SANTIAGO CORTESI -nacido en Isla Sakâ, Yegros, departamento de Caazapá el 7 de junio de 1913 y fallecido el 4 de junio de 1992 en Asunción-, es uno de los grandes arpistas paraguayos. Primo de los Larramendia -AGUSTÍN, RUBITO; GENEROSO, CHIROLE; LUCIANO, CHULO-, su vida estuvo íntimamente ligada a esa fraterna y solidaria relación familiar.
«De niños, vivíamos todos juntos en un korapy guazú. No había alambrada ni nada que nos distanciara. Eran dos familias Cortesi y la nuestra. Mi mamá era también Cortesi. Los primos crecimos juntos, más apegados a los de nuestra propia edad. Jugábamos y trabajábamos. Y también aprendíamos música. Creo que esa inclinación nos vino de la ascendencia italiana de la rama de mi madre», explica Generoso Larramendia, lúcida memoria de su entorno familiar y de un segmento relevante de la música paraguaya en la Argentina.
Rubito muy pronto supo que su vocación era la música. A los 16 años ya tenía un conjunto del que formaban parte sus hermanos más grandes y Santiago -que había aprendido a pulsar las cuerdas del arpa con un maestro que había venido de otro lugar- así como su hermano Guillermo, al que apodaban Pilé.
Cuando sonaron los tambores de la Guerra del Chaco, en 1932, Agustín y Santiago bajaron hasta Kangó -hoy General Artigas, en el departamento de Itapúa- para alistarse en el Ejército. Fueron remitidos al Acantonamiento Militar N° 1 que estaba en el barrio Sajonia, Asunción. Su calidad de músicos pronto los distinguió entre los futuros combatientes. Fueron seleccionados para integrar el elenco artístico dirigido por Roque Centurión Miranda, hombre de teatro respetado y admirado en la época.
Después de algunas actuaciones benéficas para la Cruz Roja, remontaron el río Paraguay, bajaron en Puerto Casado y se internaron en la espesura chaqueña.
Sus instrumentos -Rubito, guitarra y Santiago, arpa- fueron sus armas. Libraban acaso las batallas más difíciles y permanentes de la contienda bélica: mantener alta la moral de los soldados, incrementar su patriotismo y conservar viva la llama del coraje. Formaban parte de la orquesta del Comanchaco dirigida por Herminio Giménez.
Cuando las metrallas callaron, los primos volvieron a Asunción. Agustín cumplió la promesa que le había hecho a Julián Rejala -también músico e integrante de la agrupación musical del frente- tomando parte de su conjunto. Santiago volvió a su tierra, sin dejar nunca las cuerdas de su arpa.
En la segunda mitad de 1930, con sus hermanos Generoso y Luciano, así como con los guitarristas Fidelino Castro Chamorro y Teófilo Noguera -ex integrantes también del conjunto del Chaco-, Agustín emprendió el vuelo hacia sus sueños: llegar a Buenos Aires, actuar, grabar y, en fin, hacerse famoso.
En 1940 Santiago -convocado por sus primos- viajó por primera vez a Buenos Aires. Volvió poco después. Como Generoso y Luciano vino al Paraguay a hacer su servicio militar en la Marina, cuando salían de franco, iban a la casa de Santiago.
«Él se mudó de donde vivía al barrio Pinozá. Construyó su casa allí. En ese tiempo compuso la música de Asunción del Paraguay. Fue en el año 1942. Emiliano R. Fernández le andaba buscando. Le habían dado su dirección antigua y, finalmente, lo encontró. Atapia jave la che róga ou la Emiliano che rendápe. Hoooopaaaa, ndaikatu mo'âi rejapo la arúva ndéve (cuando estaba haciendo la pared de mi casa, Emiliano vino junto a mí. No vas a poder hacer lo que te estoy trayendo), contaba Santiago que le dijo el poeta. Aru ndéve peteî verso, pero tuju meme la nde po (te traigo un verso, pero tu mano está llena de barro), le dijo Emiliano. Era una casa de tipo campesino, para no pagar alquiler», relata don Generoso.
«Pronto le hizo la música. Los Demetrio -Aguilar y Ortiz-, que eran parte de su conjunto entonces, la estrenaron», termina de contar Chirole Larramendia.
La letra tuvo otro itinerario. Otros itinerarios tal vez, en el tiempo y en el espacio.
Cuando Emiliano R. Fernández quería partir del lugar donde estaba, no había razones que lo pudieran atajar. Ni siquiera el amor, que parece ser el argumento más convincente para frenar a cualquier ser humano. El camino -ya fuese de polvo o de agua- ejercía sobre él una fascinación a la que no se resistía.
El poeta trabajaba en los obrajes de Carlos Casado en el Chaco. Y una noche cualquiera, como un jaguareté voraz del monte con olor a quebracho, la nostalgia se abalanza sobre él. En ese techaga'u superlativo hay que buscar el origen de los versos de Asunción del Paraguay.
«Un día Emiliano resuelve bajar a la capital. Y se viene con su hijo Guaho poty y su poema Asunción del Paraguay, que era algo así como la llave para la conquista de Asunción», contaba el poeta Darío Gómez Serrato en un texto escrito para la publicación «Emiliano rekove» que dirigía Marino Barrientos.1
A pesar de que Darío afirma que ya trae desde el norte la poesía, su contenido permite sostener que lo escribió ya después de llegar a destino. O al menos cuando estaba muy cerca de él y sentía fragancias que le eran familiares desde antaño. La Asunción a la que canta es muy inmediata a él, no lejana.
«Lo aguardamos con Félix F. Trujillo, Hérib Cuenca Riveros, José V. Rognoni y otros amigos», relataba Gómez Serrato. La espera fue infinita, «desde las primeras horas hasta el amanecer». Lo que ocurrió -según él mismo cuenta- es que Emiliano ya quedó varado por las playas del barrio Varadero». Unos amigos lo bajaron del barco allí. Fiel a su tradición, olvidó que lo estaban esperando.
El investigador de los pasos del escritor, Eugenio Hermosa Selliti ubica la creación de Asunción del Paraguay antes de la primera movilización, tras la muerte del teniente Adolfo Rojas Silva en el Chaco en manos de tropas bolivianas. Elpidio Alcaraz Segovia, también profundo conocedor del itinerario vital de Emiliano, cree que tuvo que haber escrito por esa época.
El igualmente versado rastreador de sus huellas Ángel Antonio Gini Jara recuerda que entrevistó al autor de la Música, el arpista y compositor Santiago Cortesi. «El me dijo que Emiliano le entregó la letra ya después de la Guerra del Chaco, en 1936», asevera y luego precisa que Emiliano fechó su creación en agosto de 1928, de acuerdo a Ka'a jarýi, una publicación que recogía las obras del vate de múltiple voz. «El primero en grabarlo fue el conjunto de Santiago Cortesi en Buenos Aires con las voces del dúo Alonso (Raúl)-Chulo (Luciano) Larramendia», añade Gini Jara.