SOBRE EL SENTIDO ASCÉTICO DE LA POESÍA NUEVA
Ensayo de AUGUSTO ROA BASTOS
Débole a JOSEFINA PLÁ -que con HÉRIB CAMPOS CERVERA constituye el vértice poético más alto e intenso en nuestro país- el acceso a una espiritual convicción de lo que el arte nuevo encierra como actitud o estilo fundamental-mente innovados. He rehuido de intento los vocablos "gusto" o "definición"; el primero, porque el percibir de improviso la insurgencia de este nuevo y profundo latido en el devenir estético del hombre se resuelve más bien en angustia; no es el regodeo ante el reclamo de su arte de suntuaria vistosidad. El arte nuevo es cualquier cosa menos una decoración apariencial. Es angustia de vida, instinto de perpetuación, no friso para adornar la vivienda del hombre. La deuda que he contraído de hoy para siempre con este egregio talento femenino, tampoco consiste en haberme sugerido una definición de la poesía nueva, puesto que no la tiene todavía. Toda retórica viene a rastras del hallazgo genial, tras el sufrimiento del artista, y nunca es satisfactoria como toda limitación. Retórica es la senda abierta en la maraña. Senda que abrió con sus plantas sangrantes el precursor, para los pies más débiles de los que vienen detrás, y que tal vez la pisotearán indiferentes con esa holgazanería que no sabe mirar hacia adelante ni tampoco hacia atrás. Mi gratitud proviene, sí, de haberme sabido enseñar ella con el ejemplo de su obra literaria ese género de humildad que va engendrando, en lenta y progresiva iniciación, una acuciosa apetencia de sinceridad. Es esta la única forma posible de comprender la poesía nueva: intuyéndola, no pensándola. Lo dice Josefina Plá: "En la integración de la nueva poesía, el lector ingresa no con el papel pasivo que le asigna la vieja lírica -memorismo de la poesía-, sino con el papel activo de elaboración. La nueva no expresa, sugiere... Es imposible, pues, verter la nueva poesía en los moldes-palabras, giros, imágenes -de la poesía de ayer. Esta es concepto. La nueva es intuición... La poesía nueva, intento de creación de un mundo espiritual en ruinas, dista mucho de haber llegado a maturación como hecho. Apenas penetran lentamente la comprensión colectiva los poemas situados en la zona templada de esta nueva esfera poética: Neruda, Alberti, Lorca. El arte siempre es hecho profético. El profeta habla siempre, en el dolor de hoy, verbo de mañana. La masa ha de efectuar su conversión hacia la nueva poesía, y ha de realizarla a base de nuevas experiencias vitales. Es la asociación o concurrencia de determinadas circunstancias, en el medio espiritual, lo que permite la cristalización de ciertas formas de poesía. Sólo generalizándose estas condiciones se producirá la nivelación mental colectiva con las nuevas formas líricas. El mercurio, gris, pesado y estanco en la cubeta, no reconoce como materia de su materia al mercurio que, calentado, asciende en vapores, colorado, ágil y libre".
Pero, entretanto, hasta que emerja esa profunda solidaridad emocional en torno al hecho de una actitud nueva, divergente, en arte, tiene el artista de hoy en su contra la hostilidad de la inmensa mayoría. Esta hostilidad deriva de la incomprensión. Al artista nuevo no se lo comprende; más aún se le desprecia. Ya hace bastante tiempo, Ortega y Gasset había señalado el problema con su habitual clarividencia: "El arte nuevo es un hecho universal. Desde hace veinte años, los jóvenes más alertas de dos generaciones sucesivas -en París, en Berlín, en Londres, Nueva York, Roma, Madrid- se han encontrado sorprendidos por el hecho ineluctable de que el arte tradicional no les interesaba; más aún les repugnaba. Con estos jóvenes cabe hacer una de dos cosas: o fusilarlos o esforzarse en comprenderlos. Yo he optado resueltamente por la segunda operación. Y pronto he advertido que germina en ellos un nuevo sentido del arte, perfectamente claro, coherente y racional. Lejos de ser un capricho, significa su sentir el resultado inevitable y fecundo de toda la evolución artística anterior. Lo caprichoso, lo arbitrario y, en consecuencia, estéril, es resistirse a este nuevo estilo y obstinarse en la reclusión dentro de normas ya arcaicas, exhaustas y periclitadas. En arte, como en moral, no depende el deber de nuestro arbitrio; hay que aceptar el imperativo de trabajo que la época nos impone. Esta docilidad a la orden del tiempo es la única probabilidad de acertar que el individuo tiene... En arte es nula toda repetición".
Aceptada, pues, la presencia de una modalidad esencialmente diferente para la realización del arte nuevo, conviene aproximarse a establecer qué cosa es ella. El mismo Ortega y Gasset nos lo dice: "Aunque sea imposible un arte puro, no hay duda alguna de que cabe una tendencia a la purificación del arte. Esta tendencia llevará a una eliminación progresiva de los elementos humanos, demasiado humanos, que dominaban en la producción romántica y naturalista. Y en este proceso se llegará a un punto en que el contenido humano de la obra sea tan escaso que casi no se le vea. Entonces tendremos un objeto que sólo puede ser percibido por quien posea ese don peculiar de la sensibilidad artística. Será un arte para artistas, y no para la masa de los hombres; será un arte de casta, y no demótico. He aquí por qué el arte nuevo divide al público en dos clases de individuos: los que lo entienden y los que no lo entienden; esto es, los artistas y los que no lo son. El arte nuevo es un arte artístico". Y aquí es donde comenzamos a vislumbrar el sentido ascético del arte nuevo: no sólo tiene el artista en su contra la empecinada aversión de la masa humana, incapacitada de comprenderle, sino que, además siente que la virtualidad de su poder creador irá desenvolviéndose sólo en la medida en que consiga abstraer sus ideas, sentimientos y emociones de la realidad circundante para hacerlos vivir por sí mismos. "Deshumanizar el arte", llama a éste Ortega y Gasset. Es exacto. Aunque por el espíritu de esta elucidación, yo más preferiría decir, destemporalizar el arte. La incomprensión y el desdén de la mayoría que está sujeta a la rutina de hábitos mentales; que no puede despojarse fácilmente de esos reflejos condicionados que se adquieren a través de una prolongada atmósfera de repetición, somete al artista contemporáneo a la clausura de una soledosa angustia. Por otra parte, él busca perennemente la elusión de la realidad: busca no reflejarla, sino crear una realidad que viva por sí mismos y de sí misma, como lo dice Josefina Plá: "El objeto de la poesía no es trasuntar la realidad, sino acrecer sus fronteras. No es un espejo. Es una antorcha. La poesía empieza donde lo real termina, y su misión es crear nuevas realidades. Harto se concibe que para el poeta moderno, lo irreal no es lo que "no tiene" existencia absoluta, sino sencillamente "lo que no la tiene todavía": lo no real poético es lo real no emergido, la realidad; porque, como dice Hamlet: "Hay muchas más cosas en este mundo de las que pueden soñar la razón y la filosofía".
Entre poesía antigua y moderna existe para mí la diferencia de perspectivas inversas. En la antigua, parte una línea del hecho externo objeto -a la percepción del artista que la devuelve en sumisa imagen recubierta naturalmente con los matices de su peculiar carga emotiva, en un sentido dinámico y mundano. El artista vive rodeado de hechos y de imágenes de hechos, que se multiplican como por un sistema de espejos combinados. Tal su época representativa: el Renacimiento. Desborde apulento de formas y sensaciones esencialmente naturalistas en el arte nuevo, por el contrario, hace el artista de su percepción de la realidad un molde al cual despoja de todo residuo externo para llenarlo de su propia substancia. Convierte este molde en un orbe cerrado que vive y palpita eternizando el sumo instante de la creación: lo destemporaliza, en un sentido casi monadológico, y, por ende, estático. La vida sucede en el tiempo. Ahora, lo que se hace en la nueva poesía es revitalizar -dar nueva y distinta vida- la esencia poética que, de esta manera, se evade para siempre del cauce tempo-espacial. Sobre ésto, arguye Ortega y Gasset: "Vida es una cosa, poesía es otra. No las mezclemos. El poeta empieza donde el hombre acaba. Es destino de éste el vivir su itinerario humano; la misión de aquél es inventar lo que no existe. De esta manera se justifica el oficio poético. El poeta aumenta el mundo, añadiendo a lo real, que ya está ahí por sí mismo, un irreal continente". De aquí que el poema moderno se asemeja a una nebulosa estelar. Y aparece, como ella, llena de un deslumbrante pero confuso rumor. Cada palabra o cada imagen se adscribe una zona donde armoniza en un equilibrio estático una recóndita evidencia, y entre una y otra queda imantado un espacio que es el que fija la aguja de la intuición, temblorosa al comienzo. De ésto proviene que la metáfora sea el elemento imprescindiblemente necesario para la integración de la poesía nueva. Ella es, al estetismo del artista actual, lo que es la oración para el místico religioso de todos los tiempos: una rampa por la cual se consuma la evasión del ámbito estrecho y perecedero para alcanzar, en cambio, la plena comunión con la divinidad.
Porque la metáfora no es la oposición de dos entidades afines, sino, inversamente, la superación de esa relación de identidad que hay entre el objeto y su representación. No interesa en la metáfora que lo metaforizado conserve un aire familiar con su objeto, lo que interesa es que la metáfora lleve en sí misma incapsulados objeto y sujeto, es decir, que sea idéntica a sí misma. Ella debe querer no ser traducción de la naturaleza. Debe aspirar a inventar sobre ella, lejos de ella, a pesar de ella. Lo está diciendo: "llevar más allá". Es verdadera huida, evasión, liberación. Así la rosa en un poema no es la flor impregnada de aromas capitosos, de turgentes morbideces. Es otra rosa, distinta, recreada, inventada, revestida de un asombro inédito, de una luz virginal, y tan presente y real como la otra.
Pero el místico religioso y el poeta no proceden por avances cognoscitivos, sino por levitación intuitiva. Su lógica no es la lógica consciente; es más, vale una lógica intransferible, la del sueño, pero, como dice Josefina Plá, tan inflexible como la consciente. Al místico y al poeta la evidencia les es revelada por imprevistos traslumbramientos. Por la oración, si es verdadera, es decir, si encierra el alma viva en anhelo de eternidad, logrará el místico transfundirse en el océano del Ser Divino. Por la metáfora, si es verdadera, es decir, si encierra el valor del instante eternizado y vivo por sí mismo, llevará el poeta al ápice de su misión de creador. Porque en ésto difieren místico y poeta: el primero busca evadirse por el éxtasis de su prisión humana para anonadarse en el Ser absoluto; el poeta, en su ascetismo artístico, también persigue eludir el ceñido contorno de la realidad material, pero para contemplarse a sí mismo, uno y verdadero, en la más ínfima partícula de su creación, no por una aberración de narcisismo primitivo, sino porque él sabe que la única vía para alcanzar la verdad, es vivir la suya propia, su verdad individual revelada en su creación.
Por ello son tan certeras las frases de Josefina Plá: "Crear más intensamente es sólo una forma de más intensamente morir. La poesía es la forma más agudamente visible de la muerte", frases que desembocan de lleno, aunque por un plano distinto y en sentido convergente, hacia la dolorida angustia de Rilke que buscaba su muerte propia.
Y este ascetismo de la poesía nueva afirma su sentido victorioso por el hecho mismo de estar rodeado de solicitaciones cautelosas que le acechan a cada instante embozadas en falsos disfraces. Siempre la tentación en el yermo. Porque el poeta como hombre pertenece al ámbito humano. Cabrillea a su alrededor una simbología alucinante que le escamotea su verdad buscada con tanto dolor y con tanto afán. Sabe él, además, que su poder creador es limitado, y en esa prisa acelerada que tiene por crear para salvarse a sí mismo en proyección de vida futura nutriéndola de su muerte presente, todo este álgido anhelo se le escurre por entre los dedos como agua incoercible. Y tengo para mí que la mayor congoja que ha de gravitar sobre su espíritu, es esa imposibilidad de eternizar todos los hechos que devienen en la corriente temporal, en medio de la cual se debate el poeta como un salvador y, al mismo tiempo, como un náufrago.
[Noviembre de 1943]
CONVERSACION CON EL HIJO
Ya lo estás viendo:
esta es la luz, esta es la vida,
este es el mundo donde nacemos y morimos,
esta es la tierra de los hombres
donde se enciende entre los vivos y los muertos
la semilla de tu árbol futuro,
donde late enredado entre el follaje humano
tu virginal misterio,
la página no escrita,
el acorde inicial de tu destino.
Todo te pertenece y sin embargo,
todo tienes aún que ganarlo poco a poco
y merecerlo.
En ti comienza el tiempo nuevamente,
vuelve a nacer el primer hombre
y resucito como un pobre Lázaro.
Al año de tu edad inaugurada
alrededor del sol que te apadrina,
qué inmenso es ya tu paso diminuto,
qué estatura de astros reverbera en los verdes
carbones de tus ojos,
qué frágil es la eternidad acumulada
en tus bracitos que se tienden
hacia la vida.
Tu risa de agua tiembla
en el profundo pozo de mi corazón
que está seco y sin luz,
con su brocal de pena donde solo
tu madre reclinaba su cabeza,
su paciencia de luna, su ternura
más honda que mi angustia y mi ansiedad.
Hijo mío, pequeña
rama de mi pasión y de mi sangre,
negación de mi nada, padre tierno
de mi esperanza,
hoy me siento a tu orilla caudalosa,
a conversar contigo,
a pedirte consejos, a pedirte
que me enseñes la inocencia perdida,
el modo puro de recobrar la fe,
o la tranquila y valerosa manera
de preparar mi adiós.
Mi sombra triste
se arrodilla a tus pies
como un perro de humo sensitivo,
a cuidar de tu indefensa alegría.
Hoy tengo el alma a flor del cuerpo,
y en mis labios gastados
la piedra tiene un alma,
tiene un alma la herrumbe de mi voz,
tiene un alma el silencio que te toma
tu medida de música,
y tú, mi niño, tienes
el color de mi alma.
A tu fragancia de rocío traigo
mis calcinados arenales,
a tu frescura matinal mis hombros
donde el peso del mundo y de los sueños
dejó su ardiente cicatriz...
Mientras aprendes la palabra,
podría contarte muchas cosas
en el idioma inmemorial del agua y de la flor,
que ya conoces.
Sólo quiero que sepas mi secreto,
y me comprendas y perdones...
Cuando naciste ya tenías
diez años o diez siglos,
la edad sin tiempo del amor,
de un amor que cavó su verdad a uñas y besos,
a golpes de agonía lenta y dulce,
moldeándote con carne de pupilas,
con el alma y la sangre
de una mujer y un hombre acorralados
por su amor contra un muro,
mientras del otro lado asesinaban
a los hombres que querían la libertad
y luchaban por ella.
De esa pared siniestra te trajimos
como un rayo de sol o una luciérnaga
pegada a nuestros ojos lacerados,
a mi cobarde oscuridad,
a la visión lejana de la patria perdida
entre naranjos y palmeras,
entre agujeros de estampidos crueles
y su polvo más rojo que la sangre...
Por eso, aquí bajo este cielo,
te llevo de la mano y no eres mío;
de mi barro estás hecho, pero nada
de ti me pertenece;
la humanidad entera
con sus martirizados y oprimidos
se reconoce en ti,
te contempla y reclama como suyo,
cachorro de este tiempo terriblemente hermoso
que te forja en su luz y poderío,
mellizo de las lunas terrestres, heredero
del universo y de la patria universal,
cálido infante para el pan del hombre,
para la paz y libertad del mundo.
Cuando me besas, siento
mil pueblos en tus labios puros
que me engrandecen tu existencia.
Bajo tu humilde ropa
pulida con remiendos y con lágrimas,
ríe tu piel a la pobreza
con su jirón de madrugada,
y más que tus zapatos andrajosos,
el suelo besa tus deditos,
se encariña con ellos
y recoge el honor de tus pisadas
para juntarlas con los rostros
de los niños más pobres de la tierra.
Yo hubiera querido para ti, hijo mío,
un patio lleno de flores y de sol
para tus juegos, pero tienes
-ah... me olvidaba- un patio sideral
de planetarias flores
para jugar mañana,
la realidad en una de tus manos
y la fábula en otra;
tu infancia hará con ellas
sus castillos de luz,
y el tiempo entre tus manos,
latirá hasta morir
como un pájaro borrándose en un sueño...
Pero si aún te falta algo,
toma mi corazón, juega con él;
si escuchas un sollozo
será tal vez el eco de mi nada,
o sin tal vez el eco
de tu propia alegría.
Sigue adelante.
Para que no te empañe el camino,
soplaré mis cenizas.
Yo sin ti nada soy;
criatura, me creas y sostienes
para que mis recuerdos
sean tu profecía.
Cuando pasen los años,
desempolva esta máscara de esmalte,
este ramo de sueños que quedará de mí;
haz lo que yo no pude o no supe o no quise
por falta de humildad,
por sobra de egoísmo;
dale a mi cobardía tu coraje,
a mi silencio ya enterrado en el olvido,
la música triunfante de tus actos;
acaba lo inconcluso que te dejo;
sé un hombre entre los hombres
de pie con tu verdad,
y entonces, hijo mío, sólo entonces,
yo sabré
que la muerte no existe,
y que morir
es renacer eternamente
en el amor...
[1960]
Fuente: POESIAS REUNIDAS - AUGUSTO ROA BASTOS
Edición de MIGUEL ÁNGEL FERNÁNDEZ
COLECCIÓN POESIA, Nº 1
© de la introducción, compilación y notas: MIGUEL ÁNGEL FERNÁNDEZ
© De esta edición: 1995, Editorial El Lector
Tapa: LUIS ALBERTO BOH
Asunción - Paraguay 1995 (307 páginas)
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