Los amores de Emiliano R. Fernández fueron intensos y numerosos. Sus versos estaban encendidos de pasión. Cantaba sobre todo a lo que fue y quedó para siempre hacia atrás aunque, a ratos, desandaba el camino, se reconciliaba con su amada y su verbo alimentaba de nuevo la ternura.
María Belén Lugo, Belencita, sin duda fue el gran amor de su vida. Y, como tal, fue también el mayor dolor de su existencia. Las obras dedicadas a su esposa van desde el cariño más excelso al odio más exacerbado.
Junto a otras -Catalina Gadea, Marciana de la Vega, Dominga Lugo, Dominga Jara y Matilde Cañete, entre tantas-, el nombre de Fernanda (Aguilera) aparece como destinataria de sus obras. Una de ellas es La página rota, escrita en 1928 y musicalizada por Gabino Espínola -nacido el 19 de febrero, pero anotado con fecha 1 de marzo de 1930 en el barrio Pinozá de Asunción, integrante del recordado dúo Espínola-Marín- en 1960.
«Entre 1926 y 1948 fue su musa inspiradora. De niño, papá me llevó a su casa. Vivía en Trinidad», cuenta Laureano Fernández, hijo de Emiliano, al hacer alusión a Fernanda Aguilera.
«Era de Pirayú Yurú, que estaba hacia Itauguá Guazú, según me contó Lucas Meza, amigo y dúo de Emiliano. La mujer era, no sé de qué lado, pariente de ellos. En la época en que vivía por ahí le conoció porque ella iba y venía y se enamoró de ella.», relata, en tanto, el músico y compositor Néstor Damián Girett.
«A ella le dedicó también El día de mi rosa en la Estancia Guahó, Alto Paraguay, en 1928. Horas de ausencia también la tiene como protagonista», afirma a su vez el investigador de la música paraguaya Elpidio Alcaraz Segovia.
«A Emiliano lo conocí personalmente de niño. Pasaba por el patio de mi casa para ir a visitar a la familia de Ángel Ramón Osorio que tenía el conjunto Okára poty. Venía descalzo, con su chaqueta verde’o y su mbaraka perô, además de su náko y su sombrero», rememora Gabino Espínola.
«Estaba muy enfermo un día, en 1960 en mi casa de Pinozá. Tenía “fuego de san Antonio”. Mba'eve naiporâi chéve (nada me consolaba). Cuando estuve mejor, reponiéndome, tomé la guitarra y me salió una melodía. Lo primero que se me ocurrió fue ponerle como título Fuego de San Antonio», sigue narrando.
En esos días cayó en sus manos la Revista «Reminiscencia» que traía letras de autores diversos. «Allí encontré La página rota. Probé con mi música y le calzaba perfectamente. Fui junto a Laureano Fernández, que trabajaba en el Ministerio de Hacienda entonces y él me dio la autorización. Lo grabé con el Conjunto Tricolor y el dúo Espínola-Marín entre 1961 y 62. Como para el disco cada composición debía durar solo 3 minutos; únicamente grabamos las primeras cinco estrofas y la última, completando seis de las 16», concluye Gabino Espínola.
LA PÁGINA ROTA (*)
El sol arrebolado se hunde en el Poniente
y acecha sigiloso el triste anochecer
sus cárdenos reflejos desmayan lentamente
en ritmo con mi inmenso, profundo padecer.
Conmigo va la noche envuelto en su ancho velo
como un fantasma loco mi pobre corazón.
Las noctívagas aves del mal y del desvelo
sobre mi alma cruzan en larga procesión.
Llena un frío de ausencia mi lóbrego aposento
y a Dios solo confieso mi tétrico sufrir.
Y tú, lejos, amada, ignoras mi tormento
ignoras el martirio de mi intenso vivir.
Mi senda entenebrida está llena de espinas
agudas y punzantes espinas del dolor.
Los jilgueros huyeron de la selva vecina
ya no sueltan al viento su música de amor.
Las flores que en otoño brindó la primavera
hoy pálidas y mustias están en la orfandad
todas tiemblan y gimen en la angustiosa espera
aguardando que vuelvas mi voluble beldad.
Así también yo vivo herido con tu ausencia
distante de tu gracia, sin escuchar tu voz.
Las alas del destino arrastran sin clemencia
mi barca de esperanza que a ti fuera veloz.
Aquel dichoso nauta hoy náufrago y sin tino
zozobra entre las olas del mar de la aflicción.
Amada, tú lo sabes: perdido está el marino
porque apagó el destino su faro de ilusión.
Perdí ya tu cariño, perdí ya tus amores
lo que perder pudiera perdido todo está.
Mi estrella favorita me niega sus fulgores,
sus besos de esperanza ya no son para mí ya.
Errante en la intemperie, mas siempre decidido
iré buscando sombra mejor que la de ayer
soñando con tu cariño y en tu encanto florido
y en la rosada gloria de nuevo amanecer.
Desde el remoto instante de aquella vez primera
tu nombre es como un himno que idealizó mi amor.
Y florece en mis versos como una primavera
en la que eres reina, mi resedá en flor.
Comprendo que es humano sufrir las decepciones
comprendo lo voluble que fue tu corazón
comprendo tu inocencia, por esos estos renglones
Fernanda, amada mía, te llevan mi perdón.
Qué vivas tú contenta mientras malignos labios
diabólicos se empeñan en malograr mi bien.
Aquí yo estoy de pie para afrontar agravios
el odio, las traiciones y el sable del desdén.
Mañana si te vieras por rutas indecisas
llorando desengaños cargados de dolor
ven Fernanda a mis brazos que sobre las cenizas
perennemente tuyo encontrarás mi amor.
No importa que tu gracia florezca en mano ajena
no importa que se burlen de mi fe y mi ilusión
y aunque mi senda encuentre de lodo y zarzas llena