LAS COSAS MAS DIGNAS DE RECORDAR ACERCA DE
YCHOALAY Y OAHERKAIKIN, AUTORES DE LA GUERRA.
Padre MARTÍN DOBRIZHOFFER.
No te rías si comparo a esta guerra abipona con la de Troya. Esta fue más cruenta. Aquélla fue realizada, con mayor ruido y obstinación. El rapto de Helena arrojó a griegos contra troyanos; la gloria militar, a abipones contra abipones. Una fuerza no quería ceder ante la otra; una nunca podía superar a la otra. Así, mientras duró el litigio, nada fue decisivo más que las muertes y estragos sufridos. Troya fue capturada por los griegos después de una guerra de diez años, después que murieron ochenta y seis mil griegosy seiscientos setenta y seis mil troyanos, si no consideras que es fábula lo que los griegos nos dejaron como historia. La reducción de San Jerónimo fue acosada durante dos decenios, nunca abatida. Nosotros no vimos el fin de la guerra mientras estuvimos en América, aunque en verdad la deseamos. Sus principales autores fueron Ychoalay y Oaherkaikin, como rayos de esta guerra. Y si, con tu venia, se me permite usar grandes ejemplos en cosas pequeñas, diré que aquél fue como Héctor, defensor de su patria, y que éste fue Aquiles, defensor de la fe y de la ofensa de toda Grecia. Ninguno de los dos reclamó para sí el título de cacique, aunque ambos, como cualquier cacique, tuvieran sus seguidores en las expediciones hostiles por su valentía y sus glorias militares. Los caciques abipones, como ya dije en otro/140 lugar, lo son tanto por derecho de herencia como por elección del pueblo en virtud de sus méritos y virtudes, y son llamadosnelareykate o capitanes. Algunos, aunque nacidos de oscuro origen, obtienen ese cargo por su virtud militar y el éxito en sus expediciones y reciben el nombre de yápochi, valientes. Ychoalayy Oaherkaikin pertenecían a esta clase. ¡Ah! He aquí algunos rasgos de este último:
Oaherkaikin fue compañero del principal cacique nakaiketergehe Debayakaikin, y en seguida conductor de otros. Tuvo origen mediocre. Delgado, de firmes huesos, de tez pálida, rostro tétrico, de ojos pequeños y huidizos, de color que se acercaba al rojo, de cabellos cortos y tonsurados en parte como los monjes, cubierto de abundantes cicatrices, con las orejas perforadas en las que llevaba trocitos de cuerno de buey como aretes, siempre amenazando y escrutando, amante de las copas abundantes, muy parco en palabras, de increíble facilidad para sus seguidores, de odio implacable a los españoles, siempre temible aunque no amenazara, versado hasta el estupor en el uso de la lanza y las flechas y en las artes de cabalgar y de nadar, muy tenaz en las supersticiones bárbaras; aunque rico por sus botines de guerra, siempre despectivo de las ropas elegantes, cubierto con pieles de nutria, de ánimo intrépido como ningún otro, y aunque dispuesto a escuchar, negligente en las promesas, mentiroso y embustero, y muy digno de su nombre que significa mentiroso. Tanto como fue fogoso contra el enemigo que debía eludir y rechazar, fue violento para castigarlo. Supo una vez por sus espías que el teniente de gobernador de Corrientes, Nicolás Patrón, varón animoso, dominaba su campamento con ciento cincuenta jinetes y ánimo hostil. No se expuso a ser buscado por los españoles. El/141 mismo, dejando, a las madres con sus hijos en la toldería, les salió al encuentro con unos diez de los suyos. Temible con su atuendo militar, con el rostro teñido de negro para inspirar terror, con flechas y lanzas, se ubica en un lugar seguro donde tenía por la espalda una selva y por el frente un arroyo libre de vados. Advierte por medio de un cautivo intérprete al teniente de gobernador que se le acerca, que si tiene deseos de pelea, él en verdad siempre está ávido de lucha. Que las amenazas de los españoles siempre le habían causado risa, nunca temor. Movido el gobernador por el aspecto del bárbaro e irritado por su provocación injuriosa, "¿Se habrá visto osadía semejante entre los mortales?", exclama; y dirigiéndose a los soldados, "vamos – dice – atadme esta bestia como soléis hacerlo". Los ánimos y las manos de los soldados quedan paralizados para esta orden. "Señor – responde uno de los oficiales llamado Añasco – si tan gran deseo tiene de capturar a este bárbaro, cuídate de probar suerte tú, nosotros te lo permitimos. A ninguno de nosotros nos agrada ni podemos perder la vida por un juego". Como el cruce del arroyo estuviera llenísimo de peligros, ya que los bárbaros acechaban en la orilla opuesta, se pensó en seguida en el regreso, que era muy parecido a una huida, y no se intentó nada contra los enemigos. El teniente de gobernador, para que la inútil excursión no sirviera de burla y para librarse de alguna, mancha de timidez, dijo al volver a la ciudad que él se había abstenido de una matanza de bárbaros para no turbar la paz dada por los abipones. Pero, si tanto le importaba la conservación de la paz, ¿por qué no se abstuvo de aquella excursión? Aunque quería atemorizar a Oaherkaikin, funesto para San Fernando, estuvo tan lejos de atemorizarlo que éste, siguiendo de lejos a los correntinos que volvían de sus tierras, en esa misma noche robó un/142 rebaño de caballos de la reducción de San Fernando, vecina a Corrientes. Los españoles consideraron con razón que habían recibido una injuria; pero para no irritar a los coléricos otra vez, lo sufrieron en silencio. Un oficial que había intervenido en esta célebre expedición, me dijo sencillamente que ellos estaban en aquel momento tan pobremente provistos de armas y de ánimo, que si el bárbaro hubiera querido aprovechar la ocasión hubiera podido matarlos a todos sin ningún trabajo. Omito más cosas acerca del mismo Oaherkaikin, que serán dichas en el transcurso de mi historia. Escucha ahora algunas cosas más de Ychoalay.
Además del nombre, tuvo todas las virtudes de un cacique, pues nacido en un lugar muy noble entre los riikahes, era pariente cercano del mismo Debayakaikin. Cuando éste era ya de edad avanzada, le enseñó de niño a montar en un petiso y a manejarlo. Pero en seguida oirás que muchos años después el maestro fue degollado en un combate por su discípulo pariente. Tenía gran estatura, cara ovalada, nariz aguileña, de vigor capaz para cualquier carga de la guerra y con aquella apostura del cuerpo que expresaba y recomendaba su fuerza militar. Parece que los riikahes pactaron antiguamente una tregua con los santafesinos, e Ychoalay, por ese tiempo, siendo muchacho se acercó a esta ciudad; y, atraído por una paga, trabajó para los españoles ya como domador de caballos o como guardián de los campos. Finalmente tomó el nombre de su amo, José Benavidez, nombre con el que algunos años después se le conocía como jefe de los abipones y enemigo de los españoles. Y era temido por doquier, aunque entre los suyos se lo llamaraokahári, niño. Deseaba aprender la lengua española tanto como estar lejos de la religión; y para aprenderla bien salió de la ciudad de Santa Fe hasta Chile con un/143 español que dirigía muchos carros. Se le agregó primero como cochero en el camino, y después en Mendoza como cultivador de sus viñedos. Esta ciudad ubicada al este de los Andes es muy rica en uvas. Estando al servicio de los españoles sobresalió en todo lugar como soldado; nunca se lo vio en el campo sin lanza y fue más animoso que el resto del pueblo. De modo que aunque sus compañeros fueran atacados y muertos en las soledades de Paracuaria por los charrúas o los pampas, Ychoalay, repeliendo la fuerza con la fuerza, siempre sobrevivió. Algunos años después volvió de Mendoza a Santa Fe porque su patrón chileno comenzó a no cumplir con la paga estipulada. Y nació en él el disgusto con los españoles. La ira se convirtió en rabia cuando supo por algún santafesino que un español de Córdoba tramaba asechanzas contra su vida (no sé el motivo). Hastiado de su suertey de la compañía de los españoles, se volvió con sus abipones, que por aquel tiempo hostigaban al campo cordobés con sus cotidianas incursiones. Como tuviera la más dura animosidad contra los españoles, se unió a sus compatriotas en cualquier roboy dirigió sus empresas con éxito. De modo que poco después pasó de compañero a jefe. Como era de ingenio despierto y pronto de mano para todo lo que supiera en perjuicio de los españoles y de increíble fortaleza, siempre las llevó a cabo con suerte sin par. Fue partícipe de todas las victorias y peligros y parte principal de todas las matanzas de españoles que ya recordé. Repitiendo las expediciones con el mismo éxito, nació aquella celebridad de su nombre, y tanto como fue seguido por los suyos, fue temido por los extraños. Por esto gran cantidad de abipones confiaban en él. El único deseo de todos era vivir con él. Dos/144 de los caciques, Naré y Kachirikin, con todo el pueblo de sus yaaukanigás, lo acompañaron por un tiempo no sólo como amigos, sino como compañeros de armas. Todos veían que con este jefe irían no al combate, sino a la victoria,y que volverían con óptimo botín.
Lo singular fue que, aunque sirvió un tiempo en otras colonias de españoles, sin embargo respetó las colonias santafecinas y se abstuvo siempre de la muerte de los hombres consagrados a Dios. Sus compañeros ya estaban a punto de herir a un franciscano, pero cuando llegó Ychoalay se los impidió. "¿Acaso no os avergüenza – decía – teñir vuestras lanzas en la sangre de éstos que nunca ni fueron soldados de los españoles ni enemigos de los abipones, y que nunca llevaron otra arma más que una cuerda?" Otras veces arrancó de las manos de los suyos a algún sacerdote de nuestra Compañía. "Dejadlos en libertad – exclamaba – que sigan impunes su camino. Estos, me consta, son inofensivos". Nunca soportó la compañía de las mujeres hechiceras que se arrogaban la ciencia de adivinar, de curar y dañar los cuerpos, y si no se retiraban en seguida a otro lugar, él mismo las atravesaba con su lanza para que no envolvieran a los suyos en sus fraudes y los perturbaran con sus funestos augurios. Siempre me pareció muy cierta la opinión del Padre Francisco Aguilar que solía afirmar que Ychoalay tenía tantas virtudes cuantos vicios. Nosotros, que hemos convivido con él un tiempo pudimos observar muchas cosas en él que recomendar, y muchas que aprender. Referiré someramente algunas. Teniéndose en excesiva estima/145 nunca oyó sin indignación que otros compatriotas suyos fueran ponderados. Sabiéndose superior a los demás y sumamente obstinado en sus juicios, no soportaba ser apartado de su propósito. De ingenio inquieto y violento como ningún otro, meditaba nuevos pensamientos acerca de Oaherkaikin, y cuando sus rivales lo oprimían y lo instaban a la guerra, no era movido por ninguna esperanza de lucro, sino por el deseo de borrar rápidamente la celebridad que ellos habían obtenido. De allí que tuviera la costumbre de sacar litigios de los litigios, a buscar motivo de riña y a promover nuevas peleas. Y de esta fuente en la nueva fundación afluyeron nuevas perturbaciones para que los enemigos nunca pudieran disfrutar de ocio. Aunque dócil y plácido en todo lo demás, cuando maquinaba nuevas expediciones contra el enemigo dejaba de lado la amistad o el cariño. Yo había observado que cuando usaba aquel gorro de lana amarillo que tenía, entre tantos gorros, sombreros y galeras, se ponía meditabundo y torvo y me abstenía cuidadosamente de darle conversación. José Brigniel se rió de mi observación, pero se dio cuenta de que era muy cierta, ya que tuvimos la experiencia de que aquel gorro amarillo devolvía el ánimo a Ychoalay, y diremos en broma que era como el pronóstico de alguna excursión contra los enemigos, del mismo modo que cuando el termómetro desciende, es índice de lluvia o tormenta.
Pero en verdad Ychoalay limpió estasyotras manchas de su alma con sus abundantes virtudes. Ninguno de nosotros duda de que él fue el principal instrumento de la paz concertada entre los abipones y todos los españoles, autor y conservador de la colonia de San Jerónimo. Siempre cultivó escrupulosamente la paz iniciada con los españoles, y veló diligentemente/146 que ninguno de sus abipones la violara, aún con peligro de su cabeza. Supo que algunos habían violado la paz y consideró que debía usar la fuerza y las armas contra ellos como si fueran enemigos. Ese fue su permanente argumento para la guerra, con los abipones nakaiketergehes. El mismo devolvió a las ciudades de los españoles más de mil caballos que durante muchos años había robado con sus piratas y los restituyó a sus dueños; y cuando le rogaban con insistencia pidiéndoselo como un favor, solía indignarse y decir: "¿Acaso no sabes que ahora soy vuestro amigo? No me consideres un mercenario; eso solo te pido". A menudo él mismo condujo grandes rebaños de caballos que habían sido reclamados, ofrecidos a escondidas no sin peligro, hasta la ciudad de Santa Fe o los predios de Córdoba o Santiago, distantes de San Jerónimo más de cien leguas. ¿Quién en nuestra Europa aceptaría, por amistad la gratuita fatiga de tan largo camino? No niego que los españoles, como son agradecidos por naturaleza con los que le hacen algún servicio, y generosos, recompensaron con ganados a su amigo Ychoalay, aunque él se opusiera. Concibió un odio a todos los bárbaros que vivían en el Chaco, por el ardentísimo deseo tanto de defender como de recuperar sus fortunas. Los mismos abipones cuyas costumbres cultivaba, lo consideraban su enemigo, por ser tan amante de los españoles. De allí su diaria queja de que lo consideraban malo porque era bueno; y de que antes lo llamaron bueno porque fue malo. Lo cierto es que todos lo siguieron con amor y en multitudes como asediador de los españoles; pues teniéndolo como jefe se enriquecían en otro tiempo con muchos despojos, trofeos y cautivos. A veces, cuando invitaba a sus compañeros a cultivar los campos o a defender la fundación contra los enemigos, le volvían la/147 espalda excusándose en la falta de caballos aptos. "Ya verás, Padre – me decía – con qué viveza de ánimo éstos me seguirían si los invitara a matar españoles o a expoliarlos. Ninguno de ellos quedaría absolutamente contigo en el pueblo; ninguno alegaría falta de caballos".
Debemos decir que los progresos en la misión, deben atribuirse, con la ayuda de Dios, a las industrias y a la autoridad de Ychoalay. Pues el cacique principal, Ychamenraikin, aunque célebre por su nacimiento y en la guerra, fue muy querido por los suyos por su índole tranquila; pero no tuvo ninguna influencia para estabilizar la misión. Presidió a todos, pero a nadie fue útil; sombra de magistrado, pobre simulacro de poder. Hombre borracho, mujeriego y acostumbrado a la poligamia y al repudio de la mujer; nadie frecuentaba los brindis más ávida y pertinazmente que él. Aunque todos lo querían por su singular benevolencia porque cerraba los ojos a los vicios de sus compañeros en las demás cosas, no raramente era vapuleado por los borrachos cuando estaba borracho. No tuvo cabida en él el deseo de la religión. Ni él mismo se acercó a las públicas ceremonias religiosas, ni procuró que otros se acercaran. Mientras él vivió nadie toleró ser purificado por el Bautismo; cuando él murió, nadie se rehusó. Ychoalay lo pidió; aunque éste no tuviese la suma autoridad sobre los demás habitantes, sin embargo todos los asuntos eran moderados en la fundación por su consejo y su autoridad. El fue quien procuró que asistieran al templo para aprender las nociones de la religión; pese a que él mismo por un tiempo se había desinteresado. Una y otra vez fue amonestado por José Brigniel acerca de esto: "Prométeme, Padre, que piensas en matar a/148 Oaherkaikin. Ya mi cabeza arde en cuidados bélicos. Consolidada la paz me será posible por fin escuchar tus enseñanzas de la religión". Después de repetidas excursiones contra Oaherkaikin con distinta suerte y de firmada la tregua, Brigniel le refrescó el recuerdo de la promesa; a lo que Ychoalay contestó: "Levantaré en mi predio un seto para seguridad de mis ovejas. Allí tú me tendrás como discípulo en la sagrada escuela". Y en verdad pocos días después el Padre entró en el templo y vio atónito a Ychoalay entre unos niños, postrado en el suelo de rodillas, y escuchando preguntas y respuestas. Nadie más dócil, más modesto, más asiduo en el sagrado recinto. Su ejemplo lo colmó a diario con sus piadosas instrucciones. Repetía las oraciones habituales de los cristianos y los capítulos de la religión; no sólo las supo, fielmente de memoria, sino que cada día las recitaba en voz alta con su familia al atardecer. Asentía las palabras del Padre que hablaba en el templo, para indicar que él aprobaba lo que escuchaba más que los demás con tranquilos signos de afirmación con la cabeza o con repentinas exclamaciones:Kleera, es cierto; Kevorken, ciertamente; Chik a Kaligitran, no hay duda. Aquellos bárbaros consideran que interpelar al que habla con vocablos de este tipo o afirmar cada una de sus sentencias es una especie de deferencia.
Ychoalay fue la única ayuda y apoyo para los Padres, tanto para bautizar a los que agonizaban por una mordedura de serpiente o por alguna enfermedad mortal, como para enterrarlos en un lugar sagrado con el ritual romano si morían. Pues la mayoría de los bárbaros piensan que el bautismo es mortífero para ellos y le temen tanto como a la misma muerte, y a menudo lo rechazan pese a las exhortaciones del sacerdote. También temen al templo, lugar común de sepultura/149 allí, como a una cárcel; y les perece que son los más desdichados de los hombres, si no se les permite pudrirse en un túmulo patrio al aire libre en la oscura selva. Las mujeres, más empecinadas en las antiguas costumbres, procuran que sus hijos, aunque hayan sido bautizados, sean sepultados de acuerdo al rito antiguo, si no se los impide la vigilancia de los Padres, que no raramente eluden. Brigniel supo por casualidad que un niñito, que había sido bautizando, fue llevado por unas mujeres a la selva para ser sepultado. Advertido Ychoalay de esto, montó en un caballo, y en rápida carrera llegó hasta, la fúnebre columna de mujeres lloronas, y arrancando al muchacho de las manos de las Harpías, lo llevó al Padre que lo había seguido a pie para que lo sepultara en el templo con el ritual sagrado. Y no sería fácil enumerar a los que por intervención de Ychoalay fueron conducidos a aceptar el bautismo, los honores de la sepultura y el mismo cielo. Por su exhortación, después de Ychamenraikin, todos los niños y niñas fueron entregados a Cristo por el bautismo. Porque para ser más cuidadosos, no se los admitía a la sagrada fuente sino después de los veinte días. Me agradaba ver con cuánta buena voluntad los muchachitos acudían al sacerdote para ser bautizados sin que nadie se rehusara. Esto fue efecto más del ejemplo de Ychoalay que de su prédica: que las mujeres entregaran al Padre sus hijos recién nacidos para recibir las aguas bautismales, y los que morían para ser enterrados según la costumbre cristiana. Cuidó con gran celo que Miguel Jerónimo, único sobreviviente, fuera empapado no sólo en los rudimentos de la religión, sino en el conocimiento de la lectura y escritura; el nombre de éste que usó entre las mocobíes era Nakalotenkodi./150 Resolvió una nueva excursión contra Oaherkaikin, que Brigniel no pudo ni debió impedir, ya que logró que la mayoría de los abipones que partirían para la guerra y por ende a exponer sus vidas, fueran antes bañados con las aguas salutíferas. Aunque él mismo no siguiera la costumbre porque decía que él de ningún modo moriría en esta expedición pese a sentir temor, logró que sus compañeros se presentaran ante el Padre. Pienso que te admirarás de que el hombre que tanto veló por la seguridad ajena descuidara la suya, cuando el vulgo considera que lo que es malo para él es bueno para los demás.
Todos admirábamos que Ychoalay, tan bueno en todo lo demás, dilatara durante tantos años su Bautismo, siendo más apto que los demás para recibirlo. Nada debíamos deplorar en él excepto su obstinación en este punto. A otros muchos excluimos por un tiempo del sagrado Bautismo, ya sea porque fueran ávidos de botines, o borrachos, o infames por la cantidad o el repudio de las mujeres o desconocedores de la religión; o si carecían de estos defectos, porque nos parecía que su constancia no había sido bastante probada; de modo que los dejábamos hasta que dieran testimonio de mejores costumbres. Ychoalay carecía totalmente de todos estos obstáculos para el Bautismo. Satisfecho con la misma única esposa durante todos los años que vivió entre nosotros, nunca intervino en brindis a no ser cuando debía resolverse acerca de la guerra, acérrimo enemigo de la ebriedad y de los ebrios. Tanto como en otro tiempo jefe de los ladrones, así ahora severísimo vengador de ellos, e inofensivo en todo aspecto por mucho tiempo. Retenía en su memoria los conocimientos de la religión como su propio nombre. Asiduo en el cuidado de los campos y ganados, no usó de ninguna excusa para el trabajo ni en/151 beneficio propio ni de la fundación. Siendo así las cosas, podía en absoluto ser iniciado en la religión romana, y en verdad él nos aseguraba que querría ser iniciado alguna vez cuando, tranquilizado su espíritu y abandonados los cuidados de la guerra contra su rival Oaherkaikin, le fuera permitido descansar. Por lo mismo, cuando el teniente de gobernador Francisco de Vera Mujica visitó la fundación de San Jerónimo, pidió espontáneamente el Bautismo para él; había preferido fuera recibir aquella ceremonia en la ciudad de Santa Fe con magnífico aparato y se había impuesto esperar un poco. Soportando con pena las demoras y negativas del teniente de gobernador, no pudo ser llevado sino después de algunos años y fue bautizado en aquella ciudad por el Padre Jasé Lehman (que vivió muchos años en la misión de San Jerónimo con gran alabanza). Lo que fue cumplido con toda pompa y con tan gran concurso de toda clase de gente que no cabía en el templo. El mismo teniente de gobernador apadrinó al ilustre neófito acompañándolo con adecuados regalos y una mesa espléndida. Cumplidos estos hechos, los españoles esperaron al célebre Ychoalay que con alegría y lágrimas en los ojos se acercaba a los altares divinos como un tierno cordero, el mismo que en otro tiempo toda Paracuaria temía como a un lobo rapaz.
MAS COSAS EN ALABANZA DE YCHOALAY
Ya afirmé más arriba repitiendo una opinión ajena/152 que los vicios de Ychoalay eran tantos como sus virtudes. Ahora soy yo quien asegura que sus vicios son superados por sus virtudes. Lleno liberalmente páginas en alabanzas de este hombre para que comprendas llanamente que la mente de los bárbaros no siempre es bárbara. Cuán útil nos fue Ychoalay para conducir a los suyos a la religión, se desprende de lo dicho. Cuánto se tomó para sí la incolumidad de los Padres que regenteaban la misión está más allá de la fe. Consideró como suya cualquier injuria inferida o intentada a los Padres y la vengó más duramente que si fuera suya. Entre tantos borrachos y pendencieros, habituados a las muertes humanas y defensores hasta la insanía de las supersticiones, se había obligado a velar por la vida de los Padres, usando su autoridad sobre aquellos bárbaros como freno y escudo. Si se enteraba de que algún peligro de fuera se cernía, enseguida advertía a los Padres y a los demás compañeros, ya avanzada la noche velando por la seguridad de todos. Era el primero en explorar y cabalgar en el campo de batalla, en escrutar los escondrijos y cuantas veces la fuerza debía ser repelida por la fuerza, en presentar la frente en el combate, y a menudo mostrar en su patria las heridas, a sus compañeros que se habían salvado. Muchos estragos que la fundación recibió de sus enemigos, fueron producidos en ausencia de Ychoalay.
En una noche todos los habitantes abipones, recelando/153 de los españoles, abandonaron la nueva fundación de la Concepción, distante de San Jerónimo diez leguas; quedaron allí sólo tres a quienes se les encomendó la tarea de degollar en la primera noche a los dos Padres José Sánchez y Lorenzo Casado, ambos españoles. Sabedor Ychoalay de la fuga de los abipones y del peligro de los Padres, pese a la lluvia, parece volar con el caballo que monta. Clava su lanza junto a la puerta de los Padres que corren peligro y se ofrece como defensor. Al amanecer ve a los tres sicarios acechando, los aterroriza, los pone en fuga y nunca más fueron vistos. Aconseja que lo que se ha salvado de la casa y del templo sea llevado en un carro a la reducción de San Jerónimo y que se lleven en tropa alrededor de dos mil cabezas de ganado, asignándoles en su propio predio un campo donde pudieran pacer sin peligro. El camino está lleno de molestias y de peligros. Las lluvias continuas de muchos días transforman el campo en una laguna y parece impenetrable para el carro. El río Malabrigo y otra laguna han crecido en forma espantosa por las constantes lluvias. Pero en verdad por el consejo, por las manos y por el vigor de Ychoalay todos los obstáculos fueron vencidos; todo lo que el Padre quería transportar fue colocado con felicidad en lugar seguro, eludiendo los esfuerzos de los abipones tránsfugas que devoraron todo lo que había poseído la misión que dejaron desierta. El mismo gobernador real de Tucumán, Juan Victoriano Martínez del Tineo envió unas cartas honoríficas a Ychoalay en las que encomió su fe integuérrima en los Padres, le dio insistentemente las gracias y remuneró la tarea cumplida de transportar las cosas de la misión desierta, con un paño rojo que bastaría para vestir a cualquier español noble. Con este paño adquirió las ovejas que le producirían la lana para hacerse según su/154 deseo las ropas que usan los abipones, tejidas como un tapiz turco. Respondió a los Padres que le aconsejaban que vistiera con ese paño rojo a la usanza española: "Siendo indio, ¿cómo mentiré que soy español por la ropa? Vosotros que usáis ropas negras, ¿las cambiaríais acaso por otras nuevas? Yo no lo creo. Entonces sería obligado a retomar mi vestimenta abipona, para risa de todos. Mis compatriotas dirían que me jacté de ser español mientras me duró la vestidura y que una vez que se me destruyó volví de nuevo a nuestra costumbre; que, mientras me fue permitido ganar dinero del trigo que sembré y coseché, vestí como los españoles; y que iniciado por fin en los misterios de la religión, me mostré como el español más noble; que esclavizado por el cultivo del campo y de los ganados, cuán poca cosa fue suficiente para adornarme a mí y a los míos". Anoté estas cosas para que conozcas que también los argumentos económicos y políticos pueden ser demostrados por los bárbaros, y cuán deseoso estaba Ychoalay del beneplácito de los Padres. Demostró esta disposición en una ocasión en que Ychamenraikin, por fastidio con los españoles, salió con sus compañeros de la reducción de San Jerónimo donde ya había vivido por muchos años para combatir como antes en el campo de batalla. Al alejarse aseguraba con toda sencillez que no tenía ninguna queja contra los Padres. Una esperanza o un temor lo habían convencido de aquella fuga; no se sabía cuál de ellas; yo creo que ambas. El tenaz Ychoalay con sus abipones no pudo ser motivo por el ejemplo de tantos caciques, a apartarse ni una uña del amor y de la compañía de los Padres. Reforzaba sus consejos y todos sus cuidados para que los mocobíes cristianos de San Javier y los españoles de Santa Fe volaran enseguida a defender la fundación desierta y a hacer volver a los abipones desertores. Ambas cosas se lograron rápida y felizmente;/155 pues Ychamenraikin volvió a la misión con todos los suyos.
Ychoalay vigiló con afanosa solicitud no sólo por la salud de los Padres, sino también por sus utensilios domésticos y los rebaños de la misión, para que no sufrieran el menor detrimento. Cada semana se mataban veinte o más vacas para alimento de los abipones. Los más voraces, no satisfechos con su porción mataban a escondidas más vacas, y con gran frecuencia terneros con tremendo daño del predio. A otros se les ocurría matar animales no por deseo de la carne, que los bárbaros suelen despreciar, sino de la piel con la que solían hacer sus monturas. El mismo lo castigaba a cualquiera de éstos que descubriera. Para resarcir el daño mandaba que por cada vaca muerta entregara dos caballos y por cada oveja, uno. Si ellos no los entregaban, Ychoalay, que había establecido esta ley y la había promulgado en la plaza pública, robaba los caballos a la fuerza. Un mocobí había matado una vaca que encontró en el campo y que era del mismo Ychoalay, pensando que pertenecía al rebaño público de la misión. Alguno de los abipones que lo encontró le dijo: "¡Eh! tú, ¿te has atrevido a matar una vaca de Ychoalay? ¡Ay mísero de ti si descubre tu crimen!". El mocobí, atónito por la noticia y por las amenazas, subió a su caballo la vaca ya descuartizada tal como estaba y marchando directamente a la casa de Ychoalay le dijo: "Aquí está la carne de una vaca tuya que maté pensando que era del rebaño de vuestra misión". "¿Así que pensaste locamente – respondió Ychoalay enojadísimo – que podías impunemente actuar con violencia en los bienes de nuestra misión? La excusa con la que creíste que lavarías la malicia del hecho agrava tu culpa. Vete al diablo, y pues que has matado y descuartizado el animal, te impongo también/156 el trabajo de comerla". No dijo más. De tal modo se mostró más severo y vengó más duramente a los que provocaban perjuicios a la fundación que con los que lo perjudicaban a él mismo.
Lo que con justicia puede concederse a los abipones es que, aunque en otro tiempo realizaron latrocinios contra los españoles a los que consideraban sus enemigos, juzgaron nefasto y sumamente torpe para ellos robar en sus tierras la más pequeña cosa a sus compatriotas. Los bienes domésticos estaban seguros aunque en ausencia de su dueño estuvieran expuestos a los ojos y las manos de todos. Nosotros también hemos palpado en nuestros templos esa misma seguridad de nuestros utensilios. Sin embargo faltó por casualidad de la pieza del Padre una manta de lana. Descubierto este hecho, para que no juzguemos a los abipones ladrones, Ychoalay no paró hasta descubrir el crimen; y por fin encontró la manta en poder de un cautivo. Otra vez en ausencia del Padre Brigniel fue asaltada su pieza. Faltaron numerosos haces de bolitas de vidrio, telas de lino y de lana, muchos libros y otras cosas de este tipo destinadas a vestir o a premiar a los abipones. Se indignó Ychoalay y no quedó tranquilo afirmando que en sus abipones no podía recaer ni siquiera la sospecha del hurto. Y excusados todos con su viveza, descubrió aquellas cosas que habían faltado enterradas en el campo por una cautiva. ¡Cuán grande fue, Dios mío, este triunfo para Ychoalay! Que tanto como no soportaba en absoluto que se le infiriera algún daño a los Padres, tampoco que se tildara de ladrones a los hombres de su pueblo.
Los abipones, como la mayoría de los americanos, detestan toda sombra de servidumbre y apenas se nos ofrecen para el más pequeño servicio a menos que estén segurísimos de un premio a su trabajo. A cualquier cosa que les propongas:/157"Mieka enegen laheve?" responden con avidez. ¿Qué merced me darás? En los primeros tiempos de la colonia habían sido atraídos por obsequios de agujetas, sal, tabaco e higos para entrar en el templo o escuchar la doctrina. Observaban con ojos quietos cómo colocábamos la montura en el caballo o destrozábamos la leña y aunque no movieran ni un solo dedo para ayudarnos, nos cansaron sus palabras repetidamente ponderándonos: "Padre, cuán hermosamente aprendiste a aparejar tu caballo, Padre mío; cuán robusto, cuán diestro eres", decían; nosotros preferíamos que nos ayudaran antes que nos ponderaran. Ychoalay, distinto a los suyos en todas las otras cosas, se prodigaba por propia voluntad en todo tipo de trabajos. Muy enemigo de la adulación y de la especulación en provecho propio, se mostró voluntarioso para con los Padres en cualquier trabajo. Esto yo lo he comprobado cuando lo llevé como compañero en caminos de muchos días por molestas soledades. Reclamaba para sí las partes propias de los sirvientes, y todas las cumplió bien. Él mismo, aunque nos acompañaran otros abipones del pueblo, toda vez que debíamos pernoctar en el campo o merendar solía buscar leña para el fuego, traer agua, cuidar los caballos y procurarse de mi seguridad en la travesía de ríos y lagunas. No sólo siempre aparejaba el caballo que yo usaba, sino que elegía con sagacidad el camino más a propósito que habríamos de hacer. En la misma marcha se colocaba a mi lado, y aunque pasáramos el día en alegre charla, vigilando a lo lejos todo, rápidamente me indicaba o desviaba celosamente cualquier peligro que surgiera. Como los hijos descansan en sus madres, así yo descansaba totalmente en los cuidados de Ychoalay. El nunca dudó en/158 estos sucesos de darme seguridad en medio de tantas dificultades de los caminos.
También los demás Padres todos a una decían abiertamente lo mucho que debían a este óptimo varón. Le atribuyeron a él sobre todo la construcción y conservación de la reducción de San Jerónimo. Salvo tres chozas que los españoles habían levantado precipitadamente de barro y madera, todas las restantes fueron edificadas por el consejo, exhortación y trabajo de Ychoalay, máxime cuando la misión fue trasladada a la costa sur. Prefería construir más grande el santo Templo, las habitaciones de los Padres, los refugios para los guardianes del ganado en campo abierto y los setos de los rebaños. El área de nuestra casa, donde las mujeres se refugiaban contra las súbitas incursiones de los bárbaros, debía ser provista de estacadas antes de edificar las chozas para los habitantes abipones, que antes se cubrían bajo esteras. Para estos fines debieron ser derribados, acarreados y trabajados muchos miles de árboles. Ychoalay fue el alma de las obras y de los operarios. El fue el primero de todos en tomar el hacha y el último en dejarla. Con su ejemplo más que con sus palabras estimuló la diligencia de los demás abipones. Viendo la asiduidad del jefe, ya nadie se lamentaba o avergonzaba del trabajo. Cada uno se disputaba por tener una casa más sólida que el otro, o campos más vastos llenos con todo tipo de frutos, aunque poco antes hubieran tenido una estera por casa, terreno a su antojo y dejado de lado cualquier trabajo.
Los Padres, para demostrarle de algún modo el agradecimiento dieron al diligentísimo Ychoalay como regalo un sombrero que brillaba por todos lados con hilos de plata; él, que de ningún modo se consideraba un elegante, para no/159 despreciar el favor de los Padres, aceptó el elegante sombrero pero se lo quitaba delante de ellos hasta, que por fin comenzó a agradarle su uso. Una vez llegó a la plaza adornado con este gorro y alguno de los abipones se lo pidió con insistencia. No es libre un cacique de los abipones de negar a alguno de los suyos lo que le pide. Siendo el más noble de los abipones, si hubiera rechazado sus cosas al pedigüeño, oiría por todas partes que lo trataban de indio salvaje y plebeyo. Para no dar lugar a tal reproche, daba a cualquiera que saliéndole al paso se los pidiera sus vestidos de lana teñidos con elegantes colores que su mujer recién le había tejido. Usó esta liberalidad con todos los que empleaba para arar sus campos o esquilar sus ovejas. Por eso cada año acudía una multitud de ambos sexos para ayudar a Ychoalay. La paga de los operarios se limitaba solo al sustento y a las gratuitas larguezas anuales. Alimentaba con liberalidad a los que trabajaban para él con lo que su economía se veía perjudicada. Mandaba a los abipones más ágiles a cazar ciervos a las costas próximas del Paraná, cuya carne, o la de vaca, comían los que se ocupaban en las tareas del campo. Con todo tino tenía la costumbre de matar los machos de sus rebaños y dejar a las madres para que tuvieran cría. Los indios son ávidos, decía; y comiendo las vacas no se les ocurre pensar que los toros no tienen cría. Si los españoles se comen las vacas, ya no tendremos más vacas ni toros. Ychoalay enseñaba esto con prudencia y con verdad. Los indios, si se les da libertad, matan terneras en lugar de terneros, vacas en lugar de bueyes; porque/160 la carne de vaca es más blanda, más tierna y más rica, aunque como los europeos tengan aversión a las terneras o nonatas.
Hizo también en todo lo demás cuanto más gustaba al pueblo de los restantes indios. Cuando se la ofrecían bebía la yerba que a diario se usa en Paracuaria en una infusión como el té, aunque nunca nos la pidió ni le gustaba. Con toda prudencia temía habituarse al uso de esa costosa bebida y verse obligado alguna vez a conseguirla con gastos o con ruegos. Todos los días dábamos una porción de esa yerba a los abipones ocupados con el arado o el hacha. Ychoalay se preocupó de que no la usaran: "Si desde chicos os acostumbráis a la bebida fría – decía – ¿cómo os sería fácil absteneros de esta bebida caliente? Si no hicierais esto, la costumbre se hará naturaleza, y su bebida les impondrá una durísima obligación. Los Padres os proveerán de yerba mientras aréis; después que dejéis de arar, os la negarán, y deberéis comprarla a mayor precio. Absteneos, pues, mientras la tenéis, y nunca sentiréis la molestia de carecer de ella. Muchos españoles, acostumbrados a beber esta agua hirviendo, se hacen violencia para cubrir los gastos ingentes que les impone la yerba, como algunos europeos se dan a la desmedida bebida del vino.
Esta costumbre de los mocobíes y abipones los lleva a torturar los oídos de los Padres con importunas peticiones cada día. Nos gustaba premiar a cada uno cuando podíamos; pero también con frecuencia nos pedían aquello de lo que carecíamos, y lo que ciertamente no encontrarías en ningún sitio./161 Aunque rogáramos humanamente a Ychoalay que nos dijera si tenía necesidad de algo, nunca pudimos convencerlo de que nos pidiera nada. Así como nos fue el menos molesto, fue también el más modesto. Aunque sobresaliera por la fama de su virtud militar hasta despertar la envidia, nunca soportó ser iniciado en aquellos solemnes honores de capitán que ya describí más arriba, ni ser incluido en la clase de los hoëcheros. Siempre usó el dialecto común al pueblo. Y aunque sus hazañas militares fueron suficientes para merecer el cambio de su nombre, retuvo también su primer nombre Ychoalay. En su modo de vestir y en el arreglo de su caballo detestó tanto la pompa como también despreciaba por su aspecto a otros jovencitos que se ostentaban y se mostraban con soberbia.
No niego que fue consciente de sus merecimientos y excesivo estimador de sí mismo. Sin embargo difícilmente soportó la adulación y alabanza; que no se dijera nada magnífico acerca de él si no se afirmaba muchas veces que era más apreciado. Sostuvo que él no debía ser postergado a sus rivales Debayakaikin y Oaherkaikin que ambicionaban la prerrogativa de valentía. Sin embargo, si sabía que alguno de los suyos había cumplido una empresa con valor, él mismo lo adornaba con las más profusas ponderaciones. Cuando Ychoalay mira con los ojos fijos hay en su rostro mucho de sombra, pero más de luz. Yo he pensado que su imagen debía ser pintada con vivos colores para que no pienses erróneamente que los bárbaros carecen de inteligencia y de virtudes ciudadanas, o que son indignos de toda alabanza. Muchas cosas más honoríficas escucharán de mí respecto al preclaro Ychoalay. Pero ya he de narrar las vicisitudes de la guerra que se desencadenó entre los riikahes y nakaiketergehes.
GUERREROS ABIPONES
Fuente (Enlace interno):
HISTORIA DE LOS ABIPONES - VOLUMEN III
Padre MARTÍN DOBRIZHOFFER,
Traducción de la Profesora CLARA VEDOYA DE GUILLÉN
UNIVERSIDAD NACIONAL DEL NORDESTE
FACULTAD DE HUMANIDADES
DEPARTAMENTO DE HISTORIA
RESISTENCIA (CHACO) - ARGENTINA, 1970