—Ikatu piko che rendumi sapy’aite. Ha’esemíngo ndéve peteîmba’e (Me puedes escuchar un momento? Necesito decirte algo)—, le preguntó y pidió ella a su novio, el músico y poeta Ramón Mendoza, que había nacido el 15 de abril de 1918 en lo que entonces era Ajos, hoy Coronel Oviedo.
El aludido se restregó los ojos, arrinconó su guitarra, se sentó cerca de la mujer. Era cuestión de ganar tiempo. No sabía lo que estaba por llegar.
—Rohendúma aína (Ya te estoy escuchando)—, le contestó finalmente.
—Ahaséngo Buenos Airespe amba’apóvo ha ndaikuaái ndévepa nde gustáta (Querría irme a Buenos Aires a trabajar y no sé si eso será de tu agrado)—.
—Ha...mba’éiko che ha’éta ndéve. Rehoséma guive tereho (Qué podría decirte yo? Si esa es tu decisión, no me opongo)—, le respondió él.
Aquello ocurría en 1943 en Zavala Cué, kilómetro cinco, cerca de lo que hoy es la Calle Ultima, en Asunción. Allí vivía Chiquita, la novia del bohemio que tomaba el último tranvía de la noche para caminar desde Villa Morra hasta la casa de su amada. La memoria de Ramón solo guarda su apodo. Ya no recuerda su nombre. Y mucho menos su apellido. La había conocido en la casa de Carlos Federico Reyes, Mitâ’i Churi.
Pasó el tiempo. Y, de a poco, la ausencia le fue horadando el espíritu. Ya él era un guitarrista y cantor consumado. Era el dúo de Eulogio Ayala, contando con el acompañamiento del arpa de Alejandro Villamayor.
«Che mandu’a põrâ la ojedespedírô chehegui peteî sábado ka’aru. Ha’etevaicha ku namomba’éiva pe ijeho, ha katu nimbo ndaupéichai raka’e (Recuerdo perfectamente cuando un sábado de tarde se despidió de mí. Parecía que no me impresionaba su partida, pero realmente no fue así)», rememora Mendoza, quien publicó en su libro Arribeño del mundo (1) su obra poética, musicalizada o no.
Como medio año después de su partida, acostado sobre un piri, en una calurosa siesta de San Lorenzo —en una casa que alquilaba con sus compañeros músicos— escribió Apytávo che áñomi. Con Eulogio Ayala le puso él mismo la música.
Los versos, en un guaraní diáfano, pintan la tarde en que ella le anunció el principio de su ausencia, que terminaría siendo definitiva. Le había acompañado hasta el tape kurusu cercano al lugar, para darle el último adiós. «Aju jeýne voi (No tardaré en volver)», le prometió la que se estaba despidiendo, dándole una esperanza. Desde ese instante él se quedó solo.
La composición fue grabada por primera vez en 1950 en San Pablo por el Conjunto de Julián Rejala, que integraba, junto a Eulogio Ayala. Después, se convertiría en la obra más exitosa del músico- poeta que formaría parte —entre 1955 y 1960— del Conjunto de Agustín Barboza que se disolvió en Turquía y viviría luego en París durante 23 años, para retornar definitivamente al Paraguay.
A Chiquita la vio, andando, una o dos veces más, sin intercambiar palabras. «Chéngo amo hapópe ndaikuaái voi ohópa añete raka’e. Ikatúngo he’ínte ra’e chéve, che reja haguâ. Chéngo ndachedeprovéchoi voiva’ekue chupe, mitâ rusu pórtepe, bohemio para más (Al fin de cuentas no supe si viajó o no. Pudo haberme inventado la historia, para dejarme. Yo no le era de provecho, como joven y para más bohemio que era)», reflexiona Ramón. Cree que la mujer sabe que la destinataria de Apytávo che áñomi es ella; Una vez alguien le anotició que vive en Mariano Roque Alonso, lo cual no fue constatado nunca por él.
El humorista y músico ovetense Moneco López, sin embargo dio otra versión acerca del origen de esta obra. “Mi tía Chela Roa —aún viva—, de Coronel Oviedo, era su novia. Él la dejó para ir al exterior con su arte. Lo que pasó fue que él invirtió la situación: la que en realidad quedó sola era mi tía. La alusión al tape kurusu de la letra es el cruce internacional de Coronel Oviedo. Cuando regresó de Europa fue a cantarle en su casa, diciéndole que ella le había inspirado esa canción”, explicó.