La dictadura stronista seguía persiguiendo a quienes aspiraban construir una patria tolerante, libre y democrática en un Estado de Derecho. No había tregua para los que palmo a palmo, a la luz del día o clandestinamente, luchaban contra los diversos rostros de las injusticias, las mil y una maneras de atropellar la dignidad humana y los multiplicados modos de corrupción.
La poesía y el canto eran formas en que la voz de autores y compositores adhería a la lucha para construir una patria sin mordazas. No habían hipotecado su voz ni vendido sus sueños como aquellos que cada 3 de noviembre —cumpleaños de Stroessner—, hacían pública genuflexión en un homenaje donde la competencia no era entre los mejores intérpretes de la música paraguaya sino entre los más obsecuentes.
En ese contexto, había un grupo de jóvenes artistas —músicos, poetas, actores—, que creía en la palabra como un arma cargada de esperanzas.
Carlos Noguera, músico y compositor nacido en Asunción en 1950, fue uno de los integrantes de esa nucleación de artistas comprometidos con sus ideales. Él compuso una de las canciones emblemáticas de ese tiempo y de lo que después se llamaría el Nuevo Cancionero, en el marco del movimiento cultural Mandu’ará. ¡Viva! se llama esa obra.
“Fue escrita como respuesta a las persecuciones que sufríamos de parte de quienes querían apagar nuestro canto y acallar nuestra voz para que no continuáramos denunciando las injusticias reinantes en nuestro país”, recuerda Carlos Noguera.
La letra de la canción es suficientemente explícita: el artista, hombre de su tiempo, asume una actitud ante sí mismo y ante la autoridad. Su arte sirve a una causa y su canto tiene una finalidad manifiesta, buscando la solidaridad de quienes profesan idéntica manera de concebir la situación de ese momento.
“Esa canción la compuse en la casa de Maneco Galeano que vivía al fondo de mi casa, en el barrio Las Mercedes, cruzando la calle. Allí siempre nos reuníamos. Él llegaba tarde a su casa y nosotros ya le estábamos esperando tocando el piano, la guitarra o escuchando música. Después nos quedábamos hasta la madrugada. En ese ambiente compuse esa obra”, relata el compositor.
La persecución a la que aludía Noguera fue el apresamiento que sufrieron él, Maneco Galeano, Mito Sequera, Antonio Pecci y otros después de la puesta en escena de la obra Ñandejára rekove. Era la vida de un Cristo revolucionario con texto de Juan Manuel Marcos, música de Mito Sequera y dirección actoral de Antonio Pecci.
La obra se representó en Areguá para recaudar fondos, rememora Antonio Pecci. “Esto fue poco antes de la Semana Santa de 1972. No faltó un pyrague que jaguareó por nosotros. Se enojó porque su equipo de sonidos no fue contratado. Escuchó los ensayos y tenía el libreto de la obra, porque era miembro de la comisión parroquial organizadora de la representación escénica. La obra era fuerte”, rememora Pecci.
Los ta’ýra de Pastor Coronel, ni cortos ni perezosos, apresaron a Maneco, Noguera, Pecci, Mito, Ramón del Río y Santi Medina. Coronel les dijo que la obra era “comunista y protestante” y que debían dejar de presentarla al público. Cuando salieron, sin embargo, no siguieron las “recomendaciones” de quien lo único de cordial que tenía era el nombre.
A raíz de este hecho fue que Carlos Noguera hizo la composición que, con el correr del tiempo, se convertiría en un himno de las luchas populares.
Yo no soy un guitarrero que canta por cantar,
yo me siento compañero del que lucha por ganar
una nueva y limpia tierra cultivada con amor;
enterradas las recillas, hermanado la canción.
Viva la Patria que nace de la semilla y del sol
de los brazos populares, del trabajo y del sudor.
Viva el campesinado que ya canta su canción.
Vivan los campos arados, viva toda la nación.
Ya llegó la hora hermano en que debes comprender
que la patria que anhelamos palpitando esta en tu ser,
Lo que yo no puedo solo juntos podremos lograr.
Si luchamos codo a codo nadie nos derrotará.
