunios que agobian a nuestra patria.

El crimen del 23 de Octubre más que el crimen de un gobierno, es el crimen de un régimen. La causa de octubre llegó a ser así a través de una serie de acciones y reacciones del sentimiento pú­blico, la causa de todos los paraguayos que sueñan con una patria mejor, la causa del campesino sin tierra, del obrero sin pan, la causa de todos los opri­midos y explotados, la causa del Paraguay libre fren­te a la causa del Paraguay encadenado, la causa de la nación humillada frente a la causa del Estado opresor. Carecía entonces aún, es cierto, de programa y de doctrina. Más bien que una convicción, era una actitud, una forma de la resistencia ciudadana frente a tanta iniquidad, ante tanto desacierto, contra tanto abandono. En la conciencia colectiva existía, en es­tado potencial, una protesta indefinida aún que halló su expresión en la consigna esclarecedora y direc­triz de la Revolución de Febrero. Había febreristas antes de febrero.

El advenimiento del Partido Liberal al poder en 1904 fue recibido con grandes esperanzas por el pueblo. Pero estas esperanzas no tardaron en ser defraudadas. La "regeneración" prometida en 1904 no aparecía por ningún lado. En su lugar, lo que se veía era "degeneración", tanto más dolorosa cuanto que parecía ser irremediable.

Así, de un hondo estado de decepción popular, de aquellos dolores, de aquellas miserias, de todas aque­llas corrientes de opinión opositora, de todos aquellos focos de insurgencia, cívica y social, salió el Movi­miento que, al estallar, con fuerza de torrente inatajable, el 17 de Febrero de 1936 dio en tierra con la oligarquía más repudiable que digió los destinos de la República.

DESESPERACIÓN

País de dictaduras, país de gente sumisa, perezosa y resignada, dicen del Paraguay quienes mal le co­nocen. Ya decía en el siglo XVII Agustín Fernando de Pinedo, el fundador de la ciudad de Concepción, contestando a quienes en su época nos hacían análo­go reproche, que "quien, sin reflexión, viese la con­ducta de esta gente (referíase a los paraguayos), se persuadirá que en ella reside una natural desidia, pero no lo es sino DESESPERACION DE LOGRAR EL FRUTO DE SU TRABAJO"

Palabras exactas. Palabras dignas del bronce. No es pereza, no es ineptitud, no es indiferencia, no es fatalismo, no es resignación, ¡es desesperación de lograr el fruto de su trabajo! Es desesperación de la injusticia, la protesta de vidas de antemano condenadas a la miseria y al dolor. Es la desesperación de la oveja indefensa frente al lobo voraz.

¡Desesperación de lograr el fruto de su trabajo! Palabras sin desperdicio. Valen por un tratado de sociología. No es nada. No es casi nada. Es sólo el trabajo sin esperanza, el esfuerzo sin recompensa, el pan que hace el hartazgo de los demás y falta en la boca del que lo produce.

Ahí, en esas injusticias, está la raíz del mal. Hubo muchas promesas. Pero la condición del pueblo no ha variado. Hoy sigue siendo la misma que hace sesenta años. Es una herencia que se transmite, como una maldición, de generación a generación, ¿Será cierto que eso no tenga remedio?

Pero desesperación no es resignación. Desespera­ción es conciencia exasperada de impotencia, cólera, enojo, desconfianza, impaciencia. La Revolución de Febrero es, en última instancia, esa misma desespe­ración transformada en movimiento político, expre­sión de un estado de conciencia social.

CUARTO INTERMEDIO

Personas que no me quieren bien, pero disimulan­do sus verdaderos sentimientos con palabras de apa­rente cordialidad, pretenden arrojar sombras sobre mi conducta revolucionaria. Pretensión vana, tanto más vana cuanto que procede de hombres que no pueden, por cierto, jactarse de no tener, como se dice vulgarmente, "cola de paja" o de hallarse bajo techo invulnerable, es decir, de hombres sin auto­ridad moral.

Quiero referirme especialmente ahora al Dr. Juan Stefanich, ex-canciller del gobierno de Febrero, vine presidente por auto-designación de la Concentración Revolucionaria Febrerista y una de las personalida­des más conspicuas del Movimiento de Febrero. En su penúltimo libro, el ex-colega de gabinete, amigo de ayer y compañero de causa, formula contra mi perso­na, una serie de cargos a cual más injusto, antojadizo y desconsiderado. No lo hace en un solo sitio, sino en todo el libro, o más exactamente, en todos los libros que lleva escritos sobre la revolución de febrero, alu­diéndonos ya directa, ya veladamente, a través de lo que el Dr. Stefanich llama "izquierdismo", "socialis­mo", "izquierdismo comunnizante", etc., algo que pa­rece haberle quitado el sueño o envenenado la vida, sin que los aludidos tengamos velas en ese entierro.

Voy a ocuparme de esos cargos no sólo en lo que tienen de personal, sino también en lo que constitu­yen un ataque a la posición ideológica que está en la médula misma del movimiento de febrero. Ni he de referirme a todos porque sería cosa de nunca acabar. Todos ellos son, por lo demás, tan infunda­dos como antojadizos, tan insidiosos como apasio­nados.

Empieza sus ataques el Dr. Stefanich incurriendo en un despropósito: "El doctor Anselmo Jover Pe­ralta -dice- representaba la tendencia izquierdis­ta en el gabinete".

Yo no llevé al gobierno de la Revolución la repre­sentación de ninguna tendencia o grupo. Esta es la verdad. Distinto fue el caso del Dr. Stefanich. El sí representaba a un grupo, y quizá por haber actuado con espíritu de grupo fracasó y no pudo llegar a ser un fiel intérprete de la revolución. Quiso meter a toda costa a la Revolución en los zapatos chinos de la Liga, y la Revolución se fue al canasto.

Soy hombre de izquierda. ¿Quién lo duda? Lo he dicho muchas veces. El izquierdismo es para mí algo más que una doctrina. Es una actitud del espíritu, una sensibilidad, una filosofía que hace ver y com­prender, con humana simpatía, el drama de "los de abajo".

Ese izquierdismo me llevó al Partido Liberal. Mi­lité en él, de entrada, en el sector que parecía más afín con mis inclinaciones democráticas. Pero fui­mos miserablemente traicionados. En los partidos de la oligarquía también hay dirigentes disfrazados de revolucionarios. La campaña que hicimos enton­ces en defensa de nuestro credo traicionado fue cali­ficada de "disidencia.". Graves instantes aquellos en que tenía que decidirme por una convicción o por una posición. Cuando se produjo la matanza del 23 de octubre estaba ya espiritualmente fuera del Par­tido. Después de ese crimen injustificable todos los puentes que me unían a él quedaron rotos.

Pero no me alejé de mis amigos, como insidiosa­mente dice el Dr. Stefanich. Soy incapaz de una deslealtad. Lo saben quienes me conocen bien. Lo que pasó fue que algunos de ellos volvieron al seno del Partido, y otros tomaron rumbos diferentes. De hecho, después del 23 de octubre, la "disidencia" dejó de tener una razón de ser, se dispersó. Pero faltaría a la verdad si dijese que la idea de un "liberalismo renovado" fuese extraña a la concepción de algunos hombres de la Revolución. El Dr. Gomes Freyre Esteves, por ejemplo, creía que el Partido Liberal había sido traicionado en 1904 y que todavía tenía una misión que cumplir. Le oí exponer esta concepción en conversaciones que mantuvimos antes de la Revolu­ción, en 1933. Pero, nunca la compartí. Para mí, los partidos tradicionales habían cumplido su misión y ya nada tenían que hacer en la vida política del país. Seguirían gravitando aún, por inercia; pero carecían ya de impulso vital. Eran verdades muertas.

A pesar de todo, al volver de mi largo destierro, durante el cual nos perdimos un poco de vista, volvi­mos a relacionarnos. Ello ocurrió con motivo de la Revolución de 1936. En esa ocasión, varios de ellos, los Dres. Crescencio Lezcano, Roque Gaona, Segundo Sánchez, Emilio García, Vicente Fretes, Rodrigo So­lalinde y otros se vincularon con la situación por mi intermedio. Nuestra dispersión fue la obra inevita­ble del tiempo y de los acontecimientos.

Falta igualmente a la verdad el Dr. Stefanich cuan­do afirma que en el exterior hice militancia en "ten­dencias ideológicas extremistas". Ni en tendencias extremistas ni en tendencias de ninguna otra clase. Jamás milité en ningún partido extranjero. Tengo, sí, amigos en casi todos los grupos políticos de la Argentina y el Uruguay y de otros países de América, con los cuales me vinculé por diversos motivos, pero siempre en interés de nuestra lucha contra la oligar­quía, lucha que no data sólo de 1936, y sin perder nunca de vista las conveniencias nacionales. En 1934 llegamos a constituir en el exterior nuestro primer núcleo de acción socialista. En diciembre de 1935, con motivo de mi regreso al país, fundamos el Parti­do Nacional de Trabajadores, pero habiendo sido nuevamente desterrado, la iniciativa se quedó en el camino.

El Dr. Stefanich me honra llamándome marxista, Pera hay marxismo y marxismo, D. Fulgencio R. Moreno, el más científico de nuestros historiadores, era marxista. No se extrañe nadie de ello. Hay muchos que lo son pero no lo dicen. Hay pseudo -filósofos y pseudo- sociólogos antimarxistas, como dice un destacado hombre de ciencia contemporáneo, que "se nutren y se engordan con los clarísimos conceptos filosóficos de Marx, pero combatiéndolo al mismo tiempo".

El marxismo es para nosotros, no lo que se imagina el Dr. Stefanich, sino, ante todo, un método, no una doctrina sino un instrumento de estudio. Lo fecundo y valioso en la obra de Marx es eso, el método. No todo marxismo es comunismo, ni todo comunismo es marxismo. El comunismo de las Misiones era teocrático, eclesiástico, aunque no idealista, ni mu­cho menos.

Del mismo modo que se puede ser partidario del método de Descartes pero no del sistema filosófico cartesiano, se puede ser marxista sin comulgar con las doctrinas particulares del autor del "Manifiesto comunista". Lo que importa no es la caza sino la escopeta. Marx expresó esta misma, idea cuando dijo respondiendo a unas personas que se declaraban mar­xistas en su presencia: "Pero yo no soy marxista". Pueden leerse estas cosas en cualquier expositor autorizado.

Pero si marxismo no siempre es comunismo, no cabe duda que es un método revolucionario. El mé­todo de "la revolución de nuestro tiempo". Esto no excluye que haya, naturalmente, marxistas reaccio­narios.

El Dr. Stefanich se declara, en cambio, "solidaris­ta". Muy bien. Cada uno es, como decía el otro, lo que es.

Lo que ya no está bien es que el Dr. Stefanich, con arrogancia de almirante en su puesto de comando, y mirándome un poco por encima de los hombros, se atreva a decir que se contaba con mi "adhesión a la doctrina política proclamada". ¿Qué doctrina políti­ca? El solidarismo? Ni en 1936 ni en 1937 nadie tenía noticia de la existencia de tal doctrina. Es cierto que me adherí a la Unión Nacional Revolucionaria, pero lo hice en forma condicionada, empleando tér­minos bien claros. Nadie puede sostener honorable­mente que no fui consecuente con esa posición. Lo fui mientras existió. Pero ¿desde cuándo el cuerpo sigue a la sombra? Jamás dejé de ser fiel y leal a la Revolución. Una cosa es serlo con la Revolución y otra muy distinta serlo con la persona del Dr. Ste­fanich. Eso es todo.

Al caer el gobierno del coronel Franco, me encon­traba en La Habana al frente de la Legación Nacio­nal. El mismo día en que ese hecho se produjo, hice algo que el Dr. Stefanich probablemente no hubiera hecho: envié mi renuncia, con carácter indeclinable, pidiendo, al mismo tiempo, viático para regresar.

A juzgar por las informaciones de prensa, entre las cuales figuraban unas declaraciones muy optimis­tas y complacientes del ex-canciller del gobierno de­puesto acerca de la contrarrevolución, le dirijí un cable al Dr. Paiva, con quien me ligaban viejos vínculos, en los siguientes términos: "Reafirmando adhesión patrióticos ideales Revolución de Febrero, hágole llegar mis congratulaciones por su designación primera magistratura nación". ¿Qué hay de vi­tuperable en esto?

Se necesita mucha malevolencia o mala fe para ver en un acto de simple cortesía como éste, usual no sólo entre amigos sino entre adversarios, lo que quiere hacer creer el Dr. Stefanich. Pero por mucho que se empeñe en ello, jamás podrá demostrar que congratulación es lo mismo que adhesión o solidari­dad. Congratularse no es congraciarse. Congratularse es simplemente manifestar alegría a alguien con moti­vo de un suceso feliz. Congraciarse es, en cambio, soli­citar benevolencia, buena voluntad, favor. Mientras yo me congratulaba con el Dr. Paiva, el ex-premier del gobierno de la Revolución Febrerista procuraba congraciarse con los hombres y con el gobierno de la contrarrevolución. El congraciarse constituye, sin du­da, un caso de solidarismo típico.

Por lo demás, tan mal le habría soñado al Dr. Pai­va mi congratulación, que ni siquiera se dignó acu­sar recibo. El Dr. Paiva no era, por cierto, ni el primero ni el último adversario político con quien me congratulaba. Yo mismo recibí en 1935 -y aún antes- muchas congratulaciones de adversarios. El hecho de que Churchill felicite a Attle o a Stalin, ¿podría alguien, que estuviese en sus cabales, inter­pretar como "atlismo" o "stanilismo" del aguerrido formidable líder conservador? ¿Puede creerse de buena fe que la distancia política que existe entre esos grandes jefes sea menor que la que hay entre el Dr. Paiva y yo?

Y de que mi cable de congratulación no tenía ni podía tener otro alcance que el de un simple acto de cortesía, se desprende no sólo de su propio con­texto sino de otros cables bien claritos, sobre todo del cable abierto que dirijí el 7 de setiembre al co­ronel Franco, diciéndole: "Vibrando solidario con esperado movimiento vengador de revolución de fe­brero, felicítole por su reposición primera magis­tratura".

¿Podría abrigar el Dr. Paiva y sus amigos dudas respecto a mi posición? Tan no las abrigaba, que cuando regresé, no me dejaron entrar en el país.

Por mucho que se extreme el análisis, no se en­contrará en mi conducta nada censurable, nada que pueda estar reñido con las exigencias de la más severa y estricta moral revolucionaria.

Pero lo que resulta inconcebible, lo que es inexpli­cable, lo que no se podrá nunca justificar, es la ac­titud de obsecuencia poco digna que adoptó el Dr. Stefanich frente al gobierno de la reacción desde el día mismo del derrocamiento del gobierno de la Re­volución, del cual él formaba parte.

A pesar de la falta de información, a pesar de las noticias tendenciosas que circularon en el extranjero, yo no me dejé engañar por las apariencias. El go­bierno de Paiva era la reacción que volvía, era la contrarrevolución, era el Partido Liberal. Que yo me equivocase, todavía hubiera sido explicable; pero quien estaba obligado a saber lo que pasaba, quien no tenía derecho a equivocarse, quien faltó a su de­ber, quién cometió un error imperdonable en un hom­bre de su edad, de su posición y de su capacidad, quien fue desleal e inconsecuente, no ya con la "doc­trina política proclamada", sino con el propio gobier­no de que formaba parte, quien perdió el sentido de las conveniencias y de la serenidad, fue el Dr. Stefanich, ex-canciller del gobierno de la revolución.

Resultan, en verdad, extrañas las palabras de op­timismo, confianza y satisfacción que el Dr. Stefa­nich pronunció en esos días tristes de agosto para la Revolución y la República. Y resultan ellas tanto más sorprendentes cuanto que procedían del hombre que era, generalmente considerado como el principal culpable de la caída de la revolución. "Los sucesos del norte no tienen ninguna vinculación con la polí­tica internacional" -decía el día l5 en declaraciones hechas a la prensa extranjera, faltando a la verdad, porque la verdad es que esos sucesos aparecían cla­ramente vinculados a la cuestión del Chaco.

"Pueden ustedes anunciar que hoy ha sido desig­nado presidente provisional el decano de la Facultad de Derecho, doctor Félix Paiva, quien gobernará con un ministerio constituido en su mayoría con hombres de derecho", declaraba el 16 el mismo Dr. Stefanich, haciendo de portavoz de Palacio.

"¿Cómo interpreta usted -le preguntaron desde Buenos Aires- esa presidencia y esa mayoría del gabinete?

Y el ex-canciller contestó en estos términos in­creíbles:

"Comparto la opinión de los que interpretan que ello representa el propósito de retornar cuando antes a la normalidad constitucional".

Pero esto no es todo. Lo que dijo a continuación es aún más inconcecible, por rayano con la traición.

"Esperamos -añadió el Dr. Stefanich- dada la calidad de los hombres que formarán el nuevo gobier­no, que habrá completa libertad electoral... Abrigo una gran confianza en el nuevo presidente provisio­nal, y esa confianza será compartida por todo el país... Sólo me resta decirle -concluía- que ...recién después que el Dr. Paiva se haga cargo de la presidencia, se encarará definitivamente lo relati­vo al gabinete". El Dr. Stefanich parece que estaba muy al tanto de lo que se proponía hacer el nuevo gobierno y hasta abrigaba alguna esperanza minis­terial... ¡Y este es el hombre que se atreve a erigir­se en censor de mi conducta revolucionaria!

El Dr. Stefanich no ha sabido comprender nuestra benevolente actitud de silencio ante su calamitosa actuación al frente de la Revolución. Pero todo llega a su tiempo, "el tiempo trae todas las cosas a su lugar".

El Dr. Stefanich me echa en cara el haber fun­dado en el destierro otro partido, el Revolucionario Paraguayo. Lo hice con otros compañeros. La U. N. R. estaba muerta. Fue el nuestro un intento de captación del espíritu revolucionario que, a pesar de todo, se mantenía firme. No nos resignábamos a la inacción. No tuvimos suerte. Pero si el P. R. P. fracasó, su espíritu vive en el verbo de la auténtica juventud febrerista. El Club Pedro P. Samaniego, escuela y taller, tribuna y trinchera del movimiento febrerista, fue el mismo P. R. P. con otro nombre.

Otra prueba de deslealtad o inconsecuencia de con­ducta con "la doctrina política proclamada" quiere ver el Dr. Stefanich en el hecho de que actualmente postulo "la adopción del «aprismo» como ideología de la Revolución de Febrero". Es otra afirmación antojadiza del Dr. Stefanich.

En primer lugar, el aprismo no necesita ser "apadrinado" o prohijado como cierta doctrina de cuyo nombre no quiero acordarme ahora. Se recomienda solo. Es un viento que ancla por el mundo y que, desempeñando admirablemente su papel de viento, sin necesidad de fuelles, de Mecenas ni de lazarillos, se mete por todas partes, casi por presión atmosfé­rica, sin que nada ni nadie lo pueda atajar. Porque, a ver ¿quién pone cercos al viento?

El aprismo es, a nuestro juicio, la interpretación revolucionaria más científica y satisfactoria de la realidad indoamericana. Hace muchos años que ve­nimos diciéndolo.

Se ha dicho que el aprismo es una doctrina apli­cable únicamente a los países de población indígena pura. Nada más erróneo. El aprismo es la expre­sión teórica y práctica de las reivindicaciones socia­les y económicas de la masa mestiza o nativa, colocada en igual posición de clase explotada y atrasada que los indios puros. Aprismo es agrarismo, justicia social, antiimperialismo, indoamericanismo.

Por otra parte, siempre hemos sustentado el con­cepto de que "la Revolución que vivimos", que es, para nuestro país, la de Febrero, tiene un claro sen­tido aprista. La Revolución de Febrero es para nos­otros la reivindicación de derechos económicos y cul­turales en favor de ciertos grupos sociales o de la nación enfrentados a otros grupos sociales o nacio­nales económica y políticamente más poderosos.

Pero no se crea por esto que el aprismo es para nosotros la única doctrina de interpretación y de acción. Nada más lejos de nuestro pensamiento. Bienvenido sea todo lo que nos pueda ayudar a es­clarecer nuestra realidad y enseñarnos el camino de la verdad y de la acción fecunda.

La misma concepción expresada nos guio en 1936 cuando intentamos fundar el primer partido de la Revolución, idea que se malogró. La misma idea presidió el nacimiento del primer club revoluciona­rio febrerista, el "Club 17 de Febrero", forma de ac­tuación que fue recogida por el movimiento febre­rista.

"A pesar de sus múltiples evoluciones políticas y de esa versatilidad que debe lamentarse -prosigue el Dr. Stefanich, el hombre que no vaciló en can­tar loas al gobierno de la traición y de la contrarre­volución- el ex-ministro de Justicia de Febrero es un espíritu culto e ilustrado, de excelente versación social e histórica".

¡Si todo lo que modestamente he hecho para ser­vir a la Revolución, si mis más de quince años de dura, altiva y constante lucha por la causa del pueblo, si todos mis esfuerzos para encauzar y orientar el movimiento revolucionario, si mi afán de empujar o animar la Revolución a través de esas distintas for­mas de actuación, han de ser considerados como versatilidad o volubilidad política, ¿qué nombre ten­dría la actitud adoptada por el Dr. Stefanich el mis­mo día de la caída del gobierno de la Revolución? ¿Qué calificativo aplicar a la víctima que se arrastra acariciando la mano de su victimario?. ..

¿Versatilidad? ¡Qué le vamos a hacer! , ¡Qué le vamos a hacer a ese ciento que anda por el mundo yendo de aquí para allá, llevando en sus alas el clamor de las almas humilladas, el grito de los pechos oprimidos, en su afán insobornable de forjar con ellos el trueno y la tormenta de la libe­ración!

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"Su obra pudo ser apreciable en el ministerio -concluye el Dr. Stefanich- pero muy pronto hu­bo de retirarse a raíz de la aguda alarma provoca­da por sus tendencias políticas en el país"

¿Es que después de mi salida no hubo ya conspi­raciones contra el gobierno? ¿Tienen algo que ver acaso mis "tendencias políticas" con el golpe del 13 de agosto de 1937? El Dr. Stefanich, en su ofus­cación, sólo ve la paja en el ojo ajeno...

Pero si hubiera procedido con más cordura y me­nos amor propio, si en vez de empecinarse en per­manecer en el poder, a toda costa, el Dr. Stefanich, buen orador, pero mal político, diestra pluma, pero torpe conductor, se hubiera retirado a tiempo, como hice yo, como hacen las gentes sensatas, aceptando, con abnegación y desinterés, el veredicto, justo o injusto de los hombres, el gobierno de la Revolución no hubiera caído o, por lo menos, no hubiera caído en tan malas condiciones.

En lo que me concierne, ¿qué acto, qué declara­ción, qué medida o actitud mía pudo haber provoca­do alarmas en el país? No. Mi salida del gabinete nada tuvo que ver con mis supuestas tendencias. Fue simplemente el resultado de una hábil manio­bra de la reacción. La opinión conservadora no ­podía ver con buenos ojos mi presencia en el go­bierno. Pero ¿desde cuándo una revolución tiene que pedir certificado de buena conducta a sus ene­migos? La revolución fue cayendo a pedazos. Pri­mero, los más peligrosos, o revolucionarios. Des­pués los otros... Eso es todo.

Más que a alarmas, mi salida del gabinete se debió a la intriga. Y a ella no fueron agenos los propios colegas de gobierno. Gómes Freyre quería "totalizar". Stefanich procuraba "liguizar". Caballe­ro no dormía pensando en Hitler y Mussolini. El único que no hacía política personal o de facción era yo. No era aquello, ni mucho menos, una lucha de ideologías contradictorias, como quiere hacer creer el Dr. Stefanich. ¡Era un choque vulgar y grosero de ambiciones personales mal disimuladas, de subalternas preocupaciones palaciegas. Hice cuanto pude para suavizar esas fricciones y evitar la ruptura del frente revolucionario en el gobierno. El Dr. Stefanich me pedía que nos entendiéramos para frenar las ambiciones del Ministro del Interior. El Dr. Gómez Freyre Esteves quería llegar a un acuerdo conmigo para contrarrestar las pretensiones hegemónicas de la Liga. El Presidente estaba al tanto de esta pugna. "Es una lástima que estos dos hombres no se entiendan -me dijo en cierta oca­sión-; no veo nada bueno en esto. No sé qué hacer".

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Muchas otras cosas hay en los libros del Dr. Ste­fanich que deben ser rectificadas, muchas afirmacio­nes falsas, antojadizas o reñidas con la realidad de los hechos. Su relato de los sucesos de Febrero es novelesco y está teñido de parcialidad, encono y per­sonalismo.

Siento no disponer del tiempo necesario para ocu­parme de él con detenimiento. Espero poder hacerlo algún día. Voy a referirme ahora únicamente a dos o tres puntos del relato aludido por el interés revolucionario que encierran.

Afirma el Dr. Stefanich que en las reuniones de ministros celebradas para cambiar ideas sobre la obra revolucionaria, se llegó a resolver; "1) que la revo­lución afirmaba el nacionalismo paraguayo; 2) que no permitiría ninguna clase de luchas o discusiones sobre la religión y la iglesia". Se trata de una afir­mación absolutamente inexacta, desde la primera a la última letra. En aquellas reuniones hablábamos y discutíamos sobre muchas cosas; pero no resolvimos nada, no llegamos a ninguna conclusión. Al menos en las reuniones a que yo asistí. Ni era ese el objeto de las reuniones aludidas. Lo que se buscaba era simplemente conocer el pensamiento de los mi­nistros acerca de la Revolución. Recuerdo, sí, que al final de una de las reuniones, el Presidente Fran­co sugirió la conveniencia de que cada ministro pre­sentase a la brevedad posible su plan de trabajo.

No es menos inexacto lo que afirma el Dr. Stefa­nich respecto a una exposición, "en líneas generales", que dice haber hecho, de la doctrina solidarista, en una de aquellas reuniones. Por mi parte, la primera noticia que tuve de la existencia de su doctrina fue allá por 1943, con motivo de la publicación de uno de sus libros. En 1936, ni en líneas generales, ni en ninguna otra línea.

"El solidarismo y el marxismo -añade, a renglón seguido, el Dr. Stefanich- habían hecho su apari­ción en el gobierno". Pero ¿cómo, diablos, pudieron hacer su aparición cosas que nadie había aún nom­brado siquiera? Porque ni la palabra marxismo se pronunció entonces, ni el vocablo solidarismo salió de labios del Dr. Stefanich. Lo que éste llama mar­xismo ni siquiera pretendía a la sazón adoptar una actitud de militancia individual. Tal es la verdad honrada y cabal.

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El Dr. Stefanich es un político de la vieja escuela. Se encuentra en un ambiente que no es el suyo. Su vocación no es la revolución; pero, lanzado a la pista, tiene que bailar, y no sabe cómo hacerlo. La "revolu­ción de nuestro tiempo" es un baile que hay que bai­larlo sobre los pies, no sobre la cabeza, como sostenía Hegel. Esa es su tragedia. En cualquiera de los partidos tradicionales, el Dr. Stefanich se hubiera encontrado como el pez en el agua. Es un hombre amable, de orden, con mentalidad de "abogado de empresa extranjera", lo que se llama un buen bar­gués. Además, es hombre de centro, como quieren o creen serlo los liberales y los colorados, según el Dr. Luiz De Gasperi. Al decir esto, no pretendemos desconocerle de ningún modo condiciones para coope­rar a una tarea, como la que se propone llevar a cabo la Revolución de Febrero. Al contrario, le deseamos mejor suerte y más acierto en esas ac­tividades que la que tuvo en las que desarrolló en 1936-1937, desde el gobierno. Y sobre todo, menos confianza en el enemigo y más fe en el compañero.

Ciertas pretensiones o manías suyas, como la de ponerse, por ejemplo, a toda costa, al frente del Movimiento, suscitan prevenciones justificables. Por qué forzar las cosas? El último soldado de Napoleón influía más sobre el curso de los acontecimientos que el propio Napoleón. Esto lo dijo Tolstoi, un ruso.

Lo siento por el Dr. Stefanich. Gloria al "soldado desconocido".

El Dr. Stefanich posee una predisposición casi orgánica contra toda tendencia de izquierda. Eso le quita seriedad y le hace parecer sospechoso de reaccionario. Sus acusaciones o prejuicios contra la izquierda son antojadizos si no rencorosos o faltos de ecuanimidad. En todos sus libros se empeña, con malicia, en presentarla como "antinacionalista" o "antipatriótica", o como saboteadora de la defensa nacional durante la guerra del Chaco. ¿De dónde ha sacado todo eso el Dr. Stefanich?

Ha de saberse, ante todo, que la izquierda, que actúa en el Movimiento de Febrero y que es, quiéralo o no la reacción, el Movimiento mismo, su razón de ser histórica, no tiene nada que ver con el comu­nismo. De su nacionalismo sólo pueden dudar quie­nes se sienten de algún modo ligados o identificados con la suerte de la oligarquía. No basta, a veces, dejar de ser "abogado de empresas extranjeras" para ser revolucionario. Es más fácil despojarse de un mandato que despojarse de una mentalidad. El Dr. Stefanich está lleno de ideas preconcebidas contra la Revolución, como un reaccionario cualquiera.

La "liberación integral" no tendría sentido sino so­bre la base de un nacionalismo social. "Paraguayice­mos al Paraguay". ¿Qué fórmula nacionalista mejor que ésta? La oligarquía dice: "El Paraguay para los extranjeros". Nosotros decimos: "El Paraguay para los paraguayos". Este es nuestro nacionalismo. Na­cionalismo en función de los de abajo, no en función de los de arriba. Nacionalismo revolucionario.

En cuanto a la defensa del Chaco, baste decir que ninguno de aquellos a quienes parece aludir el Dr. Stefanich dejó de cumplir con su deber. Al menos que yo sepa. Ninguno hizo guerra a la guerra o formó parte de ningún comité antiguerrero, como hi­cieron los comunistas. Todos acudimos al llamado de la patria, hasta los que estábamos fuera de ella, cumpliendo destierros, hasta los que no estábamos comprendidos en ningún llamamiento militar.

Varios compañeros hicieron el sacrificio de sus vidas. Otros volvieron del Chaco con gloriosas cica­trices o con menciones honrosas en sus fojas de sol­dados de la patria. No me cupo a mí el honor de ir al Chaco durante la contienda, pero de eso no tengo la culpa yo sino las autoridades que no lo quisieron. Tan pronto como estalló la guerra con Bolivia, me presenté al Consulado en Montevideo, donde me en­contraba. Fundé allí un Comité Pro-defensa del Pa­raguay, el primero que funcionó en el extranjero; luego vine a Asunción donde me presenté a las auto­ridades militares, contribuí con mi óbolo para la victoria, etc. Y como no me dejaron empuñar el fusil empuñé la pluma para cumplir con mi deber de para­guayo. Durante tres años actué en la prensa local y extranjera defendiendo la causa nacional. Los primeros artículos sobre el origen petrolífero de la guerra del Chaco que vieron la luz en el país se de­ben a mi pluma. Los recuerdo ahora porque parece que ido eran del agrado de ciertos círculos influyen­tes en la situación. En Buenos Aires un trabajo mío sobre el imperialismo petrolífero motivó un entre­dicho de la hoja en que se publicó con una poderosa empresa petrolífera.

En síntesis: fui miembro del Partido Liberal, pero salí de él estando en el poder. En cambio, el Dr. Stefanich dejó a su partido para hacerse cargo de un ministerio. Yo me retiré de un partido de go­bierno para ir a la oposición. El Dr. Stefanich dejó la oposición para ir al gobierno. A pesar de hallarme lejos del país, no vacilé un instante respecto a la actitud que debía de adoptar frente a los aconteci­mientos del 13 de agosto. No puede decir lo mismo el Dr. Stefanich. No sólo no reaccionó en defensa de la Revolución y del gobierno derrocado, sino que aceptó los hechos consumados, expresando, con pala­bras inequívocas, satisfacción, optimismo y confian­za por el cambio producido, y faltando, de esta mane­ra, a sus deberes de fidelidad y lealtad con la revolución e induciendo a engaño a la opinión sobre el verdadero móvil y la verdadera naturaleza del nuevo gobierno constituido. Jamás me valí de mi posición en el gobierno para gestionar cosas contrarias a la moral y a los objetivos de la Revolución; jamás hice nombrar funcionarios para servir intere­ses profesionales o patrocinar arreglos jugosos a costa. del Estado. No podría ciertamente decir lo mismo cierto ex-abogado de las tierras de Cristopher­sen y del Banco El Hogar Argentino.

Es fácil, cómodo y luchativo ser abogado de los ricos. Es difícil, molesto e improductivo serlo de los pobres. Puedo hablar por experiencia propia. Un latifundista quiso hacerme asesinar en 1929 por de­fender a los pobladores de sus tierras. Un ex-asesor de latifundistas pretende ahora arrojar sombras sobre mis limpios blasones de luchador y de soldado de la causa, del pueblo y de la revolución febrerista. Vana pretensión. Es como dar coces contra el aquijón. Es como ir por lana y salir trasquilado. Le invito al Dr. Stefanich a serenarse, a pensar más en la Revo­lución y menos en sí mismo, a ser más ecuánime y objetivo, a hablar menos y a hacer más. Creo que todos saldríamos ganando con ello. En el movimien­to hay espacio y tarea para todos. Su misión es de­masiado grande para que andemos perdiendo tiempo en estériles querellas personales. Sursum torda, y perdón por el latinajo.


PRIMERA PARTE

CUESTIONES GENERALES


Concepto de la Historia. - Antes de entrar en materia, quizá no sea inútil que fijemos nuestro cri­terio acerca de la historia. ¿Qué es la historia? ¿Para qué estudiamos la historia?

Hay muchas maneras de contestar estas preguntas. Vamos a mencionar las más importantes. La historia es para unos una escuela de virtud, tiene una finali­dad moral. Ejemplo: "Vidas paralelas" de Plutarco. Se cuenta que Alejandro el Grande llevaba siempre consigo la Ilíada de Homero.

Otros sostienen que tiene por objeto demostrar que nuestra patria es la mejor, como creía aquel niño húngaro que, viendo que su patria no ocupaba más que un punto en el globo terráqueo, le dijo, llo­rando, a su padre: "¡Yo quiero un globo en el cual no se vea más que Hugría!" Es la historia patrió­tica, chauvinista, racista, a la manera de los historia­dores del pagermanismo, del paneslavismo, de la hispanidad, del imperialismo…

Pero la historia no es solamente la maestra de la vida, la forjadora de la conducta, el numen del pa­triotismo. Es algo más. Es también lucha del hom­bre contra la naturaleza, triunfo de la ciencia, com­prensión y solidaridad entre todos los pueblos y entre todos los hombres. La Humanidad es, según la her­mosa definición de Pascal "como un hombre que nunca muere y aprende siempre".

Lección de avance. - No es lucha de facciones, es proceso social, lucha de estructuración, de inte­gración, de superación. Es recuerdo, amor al pasado, ¿quién lo duda?, el hombre vive porque tiene me­moria; pero es también esperanza, fe, amor al por­venir. No sólo rememoración sino acción, marcha, creación, esfuerzo y trabajo duro, heroico, incejable, riesgo y promesa, siembra y cosecha. La historia es ciencia de los porqués, ciencia del eterno devenir, del eterno engendrar y morir, viaje de ida y vuelta, relato causal.

Pero historia universal antes que historia nacional. La historia no es de aquí y de ahora ni terminará mañana. Es de todas partes y de siempre. Es el relato de todo lo que han hecho los hombres para mejorar su destino en la tierra. Su más grande lec­ción es que nos enseña a amar a los hombres a través de nuestros compatriotas, a tener fe en el trabajo, en la ciencia, en la técnica, en la inteligencia, en la voluntad, en el genio, en la cultura. Es una lección de avance, no por el camino de la utopía, sino por el camino de la verdad, hacía el progreso, hacia la liberación. Es un relato humano, humanístico; pero sin dejar de ser, por eso, nacional o nacionalista, sin dejar de impregnarse de un nacionalismo constructivo y defensivo, sobre todo defensivo en el sentido de ponerse en guardia contra el ausentismo y contra la presión extranjera, de absorción material y mental.

Del mismo modo que el período actual tiene sus raíces en el período anterior, así la Revolución de Febrero se explica por la Revolución de Mayo, por la Revolución de los Comuneros. Pero el presente no es sólo pasado. Es al mismo tiempo futuro. Lo que es ha sido y será al mismo tiempo. Nacemos, morimos y renacemos a cada instante. La vida no se interrumpe nunca.

¿Cómo comprender, por ejemplo, el movimiento emancipador de la América Española sin tener en cuenta la historia de Europa, la historia de España? Enfocada sobre el plano de la historia mundial, ob­serva Mariátegui, la independencia sudamericana se presenta decidida por las necesidades de la civiliza­ción occidental o, mejor dicho, capitalista.

Función superior. - La historia nos ayuda a ver los defectos de la organización social anterior y, al mismo tiempo, nos indica en qué dirección tenemos que obrar en los tiempos venideros. Las fuerzas que influyen en la evolución, observa un gran historia­dor, son irresistibles, y los esfuerzos conscientes de la humanidad no pueden hacer otra cosa que apre­surar la realización de los resultados a que condu­cen, cuando esos esfuerzos se orientan en el sentido de la acción de las fuerzas, o retrasarla, cuando ac­túan en sentido contrario.

En ello consiste la función superior de la historia, en hacernos ver no sólo lo que hemos sido sino lo que no hemos sido y lo que podemos ser, en recordar y hacer, en no caer en el pesimismo de creer que cualquier tiempo pasado fue mejor, sino en tener fe en el futuro, creer que la patria de los hijos será mejor que la patria de los padres. El febrerismo es confianza en el pueblo, fe en el pueblo, en la patria de los hijos.

Sabiduría guaraní. - Hay un mito, de nuestros antepasados aborígenes lleno de sabiduría. Los gua­raníes creían en la inmortalidad de la vida, pero no en la del otro inundo, sino en la terrenal, como lo de­muestra su mito del yvymaraey, la tierra sin mal, el país de la inmortalidad, el paraíso terrestre. El paraíso no era para ellos algo que estuviese en el pasado, sino en el porvenir, no era una recompensa que esperaban recibir después de la muerte, sino una conquista que realizar en vida. La dicha no está en la tierra de los padres, está en la tierra de los hijos. No es religión sino historia.

"El ombligo del mundo". - La historia de nuestro país es aún breve, apenas hemos empezado a andar por el inundo, somos un pueblo llegado ayer a la vida. ¿Cuántos de nuestros compatriotas no saben todavía que la tierra es redonda, que hay hombres semejan­tes a ellos en otros lugares de la tierra? ¿Cuántos creen, y no sólo las mentes indoctas, que nuestro país es el "ombligo del mundo" la mejor raza, etc.?

Me acuerdo todavía de un episodio de mi fugaz vida parlamentaria. Yo creía que nuestro país tenía mu­cho que aprender aún de los demás países, en mate­ria de educación, como en muchas otras cosas. Lle­vado por esta creencia, presenté un proyecto crean­do misiones permanentes de estudios pedagógicos en los grandes centros culturales del mundo. Yo creía que eso no habría de discutirse siquiera. Un colega del sector opositor combatió el proyecto alegando, fogosamente, que antes que mandar maestros al ex­tranjero había que mandarlos al interior para que conocieran el país. Aldeanismo, "francismo" puro. Tan malo es esto como su opuesto, el ausentismo, el cosmopolitismo, el colonialismo. Aquello es aisla­miento, estaticismo, ensimismamiento. Esto, desarrai­go, despersonalización, inautenticidad.

Problema y posibilidad. - Nos queda todavía un largo camino que andar. Tenemos que salir de nuestro encierro de alguna manera. De nuestro en­cierre geográfico, de nuestro encierro económico, de nuestro encierro cultural. Tenemos que recorrer los caminos del mundo como en la parábola de Per Gynt, dar la vuelta a la tierra, correr el riesgo de las gran­des aventuras, como quiere el filósofo, para encon­trarnos a nosotros mismos.

Sarmiento decía que el Paraguay era un enigma. Pero, ¿por qué enigma y no problema? Problema es y grande el Paraguay. Problema geográfico. Pro­blema social. Problema económico. Problema cul­tural. Problema político. Y decir problema es decir posibilidad. El Paraguay es una pregunta que con­testar, no un misterio que descifrar.

Pesimismo injustificado. - Pero hay los pesimis­tas, hay los descreídos, para quienes el Paraguay es problema sin solución, callejón sin salida, confina­miento. Imposible retroceder, imposible avanzar, es­tamos condenados, como ciertas especies animales, a desaparecer por inadaptación o agotamiento del im­pulso vital. La geografía y la raza nos son hostiles. Nada grande puede hacerse en tierras de sol y selva desfavorables, de clima enervante, depresivo y opresivo. ¿Qué se puede esperar de un pueblo lastrado por taras atávicas, indolentes, fatalistas, etc.?

Así hablan los escépticos.

Vale la pena que nos detengamos un momento so­bre este asunto.

Simplista y pseudo-científica es, desde luego, la opinión que atribuye al territorio el origen de nues­tro atraso. ¿Por qué en el mismo sitio hubo antes prosperidad y ahora hay atraso? Pane y Domínguez se han ocupado de este asunto en magníficos estu­dios. Hay que leerlos. Lo que voy a decir será apenas una presentación del problema.

Respecto al medio físico hay quienes creen que el territorio es fatal y aplastador, y hay quienes, como Domínguez, sostienen que el Paraguay es una Jauga ideal.

La verdad hay que buscarla en el medio. Es la posición de Pane.

El clima no es todo. El suelo es condición, no factor determinante de la historia. En apariencia, el calor enerva, hace difícil el esfuerzo sostenido, pero los hechos dicen otra cosa. Es un hecho que las más antiguas civilizaciones se desarrollaron en un clima cálido y seco. Y el clima de nuestro país, según autorizadas opiniones, es cálido y dulce, agra­dable y sano. No hay en el mundo país más saluda­ble, decía Azara. Por su clima, decía un escritor, el Paraguay se ha convertido en una especie de sana­torio del Río de la Plata, en la Niza Americana. Según Bertoni, el Paraguay realiza las condiciones de un clima ideal.

Tocante a la población, algunos sociólogos sostie­nen que la capacidad para progresar depende de la sangre. Así, los pueblos indoamericanos, de forma­ción predominantemente india, tendrían posibilida­des de progreso muy limitadas. Agravaríase ello con los inconvenientes del medio físico. Si un pueblo inferior se encuentra confinado en un medio desfavorable, el progreso sería nulo. Pero, los he­chos hablan un lenguaje diferente. En realidad, el criterio para apreciar la capacidad de un pueblo es su adaptabilidad, es decir, su aptitud para dominar su medio. ¿Y quién podrá negar al paraguayo con­diciones para una avanzada evolución social? ¿Quién podrá desconocerle aptitudes para abrirse paso en la vida, destreza y viveza para cualquier menester, energía y audacia, resistencia y tenacidad? Los pa­raguayos sobresalen casi siempre en tierra extraña. Poseemos un gran amor propio, no nos achicamos ni nos dejamos vencer por las dificultades. Es difícil que un paraguayo se eche para atrás. He conocido en el destierro a muy pocos compatriotas fracados. Ninguno de los seis u ocho paraguayos que viven en Nueva York estaba en mala posición cuan­do los conocí en 1936. No hay actividad en que el paraguayo no demuestre excelentes aptitudes, así en las del músculo como en las de la inteligencia. Como marinero es muy estimado. La mayoría de los "prác­ticos" de río es paraguaya. Es buen ganadero o artesano en el Brasil, excelente agricultor o emplea­do de comercio en la Argentina. Por su flema, su paciencia, su hermetismo, su humor, son los ingle­ses de la América del Sur. Son tenaces tanto o más que los españoles o los guaraníes sus progenitores de raza.

El Paraguay, como Holanda, hace historia contra la geografía. Su independencia es un perpetuo mila­gro de su voluntad de vivir.

Cierto que es un país atrasado, pero más bien que pobre, empobrecido. Reúne todas las condiciones para mejorar de destino, para avanzar. El Paraguay, lejos de ser una tierra imposible, es una magnífica posibilidad.

Método. - Todo conocimiento, interpretación o ex­plicación del proceso histórico, supone una base o criterio de filosofía. Este criterio es el instrumento que se utiliza para analizar la realidad y determinar las posibilidades que ésta encierra. La filosofía es, en última instancia, según un gran maestro de esta dis­ciplina, una cuestión de puntos de vista. Estudiamos la historia como observamos un paisaje, desde cier­ta posición. En un momento dado, una posición puede ser mejor que la otra, por permitir una visión más amplia o exacta de la realidad, etc. Para nos­otros, la historia es proceso biológico y proceso ma­terial, vitalismo y materialismo dialéctico. Ignoramos aun la esencia de la materia cósmica; pero sabemos que la materia histórica es materia económica. No hemos de incurrir, empero, en el simplismo de con­siderar el factor económico como único o exclusivo. Existe, dice Laski, entre los factores del cambio so­cial una reciprocidad de influencia que ningún ob­servador serio puede razonablemente negar; pero no es lo mismo admitir el pluralismo en la causalidad histórica que negar la primacía del factor económico. Quiere decirse que el papel desempeñado por los demás factores depende de un ambiente cuya natu­raleza está determinada por su sistema de relaciones económicas.

Hacemos completamente nuestras las siguientes palabras del gran pensador inglés: "La historia ca­rece de sentido si no se ve en ella más que una lucha entre intereses egoístas contrapuestos. Consi­derarla así es difamar la naturaleza humana. Es, más bien, una lucha por la supervivencia de ideales cuyo carácter está determinado por su capacidad de explotar las posibilidades de producción existentes en un momento dado. Esos ideales luchan entre sí, porque la relación de las clases con las posibilidades de producción crea una serie de aspiraciones que se intenta llevar a la práctica. Esas aspiraciones van implícitas en la relación de clases, y tan pronto como se siente que la proporción entre aspiración y satisfacción tiene una desigualdad grave, está en la naturaleza de las cosas el intentar un reajuste..."

Lo nacional y lo exótico. - Hay personas que re­suelven las cosas con mucha facilidad. Dicen por ejemplo: esto es extranjero, esto otro es nacional y americano, el socialismo es exótico, la democracia es vernáculo, etc. Pero, ocurre que, si se examinan a fondo las cosas, esa distinción no tiene más razón de ser que la majadería del que las hace. Fascismo, nacismo, marxismo y democracia son nombres nue­vos de cosas viejas. El sistema democrático nació en Grecia. El latifundio nos vino de la España feudal. La República, negación de la negación, sínte­sis del Paraguay prehispánico y del Paraguay colo­nial, se estructuró en régimen de democracia social. ¿Cuál de esas cosas es exótica, cuál no lo es?

Se usa y se abusa de estas palabras. ¿Qué es lo nacional para un país casi sin historia aún? ¿Qué cosas son nacionales y qué exóticas en el Paraguay? La línea que las separa es muy sutil, tan sutil que sería difícil decir, por ejemplo, cuándo un ex-abo­gado de empresa está al servicio de la revolución, cuándo no lo está. Considerará éste, por ejemplo, muy natural y patriótico estimular y proteger las inver­siones extranjeras, y "comunizante" estimular y pro­teger al obrero en su lucha contra la explotación; tildará de exóticas las huelgas y las ideologías que interpretan las aspiraciones de las clases trabaja­doras, dirá que el imperialismo no es un problema, etc. Hay dente que se ufana, observa un historiador, con los aparatos que el capitalismo ha creado, pero se asombra por la difusión de las ideas que emanan de las contradicciones implícitas en el capitalismo.

Algunos de esos "abogados de empresa" militan incluso en partidos de izquierda. Son como esos via­jeros sin rumbo que toman el primer tren que en­cuentran. No es que sean inadaptados. ¡Al contra­rio! Sino que son desubicados.

Por otra parte, el Paraguay, pese a ser un país de civilización retardada, no es una "isla de Ro­binson", sin conexión con el resto del mundo. Por eso, no tiene sentido para nosotros, o la tiene escasa, la distinción entre lo nacional y lo exótico.

No por regional, el drama del Paraguay deja de tener sentido universal. Cada día es menor nuestro aislamiento, cada día aumentan nuestras interferen­cias con el resto del mundo, cada día somos más semejantes a los demás pueblos civilizados, cada día somos menos aldeanos y más ciudadanos. Hay mucho de Edad Media todavía en el mundo. La humanidad tiende a la unidad, no a la uniformidad. Somos un pueblo mediterráneo. Esto explica mu­chas cosas, limitaciones, defectos... A pesar de ello, hemos logrado aún concretar una política ade­cuada a esta situación.

Mediterraneidad. - Se cita la geografía entre los factores constantes de la historia. ¿Hasta qué pun­to es adverso para el Paraguay su confinamiento geográfico? Los indios guaraníes hicieron de esta región mediterránea el centro principal de sus acti­vidades de expansión y dominio. Pero la civilización guaraní se extinguió sin que llegara a desarrollarse.

Los españoles hicieron a su turno de la Asunción la capital de su empresa conquistadora. Historia contra la geografía. Pero un siglo después esa capi­talidad pasó a Buenos Aires, situada en la desembo­cadura del Paraná. Asunción protestó, pero en vano. Geografía contra la historia, ¿Terminará el Paraguay por ser absorbido por la Argentina? Bel­grano, la política de Rosas, latente siempre en la entraña de la política argentina, (no hay que olvidar que las condiciones geográficas determinan tenden­cias y aspiraciones permanentes) y la guerra de la Triple Alianza son cosas demasiado significativas. El río lleva al Paraguay hacia el Plata; pero hasta ahora nuestra voluntad ha sido más fuerte que la ley de los ríos.

Pero no todo es desventaja en la mediterraneidad. Unamuno señalaba como ventaja de la mediterranei­dad el hecho de que preserva contra la influencia no­civa de lo extranjero. A los pueblos mediterráneos llegan las cosas ya tamizadas o asimiladas por la civilización. Es una ventaja relativa. Otra ventaja reside en el hecho de que la mediterraneidad hace más fácil y rápida la unificación.

Selva y antí-pampa. - El Paraguay es selva, y anti-pampa. Mucho tiene que ver con su historia el Chaco, que es selva y es pampa al mismo tiempo, la pampa del trópico. El Paraguay se desarrolla en función del Chaco, como la Argentina se desarrolla en función de la pampa, como los Estados Unidos se desarrollan en función del far west, como Rusia crece en función de Siberia. El Chaco es su otro yo, la otra mitad de su ser, su oposición en contrapunto, su complemento, aventura y promesa.

Todavía es un enigma. Todavía hoy nuestros co­nocimientos sobre el Chaco no van más allá de lo que saben los cazadores y aventureros que lo re­corren. Ningún gobierno lo ha hecho explorar y estudiar jamás científicamente.

Durante mucho tiempo, el Chaco desempeñó en la vida del Paraguay una función de caja de Pandora. De allí salían muchas calamidades, malones, pestes, plagas. Desde antes de la Colonia, el Chaco era ya una pesadilla. Hay un complejo chaqueño en la sico­logía nacional, fácilmente reconocible.

El Chaco es un problema. ¿Qué hemos hecho para resolverlo? Aunque parezca increíble, la verdad es que los indios guaraníes hicieron en ese sentido mucho más que nosotros. Antes de la guerra con Bolivia, no sabíamos sino vagamente lo que había más allá de Boquerón. En cambio, nuestros antepa­sados aborígenes, subieron por el Pilcomayo yendo a establecerse -magnífica hazaña de estrategia­ al otro lado del Chaco, tomando al monstruo chaque­ño por la retaguardia, y enfrentándose directamente con el enemigo del altiplano. El Chaco fue domina­do, el desbordamiento incaico sobre el Plata deteni­do, y asegurado el acceso guaraní a las codiciadas minas de plata y oro del altiplano.

Los españoles encontraron abierto el camino; pero el Chaco siguió siendo el dragón que había que ven­cer para llegar a las sierras del Plata.

El Chaco, nuestro "Far West". - El Chaco es nuestro far west. Tenemos que conquistarlo, domi­narlo. Es un pedazo de territorio todavía no inte­grado en la geografía nacional.

El Chaco apenas si existía para la clase dirigente tradicional. Era una cosa remota, un territorio so­brante, un espacio vacío, sin porvenir, desprovisto de interés para la vida y el destino del Paraguay. No sabían qué hacer de él, si regalarlo, si venderlo, si repartirlo. ¿Para qué queremos el Chaco? Así pen­saba la oligarquía. De hecho, estuvieron a punto de entregarlo. ¿Para qué queremos el Chaco? Secio­nismo. Las leyes de venta de tierras públicas fueron dictadas con ese espíritu. Y con ese mismo espíritu fue concertado el convenio de límites con Bolivia. Pero el Chaco es parte de nuestro ser nacional. ¿Qué sería de la Argentina sin la pampa? Distinta geografía, distinto destino.

La guerra con Bolivia nos trajo esa revelación, nos despertó a la conciencia de ese pedazo de nuestro ser nacional. Distancias y obstáculos, que parecían insuperables, fueron dominados. Pero, terminada la guerra, el desierto recobró su hosco imperio.

La oligarquía careció de visión y de espíritu para afrontar el problema del Chaco. Prefirió entregarlo, y enfeudarse. En vez de dirigir, se dejó llevar. En vez de hacer, "dejó hacer".

El Chaco estaba demasiado lejos. Más lejos que Buenos Aires. Más lejos que Nueva York. Más le­jos que Londres o París. Además, ¿qué había en el Chaco sino charcos, fiebres, sequías, indios salva­jes? La Asunción de la oligarquía, como la Asunción de la Colonia, es anti-india. No creyó en el Chaco, como no creyó en las energías creadoras de la raza.

Para la Revolución de Febrero, en cambio, el Cha­co es nuestro far west, piedra de toque de nuestra capacidad de progreso, riesgo y promesa, problema y posibilidad.

Revolución social más bien que política. - Se ha dicho que la Revolución de Febrero no es más que un cuartelazo, a lo sumo un movimiento de alcance político, no social. Pero, ¿realmente no es más que eso? Veámoslo, rápidamente.

1º La Revolución no tuvo un origen exclusivamen­te militar. Fue preparada por civiles, fuera de los cuarteles.

2º La Revolución fue inmensamente popular. Todo el país la recibió con entusiasmo y alegría.

3º Es cierto que el Movimiento careció de pro­grama y de guías, aunque no se puede decir, en rigor, que no los tuviese. La Revolución lanzó con­signas que valen tanto o más, por su expontaneidad, que un programa o una doctrina fríamente elaborada. Pero aun admitiendo que careció de preparación ideológica, no por eso ha de negársele carácter de revolución. Recuérdese que, así, sin doctrina, sin líderes, sin rumbo, empezaron también casi todas las grandes revoluciones.

4º Por su esencia, la Revolución de Febrero es social, más bien que política. Sus consignas inter­pretan aspiraciones de clase. Por eso es democrática y antioligárquica, al mismo tiempo que nacionalista y antiimperialista. La oligarquía es un sistema de pri­vilegios. El imperialismo es un sistema de dominación internacional. La Revolución es igualdad social y es liberación nacional. Esto no quiere decir que sea enemiga del capital extranjero, ni mucho menos xenófoba. Su antiimperialismo es defensivo, libertario. Antientreguismo no es anticapitalismo.

5º Si la Revolución fuese tan sólo un cuartelazo, como quieren presentarla sus enemigos, ¿cómo ex­plicar las fórmulas y consignas de alcance social que proclamó? ¿Por qué, a diez años de su estallido, y a despecho de la deserción o alejamiento de algunos de sus jefes militares o civiles, la Revolución, lejos de decaer, adquiere cada día más hondo cauce y dimensión, mayor ímpetu y significación popular? Es posible que algunos de los militares que partici­paron en la Revolución no hubiesen comprendido su alcance social. No siempre los actores de un drama social se dan cuenta de su verdadera significación. Pero ¿qué importa eso frente a la voluntad del pue­blo? Y el hecho indiscutible es eso: desde 1936 el pueblo paraguayo busca, por vías revolucionarias, un cambio profundo de cosas, instituciones y hombres.

Sentido de masas. - En un reportaje que nos hizo un diario de Buenos Aires el 26 de marzo de 1936 sosteníamos estas mismas ideas. "La revolución -decíamos- pone fin al régimen y a la política de las oligarquías tradicionales que rigieron los des­tinos de la nación durante más de sesenta años e inicia una época de profundas transformaciones eco­nómicas, sociales y jurídicas.

"La revolución se presentó desde el primer mo­mento con una misión redentora. Viene a libertar al pueblo oprimido y explotado, a poner en sus manos el señorío de su destino. Se anticipó un poco a los hombres que la dirigieron. El pueblo es más revolu­cionario que sus líderes.

"Declaramos rotundamente -decíamos poco des­pués, en un discurso que pronunciamos el 25 de mayo de ese mismo año, en Asunción-, que, sin la iz­quierda, la Revolución no tendría sentido ni interés para las masas y que sin las masas no hay, no pue­de haber revolución digna de llamarse así. Sólo las izquierdas ofrecen soluciones claras y precisas para los problemas de la Reconstrucción Nacional; sólo la izquierda puede suministrar a la Revolución mé­todos y programas de reconstrucción social eficaces y seguros; sólo en los principios del socialismo po­demos hallar la fórmula de la salvación nacional.

"Las fuerzas de izquierda constituyen el alma del movimiento y quien no está en la izquierda, no está con la revolución.

"El sentimiento nacional es parte del contenido emotivo del movimiento de izquierda, y ese senti­miento se hará tanto más fuerte cuanto más estrecha­mente unida estén las clases trabajadoras a la suerte de la nación, cuanto mayor espacio de poder ejerzan en la comunidad de la civilización nacional".

"Es ese sentimiento lo que nos ha hecho ver la necesidad de reorganizar la economía... La revolu­ción aspira a reanudar la historia interrumpida el 70, utilizando naturalmente el caudal de las experien­cias propias y agenas y lo que el progreso ofrece en materia de ciencia y técnica; aspira a nacionalizar la economía desnacionalizada por la traición de los go­biernos anteriores, pero sin caer en el error de recha­zar la cooperación del capital internacional que trae una técnica y una organización que no poseemos ni podemos improvisar; aspira a controlar las inversio­nes extranjeras y a estimular, organizar y proteger a las fuerzas productoras genuinamente nacionales representadas por el obrero, el agricultor, el artesa­no, el pequeño industrial, etc.; aspira„ en una palabra, a la construcción de un orden republicano y democrá­tico representativo de los intereses de las clases productoras que constituyen la inmensa mayoría de la nación. Tal es la fórmula de nuestro nacionalismo en el dominio económico".

"En política, nosotros no concebimos el naciona­lismo en oposición a la democracia. Repudiamos toda forma de nacionalismo contraria a la libertad y a la organización democrática de la sociedad".

Antiimperialismo. - La interpretación que damos a la Revolución está de acuerdo, en lo substancial, con los conceptos desarrollados en el Acta Plebisci­taria del 17 de Febrero suscrito por todos los jefes y oficiales del Ejército Libertador. La revolución se hizo -se lee en el Acta- "contra un régimen de bandidos de levita sobornados por el extranjero y de asesinos empedernidos que, a través de varias décadas de violento predominio, ha terminado por constituir un foco infeccioso de los mayores males internos y externos que jamás hayan atacado, con mayor peligro de muerte, la salud moral y material de la República. Ya no existía patria, sino intereses de partido complotados permanentemente contra la suerte de la colectividad, como única explicación de la larga hegemonía del grupo de políticos descasta­dos que han arrojado al país al borde de su desapa­rición".

Explicando los motivos que impulsaron al ejército a salir de sus cuarteles, el cap. de corb. Juan Spe­ratti (S. R.) distinguido ex-jefe de la Armada Nacio­nal, expone lo siguiente:

"La caducidad y superación de los principios y las doctrinas políticas, que regían la vida y las activi­dades del país con relación a las corrientes econó­micas y sociales de la época; la perversión moral de la conducta y los procedimientos gubernativos del partido dominante; las violaciones de las prácticas democráticas cometidas por la situación imperante, tales como impedir la formación de nuevos partidos minoritarios, de recurrir al fraude electoral, de em­plear el estado de sitio como arma de coartación de las libertades públicas y de persecución de sus ad­versarios; finalmente, de haber ocasionado como se cuela de sus ideas y de sus prácticas el enfeuda­miento de las fuentes de riqueza del país, la explo­tación  y servidumbre de sus hijos, indujeron al ejército a prestar oídos al reclamo popular de reno­vación de los fines, la moral, y el dinamismo guber­nativo". Lo subrayado es nuestro.

La primera declaración oficial concordante con esta interpretación de la Revolución está contenida en los considerandos de la Ley de Reforma Agraria. Dice así: "La Revolución admite la evolución futu­ra de los derechos dominiales sobre la tierra en el sentido de que, si lo exige el interés colectivo, podrá establecerse la nacionalización parcial de tierras, minas, yerbales y bosques naturales". Esta declara­ción fue incorporada al texto de dicha ley a instan­cia nuestra.

¿Qué es revolución? - Hay muchos equívocos con la palabra revolución. Los cambios políticos violen­tos que no repercuten en la estructura social no son revoluciones. Se llaman golpe de estado, asonada, motín, patriada, conspiración de palacio, pronuncia­miento, putsch, etc. La revolución verdadera es cam­bio estructural o de sistema, reconstrucción social, desplazamiento de una clase social por otra, modifi­cación en las relaciones sociales existentes, en últi­mo análisis, una reforma en el régimen de la pro­piedad. El proceso de cambio se realiza, por lo gene­ral, en forma gradual.

La historia de nuestro país está llena de revolu­ciones del primer tipo. Durante la Colonia, muchos gobernantes fueron electos o depuestos por medio de la fuerza. Pero el período de mayor anarquía, la edad de oro de las cuartelazos, fue el que empezó en 1870, en que hubo más de 40, correspondiendo el mayor número al tramo que corre de 1904 a 1936.

Los únicos alzamientos nacionales que merecen el nombre de revolución son la insurgencia comunera, el movimiento de mayo y la revolución de febrero. La primera proclamó la voluntad del común como fuente de todo poder del Estado y norma reguladora de la justicia social, anticipándose así a la Revo­lución Francesa. La segunda transformó la Colonia en República mediante un desplazamiento en el comando estatal y un reajuste de la economía sobre bases sociales y democráticas.

La tercera inicia una etapa de hondas transfor­maciones tendientes a restablecer la economía sobre sus bases tradicionales y a implantar un régimen de verdadera democracia y justicia social. Intuición y espontaneidad son sus características. Ninguna de ellas tuvo preparación, ni programa, ni definición ideológica previas.

Tampoco la Revolución Francesa fue precedida por partidos orgánicos, sino por grupos o clubes de di­verso contenido. Exactamente como la Revolución de Febrero, la tercera gran conmoción social que registra la historia del Paraguay. Se anticipó a la comprensión de sus dirigentes. Fue todo instinto e improvisación. Surgió de un fondo nebuloso de aspi­raciones, descontentos, propósitos y esperanzas, y se ha ido definiendo trabajosamente, a pesar de la im­preparación política de las masas y de los factores de disgregación que la trabajan. Ha superado la eta­pa de los ensayos y de la lucha empírica para orga­nizarse en un movimiento consciente de sus fines y objetivos, y más perfecto en táctica, en técnica y en programación ideológica.

Tres revoluciones que son una sola. - El levanta­miento comunero, la revolución de Mayo y el movi­miento de Febrero son, en realidad, tres fases de un mismo proceso. El proceso de la liberación y de la organización democrática genuina del Paraguay. Aun­que dispares y discontinuos en acción y en ideación, en formas de expresión y en resultados, hay entre esos tres sucesos una perfecta unidad. Son tres actos de un mismo gran drama social.

El movimiento comunero tuvo jefes, pero careció de una masa con clara conciencia revolucionaria. Por eso fracasó. El movimiento no sobrevivió a sus líderes.

En cambio, masas y líderes actuaron en el movi­miento de Mayo con clara conciencia de su papel. Por eso fracasó. No sobrevivió a sus líderes.

es. Por desgracia, al frente de una masa de gran intuición revolucionaria, actuó en Febrero de 1936 un grupo de escasa o débil conciencia revolucionaria.

Conciencia revolucionaria. - Por conciencia revo­lucionaria queremos significar no sólo conocimiento comprensión realista o causal de los males que sufre la Nación sino también de los remedios o fórmulas para poner fin a esos males. Es diagnósti­co y terapéutica.

Unos creían que el mal era político y no social; otros que sicológico o moral y no económico y social. El drama de los obrajes, la tragedia de los yerbales, el dolor de los campesinos, la miseria de los hogares humildes, todo eso que estaba en la raíz del movi­miento pasó a segundo plano, ahogado por una con­cepción minúscula, superficial, limitada y nutrida con temas tomados del viejo repertorio político. Tímida­mente, casi sin convicción, fue creado el Departa­mento N. del Trabajo. Tímidamente se hizo una reforma agraria que hubiera podido refrendar sin ninguna violencia cualquiera dé los gobiernos de la oligarquía.

En el Ejército coexistía junto a elementos leales una oficialidad más bien reaccionaria. El espíritu de la Revolución no llegó a sus filas.

Y así, por, no haberse ido desde el primer día al fondo de la cuestión, por no haberse atacado el mal en su raíz y en su momento los grandes problemas quedaron intactos. La revolución cayó del poder sin realizar su obra. Cuando eso ocurrió, el fervor popular estaba en su punto más bajo. No es que el pueblo hubiese dejado de ser revolucionario. Es que la obra verdaderamente revolucionaria brillaba por su ausencia. Hubo falta de visión, lentitud y apocamien­to en la dirección y en la acción. No hubo, en una palabra, conciencia revolucionaria. Se perdió un tiem­po precioso en cosas secundarias. Hasta el problema de la organización de las fuerzas civiles de la revolu­ción estuvo mal planteado.

Casi todos los dirigentes desconocían la verdadera realidad nacional, o tenían una concepción más bien retórica que científica de ella, ni se sintieron con fuerzas para ir a una acción de fondo, como si duda­sen de su deber o no tuviesen suficiente convic­ción. Lo cierto es que emprendieron su tarea con espíritu de burócratas, sin sentido histórico, como políticos más bien que como verdaderos revolucio­narios.

No hubo tampoco unidad entre nosotros. Ni podía haberla. Porque todos teníamos, quien más quien me­nos, preocupaciones excesivamente académicas o per­sonalistas. Esta unidad pudo haberse forjado a la vista de hechos consumados. Pero, desde el primer día, entraron en juego factores que quitaron sereni­dad a los espíritus, desapareciendo la posibilidad de unirse alrededor de un programa mínimo de acción auténticamente revolucionaria. La unidad que se pro­dujo después se hizo a costa y en detrimento del auténtico espíritu revolucionario. Todo lo demás es cháchara.

Surgieron discrepancias entre el grupo de la Liga, capitaneado por el Ministro de R. Exteriores, Dr. Juan Stefanich y el grupo del ministro del Interior, Dr. Gómes Freyre Esteves. Un día, el ministro de Relaciones le ofreció al ministro del Interior la pre­sidencia de la Delegación a la Conferencia de la Paz del Chaco. El Dr. Gómes Freyre aceptó, en princi­pio, el ofrecimiento; pero, al día siguiente, manifes­tó que lo declinaba. El Dr. Stefanich, que parecía contar con la aquiescencia presidencial para el ofre­cimiento, al verse perdido en sus maniobras, renun­ció. El Presidente de la República y casi todos los ministros eran partidarios de que se le aceptase la renuncia. Yo intervine y conseguí, tras una serie de gestiones ante las partes, que el Dr. Stefanich volviera al gabinete.

Un mes después el ministro del Interior hacia apresar a todos mis colaboradores planteándose la crisis ministerial más grave que confrontó la Revo­lución. Gómez Freyre y yo dejamos el gabinete. El Dr. Stefanich y sus amigos quedaron dueños de la situación. Mayo de 1936.

Panem et circern. - En cierta ocasión, el Dr. Ste­faních me preguntó qué es lo que, a mi juicio, podía hacer la Revolución. Le contesté que su programa de labor estaba claramente indicado en su lema máximo. Hay que poner en práctica -le dije- me­diante medidas adecuadas, el principio de liberación. Me pidió que le dijera cuáles podrían ser esas me­didas.

-En el orden económico -expuse- habría que hacer algunas nacionalizaciones; en el orden social dictar leyes de protección y mejoramiento de la vida del trabajador y en el orden cultural reorganizar el servicio educacional del Estado. Los nuevos códigos, empezando por la Constitución, debían elaborarse en función de esas realizaciones revolucionarias.

-Todo eso está bien -me dijo el Dr. Stefanich-; pero si se lo pone en práctica, la Revolución cae al día siguiente.

-Preferible sería que cayéramos así y no de otro modo -repuse.

-No -me replicó-. Hay que ser práctico. Lo que hay que hacer es dictar dos o tres medidas efec­tistas para impresionar al pueblo. (Recuerdo bien que prenunció la palabra efectista). Efectista y especta­cular más bien que revolucionaria fue, en efecto, la política que desarrolló.

Todo esto explica por qué al caer el gobierno de la Revolución, a pesar de la buena. voluntad y del sano nacionalismo que animaba a sus componentes, quedó intacta la organización económica, social y política. Ni siquiera se pudo llegar a un acuerdo para organizar en partido a las fuerzas civiles de la Revolución. Cuando se intentó llevarlo a cabo, ya era tarde. El entusiasmo revolucionario había pasa­do. El partido oficial de la Revolución no sobrevivió a la caída del gobierno que lo auspició. El nivel de conciencia revolucionaria había descendido a su gra­do más bajo.

El pueblo estaba, no diré que desengañado, sino más bien desconcertado. Había esperado grandes re­formas, una acción revolucionaria a fondo, cirujía, no sinapismos, reconstrucción no refacción, pero no hubo nada de eso. Después de dieciocho meses de gobierno revolucionario el país se hallaba casi en su punto de partida.

El partido de la revolución. - Después de diez años de alternativas diversas, de desorganización, persecución y lucha, el Movimiento encaró, por fin, en 1946, bajo la presión de la juventud revolucionaria, la tarea de la organización partidaria. Esta idea, a la que siempre se opusieron algunos hombres de la Revolución, habituados a medrar a la sombra del co­ronel Franco, estuvo a punto de malograrse nuevamen­te debido a la actitud asumida por el Dr. Stefanich en su afán de asegurarse, a toda costa, una posición di­rectiva en la nueva agrupación. En las reuniones que con ese objeto se realizaron en Montevideo en octubre de 1945, consiguió, gracias a la actitud complaciente y generosa del coronel Franco, que se suscribiera un acuerdo -famoso "acuerdo adicional"- en virtud del cual los ex-dirigentes de la extinta Unión Nacional Revolucionaria, con el Dr. Stefanich a la cabeza, ocu­parían determinados cargos directivos en la nueva organización partidaria. Yo, naturalmente, repudié el acuerdo, resolviendo llamarme a la abstención, pero sin que tal actitud mía. importase renuncia a mis convicciones febreristas. Posteriormente, y a insis­tentes pedidos de la juventud revolucionaria febre­rista, dejé sin efecto la abstención y, luego, a invita­ción del Comité Ejecutivo Nacional de la Concentra­ción Revolucionaria Febrerista -nombre de la nueva entidad fundada- acepté suscribir el acta de funda­ción. En la reunión del Comité, a que asistí como invitado de honor, se resolvió convocar para el 17 de febrero de 1947 la primera Convención del Movi­miento con el objeto de dar forma definitiva de partido a la idea revolucionaria febrerista.

De esta manera, las fuerzas de la Revolución van a trazarse un programa, una ideología, un camino, un plan de acción táctico y estratégico que les permitirá actuar, con mayor eficacia y educación, ya desde la oposición, como fuerza de educación y orientación de las masas, ya desde el gobierno, como instrumento de transformación revolucionaria.

Maquis de la resistencia. - La Universidad ha sido -durante la larga lucha contra la dictadura- el manantial inagotable de energía que sostuvo la ban­dera de la revolución. Fueron los estudiantes de la capital y de todas las ciudades principales de la Re­pública -maquis heroicos de la resistencia- los que, en unión a guerrilleros anónimos surgidos de las filas del pueblo trabajador, los verdaderos ges­tores del renacimiento revolucionario, sus anima­dores y eficaces orientadores. Ellos tejieron, ven­ciendo penurias y fatigas, como sus homónimos de la Francia inmortal, como los soldados de la Guerra Grande, como los "patapilas" invencibles del Chaco, hurtando el cuerpo a los esbirros de la dictadura, en reuniones celebradas en medio de los bosques o en locales ocultos, una red de células de acción febre­rista que abarcó casi todo el país. Así consiguieron coordinar la lucha y fijar las bases y los rumbos del verdadero movimiento revolucionario. Algún día ha­brá de rendírseles el homenaje que se merecen. Gracias a ellos, la Revolución está de nuevo de pie y en marcha.

La revolución frente a los partidos tradicionales.­ El compañero Badri Yampey planteó en una de las reuniones febreristas de Buenos Aires una cuestión que considero del mayor interés. ¿Por qué la revo­lución de febrero -decía el c. Yampey- no fue un movimiento de partido político, por qué se desarrolla al margen de los partidos políticos; por qué las ma­sas descontentas del régimen existente, carentes de la preparación ideológica e ignorantes de la existen­cia de un plan de acción revolucionaria, no apoyaron al sector opositor que entonces era el partido colo­rado y prefirieron mantenerse firmemente dentro del movimiento?

La cuestión planteara se relaciona nada menos que con la genealogía y la esencia misma de la Revolu­ción. Intentaré explicarlo;

En primer lugar, yo creo que la revolución inter­pretó un estado de conciencia colectivo, no sectario sino nacional, social y no político. La oposición era incapaz de suscitar una preocupación de esta índole. Su máxima inquietud giraba alrededor de asuntos electoralistas, además de la cuestión del Chaco.

Ninguno de los grupos opositores deseaba una re­volución. Naturalmente, todos querían el poder, pero ¿para qué? No era concebible, por la mentalidad de sus dirigentes, por sus bases sociales, etc., que lo quisieran para una política de tan hondo alcance social como la que trajo la revolución.

El descontento popular tenía un origen más hon­do. Venía de las profundidades de la historia y de la realidad nacional. Todo el mundo se daba cuenta que las cosas no podían continuar así. El país estaba decepcionado y no tenía ya confianza en el régimen.

Ni el propio partido gobernante pudo sustraerse a ese estado de decepción colectiva, como lo puso de re­lieve la "disidencia".

Esa situación se agudizó aún más bajo la influen­cia de la guerra con Bolivia. Entre los descontentos estaban los ex-combatientes, en su mayoría, jóvenes sin partido. Aun los que pertenecían a los partidos tradicionales, rompiendo filas y obedeciendo a con­signas no partidarias, apoyaron la lucha contra el régimen. Así se sumaron al movimiento los "libera­les disidentes", la única rama sana del podrido tron­co liberal y los "colorados abstencionistas", el grupo más antiliberal y combativo del coloradismo. Hom­bres de todos los grupos y de todos los partidos po­líticos profesionistas, gentes de negocio, obreros, es­tudiantes, etc., se lanzaron a la calle haciendo causa común con el Movimiento.

Si los colorados hubieran hecho la revolución, esta hubiera carecido de dimensión y vitalidad popular. No hubieran marchado mejor las cosas bajo la direc­ción de los hombres de la Liga o de los liberales disidentes. No porque las causas que representaban estos grupos fuesen malas o antipáticas, sino porque no interpretaban la realidad. Lo que esos grupos querían era simplemente un cambio de hombres en el gobierno; pero las masas querían ir más allá.

Pero había entre todos ellos una cosa común: su antiliberalismo, su odio al régimen. ¿Por qué, si es así, no llegaron a entenderse en octubre de 1936? ¡Qué distinto hubieran sido las cosas! No supieron desprenderse de sus preocupaciones de secta. Y como no se destruye sino lo que se reemplaza, así en ciencia como en política, el gobierno, que estaba caído, al ver que nadie lo sustituía, volvió tranquila­mente a Palacio.

El movimiento arrastró a la oposición imponiéndo­le sus propios módulos. Lo que constituye su fuerza, su dinámica, su entraña sociológica, no es ya la masa amorfa, sentimental y quebradiza de las primeras horas, sino las clases medias imbuidas de una clara conciencia revolucionaria, y las clases populares, har­tas de la falacia colorado-liberal, unidas ambas por comunes dolores, anhelos y esperanzas, unidas, en, fin, por la "desesperación de lograr el fruto de su trabajo".

Pero en 1936, la situación era otra. La causa de la Revolución estaba en todas partes, había una poderosa corriente de opinión que actuaba al margen de los grupos opositores, negándolos incluso, había una opinión nacional en acción independiente de la acción faccional. El error de algunos de esos gru­pos fue creer que la revolución se hacía para ellos. La Liga tuvo, sin embargo, la cordura de disolverse; pero los colorados continúan en sus trece. No pare­cen entender mucho lo que está pasando en el país.

En política hay que saber desaparecer, a veces. Los colorados son un poco duros para aprender las lecciones de la historia. Eso ha sido, y sigue siendo, uno de los principales obstáculos puestos en el ca­mino de la revolución.

El pueblo sabe dónde le aprieta el zapato. - El pueblo sabe dónde le aprieta el zapato. Lo sabía en­tonces mejor que sus dirigentes. Por eso no quiso ninguna complicidad con los grupos de la política al uso. Traía un mensaje propio. Había perdido fe en los partidos tradicionales.

Liberales y colorados son igualmente responsables del drama tremendo en que se debate nuestro país. Gobiernos formados por hombres de esos partidos prohijaron la política agraria que trajo el latifundio y al mismo tiempo el atraso, la miseria y la despo­blación del campo paraguayo, y abrieron, con ob­secuencia y liberalidad inconcebibles, las puertas del país a la penetración del capitalismo extranjero, entregándole la gerencia de la economía nacional y el control de las condiciones materiales de existen­cia del Paraguay, a cambio de los míseros "treinta dineros" de la traición. Ellos vendieron al capitalis­mo foráneo el ferrocarril, construido con el dinero y el sudor del pueblo, los yerbales, riqueza básica, los bosques, las tierras, todas las fuentes y las fuer­zas productivas de la nación. Ellos son responsables de la "dislocación de los factores económicos tradi­cionales". Ellos contrajeron empréstitos y obligacio­nes en nombre de la nación, que la nación tiene que solventar sin haberlos aprovechado. El capitalismo que entró en el país bajo la forma de empréstitos fue perjudicial y funesto por su acción, corruptora, por los intereses que cobró, por las especulaciones a que dio lugar, por lo gravoso para el erario, por lo dañoso para la economía nacional y por lo peligroso para la soberanía y la vida cívica. La historia de los empréstitos, a través de los cuales introdujo sus garfios el imperialismo extranjero, es un capítulo negro de los partidos colorado y liberal. Estos per­mitieron el falseamiento de todos los resortes de la vida nacional.

La política de los empréstitos se llevó a efecto no con la mira de emprender obras públicas sino para el pago de deudas pendientes o de saldos deficita­rios. En los contratos respectivos se estipularon garantías reales, descuentos y gastos de comisión que representaron enormes pérdidas.

¿Cuál fue el resultado re la penetración del ca­pitalismo foráneo? No cabe, duda que esa política cuenta en su haber con realizaciones estimables. No cabe duda que con el capital extranjero se puede mejorar nuestro sistema de comunicaciones y de transportes, levantar palacios modernos en nues­tras ciudades de aspecto colonial, etc.; pero a cam­bio, de nuestro eufeudamiento, a cambio del usufruc­to de nuestras riquezas, a cambio de monopolios de hecho, a cambio de la explotación de nuestro capi­tal humano en beneficio de intereses privilegiados, cuyos titulares, en su mayor parte, ni siquiera viven dentro del país. También trae ganancias la pros­titución.

La clase dirigente tradicional, que se formó des­pués del 70, actuó de espaldas a la tierra y a la hís­ria, y contribuyó, de modo principalísimo, a falsear y a desviar la vida y la conciencia de la nación.

Si se pudiera establecer entre colorados y libera­les alguna distinción desde este punto de vista, di­ríamos que los primeros son de espíritu más tradi­cionalista o conservador y que actuaron con un fuerte sentido de lo nacional, mostrándose, en gene­ral, más adictos a las cosas de la tierra que a las cosas de su época, al revés de los liberales, que se distinguieron por su desaprensión hacia todo lo ver­náculo, su ausentismo y su obsecuencia, rayana en el servilismo, hacia todo lo foráneo.

Los dirigentes tradicionales no se han preocupado en conocer y comprender la vida del hombre que sa­be dónde le aprieta el zapato, es decir, la vida de la gente humilde, el drama de los trabajadores de la tierra, de los obrajes, de los yerbales, de los talleres y de las fábricas, en adecuar la intimidad nacional a su exteriorización, en poner al país en condiciones de expresarse por sí mismo, en darle, en una palabra, autonomía espiritual.

Carecen de las condiciones sociales y morales nece­sarias para afrontar con éxito la solución de los pro­blemas de la presente etapa nacional. No podrán re­solver por más que lo pretendan las cuestiones que plantea la estructura precapitalista de nuestra econo­mía, ni menos las relativas a la penetración impe­rialista, que está, en cierto modo, en la base misma de su existencia y de su política. Porque, por de­finición, son grupos que están al servicio de in­tereses minoritarios. ¿Cómo podrán, por ejemplar resolver, adecuadamente, en bien de las masas, que constituyen la auténtica nación, el problema del sistema rentístico o tributario, estructurado por ellos en detrimento de las clases populares, el problema de los salarios, tan estrechamente ligado a los intereses del capitalismo invasor, el pro­blema de la tierra, cuyos poseedores principales for­man el meollo social de esas agrupaciones, proble­ma vinculado al problema de liberación y dignifica­ción del campesino, la cuestión, en fin, de la indus­trialización, que ha de basarse, no en el provecho del capital, sino en bien del trabajo y de la sociedad?

A los grupos tradicionales les falta intuición y emoción de la realidad, y les sobran, en cambio, co­dicia, egoísmo, apetencia utilitaria y hedonística.

¿Cómo iba el pueblo a confiarles la empresa de su redención? El pueblo, repetimos, sabe dónde le aprie­ta el zapato.

La situación descrita era perfectamente compren­sible para un gran número de personas. Pero la oposición entre partidos tradicionales y la nueva política, entre clase dirigente y masa, era solamente un aspecto de contradicciones más hondas. Hubo di­rigentes de la vieja escuela que se daban cuenta de la situación y hasta querían actuar para buscarle una salida, pero era tarde. Las tensiones existentes se hallaban en un estado de desarrollo muy avan­zado, y no era ya posible desviarlas ni contrarrestar­las con maniobras de última hora.

Pero la verdad es que la mayoría de los dirigentes tradicionales no se dio cuenta de lo que estaba pa­sando.. Creía que la crisis podía arreglarse con una nueva farsa electoral. Creía, a lo más, en la posibi­lidad de un motín, nunca en una revolución. Y aún hoy parece que "nada ha aprendido ni olvidado".

Lo cierto es que la revolución estaba a la vista, pe­ro ellos no la vieron. Ni la comprendieron. Estalló a pesar de todas las predicciones, a pesar de todas las precauciones, a pesar de todas las maniobras para sectarizar de nuevo al Ejército y anestesiar al pue­blo. Y estalló a su punto y hora.

El criterio superficial sólo ve en el movimiento febrerista un fenómeno engendrado por la arbitra­riedad y el abuso. Pero el observador escrupuloso no se contenta con eso, va más lejos, penetra en el pasado en busca de las raíces primeras de un suceso que tanto y tan profundamente conmueve a la socie­dad paraguaya, estudia la guerra del Chaco, la matanza de estudiantes y obreros del 23 de octubre, la guerra de la Triple Alianza, la revolución de la Independencia, el levantamiento comunero y se adentra en la colonia hasta llegar A los tiempos del Paraguay pre-hispánico, a la época en que la historia se con­funde con la leyenda.

Sólo así, sólo a través de un conocimiento acabado del proceso histórico nacional, se podrá abarcar y ex­plicar los verdaderos orígenes de un movimiento que no se distingue sólo por su ímpetu renovador, sino por su espíritu restaurador y tradicionalista, porque significa, bajo más de un concepto, una vuelta al pasado, la nación que se recupera a sí misma, un re­encuentro del hombre paraguayo con su tierra, una reconquista del señorío perdido sobre el espacio geo­gráfica en que vive y por ende sobre el destino de la patria, una afirmación de la existencia nacional mediante la dignificación de sus auténticas mayorías, una integración de la vida económica, política, espi­ritual y moral de la nación, profundamente relajada por la acción disolvente de los gobiernos de la oli­garquía, mediante la incorporación efectiva de las masas trabajadoras al comando del Estado, como fuerza de gravitación decisiva en los destinos de la nación.

Esto necesita ser aclarado. Recuerdo que el Dr. Manuel Domínguez me pidió, en cierta ocasión, du­rante la guerra del Chaco, que le explicara eso de una revolución que era al mismo tiempo una restau­ración. Le contesté que era la misma cosa, en el fondo, que lo que él quería decir cuando decía que era necesario "restablecer los factores económicos tradicionales dislocados". Verdad grande como una catedral. Porque, en efecto, de eso se trata, de recu­peras el dominio perdido de esos factores económi­cos tradicionales, pivotes de la economía y la sobera­nía nacional.

Algún día hay que levantar un monumento al Dr. Domínguez por haber dicho esta gran verdad. Una verdad que es la fórmula misma de la liberación na­cional.

Revolución restauradora. - Hay gentes que se lle­van las manos a la cabeza cuando oyen hablar de revolución. Creen que eso va a ser el fin del mundo. Naturalmente que una revolución no es un juego de niños, sino un asunto serio, grave, trágico, una opera­ción dolorosa. No se pone fin a un régimen, no se liquida una oligarquía sin provocar sufrimientos.

De este tipo es la revolución de febrero. Quiere hacer can la oligarquía, enroscada al cuerpo de la na­ción, como una boa constrictora,; lo que rizo la re­volución de mayo con la casta colonial. Pero este cambio, a diferencia de otros, no va ser un "salto en el vacío", sino algo que ya sabemos lo que es, un camino que ya hemos transitado. El febrerismo es simplemente una rectificación de rumbos en la vida nacional, una vuelta a la senda abandonada en 1870. En este sentido es tradicionalista, restau­rador.

Y lo es en el mismo sentido en que lo fue, por ejemplo, el romanticismo para España. En Francia, el romanticismo estalló como una verdadera revolu­ción, porque, en Francia, el gusto nacional es clásico. En España, en cambio, lo tradicional es romántico. Así es que cuando llega allí el romanticismo no choca con nada; al contrario, se encuentra como

en su propia salsa. El romanticismo significa en España la vuelta a la tradición artística nacional, es una reconciliación del arte con el genio y la reali­dad genuina, una recuperación del auténtico ser na­cional.

Exactamente como en el Movimiento de Febrero. Reanudar la historia interrumpida o desviada en 1870 significa no solamente rehabilitar y exaltar los autén­ticos valores nacionales -cosas, instituciones, cos­tumbres, ideas, personas- negados, falseados u oscurecidos por la oligarquía; significa, ante todo, como se expresa cabalmente en la fórmula de Domínguez, restablecer los factores económicos tradicionales dis­locados por la guerra y la traición de los gobiernos de la era constitucional, o sea, reorganizar la econo­mía nacional sobre la base de un régimen de capi­talismo nacional y de un Estado técnico y profunda­mente humanizado.

¿Cuáles son esos factores? En primer lugar, la tierra, morada de la nación, factor de producción, riqueza fundamental. En segundo lugar, los yerbales, las minas. Luego, los bosques, los transportes, las industrias, el comercio...

Clima revolucionario. - El error de los dirigentes fue creer que el problema que confrontaba el país en 1936 era puramente político, una simple cuestión de cambio de hombres en el comando. Pero el proble­ma era esencialmente social. Por eso, se produjo una revolución, y no un golpe de cuartel.

Existía un verdadero clima revolucionario, determi­nado por un conjunto de factores materiales y espiri­tuales perfectamente identificables. Había condicio­nes materiales y energéticas, había un marco con­ceptual y había una finalidad precisa. La situación económica y social del país era desastrosa. Existían líderes potenciales para la acción en lo civil y en lo militar. Había un conjunto de "ideas e ideales ope­rantes" en circulación. No faltó ni siquiera el slogan" característico de las grandes agitaciones pop­ulares. Los objetivos eran perfectamente claros.

Los dos focos más importantes de incubación e radiación revolucionaria fueron y son aún la Uni­versidad y los sindicatos obreros.

Mucho se ha fantaseado sobre este tema de los orígenes de la revolución de febrero. Pero de todos los absurdos el mayor es el que pretende hacerla derivar de la gravitación o acción de ciertos grupos o personas, cuya eficacia en el sentido indicado, puede parangonarse con la que ejercía aquel jardinero­ que para hacer florecer a las plantas se ponía a leer en el jardín un tratado de botánica.

El febrerismo no es fruto de frías especulaciones retóricas, sino que brotó de las entrañas doloridas del pueblo, de sus sacrificios, de sus esfuerzos, de las luchas contra la miseria, contra la explotación, contra la opresión, protestando, sin chauvinismo con­

la invasión boliviana en el Chaco y la indefensión del país, oponiéndose a los avances y a la intrusión del clero en política, sin ser enemigo de la Iglesia, adrándose ante los abusos y las arbitrariedades de los ricos y de los poderosos, sin caer en la demagogia, exaltando las grandes figuras del pasado, sin inclu­ir en idolatrías peligrosas, haciendo causa común en el obrero y con la juventud estudiosa en sus luchas de reivindicación, irguiéndose ante el crimen del 23 de octubre, peleando en el Chaco...

Nunca el pueblo de febrero quiso complicarse con los grupos de la oposición, prefiriendo abandonar la escena antes que actuar bajo su dirección, como lo demuestran los sucesos de octubre de 1931. En aque­lla ocasión, cada uno de los grupos opositores creyó que había llegado su hora, intentando, en consecuen­cia, llevar toda el agua a su molino. El sentimiento faccional quiso sobreponerse al sentido nacional. Pe­ro el pueblo de febrero no se dejó manejar. La co­rriente se les escurrió a aquéllos de entre las manos, obedeciendo a su propio impulso. El movimiento no coartaba aún con guías y líderes auténticos. Pero, a pesar de todo, nada ni nadie podrá ya desviarlo. No se dejará manejar, ni dominar. Ha de verse en ello el cumplimiento de una ley inmanente, algo de eso que el vulgo llama destino. El febrerismo es un destino en acción.

La Universidad y la fábrica. - Preciso será que el movimiento atraviese la prueba tremenda de la gue­rra del Chaco para que los hombres comprendan lo que no pudieron o no quisieron comprender en 1931.

La gravitación de las fuerzas universitarias fue de­cisiva en este sentido. En países de escaso desarrollo industrial y cultural, la Universidad desempeña una función más importante que la fabrica. La observa­ción pertenece a Germán Arciniegas quien, en su libro "El estudiante de la tabla redonda" hace resal­tar el papel protagónico de las aulas en las gestas de la libertad y la democracia. Sólo es de lamentar la ausencia en esa obra magistral de una mención de la jornada del 23 de octubre que representa el aporte del estudiante guaraní al servicio de aquella causa La revolución de febrero es hija de la Universidad.

No de la Universidad faccional, secesionista, aristár­quica, de la oligarquía, sino de la Universidad que hizo el Hospital de Clínicas y que se convirtió en trinchera y baluarte de la lucha contra el "régimen" desde 1931.

La Universidad de 1936 estaba ya imbuida del es­píritu de la Reforma de Córdoba. Los impulsos y los elementos conceptuales, la energía espiritual y "las ideas operantes" que empujaron y orientaron a las masas, tuvieron un origen universitario. Se podrían citar hechos, publicaciones, volantes, mani­fiestos, nombres, etc., en apoyo de esta afirmación.

No ha de seguirse de ello que las causas del suce­so de febrero sean de orden universitario. Las causas de una revolución son siempre sociales. Lo que que­remos destacar es solamente que aquellas fuerzas actuaron con categoría de factor real de acción revo­lucionaria, con calidad de "ideas operantes" e im­primieron al movimiento conciencia de "poder cons­tituyente".

Si la Universidad no hubiese asumido esta función, ¿podría haber estallado igual la revolución? La ex­periencia de la revolución mejicana prueba que sí. Sabido es que en México, la "inteligentzia" se opuso, y aún se opone, desde ciertos sectores, a la revolu­ción. La Universidad Paraguaya, en cambio, actúa, desde la primera hora, como foco activo de la revo­lución.

En el desarrollo y encauzamiento de la revolución, la Universidad desempeña asimismo un papel primor­dial. Las consignas que adoptó el pueblo sublevado fueron lanzadas desde la Universidad o por universi­tarios.

Otra característica resaltante es que la Revolución no postuló la adopción de ninguna reivindicación de partido. No hizo suya la reforma electoral del absten­cionismo. No recogió el credo de la Liga. No tercio en la disidencia liberal. Esas causas quedaron atrás, ahogadas o superadas por la Revolución. Esta venía de más lejos, de más hondo, de más atrás.

Ninguno de esos grupos pensó tampoco en la ne­cesidad de una Constituyente, ninguno comprendió que lo que el país reclamaba no era sólo un cambio de hombres en el gobierno sino una transformación social, que lo que marchaba mal no eran solamente la política, el gobierno, la administración, los parti­dos, sino todo el mecanismo social, todo el sistema de producción y de relaciones sociales, ninguno de ellos sabía dónde le apretaba "el zapato" al pueblo ni lo que éste "quería hacer".

Verdades muertas. - Por eso, el movimiento no se dejó sectarizar en 1931. Por eso triunfó en 1935, absorbiendo a casi todos los grupos de la oposición.. Todos se "febrerizaron" más o menos, incluso el Partido Liberal. Los liberales se hicieron también "revolucionarios". Hoy se declaran casi socialistas. Igual que los colorados. Van ahora a salvar a la patria, después de haberla hundido. Gesto, no im­pulso. Careta, simulación en la lucha por la vida, el zorro que pierde la piel pero no la maña.

¿Pero a quién van a convencer? No diremos que no volverán a "mandar". Mandar es lo único que han hecho. Es el caso de repetir la frase de Unamuno: "Venceréis, pero no convenceréis".

La democracia de la oligarquía está muerta: Los partidos tradicionales son sobrevivientes de un mun­do que marcha a su ocaso inexorablemente. La revo­lución es la paletada de arena que faltaba echar so­bre esas verdades muertas.

El febrerismo saca de ahí su beligerancia histérica. Es un brote vigoroso de vida en medio de tanta osamenta, la expresión de las fuerzas vitales del Pa­raguay que se esfuerzan angustiosamente por romper la anacrónica armazón de fórmulas económicas, so­ciales y políticas en que se las ahoga.

La "revolución que vivimos". - El febrerismo, lejos de ser un movimiento intemporal o extemporá­neo, engendro de utopistas o de ideólogos de gabine­te, es producto natural y expontáneo de las necesida­des nacionales transformadas en un vasto movimiento político.

Obedece a las mismas causas que llevaron al po­der al Partido Laborista británico, que transformaron a la Francia reaccionaria y derrotista del "Comité des forges" en la Francia libertadora de las izquier­das; que hicieron de la España feudal de la monar­quía alfonsina la España republicana de Azaña y del socialismo; que hacen de las fuerzas de izquierda las únicas capacitadas para comprender y hacer la "revolución que vivimos", al decir de Jules Huxley, "la revolución de nuestro tiempo" que dice Harold Laski, el maestro y líder del laborismo británico.

El febrerísmo es una nueva conciencia en marcha. Supone el cumplimiento de tareas específicas que la nación exige para iniciar en el presente la obra del porvenir, tareas que por esencia, ciencia y potencia son incapaces de llevar a efecto los partidos tradi­cionales.

El febrerismo obedece a una necesidad de crecimiento y de avance nacional. Imposible será detenerlo. Imposible será desviarlo. Podrá demorar el triunfo. Pero que quienes se oponen a él sepan que, cuanto más tiempo se demore, tanto mayor será el impulso creador que lo anime, más profunda y radi­cal su acción, más grande el cambio que ha de ope­rar.

Sabemos que ciertos intelectuales "tutancamónicos", ideólogos incorregibles del utopismo, enfermos del mal de Narciso, se imaginan que el febrerismo se for­mó obedeciendo al fiat de un remoto "pacto de ju­ventud" suyo. Pero ¿a qué discutir con espectros? No sea que nosotros también nos convirtamos en estatuas de sal.

La revolución de febrero debe ser estudiada con el criterio de que es un movimiento que obedece a una necesidad histórica de la misia índole y alcance que la necesidad a que obedecieron las grandes con­mociones sociales que registra la historia. Esta idea de forzosidad, de inevitabilidad, característica de las fuerzas naturales en acción, la encontramos también en el movimiento de febrero.

No faltan, sin embargo, gentes que creen que pudo ser atajado. ¿Dónde, cuándo, cómo?

Teoría y práctica de la revolución. - ¿Qué es, pues, en resumen, la Revolución de Febrero? Un hecho tan trascendental debe ser escrudiñado; en todos sus aspectos, porque señala un hito en la vida de un pueblo y abre nuevas perspectivas en su vida y en su historia.

El febrerismo debe ser caracterizado, en primer lugar, por lo que niega. No es colorado ni es liberal. Niega la base económica y social del régimen, su ordenamiento institucional y jurídico. El "régimen" es una cosa monstruosa que empezó a estructurarse en 1870. Niega, por tanto, la vieja política.

Pero el febrerismo es, por sobre todas las cosas, un impulso creador, una fuerza de acción renova­dora y constructiva. Aunque todavía carece de idea­rio oficial, es una teoría revolucionaria en acción. Esta teoría es, en esencia, la misma teoría revolu­cionaria de los comuneros, la misma teoría revolu­cionaria de los próceres de mayo.

La democracia del 70 suprimió las prerrogativas de nobleza y de fuero; pero hizo, en cambio, posible la formación de una casta fundada en el privilegio eco­nómico. Ese es su pecado capital. Por eso, el febre­rismo es antioligárquico. Quiere una democracia fun­dada en la justicia social. Su doctrina es profunda­mente igualitaria.        -

El febrerismo es una idea revolucionaria en acción. Es la única revolucionaria posible en el Paraguay. Es la teoría y la práctica de la Revolución que podemos hacer aquí y ahora, que ya ha empezado a hacerse, que debe ser proseguida a cualquier precio, porque es cuestión vital para nuestro país.

Distancias y diferencias. - No por ser contempo­ráneos, el febrerismo y los partidos tradicionales pertenecen a la misma época. Los separan muchas cosas, cien años. Representan dos mentalidades di­versas, dos mundos, dos políticas diferentes. Los par­tidos tradicionales son el pasado que se va, fuerzas anacrónicas, verdades que han caducado. El febreris­mo es, en cambio, una fuerza nueva, una verdad acti­va, vital, el mundo nuevo que nace.

Por su organización son también diferentes. Los partidos tradicionales se organizan de arriba para abajo. El febrerismo de abajo para arriba. Aquellos actúan en función de los intereses oligárquicos, es decir, en función de las cosas. Para ellos, el capital, la propiedad, el latifundio, los dividendos, son más sagrados que la vida y el bienestar de los obreros. El pueblo, el campesino, el obrero, sólo cuentan en sus filas como elementos adjetivos, de pura decoración, como convidados de piedra, como simples "papeletas de voto".

Los partidos tradicionales son conservadores, pese a la fachada de avancistas que acaban de darse. El febrerismo, por el contrario, es renovador, revo­lucionario, a despecho de algunos de sus dirigentes. Se organiza en función del trabajo, es decir, en fun­ción de la persona, no de las cosas, en función de las almas, no de las mercancías. Cree en la eminente dignidad de la persona humana, no admite que el tra­bajo sea tratado como negocio. Antes que el capital y la propiedad está la persona, antes que el derecho al lucro está el derecho a la vida. El derecho es la vida.

El febrerismo se organiza con sentido de clase, es el partido de las mayorías productoras, el partido de los trabajadores manuales e intelectuales. Sólo por ellos y a través de ellos tiene sentido su acción, porque el febrerismo es engendro suyo, de sus anhe­los de progreso, de sus esperanzas. Su lema máximo de combate es de inconfundible raíz clasista.

Lo importante y decisivo en el febrerismo no es, como ocurre en los partidos de la oligarquía, su elen­co dirigente sino su masa. Lo esencial en la direc­ción del movimiento no es el órgano sino la función. El principio es de que cualquiera sea el sistema so­cial siempre habrá necesidad de una clase dirigente. La función hace a la persona, y no viceversa. La función es historia, dialéctica; la persona es crónica, episodio.

Así, el febrerismo, desde su raíz estructural, es an­tioligárquico, anticaciquil. Tiene líderes, no caudillos, Tiene clase dirigente, no clase explotadora.

Febrerismo e imperialismo. - Otra característica importante es que el febrerismo no es un partido de "abogados de empresa". No porque sea hostil, ni mucho menos, lo repetimos, al capital extran­jero, sino porque cree que toda conexión o com­plicidad con los intereses del capitalismo extranje­ro, podría crearle obstáculos en la aplicación de su política de liberación nacional. Porque sin un poder político independiente de toda ingerencia ex­traña no podría ser hacedera la obra de la restau­ración de los factores económicos tradicionales do­minados precisamente por el capital invasor.

El Paraguay no es una "isla de Robinson", un pla­neta aparte. Todo lo contrario. Su economía está do­minada por los intereses del capitalismo de presa. ¿Qué fue en el fondo, la guerra del Chaco, sino cho­que de intereses imperialistas? El petróleo del Cha­co jugó en esa guerra un papel mucho más importan­te de lo que se cree.

No es febrerismo decir que en el Paraguay no exis­te el problema imperialista, como se sostuvo en 1937 desde las columnas de "La Nación". Creemos que tal opinión ha sido más bien fruto de incomprensio­nes pasajeras. Eso pudo decirse del Paraguay de los López, no del Paraguay de la oligarquía.

En el Paraguay no hay cuestión social, decían también los hombres del régimen. Pero donde hay impe­rialismo, hay explotación. Es cierto que durante mu­cho tiempo no hubo conflictos visibles entre el capital y el trabajo, pero ¿querría ello decir que no hubiese explotación del hombre por el hombre? ¿Qué son en­tonces el infierno de los yerbales, la ergástula de los obrajes, el feudo de las estancias? ¿No es cuestión social la miseria y el hambre de los trabajadores, la desnudez de los niños, el desamparo de las ma­dres?

Nacionalismo revolucionario. - Una gran parte de la economía nacional no es nacional o sólo lo es de nombre. Por eso, el febrerismo afirma que el Pa­raguay debe ser paraguayizado. Los paraguayos han sido despojados de la tierra y de las riquezas del solar nativo, y este hecho es la causa del atraso y de los infinitos sufrimientos de la masa trabaja­dora. Tal situación es el resultado directo de la penetración del capital extranjero, hecho decisivo que se produjo a partir del año 70, mediante la com­plicidad de los directores de la política tradicional, El Paraguay debe ser de los paraguayos.

De todo lo dicho, se desprende que el febrerismo es un movimiento que ocupa una posición especial en el plano de la realidad nacional. Su razón de ser no está en la razón de ser de los partidos políticos. No puede ser sólo un partido organizado para la cap­tación del poder. Tiene que ser también un movi­miento nacional que arrastre, movilice y unifique las clases explotadas por el imperialismo y la plutocra­cia criolla, las grandes mayorías sociales que aspira a redimir; tiene que ser un frente de rígida militan­cia donde el deber se imponga por encima de toda condición; tiene que ser, en fin, una línea ancha y cerrada, a la vez, donde se den cita todos los hombres que han demostrado que la Revolución es su razón vital, su vivencia, su mística.

Hacia el socialismo. - Una de las primeras cosas que tenemos que hacer es definir la realidad nacio­nal. No se puede hacer política de transformación sin conocer lo que se va a transformar. No hay revo­lución sin teoría revolucionaria.

Tenemos que hablar con entera claridad. No debe­mos hacer un misterio de nuestro pensamiento ni de nuestros objetivos. El febrerismo no debe ser una caja de sorpresas. Su lenguaje no debe inducir a engaño. La política de "liberación integral" supone la lucha antiimperialista. Quien así no lo crea no está dentro del auténtico pensamiento revoluciona­rio febrerista. La política de "liberación integral" supone la liberación del trabajo. La democracia es para nosotros, ante todo, un régimen de justicia so­cial.

El mundo marcha con pasos redoblados hacia el socialismo. Se llegará a él, más o menos prontamen­te, más o menos pacífica o violentamente, según sea el punto de partida, según sea la aptitud o el tem­peramento de cada pueblo. El socialismo es para el Paraguay una especie de retorno al pasado, al Para­guay de los López. Nuestro país atrasó su reloj en 1870. Para ponerlo de nuevo al tiempo, habrá que volver al pensamiento del Paraguay de la Revolución de Mayo, expropiar a los expropiadores de la "era constitucional", reintegrar al pueblo la posesión y señorío de la tierra y de su destino.

El cumplimiento de esta tarea supone la adquisición de las grandes conquistas técnicas, institucionales y políticas que trajo el capitalismo. Imposible será ir más allá del capitalismo sin el capital. Pero en el nuevo orden, el capital estará al servicio del hombre, no el hombre al servicio del capital. En el Paraguay nuevo, el capital será "propiedad social", vida, bien­estar y alegría, no propiedad privada, no "sangre, sudor y lágrimas", liberación y no encadenamiento, paz, fraternidad y armonía, no anarquía y guerra.

Realidad y posibilidad. - El tránsito de la etapa actual a la etapa socialista no podrá hacerse de gol­pe, ni el nuevo orden ha de ser estático, sino diná­mico. Nuestra tarea inmediata deberá ser, por tanto, de preparación socialista.

El febrerismo ha de organizarse entonces en fun­ción de estos objetivos. Sólo así podrá ser el gran instrumento de la transformación nacional. Tiene que ser, por su disciplina e integridad moral, no sólo la escollera contra la cual han de ir a estrellarse las fuerzas de la reacción sino la palanca que ha de hacer posible la construcción del Paraguay nuevo.

Se ha dicho que la historia es una serie de ocasio­nes perdidas. Ciertamente que nuestra historia es breve, pero, cuántas ocasiones perdidas ya. Hay con razón mucha decepción, mucho excepticismo, mucho resentimiento en la sicología de nuestro pueblo. Pero no nos desalentemos. El tiempo que corre es nues­tro. El viento que anda por el mundo ha llegado tam­bién a nuestra tierra. El Paraguay, pese a todos los fracasos y a todas las taras y errores, es todavía, felizmente, una posibilidad, un destino inacabado, un mensaje aún inédito, una inmensa predestinación.

Si la revolución, que impulsa al destino del Pa­raguay para su superación, no estuviera ya planteada, el febrerismo estaría demás en el plano de la acción política. Pero estando planteada la revolución con carácter inexorable, el febrerismo se presenta como el único vehículo capaz de salvar un doloroso presen­te y reivindicar para el paraguayo una nacionalidad que no existe sino de nombre y una tierra que sólo es nominalmente suya.

Fin de la Primera Parte


INDICE DE LA PRIMERA PARTE

AL LECTOR - 9

PALABRAS - 3

UNA RESOLUCIÓN - 11

A MODO DE INTRODUCCION, 15.- Deses­peración, 17.- Cuarto intermedio- 18

PRIMERA PARTE. - CUESTIONES GENE­RALES, 39.- Concepto de la historia, 39.­Lección de avance, 40.- Función supe­rior, 41.- Sabiduría guaraní, 42.- El ombli­go del mundo, 42.- Problema y posibili­dad, 43.- Pesimismo injustificado, 43.­ Método - 45

LO NACIONAL Y LO EXOTICO, 46.- Me­diterraneidad - 49.

SELVA Y ANTI-PAMPA, 50.- Nuestro far west - 51

REVOLUCION SOCIAL, 52.- Sentido de ma­sas, 53.- Antiimperialismo, 55.- ¿Qué es revolución?, 57.- Clima revolucionario - 74

TRES REVOLUCIONES QUE SON UNA SOLA, 58.- Conciencia revolucionaria, 59.- Panem et circem, 61.- El partido de la revolución, 63.- Los maquis de la resis­tencia febrerista - 64

LA REVOLUCION Y LOS PARTIDOS TRA­DICIONALES, 65.- El pueblo sabe dónde le aprieta el zapato, 67.- Verdades muer­tas, 78.- Distancias y diferencias, 81.- La universidad y la fábrica - 76

REVOLUCIÓN RESTAURADORA, 73.- El febrerismo y el imperialismo, 83.- La "re­volución que vivimos", 79.- Teoría y prác­tica, 80.- Nacionalismo revolucionario - 84

HACIA EL SOCIALISMO, 85.- Realidad y posibilidad - 86


OPUSCULOS FEBRERISTAS


Serie de estudios, con fines de divulgación popular,

sobre la realidad paraguaya, el movimiento

revolucionario febrerista y problemas

especiales conexos


Colección “REALIDAD Y POSIBILIDAD”

Números publicados

1. El Paraguay revolucionario- Significación histórica de la Revolución de Febrero, por A. Jover Peralta

2. Las clases rurales del Paraguay, por CARLOS REY CASTRO

3. Esquema de una constitución, por A. JOVER PERALTA

4. Longitud, latitud y dinámica del Movimiento Febrerista y Síntesis histórica del problema de la tierra en el Paraguay por CARLOS A. CARONI

 

Nota: La collación “Realidad y posibilidad”, esta integrada por más de 30 pequeñas monografías que llevan la firma de prestigiosos trabajadores intelectuales del Paraguay.



ENLACE INTERNO A DOCUMENTO DE LECTURA RECOMENDADA


(Hacer click sobre la imagen)



EL PARAGUAY REVOLUCIONARIO

SIGNIFICACIÓN HISTÓRICA DE LA REVOLUCIÓN DE FEBRERO

SEGUNDA PARTE

Por ANSELMO JOVER PERALTA

Editorial Tupâ

Buenos Aires - Asunción, Diciembre 1946 (82 páginas)





Bibliotecas Virtuales donde se incluyó el Documento:
HISTORIA
HISTORIA DEL PARAGUAY (LIBROS, COMPILACIONES,
REPÚBLICA
REPÚBLICA DEL PARAGUAY
DISCURSOS
DISCURSOS DE PRESIDENTES DE LA REPÚBLICA DEL...



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