MAMOREI Y OTROS CUENTOS
Cuentos de ROLANDO DUARTE MUSSI
Editorial SERVILIBRO
Dirección editorial: VIDALIA SÁNCHEZ
Diseño de tapa y diagramación: JORGE CAPPELLO
Correcciones: LUISA MUSSI
Asunción - Paraguay
Abril 2007 (188 páginas)
El autor del libro explica que no podría clasificar esta obra como novela corta o como cuentos, porque de pronto se le fue de las manos, o de la mente, y la creación se hizo independiente. El volumen tiene en sus relatos la magia de lo desconocido, la atracción de lo misterioso.
PROLOGO
Si bien la palabra revolución es fuerte, atrayente, agridulce, de una violencia exculpada por su condición liberadora, lo común, lo natural, es la evolución paulatina, el desarrollo moderado y controlado por fuerzas que tiran en varias direcciones y que mediante mecanismos pocas veces conocidos logran un equilibrio emergente de esas fuerzas contrapuestas.
Este es el segundo de mis libros que ve la luz y debe enfrentar al mundo. Es frecuentemente repetida la figura de que cada libro es como un hijo para su creador, pero me gustaría volver a tomarla y recordar lo dicho por Schiller "El deber de los padres es preparar a sus hijos para el camino; nunca preparar el camino para sus hijos".
Yo no conozco los caminos que hollará, pero creo haber puesto en sus alforjas varias cosas que podría necesitar.
Hice referencia a la evolución, pues creo que la obra presenta recursos y técnicas que acompañan unproceso de crecimiento natural, que responde a los ciclos vitales, de los cuales nadie, excepto el supremo creador puede escapar.
No quiero cometer el error de decir que este libro es más complejo o más rico que el primero, ya que aquel constituye el primer paso, el inicio del camino, sin el cual este no existiría; pero puedo afirmar que es diferente, desde su forma hasta los elementos que lo integran, como también que me guiará hacia otras sensaciones, momentos, obras y pasiones.
Mamorei constituye una creación que no me atrevo a clasificar dentro del género narrativo, decir si es un cuento largo o una novela corta, si tiene rasgos de uno o características de la otra, si es una sola historia o son varias, no creo que esto revista mayor importancia para el lector, que se constituye siempre en el juez final, aunque uno de mis maestros constantemente dice que el escritor siempre escribe para sí mismo, buceando en esas inmensidades oscuras que encierra su interior, abismos donde habitan criaturas extraordinarias y desde donde regresa cargando lo que allí ha encontrado, sin saber si aquello que trae consigo es bueno, malo, puro, corrupto, un ángel protector o un monstruo que finalmente terminará por abatirlo.
Con Mamorei sólo pretendo contar una historia, remitirme a ese simple hecho que constituye la esencia del narrador, en tiempos en que todo busca complicarse y se ha perdido el elemento primario que compone las cosas simples, pretendo únicamente esto, sin constituirme por ello en censor de obras, hechos y actos.
Cada uno de aquellos que transiten por las calles de Mamorei, podrán o no, reconocer situaciones y lugares, donde cada concepción es verdadera a partir del fin único que se pretende.
Todos los fragmentos nacieron como cuentos separados, hasta que ocurrieron extraños acontecimientos, sentía como si los mismos personajes se encaminaran a un lugar común, donde confluyeron finalmente construyendo este pueblo forjado en pasiones y sentimientos compartidos.
Incluso uno de estos fragmentos fue premiado con la primera mención de honor en el concurso "Juan S. Netto" de Escritoras Paraguayas Asociadas (EPA) en el año 2006.
También he seleccionado algunos cuentos cortos, la mayoría de los cuales fueron escritos un poco antes que aquellos que integran Mamorei, uno de estos cuentos "De adivinos y curanderos", se encuentra basado en un relatode la tradición oral de fines del siglo XIX e inicios del siglo pasado, que en difusos pasajes aún recordaba mi abuelo paterno, narrado generalmente a través de las contadoras de cuentos contratadas por familias acomodadas de las zonas rurales en una costumbre perdida con la aparición de otros recursos para el entretenimiento.
El libro se encuentra dedicado a todos mis maestros, desde el primero hasta el último, que constante e incansablemente me sostienen, orientan, me señalan el camino, me dan las herramientas del conocimiento y me enseñan cómo usarlas, maestros en el más amplio sentido de la palabra; en esta referencia hablo en presente, ya que ellos viven en mí como lo hacen todos los que me guían y enseñan en esta aventura de la vida.
Para todos ellos este homenaje.
R. Duarte Mussi
INDICE
EL ESPEJO
EL EVADIDO
LAUTARO SANGUINA
LOS CHAMANES
DE ADIVINOS Y CURANDEROS
MAMOREI (I - V)
EL ESPEJO
El anuncio no tenía nada que a simple vista pudiera llamar mi atención, ocupaba un pequeñoespacio en la sección "clasificados" del diario que con desgano hojeaba sobre la mesa del café.
"Muebles antiguos, única dueñavende por motivos de viaje", luego una dirección céntrica, junto al horario en que los potenciales compradores serían recibidos.
Siempre me han gustado las antigüedades, esos muebles pesados, corpulentos, torneados en colores opacos, cada uno exhibiendo su propia historia, es lo más cercano posible a la personalidad que puede tener un objeto inanimado, aunque el concepto de inanimado es inaplicable al objeto que desencadenó la serie de hechos que me trajeron hasta este lugar y cuya narración intentaré trasuntar desde las imágenes febriles que ya no me han de abandonar, poblando todos mis momentos, golpeando en mis sienes como queriendo romper la bóveda que losaprisiona.
Salí del trabajo y me encaminé a la dirección señalada, era un enorme caserón aprisionado por un enjambre de pequeñas construcciones que fueron cercándolo y terminaron por cambiar su carácter de quinta o casa de campo de alguna acomodada familia del siglo pasado, por el de ese vetusto casco abandonado, semejante a un barco encallado que dejara en el recuerdo borrosos tiempos mejores.
Pulsé reiteradas veces el timbre, y al no percibir sonido alguno, golpeé fuertemente mis manos escrutando impaciente la oscuridad atrincherada tras las amplias ventanas arropadas con gruesas cortinas de paño; hasta que una mujer apareció en la puerta de entrada preguntando con los ojos el motivo de mi visita:
Vengo por el anuncio, por los muebles, dije sintiéndome torpe al balancear el diario frente a mi rostro, para pasar inmediatamente al interior de la casa prácticamente vacía, que devolvía los ecos de mis pasos que rebotaban en el techo alto, mientras seguía a la mujer que con voz gutural me dijo que la dueña se encontraba en la salita, lugar al que estimé nos dirigíamos.
A medida que ingresaba a la casa, una penumbra pesada se diluía en el ambiente, envolviendo las paredes en un color indefinido que parecía emanar un halo sutil de humedad.
Al entrar al pequeño recinto poblado de libros, fotos antiguas, baúles y estantes, tres gatos gordos levantaron apenas la cabeza, acostados indolentes al pie de un inmenso sillón de cuero que se movía de un lado a otro, girando sobre su base móvil, impulsado desde el suelo por un par de pies diminutos, como el de una niña proyectada en un carrusel imaginario.
Con uno de los impulsos el sillón giró hasta quedar frente a mis ojos que con esfuerzo se acostumbraban a la oscuridad débilmente atenuada por una lámpara situada en el rincón opuesto de la habitación y una voz se dirigió impaciente hacia mí:
- Usted viene por las cosas de mamita...
Tendría unos noventa años, los cabellos completamente blancos se encontraban perfectamente peinados hacia atrás, la nariz reclamaba una herencia proveniente de lejanos desiertos ubicados al otro lado del mar, sus níveas manos estaban cubiertas por la misma piel tersa que cubría su rostro que se arrugó ligeramente cuando sonrió y clavó sus enormes ojos azules en mi ropa raída, que pocas esperanzas insuflaba a una próxima transacción comercial.
- Ya casi no queda nada, solamente un par de juegos de plata, algunas cómodas y el espejo de la sala. Citó al último objeto señalando una de las paredes que devolvía nuestros rostros sombreados desde un inmenso espejo situado sobre una antigua mesa, era lo bastante grande para dificultar que un solo hombre pudiera transportarlo; tenía un marco dorado, trabajado en yeso y madera y en la parte superior, justo en medio, la carita de un robusto serafín asomaba lustroso en su bruñido color.
Al momento quedé prendado de aquel extraño espejo proveniente de otro tiempo, de otra vida, de tranvías y boticas, de caballeros con bigotes y levita, de damas con sombreros, de relojes de bolsillo y tardes de té en el Jardín.
- A mi madre se lo regaló papá, como obsequio de boda, lo trajo de Europa... nadie sabe cómo sobrevivió el viaje en barco.
- Pero Usted no querrá desprenderse de un objeto tan familiar, dije más motivado por el precio que tendría un mobiliario tan delicado, que por verdadero pudor en comprar aquella reliquia de familia.
- El espejo de mamita... dijo casi en un suspiro y pareció sumirse en contemplaciones de imágenes que solo ella podía ver, ella y los gatos que a sus pies, en extraña actitud siempre miraban y giraban la cabeza en la misma dirección que lo hacía la anciana.
Cada vez que decía "mamita" yo no podía evitar que ante mí el caserón abandonado cobre vida, y surja la quinta poblada de flores, de música y niños, donde ella corría a los brazos de su madre que dejaba la labor para acariciar su rodilla golpeada mientras le susurraba al oído alguna canción que solo ellas compartían como una consigna que las unía más allá de los seres que poblaban su mundo.
- ¿ Le gusta el espejo ? –me preguntó sustrayéndome del sueño que estaba viviendo.
- Sí... es muy bonito, pero no creo poder pagarlo, yo solamente quería ver algunas cortinas o si le queda uno que otro velador...
- ¿Cuánto tiene?... sonreía como si de antemano supiese que era absolutamente imposible que pudiera tener una cantidad que al menos se acercase al precio de la pieza.
Un poco intimidado por la crudeza de la anciana y ruborizándome a partir de una sensación que me subía del estómago, le dije el monto exacto que tenía en el bolsillo. -Es suyo, pero tiene que llevárselo ahora, dijo como cansada de la conversación.
En ese momento giré al escuchar la voz de la mujer que me había recibido en la casa, quien en todo momento estuvo recostada en la puerta de entrada sin que yo haya reparado en su presencia:
- ¡Pero tía... si el caballero que vino ayer dijo que te pagaría mucho más... !
- No me interesa hacer tratos con ese hombre, es solo un avaro anticuario que no cuidará el espejo como lo hará este joven... además es mi espejo y puedo hacer con él lo que quiera.
Dijo lo último con el acento ofuscado de una niña mimada a quien se prohíbe romper alguno de sus juguetes. - Páguele a la mujer... fue lo último que me dijo antes de volver a impulsar el sillón con sus piececitos e iniciar las vueltas que la transportaban junto a sus gatos a un mundo vedado para el resto de los mortales.
Yo mismo me encargué de bajar el espejo de la pared y luego de pagar a la mujer que aún refunfuñaba por la exigua cantidad de dinero recibida, salí a la calle llevando con ambas manos mi nueva preciada pertenencia.
La noche se cerró sobre la ciudad y las estrellas extendían un pálido manto sobre el viento que silbaba desde las alturas y se lanzaba a azotar las ramas de los árboles que se quejaban con crujidos dolorosos de viejos reumáticos, sacudiendo a las pequeñas aves que presurosas buscaban refugio entre su follaje.
El viento arreciaba cada vez más y aquello amenazaba con tormenta, por lo que aceleré mis pasos buscando llegar hasta mi calle, cuando empecé a sentir algo extraño, el espejo ya no pesaba lo que al salir de la casa con él, en realidad estaba mucho más pesado, me detuve un momento y lo miré extrañado, creyendo que aquello no era más que una ilusión de mis sentidos... todo nos parece más pesado luego de cargarlo un trecho largo pensé poco convencido.
Seguí caminando unas cuadras más cuando el peso del bulto se me hizo insostenible, luego comprobé que paso tras paso el espejo se hacía cada vez más pesado; mi cabeza deba vueltas y trataba de entender qué es lo que estaba ocurriendo; a quinientos metros del umbral de mi casa me resultó imposible mover aquello un metro más... para entonces ya había triplicado o cuadruplicado su peso.
Quiso la fortuna que por allí pasase un vecino al que pedí ayuda, inicialmente los dos pudimos trasladarlo doscientos metros más, pero luego volvía a ocurrir lo mismo, finalmente y tras contratar un carro con dos caballos y seis hombres que me ayudaran lo coloqué en su lugar dentro de la casa, convencido de que si aquello se prolongaba un metro más, ni todas las grúas de la ciudad hubieran podido moverlo.
Todos los días me miraba en ese fino espejo, y la anécdota de su traslado había pasado a ser una extraña historia divertida que sólo recordaba cuando el rostro del serafín me sonreía desde su mundo lustrado... hasta aquella mañana donde los acontecimientos se precipitaron.
Recuerdo bien ese domingo, la noche anterior cené con algunos amigos y tomé un poco del vino que compramos para la ocasión; me levanté tarde y con los vapores del sueño di algunos pasos torpes hacia el baño, el agua fría en mi rostro pareció animarme por lo que salí hacia la cocina y fue justo en ese instante que lo vi, saliendo de la sala como quien pasea por una plaza a fin de matar el tiempo libre, tenía los bigotes bien cortados, un pequeño sombrero le daba un toque algo cómico y un bastón se balanceaba en su mano derecha, se inclinó levemente al cruzarnos en el pasillo al momento de levantar su sombrero con un movimiento casi automático y precipitarse luego a la calle desapareciendo tan misteriosamente como apareció.
Imaginen mi sorpresa al cruzarme en el pasillo de la cocina con aquel extraño personaje, miré como atontado a un lado y otro, luego entré a la sala donde en penumbras reinaba el más absoluto de los silencios; finalmente todo terminó como debía, imputando aquello al vino y la somnolencia.
Pero los acontecimientos deben seguir su curso, como el agua que busca la pendiente es imposible detenerla y el destino que ya se encontraba escrito cumplía puntualmente sus designios.
Fue así que unos días después, mientras leía despreocupadamente el periódico, sentado cómodamente en la tranquilidad de la sala, escuché algunas voces... quedé estupefacto al bajar lentamente las grandes hojas que me cubrían el rostro y ver pasar frente a mí a toda una familia de gitanos que entre gritos, groserías, llantos y risas cual una turba descontrolada ganaba la calle sin apenas reparar en el hombre que con cara de sorpresa y en paños menores sostenía un periódico sentado en el amplio sillón de su casa.
Esto fue suficiente, aquello me señalaba inequívocamente la naturaleza extraordinaria del objeto que había adquirido; primero el extraño incidente relacionado a su traslado, luego aquel pequeño hombre amable y finalmente ese grupo de gente vomitada, expulsada, por el espejo.
Me encontraba fascinado por el hecho de poseer aquel fabricante de personas, de almas, de mundos y de quién sabe qué cosas más, aún desconocidas pero intuidas ante la maravillosa prodigalidad de olores, colores y sonidos emanados de su cristal frío y fulgurante.
Y la naturaleza humana volvió a obrar en consecuencia y el deseo de saber si existía alguna forma de dominarlo se apoderó de mi ser; volví a la dirección de la anciana, donde las pequeñas casas finalmente devoraron al antiguo caserón del que ya nadie podía decirme nada, como tampoco de la longeva dama que lo habitaba.
Y las cosas cada vez se ponían peor, ya no podía conciliar el sueño... cada noche los ruidos se multiplicaban en mi sala, escuchaba voces de niños, de jóvenes, ancianos, de mercaderes que en diversas lenguas discutían y vociferaban cosas inteligibles, intercambiaban mercaderías que a veces me parecían muy antiguas y otras como traídas del futuro, pero aunque veo (y en ocasiones he conversado con esa gente) aún no pude presenciar el momento exacto en que son expulsados a través del espejo, la otra semana pasé casi tres días sin dormir, sentado expectante frente a él, pero todo era inútil, apenas cerraba mis ojos una figura extraña era parida, lanzada desde el espejo como una burla a mi deseo de escrutar su secreto.
Luego las imágenes... como un caleidoscopio, aparecían interminables, noches de fiesta se sucedían en rápidos relámpagos que proyectaban risas fáciles y felices inmediatamente seguidas de gritos, de llanto y un sentimiento de luto que apenas empezaba apercibirse daba paso a otras representaciones alegóricas a una vida que reflejaba tiempos de abundancia y penurias absorbidas por el espejo, era él, reflejado en nosotros, descargando un universo interminable... y otra vez, en carne y hueso, la interminable procesión de exiliados del cristal.
Cansado de todo, sin poder dormir y preso de la locura, la noche pasada intenté romperlo... pero por más que lo intenté una y otra vez no hubo forma; y creo que fue en ese momento, o quizá después, cuando lloraba mi impotencia a la sombra del serafín burlón que sonreía desde su mundo etéreo, que comprendí la verdad, y me reconocí hijo del espejo, todos pasamos alguna vez por él, lo que ocurre es que no lo recordamos, quizá sea esa mi misión... la de recordar a la gente que todos habían pasadopor el espejo, que fue esa su puerta de entrada a este mundo, fue así como llegaron aquí.
Al amanecer me puse en marcha... alguien tenía que recordar, era necesario que solo uno recuerde para que la convicción de la razón triunfe sobre mi corazón afligido. Salí de mi casa sin trancar la puerta de entrada, de modo que la gente que pasara por el espejo ese día pudiera llegar a la calle, caminé en pos de mi misión, buscando a los ignorantes que recibirían el secreto del génesis.
Al primero que interrogué fue a un corpulento policía que parado en una esquina vivía feliz en medio de su ignorancia, lo tomé fuertemente de los hombros y al sacudirlo le pregunté: ¿recuerdas el espejo?, ¿recuerdas que pasaste por el espejo?, pero fue inútil, sus ojos me miraron atónitos y no me contestó; luego probé con dos señoras que pasaban por la plaza, pero por más que les grité no recordaron nada, ni un niño que venía de la mano de su madre... fue una lástima, ya que yo pensé que al menos el niño recordaría, pero todo fue inútil... una persona tras otra...
Luego me trajeron a este lugar, el cual no me gusta porque el blanco de sus paredes lastima mis ojos... aunque no tiene espejos, lo cual me deja dormir un poco.
Ayer hablé con el doctor Shultz quien me parece una buena persona, aunque tampoco él recuerda cuándo pasó por el espejo.
MAMOREI
ADVERTENCIA
No puedo decir desde cuando estoy en este lugar ni la forma en que llegué a él.
Pero de todas maneras, no considero importante los hechos accidentales que me precipitaron a este extraño territorio, lo que sí puedo afirmar es que el paso fue imperceptible, y no fue hasta mucho después que comprendí que Mamorei no era una mera invención de noches desveladas sino que en realidad existía y que hacía tiempo yo me encontraba en este pueblo extraño, del que me ufanaba de succionar sus historias, como un insecto que se alimenta del fluido vital de los seres que aprisiona.
En realidad, estaba muy equivocado cuando consideraba estas historias como fantásticas, como representaciones ideales de un lugar suspendido en el limbo, hecho a la medida de mis ilusiones y retratado en pasajes coloridos destinados al solaz de mis electores.
Uno de mis maestros más queridos decía que la desesperación del escritor comienza cuando lo que le acontece o lo que tiene que describir no puede ser hecho con palabras, pues no existen aquellas que se adapten a las sensaciones percibidas, irónicamente yo me encuentro en el otro extremo; existen tantas palabras que pueden definir lo que siento, y sin embargo sería un sinsentido utilizarlas ya que unas enfrentan a las otras.
Quizá al cruzarse conmigo, me vean y me escuchen como una persona normal, pero en realidad yo, o mi yo original, se encuentra muy lejos del lugar primigenio donde inicié mi obra, ahora, me encuentro pagando el tributo a la intrusión, aunque sería injusto afirmar que este lugar me desagrada, una sensación de indefinida tranquilidad me acompaña en mi exilio.
Me esfuerzo por recordar el momento en que realicé la transición desde el mundo en que este papel existe, hasta el lugar en que me encuentro ahora, pero es una empresa tan difícil como entender la forma en que el pueblo me confió sus historias, ya que el pertenecer a Mamorei conlleva conocer los hechos particulares que hacen a su vida.
Fue así que lo empecé a comprender: si yo en realidad no vivía en el pueblo, no podría ser pasible del extraño don de conocer la existencia particular de cada uno de sus habitantes, conocimiento derivado del simple trato, de encontrar con la mía esas miradas esquivas, intemporales... así como ellos, al verme, conocían mi historia, procedente de un lugar diferente a la de ellos.
Así entendí que también yo era una anécdota más de Mamorei, lo entendí la noche en que no pude terminar la historia que estaba narrando... ya no me encontraba en la comodidad de mi estudio, sino que la sombra inmensa de la iglesia del pueblo me cubría por completo, cobijándome de esa luz débil, invertebrada, que la luna derramaba a raudales sobre ese reino que parecía reclamar como propio. Al inicio, me concentré en los pobladores que parecían no reparar en mi presencia... y fue allí que lo descubrí, la magnífica interrelación entre los que compartían ese mundo especial, aletargado y ensombrecido, al verlos, me era revelada toda su historia, como si yo siempre la hubiera conocido, y allí fue que inicié esta relación de hechos, aunque las cosas por contar son tantas como los habitantes de este pueblo, que son innúmeros... que pueden ser contados en dos vidas; por ello, no puedo referirlas todas, solo algunas, raras, aquellas que por una inexplicable impresión me son autorizadas a hacerlo, por quién, no lo sé.
Y yo mismo me encuentro buscando mi historia, la misma que todos conocen sólo al verme pero que nadie quiere referirme... de todas formas creo que existe algún otro camino que me llevará a conocerla y ver en realidad quien soy, ya lo intenté con un espejo, pero no funcionó, al observar mi imagen, sólo vi multiplicada mi duda y mi desesperación por conocer la verdad.
Muchas veces, he girado la cabeza y mirado con ansiedad la avenida que conduce a la salida del pueblo, pero mi espíritu se encuentra irremediablemente ligado a este espacio.
Toda esta referencia no pretende despertar la compasión de aquellos que dimensionan en justa manera la situación en que me encuentro, el único motivo de estas citas es el de dejar una constancia de la existencia de este lugar, como los marinos antiguos que al encontrar nuevos islotes o escollos en los mares desconocidos los cartografiaban para que aquellos que siguieran sus rastros estuvieran prevenidos de lo que podían encontrar.
Mientras, yo seguiré en Mamorei, buscando develar todos sus secretos, me atrevo sin embargo a solicitar un favor especial, a ustedes, los pobladores de mi mundo original, si tienen algún trato o relación con el que intenta suplirme en ese lugar, actúen como ignorantes de este secreto que les es confiado, quizá él no lo sepa, desconozca su situación y viva feliz junto a ustedes, en cambio, yo les dejo estas narraciones, que como muestra sirven para dimensionar este lugar, aunque la riqueza y complejidad de este cosmos es infinitamente superior.
I
La estridencia de los parlantes impedía que los asistentes ocupasen el espacio de cerco que bordeaba el ruedo y que daba exactamente frente a los enormes y viejos bafles, el resto, se encontraba colmado por un público impaciente, que inicialmente se ubicó ordenadamente en las endebles tablas que conformaban las graderías móviles del "Espectáculo Taurino San Fidel", pero a medida que pasaba el tiempo fue agolpándose, de pie, desordenadamente, tomando el espacio comprendido entre las graderías y el ruedo, desatando las protestas de los que ocupaban la parte baja de los escalones.
Los niños corrían en desorden mientras sus madres buscaban un lugar donde sentarse; a las nueve de la noche no había lugar donde pisar, las personas ubicadas en las primeras gradas tenían que pararse a fin de tener una incómoda visión del ruedo, sólo las que se encontraban enla parte superior permanecían sentadas, aguardando el inicio del espectáculo.
La bandita folclórica, ubicada sobre una tarima, detrás del cerco, empezó su actuación luego de la protocolar presentación del animador, quien previamente solicitó a los niños que no metiesen la mano entre los alambres perimetrales del ruedo, y al resto del público presente, pidió amablemente que en caso de que el toro saliese del corral, la concurrencia entrase al mismo, desatando la hilaridad general y la preocupación de algunas ancianas que se encontraban en el lugar como si hubieran sido llevadas a punta de pistola, pero tan arregladas que delataban que hacía tiempo se preparaban para la función.
La cantina, surtida con chorizos, gaseosas y cervezas, se encontraba al amparo de un gran foco de luz amarilla, sumergida entre el humo provocado por la cocción de las viandas y rodeada por varios clientes que no se apartaban de la mesa atendida por dos damas de robusto porte, enfundadas en rojísimas camisas de hombre y coronadas con grandes sombreros blancos.
La tensión aumentaba a medida que se acercaba la hora de inicio; en un viejo camión se encontraban los animales: cuatro toros prestados de una hacienda vecina, que de tanto en tanto eran hincados con palos de punta, sacudiéndose y moviendo todo el vehículo, el estrecho paso de acceso comunicado al ruedo y hasta los postes que sostenían al mismo, todo ello para que el público percibiera la ferocidad de los animales que participarían en la corrida y el peligro al que deberían de enfrentarse los valientes toreros.
A las nueve y quince, cuando el grito de los niños, la sonoridad de los bafles y la impetuosidad de la bandita parecía llegar a niveles apocalípticos, el locutor pidió silencio a fin de presentar a los toreros, que envainados en apretadas prendas multicolores, desafiaban al calor reinante, sosteniendo con desgano la muleta y la capa púrpura, recortada de alguna vieja cortina que conoció tiempos mejores.
Desde hacía quince años Américo Palacios era torero en el "Espectáculo Taurino San Fidel", desde niño vivió esa vida caótica, nómada, recorriendo los pueblos y las ciudades de ese país interminable, caminando el santoral que los llevaba de una fiesta patronal a otra, viendo las mismas cosas hechas por personas diferentes, en una eterna fiesta... esa era la vida de Américo Palacios. .. una interminable función patronal.
Dicen, que su madre estuvo enredada durante un Mamorei tiempo con Feliciano Mora, el anciano propietario de "San Fidel", aunque un día se cansó y lo abandonó dejando a ese pequeño hijo a su cuidado, aunque este no era un tema del que ambos hombres hablaran, entre ellos flotaba un aire de aceptación fatalista que no les permitía descorrer ese velo del pasado, más pesado que la capa que sostenía entre sus manos fuertes y curtidas.
Durante su niñez, aprendió a armar y desarmar las graderías, dar de comer a los animales, lustrar los botones dorados del uniforme de los toreros, ayudar en la cantina, vender empanadas durante la función y hasta actuar de ayudante de payaso durante los descansos entre corridas; pero aún recordaba con claridad la primera vez que vio a Feliciano Mora metido dentro del círculo reservado a los hombres sin miedo, con esa figura elegante y colorida, desafiando a un enorme toro y despertando el aplauso de todos los presentes.
A temprana edad, Américo Palacios ya sabía que existía sólo una cosa que quería ser al crecer: Torero.
A los quince años tuvo su primera corrida, su primer toro, nunca olvidaría ese día, todas las miradas puestas sobre él...
- ¡Y ahora... el único, el más grande de los toreros que ha pisado la arena, el magnífico, el gran Américo Palacios.....!
Saludó al público como lo hacía desde tanto tiempo atrás, al levantar las manos un vago cosquilleo en las costillas le recordaba todas las veces que había sido cogido por los toros, ya no era un niño..., cuántos huesos rotos, golpes, heridas y caídas lo separaban de esa época dorada de su primera juventud... si sólo pudiera volver el tiempo atrás.
Luego de saludar, se dirigió a un rincón, primero entraban los payasos a torear una vaca vieja que cumplía la doble misión de entretener al público y dar leche a las nueve personas que trabajaban en la corrida: un chofer, dos payasos-toreros, dos jóvenes estibadores que se encargaban del montaje y desmontaje del ruedo, el propietario con su concubina y la hermana de ésta, que se encargaban de la cantina y él, la atracción principal, "El torero que nunca fue corneado".
Mientras esperaba su turno volvió a las cavilaciones que lo perseguían desde hacía mucho tiempo... la vida le repartió sólo una mano de cartas; con un guiño cómplice y una sonrisa burlona, lo había engañado... desde niño conoció sólo un modo de vivirla, no tuvo opción alguna, quiso ser torero porque en su mundo eso era lo máximo que podía ser, pero al pasar eltiempo fue tomando cuenta del lugar que ocupaba en realidad, de las infinitas opciones que no conoció y el inmisericorde paso del tiempo que lo condenaba a ese camino sin retorno.
Vio que la vida no era sólo correr de un pueblo a otro, de una fiesta a otra, era algo complejo y rico, lleno de matices y sabores reservados para el resto de la gente, aquellos que se encontraban fuera del ruedo y cuyos rostros miraba difusos tras los golpes de capa que lo defendían del embate de las bestias con las que se identificaba, al verlas concentradas en ese pedazo de tela sin notar nada de lo circundante.
Al escuchar su nombre se secó el sudor que le empapaba el rostro y tomó su lugar en el centro del redondel, con los ojos fijos en la puerta de madera que debía dar paso al animal con el que iniciaría la lidia.
El silencio era general y a pesar de los años que llevaba en el oficio no podía dejar de sentir ese cosquilleo que le producía la inminencia de la salida del taurino.
Temblaron las tablas del ruedo, se escuchó un fuerte bufido y al momento, un enorme toro, totalmente negro pisó la arena moviendo la cabeza de un lado a otro.
Con la primera embestida el público no reaccionó, aún expectante de la suerte del torero, con la segunda y tercera, los aplausos y gritos comenzaron a bajar animados por los movimientos de Palacios.
El torero observaba al animal y trataba de adivinar sus movimientos, este en particular era bastante mañoso, al acercarse, rompía intempestivamente hacia alguno de los costados y trataba de embestir desde abajo, por lo demás, algo pesado e innominado enrarecía el ambiente de la noche, como si fuerzas ajenas a los elementos estuvieran confabulando alguna chanza a todo lo humano.
Ya había realizado todos los movimientos y trucos más importantes, tanto el toro como él se encontraban ya cansados, por lo que decidió realizar un último pase antes del primer descanso de la noche... y allí, justo al levantar la capa a la altura de sus ojos y llamar con un grito ronco al animal, justo allí fue que lo vio, mirándolo desde el otro lado del ruedo, con la carita sucia, el cabello desordenado y la remera que le colgaba hasta las rodillas...
No podía creerlo, no daba crédito a lo que veía... sus ojos... ese niño... hacía tanto tiempo...
No podía dejar de mirarlo, como hipnotizado por esa aparición del ayer, hasta que una sombra negra y palpitante lo levantó por los aires, acompañado de gritos que venían de las gradas...
Los payasos acudieron a su auxilio, el sabor a arena en la boca le resultaba tan particular, le extrañó que nada le doliera y que el suelo fuera tan cómodo, un cansancio extraño le invadió y cerró los ojos queriendo dormir.
- ¡Américo!, ¡Américo...! ya otra vez durmiendo hasta esta hora...
- Sabés bien que tenés que darle de comer a los animales y lustrar los botones del traje de tu papá... -le espetaba una voz de su infancia- levantáte pues.
Américo se levantó, no podía entender... vio sus manos pequeñitas, se palpó las costillas buscando el golpe, se frotó los ojos, buscaba la figura grande y negra que estaba toreando...
- Si querés ser torero, primero tenés que aprender a armar las graderías, dale, dale... ya es muy tarde...
Nadie sabe por qué, así, sin más, el niño con la carita sucia, el cabello desordenado y con la remera colgándole hasta las rodillas se marchó, esa fue la última vez que lo vieron.
"Primera mención de Honor"
Concurso Juan S. Netto. Año 2006
Escritoras Paraguayas Asociadas (E.P.A.)
II
Tomó el jarro entre sus manos y al inclinarlo hacia la boca sopló los pedazos de nata amarillentos que cubrían el resto de leche que sobrara del día anterior, sorbió el líquido resignadamente, respirando fatigosa ese olor lácteo que la retraía a su niñez ya perdida en el tiempo, sepultada por capas y capas de recuerdos que dibujaban su vida, esa que ella veía como una película que se repetía una y otra vez, donde sólo cambiaban sus manos, su cabello, su voz, que intentaban representar su papel en ese ciclo que era la vida de Perseberanda Gamarra
.Dejó el resto de la leche en el platito ubicado en el suelo, cerca de la estufa, donde ya estaba esperando un gato gordo y despreocupado que inmediatamente empezó a lamer el blanco contenido, luego, pausadamente se dirigió al fondo de la casita donde empezó su ritual diario de cepillarse los dientes, y si existía una persona persistente y sistemática en sus actividades cotidianas, esa era la señorita Perseberanda Gamarra, aunque el nombre era pura coincidencia, una irónica broma del destino que retrataba perfectamente a la vieja maestra, que sacó el cepillo de dientes de la cajita en la que lo guardaba, colocó pulcramente la crema dental apretando el tubo siempre desde abajo, extendió la blanca toallita sobre el borde del lavamanos y preparó el vasito de agua que escrupulosamente colocó en un extremo de la repisa ubicada justo por debajo del espejo que le devolvía ese rostro que cada día le parecía menos, como si lentamente otra persona fuera tomando su lugar, apropiándose de ella, lenta pero constantemente, alguien más persistente... aunque esos ojos... aún los reconocía: familiares, firmes, seguros, aunque llenos de bondad y sacrificio, esos ojos que heredara de su padre, el coronel.
Examinó sus dientes y quedó conforme... muy bien Pochita -dijo en voz alta- nadie en todo Mamorei tiene los dientes que tú tienes, menos aún a los setenta años, aquí a los setenta, algunos ya ni vida tienen, y vos, Pochita, aparte de tener vida tenés los dientes perfectos. Le gustaba hablar sola, en voz alta, era una costumbre nacida de la soledad, de vivir acompañada de gatos y difuntos, de reumas y de olor a palo santo, de remiendos y fotos viejas, de libros amarillos y diplomas apilados, acompañada de baúles y de inviernos. Le gustaba hablar sola, y cuando lo hacía se llamaba Pochita, como le decía su abuela cuando la ocupaba a un encargo o le acariciaba el cabello negro y abundante, se decía Pochita para ver a la anciana caminando con su bastón, cubierta con la mantilla que nunca la dejaba de acompañar.
Se peinó, volvió a mirarse al espejo por última vez y salió de la casita con dirección a la iglesia.
Qué rápido pasan los domingos, pensó mientras subía la lomada que separaba su casa de las últimas que se encontraban en las afueras de Mamorei; mañana tengo que enseñar matemáticas a los niños, pero si no entendieron suma y resta, ¿cómo les voy a enseñar a multiplicar?
En la cima de la lomada una agradable brisa la animó a seguir, se persignó frente al nicho levantado en memoria de Francisco Guerrero y apuró el paso apretando su pequeña Biblia. Pobre Francisquito, de niñito fue mi alumno, pero ese sí que no me salió bien... pobre Francisquito... y giró la cabeza para ver el lugar donde ajusticiaron al hombre, aunque nunca se supo quién lo hizo... en realidad varios debían ajustar cuentas con él.
Al entrar a Mamorei el pueblo empezaba adesperezarse, de algunas casas salían con su ropa de domingo rumbo a la iglesia; la anciana maestra se cruzó con dos niños a los cuales no reconoció y que riendo alegremente se alejaron corriendo de ella ... a esos no los conozco, antes conocía a todos los niños, pero ahora... en Mamorei todos fueron mis alumnos, hasta el padre Roque, pero a esos niños no los conozco; frotó su lengua contra los dientes de adelante y los sintió firmes y limpios, sonrió pensando en ellos y apuró el paso para cruzar la plaza y entrar a la iglesia, si llego tarde no puedo confesarme -volvió a decir en voz alta- y solamente saludó con una inclinación de cabeza a las personas que se cruzaron a su paso.
- Acúsome padre de haber pecado en pensamiento, obra y omisión
- Con ayuda de Dios y propósito de enmienda todo es perdonado señorita, ¿cómo anda esta semana mi queridísima maestra?
- Bien padre... aunque un poco cansada. Creo que esta semana castigué en balde a unos alumnos míos, además también mentí cuando Filomena me pidió la receta del dulce de mamón, y no di de comer al gato un día, porque rompió una rama de mi plantita de ruda.
Durante tres días seguidos lo vi en la puerta de la escuela, pero no ha querido entrar... ¿qué fue a hacer esos días?
Los ojos del padre Roque se posaron con inmensa piedad sobre la anciana y al tiempo de inclinar levemente la cabeza y suspirar, preguntó:
- ¿En verdad señorita, usted no nota nada extraño, nada raro a su alrededor, en su casa, en la escuela, en la calle?
La maestra no entendió la pregunta, dudó, observó al cura, al que conocía desde niño, aunque ya algunas canas comenzaban a asomar en su consagrada cabeza y luego de mucho pensar, con voz apenas audible, se animó a decir:
- Ahora que usted lo dice padre, hace algún tiempo que me parece que amanece más temprano que lo normal, probablemente no estoy durmiendo muy bien... o estoy volviéndome muy vieja... vaya uno a saber.
El sacerdote se resignó, dio la bendición a la maestra y esperó al próximo feligrés.
Perseberanda se levantó lentamente, salió del confesionario y se dirigió hacia los últimos bancos a fin de esperar la misa; al entrar, el comisario la saludó amablemente, pero ella, adrede, giró bruscamente la cabeza sin corresponder el saludo.
¿Qué se habrá creído este Julián Ortiz?... cree que por ser el comisario... aún recuerdo cuando le castigaba colgándolo de la oreja, si se nota a simple vista que la derecha es más grande que la izquierda, de tantos estirones que le daba.
El comisario tomó asiento pesadamente.
- Buen día don Bartolo - saludó al farmacéutico-
- Buen día comisario, sigue enojada la señorita... vi que ni le saludó.
- Y sí, después de lo de la otra vez se comprende, pero alguien tenía que intervenir, no se podía dejar que eso siguiera así, aunque mayor cosa no conseguí.
Perseberanda Gamarra tenía grabada en su mente la imagen del comisario entrando a su escuela y en plena clase, frente a todos sus alumnos, pedirle que se retirase, que se fuera a su casa, diciéndole que ella ya no era maestra ni enseñaba en esa escuela; donde se habrá visto semejante abuso, semejante atropello a la razón... pero ya arreglarían cuentas con ese mal criado, apenas le quedara un tiempo iría a hablar con doña Síxfrida, su comadre, para que con unos buenos cintarazos corrija a su hijo.
El padre escuchaba una confesión tras otra, teniendo como escenario de fondo todos los bancos de la iglesia que lentamente se empezaban a llenar de parroquianos que acudían ávidos de la palabra de Dios. Roque Centurión Ortiz nació en Mamorei, estaba por cumplir los cincuenta años y desde hacía veinte que era el cura párroco del pueblo.
Desde niño la vocación sacerdotal había despertado en él, y así, desde la escuela, en que la señorita Perseberanda le diera la primera educación, hasta el seminario concluido en Roma, su vida había estado imbuida por el espíritu del altísimo.
Nunca deseó otra cosa que ser párroco en su pueblo natal, y si bien siempre tuvo el sueño de construir una iglesia mucho más grande que esa simple capilla que no podía albergar a todos sus fieles, se sentía feliz con el trabajo desempeñado en su comunidad.
- Que la bendición de Dios todopoderoso descienda sobre vosotros... podéis retiraos en paz
La misa había concluido.
El comisario se acercó al cura y esperó que éste estuviera solo.
- La otra vez fui a la vieja escuelita, pero no hubo forma de sacarla
- Sí... me contó que está enojada contigo... por lo que hiciste.
- Bueno... yo actué mal porque quise sacarla a la fuerza
- Yo en cambio, fui tres veces, pero no me animé a entrar... aunque esto ya no puede seguir así, debemos solucionarlo como sea.
- Yo pienso igual, ya está muy anciana, y así no puede seguir yendo.
Volvía a amanecer temprano, las estrellas iban palideciendo en ese inmenso cielo de Mamorei y el rocío cubría todo el campo verde, humedeciendo ese mundo que poco a poco filtraba esa agua de vida y despertaba con el sol, que animaba a las aves a cantar y disparar ese aroma a temprano, que encendía las luces, que reiniciaba la vida a una nueva interpretación de su pequeña y repetida cotidianeidad.
Perseberanda se levantó con el problema de las matemáticas, desayunó y alimentó al gato con él, calculó que en una semana más se le acabaría la crema dental y mientras se peinaba contemplaba uno de los tantos certificados que con sus hermanos desafiaban al tiempo, a las ratas y polillas, apilados sobre el viejo sillón:
"A la profesora Perseberanda Gamarra, por sus cuarenta años de ininterrumpida labor docente, como testimonio de gratitud del pueblo de Mamorei".
Antes de salir miró si el gato tenía cara de culpabilidad y al ver el rostro del felino supo que su planta de ruda no sufrió agresión, por lo menos durante la noche pasada.
- Aprendiste tu lección, verdad Domésticus, yo te voy a enseñar a no romper mis plantitas.
Cerró la verja del patio y con paso de anciana se dirigió a la escuela.
Al llegar, el alboroto de los niños era infernal, pero al ver a la maestra cada uno se ubicó en su lugar y empezó a copiar lo que ésta iba escribiendo en el pizarrón.
Los miraba con el amor de madre que la había impulsado durante cincuenta años a asistir a clases, no faltó nunca, amaba a sus alumnos casi tanto como a su apostolado de docente, de maestra rural, ella era conciente de que muy probablemente estos niños recibirían solamente esa educación que ella les daba, allí solo había escuela, no existían colegios ni universidades, ni ministerios ni direcciones ni nada.
Estaba sola en esa escuelita de un aula, donde todos los alumnos, de los diferentes grados se apiñaban para entrar, ella era la escuelita, allí aprendían a leer y a escribir, a ser buena gente, gente que pueda ser útil en la vida.
Nuncatuvo hijos, no podía darse ese lujo, ademáscada año tenía hijos nuevos, no aquellos que salían de sus entrañas, sino aquellos que provenían de su corazón, pequeños que llegaban descalzos, con las remeritas agujereadas y los mocos colgando de sus narices, con ojos ávidos de ver y temerosos del mundo que no conocían.
No podía darles mucho, pero les daba todo lo que tenía, les entregaba su vida en pequeñas porciones, les enseñaba a ser dignos, a escribir sus nombres y conocer su historia, saber quiénes eran.
Ellos salieron del vientre de su madre, pero la señorita Perseberanda los traía al mundo, o traía una parte de ese mundo para ellos, aunque éste nunca podría ser más ancho y ajeno.
Los miraba con amor, sus pequeñas cabecitas... aunque ahora ya eran menos, antes eran muchos más, antes... desde que murió la vaca y ya no podían tomar leche... han quedado a trabajar en las chacras, a no ser niños, a no poder decir quiénes eran, han debido escoger entre el dolor del no saber y el dolor del no comer... ahora eran tan pocos...
Miró por la ventana, ahí, parado en la entrada de la escuela estaba el padre Roqué, como la semana anterior, observándola durante las clases; los niños no lo veían, parecían no verlo, inmersos en ese mundo numérico encerrado en la verde porción de pizarrón.
Salió al patio, desde la puerta saludó al cura quien con una leve sonrisa levantó la mano y tras un momento de duda se dirigió hacia donde se encontraba la mujer.
- ¡Qué tal profesora!
- Muy bien Roquito... ¿recordando tiempos de escuela?, o estoy muy vieja para no darme cuenta de que esta es la cuarta vez que venís a la escuela... ¿porqué no me cuentás lo que hace tiempo me querés decir?
El sacerdote la miró, feliz y sonriente a la entrada del derruido edificio, cubierto de malezas, sin techo ni puertas, sin ventanas, sin gritos ni alumnos, miró los escombros de lo que alguna vez fue una escuelita y volvió a ver el rostro de la profesora atrapada en ese espacio de tiempo pasado.
- Señorita... el comisario vino hace unos días...
- ¡Ha! del comisario no quiero hablar, ese sí que es un mal educado, no sé como pudo haber sido mi alumno y venir a tratarme así, tan mal, delante de todos los niños, imagínate... me quiso sacar del aula.
Gruesas lágrimas corrían por el rostro del sacerdote al decirle:
- Profesora... lo que usted ve no es real... esta escuelita ya no funciona desde hace tiempo, la escuelase cerró porque ya no había alumnos... aunque usted no ha dejado de venir.
Todo el pueblo se preocupa, por favor... mire... trate de ver... aquí solo hay yuyos y escombros. Perseberanda Gamarra no se animaba a girar y mirar su escuelita, las voces de sus alumnos aún seguían allí, miró al padre Roque, un poco más allá vio al comisario y al intendente y a don Bartolomé y a doña Filomena y mucha gente que había venido con el padre. .. y allí, parada en medio de su vida, de su escuela, de sus hijos, se llenó de paz y felicidad. Miró al sacerdote y le dijo:
- ¿Me puedo despedir de mis alumnos? El padre asintió.
Perseberanda Gamarra se paró sobre una piedra y ante la vista de todos aquellos que fueron a sacarla de su escuelita, a hacerla entrar en razón, frente a todos aquellos que no tenían la suerte de ver lo que ella podía, fue besando a sus niños, uno a uno, en una larga fila que fue pasando frente a ella, y por extraño que parezca, cada uno de los que allí estaban sintió el beso que le diera su antigua maestra, pero por un pudor inexplicable ni siquiera miró al del costado.
La extraña procesión acompañó a la maestra hasta su casa, luego todos regresaron a Mamorei.
- Por fin se pudo hablar con ella, dijo el comisario, gracias al padre, ahora la anciana podrá descansar.
Un manto de duda cubrió al sacerdote y una expresión de descrédito asomó a su rostro.
Roque Centurión se disponía a iniciar su misa de los domingos cuando un extraño entró a la iglesia, ninguno de los fieles se percató de la presencia del visitante, por lo que el sacerdote bajó lentamente del púlpito para ir a su encuentro.
- Nunca lo vi en mi iglesia, por qué no toma asiento para iniciar la misa
El extraño lo miró y le dijo:
- ¿En verdad no me conoce padre?
El sacerdote buscó en su memoria inútilmente. - No, no lo conozco
El extraño suspiró y miró a su alrededor, gruesas lágrimas caían por su rostro mientras veía la capilla destechada y derruida, los muros caídos, algunos restos de bancos dispersos entre la maleza que crecía en la construcción abandonada y al anciano sacerdote, enfermo, parado en medio de su mundo imaginario.
- Padre, lo que usted ve no es real, hace mucho tiempo que terminó de construir su nueva iglesia, pero nunca ha querido abandonar esta capilla, no hemos podido sacarlo de aquí, siempre ha querido realizar las misas en este lugar...
El sacerdote tembló y no se atrevió a mirar en derredor. Cerró los ojos.
- Esto no puede ser... hace solo unos días yo visité a Perseberanda Gamarra.. . en su escuelita.
Al extraño el nombre le pareció conocido, aunque no podía recordar quién era.. . desde el fondo un viejo que lo acompañaba le dijo:
- La maestra Perseberanda Gamarra murió hace veinte años... yo fui su alumno.
Centurión seguía temblando, pidió un espejo... al abrir los ojos vio a un hombre muy viejo que lo miraba desde el cristal, con la cara arrugada y los cabellos totalmente blancos.
Miró a su alrededor y vio la capilla abandonada y los yuyos que la cubrían... luego miró al hombre extraño y dijo:
- ¿Me puedo despedir de mis fieles? El extraño asintió.
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