La capacidad de canto es un atributo que acompaña a los poetas. Es ese don para hacer de una gota un río, de una hoja un monte y de un guiño una catarata de miradas. Toman como punto de partida una mínima aunque esencial idea y gira con respecto a ella agregándole múltiples matices. Lo que a veces parece hasta imposible -decir tanto, de manera tan rica, acerca de algo tan pequeño-, para el mortal común, ellos lo logran con envidiable facilidad.
Emiliano R. Fernández es uno de ellos. Su talento creador era tan grande que fue capaz de hacer de un pedazo de estrella un universo de luceros; del murmullo casi escondido de una brisa, un tropel de vientos desbocados. En cualquiera de las modalidades poéticas que abordó -épica, amatoria, humorística, social, religiosa-, se nota esa característica.
Del variado repertorio de su poesía amorosa, hay uno que resalta nítidamente: Nde juru mbyte. En la Antología poética1 de Emiliano hecha por Rudi Torga tiene fecha y lugar de creación precisos: Ysaty, 15 de marzo, 1914. Si este dato fuese verdadero -porque ese año, según Roberto A. Romero2 cumplía su servicio militar a las órdenes del entonces teniente primero José Félix Estigarribia, en la Primera Zona Militar de Concepción- esta obra forma parte de su primer lote de producciones.
¿Quién fue la destinataria de los versos? Imposible saber. Obviamente una mujer cuya boca le encandiló. No cualquier parte de su boca tampoco: el centro, ese lugar que atrapa la mirada. No era su sonrisa o algún mohín que permitiera leer en clave de silencio su espíritu. Era ese lugar anclado en el rostro que todos miran sin mirar lo que le atrajo. Sus ojos de poeta desglosaron la boca para detenerse en lo que le sirve de eje para hacer girar sus palabras.
A partir del núcleo inspirador, va buscando y encontrando, que es lo principal-, las imágenes que retratan su pensamiento. Empieza con la uva -el parral en el castellano paraguayo-, se traslada a la miel a la que acudirá reiteradamente para dar énfasis a la dulzura que describe y la rosa con su aroma.
Si bien en algún momento da a entender que besó a la dama a la que conoció en una fiesta -un baile-, también da la impresión de que nunca tuvo esa dicha. Este verso parece corroborarlo: la ambyasymíva nachemba'éita araka'eve (Lo que siento es que nunca será mío).
Aparentemente fue solo un encuentro efímero del que solo le quedó la viva imagen de lo visto.
La música es de Mauricio Cardozo Ocampo, quien reproduce en uno de sus libros3 la letra en guaraní y agrega una versión en español Héctor Isaac, seudónimo de Isaac Felipe Guppy, poeta concepcionero -autor, entre otras obras, de Mariposa del ensueño; que lleva música de Ramón Vargas Colmán- que vive en Lambaré. «Traduje por 1960 más o menos y le llevé a Laureano Fernández, el hijo de Emiliano, para que me autorizara su divulgación. Así lo hizo y fue así como se publicó en el libro de don Mauricio Cardozo Ocampo», rememora.
(1) Torga, Rudi. Antología poética II, Emiliano R. Fernández. Asunción, El lector, 1998.