EL JUEGO DE LOS DIOSES
Novela de ALEJANDRO HERNÁNDEZ Y VON ESKSTEIN
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Editorial y Librería SERVILIBRO
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Dirección editorial: Vidalia Sánchez
Ilustraciones de Portada e interior: JUAN MORENO
Diseño de Portada: ARALIA DOMENECH
Diagramación de interior: BERTHA JERUSEWICH
Corrección: VIVIANA INSAURRALDE
Edición: 500 ejemplares:
Edición al cuidado del autor
Asunción – Paraguay
Agosto 2010 (297 páginas)
Hecho el depósito que marca la Ley Nº 1328/98
ISBN: 978-99953-0-233-7
ÍNDICE
DEDICATORIA
CAPÍTULO I : EL SUCESOR DE HOREMHEB
CAPÍTULO II : EL COMANDANTE SETHY
CAPÍTULO III : LA MEDIDA DE AQ-IB
CAPÍTULO IV : EL GRAN MAESTRO Y LA CAÍDA DE AVARIS
CAPÍTULO V : OSARSIPH
CAPÍTULO VI : EL TEMPLO DE TYENY
CAPÍTULO VII : LA FIESTA DE BASTET
CAPÍTULO VIII : EL PER ANKH DE IUNU
CAPÍTULO IX : LA LLAVE SAGRADA
CAPÍTULO X : LA DUAT
CAPÍTULO XI : LA LUZ DE RA
A Jorge Franco,
Un brillante cuya luz iluminó mí camino.
CAPÍTULO I : EL SUCESOR DE HOREMHEB
Recuerdo vívidamente esa tarde de la estación de shemu 1, a comienzos del mes de pajon 2. Todo Kemet se preparaba para las festividades de Min 3, en especial a los festejos que se realizarían en la ciudad de Gebtu 4, en donde las carreras con animales es una de las mayores atracciones.
Los ases de luz, llenos de polvo del vetusto palacio, solo interrumpidos de vez en cuando por algún sirviente que los atravesaba, penetraban en la habitación contigua a la sala del trono. Es en esa misma habitación, en donde me encontraba sentado sobre una banca bellamente adornada.
Cada rayo solar penetraba tímidamente impactando su mortecina luz rojiza, en los antiguos relieves de las columnas.
Cuantas veces en estos últimos dieciocho años habré estado por horas, sentado en este mismo asiento viendo el maravilloso espectáculo de luces y sombras que Atón me regalaba día a día mientras esperaba que el faraón me haga pasar ante él. ¡Oh Atón!, si el faraón supiera que todavía pienso en ti.
Los ases de luz, llenos de polvo del vetusto palacio, solo interrumpidos de vez en cuando por algún sirviente que los atravesaba, penetraban en la habitación contigua a la sala del trono.
Horemheb, el amado de Amón, de seguro me regañaría, a pesar de que era tolerante con algunos de los pocos seguidores que quedaban de este Dios, siempre y cuando no manifiesten públicamente su fe, disimulando, especialmente ante los sacerdotes del gran Amón.
Cómo cambió la vida en estos últimos años. Los sacerdotes de Amón volvieron a tener el poder que les fuera arrebatado por Akenatón, a pesar de que el Faraón se cuidó bien de nombrar en los templos principales a sacerdotes militares que le fueran fieles y así poder gobernar tranquilo, frenando de alguna manera el poder del clero en aumento, sin mayor interferencia. No obstante, para el pueblo, la imagen era otra. Se mandó destruir el templo de Atón en Karnak, para con sus talat 5, en este mismo templo, construir el nuevo pílono, el número IX, dedicado a la gloria del gran Amón, además de apropiarse de los monumentos y estelas de sus predecesores inmediatos, el malévolo e intrigante Ay y el malogrado Tutankhamón.
Estaba sumergido en mis pensamientos, cuando una agitación anormal por parte de los sirvientes, me hizo volver a la realidad. Los lacayos del palacio iban de un lugar a otro como si fueran hormigas a las que se les destruye su hormiguero.
Poco tiempo después, las puertas de la sala del trono se abren y detrás de ella surge la figura gallarda de un joven oficial de unos treinta años, al que yo bien conocía. Era el joven Seti, hijo de Paramessu.
Conun cuerpo fino pero gallardo, cara ovalada, nariz aguileña y mentón pequeño pero respingado. Era de una belleza poco usual para un militar. Seti, comandaba el batallón en donde mi hijo Sith servía.
- ¡Waty, ven rápido!, al faraón le urge verte -exclamó agitado y con cara preocupada.
- ¿Qué es lo que ocurre Seti? – repliqué.
- Horemheb ha enfermado de repente.
- ¿Pero qué le ha ocurrido?
- Nadie lo sabe. He ordenado a mis hombres que lo trasladen a sus aposentos y ahora mismo está con los wabn 6.
- Pero ven. Sígueme, no podemos perder tiempo.
Corrimos por entre los antiguos pasillos hasta llegar a los aposentos de Horemheb.
El anciano faraón yacía en la cama muy demacrado. A sus ochenta y cinco años, ocho más que yo, muy poco quedaba de la impresionante figura del otrora generalísimo de todos los ejércitos.
Al verme, intentó tomar una actitud serena, digna de un rey. Una sonrisa forzada surgió de sus labios, para luego decir:
Mi querido escriba, por lo que puedes ver, esta vez he tenido causa justificada para hacerte esperar.
Mi señor, no diga eso. Un faraón puede hacer esperar el tiempo que sea a sus súbditos -interrumpió impetuosamente el joven Seti.
Tienes razón mi fiel Seti -contestó Horemheb-, aunque hay veces en que el faraón puede tolerar ciertas impertinencias de sus lacayos.
Ahora, déjenos solos un momento con mi escriba y consejero -ordenó el faraón al joven oficial y a los wabn, quienes todavía se encontraban en la habitación.
El gallardo oficial se retiró presurosamente cerrando la puerta detrás de sí, seguido por los wabn.
Este ejército de matasanos me tiene cansado, por cualquier cosa vienen en batallón -expresó riendo de buena gana el faraón. Como si el número significara un alivio más rápido y efectivo para este cansado cuerpo.
No proteste su majestad -dije-. Ellos hacen lo que pueden.
Déjate de protocolos Waty -refunfuñó Horemheb-, que un disgusto me ha dejado en esta cama.
Mi edad es avanzada y muy pronto vendrá Anubis a conducirme al otro lado del río.
¡No diga eso! -dije con el ceño fruncido.
Es cierto, y tú lo sabes bien - replicó Horemheb visiblemente entristecido. La cara del faraón dibujó una sombra de tristeza mezclada con melancolía. Durante mi reinado he hecho muchas cosas buenas, por algo me llaman “majestad que legisla para hacer prosperar a los habitantes de Kemet”. Pero también he tenido mis equivocaciones y he cometido injusticias, inclusive con amigos.
No diga eso -dije tratando de calmar su creciente agitación-. Creo que ha sido muy justo.
No, no lo he sido -contestó Horemheb expresando su tristeza. Hoy me he enterado que un amigo de infancia, un médico seguidor de Atón, al que envié al exilio, por sus continuas críticas hacia mí, ha muerto. No debí ser tan duro con él. Ahora ya es tarde para lamentarme.
Estoy seguro de que el ba 7 de su amigo lo ha perdonado ya, además tienes que ver todas las cosas buenas que has hecho por Kemet, como por ejemplo el decreto, por el cual has desterrado la injusticia y la corrupción de estas tierras. Has construido templos, ampliado la ciudad de los trabajadores, además de mantener a raya a los hititas y los nubios.
Sigo insistiendo que no he sido lo justo y firme que he debido ser, ya que, presionado por el clero, he borrado la memoria del joven Tutankhamón, quien como sabemos no tenía ninguna culpa, solo la de ser hijo de ya sabes quien… -dijo refiriéndose a Akenatón, nombre que estaba prohibido pronunciar.
Recuerda que no has sido tú quien borró los cartuchos de Tutankhamón sino el pérfido Ay.
¡Esa hiena no existe, nadie debe pronunciar más su nombre! - gritó Horemheb antes de que le diera un ataque de tos.
No te agites -repliqué poniendo en un cáliz de vidrio que asemejaba una flor de loto, agua fresca de un ánfora-. Eso es cosa del pasado.
Son cosas del pasado, pero los dioses me han castigado no dándome ningún heredero. Es por eso que te he llamado para que me des un consejo en una decisión que voy a tomar.
Me honra poder dar mi humilde opinión sobre un asunto tan delicado -repliqué sorprendido y halagado a la vez.
Mira Waty -dijo incorporándose en la cama-, tus ecuánimes consejos me han ayudado a ser más justo en mi reinado, además el joven Tutankhamón te apreciaba mucho, aunque nunca entendí el porqué de la repentina confianza por parte de la esposa del hereje para enviarte en misión a Hattusa 8, por el asunto ese del príncipe Zannanza 9.
Esta última acotación me sobresaltó, hecho que, de ningún modo quedó desapercibido por el astuto faraón, quien esbozando una pícara sonrisa continuó diciendo:
Waty, Waty... ¿qué secretos has ocultado todo este tiempo a tu faraón...tu amigo?
Es que...-dije, turbado.
No te preocupes -dijo Horemheb con una sonrisa apacible.
Siempre supe que entre el hereje y tú existió un gran secreto, pero eso ya no me importa. ¿Crees tú que si me hubiera importado, no te lo hubiera reclamado hace tiempo? -dijo Horemheb meneando la cabeza y palmoteándome el hombro.
Pero dime -dije todavía nervioso- ¿qué es lo que quieres consultarme?
Como te he dicho; mi hemet 10, si es que puedo llamarla así, no me ha dado ningún heredero. Por ello, si muero Kemet se sumergirá en el caos que tanto trabajo me costó erradicar. Mucho he pensado en esto y me aterra la idea. Kemet -siguió diciendo-, necesita sangre joven pero noble y sinceramente no sé que hacer. Ya es tarde para consultar en el oráculo de Amón en Siwa 11.
¡Oh gran Horus! -dijo levantando sus manos en alto hacia la ventana, por la que ya la luna entraba inundando con su luz la habitación- ¿Por qué no has permitido que este tu hijo no tenga descendencia?
Horemheb estaba desesperado. No quería ver su obra destruida por facinerosos y oportunistas, por lo que tocando su hombro dije:
Gran Horemheb -ser noble no significa ser de cuna real-. De hecho, como tú bien lo sabes, muchos faraones no lo han sido.
Debes elegir entre tus servidores más capaces -dije con convicción de corazón noble-. Alguien que ame a Kemet y a su pueblo, como lo has hecho, alguien que piense y actúe como tú.
Sólo me viene a la cabeza un nombre, y es Paramessu- dijo con el semblante triste el faraón, para continuar diciendo-: Pronto estará en mi misma situación, ya que ha visto setenta veces a Sotis 12*
Perdona que te contradiga, pero él tiene descendencia; su hijo Seti, de treinta años y a su vez, él tiene al pequeño Ramsés, de diez años.
Tienes razón. Aunque has visto a ese joven. No está preparado para ser faraón. Es muy aniñado y atolondrado, no sabría que hacer.
¡Por eso el Faraón debe ser Paramessu! -exclamé con énfasis-. Él lo preparará como si fueras tú mismo.
Horemheb quedó pensativo un instante para luego responder con cansada voz:
Otra vez tienes razón mi fiel escriba y amigo. Toma aquel estilete y aquel papiro y toma nota:
Décimo octavo año del reinado de Horemheb, amado de Horus, quinto día del mes de Pajon de la estación de Shemu.
Mi estimado camarada y amigo Paramessu: Mi hora ha llegado, por lo que por voluntad de Re, y consejo de Toth, he decidido, nombrarte mi heredero al trono de Kemet.
Estoy seguro de que sabrás cumplir con ayuda de Maat, esta última misión que te encomiendo.
Sé que habrá momentos difíciles, yo los he tenido, pero así como me he valido de los sabios consejos de nuestro mutuo amigo Waty, sé que tú puedes también hacerlo.
Adiós, mi fiel Paramessu, que Horus guíe con su vuelo tus pasos como lo hizo conmigo.
Lleva este decreto en persona a Avaris 13*, en donde se encuentra ahora Paramessu junto con su esposa Sith- Re y vengan lo antes posible a Uaset 14.
Agradezco la confianza que tienes en este viejo, pero aunque no quiera contradecirte en tus deseos, ¿no crees que un documento tan importante lo debería llevar algún joven oficial?, alguien más ágil que pueda volar como el viento en un carro y traer a Paramessu en unos cuantos días.
No lo creo. Y si fueras otra persona ordenaría que te sacaran una oreja por tu insolencia al contradecirme, pero como eres tú, te diré que eres la persona que menos levantará sospecha. Nadie creería que un viejo escriba lleve un documento tan importante. Además mañana mismo enviaré a Seti y a otros oficiales a distintos puntos del reino haciendo correr el rumor de lo que supuestamente llevan.
Horemheb volvió a incorporarse en la cama y riendo de buena gana dijo:
Nadie creerá que un viejo como tú pueda tener algo tan importante para el reino de Kemet. Ahora dejémonos de charla y ve a descansar para que mañana por la mañana puedas partir a cumplir tu misión.
Así lo haré –dije postrándome ante la cama en señal de sumisión.
¡Levántate Waty! - exclamó Horemheb-. Tu integridad y fidelidad te han hecho servir a por lo menos tres faraones y no sé cuantos reyes, aunque sé bien que tu corazón siempre ha estado en Kemet.
Quiero despedirme de ti de pie -dijo levantándose del lecho-, como lo hacen los amigos.
Horemheb se levantó gallardo como cuando lo conocí en Ajet-Aton 15 y me abrazó fuertemente.
Adiós amigo. Nos veremos en el reino de Osiris, si así él lo quiere.
Me despedí y salí de aquellos aposentos presintiendo que sería la última vez que lo vería.
La tenue luz de las antorchas iluminaban las vetustas paredes del palacio cuando salí de ahí. Dos fornidos guardias cerraron las pesadas puertas de madera de Keben 16 de la entrada.
Caminé por las intrincadas callejuelas iluminadas por algunas antorchas y la plateada luz de la Luna.
En la faja de mi cintura se encontraba oculto el papiro que me diera Horemheb, el cual era preciso entregar a la brevedad, por lo que me dirigí a mi hogar, donde me esperaba ansiosa mi esposa Liah junto con la pequeña Ubis. Bueno, pequeña es una manera de decir, ya que mi hija se había convertido en una hermosa mujer de treinta años, quien me recordaba mucho a su madre a esa misma edad. A su lado se encontraba su hijo, mi nieto, el pequeño Jeper, de diez años de edad, cuyo padre había muerto en un enfrentamiento, en la frontera con los Libios.
Hola abuelo -dijo Jeper-. ¿Me has traído los dulces dátiles del mercado que tanto me gustan?
¡Jeper!- gritó Ubis- ¿Cuántas veces te he dicho que no debes estar pidiendo cosas?
Déjalo Ubis - repliqué con tono complaciente.
Deja que malcríe de vez en cuando a mi nieto, nada le hará unos cuantos dátiles -hablé mientras deslizaba en las manos de Jeper, a escondidas, una pequeña bolsa repleta de deliciosos dátiles maduros como la miel.
¡Me extraña querido que hables así! -exclamó Liah con el ceño fruncido-. Parece que te ablandas con la edad.
Cierto it 17- dijo Ubis con los brazos cruzados-. Recuerdas todas las veces que me recriminabas cuando tío Ahiram y tío Sebetis, me daban los mismos dátiles.
Bueno, bueno, está bien. Ya hablaremos de eso después.
Sí, hablaremos después -dijo Ubis fingiendo enojo-. Ahora tú, malcriadito, te vas a dormir. Ya es tarde.
No mut 18..., un rato más... deja que me quede un rato más escuchando las historias de abuelo.
Nada de historias, ¡ve a tu cama! -exclamó señalando la puerta del dormitorio en forma imperativa.
Cuando el niño se dirigió al cuarto seguido por mi hija, me acerqué a Liah y abrazándola le di un apasionado beso.
Mi esposa, con sus ya sesenta y tantos años, era la joya de mi hogar. Sus cabellos habían dejado de ser como el fuego, para pasar a ser de un blanco inmaculado, los cuales caían sobre sus hombros.
Luego del efusivo beso se apartó ligeramente de mí y dijo:
¿Qué es lo que pasa ahora?
Nada mi flor de loto, ¿por qué lo preguntas?
Porque te conozco bien, y sé que cuando vienes con esos deliciosos besos es porque alguna misión te han dado en palacio.
No puedo engañarte -contesté con la cara de un niño que es atrapado en una picardía. Debo llevar un documento a Pramessu en Avaris.
Y qué es ese documento que no lo puede llevar un mensajero, o su propio sa 19, ¿acaso Seti no está aquí en Uaset todavía?
Si está -dije en tono seco-. Pero esto debo hacerlo yo.
Deja que te acompañe entonces.
Pero querida... es en Avaris, no hay más que una vieja ciudad con campamentos militares.
Sé muy bien donde queda y qué es lo que hay -dijo Liah- ¿No es la misma ciudad en donde está asignado el pequeño Waty?
Sí, sí... sí. Esa es -contesté en forma cansina.
Hace mucho que no veo a mi ahijado y curiosamente quiero hacerlo ahora.
¡Pero cariño! No tardaré más de dos semanas.
Me parece bien, iré a empacar -dijo abrazándome fuertemente.
En realidad, desde hacía mucho tiempo que no hacía un viaje sin Liah. Ella siempre me acompañaba hasta en las pequeñas auditorias que solía hacer en nombre de Horemheb. Pero esta vez era distinto. El destino de Kemet estaba en mis manos y, por lo tanto, la misión era peligrosa. Ya no deseaba involucrar a mi esposa en ninguna nueva aventura. A pesar de mis esfuerzos por persuadirla, tuve yo la última palabra:
Está bien querida, partiremos temprano rumbo a Men Nefer 20 para luego ir a Avaris.
La barca se desplazaba por las calmas aguas del gran Nilo, gracias a una tenue brisa que soplaba desde la popa, mientras los frenéticos rayos del sol caían perpendicularmente sobre nuestros cuerpos.
Mientras avanzábamos por la líquida carretera observábamos, tanto a babor como a estribor, como varios campesinos cosechaban las doradas espigas de trigo, haciendo inmensas parvas con ellas. Más adelante, distinguimos cómo hábiles pescadores, en un sinnúmero de embarcaciones pequeñas, con sus velas triangulares, se afanaban en su tarea de arrancar de las aguas pródigas, el plateado tesoro formado por infinidad de peces que contorsionándose sobre ellos mismos, brillaban con los poderosos brazos de Atón sobre sus escamas.
Cuando la populosa Men Nefer se encontraba a unos diez y nueve iterus 21 de distancia, advertimos a lo lejos un carro de guerra, conducido por un oficial, a toda la velocidad que sus dos briosos corceles podían alcanzar.
¿Has visto ese carro mi amor? -dijo Liah, extrañada por la manera en que el oficial golpeaba con su látigo una y otra vez a los dos nobles brutos que, jadeantes, parecían no tocar el suelo.
Sí, cómo no notar eso. Seguro ha de ser un mensajero -dije mientras me hacía una idea de cual sería el mensaje transportado.
Desembarcamos unas horas después de estos acontecimientos en el atestado puerto de la inmensa y populosa ciudad de Men Nefer. El aire que se respiraba era de tensión y nerviosismo.
A pesar de que nuestro objetivo era llegar cuanto antes a Avaris, nuestros adoloridos cuerpos nos obligaron a tomar un merecido descanso en la confortable cama de una hostería cercana al templo de Ptah.
Estábamos bebiendo un cuenco de leche acompañado de unos panecillos cuando un grupo de tres oficiales entraron a la hostería y se sentaron en una mesa contigua a la nuestra.
Entre los oficiales se encontraba nuestro ahijado Waty, hijo de nuestros entrañables hermanos de corazón Ka y Ba, quien estaba tan ensimismado en la conversación, que no advirtió nuestra presencia hasta que Liah se acercó a él y tocándole el hombro dijo:
¿Qué clase de educación es la que dan ahora en el ejército, que ni siquiera un Teniente es capaz de saludar a sus padrinos?
El joven, sorprendido por estas palabras, vio con asombro a Liah, quien se encontraba fingiendo enojo a su lado.
Liah, Waty, ¿qué es lo que hacen en Men Nefer?, ahora más que nunca deberían estar en Uaset. Ningún lugar es seguro, la desgracia ha caído en estas tierras.
Las palabras de Waty confirmaron mis temores con respecto al mensajero, por lo que invité al joven oficial a nuestra habitación, para hablar sin ser oídos.
Una vez que mi esposa cerró la puerta de nuestra habitación y echó el cerrojo, dije:
Dime Waty, ¿ese mensajero que vimos venir a toda velocidad hace unas horas, traía noticias de palacio?
¡Lamentablemente sí! -replicó el oficial sentándose pesadamente en la cama- ¡La mayor desgracia ha caído sobre Kemet! ¡El amadísimo Horemheb ha muerto!
A pesar de que esa noticia la esperaba hace mucho tiempo, una enorme tristeza me embargó. Me acerqué a Waty, puse mi mano en su hombro y pausadamente le dije:
El faraón ha sido un gran gobernante pero principalmente un gran patriota, y gracias al amor que ha tenido para con Kemet, estas tierras volvieron a florecer en orden y armonía.
Es que no entiendes, todos sabemos que el faraón ha sido Horus el guerrero encarnado, y que bajo sus alas ha desaparecido la cizaña entre los habitantes de Kemet, pero entiende. ¡No ha dejado heredero!
Eso lo sabemos todos. Hator no ha querido que tenga sa, pero eso no es el fin del mundo -dije lo más calmado posible.
¡No puedo creer lo que dices! Sin Horemheb, Kemet ha quedado como una barca sin timón.
Calma, el faraón me ha dicho quién deberá ser el nuevo timón de estas tierras. Es por eso que estamos aquí.
No puedo creer que el faraón te haya encomendado semejante misión ¡Y solo!
¿Crees que tu padrino es demasiado viejo para enfrentar a los enemigos del reino?
No es eso... Solo que...
¿Que un viejo de más de setenta se tiene que quedar en su casa a cuidar su estanque de lotos? -interrumpí guiñándole el ojo en forma cómplice. Mira -continué hablando- puede que tengas razón. Que tenga mucha edad para este tipo de aventuras, pero el faraón necesitaba a alguien de confianza y que no levante sospechas, para que informe al nuevo faraón. Y para facilitarme la misión ha enviado a varios puntos del reino emisarios fuertemente armados haciendo correr el rumor que cada uno de ellos, por separado, lleva el decreto de sucesión.
Pero igual no puedo permitir que ustedes dos vayan sin escolta a...
En ese instante, Waty se percató de que ni siquiera sabía a donde nos dirigíamos, por lo que rápidamente preguntó:
¿Y se puede saber a dónde piensan ir solos?
Toma -dije sacando el papiro enrollado dentro de mi faja-. Entérate de las noticias antes que tus superiores.
¡El faraón no tenía derecho a hacerte esto! -exclamó luego de leer el decreto-. Avaris es la boca del lobo. A pesar de que Ahmosis haya hecho creer a todo el mundo que los Heka-Khasu 22 * han dejado Kemet. ¡Eso no es cierto!
¿Cómo que no es cierto? ¿Acaso existen todavía Heka-Khasuen Kemet? - preguntó Liah quien, hasta ese momento, había escuchado en silencio la conversación.
Esto no debería decirlo, pero eso es cierto. Según se dice, ellos nunca dejaron Kemet, y los pocos que quedaron escondidos como gente común y haciéndose pasar por gente de estas tierras, formaron una secta secreta auto denominándose los mussons.
Sí, lo sé. Y no es un rumor -dije guardando cuidadosamente el papiro-. El faraón sabía bien de la existencia de esta secta, pero como tú bien sabes, hasta hoy nadie sabe quiénes son sus miembros.
Lo único que se sabe -continué hablando- es que los mussons quieren volver a gobernar Kemet. Y no lo permitiremos.
Es por eso que ha sido una insensatez del faraón en enviarte a ti a buscar a Paramessu, ¿acaso no podría haber enviado al debilucho prepotente de su sa?
No hables así del hijo del futuro faraón. Es cierto que muchas veces actúa de mala manera pero se le irá con el tiempo. Además despertaría sospechas entre los mussons.
Mira Waty, yo los acompañaré a Avaris. De hecho, mi unidad esta apostada en esa ciudad, así que no despertaré sospecha. Podemos decir que estando en Men Nefer decidieron pasar a visitar a su amigo.
No estoy muy convencido de tu propuesta -dije.
¡No se hable más! -dijo nuestro ahijado, ajustándose el jepesh 23 a la cintura y haciendo una mueca cómplice a Liah -yo soy Teniente y tú un civil. Así que ahora obedecerás mis órdenes.
Nunca debí convencerte de seguir la carrera de las armas -dije fingiendo disgusto-. Ahora éste es el resultado.
En realidad, me alegraba haber encontrado a Waty, ya que, me haría de guía en la pequeña y peligrosa Avaris.
Esta antigua ciudad se sitúa en la zona nordeste del delta del Nilo. Cuatrocientos años atrás fue una floreciente ciudad en manos de los Heka-Khasu o Reyes Pastores, quienes hábilmente se fueron infiltrando poco a poco entre los pueblos de Kemet. De esta manera, se apoderaron del gobierno del reino sin violencia y realizando varias alteraciones sociales durante las dinastías XV a XVI, disminuyendo su poderío en la dinastía XVIIpara finalmente, ser expulsados por el gran Ahmosis, como todos sabemos.Los Heka-Khasu eran pedreros y artesanos excepcionales, su tribu comprendía varias familias, gobernado cada clan por un hombre sabio e ingenioso; el patriarca. Estos patriarcas eran los ancianos responsables por la preservación del saber. Descendían de una civilización más antigua aún llamada Mu, razón por la cual eran dominados Mussons, de aquí el nombre de la secta.
En esta misma ciudad había nacido Paramessus, en los últimos años de Amenofis III, y es en esta misma ciudad donde pretendía terminar sus días. Qué tan errado estaba, ni se imaginaba el giro que daría su vida.
El sol agonizaba en el horizonte cuando divisamos las vetustas murallas de la ciudad de Avaris. Las primeras antorchas eran encendidas poco a poco por soldados de la guarnición apostada en el lugar.
La antigua y próspera capital de los Heka- Khasu, que en otras épocas fuera el orgullo de los invasores; aquella en cuyas armerías se fabricaban armas muy superiores a las de kemet de aquellos tiempos. Entre ellas los carros de combate no eran más que un apretujado villorrio, lleno de pequeñas e intrincadas callejuelas, en las cuales se seguía fabricando una muy refinada alfarería estilo cananea.
Al pasar las puertas de la ciudad, Waty saludo al guardia, el cual devolvió el saludo displicentemente.
Luego de recorrer antiguas callejuelas divisamos la residencia del General Paramessu, quien a pesar de su sobriedad se destacaba de las demás.
Al igual que las demás viviendas y como es costumbre en las ciudades costeras, la vivienda del General estaba construida de adobe de barro cocido al sol, elemento muy abundante a lo largo de las orillas del Nilo y magnífico aislante. El tejado estaba construido con atados de cañas entrelazadas y aglutinadas con fango. Las puertas, columnas y marcos de las ventanas eran de madera. A pesar de las similitudes estructurales con las demás viviendas, las blancas paredes estaban adornadas con bellos frescos representando, en su mayoría, al dios Seth y al General en actitud sumisa. Las columnas de madera que, soportaban el peso de la entrada y del vestíbulo, eran azules con bellos capiteles lotiformes espléndidamente pintados, con variedad de tonalidades de verdes, amarillos y blancos.
Tocamos a la puerta y luego de unos instantes nos atendió Sat-re, la esposa del General. Sat-re tenía aproximadamente la misma edad de Liah, y al igual que mi esposa conservaba la belleza que la destacara entre las demás mujeres de la corte.
¡Liah, Waty! -dijo la mujer gratamente sorprendida-. Qué sorpresa nos dan. A mi esposo le agradará vuestra visita.
El gusto es nuestro - respondí-. Pero dime Sat-re, ¿se encuentra el Visir Paramessu en casa?
Acaba de salir, hace unos momentos fue a caminar por la ciudad, como es su costumbre, seguro no ha de tardar. Pero pasen, no se queden ahí. Esta es su casa.
Del vestíbulo pasamos a la sala, la cual estaba bellamente adornada con guardas de flores y aves. El techo estaba sostenido por una columna igual a la de la entrada. En uno de los extremos de la habitación se distinguía una escalera que bajaba hasta la bodega.
Una vez acomodados me disponía a relatar a Sat-re el motivo de nuestra visita, cuando la puerta se abrió abruptamente. El General, con el ceño fruncido, entró sin notar nuestra presencia.
Sat-re -dijo Paramessu-, algo terrible ha ocurrido en el reino: Horemheb ha muerto, me lo acaba de comunicar el Comandante de la guarnición.
Es por eso que estamos aquí -repliqué, levantándome de la silla en la que me encontraba sentado.
¡Waty! ¡Qué sorpresa! ¿qué hacen en Avaris en estos momentos tan difíciles para el reino?
Luego de los saludos de rutina, Liah y la esposa del General se dirigieron a la cocina mientras el pequeño Waty, como le llamaba desde siempre, el General y yo quedamos en la sala.
Pero mira cómo ha crecido el mocoso - exclamó el General dirigiéndose a mi ahijado.
Waty, quien se mantuvo callado todo el tiempo, se cuadró y saludó al General de forma militar.
Calma, relájate. Estamos entre amigos -dijo riendo el General-. ¿En qué batallón te encuentras?
En el batallón de Ptah, apostado en esta misma ciudad.
¿O sea que mi hijo es tu Comandante?
¡Sí señor!
Quién diría que aquel pequeñuelo al que viera en Tiro se convertiría en un Oficial del ejército de Kemet -bromeó Paramessu acercándome un vaso de cuarcita lleno de fresco y delicioso vino -. ¿No lo crees así Waty?
Sí, los niños crecen -respondí sonriendo y palmeando en el hombro a mi hijo.
Pero dime Waty, no creo que hayan venido a esta ciudad perdida del reino simplemente a visitarnos.
Tienes razón en ese punto -respondí entregándole el pergamino oculto en mi faja-. Tengo un mensaje del palacio, el cual es de suma importancia para los destinos de Kemet.
Paramessu se sentó en una butaca y leyó detenidamente el papiro, al cabo de lo cual, dijo meneando la cabeza:
No creo merecer este honor. Soy muy viejo para este designio, pronto yo también cruzaré al otro lado con la barca de Osiris.
Horemheb siempre te ha tratado como un hijo. Tú has sido su representante en lugares lejanos, donde él no podía acudir, además eres tan amado y respetado por el ejército y el pueblo como él; si alguien merece ser faraón ese eres tú.
Agradezco tus palabras -habló Paramessu levantándose lentamente-. Sé que tendré que cumplir el deseo de los dioses, pero no se si podré mantener el orden y la tranquilidad conseguida por Horemheb. Muchos querrán apropiarse del poder, tú sabes bien a quienes me refiero.
Sí -replique-. Horemheb me alertó de la existencia de grupos de personas que trabajan en las sombras para gobernar Kemet.
Basta de charla entonces. ¡Apresurémonos a partir a Uaset!
Mientras comenzábamos los preparativos para nuestro regreso con Paramessu y Sat-re a Uaset, muy cerca de nosotros, en los cuarteles distantes a unas cuantas calles, se tramaba un plan con el cual se pretendía cambiar los destinos de Kemet. Estos acontecimientos me fueron narrados por el propio Waty tiempo después.
***
Había partido hacia los cuarteles hacía unas horas. Me encontraba dispuesto a dormir cuando escuché fuertes golpes en mi puerta.
Teniente Waty -habló cuadrándose el soldado cuando abrí la puerta.
Tengo un mensaje urgente para usted.
Dime soldado, ¿qué es lo que ocurre?
El Capitán Tep-Hotep lo cita en forma inmediata en su despacho.
Asombrado, me vestí velozmente dirigiéndome al punto de reunión. En la habitación, se encontraban sentados en la larga mesa de madera de keben varios oficiales y un par de civiles a los que no conocía.
Muy bien -dijo cerrando la puerta tras de sí, el Capitán Teph-Hotep-. Ya están todos.
Siéntate teniente y bebe -dijo el capitán acercándome una copa de vino y dirigiéndose a la cabecera de la mesa.
Los he reunido aquí debido a los acontecimientos acaecidos en Uaset. Pero antes que nada quiero presentarles al señor Jemet- Ka y al señor Medu–Jenem -dijo dirigiéndose a los dos civiles que se encontraban a ambos lados de Tep-Hotep, en la cabecera de la mesa.
El faraón ha muerto y Kemet pronto se encontrará en un total caos. Todo el bienestar conseguido con nuestro esfuerzo, desaparecerá de nuestras manos como los granos de arena.
Disculpe Capitán –dijo un Teniente que se encontraba a mi lado-. No comprendo qué tiene que ver la muerte de Horemheb con estos dos señores.
Nuestro momento ha llegado -continuó diciendo Tep-Hotep mirando despectivamente y sin responder al Teniente. Como todos saben, esta ciudad fue la joya del reino. Desde aquí se “educó” al ejército de Kemet, si podemos llamar así a unos cuantos campesinos armados con garrotes y masas.
Conocemos la historia -replicó otro Capitán-. Ve al grano que no tengo toda la noche para hablar de historia antigua, además, como dijo el Teniente ¿qué es lo que hacen dos civiles en los cuarteles? El Comandante Seti no lo permitiría.
Calma mi querido Jenty-re-, dijo Tep-hotep-. Todo a su tiempo. Además, el Comandante de esta unidad mientras Seti no esté, soy yo.
Esto es un atropello -dijo Jenty–Re, levantándose indignado de la mesa.
Siéntate ahora.
Tú no eres quién para atribuirte el mando de la unidad - gritó Jenty–Re.
¡Guardias! -exclamó Tep-Hotep-, encierren al Capitán.
Dos fuertes soldados se acercaron con sus lanzas dirigidas al Capitán, sacándolo de la habitación.
¡Esto no quedará así! -gritó Jenty- Re-. Hablaré con el Visir Paramessu.
Al escuchar el nombre del General, los oficiales se miraron intranquilos.
Habla con quien quieras mi amigo.
Además, el viejo General no nos dará batalla. Hace tiempo que se ha retirado de los cuarteles para dedicarse a su estanque y sus flores de loto.
No creo que debamos subestimarlo dijo un Capitán.
Mi estimado Capitán- replicó Tep-Hotep-, Paramessu y los cuatro o cinco ancianos que le siguen pertenecen al pasado. ¡Aquí estamos frente al futuro! ¡Una nueva era se abre ante nuestros ojos!
Una vez que los guardias cerraron la puerta, Tep-Hotoep continuó hablando calmadamente como si no hubiera pasado nada.
Como les decía, de esta ciudad los Heka-Khasu distribuyeron su conocimiento y cultura a todo Kemet, hasta que Ahmosis creyó haberlos expulsado.
¿A qué te refieres con creyó? -preguntó otro Capitán.
Tep-hotep, con una cínica sonrisa respondió:
Los Heka-Khasuno se fueron nunca de Kemet. Se organizaron en forma secreta y poco a poco fueron penetrando en el gobierno del reino, primero como arquitectos, panaderos, luego como wabn, finalmente en el ejército.
En estos últimos años hubo varias oportunidades para llegar al palacio, pero las personas en las que se confió no estaban preparadas.
La oportunidad más clara fue cuando durante el décimo año del reinado del hereje, vimos la posibilidad de aliarnos con el clero de Amón proscrito e intentamos una revuelta que estuvo a punto de tener éxito, sólo que la persona designada para ser faraón se mareó con el poder que podría alcanzar y apresuró la revuelta, fracasando y huyendo de Kemet.
¡Ibiskamón!- exclamé perplejo.
Me sorprende Teniente Waty que conozcas el nombre de aquel triste sacerdote.
Es que... mi it y mi padrino fueron enviados al destierro luego de esa revuelta.
Vaya, vaya. Eso sí que es una sorpresa para mí -dijo mirando cómplicemente de reojo a los dos civiles, quienes se limitaron a contestar disimuladamente el gesto.
Mientras el Capitán hablaba de esta manera, un soldado golpeó la puerta, y cuadrándose dijo:
Capitán, la persona que esperaba ya se encuentra en el cuartel.
Muy bien, hazla pasar.
Caballeros, no los entretendré más con historia antigua como dijo nuestro camarada al principio de nuestra charla.
La puerta se abrió y entró envuelto en una capa negra, un hombre de unos setenta años al que su cara me parecía conocida. A pesar de su edad se lo veía fuerte y vigoroso.
Señores -dijo Tep-Hotep acercándose al hombre y postrándose a sus pies. Reverencien al General Nahtmin, o… ¿debería decir al Faraón Nahtmin?
Nahtmin fue el Visir de Nubia hasta que ascendió al trono Horemheb. Muchas veces lo había visto cerca del palacio, mientras jugaba con otros niños en Uaset, en compañía del primer ministro Ay, antes de que este ascienda al trono. Según se decía era el hijo ilegitimo de éste, aunque nunca, para su desgracia, se definió esta situación.
Todos los presentes miraron sorprendidos y atónitos a Nahtmin, ya que, se lo declaró muerto cuando Horemheb invadió Nubia, aunque nunca se encontró su cuerpo, pues según se dijo, se había suicidado y sus servidores fieles tirado su cuerpo a los cocodrilos para no caer en manos del faraón.
Súbditos de Kemet, honorables Heka-Khasu -dijo refiriéndose a nosotros y a los civiles. Los dioses me han dado la oportunidad de recobrar lo que se me fuera vilmente quitado por el difunto faraón.
Gracias a ustedes y a los sabios mussons, Kemet volverá a ser el país más poderoso del mundo; asirios, cananeos, sirios, tirios, biblios, sidonios, hititas, caerán rendidos a nuestros pies y casi sin derramamiento de sangre.
¡Oh gran faraón! -exclamó Tep–Hotep.
Sólo esperamos que se corone faraón para firmar los tratados de paz con los reyes de Siria y Palestina, cuyos asesores son adictos a nuestra causa.
Calma Capitán, dijo Jemet–Ka, - uno de los dos callados civiles. No será tan fácil como crees.
¿A qué te refieres Jemet-Ka? - replicó Nahtmin.
Tenemos informes de nuestros hombres en Uaset - expresó Jemet-Ka-, que el faraón antes de morir designó un sucesor, así que deberemos llegar a Uaset antes que él.
Y qué me importa lo que Horemheb quiera -dijo irritado Nahtmin- haremos que el sucesor designado corra la misma suerte del príncipe hitita Zannanza.
El problema mí querido faraón -dijo Jemet-Ka- es que no sabemos quién es el sucesor. Horemheb se cuidó bien ese detalle y ha enviado emisarios falsos a todas las ciudades importantes del reino.
Y qué importa eso -dijo Nahtmin-, la mayoría de los destacamentos de aquí a nubia están con la causa. Solo tengo que proclamarme faraón.
No es tan sencillo, a pesar de que tenemos algunos elementos dentro del clero, las cabezas responden a los designios de Horemheb.
Yo los conozco bien a esos aspira incienso. Huirán como carneros cuando me vean llegar con mi armadura y mi carro de guerra.
No podemos tener al clero en nuestra contra –dijo Medu–Jenem-. Además, el gran sacerdote Aq–ib 24* del templo de Ptah en Men Nefer, no está de acuerdo con nuestra causa y menos con vuestra reaparición.
Ese será un escollo -masculló Nahtmin-. Aq- ib peleó codo a codo con Horemheb en muchas batallas, su lealtad y honestidad no tienen límites. Además según se dice tiene el apoyo directo de Horus.
Sin contar que es incorruptible y la mayoría de los sacerdotes cumplen su voluntad-continuó diciendo Jemet-Ka.
Descuida,- manifestó Nahtmin-. Mi padre Ay solía decir:
Si un elemento no te sirve o te estorba en tus objetivos, se destruye -pisoteando un pequeño escorpión que pasaba junto a su pie-. Además -replicó Nahtmin en forma sarcástica-, ¿no era que ustedes tenían ojos y oídos en todo el reino?
Ya nos estamos encargando del problema, no se preocupe mi señor. Varios de los emisarios han sido retenidos, tal es el caso del comandante Seti, quien está preso en Abu 25.
¡Así lo espero! -exclamó Nahtmin-. Por algo te he puesto como mi primer ministro. Lo que me cuentas es una buena noticia, ya que, teniendo al hijo, doblegaremos al padre.-Refiriéndose a Paramessu en relación a algunos elementos del ejército adictos a Horemheb.
La oscuridad de la noche cubría toda la ciudad con su negro manto. Solo algunas pocas antorchas iluminaban tenuemente las enmarañadas y sucias calles. Lo que aproveché para salir del cuartel una hora después de haber terminado la reunión; cubierto con una negra capa para no ser visto y confundirme entre las sombras.
Era evidente que todos los presentes, exceptuando al capitán Jenty–Re, no estaban en desacuerdo con la conspiración para llevar a Nahtmin al trono, por lo que sería muy difícil llevar a Paramessu a Uaset.
***
¡Alto ahí, nose mueva, sea quien sea! -gritó el guardia al ver al Teniente Waty tratando de entrar por la parte trasera de la residencia de Paramessu.
Luego de ser revisado y comprobar que se trataba de mi ahijado, Waty fue llevado a nuestra presencia.
¿Qué hacías merodeando mi casa jovencito? -dijo el General-. ¿No crees que es hora de estar en el cuartel?
¡Sí General! -dijo el joven teniente tomando posición marcial-. Es que tuve que salir para alertarlos de una conspiración que se está gestando.
Luego de narrar cada uno de los detalles de la reunión de esa noche, Paramessu indignado exclamó:
¡Una conspiración! ¡Todavía no se ha enfriado el cuerpo de Horemheb y ya están conspirando!
Yo te lo he dicho Waty -dijo el General dirigiéndose a mí muy apesadumbrado-. No sé si podré con esta misión que los dioses me encomiendan.
Los dioses te han encomendado una misión muy difícil, de eso no cabe dudas, aunque sé que de seguro sabrás cumplirla. Ellos no hacen ni dejan nada al azar.
Por lo que dice Teniente, el cuartel es adicto a Nahtmin -expresó el General pensativo.
No del todo General -dijo Liah, quien había escuchado atentamente nuestra conversación- De hecho, hay hombres en el ejército que te respetan, de lo contrario nadie te hubiera mencionado.
Liah tiene razón en ese punto -dije sentándome en una silla que se encontraba junto a la ventana-. De hecho, no creo que sea necesario llegar a Uaset para realizar la coronación. La misma puede ser realizada en Men Nefer.
Sólo tienes que unir fuerzas con Aq-Ib. Él apoyará el designio de los dioses.
Todo lo que dicen está bien -habló Sat-Re-, pero ¿cómo atravesaremos los muros para ir a Men Nefer?
Creo que tengo una vaga idea -dije mirando una carreta con grandes tinajas de aceite y vino que se hallaba en la calle y en la cual dormitaba su dueño cubierto por una andrajosa capa negra.
¿Qué es lo que piensas hacer Waty? -preguntó Sat – Re, alarmada-. Mira que no somos jóvenes para seguir tus descabellados planes.
Serán descabellados -rió Paramessu-, pero siempre han dado resultado.
Deja todo en mis manos, sólo te pido que hagas venir al dueño de esa carreta.
¿A Sebeth? -dijo el futuro faraón- ¿Qué quieres con ese borrachín?
Tú tráelo y verás.
Paramessu envió a uno de sus sirvientes a que traigan en su presencia al carretero.
Sebeth era un hombre de no más de cincuenta años, aunque, con los años de bebida que llevaba encima parecía de mi edad. De cuerpo delgado, llevaba un andrajoso shenti 26 que alguna vez fue blanca y que el tiempo y la suciedad habían dejado de un color indefinido.
Buen hombre -dije acercando un humeante plato de lentejas al desdichado- ¿cuánto pides por tu carreta, tus bueyes y tu mercancía?
Mi señor -dijo mirando siempre al piso-. La mercadería puedo cambiártela por unas cuantas piezas de cobre, pero mi carreta y mis bueyes no puedo venderlos. Si lo hago -continuó diciendo Sebeth- no podré vender más mercaderías de ciudad en ciudad.
Comprendo -dije en tono serio-. Yo respondería igual que tú.
Ahora dime: si yo le pidiera al Visir que te dé hospedaje, sus sirvientas te bañen, te vistan con las mejores ropas, y te dieran de comer y beber de su pan y su irep 27, ¿me prestarías la carreta, los bueyes y tu ropa por unos días?
¿Todo el vino que quisiera? -preguntó de modo desconfiado el carretero mirando con el rabillo del ojo al Visir.
Paramessu asintió con la cabeza.
Si es así, hasta te regalo mis vestidos que llevo atrás de mi carreta.
Entonces trato hecho -dije-. Sólo que deberás permanecer en esta casa sin salir de ella, hasta que los guardias te informen lo contrario. Sólo podrás pasearte por la terraza pero siempre cubierto con la capa del Visir.
Luego de que el carretero fue enviado a una de las habitaciones de huéspedes que se encontraban en la parte trasera de la casa, al lado de la cocina, dije al General:
El plan que he tramado consiste en que Sebeth se pasee por la terraza de tu casa con tus ropas para que todos piensen que eres tú, mientras nosotros saldremos de la ciudad sin que nadie lo note.
Pero los guardias de la salida conocen a este borrachín y saben que siempre viaja solo.
No te preocupes, no notaran la diferencia. Yo me vestiré con las ropas de Sebeth, mientras tú, Sat-Re y Liah se ocultaran en aquellas ánforas vacías. De esta manera pasaremos la guardia sin problema, ya lo verás.
Mmm... -murmuró Paramessu-. Si pasamos la guardia de esa manera cuando vuelva mandaré azotar a esos hombres.
No creo que lo hagas -dije riendo mientras me ponía los harapos de Sebeth-, ya que, si pasamos las puertas de esta ciudad, volverás como faraón.
Después de cerrar la tapa del ánfora donde se ocultaba Paramessu, subí a la carreta y me envolví en la capa.
Waty -dije a mi ahijado-, entra ya en un ánfora que debemos partir.
Disculpa padrino, pero creo que aquí seré de más utilidad al faraón, enviando información de lo que sucede en Avaris a través de mis camaradas leales.
¡Ven Waty! -dijo Liah imperativamente- Tus padres nos confiaron tu cuidado y vendrás con nosotros.
Mi querida Liah -dijo el muchacho dando un beso en la mejilla a su madrina. ¿Cuántos años crees que tengo? No soy más aquel pequeño de ojos grandes que salió de Tiro.
Está bien mi pequeño Waty, quédate. Pero cuídate mucho, no me perdonaría si algo te sucediera.
Descuiden, no cometeré locuras.
Eso lo dudo -murmuré guiñándole el ojo, mientras azuzaba a los bueyes para que comiencen su lento caminar.
La penumbra del amanecer jugaba a favor de nuestros planes. Era ahora o nunca.
Azucé a los bueyes. Las ruedas comenzaron a rechinar tanto que se podía creer que aquella carreta se desarmaría en cualquier momento. Los bueyes, de andar cansino me dirigieron a la salida de la ciudad.
Al pasar por la entrada uno de los guardias dijo:
Sebeth, ¿no olvidas el ánfora de dulce irep que me prometisteis?
Sácala tu mismo -dije fingiendo voz de ebrio.
El guardia bajo de la muralla que resguardaba a la ciudad y, retirando un ánfora de vino de la carreta, arrojó dos piezas de cobre diciendo:
Ahí tienes para comprarte unas lentejas.
Hice un gesto de agradecimiento y seguí mi camino. Luego de un buen trayecto y cuando creí que nadie nos vería, hice salir a mis pasajeros de sus respectivas ánforas continuando nuestro andar hasta que divisamos una vivienda a la orilla del Nilo, junto a la cual estaba anclado un pequeño bote pesquero.
La embarcación que se impulsaba con unos pequeños remos de madera estaba construida completamente con tallos de papiro fuertemente anudados y trenzados entre sí.
Luego de convencer al dueño del bote que nos canjee temporalmente por la carreta nos dirigimos a Men Nefer, donde deberíamos encontrarnos con el sacerdote del templo de Ptah, Aq-Ib.
Mientras recorríamos el curso del río, un poco antes de llegar a la ciudad de Huttaherib, 28 divisamos decenas de cadáveres arrastrados por la tenue corriente, como si fuesen troncos a la deriva, los cuales servían de alimento a los cocodrilos que arrastraban a algunos de ellos entre los papiros de la ribera. Esta sola visión hizo que Paramessu cambie su actitud jovial para tomar una reconcentrada.
-¡Ho Maat! - exclamó en una oportunidad en la que entre los ejecutados reconoció a uno de sus fieles camaradas- ¿Por qué permites esto? ¿Podré yo remediar este desorden?
Cuando nuestra embarcación se encontraba en las cercanías del puerto de Men Nefer, una barca de vela rectangular con el escudo de Amón se dirigió hacia nosotros.
¿De dónde vienen y a dónde se dirigen? -gritó un hombre joven que se encontraba dentro de la barca mientras tres arqueros nos apuntaban con sus flechas.
Venimos de Avaris y venimos a ver a Aq-ib -dije en voz alta.
¿Quiénes sois viajeros? ¿acaso sois emisarios del pérfido Nahtmin?
No. ¡Soy Ramsés I!, el nuevo faraón de Kemet -gritó con potente voz, mostrando el pergamino con el sello de Horemheb, Paramessu se quitó la capa que lo cubría. Por primera vez Paramessu utilizó el nombre que, de ahora en más, utilizaría como el soberano de todo Kemet.
El sacerdote, con la mirada perpleja, nos invitó a subir a su embarcación para después de postrarse ante los pies de Ramsés confirmarnos que la ciudad estaba bajo el control absoluto del templo de Ptah.
Atracamos en el puerto de Men- Nefer y fuimos guiados, por el joven sacerdote ante Aq-ib, quien, de gran porte, y con la cabeza rapada totalmente, llevaba una túnica fina de algodón sobre la cual descansaba un medallón con el ojo de Horus, cosa que me extrañó en un sumo sacerdote del templo de Ptah.
Aq-Ib al ver a Ramsés exclamó inclinándose ante él:
¡No podía ser otro el elegido! ¡Los dioses y Horemheb no se han equivocado en la elección!
Luego de estas palabras, Aq-Ib ordenó inmediatamente a los sirvientes del templo que Ramsés fuera bañado, perfumado y vestido como corresponde a un faraón para inmediatamente después comenzar la ceremonia de coronación.
1 Estación de la cosecha y acopio que equivale al verano en el hemisferio norte.
2 Primero de los cuatro meses correspondientes a la estación de Shemu.
3 Dios de la fecundidad.
4 Más conocida con el nombre de Coptos. Se ubica en la actual ciudad de Oift.
5 Ladrillos de dos palmos de ancho
6 Médicos.
7 Una de las partes en la que los antiguos egipcios dividían al cuerpo y que, equivale al alma.
8 Antigua capital del imperio hitita desde el reinado de Hattusil I, situada en el centro de anatolia, junto al río Kizil-Irmak, en lo que corresponde hoy en día en ubicación con la aldea de Bogazkale, parte de la provincia turca de Corum. Ubicación geográfica 40º01´N, 34º36´E.
9 Se hace referencia a la novela Conspiraciones faraónicas, capítulo VIII.
10 Terminología egipcia para esposa, también significaba “la mujer”
11 El famoso Oráculo de Amón, se encuentra en el oasis de Siwa en la frontera entre Egipto y Libia, sus ruinas se encuentran en el actual poblado de el-Aghurmi. Ubicación geográfica 29º32´N, 25º11´E.
12 Estrella de Siro, su aparición a la salida del sol simbolizaba el año nuevo.
13 Avaris fue la capital de los reyes de Hyksos del Segundo Período del Intermedio. Actual ciudad de el-Arish, está ubicada en la parte nororiental del Delta del Nilo.
14 Llamada por los griegos, Tebas, fue la capital religiosa de Egipto durante gran parte de su historia. Ocupaba la zona que actualmente se extiende de Karnak hasta El-Aasasif. Situación geográfica 25º42´N 32º38´E.
15 Actual Tel el Amarna, está ubicada a unos 300 km. al sur de El Cairo. Construida en la margen derecha del Nilo fue la capital de Egipto durante gran parte del reinado de Akenatón (Amenofis IV) hasta el tercer año del reinado de su hijo Tutankhamón.
16 Denominación dada por los antiguos egipcios a la ciudad de Biblos. Actual territorio del Líbano.
17 Terminología utilizada para referirse a “el padre”.
18 Terminología utilizada para referirse a “la madre”.
19 Terminología del antiguo Egipto utilizada para referirse “al hijo”.
20 Conocida con el nombre clásico de Menfis, actual Mit Raiña
21 El iteru es una medida egipcia de longitud que equivale a 10,52 km
22 En egipcio antiguo; gobernante de tierras. Se refiere a los Hicsos.
23 Especie de cimitarra inspirada en el harpé asiático.
24 En Egipcio antiguo, el que penetra en el corazón.
25 Antigua ciudad ubicada frente a la parte sur de la actual represa de Asuán es conocida con el nombre clásico de Elefantina. Fue la capital del nomo I del Alto Egipto, denominado To-Jentit ( "La frontera"). Situación geográfica 24º 05' N 32º 53' E .
26 Principal vestimenta masculla del antiguo Egipto consistente en una larga faja arrollada a la cintura y sujeta por un cinturón o una soga que remataba en un nudo.
27 Termino utilizado en el antiguo Egipto para referirse al vino.
28 Actual cuidad de Tel Atrib.
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