Presentación y selección del
Asunción – Paraguay. 1996 (102 Páginas)
JOSÉ MARÍA GÓMEZ SANJURJO integra el grupo de poetas llamados de la Academia Universitaria, al cual la crítica lo ha integrado a la Generación del 50. Probablemente nunca el linismo poético que surge de sus versos haya alcanzado niveles tan altos tanto en la poesía paraguaya como en la de habla española. El intimismo que surge de la obra de este gran poeta no es fruto de haberse encerrado en una torre de marfil, sino, por el contrario, es del árbol de su propio entorno, cuya dureza encontró el tamiz necesario para que surjan esos versos plenos de belleza interior y de apenas insinuadas reflexiones que calan muy hondo en el ánimo del lector.
Esta ANTOLOGÍA POÉTICA trata de ofrecer una visión exacta de su manera de pensar y de traducir ese pensamiento en poemas cuya permanencia en el tiempo está asegurada por la calidad y calidez de esos versos que exploran el alma humana -en éste caso la de sí mismo- para extraer de ellas lo más profundo del sentir y del amar. La selección dé estos poemas ha sido realizada por el padre César Alonso de las Horas y supervisada por su compañero de promoción José-Luis Appleyard, con palabras preliminares de ambos.
He aquí una Antología de Poemas de GÓMEZ SANJURJO. Proceden de los dos libros publicados en vida del autor por Losada: el primero, 1978, lleva el sencillo título POEMAS. El segundo, 1979, OTROS POEMAS Y UNA ELEGÍA..
Siguen otros once Poemas más, INÉDITOS, que datan de 1949 a 1983. Nos los ha proporcionado su viuda, Doña María Teresa Cazal Ribeiro, a quien se lo agradecemos.
Los dos Poemarios de Losada aparecieron sin ningún Prólogo. Tampoco llevan, salvo rara excepción, dedicatoria alguna. Esos inéditos -sabemos que existen más y serán publicados- tampoco llevan dedicatoria alguna; salvo una, a Julio César Troche. Uno solo lleva título, "CANTO", según costumbre de Gómez Sanjurjo, tan evidente en los dos libros publicados.
JOSÉ MARÍA tiene con frecuencia poemas delicados, leves, y poemas de plenitud. Todos con una carga emotiva; si leves, un suspiro, un ansia, una rozada visión. Si plenos, con una idea de amor, de angustia, del que se cuestiona a sí mismo.
JOSÉ MARÍA es un autor fácil si se lee al correr normal de las palabras, y puede, a veces, parecer trivial. Leídos los poemas en alta voz resuenan con un eco dilatado en el hondón del corazón: leemos lo que hubiéramos querido decir, escribir nosotros mismos.
He conocido a José María, como alumno, siempre muy personal, difícil de encasillar. Lo he conocido como amigo muy querido, sintonizando mucho con él, acercándome a la fina punta de su sensibilidad. ¡Qué tardes apaciguadas, musicales, de colores, abiertas las ventanas al susurro de los chopos, nos unían en un empeño de azul, mientras rezábamos juntos un reciente poema como:
Y JOSÉ MARÍA remó, remó, en no siempre apacible mar, porque quería llegar "dónde, cuándo". "Quiero ir hacia ti, soy yo el que quiero".
Y se fue muy pronto, cuando más cercano estaba. Remando iba muy rápido, volaba, "ala en el cielo".
EL LIRISMO IRRENUNCIABLE DE UN GRAN POETA
La poesía se presenta a sí misma cuando es auténtica. No necesita prólogos ni andamiajes de ninguna laya. Convencido de ello me limitaré a hacer algunos comentarios que tengan más de mi propia admiración que de crítica literaria pues los poemas que incluye esta Antología no pueden estar encuadrados dentro de una clasificación, sino que escapan de cualquier intento de quererlas asir en un contexto fríamente racional o académico.
José María Gómez Sanjurjo es para quien estas líneas escribe el mayor poeta lírico paraguayo de la segunda mitad del siglo que está declinando. Un poeta que reúne en sí todas las condiciones como para poder considerarlo de esta manera. La amistad que nos uniera no habrá de pesar con ninguna parcialidad en lo que escribo. Su poesía no necesita de halagos surgidos de motivos ajenos a su propio valor, si es que esta palabra puede ser empleada en un campo tan alejado de todo concepto que no sea el de la belleza intrínseca y extrínseca de cada uno de los versos que sustentan cada poema.
Si alguna concesión puedo hacerme a mí mismo será la emanada del deseo de darle, aunque sea muy superficialmente, un contenido didáctico a esta tarea. La selección hecha por el padre César Alonso de las Heras -nuestro común y querido maestro- es inobjetable y a pesar del generoso ofrecimiento que me hiciera para modificarla como me pareciera, la acepto como tal y considero que nada podría agregarle o restarle a la Antología.
Los primeros poemas, éditos en Poesía 1 - de la Academia Universitaria, 1953, son los de su adolescencia y en ellos están plasmados su estilo y su voz, a los que habrá de permanecer fiel hasta su desaparición física. La delicadeza en el decir, las sugerentes imágenes que utiliza: «Yo no sé qué palabras decirte cuando tienes/ las manos caídas» o «Tenía la costumbre de bañarse de sombra y de niñez/ cuando callaba». La madurez de ese adolescente es manifiesta y a sus escasos diecisiete años ya podía jugar con las palabras para darles un contenido puro y transparente.
Y así sus poemas posteriores, hasta aquellos que con este libro dejarán de ser inéditos. La madurez inicial va ahondándose con el transcurso de los días, de los años. Y su voz, sin cambio aparente, se irá haciendo más profunda en la medida en que la existencia le va dejando cicatrices en el alma. En su elegía al padre, con el título de AHORA, DESDE LEJOS aparecen estos dos versos: «Mientras la vida dura, qué lejos/ el lugar para morir». ¿Una premonición o una reflexión ante la muerte de su padre? La respuesta la tiene el lector. Sin embargo, en los últimos versos del poema tal vez se encuentre la clave: «Tú sabes dónde estoy. Ahora voy/ hasta la puerta cancel. Ábrela conmigo».
Hay otro poema donde José María también cita nombre; es el titulado, curiosamente para salvar su anonimato: «(En una reunión, en el Centro Paraguayo Americano, propiciada por ............ en Asunción)». En la quinta y sexta estrofas nombra prácticamente a todos sus poetas amigos, la mayoría de los cuales es parte de la llamada promoción del 50.
a quien conozco apenas, don Vicente
Lamas, por aquella memoria,
a Rodríguez Alcalá por el ausente,
a Bilbao por la sombra primera
por dónde el silencio crece
hasta la voz de Ferreiro,
Talavera y Bareiro y Villagra y Mazó,
donde comienza una interrogación adolescente
para saber, Ramiro, amigo mío,
a dónde vas con el comienzo de tu fiebre
quedó el milagro y la palabra frecuente
que nos unió y ahora está faltando
como falta un desván a los juguetes.
Este poema además de su honda belleza es un testimonio de un momento de nuestra creación poética. José María nos reunió en sus versos a todos y, luego, en la próxima estrofa tiene un recuerdo muy fuerte al entonces obligadamente ausente, El vio Romero, a quien dedica otro poema en el mismo libro.
Leyendo, releyendo, estos poemas de la Antología, voy entrando en un ambiente casi onírico, donde la voz de José María inunda todo con su voz de matices graves que, en momentos, pueden disimular es suavísimo trémolo de su emoción. No corresponde a la finalidad de estas líneas el verter mis sentimientos sobre ellos. Pero me resulta difícil no hacerlo, ya que cada palabra del poeta se me abre como una henchida cápsula de situaciones, de nostalgias, de tristezas y de belleza constante, conjunción que sólo un gran artista puede lograr, pues de ella surge una alegría que surge de los hondones del espíritu.
Llego a los poemas hasta ahora inéditos. Me acerco a ellos casi con temor y los abordo. Recuerdo que en la última conversación que tuve con José María, me confesó que sus versos se acercaban con mayor fuerza a lo inefable, en el sentido que le sobraban palabras para expresar su canto. «Creo -agregó- que pronto ya no necesitaré palabras, y mis poemas serán escritos con sólo silencios impregnados de lo que quiero expresar y no puedo con las herramientas que tengo a mi alcance».
Y lo comprendo cuando leo esos versos a los cuales que la vida les ha dado madurez y los ha impregnado su voz, cada vez más profunda, cada vez más sumida en la garganta de una sima insondable. Lo comprendo cuando mira desde el atalaya que da el transcurrir del tiempo y cuando dice:
con la mano un adiós, un pañuelo
doblado hacia el ayer y lleno
de sollozos callados y viejas lejanías.
Sí, ya se insinúa en el horizonte del poeta ese dulce amargor de los adioses. Sus versos exhalan despedidas. Y casi bajo el signo juanrramoniano, dice: «Qué luz quedará. Qué rocío/ bañará mañana estos aceros,/ la distancia bruñida de estas vías». La imagen de la estación, arribo precursor de la partida, está presente. La distancia comienza a adquirir fuerza en busca de su definitiva permanencia. Y sobran las palabras, como él dice. Sobran porque la vida del poeta está a punto ya de convertirse en Verbo. Y recordando al Hamlet moribundo, repetimos con él y con el vate: «Lo demás es silencio».
Yo no sé qué palabras decirte cuando tienes
Cuando tienes los ojos mojados e inmensos
como si toda la ternura te cayese por ellos
velada y sumisa como el roce de una lluvia finísima.
Pones en tus párpados dormidos la curva de un
como si te venciera la sombra de los volatineros
Te abandonas a la dulzura penosa de saber que el
amor es un cuento repetido que acaba
y se te nubla el encanto de presentir que una vez
besarás estos labios con el mismo cariño
que esta noche los besas.
Yo te quiero dejar en la frente una altísima
para que tus cabellos sueñen un camino de luces
Pero no puedo inventar una caricia para tus manos
cuando están levemente caídas.
Yo no sé qué palabras decirte cuando tienes los ojos
mojados por una ternura finísima.
Se ha ido el hombre verde que cuidaba estos árboles.
Doblan sordas campanas en la niebla
porque tenía los ojos vegetales.
Le lloran los pájaros, y a veces
se duele de su muerte el viento loco de la calle.
pudo ser nuestro y no es de nadie.
Vas a partir. Te vas. Sin ver
amanecer tras tu ventana.
Antes que, al nacer, su nueva luz evoque
la forma de otra luz desengañada.
Antes que alcance lividez, débil ceniza,
la pupila pálida del alba,
antes que ascienda desde lejos hacia ver lo que dejas
y alcance el aroma, la vida donde moras,
y mire tanto olvido, tanta espera vencida,
tanta vigilia venidera renunciada.
Que la mañana, al entrar, halle vacías
tu alcoba, tu memoria, tu palabra.
Tu alcoba, sí, este sitio
que era como un muelle donde venir a descansar
y te ha visto vivir. La quieres desnudar, saberla
virgen de ti, de tu silencio,
No dejas una lámpara, un papel,
Nada que te recuerde o te reviva en alguien como
una sombra tuya que te aguarda.
Vas a partir antes del alba.
Tenía una manera de pedir las cosas dulcemente,
como diciendo: sólo estará bien si tú lo quieres.
Desde los ojos le nacía una palabra gris como el invierno
cuando su voz iba volviéndose azul, y sin querer, hacia el recuerdo.
Tenía la costumbre de bañarse de sombra y de niñez cuando callaba.
Y regresaba luego desnudándose y haciéndose mujer y más cercana.
Me acompañaba a creer que el amor no es como el viento, como el humo.
Ella se fijaba en los luceros para que yo olvidara los crepúsculos.
Sabía que detrás de cada tarde y cada beso estaba el tiempo.
Pero al dormirse se volcaba hacia mi lado, iluminada y sonriendo.
Me ofrecía sus manos como un puerto seguro.
Yo la miraba, y así hemos vivido juntos.
Acostumbraba decir las cosas dulcemente y en silencio.
Por eso a veces la recuerdo desde lejos, y la quiero.
Tú sabes cuánto alcanza a doler sobre la vida
el sueño de llevar los ojos siempre abiertos.
un corazón bajo el girar del tiempo
urgente y actual como un deseo,
y la penumbra a veces, esa sombra
sobre el alma cuando un pájaro se ha muerto.
Más allá de ti todo se ha vuelto
de olvido, un olvido que nace
cuando pronuncias la palabra lejos.
cuanto quería decirte. Está lloviendo.
aquí, fumando y en silencio.
deshilvanados algodones soñolientos.
Son las siete de la tarde. Tienes
el nombre del agua, en el invierno.
Puede llegar calladamente con la lluvia
El agua tras los vidrios tiene
algo de su voz, cuando resbala y cae:
un breve golpe gris, la femenina
Algo leve de su voz, la abandonada
manera de robar una palabra a las nubes errantes
para guardarla, azul, junto a la húmeda
lágrima que al recordar le nace,
y verterla luego con aquella
vaga melancolía que en sus ojos dejaban los viajes.
Aún tiene su ademán, su claro gesto
esta fragilidad del viento en los cristales.
aquel silencio que labraban sus labios hacia el aire,
de palabras tristes con miedo de quebrarse.
Una tarde vieja la separa,
Aún podría volver si desviviera
que son ausencia, si borrara
Con un crepúsculo de lluvia
y un rumor igual en los ramajes.
Hojas de otra lluvia, otro pueblo, otro paisaje.
penumbra junto a los umbrales.
algo de su voz tras los cristales.)
Siempre disimulando sueños, siempre
nocturnos de la distancia.
Yo no la hubiera amado tanto, pero entonces
era setiembre y hasta la piel se le aromaba.
antes de mirar, le amanecían
los ojos dulcemente desde el alma.
iba doblando lirios detrás de la palabra.
De pronto se volvía, para reír, abriendo
un balcón de camelias sobre el alba.
Yo no la hubiera amado tanto, pero era
azul de corazón y atardecer, y me bastaba.
Jugaba haciéndoles camino a las estrellas junto al agua.
rumor de casuarinas sin viento entre las ramas.
Yo no la vi llorar, porque me iba.
Yo no la vi llorar, pero tendría
un agua marina trémula en las lágrimas.
habrán abierto las ventanas.
la forma de su sueño en la almohada.
su cintura de música doliente y ávida.
Habrán hallado cosas inservibles,
el suéter azul que ya no estaba.
Tálamos de yeso van cubriendo
su dulce sangre enamorada.
De azul, por los andenes,
pensativa, sin palabras.)
ceniza de nocturnas lámparas.
la sombra de la tarde larga
caída entre sus ojos con la misma
sombra de una tarde pasada.
Cuesta volverse, sonriendo
a la sonrisa que nace en la mirada,
Cuesta sentir, por dentro,
el peso de unas palabras:
la quiero menos. Y es esto
Si esta ventana hacia el aire
libre y alta y sola y siempre
acercando un azul de lejanías.
repitiera su nombre en las cornisas,
la sombra de su voz. Y le daría
esto que me queda: un último
No conoció el desdén. Nadie le ha visto
Solía caminar entre la noche,
demoraba su amor por las esquinas.
Su corazón de música tan simple,
pequeña voz por horas amarillas.
Nadie recuerda haberlo visto
volver, andar algún regreso.
Iba siempre hacia la misma búsqueda,
hacia una soledad igual a su aventura.
una conversación fugaz, horario interrumpido,
lunar de vieja claridad en nuevo río.
al brocal de su voz, caído cielo
circular, antiguo pozo que devuelve
una moneda azul desde el silencio.
Si lloviera hacia ayer los días que le cubre.
una palabra sin dañar, un hueco
entre la voz, una perdida,
desarraigada cavidad crecida en otro viento.
Quizá le cansa la memoria
su callada verdad, el trazo entero
de su vivir la ausencia como una
vocación arterial hacia el recuerdo.
Tal vez le basta equivocarse,
desvincular de: algún verano el tiempo
liminar de su piel, aquel instante
de oscura adolescencia ya naciendo
vertida y matinal, y para siempre
una palabra que ha dicho muchas veces
y se oye cada vez más lejos.
Cuando se aleja, y el sonido
de un tranquila tarde le acompaña
liviano entre la ausencia, y le despierta
colores de otro tiempo en la mirada,
es que viene hacia ti, como el verano
torna una luz habitual a las ventanas,
es que regresa a ti desde la misma
pausa del corazón donde le faltas.
Habría querido vestir todos los días
Pero el viento es azul por unos años.
Distintos cielos abren la mañana y dañan
la claridad del sueño, las espumas
que un incesante mar destruye y salva.
Ha de ir sin ti, desierto,
límite solo de lo que tú ocupabas.
Como desde el primer olvido tiende
su despoblada música, sus alas.
Pero regresa a ti desde la ausencia
con el amor entero a las espaldas,
cuando se aleja, y el sonido
de una tranquila tarde le acompaña.
Se cava la tierra, se ahonda
la tierra golpe a golpe, pulso a pulso, y cada día
después del otro, y siempre
La tierra, sí, se abre, y nunca
el simple sitio que elegir
Mientras la vida dura, qué lejos
Esta es la tierra, nuestra, y tuya,
la que tú elegiste. Quisiera
rescatar, el color de ese cielo
con que tus ojos la miraban
surgiendo verde, límpida y siempre
asomada desde las ventanas grises
de tu callada Galicia nostálgica.
Porque al saberme huérfano de ti
me siento en cierto modo huérfano de patria,
de zaguán abierto hacia todas las mañanas.
Y sin embargo, ya ves, José Domingo,
compañero y amigo y padre mío:
las cosas son así. Con este cielo
Tarde o temprano, todas las cosas
Tú sabes dónde estoy. Ahora voy
hasta la puerta cancel. Ábrela conmigo.
perdido en el agua que cae.
Sólo te salva la continua
repetición de tus palmares.
Palmas que se alzan solas,
súbitas en mitad de la tarde
mientras hablamos, mientras
para no volver a las íntimas
Miras la lluvia, el cielo, y se dibuja
en la quietud tan simple del estanque
una memoria azul, el signo
con que habré de recordarte
-mira el palmar, la lluvia-
cuando hayas olvidado este paisaje
y renazca en tus ojos una réplica
de ilimitados, límpidos y múltiples celajes.
OTROS POEMAS Y UNA ELEGÍA
Cambiaría
la nostálgica memoria de mí mismo
por un ala en vuelo
hacia el azul, clavada.
Toda la historia, sí, todo el recuerdo
por un ala
diseminada en el cielo.
Iba, nocturno,
camino del día.
Caballo y viento,
tiempo y lejanía.
Jinete solo, la tarde
descabalgó su montura.
Queda en la línea la imagen
de su figura.
Hay una huella en la sombra,
sólo una huella.
Y sigue el caballo solo.
Deja, olvida
todo el tiempo atardecido.
Guarda sólo
el sitio del amor vivido.
Y asómate hacia el sol,
bebe el aire limpio
y descubre
lo que nunca has tenido:
la paz pequeña
del corazón mojado en el rocío.
A Carlos Villagra Marsal.
Una campana, sola,
con el silencio del alba.
Una campana de bronce
o de plata.
Que cante con los primeros
pájaros de la mañana.
Pero que guarde un ángulo
de su cóncava llamada
para escuchar el ruido
de aquel carro que pasa.
Ese carro, y el silbido
del hombre que le acompaña.
Armadura de niño
papel pintado
varilla de madera balsa
hilo de algodón
espesa goma arábiga.
Armadura de sueño,
niño que la levantas
hacia el cielo de nubes
dóciles y plácidas.
Niño inicial, aquieta
tus manos, y suelta
esa pandorga blanca.
La pandorga que tejiste
con tus manos livianas
y ahora la ves, volando ingrávida,
cómo se va, volando,
ella sola, con sus alas.
Niño de mi país,
criado en resolanas,
niño tostado
y atento.
Tal vez hambriento.
Algún día los que somos
como tú, de sol, de siesta,
de viento norte y de tormenta
y hemos ido contigo y hacia ti,
algún día
nos hemos de encontrar
en una piel antigua y tersa,
para reconocernos.
Y ser dueños
por una vez apenas
de un pedazo de pan, de un pastel relleno
con resolanas, hambres y silencios.
Te oí gemir
como se oye
una interminable
quebradura en la piedra.
Te oí volver
con el profundo secreto de la tierra,
ya renacida,
mujer abierta.
Para Luis J. Cabrera Carbó
Si hubiera sido
sólo la espuma
la mensajera en esta tarde
de amistad encendida.
Si no fuera
nada más que la espuma,
el solo viento
la llevaría.
Pero es la ola,
la ola grande, inmensa,
la que rompe en la roca oscura
y en el alma altiva.
La ola interminable del océano,
la inmensidad cabida
y abierta, en medio de esta mano
largamente conocida.
Me preguntan si voy
hacia algún camino.
Si ando, si hablo,
si escribo.
No sé. Tal vez se callen
mañana, cuando pregunten
si estoy vivo.
Sólo he buscado un silencio
puro y definitivo.
Tanto llamó el amor a mi costado,
que así queda de besos
mal herido,
devuelto hacia la piel
el corazón
trascendido.
El corazón, de nuevo
un viaje desconocido.
Domingo por la tarde,
cuando todos se han ido, qué solas
qué tristes
se quedan las cosas conmigo.
La casa está vacía, los ruidos
demoran en los naranjos
sus soles ardidos,
ocultos entre las ramas
como pájaros enceguecidos.
Qué solas las cosas en la tarde
del domingo.
Para el recuerdo de mi hija
María Teresa Matuxa
Dónde, cuándo.
Dime dónde
hallarte de nuevo.
Dime cuánto
si el tiempo ya es tuyo, y no está
ni estará volviendo.
Hablar contigo
es todo lo que quiero.
Hablar contigo. Y dónde
y cuándo, si aún viniendo
desde ti, todo queda
interminablemente lejos.
Dime cuándo
podré llegar a ese silencio
hacia el que fuiste
y vas creciendo.
Dime, pequeña mía,
ya de vuelta del sueño,
dime dónde, cuándo
podrás venir por un momento,
por un minuto solo
para contarte lo que quiero.
Lo que de verdad
te quiero
y te quise decir, y se ha quedado
tan lejos.
Ya nada es posible cuando
los ojos sin espejos
y donde es sólo una palabra
separada del recuerdo.
Quiero
ir hacia ti,
soy yo el que quiero.
Viajar adonde estás
ahora viviendo,
opaca transparencia,
ala en el cielo.
Que canten
los pájaros primeros,
que resuenen
las contraluces del viento.
Que abra el día
su color más espléndido,
y toda la luz estalle
para ella, en su silencio,
para mí también, porque comienza
su nombre con un aire nuevo,
su sobrenombre viajando
hacia un espacio denso.
Matuxa, sobrenombre
y yo, recién abiertos
a la voz más simple
para dialogar por dentro.
Después de todo, para qué
seguir diciendo
tu nombre vivo, si soy yo
el que está viviendo
y tú eres, definitivamente
sólo un ala en el cielo.
INÉDITOS
CANTO
Por ti, por tu soledad ceñida de mate y naranjales,
cantamos hoy, labrador. Por tu sangre
que quiso ser cristal y estrella, destino de todos tus afanes,
y sólo halló el dolor, amarga frontera de paisajes.
Por ti, desolación enferma de yerbales,
humanidad doliente y pobre, envilecida,
por ti cantamos esta angustia de llanto y desafío.
Una larga noche de silencios desteñidos
te trajo hasta nosotros; y vimos tu mirada
vuelta ya rosal de luz y desengaño altivo...
Regresabas de aquel solitario rememorar de audacias,
mudo como el odio, como el hastío de tus sueños vegetales.
Traías en la mano el vientre sediento de tus surcos
poblado de rencor, de lágrimas estériles, de sangre.
No quiso llograr nadie: todos te miramos
y vimos tu historia:
el réquiem de un hombre sin mañana;
resonancia de antiguas plenitudes...
memoria de luz y roce de polvos estelares.
Eras la forma dolorida del coraje,
espectro de la sombra que nubló tu libertad.
……… .
Hoy te busca una voz por los limites de un canto
para encontrar el rostro nuevo, oculto entre los altos
cañaverales del sueño;
para llenar de amor las bocas del hambre y la desgracia,
para romper la noche
y entrar en la aurora que empieza por las almas.
As.- 28 de Sept. de 1949
Se encienden
las luces. ¿Quién enciende
las luces del pesebre?
Viajan. Hacia dónde
viajan las ovejas.
Las luces son
intermitentes.
Ir y venir, mirar
la luz que vuelve
y se va
encendida y renaciente.
Hacia dónde
viajarán las ovejas.
Lejos queda la estrella.
Su pastor no las deja.
Encendido pesebre
deja estas ovejas
ir hacia ti, y enciende
de nuevo tus luces viejas.
Y sea tu luz
para ellas.
Nochebuena, 1970
Cambia el cielo
y el sitio donde estás
aún permanece.
Si las altas nubes te dibujan
un cronograma presentido,
olvídalas, que son formas
de un agua nunca amanecida.
Y quédate con este simple
vocablo del silencio
que anduvo junto a ti
cuando podías decir todavía muchas cosas
y no hablabas.
Deja que el musgo
invertebral de la voz
hable por ti el mínimo lenguaje
con que por dentro te entiendes;
y a veces, sólo a veces
se oye cuando callas.
Un día
tan claro como éste
y tú
tan de sombra
inerte.
Tal vez los árboles
y el viento
te despierten.
Y el hueco de este tiempo
se recobre
sólo para verte.
4-7-80
Para Julio César Troche
Cerca del río Pilcomayo queda
una costa mal herida.
Una costa
cuya costumbre no es mía.
Y queda sin embargo
esta costumbre costera
como una lumbre encendida
ardiendo
por encima de mi herida.
Estancia la Cumbreña, 14 de agosto 1980
Tiembla la tarde, tiembla
el aire.
Tiembla el fervor trémulo
de las hojas de los árboles.
Y la palabra última que al irte
dejaste.
Tiembla hasta el viento
y el sendero de andar
hacia adelante.
25-set. -83.
Toda esta tarde azul te pertenece.
Todo el silencio
acumulado en los días, en los caminos
que anduvimos juntos.
Parábola triste, dibujaste
con la mano un adiós, un pañuelo
doblado hacia el ayer y lleno
de sollozos callados y viejas lejanías.
A mi lado viajas. Todavía
siento que te marchas con la luz de esta tarde.
Desprendida, lejana,
ajena del sueño que te precedió y te circunda.
Sola ya porque así lo quisiste.
Sola, mientras crece
toda esta sombra
y un agazapado gato gris entra en la noche.
Planté un árbol.
Bajo sus hojas
creció esta sombra.
Ningún otoño
ha podido desvelarlo
todavía.
Le quedan,
por encima,
brotes verdes de alegría.
feb. -3-83
De pronto es la noche.
Toda la noche sola
estrellada y azul, la noche
venida desde el sur,
la noche insomne.
De pronto es esto todo
lo que me queda
de tu nombre.
De tu nombre, de ti,
de todo lo que el tiempo esconde
lejos,
muy lejos de este borde
donde asomo la voz para nombrarte
con aquella sencilla
profundidad de entonces.
PRESENTACIÓN - Padre CÉSAR ALONSO DE LAS HERAS
POEMAS : Yo no sé qué palabra decirte/ Árbol abierto y desnudo/ Vas a partir/ Tenía una manera de pedir las cosas/ Tú sabes cuánto alcanza a doler/ Llueve/ Novia vegetal viajera/ Gatos del alba, ciegos/ Cuesta decir/ Si el aire, ahora/ No conoció el desdén/ Si hoy pudiera/ Cuando se aleja/ Ahora, desde lejos/ Campo llovido, campo/ Miro el árbol/ Hace catorce, quince años/ Tarea renovada que suprimo/ Garza blanca/ Le dijeron/ Carta de Nochebuena/ Nadie/ Llueve en Valladolid/ Si viene desde el monte/ Ya ves/ El día se ha ido/ Tenías un amor/ Cambió los altos vientos/ A mí a veces me duele/ Hubiera, sí, es verdad/ Quisiera preguntar,/ Creció junto al andén/ Traen/ Qué solitario, Antonio
OTROS POEMAS Y UNA ELEGÍA : Cambiaría/ Iba, nocturno/ Deja, olvida/ Una campana, sola/ Armadura de niño/ Niño de mi país/ Si hubiera sido/ Tanto llamó el amor/ Domingo por la tarde/ Cuando yo me voy yendo/ Estábamos bajo la noche/ Voy hacia ti/ Sobre los Saltos del Canendiyu, desde un avión/ Los hombres son tristes/ Nadie sabe quién es/ Dónde, cuándo.
INÉDITOS : Canto/ Se encienden/ Cambia el cielo/ Un día/ Cerca del río/ Qué queda/ No/ Tiembla la tarde/ Toda esta tarde azul/ Planté un árbol/ De pronto es la noche.