HÉRIB CAMPOS CERVERA
EL POETA MALDITO
Ediciones EL PEZ DEL PEZ
Diseño de tapa: GRACIELA GALIZIA
Sobre dibujo de: MARIO CASARTELLI
Buenos Aires, abril 2008, 1ª Edición
393 Páginas
ESPACIO DEL POETA
INTRODUCCIÓN
Se conoce muy poco, por no decir casi nada, sobre la vida y la obra de Hérib Campos Cervera, hoy lejano, desconocido; de sus andanzas por Montevideo, de su fugaz encuentro con García Lorca, de su época de desterrado en Buenos Aires. No existe, por lo que sabemos, ninguna biografía -salvo algunas notas sueltas- seria o no, de su mundo poético-literario. Su vida ha sido, y es todavía, un misterio. Para arrojar un poco de luz sobre su camino perdido, nos hemos lanzado décadas atrás en busca -no del "tiempo perdido de Proust"- de datos, de documentos, para tratar de reconstruir sus huellas, conocer sus pasos, y de ese modo armar de él un retrato, o perfil, bastante aproximado.
Siempre me interesó la vida secreta y agónica de Hérib Campos Cervera; su obra, sus poesías no éditas desparramadas en manos de algunos amigos -Elvio Romero, Carlos Federico Abente-, que luego se perdieron, lamentablemente, y otras fueron rescatadas. A raíz de esta incógnita, nació en mí la idea de escribir una especie de biografía, mejor sería decir, semblanza o reportaje; armar las piezas rotas o dispersas del rompecabezas llamado Campos Cervera. Hasta su muerte está rodeada de un halo de misterio. Y como diría García Lorca, a quien trató: "Sólo el misterio nos hace vivir, sólo el misterio".
Leí reseñas, comentarios, estudios críticos, entrevisté a personas que lo conocieron y a muchos de sus amigos y así fue naciendo este libro. La suerte me acompañó porque la mayoría de sus amigos -en el tiempo de la búsqueda- aún estaban vivos: Elvio Romero, Augusto Roa Bastos, Josefina Plá, Carlos Federico Abente, Ernesto Sábato, Oscar Ferreiro, Sila Godoy, y otros nombres que luego daré a conocer.
Después, no sé bien por qué causa, mi interés por el poeta fue decayendo; la vida me llevó por derroteros distintos y el trabajo empezado quedó trunco, en una vía muerta. Allí durmió el sueño de los justos parte de un abultado manuscrito, cintas con conversaciones, notas, fotografías, etcétera.
En mis correrías por el mundo -siempre fui un viajero infatigable- nacieron nuevas amistades: Nicolás Guillén, Severo Sarduy, Manuel Puig; Rafael Alberti, Carlos Alonso, Luis Seoane, Arturo Cuadrado, y otros famosos de las artes y de las letras, y, sin querer, en nuestras charlas aparecían invariablemente- los nombres de Elvio Romero, Asunción Flores, Augusto Roa Bastos y Hérib Campos Cervera. Otra vez el nombre del poeta olvidado y muerto en el exilio. Entonces sentí como una sacudida y una voz que me ordenaba: "Tenés que terminar la biografía de Hérib". Y Elvio y Roa Bastos no dejaban de acicatearme: "¿Y tu libro sobre Campos Cervera para cuándo...?". En algún momento Roa me confesó: "Alguna vez yo empecé a escribir algo sobre Hérib, a quien considero mi hermano mayor... Por ahí deben andar algunos papeles sueltos".
Las palabras insistentes de estos dos amigos volvieron a despertar en mí el deseo de retomar el libro inconcluso, de sacarlo de una buena vez del callejón sin salida en que se hallaba. No me quedó más remedio que desandar sobre mis pasos y desgrabé cintas -llenas de polvo y pegoteadas, casi inútiles de tan viejas-, rescaté papeles amarillentos, empastados y quebradizos; corregí reportajes y entrevistas ya publicadas procurando rescatar -lo más posible- los dichos sobre Hérib Campos Cervera.
A veces, empujado por él afán de ser más completo y claro, uno quiere poner todo en una nota periodística, en un libro, pero el espacio es limitado; existen pautas, medidas, determinada cantidad de páginas y hay que cortar, suprimir; todo en aras de la síntesis.
Cuando este libro era todavía una idea, me han pasado cosas increíbles. Por ejemplo, el encuentro con Quinquela Martín. En el momento de entrevistarlo -yo apenas era un periodista en cierne-, lo hice por su pintura, no soñaba ni remotamente que había conocido y tratado a Hérib Campos Cervera, y que, además, llegaron a ser amigos. Como también lo fue Xul Solar, el íntimo amigo de Borges. Hilos que teje el azar, el destino o como quiera que se llame.
Resumiendo: este es un libro que nació "sin querer queriendo". Después de más de dos décadas de haberlo empezado y luego abandonado, hoy, por fin, por el bendito soplo del misterio, gana la luz. Se concreta, fundamentalmente, por los testimonios de los amigos de nuestro poeta. Gracias a los aportes de ellos pude describir la silueta, tal vez, aproximada de uno de los más grandes mitos de la poesía del Paraguay. Hérib Campos Cervera, con nuestro modesto trabajo, deja de ser una incógnita y, quizá, recibirá el merecido reconocimiento y el homenaje que aún se le adeuda. Este libro, por lo pronto, empieza a serlo...
A. A. R.
EL POETA MALDITO
Un nombre, un apodo, una virtud o un carácter sobresaliente, se lleva por toda la vida y para siempre, a pesar de que uno se sacuda, como hacen los perros para sacarse el agua cuando están mojados. Se dice que uno nace marcado por un destino y que poco se puede hacer en el afán de cambiarlo. Muchos no se dan cuenta que de que sus vidas están marcadas por un sino, bueno o malo, y siguen viviendo hasta que les llega la hora de pasar a mejor vida. ¿Es posible cambiar el destino? ¿Trocar fracaso en éxito y viceversa? Seguramente casi todo se revierte en algún momento? También se argumenta que ya venimos "programados" genéticamente para ser ganadores o perdedores. ¿Era un perdedor Hérib Campos Cervera? ¿Estaba programado para perder y convertirse en un hombre maldito? ¿Por qué lo consideraban maldito? ¿Por qué era malo? No. Hablamos de maldito en términos de maldición. Sus amigos más íntimos, aquellos que convivieron con él, así lo confirman: Roa Bastos, Elvio Romero, Oscar Ferreiro, Hugo Rodríguez Alcalá, José Asunción Flores, por citar sólo a aquellos que estuvieron de verdad a su lado.
Dice Asunción Flores, amigo del alma y compañero de aventuras y sueños y militancia política: "Hérib tenía marcada la desgracia en la frente. No era un desgraciado, en el mejor sentido de la palabra, sino que estaba "desgraciado" por la vida. A pesar de ser un tipo exitoso, pintón, querido, todo lo que tocaba se convertía -después- en hojas secas, muertas. Le duraba muy poco la felicidad. No era un "yetatore", alguien que es mufa y quema a los que están a su alrededor. Se quemaba él solo. Solito mi alma iba a la hoguera". Y el maestro, piensa, busca en su cabeza la palabra justa para no herir la memoria de su amigo, y agrega: "Daba la sensación que estaba poseído por un poder demoníaco que hacía que las cosas bellas le duraran muy poco. Yo creo que algo del demonio -para aquellos que creen en el más allá y en los genios del mal- lo trababa. Una fuerza extraña, llámese genes, marca de nacimiento, herencia de los padres, lo aprisionaba. Sin embargo, sin ninguna duda, era una buenísima persona..."
Campos Cervera tuvo que luchar mucho para ser lo que fue; tenía que redoblar sus fuerzas para conseguir lo que se proponía, y lo conseguía a fuerza de coraje, de obstinación, de perseverancia, y luego -como dice el maestro Flores-cuando empezaba a disfrutar del éxito alcanzado, se le iba como agua de entre las manos. Sufrió persecuciones, le fue mal en su matrimonio, tuvo que exiliarse, vivió de las dádivas de sus amigos; siempre a las corridas, escapando, mimetizándose. Muy poco le alcanzó las mieles de la vida, si es que la vida tiene mieles. Hasta su muerte, su extraña y poética muerte (que lo estudiaremos más adelante) estuvo marcado por la desgracia, por lo aciago, por la misteriosa sombra de las preguntas sin respuestas.
Otro amigo de los más íntimos, podríamos decir, que lo trató y protegió y ayudó, el doctor Carlos Federico Abente, recuerda: "Campos Cervera, Campito para los amigos, no era un hombre común, sino un sabio incomprendido. Sí, sí; él era un verdadero sabio. Poseía una inteligencia extraordinaria y dominaba las altas matemáticas, la teoría cuántica; sabía al dedillo la Teoría de la Relatividad de Eistein. Era el único paraguayo de su época, me atrevo a afirmarlo, que manejaba esos temas altamente complejos e inalcanzables para un hombre común". Hace un alto, respira hondo, busca aire en sus pulmones y continúa diciendo: "Vivía atormentado por muchos problemas. Desde problemas familiares, económicos y políticos, fundamentalmente. Un militante de la vida, pero también de la política. Peleaba, como Flores y muchos otros, por la liberación del hombre. Quería una sociedad más justa. Le torturaba ver la explotación del hombre. Él mismo era un explotado, y sufría. Hérib Campos Cervera era un hombre atormentado, un agonista, no un hombre maldito. Yo no creo que fuese maldito, que estuviera signado por una "mala estrella", por un sino demoníaco o maléfico, como se dice por allí. Sin embargo, eligió la poesía. Eligió ser, además, poeta. El más extraño e inmaterial de los oficios. Un oficio de ...soñadores".
¿Era un maldito o no? Esa fama de hálito maligno, de cuño tal vez espurio, ¿por qué lo llevó toda la vida sobre sus hombros? Algo de cierto habría. No se puede manchar el nombre de una persona -más en el caso de nuestro querido poeta- y condenarlo de por vida a vivir con un estigma vergonzoso y quemante. ¿De dónde salió de que Campos Cervera era un hombre maldito? ¿Salió de un juego literario de la época? ¿Él mismo echó a rodar dicho embuste para divertirse y reírse de sí mismo? Son muchas preguntas, algunas tienen respuesta y otras no. Escuchemos lo que dice Josefina Plá al respecto: "Yo lo traté mucho a Hérib, no sólo por una cuestión familiar, de sangre, en la época de VY'A RAYTY (el lugar de la alegría) en compañía de Roa Bastos, Oscar Ferreiro, Elvio Romero. Él tenía cierto aire trágico, taciturno a veces. Se hacía el misterioso. Le gustaba jugar con las cosas metafísicas y las altas matemáticas, aparte de la poesía, claro. En el fondo era un niño. Amén de su madurez para muchas cosas no había madurado. Vivía en una suerte de limbo, en un estado crepuscular. La poesía, creo, y su niñez desgraciada, fue la culpable de ese estado. La poesía tiene magia, te permite volar, crecer, soñar, pero también te cobra muy caro por poseerla, atreverte a desposarte con ella. Y Hérib, sin ser trágico ni pájaro de mal agüero, se metió demasiado con ella. Desde luego, un verdadero poeta no puede "flirtear" a medias con la poesía sino que debe pertenecerla en cuerpo y alma. Exagerando, es una especie de pacto con el diablo. Y algunos se vuelven malditos, tal vez fue el caso de Campos Cervera. El mismo solía decir, riéndose, "estoy maldito, estoy maldito por la poesía. Soy un poeta maldito". De allí me parece que viene la historia. Sin embargo, fuera de nuestro minúsculo círculo no se lo conocía como "maldito". Seguramente en Buenos Aires, cuando se exilió, o en Montevideo, empezó la "leyenda", digamos, de poeta maldito".
La cuestión es que si hacemos un inventario sobre la vida y la obra de Hérib (que es lo que intentamos hacer en este libro) encontramos que llevó una existencia azarosa, llena de dificultades, siempre sorteando obstáculos haciéndosele difícil, por no decir, muy difícil, equilibrar su tormentosa vida. De ahí que sus amigos más íntimos, repetimos: Roa Bastos, Carlos Abente, Elvio Romero, Asunción Flores, y otros, a quienes tuvimos la suerte de entrevistar en distintos años , en Buenos Aires, buscando, precisamente, datos exactos, testimonios fieles, documentos (que muchos de ellos me proporcionaron) sobre Hérib Campos Cervera, para echar un poco de luz a su ¿por qué no?, misteriosa vida, y, en especial, al respecto de su bella y comprometida poesía, que posee una factura de primer orden.
Durante más de un lustro anduve buscando huellas de su paso por la misteriosa Buenos Aires, llegué a ser amigo de algunos de sus amigos, y así pude ir armando la figura, o el perfil, de nuestro más grande poeta. Fui reconstruyendo el rompecabezas, tratando de darle orden a las piezas desparramadas aquí y allá. Por suerte la información que pude recoger de boca de sus amigos, de sus compañeros de sueños y bohemia y de militancia política, son verdaderos testimonios de primera mano. Seguramente que habrá algunos errores, inexactitudes, datos falsos, como suele suceder en estos casos. Los testimonios orales, cuando no son sustentados por una veracidad y honestidad, pierden su autenticidad y se convierten en mera anécdota. Hay que separar la paja del trigo, chequear una y mil veces el dato, y luego darlo por válido. La fuente tiene el ser de mucha credibilidad. Me atrevería a afirmar que en el caso de los amigos de Hérib: Elvio Romero, Roa Bastos, Asunción Flores, Oscar Ferreiro, etcétera, sus certificaciones tienen el valor de un documento firmado. No podemos dudar de su decencia.
No podemos poner en duda, por ejemplo, el testimonio de Ernesto Sabato; que conoció a Hérib, lo trató y fue su amigo, al igual que de Elvio Romero, Asunción Flores. También están los testimonios de Mario y Nelly Prono (luego sería mi amiga y vecina, en Buenos Aires), del otrora famoso excelente actor Jacinto Herrera, amigo y lector de los poemas de Campos Cervera.
Jacinto Herrera solía contarme, en altas horas de la noche y un poco achispado por el vino (le gustaba tomar y más estando con amigos): "Ni bien Campito terminaba un poema y me lo traía a la radio o al teatro, ya sea en el camarín, entre escena y escena, y decía: "quiero que lo leas. Tu lectura es muy buena y tu voz le da un tono especial. Sólo así puedo saber si está bien escrito o no". Era impaciente, quería las cosas en su momento. Y yo, como no podía negarle nada, se lo leía. La gente del elenco apenas respiraba escuchando las poesías de Hérib. Únicamente cuando se escuchaba la voz diciendo "¡A escena!", se rompía el encanto. Hacíamos teatro dentro del teatro, y eso le encantaba a Hérib. A veces le acompañaba Asunción Flores-...Después, doblaba amorosamente sus poemas y lo metía en el bolsillo del saco, casi siempre andaba trajeado; por más calor que hiciera. Luego se iba con un extraño brillo en los ojos. La mayoría de sus poemas fueron leídos por mí entre bambalinas o en los estudios de radio. “Ah, tengo cientos de anécdotas con Campito...”
Según los testimonios que fuimos recogiendo, Campos Cervera era así: Impredecible, juguetón, risueño, amante de las buenas comidas y los buenos vinos, como todo poeta, y de las bellas mujeres. Era mano suelta con el dinero, que le costaba ganar, y vivía invitando a sus amigos; no los dejaba pagar. En aquellos tiempos, cuando tenía trabajo -cobraba bien por sus mensuras- no pensaba en guardar, no le interesaba el futuro; de ahí a veces que surgían fuertes roces con su mujer, a quien no le gustaba que escribiera poesía. Entonces, escribía en casa de amigos, en bares, en el banco de una plaza o en los sitios más insólitos. "Una vez, contó Elvio, hasta llegó a escribir un poema en un baño de Constitución mientras iba de cuerpo. En otra ocasión, se metió con una mina -amante ocasional- en un "mueble", en aquel tiempo se decía mueble a los hoteles alojamientos, y en vez de hacerle el amor se puso a escribir un poema y después se lo leyó. Salieron sin haberle puesto un dedo encima", terminó su historia Elvio, riéndose.
No contamos aún con una biografía seria y autorizada de Hérib Campos Cervera. Sobre su vida se han acumulado anécdotas, malentendidos, epigrafías, detracciones o exégesis ampulosas que velan por igual la genuina sustancia de este hombre ejemplar. Lo malo es que la vida de hombres como Hérib Campos Cervera nos induce a un lenguaje apologético, que no siempre es el producto de una legítima admiración sino de las repeticiones de una mala conciencia individual y colectiva. Tal vez sea también el defecto principal de esta especie de nota introductoria o semblanza. Reconocerlo es ya un paso hacia el gradual descubrimiento de una verdad de la que no se ha dicho todavía la palabra justa. Mucho hay para decir de este hombre que asumió plena, intransigentemente, hasta las últimas consecuencias, el mandato de su pasión moral.
Hérib Campos Cervera, un tiempo el mayor y más resplandeciente poeta del Paraguay, apenas, no lo neguemos, es algo más que un nombre en el día de hoy. Sus innumerables poemas, redactados en un estilo vigente social, la denuncia, duermen ininterrumpidamente en las bibliotecas; apenas uno solo de sus libros -CENIZA REDIMIDA- de los que tuvo renombre en otro tiempo nos dice ya casi nada en el nuestro. También su personalidad, por ser de difícil comprensión y presentar sombras crepusculares y contradicciones, ha sido fuertemente oscurecida por la de otros poetas, tal vez más robustos y fogosos, y de su vida privada hay poco interesante que comunicar: una criatura humana de existencia silenciosa e incesante trabajo proporciona rara vez una brillante biografía. Pero hasta su auténtica acción (el alma y la inteligencia de este hombre entregado por entero a su causa, que era la de todos, y a la poesía; aceraba su lucidez y su energía indomables, que sólo la muerte iba a poder apagar) ha quedado soterrada y oculta en la conciencia del tiempo presente, como siempre lo están los cimientos bajo el edificio ya construido. Clara y borrosamente, por ello, anticipamos aquí lo que hace que Hérib Campos Cervera, el gran olvidado, sea todavía hoy, y precisamente hoy, de tanto valor para nosotros: entre todos los poetas y creadores del Paraguay fue el primer paraguayo consciente, el primer combatidor amigo de la paz, el más elocuente defensor del ideal humanístico, benévolo para lo mundano y lo espiritual. Y como, además, fue vencido en su lucha por lograr una forma más justa y comprensiva para nuestra sociedad, este su trágico destino lo liga aún más íntimamente con nuestra fraternal sensibilidad.
No obstante lo aseverado, el rescate de Hérib Campos Cervera sigue siendo aún hoy muy difícil, incompleto y hasta por olvido interesado o deliberado -la mala memoria es dócil a las intimidades de la mala conciencia -de lo fundamental de su obra, de las líneas centrales de su pensamiento. Obra y pensamiento vertidos, como ya se ha dicho, al correr de la pluma, en la emergencia de la lucha incesante; el pensamiento y la poesía de un poeta, de un hombre de acción, produciendo -como lo reconoció Roa Bastos- en los más inesperados sitios e inverosímiles condiciones, en el torbellino del periodismo diario, sin tiempo, en medio de la agrimensura, y que supo dar sin embargo a sus poemas una densidad intelectual tan fuerte y al mismo tiempo un calor tan poderoso de humanidad, que ha conseguido sintetizar una de las más puras y bien ligadas aleaciones de inteligencia y sentimiento.
Hérib Campos Cervera amó muchas cosas que son queridas hoy por nosotros: la poesía y la filosofía, los libros y las obras de arte, las lenguas y los pueblos, y, sin hacer diferencia entre todos ellos, el conjunto de la humanidad, para el logro de una más alta civilización. Y sólo una cosa odió de verdad sobre la tierra, como antagónica de la razón: el fanatismo. Siendo él mismo el menos fanático de todos los hombres, su espíritu acaso de suprema categoría, pero del saber más dilatado; un corazón no sugerente de bondades, pero de proba benevolencia, veía Hérib en toda forma de intolerancia de opiniones el pecado original de nuestro mundo. En su opinión, casi todos los conflictos entre hombres y entre pueblos podían ser resueltos sin violencia, mediante mutua tolerancia, porque todos caen dentro de los dominios de lo humano; casi toda conflagración podía resolverse por medio de árbitros, ni los incitadores y exaltados de una y otra parte no dieran tensión al arco de la guerra. El varias veces nombrado Roa Bastos, que lo conoció de cerca y fuera amigo de él, opina en sus recuerdos del compañero de bohemia y sueños: "Combatía Campos Cervera cualquier fanatismo, ya en el terreno político, en el nacional o en el modo de concebir el Universo y la vida, la poesía y la literatura toda, como perturbador nato y jurado de toda comprensión; odiaba a todos los obstinados y monoideístas, ya aparecieran en hábitos sacerdotales o con togas académicas, a los que llevaban anteojeras en el pensamiento y a los fanáticos de toda clase y raza, que en todas partes exigen una obediencia de cadáver para sus propias opiniones y a toda otra concepción de llamar despectivamente herejía o bribonería". Así como a nadie quería constreñir a que aceptara las concepciones que él escribía, también oponía decidida resistencia a que le forzaran a seguir cualquier confesión religiosa, filosófica o política. La independencia del pensamiento era para él cosa evidente y este libre espíritu siempre consideró como un secuestro de la divina pluralidad del mundo el que cualquier, ya en la tribuna, ya en la cátedra, ya en las letras, se levantara y hablara de su propia verdad personal como de una misión que "Dios le hubiese confiado", hablándole al oído, a él y sólo a él. Con toda la fuerza de su inteligencia, centelleante y convincente, combatió por tal motivo en todos los terrenos, a lo largo de toda su vida, contra los fanáticos simpatizantes de sus propias creencias, y sólo en muy raras y felices horas se rió de ellos. En tales momentos más suaves se le apareció el fanatismo de frente estrecha sólo como una lamentable limitación del espíritu, como una de las innumerables formas de la stultia, cuyas mil degeneraciones y variedades tan regocijadamente clarificó y ejemplarizó en su Ceniza redimida. Como hombre justo, auténtico y sin prejuicios, comprendió y compadeció hasta a su más encarnizado enemigo. Pero en lo más profundo siempre supo Campos Cervera que este perverso espíritu de la naturaleza, que el fanatismo, había de destrozar su propio mundo benigno y su existencia. Día y noche, aún saliendo a las calles de Buenos Aires -tentadora y peligrosa- , en su departamento a pocos pasos del Berna, se entrega Hérib a la poesía, con toda la fuerza extraordinaria de que es capaz ese hombre de ancha frente, que se precipita como un toro sobre su destino. Quiere saberlo todo, aprenderlo todo: apenas sus maestros más célebres, el mismo Barrett, el gran escritor, pudo brindarle más.
Pues la misión y el sentido de la vida de Hérib eran realizar la síntesis armónica de lo contradictorio en el espíritu de la humanidad. Había nacido con un carácter armonizador o, para hablar como Roa, que era semejante a él en la repulsa de todo lo extremo, con "una naturaleza comunicativa". Toda poderosa subversión, todo tumulto, toda turbia disputa entre las masas, se oponía, ante su sensibilidad, el claro ser de la razón de la poesía, a cuyo servicio se sentía obligado como fiel y sereno mensajero, y en especial la guerra, como la más grosera y desaforada forma de resolver íntimas oposiciones, le parecía incompatible con una humanidad que pensara moralmente. El arte singular de escribir poesía, de limar conflictos mediante una bondadosa comprensión, de aclarar lo turbio, de concertar lo embrollado, de casar de nuevo lo desunido y dar a lo disgregado un más alto enlace común, era la auténtica fuerza de su paciente genio, y, con gratitud, sus amigos y sus contemporáneos llamaron simplemente "cerverismo" a esta voluntad de creación y comprensión que actuaba de plurales formas. Para este "cerverismo" es para lo que aquel hombre quería ganar el Paraguay. Como reunía en su misma persona todas las formas del poder creador, y a un tiempo era poeta, matemático, agrimensor y dramaturgo, consideraba también como posible, en el ámbito total de su poesía, el enlace de lo irreconciliable aparentemente; ninguna espera fue inalcanzable o ajena a su arte de poeta y conciliador. Para Campos Cervera no existía ninguna oposición moral irreductible, por ejemplo, entre Jesús y Sócrates, entre la doctrina cristiana y marxismo, entre piedad y moralidad.
Hérib Campos Cervera fue un hombre de una sola pieza, de una sola palabra; sobre todo en el sentido de la coherencia interior y exterior de su comportamiento y en relación de éste con sus textos y con su obra de praxis política y social. Su vida y su muerte dieron la prueba extrema de que fue un hombre honrado y confiable: una especie de predicador moral, más que un poeta de barricada, que sentía horror por toda clase de dogmatismos -a pesar de ser un marxista-, incluso contra el que podía desviarse de sus propias ideas, que eran, después de todo, ideas-límite de vida y muerte. Esta es, precisamente, una de las virtudes que más valora en él el ya citado Roa Bastos: "Fue un hombre cabal, fiel a sus convicciones y a su ideario. Fue bueno, es decir fuerte, bastante fuerte para no mentir".
En algún tramo de esta exposición decimos -y quizá seguiremos diciendo- que Hérib Campos Cervera era "barrettiano", y Barrett venía de Europa. Y para más datos, nuestra cultura proviene de Europa y ése es un hecho inevitable, y que además no hay por qué evitar. Aunque buena parte de esos elementos con que se ha levantado nuestra propia cultura vinieron de allá, desde el mismo momento en que el primer español pisó el territorio de América comenzó algo fundamentalmente nuevo. También Faulkner leyó a Balzac, admiró a Huxley, entró a saco en Joyce, sufrió la influencia de Dostoievsky. ¿Qué, quieren una originalidad total y absoluta? No existe en el arte ni en ninguna construcción del hombre: todo se levanta sobre lo anterior, y como dice Malraux, el arte se hace sobre el arte. No hay pureza en nada que sea humano. Los griegos también eran híbridos y estaban infectados de religiones extranjeras. Hay un fragmento de El molino de Floss en que una mujer se prueba un sombrero: es Proust. Quiero decir, el germen de Proust; todo lo demás es desarrollo, desarrollo genial y canceroso, pero desarrollo al fin. Como germinalmente está Kafka en muchos escritores de muy diversas latitudes, y en particular en el Bostleby de Melville.
La originalidad no consiste en la carencia de antepasados sino en el tono o impulso novedoso que esa herencia muestra en sus herederos. Y el carácter nacional no se revela con los (fáciles) recursos del folklore, sino con algo más sutil y misterioso: un paraguayo que sueña con dragones de alguna manera revela sus peculiaridades a través de una preciosa bestia cosmopolita. El escritor británico más importante fue un hombre que a menudo escribió dramas con personajes romanos, daneses o griegos.
No hay literatura nacional y literatura universal: hay literatura profunda y literatura superficial. Eso es todo. Si algo es profundo, ipso facto expresa el alma de su pueblo y de una manera o de otra está comprometido con su tiempo. Nosotros somos paraguayos hasta cuando renegamos del país; del mismo modo que está demostrado su espíritu religioso un presunto ateo que incendia iglesias; ya que los verdaderos ateos son los indiferentes. Y lo que podríamos llamar los ateos de la nación son los cosmopolitas, esos individuos que viven aquí como podrían hacerlo en Londres o en Hong Kong. Como lo fue en su momento el señor Sommerset Mougham.
Borges no es de esos. A él de alguna manera le dolía el país, aunque no tuviera la sensibilidad o la generosidad para que le doliese incluyendo al peón de campo o al obrero de un frigorífico. Y ahí es cierto que denota falta de grandeza, una incapacidad para entender y sentir la totalidad de su nación, que es lo mismo que decir la totalidad de su contemporáneo carnal. De entenderlo y sentirlo hasta en su sucia y menesterosa complejidad. Esa confesión, en fin, que tuvieron escritores como Dickens o Tomas Ardy, Gogol o Chéjov, Shakespeare o Balzac con sus propias y compatriotas almas.
Hérib Campos Cervera, no está por demás repetirlo, fue, es un modo de decir, un precursor en todos los sentidos. Y no estamos exagerando. Su extraña a la vez que transparente vida, malograda prematuramente en la plenitud de sus mejores potencias, luego de la también extraña y fulminante muerte, en una época en que la medicina estaba avanzada, la torna sospechosa de mala praxis.
Campos Cervera, Elvio Romero, Asunción Flores, aun Roa Bastos, consideraban posible el progreso de la humanidad por medio de la ilustración y confiaban en la capacidad educativa, tanto de los individuos como de la totalidad, mediante una difusión más general de la cultura, de los escritos, estudios y libros. Estos idealistas tenían una conmovedora y casi religiosa confianza en la aptitud de ennoblecimiento de la naturaleza humana por medio del perseverante cultivo de la enseñanza y la lectura. Como hombre de letras que creía en los libros, no dudó jamás Campos Cervera de la perfecta posibilidad de que la moral fuera enseñada y aprendida. Y la solución del problema de la armonización completa de la vida le parecía ya garantizada por esta humanización de la humanidad, soñada por él como muy próxima.
Tan alto sueño estaba constituido de tal forma que, como imán poderoso, podía atraer en el Paraguay a los espíritus mejores de aquel tiempo. Al hombre dotado de sensibilidad moral, especialmente al poeta, siempre le parece como cosa insustancial y sin sentido la propia existencia sin el consolador pensamiento, creencia que dilata el alma, de que también él, como individuo aislado, con su deseo y su acción puede añadir algo a la moralización y la libertad general de todos los hombres. El momento presente no es más que un peldaño para una mayor libertad y perfección, solo la preparación de un proceso vital mucho más perfecto. Quien sabe dar autoridad, por medio de un nuevo ideal, a esta fuerza de esperanza en el progreso político y moral y en la libertad verdadera de la humanidad, llega a ser guía de su generación. De éstos fue Campos Cervera. La hora era singularmente favorable para su idea de "la dictadura del proletariado", pues los grandes descubrimientos e invenciones del cambio del siglo, la renovación de las ciencias y las artes por la Revolución Rusa, habían vuelto a ser, desde sus inicios, para todo el mundo un "dichoso y acontecimiento colectivo"; por primera vez, después de innumerables años de anarquía y depresión, daba ánimos al mundo de Occidente la confianza en su destino, y, de todos los países, las mejores fuerzas idealistas concurrían hacia el marxismo. Todos querían ser libres, "hijos de la dictadura del proletariado", en este "imperio de la libertad"; obreros y trabajadores de todas las latitudes, poetas y escritores, artistas y hombres de la política, mancebos y mujeres, rivalizaban en instruirse y militar en el marxismo; el comunismo llegó a ser la esperanza de gran parte del mundo: por primera vez desde las ruinas de otras revoluciones frustradas -¡remarquemos este hecho!-, gracias a los postulados de Marx y Engels, se iniciaba, empezaba a estar en proceso serio una política de libertad "total"; por primera vez, no la vanidad y el arrojo de una sola nación sino la libertad de toda la humanidad era la meta de un grupo fraternal -al principio- de idealistas. Y esta aspiración de los hombres libres a ligarse y conectarse, de mostrar los beneficios de la revolución; este deseo, este tiempo político, fue también el deseo de Campos Cervera, su sagrada, pero breve y transitoria, hora política.
¿Por qué no podía durar -pregunta dolorosa- un sueño tan puro? ¿Por qué vuelven a ver siempre vencidos los mismos altos y -por qué no- humanos ideales de hermandad y comprensión política, por qué el comunismo tiene tan escasa fuerza efectiva en la humanidad que conoce, sin embargo, desde hace mucho tiempo lo absurdo de toda hostilidad? Tenemos, por desgracia, que reconocer y confesar claramente que un ideal que sólo se propone el bienestar general, jamás puede satisfacer por completo a dilatadas masas del pueblo; en los caracteres de tipo medio, también el odio exige el cumplimiento de sus sombríos derechos junto a la pura fuerza del amor, y el provecho personal de cada individuo quiere obtener también, de aquella idea, rápidas ventajas individuales.
En la vida y en la obra de Campos Cervera no faltaron las contradicciones. ¿Qué grande hombre no las tiene, más aún en el seno de una sociedad desestructurada y contradictoria? El hombre Campos Cervera se dirigía a los hombres de su tiempo y los impulsaba desde su pasado común a la tierra común de los nuevos hombres.
Lo peculiar del ser humano no es el espíritu puro sino esa oscura y desganada región intermedia del alma, esa región en que sucede lo más grave de la existencia: el amor y el odio, el mito y la ficción, la esperanza y el sueño, nada de lo cual es estrictamente espíritu sino una vehemente y turbulenta mezcla de ideas y sangre, de voluntad consciente y de ciegos impulsos. Ambigua y angustiada, el alma sufre entre la carne y la razón, dominada por las pasiones del cuerpo mortal y aspirando a la eternidad del espíritu, permanentemente vacilante entre lo relativo y lo absoluto, entre la corrupción y la inmortalidad, entre lo diabólico y lo divino. El arte y la poesía surgen de esa confusa región y a causa de esa misma confusión: un dios no escribe novelas.
Y por eso aquella suerte de opio platónico que no nos sirve. Y termina pareciéndonos que todo es un juego, un simulacro, una infantil evasión. Y que si aun aquel mundo fuera el mundo verdadero, confirmado por la filosofía y la ciencia, este mundo de aquí es para nosotros el solo verdadero, el único que nos da desdicha, pero también plenitud: esta realidad de sangre y de fuego, de amor y de muerte en que cotidianamente vive nuestra carne y el único espíritu que poseemos de verdad: el espíritu encarnado.
Campos Cervera, que no se engañaba acerca de nada ni de nadie, conocía la hondura más remota de la debilidad secreta que -a veces- le alejaba de lo poético y de lo verdaderamente creador; es, a saber, que siempre se sentía demasiado razonable y demasiado poco apasionado, que su tomar partido y colocarse por encima de las cosas lo ponían fuera de tiempo. La razón no es nunca más que una fuerza reguladora, jamás constituye por sí misma una capacidad de creación; mas lo verdaderamente fecundo siempre presupone de hecho una locura. Por estar tan maravillosamente libre y lleno de ilusión, Campos Cervera, a lo largo de su vida entera, nunca permaneció privado de pasión; un justo, desordenado y aventurero, que conoció la dicha de la vida, el total rendimiento de sí mismo, dilapidó su propia persona. Por primera y única vez se sospecha, gracias a este libro, que Campos Cervera sufrió secretamente por su exceso de razón, de conocimientos, su justicia, su cortesía, su equilibrio de humores. Y como siempre el artista produce del modo más seguro cuando convierte en materia artística algo que a él le falta, algo que anhela, también en este caso precisamente el hombre de la razón par excellence era llamado a componer el alegre himno de la locura y hacerles mofa de la manera más sabia a los adoradores de la pura sabiduría.
Dice Roa Bastos: "Pero la pura negación y la estéril crítica no corresponden en ningún terreno a la posición espiritual de Hérib; cuando muestra los yerros, lo hace sólo para exigir que se proceda rectamente; jamás censura por un soberbio y astuto placer de censurar. Nada está más lejos de este tolerante temperamento que un ataque grosero, gratuito, contra cualquiera; como marxista, Campos Cervera no sueña con un alzamiento contra las instituciones, sino que el hombre sea libre".
La historia es injusta con los vencidos. No ama mucho a los hombres mesurados, a los mediocres y reconciliadores, a los hombres de la humanidad. Sus favoritos son los apasionados, los desmedidos, los bárbaros aventureros del espíritu y de la acción: de este modo, ha apartado la vista casi despectivamente de este callado servidor de la poesía y los sentimientos humanitarios.
Una serena resignación sombrea su presente -¡ay, conoce la eterna stultia del mundo!-, mientras que una leve y muy delicada sonrisa de confianza se muestra en torno a sus labios. Lo sabe, en su experiencia; es propio del modo de ser de todas las pasiones el llegar a fatigarse. Es destino de todo fanatismo el agotarse a sí propio. La razón, eterna y serenamente paciente, puede esperar y perseverar. A veces, cuando las otras alborotan, en su ebriedad, tiene que enmudecer y guardar silencio. Pero su hora llega, vuelve a llegar siempre.
Numerosas anécdotas han sido recogidas por los testigos de la época; todas igualmente explícitas en cuanto a su carácter y a su personalidad. Pero no son las anécdotas las que definen mejor la trayectoria de su vida, sino la esencialidad de sus actos. Es hombre Campos Cervera para todos los tiempos y testimonio de la profunda impresión que provocaba su presencia y conducta, que los intelectuales de aquella generación, que Roa Bastos, Roque Molinari Laurín y Oscar Ferreiro llegan a ser sus amigos más íntimos, y que el Dr. Carlos Federico Abente fuera su protector en Buenos Aires. Con ansia apasionada, el todavía joven aspira aquella atmósfera, espiritualmente ardorosa; aprovecha el tiempo de su exilio y la hospitalidad de la capital porteña para dilatar su saber hacia todos lados; refina su trato en ceremonias con los escritores porteños (Sabato, David Viñas, Elías Castelnuovo, Ricardo Mariano, González Tuñón, Xul Solar, y con sus amigos y las esposas de éstos. Intima con Neruda, Guillén, Rafael Alberti, Quinquela Martín y otros.
La conciencia de su propia situación le ayuda a realizar una transformación rápida: del poeta y tímido agrimensor paraguayo surge una especie de brillante intelectual, que se codea -repetimos- con los más grandes escritores de la época. Hérib comienza a equiparse cuidadosamente, aprende a adaptarse en la gran metrópolis; su alto conocimiento de las matemáticas y la física contrasta agudamente con la poesía social y a veces romántica que cultiva. Situado en el centro del mundo cultural e íntimamente hermanado con los mejores poetas porteños y uruguayos (ya que también vivió un tiempo en el Uruguay), su aguda mirada adquiere aquella amplitud y universalidad que el Paraguay admira en él más tarde. Pero también su ánimo se hace más claro. "Me preguntas -le escribe alegremente a un amigo- si me gusta Buenos Aires. Pues bien, si me creíste alguna vez, te suplico que creas también esta: que nunca cosa alguna -a pesar del amargo destierro- me ha hecho tanto bien. Encuentro aquí un clima grato y saludable, mucha cultura y saber; pero, a la verdad, no de un tiempo harto nimio y trivial, sino la formación más profunda, tanto en poesía como en narrativa, por lo que yo, aparte las cosas que allí pueden verse, mucha nostalgia tengo de Paraguay". En Buenos Aires, Hérib pensaba continuamente en su tierra.
Todo su amor por Buenos Aires no lo convierte, sin embargo, en un porteño. Como cosmopolita, como hombre de mundo, como carácter libre y universal, vive allí en una prisión dorada; desde entonces, su amor está en la capital porteña donde reina el saber y la cultura -ya lo dijo-, la instrucción y el libro.
Corría el año 1926. Es por esa fecha, más o menos, que Hérib Campos Cervera publica sus primeros poemas en revistas de vida efímera y en JUVENTUD. A esa generación pertenecen José Concepción Ortiz y Vicente Lamas. Esta revista la fundan, en sus comienzos, allá por 1923, De Gásperi, Heriberto Fernández, Carlos Andrada, Pedro Herrero Céspedes y Manuel Barrios Battilana. Aquella no era época para coqueteos intelectuales y poéticos. Una cruenta convulsión político-militar, desde hacía casi un año, ensangrentaba el país. Al decir de Carlos Centurión: "La pasión enardecía los espíritus, las persecuciones irritaban los ánimos, la violencia y la arbitrariedad imperaban. Los diarios dejaron de ser la expresión del sereno pensamiento para convertirse en reductos embravecidos por el odio, en retenes audaces del rencor". Y fue dentro de este ambiente cálido y azotado por vientos de tragedia donde, haciendo un esfuerzo de aislamiento, Fernándes y sus compañeros resolvieron la edición de JUVENTUD.
Ideológicamente estos escritores de aquel tiempo eran "barrettianos". No eran anarquistas sino que eran hombres que proponían una modificación del orden social paraguayo, tal como lo propuso Barrett, que era el ideólogo y el hombre, en verdad, más importante que haya visitado nuestro país. Barrett era español; su literatura y su escritura es puramente paraguaya y nacional; nadie ha penetrado como él los meandros de nuestra realidad. Denunció la explotación inicua del mensú en las plantaciones de yerba mate. Se destacó en las letras americanas por su noble personalidad de misionero de la libertad y la justicia.
Hagamos una rápida reseña de Rafael Barrett para ubicarlo mejor en el tiempo y el espacio paraguayos. Arriba a Buenos Aires en 1903, procedente de Madrid iniciando, para ganarse la vida modestamente, sus actividades intelectuales como periodista en "El Diario Español". Pronto y a raíz de un artículo que escribe donde pinta al desnudo la miseria de Buenos Aires, porque ya había aquí gente que revolvía los basureros para procurarse un alimento, es despedido de ese diario encontrando, no obstante, de inmediato trabajo en otro periódico que se publica en Asunción del Paraguay.
Allí, con todo, no le va mejor que aquí. Debido principalmente a que insiste en ocuparse de la situación de los miserables, no ya de los que revuelven con un palo los basureros en los desperdicios en las ciudades, sino de los que trabajan en las peores condiciones de vida abriendo carreteras bajo el sol de los trópicos o cargando bolsas en las plantaciones de yerba mate.
En compañía de un escritor argentino, José Guillermo Bertotto -ha confesado Elías Castelnuovo-, saca un semanario, "Germinal", siempre con idéntico fin que, luego de una violenta campaña contra las compañías extranjeras que explotan a los nativos, la publicación es clausurada; no por orden de la justicia, sino por orden del comisario nacional, quien -con o sin atribuciones para ello, le hace tragar al argentino, una por una, todas las carillas del manuscrito destinado al editorial. Asimismo, a causa de un suelto titulado "BAJO EL TERROR", inserto en ese mismo número, Rafael Barrett es encarcelado en el cuartel del Batallón de Seguridad, donde contrae la tuberculosis, siendo finalmente deportado al Brasil y de allí al Uruguay.
Nuestros escritores de aquella época eran tan "barrettianos" que en 1918, en la Plaza Uruguaya, se hizo una gran concentración popular contra los "negreros del norte". A la sazón se llamaba "negreros del norte" a los esclavistas de los yerbales, a los dueños de las plantaciones. Entonces se los denominaban "negreros". Y el orador principal en ese acto era -no podía ser menos- Manuel Ortiz Guerrero, el poeta más popular del Paraguay, llegó a las masas y sus versos fueron aprendidos de memoria por millares de admiradores de todas las edades. Ya también bajo la inspiración de Barrett.
José Asunción Flores solía contar que Ortiz Guerrero, siendo niño, le llegó a conocer a Barrett en un teatro cuando dio una conferencia a los obreros paraguayos sobre el problema sexual, que está recogida en sus obras completas. Y Ortiz Guerrero solía contarle a Flores, que nunca se había olvidado de las manos de Barrett. Éste era también una suerte de aristócrata fino; un hombre, como se decía en aquel entonces, medio "jesucristiano". Barbado, de hermosa y elegante figura, con su cara de Cristo. Ejercía una gran influencia. Además se le llamaba "El Apóstol" porque había consagrado su vida a la causa de los pobres.
Fue este escritor revolucionario -que viviera en la Argentina, Paraguay y Uruguay-, donde en siete años de labor intensa, trabajó y forjó su personalidad con el fervor inconfundible del periodista , del escritor talentoso y de su palabra encendida sin jamás obligarlas "a mancharse con una mentira y sin que las haya hecho retroceder el miedo", como él mismo lo dijera. Trajo al Río de la Plata un nuevo estilo, no solamente para el periodismo (entonces había un periodismo no dinámico, como ahora: era estático. Un periodismo de modorra), sino asimismo para la literatura que se hacía en aquellos tiempos.
Por ahí viene Hérib Campos Cervera. Pongo el ejemplo de Ortiz Guerrero para demostrar cómo toda una generación de gente joven estaba influenciada por Barrett. Claro, en 1926 Ortiz Guerrero ya era un maestro; había publicado sus libros más importantes. Campos Cervera pertenece a esa generación, que se define políticamente en el célebre manifiesto que se publica en 1929, llamado el "Nuevo Ideario Nacional". Hace una propuesta política nueva de acuerdo con las corrientes de la época. Los librepensadores que firmaron el "Nuevo Ideario" en 1929, deben mucho a los que tres años antes comenzaron -en las plazas y en las aulas - la disputa ideológica y la disidencia. Invocaré a Elvio Romero para apoyar y enriquecer mi opinión: "Apuntaron a arrancar la más -cara hipócrita -dice el poeta- que contravenía el nuevo espíritu del siglo. Esta facción minúscula de escritores y poetas y simples revoltosos, jugó un papel destacado en los cambios que sobrevendrían pronto. Tenían la mirada puesta no en espinosas cuestiones metafísicas, sino en la terrenalidad de las cuestiones sociales. Repensaron la Historia y también la historia de nuestro país". Estaban inspirados -recordamos-, fundamentalmente, en la Reforma Universitaria de Córdoba. Esta reforma ejerció una influencia enorme en el proceso cultural latinoamericano. La Reforma Universitaria de Córdoba (República Argentina, se entiende) fue allá por 1918 1 18, donde estaban Teodoro Roca y otras gentes. Luis Alberto Sánchez también era hijo de ese gran parto; Aníbal Ponce, José Ingenieros, etcétera.
Existe una etapa oscura no investigada todavía en la historia paraguaya con el rigor y la claridad necesaria. En octubre de 1929 quiebra de la Bolsa de Valores de Nueva York, y viene la gran crisis económica que sacude el mundo entero. La primera gran baja de valores en Wall Street me produjo el jueves 24 de octubre de 1929. Pero la hecatombe total ocurrió cinco días después. Se lo conoce con el célebre nombre de "martes negro" del 29 de octubre de 1929. La Gran Crisis, recalcamos, el terrible fenómeno que entre 1929 y 1931 convulsionó la economía de los países occidentales, y demostró lo frágil del equilibrio imperante, al hacer tambalear el mundo en lo financiero, lo social y lo político.
Esto fue el principio del fin. Cundió el pánico. Bajó la producción y aumentó el desempleo. Los economistas tradicionales creyeron que una reducción de salarios podría mantener un nivel razonable de empleo, pero lo rígido del sistema lo impidieron, aumentando la desocupación hasta más del 25%. La crisis, originada en los Estados Unidos, se extendió al resto del mundo, paralizando prácticamente la producción, golpeando con dureza a los países menos desarrollados y sobre todo las economías dependientes. En Latinoamérica, el fuerte impacto comenzó a sentirse en 1930. El Paraguay, aunque afectado, sufrió relativamente menos debido a su menor dependencia del exterior y por encontrarse en una economía de pre-guerra.
Hoy, muchos de estos hechos fueron olvidados. Históricamente, el período 1929-31 sirve como referencia para señalar el más bajo nivel de actividad económica, la más alta desocupación, la saturación del mercado y, prácticamente, la quiebra del sistema vigente.
El retorno al patrón oro después de la Primera Guerra Mundial ha sido quizás una de las principales causas de la gran crisis de 1929-31. Toda crisis monetaria es el resultado de una serie de errores políticos y económicos. Efectivamente, una crisis monetaria no es causa, sino consecuencia, de una mala administración político-económica de un país. En la Argentina, por ejemplo, se produce la revolución de 1930, que lleva al poder al general José Félix Uriburo. La crisis mundial manda por ese tiempo, como se ha dicho ya, y a la Argentina la sacude violentamente en 1930, con la revolución del 6 de septiembre, que la reajusta en el esquema del mercado internacional dirigido por las grandes potencias e interrumpe una política de integración social orientada, aunque vacilantemente, por el radicalismo. La historia Latinoamericana cambia con aquel famoso 29 de octubre en que el mundo -reiteramos- entra en una crisis feroz.
¿Cuál ha sido la repercusión verdadera de esta crisis en el Paraguay? Más arriba dimos una somera respuesta por falta de datos. Es decir: no conocemos ningún trabajo -eso no quita que no los haya- de economistas o sociólogos paraguayos que hayan hablado o escrito de su influencia. Esa repercusión, a nuestro juicio, tiene que haber sido muy grande. Porque, por ejemplo, en la Argentina se hicieron las "ollas populares". Fue tan grande la crisis, la desocupación y la miseria. Si en la Argentina (como dice el dicho popular, cuando en la Argentina truena en el Paraguay llueve) esta repercusión fue tan grande, es muy probable que en el Paraguay también haya repercutido. Nuestro país exportaba productos y comerciaba con otros países, como es lógico, por lo tanto dicha crisis debe haber afectado su economía de una manera contundente.
Sospechamos -aunque no lo podemos afirmar por carecer de datos precisos- que el golpe de la Bolsa de Valores de Nueva York tiene que haber tenido en el Paraguay vinculación con las disputas entre la Standard Oil Co. Y la Shell, que luego condujo a la Guerra del Chaco. No podemos suponer que el Paraguay se haya sustraído a una crisis mundial de ese tipo.
Hérib Campos Cervera era de estos hombres que abrazó entonces las ideas marxistas, de tal modo, que se fue a vivir en la Chacarita para enseñar a los obreros y a los pobres. Se mudó, sin más ni más, a ese barrio depauperado y pintoresco de Asunción. Campos Cervera -dice Elvio Romero-, ¿es necesario recordarlo?, procedía de una familia ilustrada, económicamente abastada, pero con la conciencia en paz consigo misma. Alguna vez su padre se ejercitó en el verso, con más buena intención que con fortuna. El hijo desaprobó pronto las convicciones del ambiente. Hérib, al asumir totalmente su condición de poeta, de poeta justiciero para más, se tornó el descarriado, el réprobo de la tradición apacible.
Hérib (1905 -1953), huérfano a temprana edad -dice Hugo Rodríguez Alcalá-, se educa bajo la tutela de su tío, el erudito español Viriato Díaz-Pérez, en la quinta de éste, en Villa Aurelia, en las afueras de Asunción. Allí el futuro poeta se familiariza con los clásicos castellanos y adquiere una cultura literaria al amparo del mejor maestro de humanidades de su tiempo. Aunque su vocación por las letras se manifiesta precozmente, cursa ingeniería en la Universidad de Asunción, porque entre sus múltiples intereses intelectuales, las matemáticas le parecen un destino. No termina nunca esa carrera, pero gracias a sus estudios puede ejercer la profesión de agrimensor. Como agrimensor, recorre la república en sus dos regiones, la oriental y la occidental. Logra así un conocimiento esencial de su tierra y del hombre que la habita. Esta experiencia única de la realidad telúrica y humana de su patria le permitirá más tarde escribir poemas memorables inspirados por la vida del campo y de las selvas a una y otra orilla del río Paraguay. Era un verdadero erudito en matemáticas; uno de los pocos hombres en el Paraguay que dio una conferencia sobre la teoría de la relatividad de Einstein. Típico hombre -insistimos- de extracción intelectual burguesa, pero es lo que se da en llamar hoy a los demócratas revolucionarios. ¿Por qué se ha ocultado -nobleza obliga preguntarlo- su obsesiva preocupación por las cuestiones sociales? ¿Por qué se ha omitido la figura del Campos Cervera revolucionario, el de las refriegas estudiantiles, del que había prestado su adhesión a las causas de la clase obrera? ¿Por qué se ha querido hacer de él una especie de fantasma, de ente deshuesado, en plena apuración de su angustia y su agonía?
Nuestra crítica (que dicho sea de paso es pobre y estéril) suele encasillar a los artistas, como si un artista, en este caso un poeta, tuviera un solo rostro. En el caso de Hérib Campos Cervera se formulan dos criterios: el uno sostiene que es un poeta social, de tono revolucionario; el otro, que es un poeta de angustias metafísicas, existenciales. Nos parece que ambos criterios adolecen de limitaciones. Un poeta que canta los dolores colectivos: ¿está inhibido para contar sus propios dolores, es decir, las angustias naturales de un hombre, sus humanas congojas? Y en caso contrario, un poeta eminentemente lírico: ¿Tiene necesariamente los oídos tapados al clamor fecundo de las multitudes? Estas son simples preguntas que merecerían una respuesta clara.
Porque, en general, cuando se abraza una ideología -estos hombres de extracción burguesa, como fue el propio Marx o Engels-, se interpretan los intereses de la gente pobre que no puede ni pensar ni tener una ideología por su condición de desposeídos de la cultura. Entonces se llaman demócratas revolucionarios. Hérib participa activamente en las cuestiones políticas-estudiantiles. "En la primavera de 1925 -citamos una vez más a su amigo Elvio Romero- se lo encuentra dirigiendo la "Revista del Centro Estudiantil", en cuyas páginas se recogen artículos suyos y de sus compañeros de generación, como A. Sánchez Palacios, A. Conte, o Barthe, A. Mereles y otros, que de uno u otro modo, en esta o aquella actividad, jugarían un importante rol en el destino cultural y cívico de la nación".
Debemos, ante todo, aclarar una circunstancia. En 1925 está en Asunción Gustavo Riccio, poeta argentino, perteneciente al grupo del barrio de Boedo de la Capital del Plata. Entre los principales militantes del grupo de Boedo (alrededor de 1900 comienza en la Argentina lo que podríamos llamar literatura de izquierda. Coincide con el crecimiento del proletariado urbano y de la pequeña burguesía, ambos de origen inmigratorio. Esta literatura es fundamentalmente de tendencia anárquica, (y puede considerarse como el antecedente más inmediato de la literatura social de Boedo), y allí militan varios narradores como Elías Castelnuovo, Leónidas Barletta, Roberto Mariano y Alvaro Yunque (Roberto Arlt, pertenece equidistante en la polémica Florida- Boedo, si bien la mayor parte de sus amigos pertenece al grupo de Boedo, e insisten en adscribirlo a él, hasta el punto de que el propio novelista se suele incluir a veces, aunque con reservas, entre los boedistas), y a varios poetas -como Nicolás Olivari, César Tiempo, Gustavo Riccio y el propio Yunque-. La literatura que hacían estos escritores es la que debió interesar a Campos Cervera, una literatura social, influenciada por el vigoroso siglo de Dostoievsky, Gorki, Andreiev, Zolá. No hay que olvidad, además, que todos esos autores argentinos eran fervientes admiradores de "El Aposto" Rafael Barrett, el maestro de toda esa generación paraguaya de 1926 a la que pertenecía Hérib Campos Cervera (Es discutible, por eso mismo, que él pertenezca a la llamada "generación del 40", pues gran parte de su obra estaba ya hecha en la década anterior).
Con el tiempo, se ha desmentido reiteradamente la seriedad de la polarización Boedo- Florida. Uno de los argumentos recurrentes es el hecho de escritores que militaron en ambos bandos: Raúl González Tuñón, su hermano Enrique, César Tiempo y Nicolás Olivari, este último cofundador de Boedo, rápidamente asimilado al grupo martinfierrista. También algunos de sus exponentes -Borges, Castelnuovo-coinciden en que el enfrentamiento fue inexistente y que, más bien, fue un juego bélico para reconocerse y ser reconocidos. Eso no excluye la existencia comprobada de una polémica, encarada lúdicamente o no, que pone al descubierto una particularidad significativa del martinfierrismo.
Boedo representa la continuidad histórica de la literatura de tema social en la Argentina. Sus antecedentes se remontan a Florencio Sánchez, Payró y Carriego, y pasan por Alberto Ghiraldo, todos escritores de la izquierda anarquista -Almafuerte, con su patetismo-, hasta concluir en Manuel Gálvez, a quien "Martín Fierro" rotula como "el maestro de la extrema izquierda", aunque su ideología respondiera a la pléyade literaria del Centenario. La cuestión social en el grupo boedista, se liga al naturalismo de Zolá, admitiendo tendencias hacia el folletín tremendista y sentimental. Su recorte de la realidad opera sobre el proletariado, franjas marginales y sus condiciones miserables de vida. Y los procedimientos apelan, frecuentemente, al efecto piadoso y cursi. Boedo tiene la convicción de que la literatura debe servir al pueblo, que su "realismo" testimonia a una sociedad injusta y antropófaga, razón que justifica su repelencia por Martínez Zuviría (Hugo Wast) al que se anatematiza como productor de una "literatura falsa, romántica y hueca". El mismo pensamiento aprueba la guerra santa contra la formación martinfierrista, que se atrinchera -perdida la ofensiva- en su capacidad de réplica.
En la superficie, las hostilidades abiertas entre Boedo y Florida tienen un sentido ético-estético. El premio municipal que recibe Elías Castelnuovo en 1924, por su obra "Tinieblas", y la marca del modernismo -execrable para la vanguardia - en la poesía de Alvaro Yunque, por ejemplo, no dejan lugar a duda sobre la enemistad estética. Para el martinfierrismo, "literalmente, el grupo de Boedo pertenece a la extrema derecha", pero no niega su izquierdismo ideológico -como tampoco oculta que entre ellos hay "quienes saben agitar el trapo rojo" -, sino que esto mismo le sirve para resaltar el conservadorismo de los "discípulos de Gálvez" en la órbita del arte, a excepción de "Cuentos de la oficina", escritos por Mariani. Sin embargo, el debate se espesa al entrar en el terreno de los principios éticos. "Martín Fierro" responde al cargo de apoliticismo con una finta: "por razón de especialidad"; y al de extranjerizante, con otra: devuelve la misma piedra. El movimiento se consuma en un virulento ataque: la literatura boedista es hecha por "ítalocriollos", no respeta la pureza de la lengua y su fin es lucrar con el gusto "bajo" del público. Ante lo que juzga mercantilismo funesto, Florida traza la raya divisoria: "Nuestra redacción está compuesta por jóvenes con verdadera y honrada vocación artística, ajenos por completo a cualquier afán de lucro que pueda desviarles de su camino".
En la medida en que los escritores "sociales" se reúnen en torno de la Editorial Claridad -con sede en Boedo 837-, propiedad de Antonio Zamora, en la que publican un cuadernillo semanal llamado "Los pensadores" y participan de la colección Los Nuevos, la vanguardia martinfierrista los asocia inmediatamente con el mercado al que rechaza. Esta negación responde a la visión del público -por lo tanto, de la sociedad argentina de los años 20- que maniqueamente parte en dos la masa de lectores: argentinos e inmigrantes. Hacer dinero con la literatura es venderse al lector "semianalfabeto", de "pronunciación exótica"; o sea: al extranjero inmigrante, la multitud anónima que solamente puede consumir un arte bastardo e inferior, sin raigambre nacional. Invirtiendo los términos: quien lucra con la literatura se asemeja al "campesino ignorante", que ha ingresado al país ávido de fortuna. El eco de la inmigración repercute ya en Lugones -"la plebe ultramarina"- y motiva el escudo protector del nacionalismo lingüístico.
Y aquí nombramos de nuevo la alta calidad de Barrett de EL DOLOR PARAGUAYO. El periodismo no podía ser excluido de la literatura por su solo enunciado. Con razón Roa Bastos proyecta ese nivel de excelencia a la materialidad de Lo que son los yerbales: "El arreo", "Yugo en la selva", "El botín"; genuinos precursores de Horacio Quiroga misionero y del Alfredo Varela de El río oscuro. Así como réplica al oficialismo de la escritura inflamada por Lugones en 1910, El terror argentino de Barrett encarna el revés de la trama de las princesas, shortons obesos, chisteras, vulevús y coroneles que comulgaron entre la cultura de fachada construida en la Avenida de Mayo, el Colón y la Rural.
"Por mi parte, debo confesar con gratitud y con orgullosa modestia -declara Augusto Roa Bastos-, que la presencia de Rafael Barrett recorre como un trémolo mi obra narrativa, el repertorio central de sus temas y problemas, la inmersión en esa "realidad que delira" que forma el contexto de la sociedad paraguaya y, sobre todo, una enseñanza fundamental: la instauración del mito y de las formas simbólicas como representación de la fuerza social la función y asunción del mito como la forma más significativa de la realidad.
"En muchos de mis cuentos, en mi novela Hijo de Hombre, en particular -cuyo núcleo temático es la crucifixión del hombre por el hombre y también el hecho de que el hombre más que hijo de Dios es el hijo de sus obras-, está presente el ejemplo del "rapsoda del dolor paraguayo"; están presentes la dignidad de su vida y de su muerte, los símbolos y los mitos que Barrett excavó en la cantera viviente de una colectividad, en su transhistoria (La expresión "intrahistoria" es original de Miguel de Unamuno), la forma en que él supo revelar una realidad llena de enigmas y secretos".
Hay que indicar que el poema "MADRIGAL A UN PEQUEÑO LUNAR” que se transcribe, es de 1924).
MADRIGAL A UN PEQUEÑO LUNAR
(Para mi margarita de antaño)
Tu lunar, tu pequeño prestigioso lunar,
junto a la interrogación de tu boca,
es un punto,
que marca el fin del poema de tu risa triunfal,
tu lunar...
Tu lunar, tu pequeño lunar aristocrático,
agrega a tu perfil, el prestigio simpático
del contraste violento de lo blanco y lo negro.
Tu lunar es tan negro como un breve pecado mortal;
pero por lo pequeño resulta diminuto,
inofensivo y perdonable pecado venial, tu lunar...
Tu lunar, tu pequeño picaresco lunar,
de no haber sido negro, sin duda hubiera sido,
breve terrón de sal.
Sobre tus facciones, es como una mancha impresionista,
de una gracia coqueta y singular,
tu lunar,
tu pequeño, prestigioso lunar...
Hérib Campos Cervera,
19 de Diciembre de 1924.
Hérib era un hombre en un ciento por ciento por ciento comprometido; un hombre con los pies sobre la tierra (y la mirada en las estrellas), estaba allí; sensible al menor acontecimiento, atento a lo universal: los registra, los contempla, verifica. Así, luego del asesinato de Sacco y Vanzzetti, escribe "Yanquilandia de los jueces canallas", un artículo feroz y brillante donde define sus posiciones y se compromete hasta los tuétanos. Él les hablaba a sus contemporáneos, a sus compatriotas y a todos los hombres de América Latina; mostraba y denunciaba las grandezas y miserias de su tierra; arengaba a quienes permanecían sentados al borde del camino, inertes, esperando no se sabe qué, o quizás nada; pero que tenía , sin embargo, necesidad de que se les diga algo para removerlos. Hérib está pletórico de juventud y lucidez. Desde los viejos muros del Colegio Nacional, siguiendo el trabajo de Ortiz Guerrero y otros que levantaron su voz contra la esclavitud de los obrajes, pronunció la suya contra la "Mate Larangueira" y la "Industrial Paraguaya", en explosivos y aplastantes discursos. Allá por 1925, en compañía de otros jóvenes patriotas, sedientos de justicia, logran unir el movimiento estudiantil al movimiento obrero; asisten y aconsejan a los obreros del "Centro Obrero Regional del Paraguay"; levantan tribunas en las plazas lanzando encendidas arengas contra toda clase de injusticias y organismos, contra toda suerte de oligarquías y latifundios.
"La Reforma Universitaria de Córdoba" fue, repetimos una vez más, la chispa, por así decirlo, que encendió la mecha para que naciera el "Nuevo Ideario Nacional", de donde salieron hombres como Sánchez Palacios, Gervasio Recalde, Oscar Creydt, etcétera. Con este acontecimiento nace -recalcamos- ese equipo de hombres revolucionarios, con el cual entronca Hérib, que estaban en contra inclusive de los partidos tradicionales: el Liberal y el Colorado. Un poco la preparación del Febrerismo, se nos ocurre. Porque el Partido Revolucionario Febrerista tuvo se verdadero origen ya en la época de la Guerra del Chaco, cuando en las trincheras los jóvenes se convencieron de la necesidad de un nuevo orden político en el país, que se hallaba en condiciones muy especiales. Se conocieron los hombres en las trincheras; tanto el aristócrata como el pobre; el hombre de Concepción con el de Encarnación; los del Sur con los del Norte. Allí desaparecieron las fronteras sociales y psicológicas que separan a la oligarquía del pueblo. Estaban todos juntos, y dialogan sobre los problemas del Paraguay. A aquellos jóvenes patriotas asfixiaba y hería los motivos de esa guerra. Y sobre todo, había una gran propaganda en contra de la conflagración; se sabía que era del tipo imperialista. La disputa por el petróleo. El senador Huey Long, en un discurso pronunciado en el senado norteamericano el 30 de mayo de 1934, sobre la cuestión del Chaco, denuncia a la Standard Oil Co. Como promotora del conflicto debido a sus intereses petroleros en Bolivia, y el descubrimiento de ese elemento natural en el Chaco. Acusa incluso de financiar la guerra a favor de Bolivia al Chase Nacional Bank, a Rockefeller y a Vincent Astor.
Al final de 1930, Hérib, como muchos jóvenes de aquella hora, presintiendo el inminente estallido del Chaco, se lo veía advirtiendo el riesgo de la guerra, denunciando el origen petrolero del conflicto. Hérib se ocupaba de su sociedad, de su tierra, de sus problemas. Se entendía con su pueblo combatiente, lo criticaba, lo exaltaba, lo amaba. Era un poco el orientador también de la conciencia popular. Era un poeta comprometido, y -¿por qué no decirlo?- un político. Antiguamente los poetas se llamaban vates. Porque eran los vaticinadores, y marchaban con los ejércitos para alentar en las guerras. Por eso eran políticos. Y la palabra política enorgullecía a los poetas del siglo pasado. Eran hombres comprometidos con su tiempo. "Todos los escritores de todos los tiempos han sido comprometidos en la más alta y humanística acepción, la única que acepta el escritor verdadero -dice Josefina Plá-, porque es la única que hace verdadero al escritor; el compromiso con su tiempo. Desde Homero a Sófocles, a Dante; los picarescos, Cervantes, Voltaire, Ibsen, Zolá, García Lorca... todos han sido comprometidos. Tan comprometidos, que no podemos imaginarlos fuera de su tiempo; tan comprometidos, ciertamente, que no podemos imaginarnos nosotros mismos sin ellos".
Pero ya entonces, antes de la Guerra del Chaco, sabe Hérib lo poco que tiene que contar con la gratitud y aprobación generales un convencido amigo de la paz; "se ha llegado a tal punto, que pasa por antipatriota, proimperialista -¿él?-por estar en contra de la guerra"; cosa que, no obstante, no le impide inaugurar, con una decisión siempre repetida, en la época del derecho del más fuerte y de los más brutales actos de violencia (como el del 23 de octubre), sus ataques contra la continua busca de lucha entre Bolivia y Paraguay. A su creer, tiene razón Cicerón cuando dice que "una paz injusta es mejor que una guerra justa", y aquel solitario combatiente de la guerra le opone todo un arsenal de argumentos que todavía hoy podrían ser explotados abundantemente. "El que los animales se ataquen -decía-, lo comprendo y se lo perdono a su ignorancia", pero los hombres tendrían que reconocer que la guerra, en sí misma, significa ya necesariamente una injusticia, pues de costumbre no alcanza a los que la atizan y dirigen, sino que, casi siempre, todo su peso viene a caer sobre los inocentes, sobre el pobre pueblo, que no tiene nada que ganar ni con la victoria ni con la derrota. "La mayor parte de sus males alcanza a aquellos a quienes en nada les concierne la guerra, y, aun cuando hayan tenido la mayor suerte en ella, la dicha de una parte es siempre el daño y la perdición de la otra". La idea de la guerra no puede, pues, jamás ligarse con la idea de justicia, y, por lo tanto -vuelve a preguntar-, ¿cómo puede ser justa una guerra. Para Campos Cervera no hay en terreno político, ni tampoco en el filosófico, una verdad absoluta y valedera para todos los casos. La verdad siempre es, para él, ambigua y multicolor, y del mismo modo el derecho, por lo cual "en ninguna materia debe mostrarse más circunspecto los mandatarios que para decidirse a promover la guerra, sin hacer un incondicional alarde de su derecho, pues ¿quién no considera sus asuntos como los más justos?" Todo derecho tiene dos aspectos, todas las cosas están "teñidas, embadurnadas y echadas a perder por el partidismo", y hasta cuando uno cree estar en su derecho, el derecho no debe resolverse por medio de la violencia ni terminarse nunca por ella, pues "una guerra procede de otra, y de una, dos".
Nos preguntamos: en la visión de la naturaleza y de nuestro país que tuvo Campos Cervera: ¿predominó en su poesía el paisaje agrario o el paisaje de la selva? ¿Marcelino Ruiz, el sembrador, o Benigno Rojas el hachero? ¿Y la ciudad, ese conglomerado de multitudes que pueblan el territorio de América? ¿Cantó Campos Cervera a la ciudad? Como pocos poetas paraguayos, celebró efectivamente a las grandes urbes. Cuando en 1931, a raíz de los sucesos del 23 de octubre, salió al destierro luego de escribir en Asunción su poema "23 de octubre" que, inexplicablemente, no recogió en su libro Ceniza Redimida.
23 DE OCTUBRE
Iban por las calles:
juventud, los rostros;
juventud, las almas.
Cantaban himnos
pidiendo justicia;
revuelto el cabello,
cálida, la voz.
... Y un día de Octubre
hierros asesinos
quebraron sus cantos.
Los vi sobre el mármol
de los hospitales:
los ojos purísimos
cubiertos de sombras;
y sobre los labios
que llevaron cánticos
de fe y esperanza:
hielo de silencio.
Nunca más verán tu sol,
Asunción del Paraguay:
los fusiles mercenarios
colocan rosas de sangre
sobre los pálidos rostros
de la tropa adolescente.
Sobre estudiantes y obreros
deja la muerte su signo
que no se borra jamás.
Asunción del Paraguay,
-mi ciudad- los vió pasar.
Cien mil puños reclamaron
justicia sobre sus cuerpos.
(La Justicia no ha llegado
pero está en camino ya.)
La vieja Patria nos niega
la caricia de su sol:
otra patria nueva haremos
que ha de tener para todos
pan, trabajo y libertad.
Los caminos del Destierro
nos vió pasar, aherrojados
con cadenas de espionaje.
En un Octubre de crímenes
me han quitado mi ciudad:
otro octubre, ardiente y magno,
de nuevo me llamará.
Y entonces, en ese día,
como a una novia querida,
he de volver a abrazarte:
mía, por fin, para siempre,
mi Asunción del Paraguay.
Su poema habla de los trágicos episodios del 23 de octubre de 1931, en los que un medio centenar de estudiantes cayeron muertos y heridos frente al palacio de gobierno de la capital paraguaya, en presencia del presidente de la República y sus ministros.
Una manifestación de estudiantes del Colegio Nacional, cuyo número no pasaba de cuatrocientas personas, se hizo presente ante la casa de gobierno a fin de protestar por los hechos de la tarde y noche del 22 y de hacer llegar al primer magistrado de la nación las inquietudes y los reclamos patrióticos de la juventud en pro de la defensa del Chaco, en vista de no haber sido recibida ni oída el día anterior. El Chaco paraguayo estaba por entonces ya ocupado en sus tres cuartas partes por fuerzas bolivianas, embarcadas en franco tren de invasión agresiva y belicista.
Los manifestantes, lejos de ser atendidos y oídos, fueron recibidos con fuego de ametralladoras y fusilería desde los balcones de la casa de gobierno, quedando en los jardines y en las calles adyacentes a la misma, como saldo de tan alevosa e incomprensible actitud, un crecido número de muertos y heridos.
El oficialismo liberal de 1931, responsable de la masacre de estudiantes del 23 de octubre, se empeña en hacer creer que la manifestación estudiantil de ese día respondía a un tenebroso plan conspirativo para derribar a la situación imperante, presidida por el doctor José P. Guggiari. Según los truculentos relatos de fuente oficialista, en ese plan estaban entendidos los liberales disidentes, los colorados, los obreros, los comunistas, los estudiantes y la Liga Nacional Independiente.
Hérib llega a Buenos Aires e inicia un periodo diferente en su labor artística incorporando el tema de la ciudad a su poesía. Pensamos que por primera vez, como antecedente en la literatura paraguaya, aparece la ciudad como único tema. Ni el campo ni la selva: la ciudad. En el Paraguay no existía eso -salvo alguna tentativa de Sánchez Quell, que escribió aquel poema "Elogio a la calle Sacarelo-, sólo ensayos bastante pobres.
Campos Cervera escribe un poema llamado "LUCES DE LA CIUDAD". Pero hay que ver que esa poesía de aquel entonces, cuya expresión máxima era Raúl González Tuñón (autor de "El violín del diablo", 1926, y "Miércoles de ceniza", 1928), se inspiraba en la cinematografía; cuya temática central son las trastiendas oscuras, los barrios y los puertos. Se mencionaba a los artistas. Chaplin era el dios de ellos. Y tanto que coincide el título de la poesía de Campos Cervera con la película de Chaplin, "Luces de mi ciudad".
LUCES DE LA CIUDAD
Letreros luminosos: coquetería de la noche;
ojos encendidos que sincronizan guiñadas
mientras ofrecen su mercancía,
-igual que las mujeres del pecado-,
canillitas de pregones en los ojos:
inauguran su turno de labores
con una infatigable persecución de sombras.
En la fachada de los cines,
son como luciérnagas de quita y pon,
que cantan con voces de colores distintos,
la industria de las estrellas
Del cielo de Hollywood...
La puerta de los cabarets
atrae menos la voz oxidada y muerta
de la música del jazz,
que ese vértigo de ojos parpadeantes.
(Hay ojos de letreros que lloran hasta el alba,
esa complicidad con la lujuria de las hembras:
se ven lágrimas que corren
por el vertedero de los cables
hasta agotar la paciencia de la noche...)
Hacia la madrugada,
se arrebujan en sábanas de sombras
para dormir sus horas de reposo.
Letreros luminosos: coquetería de la noche,
luciérnagas de quita y pon;
canillitas de pregones en los ojos...
Enero 5 de 1932. Buenos Aires.
Así, pues, como un paréntesis en su obra total, están estos poemas de la ciudad de Hérib Campos Cervera. Uno de ellos, por ejemplo, se titula: "Piso decimoctavo" y está dedicado a Gustavo Riccio. Merece destacarse su significación en la poética paraguaya, donde tan pocas veces -insistimos- aparece el tema ciudadano, con la excepción ilustre de Julio Correa, que sintió "los ásperos callejones del suburbio", siempre con "ranchitos ladeados de cuerpear desdichas". Pocos son los que han captado el clima urbano. Lo que no es nada extraño. El paisaje fundamental del Paraguay no es el de los muros de cemento; es el del campo y el de los bosques, serranías y arroyos, obrajes y chacras. Y el drama humano está allí. Y por eso, cuando regresó al país, volvió al campo con Marcelino Ruiz, y a la selva bárbara con su "Hachero", piezas fundamentales de su poesía testimonial y comprometida.
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PALABRAS PARA EL PRISIONERO ILUMINADO
"...Más allá de una razón de rejas y de sombras, un niño prisionero dialoga con la noche del mundo. Y desde la oscuridad que lo rodea, sale una luz deslumbrante que ilumina el mundo. Yo conozco el nombre de esa luz : se llama OBDULIO BARTHE."
I
Un día, no hace mucho,
demorado en la esquina de una conocida calle,
alguien que no conozco, se me acercó y me dijo,
con una voz profunda de indignados destellos,
clara y definitiva, pero mojada en lágrimas:
"Conoces a este niño? -¿Sabes que ya no vive
como tú y como todos, mirando el aire diurno;
sintiendo los crujidos de la arena y las hojas
bajo sus pies? ¿no sabes
que en todo el territorio que cuidaban sus ojos
se levantó una selva de rejas y cadenas?"
"¿No escuchaste al viento que besó su estatura,
sacudiendo los árboles de la selva del mundo?"
II
Miré la estampa ardiente del joven prisionero
y caí en los declives de un tiempo que fue mío:
una antigua primavera, sembrada
de constantes recuerdos, de cortas despedidas;
de banderas y manos reunidas en las plazas:
un volver hasta el clima desnudo de mi sangre
para verlo de nuevo, como lo viera antes.
Y lo veía, viniendo,
con su pequeña fiesta de nube en la mirada;
con su aire de criatura en domingo;
con su inocencia de azúcar
y su razón sencilla de tallo germinal.
Todo lo que caía bajo sus pies livianos,
se levantaba en vuelo de alocadas palomas
desde la tierra herida del maíz y el naranjo,
hasta el cenit del tiempo que lo testimoniaba.
III
Mas, un día,
en quie el sol rebotaba sobre las piedras ciegas,
subiendo en amarillas estrías por el aire demorado
y paciente del otoño,
lo vi golpear los claros dinteles de la tarde
como si le llegaran llamados de otra tierra
que no fuera la suya.
Era llegada su hora del látigo y la pólvora:
iba a salir en busca de sus hermanos muertos;
iba a tocar el hierro de los encarcelados;
iba a mirar la huella de la herida despierta
sobre las humilladas espaldas de los claros
varones prisioneros del Alto Paraná.
Luego escuché, de lejos,
lo que el mundo me quiso contar de su aventura:
era una voz terrible que gritaba
por las calles sin sueño de los hogares pobres;
era una mano firme que iba desamparando
los cristales de todas las ventanas cerradas.
Era un Hombre Infinito, con un millón de puños
izados hasta el alto mirador de los días,
con una voz inmensa de sirena y megáfono;
con una cabellera poblada de mil pájaros,
y una talla, como de tierra a mar,
como de mar a cielo,
girando sobre el núcleo y vórtice y tormenta
de una tromba desnuda...
Y el Hombre iba gritando, iba
sacudiendo los altos carillones de todas las iglesias;
metía el garfio oscuro de su mano
en las minas profundas de longitud nocturna,
-entre vetas siniestras de veneno y grizú,
donde el dolor del hombre huele a sangre;
en las fraguas colmadas de fuegos poderosos:
en las entrañas rojas de las locomotoras
y en las hondas sentinas de los barcos podridos
bajo los cementerios de peces y coral
Todo iba tocando sus dedos,
y de tanta tiniebla de espanto y abandono,
retiraba las huellas del crimen consumado:
la máscara glacial de los rostros hundidos
bajo siete niveles de torturas.
Todo lo descubría su lámpara infalible:
levantaba los huesos tirados en los ciegos rincones,
como pobres alfileres caídos
del sacudido traje de una joven mujer.
Y el mundo era pequeño para su mano; era
leve la piedad que nombraba un millón,
cien millones de criaturas humanas
señaladas para la muerte uránica.
IV
Después lo vio la guerra,
yendo entre sus obreros y sus agricultores,
llamando al orgulloso corazón de su pueblo,
entre acontecimientos y fechas indecisas;
entre humo y relámpagos de apagados carbones,
royendo el infortunio de jornadas sin términos
fiel al signo preciso que encarnaba su vida.
Y cuando ya la espada sin filo, derrotada,
cayó sobre una tierra de tumbas aun abiertas;
y cuando ya los peces vivían en la caja vacía
del pecho de los jóvenes héroes asesinados,
llamó a sus campesinos y a su tropa dispersa
y daminó con ellos por selvas y desiertos;
vadeó ríos inmensos, repechó serranías,
sin rendir ante nadie su hierro inmaculado.
Alto y perenne en gloria,
cruzó los meridianos de su precio encendido,
acogiendo en su pecho la muerte de los suyos.
Nada pudo el asedio de dura artillería;
nada el gritó profundo de los metales fríos;
nada que haya venido de la mano del hombre,
contra su apasionado perfil de guerrillero.
CAPITÁN SOLAR
Miro tu magisterio de sembrador perenne,
-hijo resplandeciente de la luz ; hijo y padre
del pan de cada día de todos tus hermanos.
Te veo como al joven capitán de la lucha
el hombre esclavizado por la mano del hombre;
te descubro en la lucha por el derecho intacto
de estar en la ferviente mañana de la vida
sin el más leve riesgo de ser un pobre número,
arrojado en el orbe cerrado del cemento.
Eres el combatiente de ayer y de mañana,
por la sentencia firme del trabajo seguro;
del trigo establecido sobre la mesa diaria;
del suspiro que llega sin nostalgia de sol;
de la simple razón de ser el camarada
de los negros marcados para la ley de lynch,
así como del inicio taciturno que muere
bajo los millonarios lingotes arrancados
a su cárcel minera que suda dividendos.
Oh Capitán solar, flecha del día llegado;
varón iluminado madurado en la lucha:
cómo te llama el mundo desde sus atalayas
donde el hombre proclama su derecho a ser libre!
Alguien que está muy lejos;
alguien que no conoce más ley que la del oro:
-una robusta tribu de rubios mercaderes
sembradores impávidos de monedas malditas
que hay que pagar con sangre del corazón del hombre,-
alguien, desde un país de beneficio y guerra,
ha ordenado tu muerte.
Pero tú, Capitán, no morirás ahora!
en los relojes de piedra se demoran tus horas
y están rotos los ciegos cuchillos que buscaron
cortar los poderosos impulsos de tu sangre.
Todo lo comprendemos, Hermano Prisionero:
hay un fuego terrible que baja de tu pecho
y no hay hierro que pueda sostener ese fuego!
No morirás ahora! -No cegarán tus ojos
los asustados cuervos del norte!
No podrán desgajarte del árbol de tu pueblo:
no quemarán la noble madera de tu pecho!
No lograrán quebrarte, Capitán sobrehumano,
porque las multitudes del mundo te custodian
con las manos alzadas más allá de las nubes;
con la invencible fuerza de su voz infinita
y su bandera inmensa de solidaridad!
HÉRIB CAMPOS CERVERA
Navidad de 1952
ÍNDICE
INTRODUCCIÓN
EL POETA MALDITO
TESTIMONIOS : ELVIO ROMERO/ HUGO RODRÍGUEZ ALCALÁ/ AUGUSTO ROA BASTOS I/ JOSEFINA PLÁ I/ CARLOS FEDERICO ABENTE/ ERNESTO SABATO/ DR. RENÉ FAVALORO I/ RAFAEL ALBERTI/ ELVIO ROMERO II/ PABLO NERUDA/ BENITO QUINQUELA MARTÍN I/ RAÚL GONZÁLEZ TUÑÓN/ NICOLÁS GUILLÉN I/ ANTONIO ORTIZ MAYANS/ AUGUSTO ROA BASTOS II/ ELÍAS CASTELNUOVO/ BENITO QUINQUELA MARTÍN II/ NICOLÁS GUILLÉN II/ DR. RENÉ FAVALORO II/ JOSEFINA PLÁ II/ SILA GODOY/ OSCAR FERREIRO/ POESÍAS INÉDITAS.