Rastrear las huellas de Emiliano R. Fernández por los pasillos siempre estrechos de la oralidad es una aventura apasionante. Con la pregunta en ristre y la curiosidad despierta, el investigador va encontrando pistas que le permiten unir piezas, cotejar historias y ofrecer a sus lectores sus hallazgos que en algunos casos no dejan de ser provisorios.
Si ser profesional de algo es dedicarse casi con exclusividad a un quehacer que la experiencia y el tiempo perfeccionan -sin considerar si se gana dinero o no con lo que se hace-, Emiliano era un profesional de la poesía. Su empeño y dedicación fundamentales eran escribir. Y, obviamente, recoger de la vida los temas de sus creaciones poéticas.
Una originalidad de Emiliano es que a una primera parte de su obra, en algunos casos, le agrega una segunda que la redondea y completa. Che pochyma nendive ilustra esta faceta bifronte. Su contracara es Ndachepochyi nendive. (Lo mismo sucede con Adiós che parajekue y Salud che parajekue, dedicadas a Puerto Pinasco). Por las expresiones que usa en ambas poesías, es obvia la unidad que tienen. Son parte de lo mismo. Las melodías -de Félix Pérez Cardozo- similares refuerzan esa apreciación.
Ahora bien, ¿quién fue la «Leonora ingrata»?. El cantante, compositor y gran conocedor de las historias de las canciones populares debido a su interés personal, José Magno Soler, da una versión de los orígenes de ambas polcas.
Su fuente fue Víctor Romero, hijo del propietario del bar «Mi refugio» que estaba frente a la iglesia de La Recoleta. Según le contó, una mujer de nombre Leonora trabajaba en el negocio de comidas y bebidas al paso. Su apellido se perdió en las malezas del tiempo. Emiliano «rayaba» por caña. «El romance nació del encuentro diario. Ella quedó embarazada. Hubo desavenencias en la pareja y él le escribió Che pochýma nendive. Luego, como era su costumbre, desapareció y se fue al norte. Al volver y reencontrarse, cuando ya la criatura había nacido, ella le reclamó el abandono y le llenó de insultos. A raíz de eso, en el mismo bar, le escribió Ndachepochyi nendive».
En San Pedro de Ycuamandyyú se conoce de otro modo el origen de Che pochýma nendive. El Dr. Julián Navarro Vera -fraterno compañero de ruta de la publicación de Las voces de la memoria que recoge en libros estos escritos-, conoció en el Sanatorio San Roque a la enfermera Carmen Torres, nieta de Leonora Ledesma, a quien -de acuerdo a su testimonio- Emiliano le escribió Che pochýma nendive. La siguiente posta fue su tía Tanti (Tránsita) Torres, hija de Leonora Ledesma, quien mencionó que un enfermero conocido como Iralita, del Instituto de Previsión Social (IPS) de San Pedro, le aseguró que la destinataria de la canción fue su progenitora. Aclaró que si bien su madre se llamaba Leonor -nació en 1905 y falleció en 1998-, le conocían todos como Leonora.
Agustín Irala Coronel (Iralita) -nacido en 1935-, quien además de enfermero jubilado es poeta, peluquero y concertista de guitarra, sostiene que escuchó, en 1948 en Puerto Pinasco, que Emiliano le contó la historia a su papá, también guitarrista y peluquero. «Con mi padre, Patricio Irala Fernández, se trataban -por el apellido- como parientes. Eran muy amigos. Le dijo que en San Pedro se había enamorado de Leonora antes de la guerra con Bolivia. Y que le prometió que cuando terminara el conflicto volvería para casarse con ella. Cuando regresó, encontró que ya no estaba libre. Por eso le escribió Che pochýma nendive. Le consideraba ingrata porque no le esperó», cuenta don Agustín.
Su testimonio, sin embargo, no explica cómo encaja en la historia Ndachepochýi nendive. Es el eslabón perdido de esta historia.