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JOSÉ MARÍA GÓMEZ SANJURJO (+)
  ANTOLOGÍA POÉTICA - Poesías de JOSÉ MARÍA GÓMEZ SANJURJO


ANTOLOGÍA POÉTICA - Poesías de  JOSÉ MARÍA GÓMEZ SANJURJO

ANTOLOGÍA POÉTICA

 
 
Introducción de JOSÉ-LUIS APPLEYARD

Presentación y selección del

Colección de Poesía Nº 9

Editorial El Lector,

Espacio web: www.ellector.com.py

Asunción – Paraguay. 1996 (102 Páginas)

 

 

 

JOSÉ MARÍA GÓMEZ SANJURJO integra el grupo de poetas llamados de la Academia Universitaria, al cual la crítica lo ha integrado a la Generación del 50. Probablemente nunca el linismo poético que surge de sus versos haya alcanzado niveles tan altos tanto en la poesía paraguaya como en la de habla española. El intimismo que surge de la obra de este gran poeta no es fruto de haberse encerrado en una torre de marfil, sino, por el contrario, es del árbol de su propio entorno, cuya dureza encontró el tamiz necesario para que surjan esos versos plenos de belleza interior y de apenas insinuadas reflexiones que calan muy hondo en el ánimo del lector.

Esta ANTOLOGÍA POÉTICA trata de ofrecer una visión exacta de su manera de pensar y de traducir ese pensamiento en poemas cuya permanencia en el tiempo está asegurada por la calidad y calidez de esos versos que exploran el alma humana -en éste caso la de sí mismo- para extraer de ellas lo más profundo del sentir y del amar. La selección dé estos poemas ha sido realizada por el padre César Alonso de las Horas y supervisada por su compañero de promoción José-Luis Appleyard, con palabras preliminares de ambos.

 

PRESENTACIÓN

He aquí una Antología de Poemas de GÓMEZ SANJURJO. Proceden de los dos libros publicados en vida del autor por Losada: el primero, 1978, lleva el sencillo título POEMAS. El segundo, 1979, OTROS POEMAS Y UNA ELEGÍA..

Siguen otros once Poemas más, INÉDITOS, que datan de 1949 a 1983. Nos los ha proporcionado su viuda, Doña María Teresa Cazal Ribeiro, a quien se lo agradecemos.

Los dos Poemarios de Losada aparecieron sin ningún Prólogo. Tampoco llevan, salvo rara excepción, dedicatoria alguna. Esos inéditos -sabemos que existen más y serán publicados- tampoco llevan dedicatoria alguna; salvo una, a Julio César Troche. Uno solo lleva título, "CANTO", según costumbre de Gómez Sanjurjo, tan evidente en los dos libros publicados.

JOSÉ MARÍA tiene con frecuencia poemas delicados, leves, y poemas de plenitud. Todos con una carga emotiva; si leves, un suspiro, un ansia, una rozada visión. Si plenos, con una idea de amor, de angustia, del que se cuestiona a sí mismo.

JOSÉ MARÍA es un autor fácil si se lee al correr normal de las palabras, y puede, a veces, parecer trivial. Leídos los poemas en alta voz resuenan con un eco dilatado en el hondón del corazón: leemos lo que hubiéramos querido decir, escribir nosotros mismos.

He conocido a José María, como alumno, siempre muy personal, difícil de encasillar. Lo he conocido como amigo muy querido, sintonizando mucho con él, acercándome a la fina punta de su sensibilidad. ¡Qué tardes apaciguadas, musicales, de colores, abiertas las ventanas al susurro de los chopos, nos unían en un empeño de azul, mientras rezábamos juntos un reciente poema como:

 

Rema, botero, rema,

con las manos sin sueño,

los párpados dormidos

y el corazón despierto.

 

Y JOSÉ MARÍA remó, remó, en no siempre apacible mar, porque quería llegar "dónde, cuándo". "Quiero ir hacia ti, soy yo el que quiero".

Y se fue muy pronto, cuando más cercano estaba. Remando iba muy rápido, volaba, "ala en el cielo".

 

Padre CÉSAR ALONSO DE LAS HERAS 

Abril de 1996

 

 

 

PRESENTACIÓN

EL LIRISMO IRRENUNCIABLE DE UN GRAN POETA

La poesía se presenta a sí misma cuando es auténtica. No necesita prólogos ni andamiajes de ninguna laya. Convencido de ello me limitaré a hacer algunos comentarios que tengan más de mi propia admiración que de crítica literaria pues los poemas que incluye esta Antología no pueden estar encuadrados dentro de una clasificación, sino que escapan de cualquier intento de quererlas asir en un contexto fríamente racional o académico.

José María Gómez Sanjurjo es para quien estas líneas escribe el mayor poeta lírico paraguayo de la segunda mitad del siglo que está declinando. Un poeta que reúne en sí todas las condiciones como para poder considerarlo de esta manera. La amistad que nos uniera no habrá de pesar con ninguna parcialidad en lo que escribo. Su poesía no necesita de halagos surgidos de motivos ajenos a su propio valor, si es que esta palabra puede ser empleada en un campo tan alejado de todo concepto que no sea el de la belleza intrínseca y extrínseca de cada uno de los versos que sustentan cada poema.

Si alguna concesión puedo hacerme a mí mismo será la emanada del deseo de darle, aunque sea muy superficialmente, un contenido didáctico a esta tarea. La selección hecha por el padre César Alonso de las Heras -nuestro común y querido maestro- es inobjetable y a pesar del generoso ofrecimiento que me hiciera para modificarla como me pareciera, la acepto como tal y considero que nada podría agregarle o restarle a la Antología.

Los primeros poemas, éditos en Poesía 1 - de la Academia Universitaria, 1953, son los de su adolescencia y en ellos están plasmados su estilo y su voz, a los que habrá de permanecer fiel hasta su desaparición física. La delicadeza en el decir, las sugerentes imágenes que utiliza: «Yo no sé qué palabras decirte cuando tienes/ las manos caídas» o «Tenía la costumbre de bañarse de sombra y de niñez/ cuando callaba». La madurez de ese adolescente es manifiesta y a sus escasos diecisiete años ya podía jugar con las palabras para darles un contenido puro y transparente.

Y así sus poemas posteriores, hasta aquellos que con este libro dejarán de ser inéditos. La madurez inicial va ahondándose con el transcurso de los días, de los años. Y su voz, sin cambio aparente, se irá haciendo más profunda en la medida en que la existencia le va dejando cicatrices en el alma. En su elegía al padre, con el título de AHORA, DESDE LEJOS aparecen estos dos versos: «Mientras la vida dura, qué lejos/ el lugar para morir». ¿Una premonición o una reflexión ante la muerte de su padre? La respuesta la tiene el lector. Sin embargo, en los últimos versos del poema tal vez se encuentre la clave: «Tú sabes dónde estoy. Ahora voy/ hasta la puerta cancel. Ábrela conmigo».

Hay otro poema donde José María también cita nombre; es el titulado, curiosamente para salvar su anonimato: «(En una reunión, en el Centro Paraguayo Americano, propiciada por ............ en Asunción)». En la quinta y sexta estrofas nombra prácticamente a todos sus poetas amigos, la mayoría de los cuales es parte de la llamada promoción del 50.

 

Y entonces preguntar

a quien conozco apenas, don Vicente

Lamas, por aquella memoria,

a Rodríguez Alcalá por el ausente,

a Bilbao por la sombra primera

de los umbrales verdes,

 

sí, quisiera preguntaros

por dónde el silencio crece

hasta la voz de Ferreiro,

hasta los dos Rubenes

Talavera y Bareiro y Villagra y Mazó,

y Rodrigo Díaz Pérez,

donde comienza una interrogación adolescente

para saber, José Luis,

de dónde vienes,

para saber, Ramiro, amigo mío,

a dónde vas con el comienzo de tu fiebre

siempre renacida, dónde

quedó el milagro y la palabra frecuente

que nos unió y ahora está faltando

como falta un desván a los juguetes.

 

Este poema además de su honda belleza es un testimonio de un momento de nuestra creación poética. José María nos reunió en sus versos a todos y, luego, en la próxima estrofa tiene un recuerdo muy fuerte al entonces obligadamente ausente, El vio Romero, a quien dedica otro poema en el mismo libro.

Leyendo, releyendo, estos poemas de la Antología, voy entrando en un ambiente casi onírico, donde la voz de José María inunda todo con su voz de matices graves que, en momentos, pueden disimular es suavísimo trémolo de su emoción. No corresponde a la finalidad de estas líneas el verter mis sentimientos sobre ellos. Pero me resulta difícil no hacerlo, ya que cada palabra del poeta se me abre como una henchida cápsula de situaciones, de nostalgias, de tristezas y de belleza constante, conjunción que sólo un gran artista puede lograr, pues de ella surge una alegría que surge de los hondones del espíritu.

Llego a los poemas hasta ahora inéditos. Me acerco a ellos casi con temor y los abordo. Recuerdo que en la última conversación que tuve con José María, me confesó que sus versos se acercaban con mayor fuerza a lo inefable, en el sentido que le sobraban palabras para expresar su canto. «Creo -agregó- que pronto ya no necesitaré palabras, y mis poemas serán escritos con sólo silencios impregnados de lo que quiero expresar y no puedo con las herramientas que tengo a mi alcance».

Y lo comprendo cuando leo esos versos a los cuales que la vida les ha dado madurez y los ha impregnado su voz, cada vez más profunda, cada vez más sumida en la garganta de una sima insondable. Lo comprendo cuando mira desde el atalaya que da el transcurrir del tiempo y cuando dice:

Parábola triste,

dibujaste

con la mano un adiós, un pañuelo

doblado hacia el ayer y lleno

de sollozos callados y viejas lejanías.

 

Sí, ya se insinúa en el horizonte del poeta ese dulce amargor de los adioses. Sus versos exhalan despedidas. Y casi bajo el signo juanrramoniano, dice: «Qué luz quedará. Qué rocío/ bañará mañana estos aceros,/ la distancia bruñida de estas vías». La imagen de la estación, arribo precursor de la partida, está presente. La distancia comienza a adquirir fuerza en busca de su definitiva permanencia. Y sobran las palabras, como él dice. Sobran porque la vida del poeta está a punto ya de convertirse en Verbo. Y recordando al Hamlet moribundo, repetimos con él y con el vate: «Lo demás es silencio».

 

 

 

 

 

POESÍAS

 

 

Yo no sé qué palabras decirte cuando tienes

las manos caídas.

Cuando tienes los ojos mojados e inmensos

como si toda la ternura te cayese por ellos

velada y sumisa como el roce de una lluvia finísima.

 

Pones en tus párpados dormidos la curva de un

puente de silencios

como si te venciera la sombra de los volatineros

caprichos del sueño.

 

Te abandonas a la dulzura penosa de saber que el

amor es un cuento repetido que acaba

en tristezas,

 

y se te nubla el encanto de presentir que una vez

besarás estos labios con el mismo cariño

que esta noche los besas.

 

Yo te quiero dejar en la frente una altísima

caracola de estrellas

para que tus cabellos sueñen un camino de luces

cuando te despeinas.

 

Pero no puedo inventar una caricia para tus manos

cuando están levemente caídas.

Yo no sé qué palabras decirte cuando tienes los ojos

mojados por una ternura finísima.

 

Árbol abierto y desnudo.

Solo contra el aire.

 

Se ha ido el hombre verde que cuidaba estos árboles.

Doblan sordas campanas en la niebla

porque tenía los ojos vegetales.

 

Le lloran los pájaros, y a veces

se duele de su muerte el viento loco de la calle.

 

Así el invierno:

pudo ser nuestro y no es de nadie.

 

Vas a partir. Te vas. Sin ver

amanecer tras tu ventana.

 

Antes que, al nacer, su nueva luz evoque

la forma de otra luz desengañada.

 

Antes que alcance lividez, débil ceniza,

la pupila pálida del alba,

antes que ascienda desde lejos hacia ver lo que dejas

y salte estas barandas

y alcance el aroma, la vida donde moras,

ya deshabitada,

y mire tanto olvido, tanta espera vencida,

tanta vigilia venidera renunciada.

 

Que la mañana, al entrar, halle vacías

tu alcoba, tu memoria, tu palabra.

 

Tu alcoba, sí, este sitio

que era como un muelle donde venir a descansar

del agua amarga

y te ha visto vivir. La quieres desnudar, saberla

libre. Abandonarla.

virgen de ti, de tu silencio,

tu sueño, tu nostalgia.

 

No dejas una lámpara, un papel,

un libro abierto, nada.

Nada que te recuerde o te reviva en alguien como

una sombra tuya que te aguarda.

 

Vas a partir antes del alba.

 

Tenía una manera de pedir las cosas dulcemente,

como diciendo: sólo estará bien si tú lo quieres.

 

Desde los ojos le nacía una palabra gris como el invierno

cuando su voz iba volviéndose azul, y sin querer, hacia el recuerdo.

 

Tenía la costumbre de bañarse de sombra y de niñez cuando callaba.

Y regresaba luego desnudándose y haciéndose mujer y más cercana.

 

Me acompañaba a creer que el amor no es como el viento, como el humo.

Ella se fijaba en los luceros para que yo olvidara los crepúsculos.

 

Sabía que detrás de cada tarde y cada beso estaba el tiempo.

Pero al dormirse se volcaba hacia mi lado, iluminada y sonriendo.

 

Me ofrecía sus manos como un puerto seguro.

Yo la miraba, y así hemos vivido juntos.

Acostumbraba decir las cosas dulcemente y en silencio.

Por eso a veces la recuerdo desde lejos, y la quiero.

 

Tú sabes cuánto alcanza a doler sobre la vida

el sueño de llevar los ojos siempre abiertos.

 

Tú sabes cuánto duele

un corazón bajo el girar del tiempo

un corazón, un ancla,

y la memoria del viento.

Una luz en la sangre

urgente y actual como un deseo,

y la penumbra a veces, esa sombra

sobre el alma cuando un pájaro se ha muerto.

 

Tú lo sabes.

Más allá de ti todo se ha vuelto

de olvido, un olvido que nace

cuando pronuncias la palabra lejos.

 

Y mira: esto es todo

cuanto quería decirte. Está lloviendo.

 

Parece que estuvieras

aquí, fumando y en silencio.

El humo deja

deshilvanados algodones soñolientos.

 

Son las siete de la tarde. Tienes

el nombre del agua, en el invierno.

 

Llueve.

Ya sabes.

 

Puede llegar calladamente con la lluvia

y llamarte.

 

El agua tras los vidrios tiene

algo de su voz, cuando resbala y cae:

un breve golpe gris, la femenina

lentitud de un guante.

 

Algo leve de su voz, la abandonada

manera de robar una palabra a las nubes errantes

para guardarla, azul, junto a la húmeda

lágrima que al recordar le nace,

y verterla luego con aquella

vaga melancolía que en sus ojos dejaban los viajes.

 

Aún tiene su ademán, su claro gesto

esta fragilidad del viento en los cristales.

Aún su silencio,

aquel silencio que labraban sus labios hacia el aire,

poblándolo de nombres,

de palabras tristes con miedo de quebrarse.

 

Una tarde vieja la separa,

sólo una tarde.

 

Aún podría volver si desviviera

todos los instantes

que son ausencia, si borrara

nostálgicas imágenes.

 

Con un crepúsculo de lluvia

y un rumor igual en los ramajes.

 

También sabes:

Son hojas.

Hojas de otra lluvia, otro pueblo, otro paisaje.

Queda la antigua

penumbra junto a los umbrales.

 

(El viento tiene

algo de su voz tras los cristales.)

 

Puedes abrir.

                   No hay nadie.

 

NOVIA VEGETAL, viajera

de ausencia larga.

 

Siempre disimulando sueños, siempre

a lo lejos, lejana.

Esquiva tras los juncos

nocturnos de la distancia.

 

Yo no la hubiera amado tanto, pero entonces

era setiembre y hasta la piel se le aromaba.

 

antes de mirar, le amanecían

los ojos dulcemente desde el alma.

Su voz débil de mimbre

iba doblando lirios detrás de la palabra.

De pronto se volvía, para reír, abriendo

un balcón de camelias sobre el alba.

 

Yo no la hubiera amado tanto, pero era

azul de corazón y atardecer, y me bastaba.

Jugaba haciéndoles camino a las estrellas junto al agua.

 

Su silencio tenía

rumor de casuarinas sin viento entre las ramas.

 

Yo no la vi llorar, porque me iba.

Quedaba tan lejana.

Yo no la vi llorar, pero tendría

un agua marina trémula en las lágrimas.

 

Gatos del alba, ciegos,

habrán abierto las ventanas.

 

Habrán hallado todavía

la forma de su sueño en la almohada.

Rota ya por los espejos

su cintura de música doliente y ávida.

 

Habrán hallado cosas inservibles,

el suéter azul que ya no estaba.

 

Tálamos de yeso van cubriendo

su dulce sangre enamorada.

 

(Aún eras tú, y venías

sin lavarte la cara.

De azul, por los andenes,

pensativa, sin palabras.)

 

El alba,

ceniza de nocturnas lámparas.

 

 

CUESTA DECIR:

No,

no es nada.

 

Cuesta callar, y ver

la sombra de la tarde larga

caída entre sus ojos con la misma

sombra de una tarde pasada.

 

Cuesta volverse, sonriendo

a la sonrisa que nace en la mirada,

apenas con una luz

levemente cambiada.

 

Cuesta sentir, por dentro,

el peso de unas palabras:

la quiero menos. Y es esto

todo lo que pasa.

 

Si el aire, ahora,

resplandeciera en el día

y tuviera, como tuvo,

aquella luz compartida.

 

Si esta ventana hacia el aire

se abriera como se abría

libre y alta y sola y siempre

acercando un azul de lejanías.

 

Si ahora el viento

repitiera su nombre en las cornisas,

tan simple como un eco,

yo la llamaría.

 

Con una voz que fuera

la sombra de su voz. Y le daría

esto que me queda: un último

asombro de alegría.

 

No conoció el desdén. Nadie le ha visto

rondar el desaliento.

 

Solía caminar entre la noche,

demoraba su amor por las esquinas.

Su corazón de música tan simple,

pequeña voz por horas amarillas.

 

Nadie recuerda haberlo visto

volver, andar algún regreso.

 

Iba siempre hacia la misma búsqueda,

hacia una soledad igual a su aventura.

 

Ahora mira su voz:

una conversación fugaz, horario interrumpido,

estéril ya, y todavía

lunar de vieja claridad en nuevo río.

 

Si hoy pudiera

restituir aquel acento.

 

Si ahora se asomara

al brocal de su voz, caído cielo

circular, antiguo pozo que devuelve

una moneda azul desde el silencio.

 

Si lloviera hacia ayer los días que le cubre.

Si hablara desde dentro.

 

Quizá le queda

una palabra sin dañar, un hueco

entre la voz, una perdida,

desarraigada cavidad crecida en otro viento.

 

Quizá le cansa la memoria

su callada verdad, el trazo entero

de su vivir la ausencia como una

vocación arterial hacia el recuerdo.

 

Tal vez le basta equivocarse,

desvincular de: algún verano el tiempo

liminar de su piel, aquel instante

de oscura adolescencia ya naciendo

 

vertida y matinal, y para siempre

salvada en otro cuerpo.

 

Acaso entonces

hablara desde dentro

una palabra que ha dicho muchas veces

y se oye cada vez más lejos.

 

Cuando se aleja, y el sonido

de un tranquila tarde le acompaña

liviano entre la ausencia, y le despierta

colores de otro tiempo en la mirada,

es que viene hacia ti, como el verano

torna una luz habitual a las ventanas,

es que regresa a ti desde la misma

pausa del corazón donde le faltas.

 

Habría querido vestir todos los días

de canción la palabra.

 

Pero el viento es azul por unos años.

Distintos cielos abren la mañana y dañan

la claridad del sueño, las espumas

que un incesante mar destruye y salva.

 

Ha de ir sin ti, desierto,

límite solo de lo que tú ocupabas.

 

Como desde el primer olvido tiende

su despoblada música, sus alas.

Pero regresa a ti desde la ausencia

con el amor entero a las espaldas,

cuando se aleja, y el sonido

de una tranquila tarde le acompaña.

 

 

AHORA, DESDE LEJOS

Se cava la tierra, se ahonda

la tierra, y se hiende

la tierra golpe a golpe, pulso a pulso, y cada día

después del otro, y siempre

mientras dura la vida.

 

La tierra, sí, se abre, y nunca

se hace posible decir

dónde queda el sitio,

el simple sitio que elegir

para vivir.

 

Mientras la vida dura, qué lejos

el lugar para morir.

 

Esta es la tierra, nuestra, y tuya,

la que tú elegiste. Quisiera

rescatar, el color de ese cielo

con que tus ojos la miraban

surgiendo verde, límpida y siempre

asomada desde las ventanas grises

de tu callada Galicia nostálgica.

 

Porque al saberme huérfano de ti

me siento en cierto modo huérfano de patria,

de aljibe y de jazmín,

de zaguán abierto hacia todas las mañanas.

 

Y sin embargo, ya ves, José Domingo,

compañero y amigo y padre mío:

las cosas son así. Con este cielo

o sin él, será lo mismo.

Tarde o temprano, todas las cosas

vuelven a su sitio.

 

Tú sabes dónde estoy. Ahora voy

hasta la puerta cancel. Ábrela conmigo.

 

CAMPO LLOVIDO, campo

perdido en el agua que cae.

Sólo te salva la continua

repetición de tus palmares.

 

Palmas que se alzan solas,

súbitas en mitad de la tarde

mientras hablamos, mientras

inventamos un lenguaje

para no volver a las íntimas

palabras de antes.

 

Miras la lluvia, el cielo, y se dibuja

en la quietud tan simple del estanque

una memoria azul, el signo

con que habré de recordarte

-mira el palmar, la lluvia-

cuando hayas olvidado este paisaje

y renazca en tus ojos una réplica

de ilimitados, límpidos y múltiples celajes.

 

 

OTROS POEMAS Y UNA ELEGÍA

 

Cambiaría

la nostálgica memoria de mí mismo

por un ala en vuelo

hacia el azul, clavada.

 

Toda la historia, sí, todo el recuerdo

por un ala

diseminada en el cielo.

 

Iba, nocturno,

camino del día.

Caballo y viento,

tiempo y lejanía.

 

Jinete solo, la tarde

descabalgó su montura.

 

Queda en la línea la imagen

de su figura.

 

Hay una huella en la sombra,

sólo una huella.

 

Y sigue el caballo solo.

 

 

Deja, olvida

todo el tiempo atardecido.

 

Guarda sólo

el sitio del amor vivido.

 

Y asómate hacia el sol,

bebe el aire limpio

y descubre

lo que nunca has tenido:

la paz pequeña

del corazón mojado en el rocío.

 

 

A Carlos Villagra Marsal.

 

Una campana, sola,

con el silencio del alba.

Una campana de bronce

o de plata.

 

Que cante con los primeros

pájaros de la mañana.

 

Pero que guarde un ángulo

de su cóncava llamada

para escuchar el ruido

de aquel carro que pasa.

 

Ese carro, y el silbido

del hombre que le acompaña.

 

 

Armadura de niño

papel pintado

varilla de madera balsa

hilo de algodón

espesa goma arábiga.

 

Armadura de sueño,

niño que la levantas

hacia el cielo de nubes

dóciles y plácidas.

 

Niño inicial, aquieta

tus manos, y suelta

esa pandorga blanca.

 

La pandorga que tejiste

con tus manos livianas

y ahora la ves, volando ingrávida,

cómo se va, volando,

ella sola, con sus alas.

 

 

Niño de mi país,

criado en resolanas,

niño tostado

y atento.

 

Tal vez hambriento.

 

Algún día los que somos

como tú, de sol, de siesta,

de viento norte y de tormenta

y hemos ido contigo y hacia ti,

algún día

nos hemos de encontrar

en una piel antigua y tersa,

para reconocernos.

 

Y ser dueños

por una vez apenas

de un pedazo de pan, de un pastel relleno

con resolanas, hambres y silencios.

 

Te oí gemir

como se oye

una interminable

quebradura en la piedra.

 

Te oí volver

con el profundo secreto de la tierra,

ya renacida,

mujer abierta.

 

 

Para Luis J. Cabrera Carbó

 

Si hubiera sido

sólo la espuma

la mensajera en esta tarde

de amistad encendida.

 

Si no fuera

nada más que la espuma,

el solo viento

la llevaría.

 

Pero es la ola,

la ola grande, inmensa,

la que rompe en la roca oscura

y en el alma altiva.

 

La ola interminable del océano,

la inmensidad cabida

y abierta, en medio de esta mano

largamente conocida.

 

Me preguntan si voy

hacia algún camino.

Si ando, si hablo,

si escribo.

 

No sé. Tal vez se callen

mañana, cuando pregunten

si estoy vivo.

 

Sólo he buscado un silencio

puro y definitivo.

 

 

Tanto llamó el amor a mi costado,

que así queda de besos

mal herido,

devuelto hacia la piel

el corazón

trascendido.

 

El corazón, de nuevo

un viaje desconocido.

 

 

Domingo por la tarde,

cuando todos se han ido, qué solas

qué tristes

se quedan las cosas conmigo.

 

La casa está vacía, los ruidos

demoran en los naranjos

sus soles ardidos,

ocultos entre las ramas

como pájaros enceguecidos.

 

Qué solas las cosas en la tarde

del domingo.

 

 

Para el recuerdo de mi hija

María Teresa Matuxa

 

Dónde, cuándo.

 

Dime dónde

hallarte de nuevo.

 

Dime cuánto

si el tiempo ya es tuyo, y no está

ni estará volviendo.

 

Hablar contigo

es todo lo que quiero.

 

Hablar contigo. Y dónde

y cuándo, si aún viniendo

desde ti, todo queda

interminablemente lejos.

 

Dime cuándo

podré llegar a ese silencio

hacia el que fuiste

y vas creciendo.

 

Dime, pequeña mía,

ya de vuelta del sueño,

dime dónde, cuándo

podrás venir por un momento,

por un minuto solo

para contarte lo que quiero.

 

Lo que de verdad

te quiero

y te quise decir, y se ha quedado

tan lejos.

 

Ya nada es posible cuando

los ojos sin espejos

y donde es sólo una palabra

separada del recuerdo.

 

Quiero

ir hacia ti,

soy yo el que quiero.

 

Viajar adonde estás

ahora viviendo,

opaca transparencia,

ala en el cielo.

 

Que canten

los pájaros primeros,

que resuenen

las contraluces del viento.

 

Que abra el día

su color más espléndido,

y toda la luz estalle

para ella, en su silencio,

 

para mí también, porque comienza

su nombre con un aire nuevo,

su sobrenombre viajando

hacia un espacio denso.

 

Matuxa, sobrenombre

y yo, recién abiertos

a la voz más simple

para dialogar por dentro.

 

Después de todo, para qué

seguir diciendo

tu nombre vivo, si soy yo

el que está viviendo

y tú eres, definitivamente

sólo un ala en el cielo.

 

 

INÉDITOS

 

CANTO

Por ti, por tu soledad ceñida de mate y naranjales,

cantamos hoy, labrador. Por tu sangre

que quiso ser cristal y estrella, destino de todos tus afanes,

y sólo halló el dolor, amarga frontera de paisajes.

Por ti, desolación enferma de yerbales,

humanidad doliente y pobre, envilecida,

por ti cantamos esta angustia de llanto y desafío.

 

Una larga noche de silencios desteñidos

te trajo hasta nosotros; y vimos tu mirada

vuelta ya rosal de luz y desengaño altivo...

 

Regresabas de aquel solitario rememorar de audacias,

mudo como el odio, como el hastío de tus sueños vegetales.

Traías en la mano el vientre sediento de tus surcos

poblado de rencor, de lágrimas estériles, de sangre.

 

No quiso llograr nadie: todos te miramos

y vimos tu historia:

el réquiem de un hombre sin mañana;

resonancia de antiguas plenitudes...

memoria de luz y roce de polvos estelares.

Eras la forma dolorida del coraje,

espectro de la sombra que nubló tu libertad.

 

……… .

 

Hoy te busca una voz por los limites de un canto

para encontrar el rostro nuevo, oculto entre los altos

cañaverales del sueño;

para llenar de amor las bocas del hambre y la desgracia,

para romper la noche

y entrar en la aurora que empieza por las almas.

As.- 28 de Sept. de 1949

 

 

Se encienden

las luces. ¿Quién enciende

las luces del pesebre?

 

Viajan. Hacia dónde

viajan las ovejas.

 

Las luces son

intermitentes.

Ir y venir, mirar

la luz que vuelve

y se va

encendida y renaciente.

 

Hacia dónde

viajarán las ovejas.

Lejos queda la estrella.

Su pastor no las deja.

 

Encendido pesebre

deja estas ovejas

ir hacia ti, y enciende

de nuevo tus luces viejas.

Y sea tu luz

para ellas.

Nochebuena, 1970

 

 

Cambia el cielo

y el sitio donde estás

aún permanece.

 

Si las altas nubes te dibujan

un cronograma presentido,

olvídalas, que son formas

de un agua nunca amanecida.

 

Y quédate con este simple

vocablo del silencio

que anduvo junto a ti

cuando podías decir todavía muchas cosas

y no hablabas.

 

Deja que el musgo

invertebral de la voz

hable por ti el mínimo lenguaje

con que por dentro te entiendes;

y a veces, sólo a veces

se oye cuando callas.

 

 

Un día

tan claro como éste

y tú

tan de sombra

inerte.

 

Tal vez los árboles

y el viento

te despierten.

 

Y el hueco de este tiempo

se recobre

sólo para verte.

4-7-80

 

Para Julio César Troche

 

Cerca del río Pilcomayo queda

una costa mal herida.

Una costa

cuya costumbre no es mía.

 

Y queda sin embargo

esta costumbre costera

como una lumbre encendida

ardiendo

por encima de mi herida.

Estancia la Cumbreña, 14 de agosto 1980

 

 

Tiembla la tarde, tiembla

el aire.

Tiembla el fervor trémulo

de las hojas de los árboles.

 

Y la palabra última que al irte

dejaste.

 

Tiembla hasta el viento

y el sendero de andar

hacia adelante.

25-set. -83.

 

 

Toda esta tarde azul te pertenece.

Todo el silencio

acumulado en los días, en los caminos

que anduvimos juntos.

 

Parábola triste, dibujaste

con la mano un adiós, un pañuelo

doblado hacia el ayer y lleno

de sollozos callados y viejas lejanías.

 

A mi lado viajas. Todavía

siento que te marchas con la luz de esta tarde.

Desprendida, lejana,

ajena del sueño que te precedió y te circunda.

 

Sola ya porque así lo quisiste.

Sola, mientras crece

toda esta sombra

y un agazapado gato gris entra en la noche.

 

 

Planté un árbol.

 

Bajo sus hojas

creció esta sombra.

 

Ningún otoño

ha podido desvelarlo

todavía.

Le quedan,

por encima,

brotes verdes de alegría.

feb. -3-83

 

 

De pronto es la noche.

Toda la noche sola

estrellada y azul, la noche

venida desde el sur,

la noche insomne.

 

De pronto es esto todo

lo que me queda

de tu nombre.

 

De tu nombre, de ti,

de todo lo que el tiempo esconde

lejos,

muy lejos de este borde

donde asomo la voz para nombrarte

con aquella sencilla

profundidad de entonces.

 

 

 

 

ÍNDICE

PRESENTACIÓN - Padre CÉSAR ALONSO DE LAS HERAS

INTRODUCCIÓN de JOSÉ-LUIS APPLEYARD

POEMAS : Yo no sé qué palabra decirte/ Árbol abierto y desnudo/ Vas a partir/ Tenía una manera de pedir las cosas/ Tú sabes cuánto alcanza a doler/ Llueve/ Novia vegetal viajera/  Gatos del alba, ciegos/ Cuesta decir/ Si el aire, ahora/ No conoció el desdén/ Si hoy pudiera/ Cuando se aleja/ Ahora, desde lejos/ Campo llovido, campo/ Miro el árbol/ Hace catorce, quince años/ Tarea renovada que suprimo/ Garza blanca/ Le dijeron/ Carta de Nochebuena/ Nadie/ Llueve en Valladolid/ Si viene desde el monte/ Ya ves/ El día se ha ido/ Tenías un amor/ Cambió los altos vientos/ A mí a veces me duele/ Hubiera, sí, es verdad/  Quisiera preguntar,/ Creció junto al andén/ Traen/ Qué solitario, Antonio

OTROS POEMAS Y UNA ELEGÍA : Cambiaría/ Iba, nocturno/ Deja, olvida/ Una campana, sola/ Armadura de niño/ Niño de mi país/ Si hubiera sido/ Tanto llamó el amor/ Domingo por la tarde/ Cuando yo me voy yendo/ Estábamos bajo la noche/ Voy hacia ti/ Sobre los Saltos del Canendiyu, desde un avión/ Los hombres son tristes/ Nadie sabe quién es/ Dónde, cuándo.

INÉDITOS : Canto/ Se encienden/ Cambia el cielo/ Un día/ Cerca del río/ Qué queda/ No/ Tiembla la tarde/ Toda esta tarde azul/ Planté un árbol/ De pronto es la noche.

 

 

 

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