El 23 de febrero de 1984, en Asunción, moría Florinda Velázquez Riveros, la que inspirara -en Quyquyhó 1918-, a Fernando Rivarola, los versos de ko’êmbota rebautizados por el ingenio popular con el título de FLORIPAMI.
El poeta era, por entonces, conscripto y estaba con permiso en su tierra. Casualmente, Florinda estaba allí de vacaciones. Si bien las huellas de Fernando Rivarola eran nítidas, gracias al testimonio de uno de sus hijos, Gilberto Rivarola, las de Florinda eran difusas. Completamos el relato aportando datos proporcionados por dos hijos y la nuera de aquella "musa inspiradora" que vivió los últimos años de su vida en el barrio Mariscal López -Tuyucuá-, de nuestra capital.
Florinda había ido de paseo a la casa de un tío, hermano de su padre, Florentino Velázquez, un fotógrafo argentino -retratista-, que se había radicado en la capital a fines del siglo pasado.
Fernando vio por primera vez a Florinda en una calle de Quyquyhó, paseando con su prima. La que motivó el deslumbramiento instantáneo del joven poeta era hija de María del Carmen Clara Riveros Carísimo y Jovellanos. Había nacido el 27 de enero de 1902 en la casona de El Sol -hoy Presidente Franco casi 15 de Agosto, de Asunción-, propiedad de la familia Carísimo. El muchacho se las arregló para decirles unos versos. "Se dirigía a las dos, pero, obviamente, su mirada se clavaba en la que después sería mi madre", cuenta Rodolfo Florentino Rojas Velázquez al rememorar aquel episodio, de acuerdo a lo que relataba su progenitora.
Antes de que pasaran muchos días, Fernando le llevó una serenata a Florinda en Quyquyhó todavía. Allí los músicos ya le cantaron KO’ÊMBOTA, sobre una melodía popular de la época.
"Yo no sé de dónde salió lo de 'Luty' que aparece en la poesía. El apodo de mamá era Chuchú", apunta su hijo, acompañado de su hermano Hugo Solano y la esposa de éste, ROSA JAVALOYES.
Aquel amor de juventud -él tenía 20 años, ella 16-, no se tradujo en ninguna relación duradera. La condición de "bohemio" de Rivarola pudo haber sido un factor decisivo para ella, que respe taba a pies juntillas los consejos paternos. Ya en Asunción, de vuelta, cada cual retomó su rumbo. Florinda, más tarde, se casó con el odontólogo Aurelio Rojas.
Se solía contar que Fernando Rivarola, para verla, se paraba los domingos horas y horas en la calle El Sol. La vivienda tenía unas macizas y altas rejas. Florinda -según el testimonio de sus familia res-, solía expresar que ella también había sido la destinataria de AL PIE DE TU REJA, cuyos versos fueron escritos sobre la melodía -ya existente en el repertorio popular-, de TAKEMI NDE POHÉI, que MAURICIO CARDOZO OCAMPO atribuye a ELOY MARTÍN PÉREZ. Dice, sin embargo él, en su libro de memorias (Cardozo Ocampo, Mauricio: Mis bodas de oro con el folklore paraguayo (Memorias de un Pychái). Asunción, 1980.), que la letra fue escrita a pedido de un músico de Quyquyhó, cuyo nombre no consigna. Leyendo con atención el texto, bien pudo haber sido dedicado a Florinda. Los versos aluden a ese enamoramiento a primera vista -desde que te he visto, enfermo estoy-, a lo que sufre por no ser correspondido, esperando que ella "ablande" su corazón. Aguardaba, acaso, con esas dolientes palabras, torcer el curso del destino. Cosa que no ocurrió.
Fuentes: Rodolfo Florentino Rojas Velázquez, Hugo Solano Rojas Velázquez y Rosa Javaloyes, hijos y nuera, respectivamente, de Florinda Velázquez de Rojas.
AL PIE DE TU REJA
A tu ventana niña hechicera llego rendido
para entonarte mis pobres trovas, llenas de amor;
deja tu sueño color de rosa y escucha atenta
todas las penas y la amargura de este cantor.
Ha mucho tiempo que te quería:
desde que te he visto enfermo estoy.
Me aprisionaste con tus hechizos
y desde entonces, sumiso y ciego, tu esclavo soy.
Despierta niña y oye las notas de la guitarra,
oye las quejas de mi alma triste, sentimental,
que a cada hora sueña y delira por tus caricias
y en tu ventana, todas las noches, llora su mal.
Si tú supieras, niña adorada, lo que yo sufro,
si tú supieras de mis ensueños, de mi pasión
estos cariños, jamás gustados, estos amores,
ablandarían con su terneza tu corazón.
Tú bien comprendes que te amo tanto cual nadie nunca
en esta vida podrá quererte mejor que yo
y en estas quejas de la guitarra, con toda el alma,