Salir del país para ir a la Argentina y al Brasil en busca de la supervivencia, en primer lugar y de la gloria después -ambas eran muy esquivas para los artistas en el Paraguay-, era el sueño de los músicos. Los destinos preferidos eran Buenos Aires -desde finales de la década de 1920- y San Pablo -desde fines de la década de 1930-. A los primeros que habían probado fortuna en esos lugares les había ido bien. Y la noticia se expandió a los cuatro vientos.
La historia personal del músico, compositor y director de orquesta Herminio Giménez -nacido el 20 de febrero de 1905 y fallecido el 5 de junio de 1991- no podía ser diferente a la de sus colegas de entonces. Él fue uno de los pioneros en la Argentina. En 1927, a pedido del empresario de la música Manuel Viladesau, grabó los primeros discos de música paraguaya en Buenos Aires con Justo Pucheta Ortega, conformando el célebre dúo GIMÉNEZ-PUCHETA.
La Guerra del Chaco lo llamó después. "El mariscal Estigarribia, gran conocedor del soldado paraguayo, le dio a la música la importancia que tenía en aquellas difíciles circunstancias. Un día se enteró de que yo andaba por el Chaco, movilizado como combatiente y, sin más gestiones ni trámites, me designó Director de Música. Me ordenó llevar nuestra música a cada soldado, a cada combatiente que se hallaba en el Chaco" Cesaron de rugir las armas para que la contienda prosiguiese en el plano diplomático para establecer los límites y los excombatientes buscaron reencauzar sus vidas.
Tras el Golpe de Estado del 17 de febrero de 1936 que lleva al gobierno al coronel Rafael Franco, Herminio tomó el camino de su primer exilio para arribar a Concepción. Luego rumbeó al este, para dirigirse al Brasil. "Fue en las picadas del monte Chirigüelo, entre Concepción y Pedro Juan Caballero que se inspiró para componer el aire paraguayo que llamó “El canto de mi selva” Allí, en algún arrugado cuaderno seguramente, escribió sus notas iniciales y, con el tiempo, terminó", contaba doña Victoria Miño, la viuda -también ya fallecida-, de Herminio.
"Cuando iba con sus compañeros cruzando el bosque inmenso, al amanecer, le sorprende el canto de los pájaros de la selva. Las primeras luces van llegando con la fiesta que había en el entorno. Las voces que se notan claramente y con mayor insistencia son las del pájaro campana y el chiricote. El flautín hace la voz del guyra campana y la flauta la del chiricote. También interviene el clarinete, que tiene un timbre parecido al de esos otros dos instrumentos. Otras aves también aparecen en el concierto que tiene ritmo de polca y a ratos es muy vivaz. En un momento dado, todo se detiene y hay una especie de competencia entre los dos pájaros principales. Al final, todos vuelan para buscar su sobrevivencia del día y eso se refleja en la música donde todas las voces se superponen", relataba también doña Victoria.
"El compositor presenta este incitante intercambio de voces como estímulo para que, en vigoroso crescendo, todas las aves se vayan sumando con su canto al himno de exuberante sonoridad que saluda al alba del nuevo día. El tutti de la orquesta presta adecuado marco al final de la obra" dice José Fernando Talavera.
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EL CANTO DE MÍ SELVA
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