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RENÉE FERRER
  LAS SIETE CABRITAS - Cuento de RENÉE FERRER


LAS SIETE CABRITAS - Cuento de RENÉE FERRER

LAS SIETE CABRITAS

Cuento de RENÉE FERRER



LAS SIETE CABRITAS


Anochecía en el campo. A lo lejos los astros comenzaban a encenderse. La niña y el viejo pastor miraban embelesados esas primeras luces de la noche. Cuando los valles se cubrieron de sombras aparecieron en el cielo siete pequeñas estrellas, imperceptibles para cualquier caminante distraído. Isabel, que era muy aficionada a observar el firmamento, las notó enseguida y quiso saber sus nombres.

—Son las Siete Cabrillas -le contestó el pastor que, además de cuidar rebaños, era su abuelo.

Como la niña no apartaba la vista de ellas, el anciano se sentó en un tronco y le contó esta historia:

—Hace mucho tiempo, cuando vivía el abuelo de mi abuelo, atravesaba estos campos un zanjón muy profundo adonde los niños tenían prohibido acercarse. En ese entonces habitaba en este lugar una niña pequeña como tú, pero más traviesa y andariega. Cada tarde, cuando terminaba de dar el maíz a las gallinas y recoger los huevos de sus nidos dispersos, le gustaba caminar por el campo, juntar cantos rodados a la orilla de un tajamar, que parecía un inmenso espejo negro, o corretear tras los pájaros. Pero lo que más le atraía de su vida campesina eran los animales, sobre todo las cabritas que cuidaba su abuelo. Les tenía un cariño tan entrañable, que si estaba con ellas se olvidaba de todo. Una tarde, cuando corría hacía el piquete, escuchó que su madre le decía:

-No te alejes demasiado, Isabel, porque anoche estuvo merodeando por la chacra un tigre feroz.

Así lo prometió la niña y siguiendo un sendero sinuoso se perdió muy contenta tras una nubecita de polvo colorado. No bien caminó unos pasos escuchó unos débiles balidos y alcanzó a ver una cabrita deslizándose entre la maleza. Le llamó la atención su paso lento y esa manera doliente de arrastrar la pata. Notó una huella roja sobre la tierra reseca y comprendió que estaba herida.

Siguiendo sus quejidos se internó en un montecito, detrás del cual se extendía un gran pastizal, donde no había estado antes. Su dilatado verdor, la frescura ondulante de sus lomas la subyugaron de inmediato, y un poco por el impulso compasivo de ayudar a la cabrita indefensa, y otro por la fascinación de tanta hermosura, se fue alejando del rancho inadvertidamente.

De repente se apagaron los últimos rayos del sol. Una aureola anaranjada quedó flotando hasta que la noche cayó sobre los campos. Su determinación de alcanzarla era más fuerte que nunca. Debía curarle la patita.

Mucho anduvieron las dos, pues a pesar de la insistencia de sus llamados la cabrita no se detenía. El ruido de los pájaros levantando vuelo, los murmullos indescifrables de la noche la llenaron de temor.

Entonces dos tizones fosforescentes brillaron en la oscuridad. Un rugido amenazante le trajo el recuerdo de la advertencia materna, pero era demasiado tarde. ¡El tigre estaba allí!

Ante el peligro la cabrita huyó despavorida hacia una gruta, donde encontró a sus hermanas que eran seis. La niña comprendió entonces por qué anduvo sin descanso, desoyendo sus ruegos. Esa cueva oscura y profunda era el mejor albergue contra las fieras, pero ella no podía entrar allí sin descubrirlas.

La luz plateada de la luna iluminó un foso profundo, que el instinto del animal supo evitar. Las siete cabritas estaban a salvo. Un zarpazo agitó el aire a sus espaldas. Asustada, Isabel corrió apresuradamente hacia el precipicio, donde caería sin remedio.

Entonces las cabritas se tomaron fuertemente las colas con los dientes, formando un puente tibio y palpitante. Sus lomos sedosos la invitaban a cruzar.

Cuando llegó al otro lado, la niña pensó con desaliento que el tigre haría lo mismo, y se la comería de todos modos. Cerró los ojos con terror, pero cuando los volvió a abrir notó con asombro que los animalitos, desprendiéndose uno a uno, deshacían el puente, cayendo al vacío.

Al clarear el día los pastores mataron al tigre, rescatando a la niña compasiva, y a la noche siguiente aparecieron por primera vez en el cielo esas estrellas diminutas que se llaman LAS SIETE CABRILLAS.


 
 
Fuente:
 


(CUENTOS Y POEMAS PARA NIÑOS Y ADOLESCENTES)


Editado con el auspicio del FONDEC

QR Producciones Gráficas S.R.L.,

Diciembre, 2002 (210 páginas).
 
 
 
 
 
 

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