Por obra y gracia del azar, cuyas secretas reglas son siempre imposibles de predecir, una tarde cualquiera llegó a la casa del poeta y músico Manuel Romero Villasanti -nacido el 12 de enero de 1926 en Coronel Oviedo-, en el barrio Las Mercedes (ex Troncón), de su ciudad natal, una morena de ojos dulces.
-Mi nombre es Ana María Niz pero me llaman Reina. Vengo de Santa Clara, jurisdicción de General Aquino, del Departamento de San Pedro. Mis hermanos son aficionados a la música y solemos escuchar su programa de radio. Vengo para que me escriba un verso-, le dijo la joven de 18 años como si llegara a casa de una modista para pedirle un vestido a su medida. Por entonces, ROMERO VILLASANTI era el director del CONJUNTO LOS DE LA SELVA con las voces del dúo Méndez-López.
Manuel, desde niño, había elegido el arte como medio para expresarse. MANUEL GIMÉNEZ, tío de HERMINIO GIMÉNEZ, fue su primer maestro de guitarra y canto. A los 10 años ya salía a cantar con quien entonces era su dúo, HÉCTOR R. DUARTE, ya fallecido y padre del hoy ministro de Educación y Cultura NICANOR DUARTE FRUTOS. Andando caminos, bebiendo la vida como se presentara, adquirió experiencia y, sobre todo, perfeccionó sus artes.
Hecho para lo que venía, Manuel no se sorprendió ante el pedido de quien había recorrido casi 200 kilómetros solo para llegar hasta él y pedirle unos versos. Luego de aceptar inspirarse en ella, le explicó que en ese momento salía -con su vehículo-, para llevar a su cuñada, de urgencia, al médico, prometiéndole que apenas volviera estaría enteramente a su disposición para lo que hubiera lugar. Su esposa Celina escuchó todo con naturalidad. Estaba acostumbrada a estas situaciones y no le extrañaba.
-Mirá que yo hago versos amorosos, pícaros y hasta atrevidos-, le advirtió a la dama al volver, media hora después.
-No me importa. Yo solo quiero su inspiración-, replicó ella. Enterado de los datos básicos que necesitaba, Manuel comenzó a escribir. Sus primeros versos giraron en torno a la casualidad que le traía un gozo imprevisto. Al rato le dijo que en la semana siguiente escuchara desde las 14.00 por RADIO ÑANDUTÍ, en el programa POR LAS RUTAS DEL PROGRESO la obra dedicada a ella.
-Cuando eso ocurra, tenés que volver junto a mí-, le indicó el compositor.
Ella prometió retornar. No volvió, sin embargo, nunca. Cinco días después había encontrado al amor de su vida y antes de dos meses estaba casada. Su novio primero y su marido después, - según cuenta que supo Manuel-, al enterarse de la música dedicada a ella, montó en cólera. Una vez, incluso, vació su arma sobre un parque de diversiones que hizo escuchar en un parlante el disco con la grabación de la obra que su autor había titulado de un modo que a cualquier hombre pondría celoso: REINITA MÍA.
«Una vez le mandé llamar para explicarle que entre ella y yo no había pasado absolutamente nada. No vino sin embargo. Únicamente estuvo conmigo su hermano para pedir disculpas por él, que no había entendido lo que pasó», cuenta Manuel en su casa de Coronel Oviedo. Al escribir, no había imaginado lo que vendría después.