«Mba’éiko nde rejapo ápe. Oiméne nde la vieja ohaîmbe’e otro ndie nde rembokapu aja (Qué haces aquí. Seguramente tu mujer está con otro, mientras disparas tu arma)», se decía en la dura guerra contra Bolivia, en el Chaco, según contaba el poeta Félix Fernández en el homenaje que le rindió el Festival de Ypacaraí en 1982 (1). Y, entonces, los sentimientos del combatiente que había dejado al otro lado del río su esposa, su concubina, su serviha o su novia eran fogatas que quemaban su espíritu. El peligro de que alguien ocupara el lugar del ausente era real.
Después, sin embargo, volvía la paz interior cuando el soldado, al dejar las armas y convertirse en reservista, reintegrado a la vida civil, encontraba que en su casa el cariño permanecía intacto, quedando las dudas sepultadas en la certidumbre.
Esa es la idea que el poeta popular nacido en Itauguá el 18 de mayo de 1898, ex-combatiente, tomó para escribir una de sus más estupendas obras: Reservista purahéi.
En los años posteriores a la finalización de la lucha contra Bolivia, Félix remitió una carta a su amigo José Asunción Flores, que estaba en Buenos Aires, pidiéndole que le pusiera música al poema que le adjuntaba.
—Nde, Severo: Félix niko oipota amomúsica chupe ko poesía. Ha nachetiempói aikóvo. Ejapomína ñandéve chupe pe hembipota (Severo: Félix quiere que le ponga música a esta obra suya. Ando sin tiempo. Por qué no queda eso a tu cargo)—, le pidió Flores al bandoneonista y compositor Severo Rodas
—Cómo no, eheja che cárgope—, replicó el guaireño.
Pasó el tiempo. Y llegó una nueva carta de Fernández urgiendo al creador de la Guarania.
—Ha upéi Severo, ne’írâ piko oi la Félix musicarâ (Y después Severo: todavía no está lista la música para Félix)—, preguntó el maestro.
—Nde bárbaro, che resaraiete (Qué bárbaro. Me había olvidado completamente)—.
Fue entonces cuando José Asunción Flores solicitó a Agustín Barboza la música para Reservista purahéi. El joven cantor, que ya tenía en su haber algunas composiciones, se lanzó de lleno a la tarea.
La obra, admirada por propios y extraños, planteaba con hondura un problema existencial. Pronto cobró fama. Fue grabada sin pausa. Hasta el propio Charles Aznavour, que estuvo por Asunción para participar de la filmación de una película, en 1962, se interesó en ella. Habló con Agustín Barboza —según relata éste en Ruego y camino, su libro de memorias (2)—, y le pidió autorización para «tradución al francés, editar la partitura e incluso proceder a su grabación». Tan seria era la cosa que hasta firmaron un acuerdo con términos precisos.
Algunos años después, Cristóbal Cáceres y Luis Alberto del Paraná le avisaron desde Europa a Barboza que Aznavour había plagiado su música en La mamma, que empezaba a tener inusitado éxito. Había ocho compases idénticos en la primera parte de la melodía. En la segunda, continuaban las similitudes.
Ante tan grave hecho, Barboza, viajó primero a Buenos Aires, y luego, en barco, en compañía de su esposa Yverá, a Barcelona y luego a París. Varios amigos le facilitaron los trámites y el compositor demandó, a través de un prestigioso abogado francés, a quien le había robado parte de su producción intelectual.
Ante el telegrama colacionado que recibió, Aznavour se llenó de espanto y pidió negociar. Al llegar a la reunión con Barboza, esgrimió excusas que no le excusaron para nada. Lo cierto es que Agustín Barboza, en aquella, época, le cobró una importante suma de dinero y Aznavour aceptó la imposición de otras condiciones, concluyendo así el espinoso caso.
(1) Grabación de las palabras de Félix Fernández que está en el archivo de su hijo Leopoldo Fernández. Festival de Ypacaraí, setiembre de 1982. (2) Barboza, Agustín. Ruego y camino. Fundación Agustín Barboza, Asunción, 1996.