LA MOSCA
Cuento de VERÓNICA ROJAS DE SCHEFFER
2006
Mención al premio “Juan S. Netto de Literatura”
de Escritoras Paraguayas Asociadas
En el instante en que se apoyó distraídamente sobre la mesada de la cocina, sintió algo en la palma de la mano. Fue una ínfima explosión, apenas un crujido táctil, pero bastó para situarlo bruscamente en la azulejada realidad del recinto. Al principio, se obligó a no mirar, ensartando en su mente la increíble cadena de coincidencias que se sucedieron para que, precisamente en el momento en que su derecha estaba por hacer contacto con la fórmica, aquello se deslizara bajo su mano y todo acabara de esa manera terrible. Como si las estadísticas pudieran remediar lo que ya estaba consumado.
Cuando se atrevió a posar los ojos sobre la mínima forma grisácea que había quedado en la mesa, un nudo amargo le atenazó la garganta. Lo que hizo no tenía manera de ser revertido; no existía grito, ni conjuro, ni medicina para borrar, ni siquiera para desteñir un poco, la negrura rotunda de su acto.
Él no era persona de acciones infundadas; todo lo contrario. Su proceder siempre tenía una razón, un fin perfilado hasta en sus menores proporciones. Poreso, el horror se le iba trepando por dentro: una enredadera de fuerza descomunal, ciñendo algo en su interior. Sintió cómo eso que llaman espíritu se le partía bajo el inexorable abrazo. Qué importaba que la vieja mesada hubiera estado inmunda mucho antes de su llegada. Qué significado tenían para él las gotas endurecidas de grasa y polvo, que lo apuntaban como índices minúsculos desde todos los azulejos; no cargaban sobre él las fantasmales pisadas de la humedad paseándose por el cielorraso. No, únicamente el peso inconmensurable de aquella manchita gris lo aplastaba, lo oprimía hasta el punto de arrancarle lágrimas calientes de autocompasión. Porque era la piedad por sí mismo la que nublaba su satisfacción de unos momentos antes, la acostumbrada complacencia del deber cumplido. El eligió sufrir el vaho aceitoso de aquel lugar con un propósito: luego de su cabal cumplimiento, la catástrofe lo había alcanzado. Era invierno, las ventanas estaban cerradas, parecía casi imposible que ocurriera, pero sin embargo. Recordó el fugaz aleteo que había sentido, el zumbido incipiente, y sus manos empezaron a temblar descontroladas. A pesar de que trató de evitarlo, sus ojos se clavaron al fin en sus palmas: el líquido rojizo que las empapaba iba cuajando. Notó un agujero en el color que teñía su mano derecha; el pequeño orificio calado por su irremediable torpeza. Y lo único que pudo hacer fue huir, tropezándose en su atropellada fuga con el hombre que yacía en el suelo. Se fijó en aquel rostro estático, enredado en hilos de sangre, como si lo viera por primera vez; sólo entonces recordó cuál fue el esfuerzo que lo llevó a buscar apoyo en la mesada.
Fuente: TIERRA MENGUANTE. Cuentos de VERÓNICA ROJAS SCHEFER. Editado con los auspicios del FONDEC. Diseño de tapa: CECILIA ROJAS. Asunción – Paraguay, Julio 2010 (105 páginas)
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