Contorno y geografía de sueño y madera,
tienes, guitarra, soles que encienden la garganta,
ecos que condecoran la sangre con estruendo,
el corazón con brazas.
Cristal de miradores aflorando en el pecho
vena de nuestra voz, terrón arrebatado,
endurecida gota de arboledas sonoras
de tórrido remanso.
Tienes una armadura de forestal silencio
y áridas bocanadas de áridos desiertos
golpeándonos por dentro con sus sordos secretos
de arpegios incendiados.
Veo en las madrugadas duras manos que cogen
tu cuerpo hasta apretarlo contra su cuerpo duro,
desembocando en él para empezar el día
con vértigo profundo
Son como marejadas que llegan a ribera
y extienden en responso sus olas mas feroces.
Litoral de madera: tu caja es una orilla
donde cantan los hombres.
Dejan allí sus venas, su amor, de cara al viento,
orlados por el sol que las raíces quema,
mientras van arrojando semillas con las manos
en las amargas tierras.
Que tienen la epidermis soleada y te enamoran
con áspera caricia, con raptos torrenciales,
y te dejan sus nervios, su corazón, sus huesos,
y su canto anhelante.
Hace falta tocar, coger la mas profunda
fibra de hervor caliente o sol desparramado,
para tener la boca ardiente y encendida
y seguir caminando.
Firmes manos te toman de la firme cintura,
firmes manos de suave sudor de antigua sangre,
con una vocación de acuchillar tristezas
besando sus cordajes.
Son hombres que perforan su pecho con tu caja
para enterrarte en él como en rojo relámpago,
hasta que allí te envuelva su cotidiana fiebre
de sueño y de arrebato.
Son hombres todos llenos de relente y boscaje
cálices de la vida, generosos y fuertes,
que cantan y te sientes y están amaneciendo,
que gritan y te sienten.
Toca, guitarra, plena, amanecida, toca
la cuerda popular, la más caliente y densa,
aunque rompa tu cuerpo sonoro su mensaje,
su vibración tremenda.
Y entonces cuando vistas ese ardiente ropaje
de las cosas que tienen color de nuestros actos,
pondré tu arquitectura de madera profunda
sobre el pecho, cantando.