A ORILLAS DEL TIEMPO
Poesías de MARÍA EUGENIA GARAY
Ilustración de tapa: "Soñando",
cuadro en técnica mixta de Maru Jones
Diseño y diagramación: María del Carmen Cabrera
© Arandurã Editorial
Tte. Fariña 884. Teléfono (595 21) 214 295
e-mail: arandura@hotmail.com
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Registro Nacional Derecho de Autor N° 13.888
María Eugenia Garay
ISBN 978-99967-20-00-0
Asunción. Paraguay. 2010
NOSTALGIA INTACTA Y FULGORES DE REDENCIÓN EN LA VOZ DE UNA POETA - Por VICTORIO SUÁREZ
A ORILLAS DEL TIEMPO es el título del nuevo libro de la escritora y poeta María Eugenia Garay. Sin ninguna duda se puede aseverar que una vez más la autora emerge con su calidad estilística para ofrecernos un poemario que si bien se separa en senderos lineales, instala una considerable pluralidad experimental en la captación y proyección de experiencias vividas en medio de congojas y esperanzas. Cuando el oficio poético dispersa su candor y se altera como la arena del desierto, el fuego sube hasta encender el alma, entonces no existe más alternativa que llegar a la hondura que dictamina el rapsoda (en este caso la creadora) a través de las palabras. Es lo que también se palpa en este poemario muy especial a las querencias de nuestra poeta que canta tocando los rastros encendidos del desierto, como si metiera sus pies en la arena candente que presagia el milagro y el sacrificio.
María Eugenia encarna y vocaliza con tono de letanía la crispación del aire lejano, la figura de aquella Magdalena, vilipendiada, vituperada por sus contemporáneos y sucesores. La exaltación de los poemas de A ORILLAS DEL TIEMPO propugna su coloración de hechizo y alterna recuerdos milenarios con facetas de misticismo, búsquedas y ensoñación. Magdalena y el Creador Amado, tienen ecos de distancias en un contexto en que las palabras comunican recursos visuales relucientes y cinceladas de pasión bíblica.
La mirada interior de nuestra poeta se torna incisiva al pulsar una vibración envolvente que emana nostalgia pura, redimida intención de poner los huesos en la soledad del tiempo que muchas veces turba la memoria. Con tonalidad de responso, elegía y candor, nuestra poeta levanta de las cenizas el dolor y el poder del amor al recrear con la simpleza de una lágrima un símbolo creciente que tiene por nombre Magdalena, sin dejar de invocar al sagrado inmortal a quien Unamuno preguntaba: ¿En qué piensas Tú, muerto, Cristo mío? ¿Por qué ese velo de cerrada noche sobre tu abundosa cabellera negra de nazareno…? Visceralmente nuestra poeta, unida a la ensoñación poética, en versos de larga inspiración rubrica con cuidado su aliento sosegado, sin marca de nerviosismo. Su poesía bulle despacio cuantificando su frase, levantándose ella misma como la pertinazmente señalada Magdalena, proyección de infinito lacerante en medio de la arena que lentas guarda lentas penurias ocurridas.
La levedad también taladra los sentidos, toca el corazón y conmueve intensamente. Es la sensación que uno siente al hurgar en la poesía de María Eugenia Garay. Es también la sucesión de sonidos elocuentes, como diría el poeta Juan Larrea.
A ORILLAS DEL TIEMPO desgrana largas frases de armonía prosódica, ritmo afinado, puntuaciones frágiles que conducen a pasadizos verticales, a vuelo de ave que se esfuma en el viento o en el agua que corre lejos, mientras la sed invade los laberintos de la humanidad. Pero nada se detiene sólo en la tristeza, la propia historia trajina en el lenguaje de la poeta como un sacramento de esperanza, plantando su fe en las venas dilatadas del horizonte donde el verdor queda después de la descomposición.
En ese sentido,A ORILLAS DEL TIEMPO anuncia la dilatación de la contemplación, volver al pasado remoto para tocar símbolos y no meras quimeras, valga la rima. La imagen de Magdalena, devastada por el autoritarismo de centenares de años, sube y se sobrepone con su precisión misteriosa y su reivindicada estrella de luchadora libre, consecuente, inteligente, líder en la estructura de un tiempo monocorde y plagado de especulaciones politeístas. Es la semblanza que curte el ánimo de María Eugenia, especialmente en su poema Túnica de amapolas donde anuncia “Yo soy la Magdalena…La que renace intacta después de la calumnia y el destierro”. María, en este caso Eugenia, sigue diciéndonos: “La umbrosa eternidad nace de sus palabras/ y en sus ojos fulgura entero el universo”. Se palpa la querencia cercana y la templanza de esa mujer acusada y redimida. María Eugenia nos dice entonces: “Piel resplandecida en resolanas, y en el pecho anidadas/ dos palomas de amor estremecidas/ que desnudas de hastío/ anclaron en sus playas desoladas, allí entre pescadores y barcas y silencios”.
Sentimiento multiforme: obsesión mística, ternura y tiempo; realidad dura y efímera, realidad eterna al raspar la memoria en otro poema titulado: ”Huellas de arena”, sitio nostálgico donde la pigmentación (encarnación) se desnuda lúcida al asumir estas palabras: ”Yo soy la Magdalena…La de las agonías incandescentes…/ La que nació su sed en Galilea, junto al brocal de un pozo milenario/ y limpió sus mejillas en esa arena de fuego, con que el desierto impregna sus destierros”. Magdalena que acompaña con amor profundo (amor de hembra tal vez) “los pasos del maestro, al sonoro andar de sus señales…”
María Eugenia dispensa a la mujer que al sentir en su mirada los ojos del maestro proclama“Me ha devuelto retazos enteros de mi vida, que estaban navegando a la deriva como inútiles despojos amargos de mis sueños”, la admiración emana en tono elegiaco una entrega total a la palabra, a la percepción que siente la poeta de esa semblanza antigua y clareante como la luz de la luna en noche de tristeza y hechizo.
Magdalena la toca en el alma cuando María Eugenia elucubra: “Sacerdotisa ciega de su silente fuego/ hay atisbos de Gólgota cercenando mis sueños/ en donde dos maderos/ y una corona rústica de espinas/ lo arrancan de mis brazos/ partiendo en dos mi vida,/ que comienza y termina/ tras los pasos bermejos del Maestro”.
Nostalgia, regresión penitente, trazos amargos y pasión milenaria van desempolvando el tiempo, son marcas indelebles de la primera parte del poemario. Sin embargo, hay una línea que separa el libro sin quebrarlo en aras de una peregrinación hacia el reino de la experiencia directa que aparece como un espejo que retrata la infancia. “DESDE EL OCASO, MADRE”, esel siguiente capítulo del poemario, se trata de un segmento cargado de reminiscencias tiernas, pura nostalgia secuencial entre senderos que se bifurcan al tocar la plenitud de años que fueron y que tuvieron vibración en un patio solariego donde la madre de María Eugenia instala su presencia perpetua. Todo es recuerdo, frescura de un ayer, que sintetiza magistralmente en su poema Ovillos de sol. La poeta expresa: “Hoy elevan al cielo su follaje/ los árboles del patio/ abarrotados de nidos y de cantos./ Árboles que tus manos plantaron hace tiempo con la insólita ayuda de la lluvia”.
Es increíble cómo a veces hay momentos, episodios, horas, tiempo, o simplemente un segundo que queda en la retina y tiene su importancia en el corazón a la hora de escribir. Como una niña de semblante lúcido y memoria creativa María Eugenia captura las cosas, habla a la madre ya ausente, pero presente al evocar: “En aquel viejo verano/ con sus días insertos entre magnolias/ y alondras que ovillaban el sol en tu regazo”…y ella no olvida “aquellas uvas ebrias de rocío/ que enero proyectaba/ sobre el tranquilo patio de la casa”.
La separación forma parte de una inminencia dolorosa, cuántas lágrimas dejan su sendero de sal y agua al tornarse despedida un anhelo, algún deseo, migrañas de angustia por el ser que viaja o sencillamente muere cuando los dedos de Dios señalan la hora final. Qué serena luz cuando la evidencia abre un diálogo que crecerá en el tiempo con su carga de tristeza interminable. Pero el llanto se sosiega, aprieta en la garganta y las frases escapan lentas, casi con un compás funerario, versos de acompañamiento leve y de pintura luctuosa, no oscura, pero marcada de ocaso: “Y ahora que estamos madre, sentadas frente a frente en la abstracta ribera/ de esta tarde embriagada como canto de cigarras,/ las dos sabemos,/ aunque no lo digamos con palabras/ que nos estamos despidiendo,/ que tú habrás de viajar ya sin atajos,/ a la comarca añil de los silencios/”. Es llamativo, pero la poeta no habla de de la muerte como algo atroz, negro, oscuro, terrible y misterioso. Se refiere, sin embargo, al más allá como la comarca añil… como el territorio azul donde ya nada se fragmenta porque todo se inmaterializa; me gusta esa expresión porque difiere de la referencia común el ser humano sobre la fatalidad. En realidad, la muerte es un viaje, es apagarse con interrogantes trashumantes que tratan de alcanzar un soporte de explicación, pero es imposible entenderla, tal vez hay que buscarla (buscar entender mínimamente el misterio de la muerte) de manera más natural en los esotéricos o en la palabra de los grandes iniciados: Jesús, Buda, Mahoma, personajes que calan hondo hasta nuestros días. El alma, el espíritu, eternizados vuelven a la refulgencia de Dios, eso entiende María Eugenia y prepara a la madre entre tonos de nostalgia pero no de tristeza desesperante, ella supone, siente que hay algo más en el Oriente Eterno, por eso su voz acompasada reitera siempre: “Esta vez madre, nuestra sangre presagia/ que deberás partir,/ a un viaje interminable/ que se inicia,/ en el oscuro andén/ donde se encuentra/ el angustiado surco del recuerdo” (…) “Allí donde los brazos ya no alcanzan/ a retener el sol en los aleros,/ ni la rosa amarilla del poniente,/ ni el calor de tus manos/ sobre las blancas sábanas./” Sin embargo, como humana que es nuestra poeta, rompe la mesurada estructura de su conjetura para llorar ante la realidad inminente, le duele punzante y directamente la partida, en ese contexto escribe: “Allí en el sitio exacto, donde el destino nos encuentra los sueños, y nuestro pensamiento ya no logra hilvanarse a la esperanza del huidizo telar que teje el tiempo sobre tanta tiniebla desolada”. Tiniebla desolada es la existencia misma, no es el paisaje añil donde reina la presencia absoluta de Dios. Presagios, vísperas de despedida, aparecen en la última parte del poemario. Conjurando lejanías, el dolor insiste hasta el final del capítulo, dolor agudo que trata de solapar como queriendo insuflar fuerza a la madre que está yendo, pero no ve muerta a la madre; la poeta habla a su progenitora, se despide de ella, y como para eternizarla en el alma la sigue sintiendo viva, en sus últimos instantes, in extremis, en medio de un responso que se hace sentir y que de repente la traiciona porque no tiene más remedio que invocar su padecimiento, seguramente por eso, en el tercer capítulo del libro, María Eugenia retorna simplemente a la vida, a la vida que fue al lado de su madre, sus recuerdos siguen latiendo en ese patio sin naufragios donde las flores tienen lenguaje igual que los juegos infantiles. Trata de despejar su mirada y exhibir su propio tiempo, no sabemos si obedece a un escape de la nostalgia o simplemente porque entiende muy bien el límite de las cosas y de todo aquello que nos toca vivir mientras existimos.
Sin lugar a dudas, este nuevo poemario de María Eugenia Garay cumple el sagrado rito de exhibir en varias secuencias la manera de cantar el dolor lejano, la soledad que llega, aunque la esperanza siempre está abierta para sobreponerse a la tristeza. Si la muerte se pinta de añil en el libro, la vida tiene en el fondo los tonos alegres que precisa para extasiarnos de legítima esperanza.
VICTORIO SUÁREZ
ÍNDICE
1.- CADENCIA DE ELEGIA : Cadencia de elegía
2.- AQUEL MÍTICO FRASCO DE ALABASTRO : I. Yo soy la de Magdala// II. Pasionaria desnudez// III. Túnica de amapolas// IV Huellas en la arena/// V. El sembrador de milagros// VI. Jazmín, sándalo y nardos// VII. Absorta ante el Maestro// VIII. Todo el amor que siento
3.- DESDE EL OCASO, MADRE : Nostalgias enredadas// Ovillos de sol Barcos brujos// Despedida// Encrespar golondrinas
4.- CONJURANDO LEJANÍAS : País de caramelos// Detrás de las libélulas// Visita vespertina// Esquivo alero// Embalse// Aldaba// Leche amarga
5.- CUNA DE EXILIOS : Ocaso// Mágicas cigarras// Varada entre geranios// Cuna de exilios : I.- Gorriones en fuga , II.- Ensalmo , III.- Desamarrar cordeles// Noche a la intemperie// Lluvia de jazmines// Umbral
6.- NO SE ABARCA EL AYER : Hilar olvidos// Briznas de hierba// Oficio de vivir : I. Brisa de alondras , II. Indócil meridiano , III. Gorriones en la tarde , IV. Amuleto// Fluir// Parcas
7.- ESTA ARISCA CERTEZA : Cielo sin pájaros : I. Veredas desoladas , II. Transidos de intemperie , III. Espacio paralelo
BIBLIOGRAFÍA
1
CADENCIA DE ELEGÍA
Madre, ahora ya tienes bajo un ciprés celeste, un lugar de silencio abierto hacia el milagro. Habitante de un sitio sin memoria de angustias ni ajadas añoranzas, tú ya pueblas comarcas donde no existen miedos, dudas, desesperanzas, ni en las venas amargas dolores arraigados o tristes remembranzas.
En la casa impaciente de pasos extraviados, queda inserta en el aire la imborrable presencia que dejó tu legado. Y yo garabateo mis palabras de adiós, en las olas del viento, por si acaso la brisa las lleva a tu distancia.
Te converso al ocaso, bajo la atardecida soledad de mi canto, en tanto que febrero desliza su penumbra entre el patio y los mangos. E invento evocaciones para traerte de vuelta con esta empecinada tristeza de los páramos.
Bajo el frío del sepulcro mi amor es una manta tejida con nostalgias que amarro cada noche en muelles de naufragios.
Mientras busco algún verso que te abrigue del viento y trenzo tus cabellos con lazos de violetas, aromados de ausencia, y soles atrapados al borde de mi canto. Si en este adiós abrupto alguna llamarada oscura se ha quedado prendida a tu costado: No tengas miedo Madre, cuando la noche venga mi oración será un puerto y puedo asegurarte, que allí donde te encuentres, tú sentirás que te amo.
Me asaltan los recuerdos de esos años distantes cuando en la piel de nácar del viento, éramos pájaros. Estreno el delantal de escuela, y de tus manos regreso a ese universo de columpios, muñecas y crepúsculos mágicos.
Y hay un arroyo cálido de tiempo eternizado, con su dulzor agreste de lunas y duraznos. En estos días vacíos que tu ausencia ha dejado, aún persisten los duendes atisbando traviesos detrás de los naranjos, y aquellas golondrinas, con todo su revuelo de nidos engarzados, sobre el malva y la bruma de los viejos veranos, de la casa en la cuesta que envuelta en aquel bosque de árboles hoy lejanos, era paz y cobijo, era sueños y cantos, esa casa esmeralda, donde el tiempo estancaba su curso desbocado, y allí se arremansaba bajo la inmensa luna de aquel cielo imantado, mientras la eternidad, era tan solo un eco que a veces con la brisa, susurraba profecías por entre los naranjos. Y en la tarde turquesa sobre el espejo de agua del arroyo del patio, la casa era una fiesta, de pan, risas y mangos, envuelta en flor de caña y aroma de guayabos, ataviada de auroras, vestida de lapachos y adornada en la bruma de ese muelle intangible del recuerdo lejano, con su collar de cerros de azul desmesurado.
Con perdurable acento este aire que me envuelve enreda entre tu nombre un tañer de elegías por donde se deslizan remotas y añoradas rendijas del pasado. Y hay flores que se encienden y entonces desvanecen esa niebla que invade, mis días empañados. Y tú, desde tu muerte acompañas mis pasos. Y retornas de nuevo infinita de estrellas con ese embellecido fulgor de los relámpagos.
Madre, sé que este cuerpo que se ha vuelto cenizas bajo el ciprés y el mármol, hoy ya no te contiene. Porque tú has emprendido un viaje inaccesible y ahora tan sólo entiendes un idioma distinto, esencial, despojado, que únicamente inventa resquicios de luciérnagas cuando alumbran tus huellas en tardes de verano. Un lenguaje secreto, enlazado a las brisas que remontan verdades extrañas e inmutables, abarcando perpetuas los callados misterios, los senderos de luz, los valles insondables, adonde tú has llegado.
Ahora, inserta en lo eterno, antorcha o peregrina, transitaste a otro espacio, muy cerca de mi afecto, muy lejos de mi lado.
Traslúcida y serena (debemos aceptarlo) con todo el esplendor de la siesta esparciéndose sobre tus mustios labios, cruzaste las fronteras ignotas del misterio, de aquello que llamamos sencillamente humano. Tal vez la cruz del sur te cobijó en sus brazos, y hecha brisa o simiente, cuando la tarde henchida ardía de cigarras, comenzaste a tejer la trama del recuerdo y entraste en el ayer sin límites de espacio.
Madre: ya comencé a extrañarte, a buscar tus palabras, tu perfil familiar recortado en la tarde, tu voz y esa tibieza tranquila de tus manos. Es tan larga tu ausencia y apenas te has marchado.
Hay un cielo remoto para tu nombre claro. Hoy emprendiste el vuelo hacia la lejanía, más allá de las nubes, más allá de mis manos, envuelta para siempre, con esa inabarcable, perenne y transparente, libertad de los pájaros.
2
AQUEL MÍTICO FRASCO DE ALABASTRO
II.- PASIONARIA DESNUDEZ
Yo soy la Magdalena, cuya belleza envidian
las mujeres de Nínive,
las rosas carmesí de Nishapur,
la vasta resolana de Meguido y, el fulgor infinito
de la noche estrellada sobre el golfo de Menfis
donde en hosco torrente se desbarranca el cielo,
como un mar desvelado de intemperie.
Soy la mujer, violenta, vital y apasionada
a la que siguen mansos
los tigres opalinos del desierto.
Ante mí empalidecen las auroras
y el guerrero insensato vacila en la batalla
para rendir su secular espada ante mi altivo paso,
sensual e indiferente, en la casual penumbra
del incienso, la mirra y los espejos.
Me han obsequiado los jades de Damasco,
los cofres del saqueo de Persépolis,
y las perlas cerúleas del Tirreno,
engarzadas al oro de míticos ponientes.
Fulguran mis tobillos
con ajorcas de espléndidos luceros.
Ante la pasionaria desnudez de mi piel
donde la luna ahueca sus fragancias de plata
y se florece en nardos mientras vacila el tiempo,
gravitan como sombras los amores
que entre las galerías del pasado
me recuerdan quien fui, antes de conocerlo.
Para mí no se han hecho los turbios vaticinios
ni las imposiciones, ni el tiempo trashumante,
ese que desde el polvo nos acecha agorero.
Para mi corazón, tan sólo existe
el abismo sin pausas de sus besos inciertos,
la hondura de sus brazos, el manantial agreste
que anida sus secretos, el fuego que adivino
en su mirada, y este amor imposible, que no cesa
que atraviesa los muros que lo cercan,
e insensato se aferra a la esperanza,
que desafía al destino prefijado,
y pretende dejar afuera al tiempo.
VIII.- TODO EL AMOR QUE SIENTO
Sacerdotisa ciega de su silente fuego
hay atisbos de Gólgota cercenando mis sueños
en donde dos maderos
y una corona rústica de espinas
lo arrancan de mis brazos
partiendo en dos mi vida,
que comienza y termina
tras los pasos bermejos del Maestro.
Yo sé, que los arcanos vaticinios
son su herencia de vuelo, su legado certero.
Que todos los presagios que me cercan
y a dentelladas rasgan mis desvelos
deberán de cumplirse algún aciago día
cuando Él remonte vuelo hacia otros mundos
que quedan más allá del alto cielo.
Adonde ya mis manos no podrán alcanzarlo
ni burilar mi boca el ansia de sus besos.
Como siembra, Él esparce sus verdades
y envuelto en su destino lleva puesto
un bagaje intangible de promesas
mecidas suavemente por la brisa,
por los lirios del campo y por las aves
que beben su lenguaje de misterios.
De mi ánfora de barro, junto al pozo,
yo le di de tomar tan sólo un sorbo de agua,
y Él me dio de beber el agua de la vida,
esa que nutre las raíces del misterio.
Busqué su alma, más allá del mito
y hallé el significado del canto y la alegría.
Pero hay un rumor de llanto y de tristeza
detrás de estos presagios
que a veces me dominan
y arrullan las laderas de mis sueños.
De sus sabias palabras
surge un cristal de lluvia inagotable
para mi corazón reseco de agonías,
y relegado antes de conocerlo
a un suburbio agrisado de silencios.
Yo soy quien lo ama irremediablemente.
Sin tiempo, sin historias ni medidas.
La que encontró la vida al conocerlo,
la que daría la vida por encontrarlo.
La que al amarlo inventa la locura
de creer que desde el musgo y la ceniza
igual que un nigromante milagrero,
yo podré caminar la eternidad
y hallarlo, sin peligro de derrotas
en el final sin tiempo del sendero.
3
DESDE EL OCASO, MADRE
DESPEDIDA
Madre, en este atardecer ardido de febrero,
aunque ambas no pronunciemos las palabras,
presentimos que estamos ubicadas
por extraños designios del destino
sobre el oscuro brocal del gran misterio.
Y nos decimos adiós
desde el fondo del alma,
sin rituales vocablos
ni falsos formulismos que puedan contener
ese torrente de los sentimientos,
que se abarrotan en nuestras gargantas.
Aquí, no caben las abruptas lágrimas,
la ansiedad desmedida,
ni tampoco los versos milagreros.
Porque ambas aceptamos que venimos insertas
en medio de dos fechas,
el principio y el fin inevitable,
con la serenidad que los años pasados
nos fueron confiriendo, ante esa incertidumbre
que conduce a comarcas de misterio,
y al linde del sendero nos aguarda,
allí donde el telar de los destinos
corta los hilos que amarran al tiempo.
Tú y yo Madre
preferimos mirar pasar la tarde
hablando de las cosas cotidianas
como si nada hubiera sucedido,
y no existiera el mal que te carcome
de la piel hacia adentro sin remedio,
ni tampoco existieran las nostalgias
de ese ayer que se fue, persiguiendo
la ruta de la luna, llevándose consigo
como aves en derrota, los faroles magenta
de la fiesta, el fulgor carmesí de los espejos
y aquellas sorprendentes alegrías,
que anidaban
en todos los aleros,
y nos dejó esta pena persistente
que pinta del color de las tristezas
los umbrales adonde habita el alma,
que se columpia entre las remembranzas
y se ahueca en los bordes del recuerdo,
como si fuera una calandria herida
que en tu regazo busca abrir las alas,
y remontar el vuelo, hasta llegar
a un pueblo de campanas, surgido entre la luna
y el recuerdo que permanece intacto
como en los viejos años de la infancia
en la comarca añil del universo.
4
CONJURANDO LEJANÍAS
DETRÁS DE LAS LIBÉLULAS
I.
Ahora, si decido, internarme de vuelta
en aquel arco iris, que entonces comenzaba
dondequiera que yo iba,
y retomo sin prisas,
el sinuoso camino que desanda mis pasos,
y me lleva de vuelta adonde el corazón
sembrara las violetas del encuentro
y anclara sus amarras, en puertos de esperanza,
me encuentro en el bastión que al borde
de los días, contiene los resabios intactos
de mi infancia, allí donde la luna
bajaba a la terraza
para hilvanar su brillo
al viejo jazminero.
II.
Vuelvo a vestir el uniforme marrón,
para el colegio,
y la camisa blanca, hecha cristal de brisa
junto al olor a sol de las mañanas,
y mis pies reconocen
a las piedras cobalto del sendero.
Repica una campana su tañer de alegrías
y regresa otra vez, infaltable, mi perro
que llega desde el fondo del pasado
con su efusivo afecto, sus ladridos
su pelo hirsuto y sus dulces ojos mansos
para correr detrás de las libélulas
traídas hasta la casa por el viento
como trofeo de inasibles tramas,
que auguraba que al caminar la noche
sería fácil robarme algún lucero.
III.
Y hay un canasto de mangos amarillos
y un penetrante aroma a flor de coco,
engarzado al murmullo evanescente
de los guayabos que estallan en el huerto.
El verano me toma de la mano
y retrata las luces en el puerto
al conjuro de un canto transparente
que emerge alucinado de cigarras,
en la sombra violeta del recuerdo.
Del exilio retorna,
la brisa que despeina mis cabellos
y se engarza después a las ovenias
de este follaje verde de diciembre
que florece fugaz e inolvidable,
sobre los pastizales sin amarras,
donde en fuente de plata se refleja la luna,
y trae hasta mis playas siempre intactas
la cadencia de aquel arroyo viejo.
El sonoro caudal de su murmullo,
que en la perdida casa de la cuesta,
acunaba los sueños que entonces yo soñaba,
cuando estrenaba, sin saberlo, el tiempo.
IV
Y un inmutable cielo azul,
sin nubes, ni relámpagos,
le dibuja ventanas a la vida
y pinta con colores los recuerdos.
Que de tan luminosos
hacen bullir la sangre que sonora resuena
para inventar historias no contadas,
y lograr darle voz a los silencios.
Hay un rumor de estrellas ateridas
que en esta hora de silencio mágico
asoman sigilosas hasta el brocal
donde entre musgo y piedra
se va esculpiendo el paso de los años,
ajeno a nuestras dudas y deseos.
Indiferente a nuestros miedos vanos,
con la única certeza, de que el destino
inmutable al dolor o a nuestras súplicas
predice la ceniza que seremos.
V
Ese desmemoriado destino trashumante,
que olvida de inmediato los dolores
que en el alma nos dejan las abruptas laderas
escarlatas, adonde se bifurcan los senderos.
Y desmembra jirones de oraciones
que roen la llama roja que se anida en los labios
dispuestos con premura para el beso.
Y la conjugan, con estas tercas ansias
que ciñen al corazón, como un extraño viento.
Y lo impulsan a volar tras la brisa,
para esparcir simientes de sus sueños.
De remontarnos, detrás de esas estrellas
que desde el infinito nos miran asombradas,
como si fuesen extraviadas luciérnagas
que habitan en aquella eternidad
hilvanadas con hilos de nostalgias,
de estas nostalgias tercas, que se aferran
a aquel dintel azul del universo.
5
CUNA DE EXILIOS
CUNA DE EXILIOS
I.- GORRIONES EN FUGA
No acepto este dolor empecinado
que va avanzando
cual reptil oscuro
quebrándote la voz
y desolándote parte por parte.
Estas flores marchitas que te cercan
o algún gorrión en fuga
que te evade, negándote
el apoyo de sus alas.
Transcurre tu palabra entumecida
y se cierne frugal
desamparada
la sombra del ayer, vana costumbre,
aquí sobre tu colcha derramada.
II.- ENSALMO
Allá en el patio a oscuras
rebrotan las estrellas
venidas de la hondura de este pasado añil
que ya no existe, pero que aún te enciende
de memorias intactas la mirada.
El mañana es cristal
que el viento trae repleto de promesas
enredado al magenta de quimeras
que desconocen brújulas y amarras.
Un unicornio galopa entre relámpagos
surge entre los malvones el hálito de un hada
venida de los valles lejanos de la infancia,
cuando tomo tu mano, que languidece
entre las blancas sábanas, me miras
desde el fondo de tu ausencia
y entonces por milagro de un ensalmo,
arriban de repente todos los personajes
de los libros de cuentos
que antaño por las noches
me narrabas.
III.- DESAMARRAR CORDELES
Observo tu piel pálida de angustias
tu vocación de nube que te impulsa
a soltar los cordeles de tu barca
y navegar sin prisas tras el viento.
¡Quédate madre, todavía no partas!
que tengo muchas cosas que contarte
porque aún antes de que tú te hayas ido
ya extraño ese calor de tu regazo
y el sabor doloroso de aquella leche amarga
que entre cuna de exilios, tú me dabas,
cuando en un cielo ardido de intemperies
yo inauguraba el tiempo entre tus brazos
y para adormecerme prometías
regalarme la luna
e hilvanar mis anhelos taciturnos
al resplandor ritual de algún lucero.
¡Quédate madre al filo del destino!
que este linaje de ave que me diste
no se resigna a un mundo sin tus rastros.
Y antes que te diluyan los ocasos
voy a inventarte, con desgajos esquivos del ayer
una hondonada mítica
donde no exista el tiempo.
¡Qédate madre,
en el remanso quieto de esta tarde!
y bebamos del cáliz de cobalto
esa alegría amatista de las fiestas
mezclada con la leche
intensamente amarga del exilio.
6
NO SE ABARCA EL AYER
OFICIO DE VIVIR
I.- BRISA DE ALONDRAS
Qué raro oficio
es este de vivir
incrustando palabras
en un muro de piedra
donde se mecen recuerdos insepultos
entre brisa de alondras
y rondas de violetas encendidas.
Qué vano el verso
que invoca alguna historia
envuelta en desmemorias
y esa indecible desnudez
que tienen por costumbre
las partidas.
Narrar un episodio
donde también existen
este sabor salobre de las lágrimas,
mezclado con inciertas despedidas.
Recontar al temblor de los jazmines,
los rostros circunspectos en la niebla
y una niña
con los cabellos tristes
que deambula cautiva entre fugaces
racimos olvidados de gardenias.
Una niña que vaga solitaria,
entre ese ayer que surge innominado,
que llega hasta este otoño y me desvela.
Y este presente fugaz, germinal de mi pulso
adonde una mujer
con vocación de ave
escribe con mis manos,
versos deshilvanados, reminiscencias mágicas
ensalmos milagreros,
que el fulgor escarlata del poniente
sobre el extenso territorio de mi piel
burila entre remotas golondrinas
venidas del jardín de los espejos.
II. INDÓCIL MERIDIANO
Esta mujer aquí, parada en las orillas de la tarde
tiene quizás mi piel de plata y nácar,
mis cabellos de fuego,
y mis ojos, donde hace mucho tiempo
se anidó transparente,
el cauce del arroyo que corría
su hondura añil entre un collar de cerros.
Esta mujer indócil como alondra,
que adorna sus tobillos con ajorcas robadas
al infinito brillar de los luceros
me observa alucinada, desde el frío cristal
de los espejos.
Y puedo constatar
que si la noche abierta en su ventana
convoca inesperada,
al almanaque sepia del recuerdo,
suelta al viento violeta las amarras
y encadena una estrella a sus senderos.
Una estrella que alumbre toda esa niebla espesa
que traen las ausencias imprevistas
esas que nos desgarran los latidos
y nos cambian por sombras taciturnas
la incurable alegría de los sueños.
III. GORRIONES EN LA TARDE
Y, si acaso se filtra inesperado
por entre las rendijas de las horas
un rumor de gardenias trasnochadas
que marcan el principio del olvido
esta mujer
que habita en el huraño umbral del horizonte
rescatará del surco,
las remembranzas que se vuelven brasas,
y los besos que ardieron en su boca.
Las madrugadas que se ha llevado el tiempo,
las nubes que emigraron detrás de las alondras,
para hilvanar con ellas, las letras de sus versos.
Esta mujer parada ante la luna
en una alta terraza que solamente existe
del alma para adentro,
con sus brazos tatuados de caricias,
se enlaza a las vivencias del momento,
y aprisiona a la luna en su ventana
con cintas que entrelaza al universo.
Esta mujer,
cuyos pies reconocen la hierba
que florece al costado esmeralda del sendero
desanda sus sandalias gastadas de caminos,
se acomoda en mi lecho,
se enreda a mi cintura,
y suelta los gorriones de la tarde
sobre las blandas nubes peregrinas
para que cuando nazca la aurora sobre el huerto
caiga otra vez la lluvia
y en medio del follaje, renazca un tiempo nuevo.
IV. AMULETO
Esta mujer, que enhebra el brillo de la luna
y algún malvón ciclamen
con cintas de alegrías, al fuego secular de sus cabellos,
que abraza al aire rojo de la tarde
y usa abalorios robados al tiempo,
que solitaria camina por la orilla
de un arroyo de nardos florecidos
en medio del silencio,
cercena a dentelladas sus amarras
persigue versos, elabora las rimas,
y conjura elixires que borran cicatrices
como sacerdotisa inmersa en el destiempo.
Esta mujer abruptamente altiva,
que aferra su estandarte hecho jirones
y en árido ajedrez contra el destino
defiende palmo a palmo
el bastión azulino de sus sueños,
es la niña emigrada de la infancia,
cuya herencia de vuelo indeclinable
no pudo doblegar el intangible viento,
la borrasca violeta de los días,
ni el códice secreto que el destino
con letra empecinada y desprolija
redacta en las esquinas oscuras del silencio.
Esta mujer que enrama cada noche
el brillo de la luna a sus cabellos
usa como amuleto para anular al tiempo,
un collar hilvanado con nostalgias
y las piedras azules de aquel arroyo mágico
que corría transparente entre los cerros.
BIBLIOGRAFÍA DE LA AUTORA
LIBROS PUBLICADOS
- "POESÍA". Arte Nuevo Editores, 1983 (117 pp).
- "RECOBRARLO". Arte Nuevo Editores, 1984 (84 pp).
- "ELECCIÓN PERSONAL". Criterio Ediciones, 1987 (56 pp).
- "BAILE DE DISFRACES". Criterio Ediciones, 1987 (55 pp).
- "LOS INDÓCILES SUEÑOS". Ed. Terranova, 1999 (194 pp). 2do. Premio Municipal de Literatura año 2000 y 1ra. Mención de Honor del Premio Nacional de Literatura, año 2001.
- "BOSQUE DE LUCIÉRNAGAS". Ed. Terranova, 2000 (188 pp). 1ra. Mención de Honor Premio de Literatura "Roque Gaona", año 2000.
- "VERANO EN ISLA ESMERALDA". Ed. Terranova, 2000. (360 pp)
GÉNERO POLICIAL
- "EN EL LABERINTO DEL MINOTAURO", 2005 (310 pp). Editada por UNINORTE (Universidad del Norte). Utilizada como texto de análisis en la Cátedra de Literatura de la carrera de Letras de varias Universidades.
LITERATURA INFANTO JUVENIL
NARRATIVA:
- "EL HADA DE LA LUNA" (260 pp). Seleccionado por un calificado jurado para ser publicado por el Fondo Nacional de la Cultura y las Artes (Fondee). 1ra. edición enero 2004, Asunción (agotada). 2da. Edición "Criterio Ediciones", Colección Tata Yeré, abril 2004, Asunción. Utilizada como texto de literatura en muchos Colegios y Escuelas del Paraguay, Declarada "Obra de Interés educativo y cultural" por el Ministerio de Educación y Cultura, conf. Resolución nro. 912 del 17.03.05.
- "EL TÚNEL DEL TIEMPO" (221 pp). "Criterio Ediciones" Colección Tata Yeré, febrero 2005, Asunción. Declarada "Obra de Interés educativo y cultural" por el Ministerio de Educación y Cultura, conf. Resolución nro. 2643 del 25.04.05. Utilizada por su valor histórico, como aporte a los nuevos textos de lectura de 4to., 5to. y 6to. grados. Obtuvo la "Mención de Honor" del Premio Nacional de Literatura 2005.
- "DUENDES EN EL ROPERO" (135 pp), novela para niños, Colección "Libros para Comerlos". Editorial Servilibro, Asunción, 2005. 2da. Edición, enero 2010. Utilizada como texto de lectura en escuelas y colegios, en los grados 4to., 5to. y 6to. del Primer Ciclo de Educación Primaria.
- "CONVERSACIONES CON EL ABUELO" (245 pp). Criterio Ediciones, Asunción, setiembre, 2005. Para niños y adolescentes.
- "EN BUSCA DEL TESORO DE LOS DIOSES" (240 pp). Criterio Ediciones, Asunción, mayo 2006. Para adolescentes.
GÉNERO LÍRICO:
- Colección "ABRACADABRA LA TIERRA NOS HABLA", 2006/2007. Utilizada como texto de lectura en el Primer Ciclo de Educación Primaria. Compilada en 5 tomos, con profusas ilustraciones a color y Guía Didáctica:
1. "Tocando estrellas"
2. "Los duendes de la luz"
3. "El país de la magia"
4. "Jugando con el Arco Iris"
5. "La fiesta del jazmín"
PUBLICACIONES CONJUNTAS
- "MUESTRA DE LA POESÍA DE HOY EN EL PARAGUAY". Editado por la Sociedad de Escritores del Paraguay "SEP", Asunción, 2001.
- "ITINERARIO POÉTICO". Recopilación de Poesías de Escritoras Paraguayas Asociadas - EPA. Financiada por FONDEC, Asunción, 2001.
- "PELDAÑOS DE PAPEL". Recopilación de Cuentos y Poesías de Escritoras Paraguayas Asociadas - EPA. Financiado por FONDEC. Asunción, 2002.
- "VINO, CHIPA Y POESÍA AMOROSA EN EL PARAGUAY", Orbis Tertius, Arandurã Editorial, Asunción, 2005.
- "RECODOS DE POESÍA". Selección de los más destacados poetas paraguayos. Incluida en la Muestra de Poesía Itinerante, en paneles, elaborada por la Secretaría Nacional de Cultura, Dirección General de Promoción Cultural Comunitaria, Dirección de Fomento del Libro y la Lectura y la Sociedad de Escritores del Paraguay. Asunción, 2009.
ENLACE RECOMENDADO:
Ediciones TERRANOVA,
Tapa: “El Sueño”
de Henry J. Rosseau - 1910
Diseño de tapa: M.E.Garay,
Asunción-Paraguay 2000.