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ANA RIBEIRO
  GASPAR RODRÍGUEZ DE FRANCIA, EL HOMBRE DE LA INDEPENDENCIA Y EL AISLAMIENTO PARAGUAYO Autora: ANA RIBEIRO


GASPAR RODRÍGUEZ DE FRANCIA, EL HOMBRE DE LA INDEPENDENCIA Y EL AISLAMIENTO PARAGUAYO Autora: ANA RIBEIRO

GASPAR RODRÍGUEZ DE FRANCIA,

EL HOMBRE DE LA INDEPENDENCIA Y EL AISLAMIENTO PARAGUAYO

Autora: ANA RIBEIRO


Colección: PROTAGONISTAS DE LA HISTORIA.

Editorial EL LECTOR


 

Coordinador Editorial: BERNARDO NERI FARINA,

Director de la Colección: HERIB CABALLERO CAMPOS

Diseño de tapa: DENIS CONDORETTY

Asunción – Paraguay,

2011 (138 páginas)

 

ÍNDICE

PRÓLOGO

I. DÓNDE Y QUIÉN

1-EL PARAGUAY ANTES DE LA CRISIS MONÁRQUICA ESPAÑOLA Y LA JUNTA DE MAYO DE 1810

2-ÉLITE, SABER, PODER 

3-ORÍGENES Y FORMACIÓN DE GASPAR RODRÍGUEZ DE FRANCIA

II. CUÁNDO

1- DE PARAGUAY A LA JUNTA GUBERNATIVA:

AÚN EN NOMBRE DE FERNANDO VII

2- RETIROS Y RETORNOS: LA FORJA DE UN PODER NUEVO...

3- DE CÓNSUL A DICTADOR

4-ABROQUELARSE ANTE EL "AFUERA":

GEOPOLÍTICA DE UN AISLAMIENTO

5-LA CONJURA

III. CÓMO

1-LA PERPETUIDAD

2-EL AMARGO NARANJO

3-EL EJÉRCITO EN EL SISTEMA FRANCISTA

4-FUNCIONES Y SUPEDITACIÓN DE LA IGLESIA 

5-COMERCIO, ECONOMÍA Y PATRIMONIALISMO 

6-DELACIÓN, MIEDO Y PATERNALISMO

IV.  DESPUÉS

1-MUERTE Y VACÍO DE PODER

2-EL KARAÍ GUAZÚ EN EL RELATO DE LA NACIÓN.

CLAVES HISTORIOGRÁFICAS

FUENTES CONSULTADAS

LA AUTORA

 

PRÓLOGO

El libro de Ana Ribeiro sobre José Gaspar Rodríguez de Francia, es por demás interesante porque parte de una serie de preguntas que son respondidas a lo largo del texto.

Ana Ribeiro es una destacada historiadora uruguaya, conocedora e incansable investigadora del período inmediatamente posterior a las independencias de nuestros países. Ella nos acerca una investigación inédita sobre quien, hasta la fecha, es uno de los personajes más polémicos de la historia paraguaya.

Primeramente la doctora Ribeiro se acerca al lugar donde nació, creció y se crió nuestro protagonista para luego develarnos quien fue José Gaspar Rodríguez de Francia, ese hombre sobre el cual se tejieron indecibles mitos y leyendas ya sea para denostarlo o para endiosarlo.

La autora trata de recuperar la figura de un hombre, no un demonio ni un ángel sino una persona, la cual tenía un proyecto político que logró imponer a lo largo de su vida.

Luego de develarnos quien fue el Doctor Francia, el libro se ocupa del tiempo, del cuando pergeño, organizó y luego logró establecer su proyecto político frente al sostenido por otros líderes del proceso independentista paraguayo. La autora en un estilo claro y preciso nos aproxima a cada etapa del proceso de consolidación en el poder del Doctor Francia.

En el tercer capítulo se responde a cómo Francia logró consolidarse en el poder, establecer un régimen de acuerdo a sus convicciones e ideales y enfrentar a las poderosas fuerzas internas y externas que pretendieron derrocarlo. Ana Ribeiro explica detalladamente como el Dr. Francia consiguió la perpetuidad en el cargo, como desactivó y reprimió a la conspiración del año 1820 y como fue estructurando su poder con un fuerte basamento en el ejército, además de ayudarnos a comprender la forma en que la Iglesia fue una herramienta dentro de su esquema de poder.

Esta obra es un aporte intelectual importante, pues fue concebida con criterios historiográficos contemporáneos, y el profesionalismo de la autora, su detallado conocimiento de los archivos le permiten superar el viejo antagonismo de francistas y antifrancistas, con lo cual se puede superar la historia maniquea que predominó en la historiografía paraguaya por muchas décadas.

Este libro permitirá a los lectores comprender más al hombre, los desafíos que tuvo que enfrentar, y tener una cabal dimensión de sus virtudes y defectos.

Por todo esto agradecemos a la Dra. Ribeiro por esta magnífica obra con la cual Editorial El Lector y ABC Color dan inicio a una nueva Colección, en homenaje al Bicentenario de la República.

HÉRIB CABALLERO CAMPOS

Asunción, Febrero de 2011

 

I. DONDE Y QUIEN

1. EL PARAGUAY ANTES DE LA CRISIS MONÁRQUICA ESPAÑOLA Y LA JUNTA DE MAYO DE 1810

Como todo hombre destacado de su tiempo, Gaspar Rodríguez de Francia solo puede ser retratado y comprendido en las coordenadas geográficas y cronológicas en las que vivió.

José Gaspar Rodríguez de Francia y Velasco nació en Asunción el 6 de enero de 1766, cuando Paraguay era parte de las posesiones coloniales de España. Murió en la misma ciudad, el 20 de setiembre de 1840, identificado con el proceso de independencia de Paraguay como país, luego de gobernarlo con mano férrea durante treinta años. A su nombre le antecedía el título de Doctor y, una vez obtenido, el de Dictador Supremo.

El Paraguay Colonial fin secular en el que nació y vivió tenía características que serían determinantes en el proceso independentista. Asunción, que fue la primera ciudad capital del Plata, tuvo siempre necesidad de crear en la boca del río un puerto que la vinculase con el océano, facilitándole el comercio y las comunicaciones con la metrópoli, Buenos Aires. Por eso Mariano Antonio Molas no dudó en decir: "el río Paraguay, primitivo y verdadero Río de la Plata".

A tales efectos Buenos Aires fue refundada por Juan de Garay, con hombres y pertrechos llegados desde Paraguay. La expresión a la que regularmente se recurría para hablar de la salida por el río Paraguay era muy gráfica: abrir entrada a la tierra:

Pero el complejo sistema colonial rodeó al nuevo puerto de tributos que todos los pueblos existentes a lo largo de los ríos sintieron como una carga: ''Buenos Aires que naciera para servir al interior, puso al interior a su servicio" sintetiza Julio César Cháves.

En 1776, al erigirse el VIRREINATO DEL RÍO DE LA PLATA y designar capital a Buenos Aires, la "provincia gigante" de Paraguay quedó convertida en una "provincia mediterránea", vio menguado su territorio y su jerarquía, algo que reprochó ácidamente Rodríguez de Francia, al principiar la independencia: "No ha sido (Buenos Aires) más que una fundación y colonia del Paraguay, a cuyos Gobiernos, temporal y eclesiástico, estuvo, lo mismo que Santa Fe y Corrientes, otras colonias y dependencias del Paraguay, sujeto cerca de un siglo, gobernando aquellos tres pueblos por medio de sus tenientes el Adelantado o Gobernador y Capitán General establecido en esta ciudad de la Asunción, que ha sido la verdadera antigua y primitiva capital de las poblaciones del Río de la Plata."

Dependiente de la salida que le franqueara Buenos Aires, Paraguay solicitó se establezca un puerto preciso en Santa Fe, como mecanismo de verificación de tripulaciones, para impedir el reclutamiento de tripulaciones indias, que se fugaban una vez que llegaban al Río de la Plata. El mecanismo derivó luego en la obligación de pagar aranceles y descargar las mercaderías, que seguían su trayecto en carretas hasta Buenos Aires, con los consiguientes aumentos de costo, deterioro y pérdida de tiempo. El puerto preciso se anuló en 1779, pero el libre comercio entre la provincia de Paraguay y la capital del Virreinato quedó sujeto a varios impuestos. Los mismos no se contradecían con el hecho de que los comerciantes bonaerenses se vincularan con sus pares asuncenos, en su mayoría cabildantes, para diversos emprendimientos. Astilleros, el tabaco y la REAL FÁBRICA DE CABLES Y CALABROTES que procuró imponer el güembé como sustituto del caraguatá (para abastecer a la ARMADA REAL afincada en Montevideo), fueron algunos de los negocios en común.

El tabaco paraguayo se pagó en monedas de plata, que dinamizaron la economía provincial. La REAL RENTA insistió en obtener de Paraguay tabaco negro torcido que pudiera sustituir el que se compraba a Brasil. Se contrataron maestros portugueses expertos en su fabricación y se cosechó. En 1798 el gobernador Ribera envió a Buenos Aires varias muestras dispuestas en cajas, para que las reembarcaran rumbo a la península ibérica. Las condiciones de embarque y las largas esperas en el puerto de Buenos Aires afectaron el contenido de las cajas, que recién cuatro años más tarde fue evaluado. Lo calificaron como "bueno; pero no de superior calidad; superior; sano y regular; regular y más que mediano". El gobernador Ribera insinuó que en Buenos Aires se procedió de mala fe.

La geografía marcó a Paraguay como territorio de frontera, vecino de la amenaza de los bandeirantes paulistas o los indígenas del Chaco en el limes norte, que solían arrasar los poblados y ciudades paraguayas. Además de atender estos peligros, el Paraguay ,así como Misiones, fueron proveedores de mano de obra y de soldados, por concepto de leva, para toda la región virreinal que integraban, quienes actuaron en las reconquistas españolas de Colonia del Sacramento; levantaron la empalizada perimetral de Montevideo y la solventaron con el impuesto a la yerba; pagaron otro impuesto para la manutención de las fortificaciones de Buenos Aires, obtenido de las arrobas de yerba que se sacasen del Paraguay; acudieron con hombres y armas a la defensa de Buenos Aires y de Montevideo, en ocasión de las invasiones inglesas.

El mestizaje nació con la ciudad y ha sido invocado como la causa de la perdurabilidad de su fundación. Sin embargo, la sociedad paraguaya no dejó de estar jerarquizada por ser mayoritariamente mestiza y, aun cuando la mezcla racial era para muchos una vía de beneficios, el mestizo era estigmatizado. A fines del XVIII, si bien se reconocía la "hidalguía" de los primeros hijos de europeo e india (los "mancebos de la tierra"), los "segundones", "tercerones" y "cuarterones" estaban inferiorizados respecto a españoles y criollos. El destaque social de las pieles claras se incrementó a mediados de siglo, cuando se restableció la inmigración española y llegaron mercaderes y artesanos de Andalucía, Castilla, Galicia y Cataluña.

Los jesuitas, en contra de la idea dominante en las demás órdenes religiosas, no evangelizaron para integrar al indígena, sino que lo aislaron para preservar una virginal "tierra sin mal", creando en sus misiones una sociedad paralela. En 1781, ya expulsada la ÓRDEN DE JESÚS, el gobernador Pedro Melo de Portugal ordenó a españoles, mestizos y mulatos abandonar los pueblos indios, porque la presencia de españoles cerca de estos pueblos era perniciosa, ya que los incitaban a sublevarse y, en vez de buscar sus medios de subsistencia, los acostumbraban a vivir de los restos de los blancos, vagando y mendigando. Esta medida se sumó a la condición de "remota" que tenía la provincia, que muchas veces acusó a la Corona de abandono y redundó en un aislamiento casi intrínseco del territorio paraguayo.

Los informes de la Iglesia documentaron una y otra vez los largos viajes de acceso de sus sacerdotes a la Provincia Gigante, en contraste con los cortos diezmos que les ingresaban; la falta de atención brindada por la sede eclesiástica de Buenos Aires hacia la Iglesia del Paraguay, país "en donde de tiempo en tiempo, y como por casualidad, se ve un obispo que pasa como sombra". Los números eran elocuentes: "en los 253 años que han corrido desde la erección de esta Catedral, ha estado viuda nada menos que 166", dice en un documento guardado en el ARCHIVO GENERAL DE INDIAS.

La población paraguaya en el período colonial, pues, puede sintetizarse refiriendo que consistía en numerosos pueblos indígenas que vivían prácticamente aislados, fuerte mestizaje en todo el territorio de la provincia y una minoría hispana predominantemente urbana, que formaba parte de la élite.

Esa élite negociaba prebendas económicas y sociales con la Corona, pero dependían -y protestaba por ello - de la mediación de la capital, Buenos Aires. Pese a sus protestas hay que admitir que los controles ejercidos sobre el territorio del Paraguay por parte de la Corona y de la capital del virreinato no fueron excesivos. En primer lugar, debido a la débil imposición de los funcionarios, en una provincia en la que las órdenes reales debían ser explicadas en guaraní a aquellos que no entendían el castellano. Previsoramente, así lo ordenaba el gobernador Pedro Melo de Portugal. En segundo lugar, debido a la virulencia de las respuestas locales; no causalmente el gobernador Agustín Fernando de Pinedo, una vez terminado su mandato, se negó a permanecer en la provincia a esperar el habitual "Juicio de residencia" que se aplicaba a los de su jerarquía, argumentando que Paraguay era una provincia "contagiada de la inobediencia y falta de veneración de sus Gobernadores".

La gota que faltaba para desbordar el vaso de esa desobediencia fue la crisis de la monarquía iniciada en 1808, tanto en España como en América. La conflictividad se derramó por el imperio, con gran complejidad.

A1 principio, la decadencia de las instituciones coincidió con las esperanzas que se depositaron en Fernando VII, el "Deseado". Conservar el reino para el fugitivo Fernando VII se convirtió entonces en causa sagrada. De ese patriotismo hispano inicial se pasó luego a la reasunción de la soberanía y más tarde al autogobierno.

Gaspar Rodríguez de Francia fue el hombre clave en ese proceso político que se inició en nombre de Fernando VII y culminó con la independencia de Paraguay, país nuevo que negó obediencia a la vieja metrópoli, pero también a Buenos Aires, cerrando sus puertas a toda forma de integración o participación en la política regional.


2. ELITES, SABER, PODER

La supresión del PUERTO PRECISO DE SANTA FE y el REGLAMENTO DE LIBRE COMERCIO de 1778 permitieron el aumento de la producción, sobre todo de yerba mate. De hecho, J.P Robertson, observó que los hacendados paraguayos, dueños de extensísimas tierra, se sentían inferior a los comerciantes: "Un pobre estanciero", "un pobre hacendado", eran expresiones tan comunes como "un comerciante poderoso", "un tendero rico".

Es J.P. Robertson quien ha dejado uno de los mejores retratos de la Asunción contemporánea de Gaspar Rodríguez de Francia:

"La población puede clasificarse así: 1 °- Miembros del cuerpo político, incluso los militares; 2-- El clero secular y regular; 3-- Abogados y doctores, tinterillos y escribanos; 4°-- Comerciantes; 5°- Grandes estancieros; 6--Tenderos; 7°-Chacareros o quinteros en los alrededores de la ciudad; 8-trabajadores libres, comprendiendo los que navegan en los ríos y trabajan en los yerbales; 9-- Indios domésticos".

Estimaba que las clases primera a sexta, inclusive, eran constituidas por unas 300 familias; la séptima, por 500; en la octava habría 1.000; y en la novena, unas 700. Totalizaban 2.500, lo que, si se considera a la familia tipo de cuatro miembros, le daba la suma que él consideraba más adecuada: 10.000 habitantes.

El mercado era el lugar donde todos esos grupos se mezclaban en abigarrado conjunto. Las mujeres, llevando su carga sobre la cabeza: tarros de miel, atados de mandioca, algodón en rama, canastos llenos de sal, mazos de tabaco o ruedas de cigarros. Los brazos cargados de velas, bizcochos, flores, botellones de licor, ají, ajos, maíz.

Las tres cuartas partes de los vendedores y compradores eran mujeres, "de suerte que el suelo velase cubierto de una densa masa de figuras vestidas de blanco, charlando, regateando, disputando y vociferando en guaraní", en ensordecedor alboroto. "Por este lado va una conduciendo un asno con canastos llenos de aves y huevos; por aquel va otra cargada de melones, higos, naranjas y almizcle. No faltaron quienes ofrecieran cañas dulces, en trozos pelados y listos para comerse. Luego llegaron los carros de los carniceros con malísima carne de vaca, porque no saben hacer la matanza, y cuyos pedazos sanguinolentos van colgando del tosco vehículo con ramada de paja", relata un azorado J.P Robertson.

"Después de esos grupos vienen los indios payaguá, sanos y atléticos, con los pescados suspendidos en largas varas que llevan sobre los hombros. Siguen a estos otros, cargando atados de chala traída del Chaco para los caballos de la Asunción. Cuando todos estos gremios se congregan en el mercado en número, según mis cálculos, de quinientas personas, se colocan junto con sus artículos en hilera dejando el espacio estrictamente necesario para que caminen los compradores. Los víveres se colocan en el suelo sobre esteras y sus dueños se sientan en embichas detrás."

El desorden del mercado no le impidió a Robertson observar que todas esas clases sociales se relacionaban simultáneamente en forma horizontal y vertical. Había mandato y obediencia, existían rangos y diversas formas y usos de los prestigios sociales, pero también había figuras de permeabilizaban esa estructura, atravesándola de clase a clase. Una de esas figuras era la del padrino. "No se tiene en Inglaterra la menor idea -anota Robertson- del influjo absoluto y casi sagrado que ejerce un padrino católico romano sobre las familias a quienes lo une ese lazo, y menos se conoce la obligación estricta en que se halla, de protegerlos y en especial a los ahijados, con quienes contrae primordiales deberes en la fuente bautismal". Un padrinazgo, además, vinculaba a quien lo asumía con su apadrinado, sus padres, sus abuelos y bisabuelos y establecía una red de protección, fidelidad y reciprocidades múltiples que se prolongaba en el tiempo. En Paraguay ser rico en ahijados era ser poderoso: "El secreto para llegar a ser en ese país un personaje, es convertirse en compadre universal". Las profesiones como la abogacía no eran incompatibles con los negocios y un doctor podía alternar en un mismo local su bufete profesional con una tienda de vinos y, mientras atendía las demandas de sus clientes, soltar la pluma para vender tabaco, vino o higos al menudeo. La distinción de tales profesionales se evidenciaba en su pulcra concurrencia a misa los domingos (lo que incluía zapatos con hebilla y medias de seda), generalmente seguidos de sus sirvientes, también muy acicalados, aunque descalzos.

¿Quiénes integraban la élite paraguaya? Los funcionarios del gobierno con representación real o designación virreinal; los comerciantes, en su mayoría (aunque no exclusivamente) españoles y miembros del Cabildo; los hacendados vinculados con los grupos blancos y mestizos fundacionales; los miembros del alto clero y los letrados formados en Chuquisaca o Córdoba, enlaces entre todos los grupos sociales, gestores comerciales y escribientes políticos. Gaspar Rodríguez de Francia era miembro de esa élite, aunque desde muy temprano en su carrera, ejerció una tarea de articulación con los sectores populares.

Cuando, a raíz de los sucesos de 1811, Gaspar Rodríguez de Francia accedió a mayores cuotas de poder, asestó golpes fundamentales sobre las viejas familias terratenientes, sobre los profesionales y letrados, pero lo hizo de forma de mantener (y transferir a sí mismo) la tradición hispánica del patriarcalismo. El patriarca o patrón estaba por encima del sistema de gobierno que lo tenía como cabeza política.

Así fue en tiempo de los gobernadores y así fue cuando Rodríguez de Francia se convirtió en Dictador. Por encima de esa red social que todavía ligaba a unos con otros mediante lazos de dependencia y lealtad (basados en la entrega de alimentos, tierra, trabajo o protección), el jefe máximo se erguía como el árbitro dispensador de justicia. Justicia entendida como equidad: a cada uno de acuerdo a lo que necesitaba y al lugar que ocupaba en la escala social; sin confundir, por ejemplo, los derechos de un esclavo con los de un noble.

Los sectores más humildes no dudaban en apelar, demandar o quejarse contra jueces, comandantes y todo tipo de autoridades que intermediaban entre ellos y esa autoridad superior. La cima del poder era un sitial de equidad absoluta: desde que podía más que todos representaba al todo. En ese sentido, el Dictador -como antes el Rey- fue la última instancia de apelación de todos los reclamos y quejas de los paraguayos de todos los grupos sociales.

Como patrón equitativo era dueño de todos los bienes del país, dado que arbitraba su usufructo. Patrimonialismo y patronalismo, las dos herencias coloniales, se encarnaron en el Dictador.

¿Cómo lo hizo? A diferencia de la mayor parte de los héroes americanos de la independencia, el Dr. Francia no es representado jamás como un épico jinete, algo apropiado para aquellos poderes nuevos, generalmente vinculados a la gesta militar o al "bandidísimo" social. Su retrato es el de un hombre que medita, rodeado de libros, un globo terráqueo y un ambiente ciudadano. Dominó y adaptó a su medida un poderoso aparato militar, pero no empuñó lanza ni rifle, sino pensamiento y estrategias. Dominó desde el saber.


3. ORÍGENES Y FORMACIÓN DE GASPAR RODRÍGUEZ DE FRANCIA

Su padre había sido uno de los brasileños que ingresó al Paraguay para establecer fábricas de tabaco, llamado José Engracia García Rodríguez Francia. Se desempeñó por cerca de diecisiete años como militar y llegó al grado de capitán. Su madre se llamaba María Josefa Fabiana Velasco y Yegros, de la rama de los más antiguos conquistadores del Paraguay. José Gaspar era, pues, primo de Fulgencio Yegros. Fue el tercero de cinco hijos y nació en Asunción el 6 de enero de 1766. Estudió en el colegio franciscano de Asunción y luego concurrió a Córdoba como alumno lnterno del COLEGIO UNIVERSITARIO DE NUESTRA SEÑORA DE MONTSERRAT. Sus años estudiantiles dejaron recuerdos de la dureza de su carácter y de su ambición por destacarse. Demostró dotes de gran inteligencia, pero también "de un temperamento nervioso e irascible, tanto que por cualquier pequeña cuestión reñía con sus compañeros, amenazándoles con un pequeño puñal del cual nunca se desprendía', dice Wisner de Morgenstern. "Y fue con la punta de este mismo puñal -agrega-, que un día grabó en un banco del colegio su nombre y apellido, habiendo cambiado la ortografía de la palabra "Franza" por la de Francia, asegurando a sus compañeros (según versión de Don Pedro Somellera), que su padre y madre eran de origen francés, y que el apellido Franza venía equivocado, pues el apellido de la madre era Francia y así que él desde entonces firmaba José Gaspar Rodríguez de Francia", agrega.

Cuenta la tradición que no se inmutó en absoluto al recibir la noticia de la muerte de su madre. En 1785 dejó la UNIVERSIDAD DE CÓRDOBA con el título de doctor en Teología, no deseando continuar los estudios eclesiásticos como quería su padre, quien continuaba al frente del negocio familiar de tabaco. Durante sus estudios tuvo como instructor a un tío suyo, fray Fernando Caballero.

En el REAL COLEGIO DE SAN CARLOS ocupó la cátedra de latín y la de teología, renunciando finalmente "en virtud de no marchar de acuerdo con los padres franciscanos, a causa de las continuas manifestaciones anticlericales que hacía en presencia de los alumnos", cuenta Wisner de Morgenstern. Con la herencia recibida a la muerte de su madre se compró una chacra en Ibiray, donde vivió desde entonces, manteniéndose alejado de su padre, de la nueva esposa de éste y de sus hermanos, en una actitud de prescindencia afectiva que lo caracterizó siempre. Se ocupó entonces únicamente de su oficio de letrado. Agrega el citado biógrafo:

"En aquella época era un hombre de costumbres muy sencillas. Tenía el ademán reposado, usaba la expresión medida, era sobrio en sus juicios, honrado en sus procederes; pero vivía sin mayores relaciones, sin mujer, sin hijos y sin cariños a nadie, siendo su única compañía un moreno viejo que tenía a su servicio.

Era completamente desinteresado, el dinero tenía para él poco valor, empleándolo solamente para llenar sus pocas necesidades y para adquirir libros destinados a su pequeña biblioteca, a la cual él consideraba la mejor que existía en el Paraguay y la que contenía aproximadamente unos 250 volúmenes ".

Odiaba a los españoles, a los propietarios ricos y a los privilegios que unos y otros tenían en el régimen colonial; como letrado los enfrentaba duramente, granjeándole esto la simpatía de los sectores populares. "Como se había educado fuera del país pretendía ser muy ilustrado, y en efecto pasaba fácilmente como un oráculo de sabiduría. El poder leer o hablar otro idioma que no fuera el español o guaraní, era una cosa extraordinaria entre las gentes sencillas y Francia tenía algunos conocimientos del francés, con lo que estaba él muy orgulloso, no solo porque le daba reputación de ilustrado, sino por que confirmaba la creencia general de que su familia procedía de origen francés."

Un desaire amoroso lo hizo odiar a la familia Machaín, a los oficiales del ejército y a los comerciantes españoles, cuando le arrebataron a la mujer que había pedido en matrimonio. Petrona Zavala, pretendida por Francia en 1804, hija del prominente comerciante asunceno Lázaro de Ribera y de una porteña de familia importante, lo rechazó. La joven se casó con el comerciante y oficial de milicia Juan José Machaín, descendiente de una familia española. Según De Morgenstern, esto motivó una alteración en su conducta: "se entregó a una vida disipada y en sus amores sensuales, nunca hizo cuestión de moralidad, siendo siempre sus relaciones con la gente más baja, habiendo tenido en diferentes mujeres dos hijos que fueron completamente abandonados por él."

Continuó un tiempo en esa vida de excesos y placeres hasta que una seria enfermedad lo postró en cama durante largo tiempo; pero repuesto de sus dolencias, modificó completamente su método de vida, volviendo a ocuparse en sus tareas de letrado", agrega. En ellas procedía con rectitud y honorabilidad, siendo defensor de los pobres y dueño de una reputación que lo señalaba como "el hombre más honrado, justo y de ilustrado consejo que existía entonces". Varios testigos directos afirmaban que el Dictador era un hombre de carácter accesible en los primeros años de su gobierno, que recibía a todos los funcionarios públicos y ciudadanos, atendiendo reclamos, escuchando sus problemas. Era efectivo y amable. Pero todo cambió cuando se descubrió la conspiración o conjura de 1820. Dice De Morgenstern: "recién entonces se empezó a notar un cambio brusco en el modo de proceder del Dictador, extremando la severidad en todos sus actos y castigando sin contemplación alguna la más leve falta".

Francia no era propietario de grandes lotes de tierra ni participaba del lucrativo negocio de la yerba, ni del comercio. Por el contrario, sus actividades legales, sus servicios al Cabildo y su actuación como diputado consular, lo convencieron del favoritismo del Gobierno hacia los comerciantes peninsulares. A raíz de esto y de las razones personales indicadas, enfrentó duramente a los españoles, a los propietarios ricos y a los privilegios que unos y otros tenían en el régimen colonial, con lo cual se granjeó la simpatía de los sectores populares, base de su ascendiente político. Él era, pero no era, parte de la elite colonial.


Juan Parish Robertson lo trató mucho a lo largo de los cuatro años en que vivió en Asunción. Lo vio por primera vez alrededor de 1812, cuando, arrastrado por su pasión por la caza, le disparó a una perdiz en vuelo, en medio de un valle. Escuchó entonces una voz que le decía "buen tiro”.

"Me di vuelta -recuerda- y vi a un caballero de cerca de cincuenta años, vestido todo de negro con un gran capote encarnado sobre los hombros. Tenía en una mano una copa de tomar mate y en la otra un cigarro, un negrito con los brazos cruzados estaba en espera al lado del caballero. El desconocido era moreno, de ojos negros muy penetrantes, y dábanle un aire de dignidad sus cabellos negros que peinados hacia atrás dejando descubierta su amplia frente, caíanle en bucles naturales más debajo de la nuca. Usaba en los zapatos grandes hebillas de oro y eran del mismo metal las que sujetaban sus calzones en las rodillas.

Le presenté mis excusas por haber hecho fuego tan cerca de su casa, y con mucha bondad y finura, me aseguró el propietario que no había por qué pedirlas y que tanto la casa como sus campos estaban a mi disposición para cuando quisiera cazar en ellos.

Hospitalario y cortés como todos sus compatriotas, me invitó el desconocido Señor a tomar asiento en el corredor, agasajándome con mate y cigarros. Una esfera celeste, un gran telescopio y un teodolito veíanse a la entrada, y deduje en el acto que me hallaba en presencia del Dr. Francia. No podía ser sino él."

Luego de confirmarle quien era, Francia lo llevó a su biblioteca: "los libros estaban colocados en tres anaqueles que ocupaban todo el largo de la habitación, y ascenderían a trescientos volúmenes. Había sendos libros sobre jurisprudencia; algunos de ciencias filosóficas; unos pocos en francés y en latín, de literatura: los elementos de Euclides y algunos textos escolares de álgebra. En una mesa grande había remesas de memoriales y de expedientes judiciales, y junto a éstos, desparramados, algunos infolios con pasta de cuero". Una vela encendida para alumbrar y permitir encender el cigarro, una copa para apoyar el mate, un tintero de plata, sillas antiguas y pesadas, sobres y cartas desparramados por el suelo, los aperos para montar amontonados en un rincón, zapatillas, botas y zapatos tirados en forma desordenada, un cántaro y una tinaja de agua: tales los enseres de la biblioteca. Francia le resultó un hombre agradable: "su porte era atrayente y modesto, sus principios eran justos, si bien no muy levantados, a juzgar por sus propias declaraciones, y su integridad como abogado, indiscutible", sigue diciendo Robertson.

"Me pareció que la vanidad era el rasgo prominente de su carácter, y aunque había una inflexibilidad latente y una expresión adusta en su semblante, se esfumaban al sonreírse, produciendo simpática impresión en sus interlocutores.

Gustaba mucho que se supiese que poseía el francés, que no entraba en el plan de estudios del Paraguay, e hízome saber que leía las obras de Voltaire, de Rousseau y de Volney, compartiendo por completo las ideas de este último".

Aunado a su reputación de conocedor de álgebra y astronomía conformaban un cuadro de excéntrica superioridad: " En el Paraguay, dominar el francés y saber nociones matemáticas, así como manejar el teodolito y tener libros excomulgados, constituía una excepción a la regla general."

Su prestigio de hombre honrado, justo e ilustrado lo llevó a filas del gobierno en la difícil coyuntura de 1808 (año en que fue electo diputado ante las autoridades peninsulares que enfrentaban la crisis monárquica desatada por las invasiones napoleónicas), teniendo especial protagonismo a partir de 1810, cuando el movimiento juntista estalló en Buenos Aires y Paraguay debió decidir su destino político. En esa nueva circunstancia, Robertson observó a los hombres poderosos del Paraguay revolucionario de 1811. De Fulgencio Yegros y el vocal Juan Pedro Caballero, los vencedores de Belgrano, que después derrocaron al gobernador español Velazco dijo: "Ambos pertenecían a la noble carrera de las armas y la revolución los ascendió de capitanes que eran a generales. Faltábales inteligencia, educación y experiencia del mundo. Jamás habían salido de su provincia nativa."

Fue más indulgente con Fernando de la Mora, en quien reconocía un "notable abogado, hombre talentoso, enérgico y culto". También reconoció saberes en Gregorio de la Cerda, encargado del despacho gubernativo, y en el secretario Larios Galván, pese a considerarlos débiles. "Todos ellos, por esta causa o la otra, cayeron víctimas de la desconfianza de la emulación y de la incansable crueldad de Francia. Este personaje poco antes de mi llegada ejercía la Secretaría de la Junta, pero habiéndose mostrado tan petulante, tan absorbente y tan díscolo, agotó al fin la paciencia de Yegros y de Caballero que osaron discutir de opinión con él. Este rasgo de justa independencia bastó para que el tirano incipiente renunciara el puesto facilitando así la elevación de Mora y de Galván.", agrega.

¿Cuándo y cómo pasó de "tirano incipiente" a Supremo Dictador?


FUENTES CONSULTADAS

ARCHIVO NACIONAL DE ASUNCIÓN

ARCHIVO GENERAL DE INDIAS, Sevilla

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BÁEZ, CECILIO (1931): Historia diplomática del Paraguay, tomo I, sin datos editoriales, Asunción

BENÍTEZ, JUSTO PASTOR (1937): La vida solitaria del Dr. G. Rodríguez de Francia, sin datos editoriales, 1937 (Reedición con Editorial Schauman, Asunción, 1984)

BENÍTEZ, LUIS G. (1997): Historia diplomática del Paraguay, prólogo del Dr. Ezequiel González Alsina, Talleres Gráficos Cromos S.R.L., Asunción.

BERMEJO, ILDELFONSO ANTONIO (1873): Repúblicas Americanas. Episodios de la vida privada, política y social de la República del Paraguay, Imprenta de la R. Lebajos Editor, Madrid

BREZZO, LILIANA M. (2008): Polémica sobre la Historia del Paraguay. Cecilio Báez, Juan E. O'Leary; Compilación de Ricardo Scavone Yegros y Sebastián Scavone Yegros; Estudio crítico de Liliana M. Brezzo; Editorial Tiempo de Historia, Asunción

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ARTÍCULO SOBRE EL LIBRO PUBLICADO EN EL DIARIO ABC COLOR:

FRANCIA CREÍA PODER DAR INDEPENDENCIA

–¿CÓMO EMPEZÓ A ESTUDIAR LA HISTORIA PARAGUAYA EN EL PERIODO FRANCISTA?   

–En el año 1998 escribí para el diario “El País”, de Uruguay, “Los tiempos de Artigas”, un trabajo ampliamente ilustrado con iconografía de época, que salió en 6 tomos, junto con el diario. Cuando llegué al último tomo, el dedicado al período final de Artigas en el Paraguay, me encontré con que no tenía con qué ilustrarlo. Viajé al Paraguay en busca de cuadros, mapas y documentos. Fue mi primer contacto con el Archivo de Asunción y con la historia paraguaya: fui a fotografiar la casa de Francia en Yaguarón, fui a Curuguaty, al archivo de la Curia, en fin: luego de eso mi cabeza tuvo un área siempre atenta y dedicada a Paraguay.   
   
–¿CÓMO DEFINIRÍA USTED AL DR. FRANCIA?   

–Uno de esos hombres cuyo poder no proviene de las armas (aunque las supo someter a su mandato), sino de una red relacional tejida hábilmente; fue más letrado que varios de los héroes fundacionales. Hizo una protección de su suelo natal muy férrea, basada en el aislamiento preservador. Un hombre austero, que no parecía enamorado del poder por el regodeo por el poder mismo, sino que lo buscaba con la convicción (de iluminado) de ser el único capaz de darle al Paraguay su independencia y su rumbo adecuado como nación nueva.   

–¿POR QUÉ SE TEJIERON TANTAS LEYENDAS Y MITOS EN TORNO A LA FIGURA DEL DR. FRANCIA?   

–Porque el aislamiento genera misterio y curiosidad; porque cerró al Paraguay a cal y canto y cuando hubo ingresos o fugas (que los hubo) sus protagonistas fueron gente de buena pluma, que dejaron sentados los pilares de la leyenda: el Dictador –decían, escribían– es culto, es cruel, protege a su pueblo, pero no duda en fusilar bajo el naranjo a la élite más gallarda, etc.   
   
Uno de los principales debates en torno al gobierno de Francia es si su política fue aislacionista o fue el resultado de un bloqueo.   

Hay elementos para afirmar ambas cosas. En el libro rastreo eso, precisamente: las veces que Paraguay fue invitado a participar y no lo hizo por temor a “las provincias de abajo”; las veces que esas provincias y también Brasil le cerraron al Paraguay las puertas y los puertos, para forzarlo a abrirse.   
   
–¿CÓMO CALIFICA USTED LA POLÍTICA ECONÓMICA DEL DR. FRANCIA?   
   
–Francia dominó a los comerciantes, casi todos españoles, que eran los dueños del crédito público a falta de sistema bancario. Los recargó con impuestos, los gravó con multas y les hizo costear parte de su aparato armado y las expediciones de defensa del Paraguay. Esa persecución produjo en parte una reagriculturización: gente que busca pasar más desapercibida, abandona sus tiendas para ir a trabajar la tierra. El aislamiento hizo que se redujeran al mínimo las exportaciones, mientras las importaciones reflejaban un reduccionismo propio de sociedad aislada: no había hambre, pero tampoco había consumo suntuario alguno. Las bocas de comercio eran dos: Itapúa y Candelaria, con Brasil y con las provincias argentinas. El Dr. Francia quiso hacer llegar sus productos a Europa y quebrar la dependencia respecto a Entre Ríos como salida a sus productos. Por su parte, el mundo se hizo la idea del Paraguay como una tierra rica y promisoria, en la que harían pingües negocios. Los barcos que rompieron la barrera interpuesta en los ríos por Juan Manuel de Rosas, cuando la Vuelta de Obligado, llegaron a Asunción con esa idea. Se fueron cabizbajos. Una sociedad aislada, espartana, no ofrecía un gran mercado de compra ni de venta.   

–¿CÓMO FUE LA RELACIÓN DEL GOBIERNO FRANCISTA CON LA IGLESIA?   

Se atacaba a la Iglesia porque era uno de los soportes del poder político de la corona española; pero no puede atacarse el culto, la fe, los rituales, porque la población los demandaba. Además la Iglesia llevaba el registro de nacimientos, casamientos y defunciones. Francia se jactó de convertir a los sacerdotes en funcionarios a sueldo y a los conventos en cuarteles.    
   
–¿PODRÍA ACLARARNOS SI FRANCIA TUVO HIJOS?   

–Dos hijas, al parecer. Una más abiertamente reconocida que la otra, la “Niña Francia”, Ubalda García; la otra se llamaba María Roque Cañete y su paternidad se dedujo del gesto póstumo del Supremo que la benefició incluyéndola en su herencia. Es un hombre tan misterioso en cuanto a su vida afectiva. Es un área que siempre será misteriosa: la vida privada de un Dictador absoluto.   

Ana Ribeiro es licenciada en Historia, docente de la Universidad Católica del Uruguay (UCUDAL) y del Centro Latinoamericano de Economía Humana (Claeh). En tres ocasiones ganó el Primer Premio de la Academia Nacional de Letras.

12 de Marzo de 2011

http://www.abc.com.py/nota/francia-creia-poder-dar-independencia/



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CARLOS ANTONIO LÓPEZ.

EL VULCANO GUARANÍ.

LUIS VERÓN.

Colección: PROTAGONISTAS DE LA HISTORIA Nº 2.

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Coordinador Editorial: BERNARDO NERI FARINA,

Director de la Colección: HERIB CABALLERO CAMPOS

Diseño de tapa: DENIS CONDORETTY

Tel.: 595 21 491.966/ 610.639

Asunción – Paraguay,

2011 (138 páginas)





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