ORIGEN Y UBICACIÓN DE LA REDUCCIÓN DEL SANTO ROSARIO Y DE SAN CARLOS
Padre MARTÍN DOBRIZHOFFER.
Algunos físicos afirman y otros lo niegan que una corrupción nace de otra, y que de la podredumbre nace la infección. Pero en verdad tal fue el origen de este pueblo, pues nació de abipones tránsfugas y desertores de la religióny de otras reducciones. Hastiados de la disciplina cristiana y del ocio de la paz, se dedicaron por un tiempo como sus antepasados a vejar las tierras habitadas no sólo con robos, sino con muertes de españoles y guaraníes. Procuraron lograrlo por las armas vengadoras tanto de frente como por la espalda; pero no disponían de escondites donde ponerse a salvo de Ychoalay que defendía a los españoles. En vistas de su seguridad resolvieron lograr pacíficamente lo que no pudieron por la fuerza. Envían a tres de los suyos como lenguaraces a Asunción, la capital del territorio paraguayo, los cuales debían pedir en nombre de los demás una reducción y sacerdotes maestros de religión. José Martínez Fontez, oriundo de Valencia, veterano oficial de caballería y recientemente nombrado gobernador, mostrando la mejor buena voluntad hacia el pedido de los versátiles legados, determina que se establezca para estos bárbaros una reducción con grandes esperanzas delante del rey. Fulgencio de Yegros, paraguayo y jefe del ejército no deja perderse a los delegados abipones; y para que el asunto quede allí, sorpresivamente aprueba los consejos del Gobernador y urge su ejecución./297 Otros españoles más sagaces rechazan abiertamente el propósito de fundar la misión. "Estos sinvergüenzas abipones (tal la opinión de todos ellos), hez de todas las tribus, por temor a la venganza y no por deseo de abrazar la religión buscan entre los españoles no una reducción sino asilo e impunidad para sus crímenes. Si fueran honrados nunca se les hubiera ocurrido volver la espalda a las reducciones donde vivieron muchos años habiendo sido bautizados, y retornar a sus robos". Adujeron con verdad que esta provincia, la más pobre en todo recurso, carecía de los subsidios necesarios para fundar y conservar la reducción. Esa fue la opinión de nuestros hombres.
Pero fueron recibidos con oídos sordos por el Gobernador ávido de gloria. Fue convocado el pueblo por orden suya a las puertas de la ciudad (los españoles lo llaman cabildo abierto) para que contribuyeran con alguna ayuda a dotar a la nueva reducción. Unos prometieron liberalmente hachas de la más pobre calidad, cuchillos y todo lo que perteneciera al quehacer doméstico; otros vacas y ovejas; otros caballos o yerba paracuaria que beben con agua caliente. Sin embargo, si entre las promesas y los donativos no hubiera habido tanto espacio como entre las palabras y los hechos, hubieran tenido más que suficientes cosas para la misión, pues, en verdad, para usar un adagio español:mucho era el ruido, pero pocas las nueces. Muchos no mantuvieron sus promesas, otros arrojaron descaradamente vacas débiles, caballos macilentos, mancos, moribundos, ovejas viejas, peladas, sarnosas, y otras cosas que apenas podían usarse. En la mayor parte de lo que se obsequió a1/298 gobernador o faltaban los animales y cosas que se habían prometido, o la solicitud y constancia para conservarlas o reunirlas. Retuvieron algunas cosas como oculta ganancia; cambiaron las mejores que se reservaron para ellos, por las más deterioradas. De modo que no es de admirar que nunca haya existido en toda Paracuaria reducción más pobre y llena de calamidades, la cual debió luchar – y yo fui testigo de ello – durante dos años contra la extrema pobreza y contra la insolencia de sus bárbaros.
Velando por su seguridad los abipones mismos designaron el lugar donde se establecería el pueblo, distante de Asunción hacia el Sur unas setenta leguas y unas cuatro de la orilla occidental del río Paraguay; este sitio rodeado de ríos, arroyos y lagunas resultaba de muy difícil acceso a los españoles que debían cruzar aquel vasto río cada vez que quisieran llegar de su ciudad a caballo. Este campo se llama en lengua guaraní del Timbó, por la abundancia de este árbol que allí crece. Otros lo llamanLa Herradura, porque el río Paraguay, por una isla que lo intercepta hace una especie de vuelta como una herradura. Además, dos grandes arroyos (ambos traen agua salada) alimentan el lugar y a la vista de ella, desembocan en un cauce y forman un lago bastante grande que enseguida es arrastrado por el río Paraguay. Raramente encontrarás allí agua dulce o peces grandes sobre todo si se produce una prolongada sequía en este laberinto de aguas. Por todos lados podrás ver innumerables cocodrilos que comen o ahuyentan a los peces. Tampoco este sitio es de ningún modo apropiado para la habitación humana: los tobas se lo disputan como de su propio derecho y los abipones se lo atribuyen por el deseo de/299 ocultarse. Los españoles comprobaron desde el primer momento que los mocobíes y los tobas enemigos, cada vez que hacían recorridas contra los paracuarios tenían la costumbre de cruzar el ancho río Paraguay por ese lugar. Como si impedido el paso por los abipones de la nueva misión los bárbaros no hubieran podido encontrar otros igualmente oportunos.
En estos escondites destinados a la nueva fundación, los abipones pensaban morar entretanto hasta que dispuestas por fin todas las cosas y designados los sacerdotes, se fundara la misión. Se les entregaron las vacas con que se alimentarían. Y aunque las mujeres siempre se quedaban en ese lugar con sus hijos, todos los hombres se ocupaban en sus habituales excursiones de los predios de Santa Fe y de San Jerónimo, de donde robaban grandes cantidades de caballos. Pero el vengativo Ychoalay, acompañado por un grupo de sus jinetes, atacó una noche de luna llena al caserío de los ladrones y sin que nadie se le opusiera se llevó cuantos caballos encontró allí. Excitados por estos asaltos nocturnos, se resarcían totalmente de la pérdida de sus caballos con nuevas rapiñas. Y algunos españoles no se avergonzaban de comprar estos caballos producto de robos, y con este comercio los indios se animaban más ardientemente a proseguir con sus hurtos. Lo más digno de risa era que mientras estos buenos catecúmenos abipones no ponían fin a sus robos ni de día ni de noche, en la ciudad de Asunción ponderaban la integridad de Fulgencio de Yegros con grandes alabanzas que llegaban al cielo, que negaba o excusaba sus crímenes que estaban en boca de todos. Él mismo se llegó hasta el lugar con un numeroso grupo de soldados para construir la vivienda a los sacerdotes que deberían venir.
Después de aquella prolongada estadía en ese lugar,/300 y de haber consumido una increíble cantidad de animales destinados a la misión, los soldados construyeron apenas dos tugurios tan angostos, tan bajos y hechos con madera y barro tan inadecuados, que el mismo gobernador las consideró insuficientes hasta para albergar al indio bárbaro. Sin embargo, al volver a la ciudad Fulgencio se jactaba a plena voz ante la comunidad de los Padres Misioneros de haber fundado la reducción. No obstante él y sus compañeros debieron arrepentirse del camino emprendido, pues regresaron a sus casas sin los caballosy sin las pieles de ciervo que habían comprado a los abipones no sin gasto. En ambas orillas del río Paraguay abundan ciervos que no difieren de los europeos ni por el tamaño ni por la forma.
Nuestro Nicolás Contucci, por aquel tiempo Provincial y Visitador fue enviado desde Chile por el Gobernador José Martínez Fontez y el Obispo del Paraguay Manuel Antonio de la Torre, fue advertido por cartas en nombre del Rey que designara a los sacerdotes que deberían ir a la nueva misión de los abipones. Habiendo realizado les gestiones de práctica y consultado a otros que conocían los asuntos de la provincia y a mí, que dominaba a fondo la lengua abipona, declaró que de aquella provincia, teniendo en cuenta todas sus cosas, le parecía que podía esperarse nada de gloria, poco fruto y muchísimos trabajos. Ya entonces me vi lavando y regando a esos negros como áridas estacas. Aunque siempre había obedecido con alegría, esta vez me fue muy duro hacerlo, levantar la hoz para tan grande cosecha, y trasladarme desde las selvas tarumenses donde viví más de seis años con los indios ytatinguas en la fundación de San Joaquín y realicé un trabajo no totalmente inútil – que ya expuse prolijamente en el primer libro – buscando bárbaros entre los ríos Monday y Acarayy habiendo cumplido ya seis recorridas. Desde la nueva/301 misión fui llamado a la reducción guaraní de Santa Rosa, donde entonces se encontraba el Provincial Contucci y se me ordenó que acelerara mi viaje a la metrópoli de Asunción. Entre idas y venidas, cuando por fin llegué a dicha ciudad, en marcha continuada de casi trescientas leguas con muy pocos días de descanso, pasé con los mismos caballos los meses de junio, julio y agosto que allí son de invierno. Encontré los campos áridos por la prolongada sequía, con el espectáculo horrendo por doquier de cadáveres de animales. En el prolongadísimo trayecto casi no encontré pastos con que alimentar a mis caballos, y muy a menudo nos faltó el agua. Por fin, el 28 de agosto, fiesta de San Agustín, me presenté incólume en la ciudad de Asunción ante el Gobernador, amigo mío, el cual increíblemente contento con mi llegada, aprobó que me hubieran elegido a mí y declaró abiertamente a todos que si le hubiera cabido a él la facultad de elegir a alguien en toda la provincia, no hubiera elegido otro. Al día siguiente fui recibido con semejantes muestras de gran alegría por el Obispo en su mesa. Nosotros lo habíamos recibido como huésped pocos meses antes con todo tipo de atenciones en nuestra casa durante diez y seis días cuando visitó la fundación de San Joaquín. Pero ¡ah! ¡cuán inútil me resultó tanta premura por el viaje! Pues debí permanecer en la ciudad desde el 28 de agosto, día en que llegué, hasta el 24 de noviembre, fecha en que por fin el Gobernador preparó todo lo necesario para establecer la misión.
En medio de tan gran descanso, yo tuve a diario muchísimo trabajo. Durante todo aquel tiempo el Padre Ignacio Oyarzábal, cántabro, que durante casi treinta años recorrió con increíble fruto las principales ciudades del Perú y de Paracuaria como misionero había dicho una noche, ante una/302 apretadísima concurrencia, en presencia de todos los nobles, entre ellos el Gobernador y el Obispo: que todos los hombres debían hacer Ejercicios Espirituales, y casi no hubo quien no expiara su vida pasada en la confesión. Entonces me senté desde el amanecer hasta el crepúsculo en el sagrado tribunal, porque conocía tanto la lengua guaraní como la española, que usan desde los corrompidos hasta las señoras más dignas; y también porque como me sabían de paso y que pronto debía partir, muchos me prefirieron para alivio de su vergüenza, no sé qué confianza me tomaron que la mayoría de los concurrentes se me confiaban. Si algo de tiempo me dejaba el confesionario, lo pasaba escribiendo los rudimentos de la lengua abipona para el Padre Juan Díaz que había sido designado como compañero mío en la nueva misión, pero impedido por su mala salud se le ordenó volver a los guaraníes. Además, cansé las manos, los pies y la cabeza tanto cuidando como organizando las cosas del pequeño templo. Fuera de un cáliz de planta, que nunca vi otro más pequeño en la tierra, ninguna otra cosa fue provista por los que se jactaban de ser fundadores de la misión. El Rector de nuestra comunidad me regaló un alba, pero única, un Misal gastado por largo uso y una imagen de la Virgen. Yo mismo preparé un crucifijo de plomo derretido. Quisiera que dedujeras de estas cosas la pobreza del lugar.
LOS COMIENZOS DE LA FUNDACIÓN
El Gobernador la designó con los nombres de misión del Santo Rosario y de San Carlos, tanto por expresar su devoción a la Virgen como para atraerse la gracia del rey español Carlos III. Aunque a esta miserable fundación cuadraría mejor que a cualquier otra de las que he visto un nombre tomado de las espinasy no de las rosas. De increíble pobreza, nada de real brillaba en ella. El veinticuatro de noviembre de 1763 descendí del barco con el gobernador; fuimos saludados con lanzas de hierro en las márgenes del río Paraguay. Nuestro acompañamiento se limitaba a 400 soldados de la provincia. Por tierra Fulgencio de Yegros dirigió a los jinetes. Los demás infantes, distribuidos en tres naves, habían venido con nosotros. El oficial de los vigías, superior Cavañas, preparó para nosotros la primera comida en una isla vecina. Cada noche y si nos era posible cada mediodía, tendíamos en tierra los lechos. El río Paraguay tiene por todas partes escollos y vueltas inesperadas; sin embargo su navegación de diez días tuvo, por los mosquitos, más molestias que peligros. Fulgencio nos esperaba en el campo que llaman Paso del Timbó con sus jinetes. Una vez desembarcados, llegaron nadando en grupos para saludarnos, los abipones que habitan la costa opuesta, y también sus mujeres, a pesar del terrible calor y en medio de los torbellinos del río, mientras los españoles/304 quedaban atónitos y recelosos por este espectáculo de las nadadoras indias que, como sirenas se presentaban semejantes a las furias de la Estigia por los estigmas del cuerpoy la forma de los cabellos. Trasladamos a la orilla opuesta algunas centurias de vacas, destinadas a alimentar a los soldados y a los abipones, como también todos los caballos de los españoles. En este trabajo debimos permanecer allí tres días; después seguimos por río lo que restaba de camino. Al atardecer una horrenda tempestad se desató con fuerte viento y estrepitosos truenos. Aunque ya habíamos entrado hacía varias hora en el lago que allí sirve de puerto, las olas nos sacudían miserablemente. La tercer nave que dejamos detrás estuvo expuesta al peligro durante la noche,y recién al día siguiente supimos que se hallaba a salvo. La. inmensa tempestad se prolongó tres días y nos mantuvo encerrados en la nave en medio de angustias. Unos inmensos cocodrilos que rodeaban la nave nos servían de espectáculo para matar el tiempo. El lugar donde debía establecerse la fundación distaba una legua del puerto; la recorrí a pie y sin compañía, impaciente por conocer el lugar. Todo el campo nadaba en agua. Acudió un grupo de jinetes abipones para saludarme y acompañarme; uno de ellos me ofreció su caballo; pero como sus monturas carecen de estribos, preferí proseguir el camino a pie. Después de haber visto todo, volví a la nave al atardecer, y le expresé al gobernador entre gemidos que este lugar elegido para la fundación, donde no nacía ningún tipo de pasto bueno, parecía más a propósito para las ranas que para los hombres.
Al día siguiente, dejando algunos hombres al cuidado de las naves marchamos a caballo al lugar preestablecido para la misión. El mismo gobernador dijo que el tugurio que se/305 decía que había sido construido para dos sacerdotes, resultaba inhabitable. Y para subsanar esto él mismo vigiló que un grupo de soldados construyera otro mejor; fue edificado otro algo mayor, pero de ningún modo mejor. La impaciencia por el pronto regreso hacía que todo se hiciera sin demora. No les pesaría a los europeos conocer el modo de construir las chozas. Clavan profundamente estacas en tierra; aquí y allí las atan con mimbres y cuerdas a cañas y ramas, y cierran los espacios vacíos entre las caños con pedazos de madera o, si los encontraran a mano, de ladrillos, que amalgaman con una mezcla de barro y estiércol de vaca para que se afirme bien. Los españoles llaman a las paredes fabricadas de este modo "tapia francesa" y la emplean en todo lugar donde se carece de piedras o ladrillos. Si se las construye correctamente y se las blanquea con cal soporta el tiempo y apenas se reconoce lo ordinario de su material. El piso de las piezas tiene como único revestimiento el pasto. Las chozas y los templos construidos de este modo se usaron siempre en las nuevas fundaciones de bárbaros. Escucha la forma como se los cubría: a veces a modo de tejas se usan troncos de la palmera caranday cortados por la mitad y cavados. Su corteza es durísima y la madera posee filamentos puntiagudos y punzantes como espinas. La mayoría de las veces el techo se prepara con pastos maduros y secos atados en haces con lo que se cubren las cañas; como en otras partes con paja, que no abunda en Paracuaria. Los segadores secan las espigas de trigo al sol, después que han sacado enteras las cañas y las queman, usando las cenizas como abono. También suelen cubrir sus techos haciendo una masa con los mismos haces de pasto que amasan una y otra vez con barro; proceden de este modo para que el techo no esté/306 expuesto a las flechas encendidas que los bárbaros suelen arrojar; ya que ciertamente con este artificio de los bárbaros, muchas poblaciones de españoles fueron reducidas a cenizas. Pero los techos así fabricados, aunque sirven como defensa contra los incendios, no valen gran cosa para atajar la lluvia, tal como yo lo he experimentado en esta misión. El barro hecho así de pasto se ablanda con las lluvias prolongadasy con la fuerza del agua y comienza a abrirse de modo tal que al poco tiempo parece que dentro llueve con más fuerza que afuera; la choza que los soldados me construyeron muy pronto me resultó inútil, pues las cuerdas que habían sacado de pieles húmedas y frescas pronto se pudrieron y las cañas y el barro que ellas ataban comenzaron a caer de tal modo que en los huecos de la tierra donde habían estado las estacas se encerraban las aves; así se acabó mi choza y después para poder habitarla debí empeñar todos mis sudoresy trabajo. Hice el lado de la pared que había recibido más los ataques del viento sur y de la lluvia con una masa compuesta de lodo y sangre de vaca, resistente al agua como la cola. El templo era tan pequeño como desprovisto de ornamentos sagrados. Algunos que hice con mis propias manos fueron agregados al altar aunque no a su esplendor.
Los soldados hicieron con poca ciencia y mucha negligencia un seto a nuestra choza, necesario en toda fundación como defensa contra los ataques del enemigo. Como lo que más querían era rehacer el camino a sus casas, todo lo hicieron apresuradamente. El mismo gobernador se atormentaba mucho por el deseo de regresar a la ciudad. Una densa nube de/307 mosquitos punzaba su piel mucho más duramente que a su espíritu la preocupación por alguna agresión de los bárbaros. Por esto colocó día y noche en remotos lugares a jinetes vigías. Siempre tuvo preparados a las puertas de su choza además de cuatro cañones una guardia de diez infantes y dentro de la misma choza unos diez fusiles grandes y otros tantos pequeños. Pero todas estas cosas no fueron suficientes para hacerlo conciliar tranquilo el sueño. Ya entrada la noche, insomne y paseándose, exhortaba a los guardias a que no descuidaran su vigilancia. De tal modo desconfiaba de los mismos abipones para los que había fundado la misión. Pero la desconfianza era mutua; pues aquellos que suelen recelar de la amistad de los españoles se muestran cautos por propia experiencia, considerando que no les faltarían motivos de temer, ya que el gobernador había traído tantos soldados para establecer la misión y tan pocas vacas con que alimentarlos; "¿Para qué – decían abiertamente – un ejército de cuatrocientos jinetes? Si no planeara algo hostil contra nosotros, serían más que suficientes cien.
Si resolvió fundar esta misión, ¿trajo acaso más de trescientas vacas? Los españoles las consumen,y no quedan más para alimentarnos". Movidos por estos pensamientos consideraron que la presencia de tantos soldados les resultaría peligrosa. Para no exponerse a las insidias de los españoles colocaron sus chozas en un campo que distaba una legua de nosotros, pues allí tenían de frente el ríoy la selva que les servían de vallado y les cerrarían el súbito acceso a los españoles, o al menos lo retardarían. Como consideré ridículos aquellos temores y fútiles las sospechas, trabajé muchas veces por disiparlas, pero siempre mi esfuerzo fue inútil. Los indios conciben sospechas con la facilidad de una figura de cera; pero difícil y lentamente borran aquella idea esculpida con la dureza del mármol. Ni tampoco fue eficaz/308 para tranquilizar la mente recelosa del gobernador. Sirva de argumento lo que diré: llegaron a la fundación de San Fernando seis jóvenes yaaukanigás para ver el aspecto de la nueva misión. Me saludan cordialmente, ya que me conocían. Por orden mía se presentan sin armas delante del gobernador conmigo y lo veneran dándole un beso en las manos. Este atemorizado por la presencia de los huéspedes, manda en seguida a todos sus guardias que tengan pronta las armas. Ciertamente tomó a los huéspedes como enemigos o como emisarios de los enemigos; y no pude convencerlo de que depusiera esa actitud adversa. Pasada la Noche Buena, en medio de esas angustiosas preocupaciones, muy de mañana se confiesa conmigo y recibe de mis manos la sagrada Hostia dando ejemplo a todos los circunstantes de insigne piedad. Al salir de la capilla me dice que en seguida partirá con todos los suyos, cuando yo ni lo pensaba. Después del mediodía parte luego de haber preparado todas sus cosas; su partida fue más parecida a una fuga que a una marcha. Los abipones en cuanto saben esto vuelan a caballo de sus chozas para decir adiós al gobernador que poco antes había partido, siguiéndolo en rápida carrera hasta el puerto que distaba una legua; pero ya encontraron la nave a punto de partir. Tomando esta carrera amistosa de los abipones por una agresión hostil, ordena con tanta prisa que la nave sea alejada de la costa, que nos deja un carro que debía ser conducido en la misma nave a la ciudad. Deben perdonarse estas cosas a este varón valiente pero novicio entre los bárbaros americanos, de cuya voluble amistad y mudable fe había sido puesto en conocimiento, y que prefería precaverse y temerlos antes que exponerse. Movido por este pensamiento, nos ocultó el/309 momento de su partida, que acaso había meditado mucho en su espíritu. Este hombre de armas supo realmente que los pensamientos están seguros mientras están ocultos.
INCREIBLES Y VARIAS CALAMIDADES SUCEDIDAS A LA FUNDACIÓN
Esta misión llamada del Rosario sufrió desde sus primeros comienzos espinas por todas partes. Después de la partida de todos los españoles con el gobernador, quedaba abandonada a la voluntad de los abipones y a cuántos enemigos bárbaros vagaban por la región, nunca sin embargo más segura, porque tenía como defensa al Soberano Señor. Hasta una distancia de treinta leguas no había ninguna ciudad de cristianos de donde podría esperarse ayuda contra las turbas de tobas, mocobíes y guaycurúes, cuyos campamentos estaban tan cercanos a nosotros que a diario podíamos observar sus humaredas; pues nuestra fundación, apoyada, en la margen opuesta del río Tebicuarí, afluente del Paraguay, está ubicada a los 26 grados 26 minutos de latitud, y 318 grados de longitud, y dista de la ciudad de Asunción setenta leguas. Los abipones se opusieron pertinazmente por un tiempo a trasladar sus tiendas al lugar establecido para mi fundación, donde deberían habitar. La repentina partida del gobernador, semejante a una huida, como ya dije, fue causa de tergiversaciones y simiente de mil sospechas. "Los españoles/310 se han ido hoy – decían – acaso para volver por otro camino para matarnos, en cuanto nos encuentren a campo descubierto. La naturaleza del lugar que ocupamos nos ofrece seguridad". Estas cosa decían a una voz, y como no veían que los españoles hubieran preparado viviendas para ellos, como suelen hacerlo en otras fundaciones, encontraron la peor ocasión de recelar. Pasé tres días solo; tres indios guaraníes viejos con sus hijos vivían dentro del cerco de mi casa. El gobernador los había dejado allí como sirvientes y guardianes de los ganados, ya que no servían para amos españoles. Ellos ocasionaron muchos mayores peligrosy gastos cada día, ya que nada hacían si no se les prometía un premio. También el gobernador me dejó un chico mestizo para que ayudara en los oficios divinos, porque en su tierra era dañino y de mala entraña; yo también lo había experimentado. Usé muchos argumentos para que los abipones abandonaran sus caseríos y se trasladaran adonde yo estaba. Cuando supieron por sus espías que los españoles estaban ya muy lejos, desechadas por fin las sospechas de una traición, se tranquilizaron.
Adonde volviera los ojos veía que carecía de las cosas más indispensables para míy para los indios, sin las cuales no podría soportarse la vida ni conservarse la misión. Las ovejas con que los españoles habían contribuido, habían llegado todas viejas, peladas y sarnosas. La mayor parte de ellas se mataron mientras estuvo el gobernador allí, de modo que no quedaban esperanzas de obtener la lana con la que las indias tejerían sus ropas. La carne de vaca, principal y casi único alimento, ofrecía a los habitantes diaria ocasión de queja por lo flaca y escasa. [pos. aprox:/311] Las vacas que eran enviadas con intervalo de varios años desde los más apartados predios de los españoles, llegaban enfermas y casi exánimes por la larga travesía, y no se les daba tiempo para engordar, ya que no había otrasy era necesario carnearlas. La carne, tanto asada como cocinada, resultaba tan sin gusto y sin jugo, que parecía una madera y hecha más a propósito para torturar que para recrear el paladar. A mi me producía tantas náuseas que durante muchos meses no comí más carne que las patas de vaca, ya que carecía de pan y de cualquier otro fruto que aún no era posible cosechar.
Fulgencio de Yegros estableció en la margen opuesta del río Paraguay un pequeño predio para los usos de la misión, pero de poca extensión y muy pobremente provisto de ganados, de modo que apenas alcanzaba para alimentar a los indios, y quedaban muy pocos animales para cría. Para cuidar a estos animales fue enviado desde la ciudad un individuo conocido entre los suyos por sus engaños y astucias. Llevaba de ciudad en ciudad española una imagen de la Virgen que decía que había encontrado no se porqué prodigio a orillas de algún arroyo. Adonde iba pedía una limosna para fundar un templo para ella; no había nadie que se negara; pero todos supieron que nunca llegó a levantarse tal templo. Otra vez el mismo taimado fue llevado con dinero del gobierno como vigía de los bárbaros que vejaban a los habitantes del río Tebicuary; había de cumplir con su misión y recorrer los campos más remotos en los que apareciera cualquier vestigio del enemigo vestido a la usanza bárbara, esto es semidesnudo y adornado con plumas; así se presentó más de una vez en los caminos, pero cuando estaba lejos de la vista de la gente, se apartaba a alguna selva muy segura y se pasaba dos o tres días sentado o durmiendo. Al volver a su tierra/312 contaba con palabras extraordinarias los peligros que había corrido, los indicios de enemigos que había encontrado y otras cosas maravillosas al pueblo admirado. De este modo había adquirido fama de hechicero entre el pueblo rudo. Cuando iba a explorar los caminos blandía en el lazo un látigo; decía que si encontraba en las cercanías algún enemigo, se laceraba con él su propio cuerpo. Yo supe sus engaños por un español amigo del que refiero, que me los contó.
Fulgencio designó como guardián de nuestro predio a este hombre, que tenía entre todos fama de hechicero urdida de fraudes y mentiras y que sólo pensaba en sus propias utilidades. Pero lo conocimos como al lobo. Solía matar para sus usos las vacas más gordas y vender el sebo y la grasa de ellas á los españoles, mientras nosotros padecíamos falta de ambos en nuestra misión. Usaba los caballos del predio como si fueran cosa suya para perseguir a los ciervos o cualquier otra pieza de caza. Acusado muchas veces por mí al gobernador pero nunca corregido, aunque confesaba sus múltiples hurtos y temiendo verse en mala situación, se dio por fin a la fuga. Nunca se me ocurrió considerar a este sinvergüenza como español, por más que él se dijera tal; pues su frente, sus ojos, su rostroy sus costumbres lo delataban como descendiente de africanos o americanos. En lugar de éste, Fulgencio envió otro, ciertamente de moral intachable, pero de mente no del todo sana. Cada día era sacudido por terroresy deliraba en pleno mediodía diciendo que alguna mano desconocida le arrojaba piedras. No cesaba de aturdir mis oídos con estos cuentos trágicos de sus lapidaciones cada vez que me encontraba. ¿Qué podrías esperar de un insano, tanto respecto de su curación como de su diligencia para cuidar el campo? Tales individuos nos enviaba Fulgencio para nuestro predio pese a nuestras protestas. El hecho de carecer siempre de un cuidador/313 apto para los rebaños, fue para nosotros no la última calamidad sino la primera raíz de nuestras miserias, ya que los abipones consideran que nada les falta para su felicidad si no carecen de abundante carne. Si ésta les falta, nunca se quedarán en la misión.
A estas miserias se sumaba el hecho de que era necesario trasladar a la misión a través del ancho río Paraguay las vacas necesarias para nuestra alimentación, ya que la hacienda estaba en la orilla opuesta a nosotros. Esto se hizo no sin grandes pérdidas de animales, ya que para ello eran necesarias no sólo barcas, sino caballos fuertes, jinetes diestros y varias industrias. Escucha cuales se empleaban: conducían una parte del rebaño hasta la orilla y los jinetes tomaban a cada animal con un lazo y lo ataban con su cuerda por los cuernos a los costados de los botes de modo que pudieran nadar mejor quedándose quietos al costado de la barca. Cuando la nave llegaba a remo a la orilla, opuesta, se los soltaban. Para que no se dispersaran enfurecidos por el campo, los jinetes los rodeaban. Según el tamaño de las barcas solíamos atravesar en un viaje más o menos vacas. Este cruce siempre me resultó molesto y lleno de preocupaciones, sobre todo porque carecíamos de las cosas necesarias para realizarlo. La reducción no tenía ninguna embarcación, ni siquiera una canoa. Encontrar en la fundación españoles versados en este tipo de trabajo era tan raro como encontrar eclipses en el cielo. Los abipones, aunque muy hábiles para hacer cruzar el río a tropas de caballos no servían para aprehender vacas, a las que temían, y menos para atarlas a los botes, sobre todo porque la mayoría de ellos no sabía conducir embarcaciones. Para disminuir las dificultades de la travesía construí con/314 árboles tiernos de timbó, ya que los más grandes no sirven, dos botes, aunque angostos, que fueron de gran utilidad para nosotros y los uní con unas estacas atravesadas. Pocos meses después, recorriendo un bosque cercano encontré un árbol de timbó muy alto y grande con que pudimos construir una barca de once codos de largo y uno de ancho que servía para trasladar en un solo viaje veinte vacas, y muy seguro por más picado que estuviera el río. Hubiera salido más largo y más ancho si el árbol hubiera sido derecho hasta la punta. Pero como la madera de ese árbol es blanca, rápidamente se pudre al estar en el agua. Si se le pone un pedazo de madera colorada a modo de médula al construir la nave, queda más dura y en consecuencia más durable. Toda la Paracuaria abunda en cedros muy altos y grandes y derechos desde la raíz hasta la punta, con los que pueden construirse embarcaciones bien grandes; pero las selvas vecinas a nuestra misión carecían de ellos. Se dice que Hernando Arias que fue gobernador de Buenos Aires y de Asunción, para navegar rápidamente desde una provincia a la otra lo hacía por los ríos Paraná y Paraguay en una nave de cedro de cuarenta remos, en la que viajaba una guardia de muchos soldados para su seguridad.
El mijo, las habas, las raíces y varias clases de frutos suelen ser, para los indios, condimento de la carne si la tienen; y si no, su reemplazante. Yo instaba a los abipones a cultivar los campos, pero en verdad carecían de los elementos necesarios para la agricultura. Teníamos muy pocos bueyes aptos para el arado, las hachasy otros instrumentos de hierro que se usan para carpir los campos eran escasosy deteriorados por el largo uso; las más de las veces no faltaban las mismas semillas. De la ciudad nos enviaron algo de mijo, pero/315 ya terriblemente carcomido por los gorgojos; también algunos sacos de habas, pero por descuido de los marineros comenzaban a podrirse por la humedad del río. De éstos ¿qué esperarías? Recibimos varias semillas de los bárbaros vecinos, aunque otras veces enemigos, tantas veces pedidas en vano a los españoles. El mismo campo, tal como a primera vista me había parecido, no resultaba apto para las plantaciones, ya que abundaba en greda. Con las fuertes lluvias quedaba como un lago; y cuando las aguas se retiraban, se secaba y endurecía. Los abipones lo araron y plantaron pero con ninguna ganancia. En las selvas, donde la tierra es más rica y la sombra de los árboles la defiende contra los ardores del sol, sin ningún trabajo obtuvieron mieses ubérrimas en variados frutos. Y he podido ver cómo ese suelo es admirablemente favorable para el tabaco cuando lo planté. Mucho busqué pero nunca encontré un sitio adecuado para el algodón que crece con facilidad en lomadas expuestas a los vientos o lugares arenosos o pedregosos.
La algarroba que los abipones emplean como bebida y comida, se encontraba sólo en bosques muy apartados. Sin embargo su escasez era suplida por una increíble abundancia de miel que se encontraba por todas partes. Eran también muy raros allí los frutos que en otras partes se encuentran fácilmente en los árboles. Los campos de la costa abundan en ciervos, gamos y avestruces; y los ríos vecinos en lobos, cocodrilos y carpinchos, pero carecen casi totalmente de peces, ya que en parte los cocodrilos lo han devorado y en parte han huido como ya dije. La parte del río Paraguay donde había pesca estaba muy distante de la fundación, y para poder llegar hasta allí en busca de ella, había que afrontar el peligro de frecuentes pantanos que se interponían, o la amenaza de tigres o bárbaros deambulantes. Lo singular era que en el río próximo a la misión afluía por algunos días todo tipo de los mejores peces que, como si huyeran de algún enemigo/316 que los acosaba, se deslizaban con gran rapidez y con mucho ruido por todo el río. Se podía tomar cualquier cantidad con las manos y sin ningún trabajo. Se cree que llegan hasta ese río desde el río Bermejo o Grande (Yñaté para los indios) que cada año desborda a través de los esteros intermedios. Ya de esto recordé más cosas cuando hablé del río Dulce.
Yo también he comprobado que las penurias de la fundación deben ser atribuidas no tanto a la pobreza del lugar, sino a la ciudad de Asunción que la había fundado. Otros Padres enviados para instruir a los bárbaros fueron provistos liberalmente por los gobernadores y los ciudadanos más ricos de las cosas que más sirven para captar la voluntad de los indios: telas de lino y lana, bolitas de vidrio, cuchillitos, tenazas, anillos, agujas, anzuelos, aros, elementos atractivos con los que se captan tanto los ojos como los ánimos de los bárbaros. Nadie pone en duda, a menos que no sea demasiado ignorante de las cosas americanas, que este tipo de pequeños obsequios han servido a nuestros hombres para llevar más de tres mil americanos a Dios y al rey español, más que los fusiles de los soldadosy sus cañones. ¿Quién podrá creer que cuando yo partí para fundar la misión no me dieron en la ciudad de Asunción ni una aguja ni ninguna otra cosa? Los españoles de Santa Fe y de Santiago regalaban a los Padres que partían para las nuevas misiones los caballos mejores para que los usaran. Los españoles de Asunción, olvidando su deber, me robaron los cuatro caballos excelentes que había llevado allí como regalo de los Padres que trabajaban con los guaraníes; y cuando el gobernador advirtió a los ladrones que debían devolver lo robado, los mismos españoles, como si fueran de lo más honrados, maldecían del crimen y de su impunidad. Los abipones, tan atrevidos para pedir lo que se les venía en mente, cuando a diario obtenían por respuesta/317 una negativa, me trataban de sordoy tacaño, de tal modo nunca me creyeron pobre. A menudo quieren tener en sus despensas saly hojas de tabaco que, mezcladas y trabajadas con la saliva de las viejas, los abipones de toda edady sexo suelen pedirnos para masticar. Como los españoles enviaban rara y parcamente los subsidios prometidos,y como los marineros muchas veces tardaban en llevárnoslos, o mal cuidados se echaban a perder en el camino, en la fundación dominaba una increíble indigencia. Nada podía yo esperar de las misiones de guaraníes, de donde redundaban tan ubérrimos beneficios para otras fundaciones de abipones, tanto por el infortunio de aquellos tiempos como por las tremendas distancias. Los pocos regalitos que me quedaban, que en otro tiempo había obtenido de la generosidad de mis amigos, como agujas, cortaplumas y bolitas de vidrio me fue gran utilidad en medio de tanta penuria para aplacar las quejas de los abipones que, movidos por la esperanza de mejor suerte ante las amplias promesas de los españoles habían llegado a esta misión, donde se lamentaban con razón de haber sido engañados, faltos casi de todo.
Fuente (Enlace interno):
HISTORIA DE LOS ABIPONES - VOLUMEN III
Padre MARTÍN DOBRIZHOFFER,
Traducción de la Profesora CLARA VEDOYA DE GUILLÉN
UNIVERSIDAD NACIONAL DEL NORDESTE
FACULTAD DE HUMANIDADES - DEPARTAMENTO DE HISTORIA
RESISTENCIA (CHACO) - ARGENTINA, 1970