SIETE EN PUNTO
Poesía de MODESTO ESCOBAR (1940)
SIETE EN PUNTO
No sé hasta dónde soy
lo que pude ser
y aquí estoy, Señor,
siendo aquel que no debiera ser
y soy,
como dos y dos,
dieciséis.
La medida
de lo que he crecido
ni siquiera me alcanza
para el pan
de cada día.
Mi clamor de eternidad
se ha tornado río turbulento
en la cruz de tu desierto.
¿Eres Tú el silencio
ensordecedor y sin nombre
que escucha y no responde?
¿Eres Tú el olvido
que nos consume en la noche
del bostezo irredimido?
Quise ser lo que pude ser
y quise tener, Señor,
en la boca
esa tu voz clara
de siglos y montañas
que hace añicos
de Torres de Babel,
y sólo hallé
mi distancia
nítida
y amarga,
siendo yo tan sólo aquel
que no debiera ser
y soy,
como dos y dos,
dieciséis.
Aquí mismo
bajo la techa absorbente
de mis raíces
te tuve en la cruz sin penas
de mis mimos.
Y bien,
¿qué eres hoy,
o qué ya no soy yo,
gire te siento trepando mis sienes
desde ayer
en incesantes repiqueteos
de campanas al viento
que ya no caben
en mis locas manos
pálidas de vejez
y de espanto?
Me pellizcas la piel,
me golpeas el rostro
con virutas de sol y lejanas
auroras
y me haces sufrir un mundo
y me haces llorar un cielo
con el azote de tus travesuras
de noviecita ingenua.
En tanto
yo me sonrío
-es lo bueno que llevo
del abuelo
y no me enojo
-cómo podría
arrancarme los ojos.
Pero
cómo me dueles tú
a la claridad del tiempo
y en mis molidos huesos,
cuando ya no estás
aquí mismo
donde te tuve
en la cruz sin penas
de mis mimos.
Bogando
se van
alejando,
marineros de las aguas turbias,
cangrejos patas atrás,
como cantando.
Entrechocan sus adioses
de silencio
en la obsesión pasmosa
del no mirar atrás de los
promeseros
sin pies y sin tiempo.
En las grietas infecundas
de los barrancos adormecidos
van dejando a remo lento
las díscolas melodías
de los encallecidos pechos
como por olvido.
Bogando
se van
alejando.
Y cómo hieren
sus pasos
cuando
sin querer
nos dejan
crucificados.
Como cantando.
Sonreír, morir,
llorar, reír.
Si hasta los muertos
ríen
bajo el frío celo
de su silencio.
Y llorar
¿a quién?
Si aprendimos a no llorar
de espanto,
si aprendimos a cantar
de espanto,
si aprendimos a reír
de espanto,
si aprendimos hasta a morirnos
de risa
en el espanto.
Volverán
porque siempre se vuelve
ahí donde se echó la siembra
de una lágrima de eternidad.
Volverán
vivos o muertos
como fueron.
Muertos o vivos
buscarán
el rostro perdido.
Fantasmas
del olvido
volverán
al nido
y quién ya
los podrá matar.
Morir una sola vez
para resucitar después
mil veces
con cada amanecer.
Esperar
y esperarlo todo
de nadie
y de todos.
Esperar
royéndonos despacito
como hambrientas tripas
que se consumen
a sí mismas.
Esperar
al minuto que sigue,
del minuto que viene,
del mismo mar en que estamos,
sin saber cómo,
naufragando.
Y no importa
hasta cuándo.
Lo sabe el viento
que nos lleva
y el agua que nos inunda
por fuera y por dentro.
Tú, yo y todos
somos lo mismo
que todos:
polvillos de arena
brillando al sol,
mirando
a las lejanas
estrellas.
Tierra.
Eminencia enriquecida
en la argamasa fragorosa
de la sangre y el polvo
de las heridas.
Tierra.
Áspera piedras encantadas
zurcidas
al minuto de la vida.
Carretones de oro
que magullan las espaldas
antes de la próxima vendimia.
Y hasta cuándo -se dirá-
ese mirar a las incautas estrellas,
ese morir del mal de estrellas
en la playa profunda
de nuestras propias huellas.
Y pensar que llevamos en los ojos
el llanto de la tierra.
Y pensar que llevamos en el alma
el llanto del cielo.
Y pensar que mañana es jueves
y la tierra nunca será cielo.
Claveles de horizontes
en la solapa
del traje de gala,
como por costumbre.
Pepitas de oro
en la penumbra
de los entumecidos ojos tristes,
como por costumbre.
Y qué empacho de risas
disparadas
desde la boca centimetrada
de las heridas,
como por costumbre.
No, no lo quiso,
nunca lo quiso.
Para morir
le bastaba la ración de cielo
que trepaba sus sienes
en traje de pequeñuelo.
Para morir
tenía de sobra
con echarse en la hamaca voladora
a hacer la mística siesta del día
que es cuando la modorra telúrica
se agiganta, aprieta, ahoga
y redime.
Para morir
¿es preciso partir
el único cielo nacido
y la única tierra sentida
en mil?
No querer morir
y morir.
No, no lo quiso,
nunca lo quiso.
Que el mísero se atragante
en la mofa de su almuerzo
de mendrugos.
Que el pudiente se embriague
y se consuma
en el tedio sobrador
de sus bostezos
de plata.
No importa. Porque
es santo el dolor,
es sagrado el llanto,
es divina la sonrisa,
divina la ilusión
y oportuna la esperanza.
Por si acaso,
existe Dios
y su Providencia,
y existe
el milagro
del amor
y de la ciencia.
El resto lo llene
el taumatúrgico "no hay más
remedio"
y el remendón "Dios se lo pague,
hermano".
... potro bravío de reclamos y
reproches...
... viejo Daniel,
carita de demonio,
aleta de pobre ...
En esta mañana
-una mañana cualquiera,
una lágrima cualquiera de sol
encendida en piruetas de
impaciencias
estallan los volcánicos colores
de los gritos
y taconean las rabias
al ritmo litúrgico
de las risas.
Creyente y ateo,
miro temblar la sed en cada
garganta
enronquecida
entre la vida que ruge y
hormiguea
buscando un cayado
y la muerte que silencia su espera
tallando
las horas de su almuerzo.
El monstruo de las nucleares
esperanzas
se agita iluso y se retuerce
violento
en la diluvial arca alborotada
de una plaza cosmopolita,
potro bravío de reclamos y
reproches,
efervescencia de palomas, sapos
y culebras,
santuario de delirios
lanzados al correr de sacrílegas
rimas
de letanías y palabrotas.
Esta mañana, templo de
mercaderes,
donde todos pierden hasta el
llanto nacido
y adorara a un Dios distinto,
es sencillamente así,
como la luz que nos va dejando
y la sombra que se nos echa
encima.
Pero habrá que sonreírla siempre
por ese rito mercantilista de
siempre
de no mostrar el alma desnuda
mientras perdure la fantasmal
ironía
del jolgorio farisaico
al despuntar el día que sigue.
Tal vez
tendrá que ser
así.
A veces
morirse soñadoramente
en granos de arroz,
de maíz,
o poroto,
es consuelo infinito.
A veces
las sonrisas tatuadas
en el cuenco marmóreo
de los labios
desperezan el aroma sutil
de un rezo cristiano
al reposo añorado.
A lo lejos
alguien canta.
-Achicorias. Verbenas.
-Achicorias. Verbenas.
¿Será Daniel?
Cómo cantaba
el viejo Daniel.
El milagro sonoro
de sus yuyos
refluía en su voz
sencilla y campechana
abemolada un tanto
en la melodía agridulce
de su diario afán madrugador.
En su garganta
sembrada de estrellas
los gritos eran cantos,
los llantos eran cantos,
y los sueños y las penas
eran cantos.
Alguien canta a lo lejos.
Alguien canta.
Será Daniel.
¿Será Daniel?
-Cómo te recuerdo,
viejo Daniel,
carita de demonio,
alma de pobre.
Mil, tres mil mañanas
como ésta, que ya no es tuya,
cercaron tus hombros
y molieron tus huesos
hasta verte hecho
un payaso.
pintarrajeado en el polvo
ceniciento
de las memorias,
de los rezos,
de las añoranzas.
-Cómo te evoco, Daniel,
metido en tu mismo traje
de silencio,
de sueños infinitos
y de frescas verbenas.
Por ahí andan los buenos amigos
que todavía esperan
el consuelo mágico
de tus ramitos aromosos
de mentas y tomillos,
de doradillas y azahares,
de llantenes y albahacas,
de saúcos y achicorias,
de hierbabuenas, y culantrillos.
A lo lejos
alguien canta.
Será el viejo Daniel.
¿Será Daniel?
Si ha tiempo que ha muerto
de un empacho
por mañanas sin techo
y verbenas sin precio.
Después
lo de siempre,
lo de después.
Porque
con quedarse sin aliento
a mitad del camino
o con caerse muerto
cambia el tiempo.
En esta mañana
-lágrima de pobre
encendida en impaciencias-
cómo te recuerdo,
viejo Daniel,
carita de demonio,
alma de pobre.
Villa Rica - Octubre 1971
Fuente:
EL PARMASO GUAIREÑO
Obra de ROMUALDO ALARCÓN MARTÍNEZ
Ediciones INTENTO.
Asunción – Paraguay
1987 (1ª edición – 407 páginas)
(Hacer click sobre la imagen)
ENLACE A DOCUMENTO RELACIONADO:
Editorial El Lector, Asunción-Paraguay 2004
(Hacer click sobre la imagen)
.
IMÁGENES DE NUESTRO HERMOSO PARAGUAY
Fotografía de FERNANDO ALLEN
ENLACE INTERNO A ESPACIO DE VISITA RECOMENDADA
(Hacer click sobre la imagen)