LA POESÍA ACTUAL EN EL PARAGUAY
Ensayo de AUGUSTO ROA BASTOS
Es vieja la interdicción que padece el Paraguay en el litigio siempre renovado de las antologías americanas. Los antólogos se han limitado a aplicarle el signo de la incógnita, en sus compilaciones. El resultado ha sido el arraigo de la creencia generalizada de que "el Paraguay no tiene artes ni artistas"; convicción ésta que duele naturalmente a los paraguayos en lo más vivo. La sentencia parece envolver un cargo tremendo. Se puede decir, creo yo, sin consecuencias muy graves, que un país no tiene fábricas, ni ferrocarriles, ni servicios aéreos, ni subterráneos; en suma, los más elementales factores del progreso técnico o maquinista. No sería una injuria. Pero decir de un país que no tiene artes ni artistas es negarle su propia alma; es disputarle su dolor y su esperanza; es afirmar que no tiene recuerdos ni ilusiones, ni antepasados, ni herencia, ni historia, ni porvenir, puesto que de todas estas cosas se nutre y vitaliza el arte como una flor viva e inmarcesible. Es, pues, negar a este país en su esencia misma. Pero, el caso es que esta tierra roja y sensitiva del Paraguay ha visto nacer muchas cosechas. Laureles y penumbras le han brotado sin cesar de sus heridas. Le han nacido secularmente hombres que saben consumirse sin queja, en una apasionada actitud de vida y de destino. La heráldica de esta tierra sería la flor del naranjo, blanca, sobre el crepitante bronce del quebracho. Ha hecho y padecido como los otros pueblos su propio camino con sus trabajos y penurias. No es culpa suya que los haya aprovechado menos.
Por esto la ausencia del Paraguay en florilegios y compilaciones de todo orden propone un evidente problema: porqué el Paraguay se halla situado como incógnita casi indescifrable en los anales literarios de América Latina.
El problema tiene dos fases. Una nos muestra o nos sugiere el correlativo sentimiento de inferioridad que puede haber determinado para la creación poética en el Paraguay esta postergación indefinida. Hasta hace poco tiempo al menos, el poeta en el Paraguay no sentía el peso solemne del magisterio poético. Se resignaba a no ser oído, a cantar, como quien dice entre dientes, para "espantar sus propias penas". Esto tal vez, en un sentido, le hiciera perder la responsabilidad de expresar su país para propios y extraños; de traducir para los demás su mensaje interior e intransferible que, de existir, iría en poco tiempo a extenuarse en la acción: sus guerras, sus algaradas políticas o su constante lucha con la tierra y el medio que, solicitados por rutinarios procedimientos, le rendían parvamente sus frutos.
La otra faz del problema presenta una instancia curiosa: ¿por qué los antólogos se han conformado a admitir la incógnita literaria del Paraguay, sin empeñarse en indagar, como parece ser lo equitativo, las posibles causas de esta incógnita? Tratemos de apuntar los posibles motivos.
El Paraguay es el único país de América cuyo pueblo, casi colectivamente, vive y expresa su emoción en el idioma nativo. La rica sustancia verbal del guaraní le permite hacerlo; la costumbre potente de la tradición le obliga a ello. Esta premisa ha sido infaltablemente des-echada, y es por extensión, el origen de no pocos prejuicios y desconocimientos. En el Paraguay, el hombre del pueblo permanece poco menos que impasible ante un poema en español, aunque lo entiende y capte sus más recónditos matices Pero vibra con el sabor de tierra y selva de los versos en lengua vernácula, que le proyectan sobre la epidermis del alma ese fluido indefinible pero activo de la presencia terúlica, tan fascinante en su ineludible influjo sobre el tipo humano nativo. El paisaje palpita en las intraducibles imágenes del idioma autóctono. Hay traslaciones metafóricas del uso corriente que se han adelantado centurias a la más aguda técnica surrealista. En estos contrastes o representaciones de zonas sensoriales o semánticas que se dan en el idioma guaraní por la elección intuitiva y nada retórica del genio popular, sorprende y cautiva la extraordinaria lucidez de los aciertos. Vertidos al español, que es la lengua culta, estos hallazgos expresivos desaparecen como quemados por un ácido. No existe un puente seguro que acceda el paso de un idioma al otro.
Ahora bien, el guaraní no tiene una literatura escrita propiamente dicha. Solamente desde hace poco tiempo, la poesía comienza a escribirse. El acervo común es la tradición oral. Esta memoria receptiva de las generaciones es la que poliniza con su inmenso poder de sugestión la imaginación y la sensibilidad de los jóvenes poetas. De aquí el sentido juglaresco que asume el romancero popular repetido en vilo de guitarras y canciones, sobre el hontanar sentimental de la patria guaraní. Esta también sería la respuesta al por qué la música es el arte de mayores posibilidades en el Paraguay. Virtualmente toda la energía de la pasión creadora se ha canalizado hacia la música que en realidad es hoy una de las que poseen en América mayor personalidad.
Lo que acabo de mencionar explicaría y excusaría en parte la obstinada inadvertencia de los antólogos. Pero no puede ser de ninguna manera una completa justificación, porque el hecho indiscutible es que a pesar de todo, el Paraguay posee en lengua española, si no en igual número, por lo menos en jerarquía, poetas tan eminentes como los demás países de América.
Por eso excepción hecha de un Darío, o de un Lugones, o de un Neruda -que son ya, y para siempre, cimas solitarias en el tiempo-, tan antologable es un Alejandro Guanes, del Paraguay, como un Enrique González Martínez, de México; o un Eloy Fariña Núñez, paraguayo, como un Ricardo Jaimes Freyre, de Bolivia; o un Manuel Ortiz Guerrero, del Paraguay, como un José Asunción Silva, de Colombia. Y en la nueva poesía, tan digno de una antología es un Hérib Campos Cervera, también paraguayo, como un Ricardo Molinari, de la Argentina; o una Josefina Plá, de mi país, como una Sara de Ibáñez, del Uruguay.
Ahora es ya tiempo de comenzar el parco recuento de los poetas que elaboran la nueva poesía del Paraguay, en idioma español. Son pocos, pero trabajan con vocación ejemplar en sus respectivas carteras de música, alumbra-das de pronto por el trágico fuego de la angustia universal que ha tenido la virtud de convocar y de identificar en una sola voz a todos los poetas del mundo. Conviene, empero, advertir que hay un auge simultáneo de la poesía bilingüe en el Paraguay. Es en esta dúplice floración de la poesía donde se debe buscar el acento más firme del renacimiento literario de este país. Los poetas jóvenes que escriben en español no han vuelto las espaldas a lo suyo. No han traicionado el empuje de su medio, pero lo han superado por el camino de una levitación poética, como el vapor del amanecer se lleva íntegra el agua de la tierra, pero leve, diáfana, transparente. El designio de esta joven poesía ha sido hallar a todo trance su verdad y expresarla sin trabas de dicción. Ella ha rescatado al Paraguay de su confinamiento literario, y lo ha incorporado en voz, latido y presencia al oro de los países libres cuyos poetas saludan sobre el dolor la nueva alegría.
Porque América no ha quedado rezagada en la tragedia. La guerra abrió brechas profundas en todas partes, aun en aquellas en que las granadas y las bombas sólo hirieron el alma de los hombres, con su remota explosión en tierras de combate. Por eso también sus poetas; si bien continuaron oprimiendo en sus puños morenos la paloma confidencial de la lírica, no pudieron evitar que esta paloma tuviese sangre en el pico. Y además, entre los dedos tensos les había crecido a estos poetas el sabor de hierro de la espada que era necesario empuñar en el ensueño para morir, si era preciso, con el rostro vuelto hacia el amanecer. Sobre la rosa de los vientos de América también había caído la sombra que pronto se hizo piedra oscura. Sus poetas empezaron a cavar túneles para liberarse, y trincheras para defender su estrella agredida. El signo de todos fue, pues, la angustia.
Se les ha echado el cargo de hacer poesía política. También a los nuevos poetas paraguayos. Como si la poesía pudiera desentenderse de la política, cuando esta política es nada menos que el denuedo incoercible del agua humana que busca el nivel de libertad humillada por la opresión.
A la moderna poética paraguaya desemboca un cauce de caudal bien hallado y profundo. Desde Natalicio Talavera, que fue cronológicamente el primer poeta de la república, una misma línea enlaza, también por orden cronológico, los nombres de Alejandro Guanes, Ignacio A. Pane, Eloy Fariña Núñez y Manuel Ortiz guerrero, ya fallecidos, con los de Pablo Max Insfrán, Néstor Eduardo Rivero, Facundo Recalde, José Concepción Ortiz, Vicente Lamas, Néstor Rosa Mazó, Dora de Acuña e Ida Talavera. Estoy haciendo a mi vez antología de Nombres. Hérib Campos Cervera y Josefina Plá inician el movimiento actual. Pertenecen al tiempo violento de la angustia. En la altísima tensión de sus moldes intelectuales, la emoción resuena como un gemido sepultado cuya sonoridad acaba por impregnar todo el canto. En ellos la sensibilidad coincide con el tiempo histórico. Esto les permite interpretar en su poesía de fina aleación emotivo-racional, no elaborada como podría suponerse, sino espontánea y urgente, el grito multitudinario de la sangre que siente el acecho de la muerte. Vetas de violácea tortura en la una. Surcos de invencible nostalgia en el otro. Su intensidad lírica los sitúa en el punto exacto en que de la conjunción de la agónica lucha con el presentimiento resplandeciente, salta la chispa musical de sus versos. No constituye, sin embargo, en un sentido estricto, el tipo del poeta social. Pero su ensimismamiento lírico tiene la voz plena y entera de los estremecimientos y de los sordos mutismos colectivos, realizado por su verdad y profundidad, la significación ecuménica de toda lírica profunda y verdadera. Ellas poseen la voz que el pueblo presiente exacta en sus desvelos oscuros del decir, y entonces, aun cuando brote de sus labios la elegía embargada por las lágrimas, las resonancias se expanden lejos y terminan por ser cantos de triunfo por la duración temblorosa del canto que se evade de todo fenecimiento posible. Porque poeta es aquel que cuando dice "bosque" puede sostenerlo sobre la levedad de un pétalo, según clamaba desgarradamente y también en triunfo el poeta de México.
Esta intensidad lírica permite a Josefina Plá y a Hérib Campos Cervera liberar la emoción reprimida en los que sientos la desintegración de esta etapa. Pero lo consiguen a expensas de su propia prisión en el aislamiento solitario. A veces, el grito de épica textura en sus labios, como una llama larga, resplandor trizado del bronce, que vuela en el aire nocturno.
Josefina Plá comprime su mundo poético sometiéndolo al rigor de unas limitaciones casi crueles que tornan vertiginosamente leve su arrebato emocional. Todos sus poemas son cortos y poseen una tensión sobrecogedora. A Hérib Campos Cervera pertenece un tríptico poético del campo, la selva y el desierto que es de lo más logrado que se ha escrito en América en estos últimos diez años. Entre estos dos nombres, los más nuevos de Ezequiel González Alsina, Amado Jesús Recalde y Elvio Romero. A Ezequiel González Alsina le gusta ceñirse la transparente cota de Francia con el pseudónimo de Gastón Chevalier Parrís para firmar sus poemas y sus piezas de teatro. El amor es para él una galería subyacente de evasión. Amado Jesús Recalde, enciende sobre las calles su poesía revolucionaria y áspera que envuelve una almendra de infantil candor y de esperanza heroica. El más joven de todos y el más prometedor: Elvio Romero. Su poesía: una espiga purpúrea conmovida por vientos en que resuenan voces de campanas y en que se inclina el sueño con temblorosos tallos de sonido.
Todos estos poetas escriben también poesía en guaraní, como lo prueban algunos poemas del mismo Campos
Cervera y de González Alsina, que han legado al poemario nativo sus aportes de excepcionales méritos, tales como "Manduá Rory " (Remembranza del Tiempo Alegre), de Campos Cervera, y "Cuñá Mimbí pá " (Mujer resplandeciente), de González Alsina.
Quede encerrada esta sumaria exposición con el nombre de Julio Correa. Su denodada labor es la síntesis artística más lograda de los dos mundos emocionales en que alterna la existencia espiritual del paraguayo. Fundador del teatro guaraní en el cual lleva escrita una veintena de piezas, fulmina también los versos más encendidos que se hayan escrito jamás en español en el Paraguay, contra la servidumbre a las ideas totalitarias.
En la voz de estos nuevos poetas se determina una nueva edad que ya lleva sobre su clara dimensión un retazo vivo del porvenir de esa patria de naranjales ardientes.
Y en su llama, el metal de una nueva y más alta aurora.
(Charla radiada por la B.B.C. de Londres, en octubre de 1945)
[Revista del Ateneo Paraguayo, Año 4,
N°- 11, Asunción, enero de 1946]
SILENCIARIO
a la sombra del silencio
se oye el susurro de los orígenes
la curvatura del anhelo
como el sonido del humo
se oye en la neblina
la gárrula mudez de los muertos
retornan sin ruido los ausentes
doblan la esquina de los vientos
aparecen cubiertos de polvo
con la potencia de la hierba
crecen bajo el suelo de piedra
bajo suelas de piedra
MARGEN
en el borde interior de la página
en el blanco arenal que bordea
la selva de lo escrito
alguien espera en cuclillas con mirada de sordo
con ansiedad de miope
a que la palabra diga algo
en futuro arcaico en sonido
en voz propia
como el canto natural de los pájaros
o al menos como el ruido de un alfiler
cayendo de punta sobre la cresta
del mundo
ÑAHATÏ-VERA
quién mejor que el paralítico
de nacimiento
puede moverse como un relámpago
en el pensamiento perpetuo
de la danza
únicamente el ciego no nacido
a la luz increada
puede contemplar el espectro
de los soles en fuga
sólo el inválido-ciego-sordo-mudo
de la última hora
guarda la flor mágica de la juventud
en las yemas entre los labios
bajo el pelo canoso del alma
cubriéndole en sus pétalos
pusiéronle por lápida la sombra
de una libélula danzando en la lumbre del sol
este que yace aquí no está más
se fue a nacer a otra parte
cansado de esperar a la que amaba
DESTINO
cada uno cría su íntimo cuervo
en las entrañas de los ojos
así alguno que otro al final
puede contemplar el lado oculto
de las cosas
cada uno lleva pegado
a la sed inmemorial de los labios
el trémulo colibrí
de la materia alma
su río de rocío inagotable
cada uno está hecho de tierra
de agua de aire de fuego de anhelo
de estiércol
de nada
sólo entre tantos no es tan triste
nacer ni vivir
las catástrofes hacen felices
a los profetas
cada uno tiene la suya
muere en su día cada uno
más la persona-muchedumbre
lázaramente se levanta
después de cada cataclismo
cien años más joven
sin ningún artilugio alegórico
ALMARIO
todo visto leído vivido saciado
pesado contado dividido
salvo el libro de memorias
con hojas sin abrir hasta el último día
guardado bajo siete llaves
en su estuche nocturno
rectángulo intemporal del olvido
APATRIDA
por mucho que oprima tus manos
tu harapiento fulgor
te vas de mí te fuiste
no vendrás en mi seguimiento
partido de ti huyendo hacia ti
deidad quimera ser cuyo nombre se escribe
con p de páramo en clave de agua
con ay de piélago
ahora mismo te siento
aullar a mis espaldas
seguidora implacable en tu irte
sacudiendo en la sombra
tu enjambre de sol
mis llagas como pulgas
en este instante aquí
tu ausencia soy
tu fuiste mi posteridad
tu antepasado seré
de noche cuando pasean los gatos
entre los vidrios rotos de las estrellas
cuando arde en el vacío
la lágrima seminal del solitario
me aferro a tus cabellos
largos como la angustia
calva deidad distante esfinge
gemela de la luna llena
el humo allá a lo lejos
mansamente llovizna su heredero rocío
hacia los cielos de arena de tus ojos
no existo para ti
tus miradas no recuerdan
lo que no ven.
Fuente: POESIAS REUNIDAS - AUGUSTO ROA BASTOS
Edición de MIGUEL ÁNGEL FERNÁNDEZ
COLECCIÓN POESIA, Nº 1
© de la introducción, compilación y notas: MIGUEL ÁNGEL FERNÁNDEZ
© De esta edición: 1995, Editorial El Lector
Tapa: LUIS ALBERTO BOH
Asunción - Paraguay 1995 (307 páginas)
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