MEMORIAS O REMINISCENCIAS HISTÓRICAS SOBRE LA GUERRA DEL PARAGUAY.
Prólogo de J. NATALICIO GONZÁLEZ.
I
Juan Crisóstomo Centurión nació en Itauguá, el 27 de enero de 1840. Su progenitor, don Francisco Antonio Pérez de Centurión, no pudo conocer a este hijo póstumo llamado a dar nombradía al apellido, pues falleció en octubre de 1839, y por lo mismo, el niño creció bajo los exclusivos cuidados de la madre, una paraguaya que bajo sus delicadas maneras alentaba un alma vigorosa, y que en su hora sobrellevó con humilde energía pruebas sobrehumanas. En efecto, doña Rosalía Martínez y Rodas, que así se llamaba la virtuosa dama, compartió con su pueblo las inauditas penurias de la guerra de la Triple Alianza, y salvado aquel lustro dantesco de la historia paraguaya, su vida se prolongó plácidamente hasta 1879.
Centurión tuvo varios hermanos. Su progenitor, que se formo bajo la rígida dirección intelectual del padre Amancio González y Escobar, varón ilustre de recio fervor apostólico; y que después entró en un estudio de abogado y practicó en el foro asunceno; termino sus años patrocinando pleitos en la entonces prospera zona itaugueña. Parece que demostró propensión a la lectura y que gustaba ostentar con cierta pompa los conocimientos en ella acumulados, pues el caustico genio campesino, diestro en señalar flaquezas humanas, dio en apodarle Centurión arandú (Centurión el sabio), sobrenombre que menta el hijo en sus Memorias con cierto orgullo, ajeno al fondo irónico del mismo.
El niño creció en el seno de la naturaleza encantadora que meció su cuna, ora corriendo entre el corro infantil por los alcores circundantes, ora solitario y un poco triste, siguiendo el vuelo de sus ingenuos pensamientos entre las sonrisas del paisaje. Pronto se manifestó en él la propensión a la vida intelectual, y ese fondo de seriedad orgánica que da carácter a su estilo. En 1851 ingresó en la escuela de Quintana, de la que nos ofrece una evocación severa pero interesante en estas Memorias; al año siguiente le vemos en la Escuela de Aritmética de Zeballos-cue, que tuvo vida efímera bajo la dirección de don Miguel Rojas; y en 1853 forma fila entre los alumnos de la flamante Escuela de Matemáticas, que nace en aquel año bajo la dirección de don Pedro Dupuy (1). De aquí pasó al Aula de Filosofía, instituto de enseñanza secundaria dirigido por el literato español don Ildefonso Bermejo. Cuando, al fin, el país contó con jóvenes capacitados para emprender estudios superiores en el extranjero, el Gobierno envió a Europa a cinco de ellos -Cándido Bareiro, Juan Crisóstomo Centurión, Andrés Maciel, Gaspar López y Gerónimo Pérez-, para proseguir estudios de Derecho internacional, mercantil y administrativo, aparte de los que fueron destinados a otras carreras. De ese modo el Estado paraguayo inició un vasto esfuerzo para formar un equipo de hombres ilustrados, técnicamente idóneos para dirigir los negocios de la República.
Centurión nos refiere, en el presente tomo de sus Memorias, todo lo relativo a sus estudios en Inglaterra. Por lo mismo, podemos pasar por alto este periodo de su vida. A su retorno al país, en 1863, el Presidente de la República, general Francisco Solano López, confiriéndole una extraordinaria distinción -se trataba de un joven estudiante, excesivamente imbuido de su importancia pero sin ninguna practica en los negocios del Estado-, lo incorpora a su Gabinete privado y le abre las puertas de "El Semanario", en cuyas columnas expone con juvenil exuberancia un ingenuo liberalismo importado de las orillas del Támesis. Centurión -no creo que por convicción, sino por las razones que señalamos más adelante-, infiere en sus Memorias que estas distinciones de que era objeto, fueron actos de solapada persecución contra el revolucionario potencial que creía llevar dentro, pero que nunca existió en él.
Un año después de reintegrarse al terruño, en los inicios de una brillante y pacifica vida pública, Centurión se vio envuelto en el torbellino de la guerra y hay que decir, en su honor, que sirvió con apasionada fidelidad la causa de la patria y al magnífico caudillo que encarno, con indomable voluntad, esa causa sagrada. No solo peleo como soldado, hasta ganarse sus presillas de Coronel, si que también fue juez inflexible, que en la hora negra de la desesperación y de la conjura, aplico sin misericordia la ley de su tiempo, las clausulas de fierro de las Siete Partidas y de las Ordenanzas Españolas. Pesquisó, hizo confesar al delincuente su delito, sin retroceder ni ante la tortura, porque en aquellos momentos, más que en el destino de su nombre, pensó en el destino de la patria invadida y en peligro de muerte. Su actuación como juez militar, como miembro severo de lo que se llamo Tribunales de Sangre, que a semejanza del Comité de Salud Pública se hicieron temibles fulminando aun a los que parecían intangibles por su alta posición, fue duramente explotado contra Centurión. Estas Memorias fueron escritas bajo el peso de aquellas acusaciones, con el fin principal de legar a sus hijos un nombre limpio de tachas. De ahí sus frecuentes ataques al Mariscal -el monstruo de la hora del vencimiento, puesto fuera de ley y declarado traidor por los traidores que pelearon contra su patria-; de ahí sus juicios injustos; de ahí el afán de aparecer como opositor y víctima de un régimen al que sirvió con entusiasmo y fidelidad. El cuarto tomo de las Memorias, escrito cuando ya Juan E. O'Leary iniciaba la gran reacción nacionalista, se halla por lo mismo redactado con otro espíritu y otro acento. Asoma en sus páginas el paraguayo de verdad, que si por largo tiempo trabajo por desnaturalizar su expresión, siempre subsistió sangrante pero vivo en las reconditeces de su ser. Idéntico fenómeno psicológico se operó en el padre Fidel Maíz, otro antiguo miembro de los Tribunales de Sangre, que arrojo al patíbulo a un Obispo de su religión que se alzo contra su patria. Pero Maíz vivió más que Centurión, y a los noventa años de edad, en presencia del Paraguay recuperado, se arranco la máscara de la contrición y escribió palabras tremendas. "Obre, dice, con las Partidas en las manos, en media de las batallas, frente al enemigo que nos empujaba en trágicas retiradas. La posteridad ha de juzgarme sin pasión, ha de mirarme en el cuadro de mi tiempo, y de acuerdo con las leyes del medio y del momento ha de buscar la clave de mis actos para ser justiciera. Serví a mi patria en medio de las tormentas de la muerte; y caí con los últimos sobre el último campo de batalla. Fui la fidelidad en el infortunio de mi país, y tuve que representar alguna vez el rigor inflexible de la ley. He aquí todo".
Centurión participó, entre las tropas de tierra, en el combate naval de Riachuelo. Actuó coma ayudante del coronel Alén en la batalla del 24 de mayo, ganándose con su comportamiento la estrella de Caballero de la Orden Nacional del Merito. Poco después obtuvo el grado de capitán honorario. Alternaba sus actividades militares con lecciones de francés e inglés, que daba a los oficiales bajo los naranjales de Paso Pucú. Juntamente con los padres Maíz y Bechi, don Domingo Ortiz, don Víctor Silvero y otros, redactaba "El Cabichuí", periódico satírico de extraordinaria popularidad en el ejercito. A igual de los demás periódicos paraguayos, "El Cabichui" salía en papel de fabricación paraguaya; un Sargento de ignorado nombre ilustraba los artículos con intencionados dibujos, que un improvisado equipo de grabadores los pasaba en madera para su impresión, sin más instrumentos que unos toscos cuchillos y unos clavos convertidos en gubias. Con admirable intuición artística, estos grabadores realizaron muchas veces verdaderas maravillas.
En calidad de Secretario de Solano López, Centurión participa en la retirada de Paso Pucú a San Fernando, y ya en este campamento, que iba a ser escenario de los más punzantes dramas de la historia, entro a integrar, con el capitán Silvestre Carmona, el 5º Tribunal Militar, uno de los que entendieron en la causa de los conjurados que delataron los secretos militares de la República al enemigo. Cumplió el duro deber de juzgar y condenar a los culpables, pues ¿qué otro camino le quedaba? "Este es el último día de mi clemencia", dijo con desgarradora elocuencia el Mariscal, y los ejecutores de la ley penal se vieron impelidos a colocarse en el mismo plano espiritual. No era la hora de la benignidad, sino la del castigo, la del rechinar de dientes. Esa hora quedo rabada para siempre en el alma de los protagonistas, y uno de ellos, el padre Fidel Maíz, la evocaba aún con cierto estremecimiento en el estilo, a más de medio siglo de distancia: "El pensamiento es la electricidad del alma, atraviesa tiempos, lugares y distancias instantáneamente; es el relámpago del espíritu que cruza el espacio infinito de polo a polo... Así, al escribir estas líneas, en este momento, me parece estar en San Fernando, allá sobre el Tebicuary, cuando López intimo en persona el arresto al Obispo Palacio. Yo, presente en el acto, sufrí una penosa emoción, de lo que se apercibió aquel hombre, y me dijo: ¿Qué es esto? En estos momentos hay que sobreponerse a todo sentimiento, y hacer que prime el deber de hacer justicia".
Tras de cumplir, no sin sentirse mordido par los cilicios de la sensibilidad, sus terribles funciones de juez, Centurión retorna a las batallas y participa en los épicos encuentros de Itá Ihvaté, en los que se gano el grado de Sargento Mayor efectivo de Infantería. Después de la derrota, reaparece en el campamento de Ascurra, donde asciende a Teniente Coronel el 24 de julio de 1869, y poco después, en Tandeih, se gana sus presillas de Coronel y reemplaza a Marcó en la jefatura de la Mayoría. Marcha con las últimas legiones que se aprestan en torno al Mariscal, en aquel desfile fantástico, de desnudez y hambre, por las lejanas serranías. ¡Fue de los que vencieron "`penurias y fatigas", de los que Regaron a Cerro Corá! En el último choque que tuvo por escenario aquel teatro desolado pero grandioso, Centurión, bajo las inmediatas ordenes del Mariscal, al frente de sus tropas desplegadas en guerrilla, sostuvo la envestida final del enemigo; y minutos antes que Solano López alcanzase su fin sobrehumano en las márgenes del Aquidaban, el joven estudiante de Londres desdoblado en soldado, rubricaba con su sangre el epilogo del drama, fiel hasta el último, grado a su pueblo y a su bandera, al ser derribado de su corcel por una bala que le atravesó ambas mejillas y parte de la lengua.
Herido y prisionero, tras una penosa marcha a pie de once días, el coronel Centurión llega a Concepción, pasa al Chaco, y luego a la angustiada Asunción, donde permanece conjuntamente con el padre Maíz en la sentina del cañonero brasilero "Ygatimi". "Allí, evoca en una página intima, bajaban a vernos algunos jefes y oficiales aliados, linterna en mano, exactamente como si fuéramos dos fieras enjauladas; y después de cambiar algunas palabras con nosotros sobre López, se retiraban, pero no sin llenarnos antes de injurias e improperios". Tres semanas más tarde le sacaron los grillos que tenía remachados; un transporte le conduce a Humaitá, juntamente con el general Caballero y otros prisioneros; de aquí sigue viaje a Rio de Janeiro, a bordo del "San José". En la capital imperial conoce la miseria y el desamparo, hasta que, gracias a la mediación de Paranhos, el futuro Barón de Rio Branco, obtiene su liberación y apartándose con pena de sus viejos compañeros de armas, viaja para Inglaterra en el paquete "Biela", cuyo capitán le brinda generosa protección. Ya en Londres, sus antiguos condiscípulos le agasajan y le rodean con su afecto. Pasa a Paris, invitado por don Gregorio Benítez, y cual si llevase la tragedia con su persona, allí le sorprende el último acto de la guerra franco-prusiana, asiste a la caída del segundo Imperio y presencia la proclamación de la República. A su retorno a Londres, satisface su pasión romántica visitando en Jersey la mansión de Víctor Hugo; luego, sus amores con una bella cubana, a la que pronto iba a unir su destino, guía sus pasos de peregrino a Santiago de Cuba. Aquí frecuenta los salones del Gobernador, quien le distingue; se vincula con la alta sociedad; ejerce, aunque sin título y haciendo firmar por otros sus escritos, la profesión de abogado. Finalmente se deja seducir por el periodismo, y participa con brillo en la discusión que en aquellos días provocara el hallazgo de los restos de Colón en la Catedral de Santo Domingo.
Pero la patria le llamaba a la distancia, y otra vez se echa por esos caminos del mundo. Se detiene algún tiempo, en Nueva York, pasa por Washington, arriba a Buenos Aires, donde le asedian desconsoladoras noticias de su tierra, y entonces emprende un nuevo viaje a las Antillas llevándose una tropilla de mulos, que logra vender en Saint Pierre, la antigua capital de Martinica. El negocio no resultó tan brillante como imaginó su optimismo, y ya en posesión de los precarios beneficios obtenidos, otra vez toma el camino del Rio de la Plata. Corría el año 1878 cuando se reintegro al seno de la patria, tras ocho años de ausencia.
Inicia sus actividades en el Paraguay desolado por la guerra, como acopiador de frutos. Más, no ha nacido para tales negocios. Vuelve a las tareas del foro y colabora en el diario "La Democracia". Acompaña al general Bernardino Caballero en la fundación y organización de la Asociación Nacional Republicana, la gran entidad democrática donde se refugian el espíritu nativista, la vieja concepción de vida de los paraguayos, y que por lo mismo atrae a sus filas a casi todos los ex-soldados de Solano López, a todos los que buscan el renacimiento del Paraguay sin enajenar los elementos de su poderío ni vender su alma. Centurión milito hasta el fin de sus días en este partido de los nacionalistas paraguayos, que logra marcar rumbos al destino del país hasta 1904. El presidente Caballero le designa, en 1882, Fiscal General del Estado, cargo que desempeña con ponderación durante seis años. Redacto, por este mismo tiempo, en colaboración con otros, el Código Militar de 1887, y por dos veces integró la Comisión del Colegio Nacional, en cuyo seno realizó una labor seria y fecunda, pues la formación intelectual de la juventud fue una de las pasiones de su vida.
El 28 de setiembre de 1888 Centurión entra a formar parte del gabinete del presidente Escobar, quien le confía la cartera de Relaciones Exteriores. Defendió con brillo, en su carácter de Canciller, los derechos de su patria sobre el Chaco, produciendo algunos documentos diplomáticos que constituyen un modelo por su enjundia jurídica, su caudalosa erudición histórica, la sobria firmeza de su tono y la elegante severidad de su estilo. El país se dio cuenta de que aquella circunspecta y celosa diplomacia de los López, brotaba nuevamente de entre las cenizas del pasado, para amparar su destino con actos de sagaz vigilancia. La nota de 3 de noviembre de 1888, en la que Centurión enuncia la tesis paraguaya a raíz de los incidentes de Bahía Negra, delata la envergadura del estadista y marca un cauce definitivo a la política exterior de la República. El Paraguay nada pudo temer mientras se ciño a sus normas, y las veces que gobernantes incautos o corrompidos se apartaron de ellas, la nación marchó a la desventura, a la guerra, a la desmembración, con mengua de su personería internacional.
A pesar de su significación política y de las altas posiciones que escaló, Centurión nunca desdeño servir la causa de la cultura, aun desde cargos relativamente modestos, y así le vemos en 1895 actuar como miembro del Consejo Nacional de Educación. Un año después, entra a integrar, juntamente con Cecilio Báez, una comisión técnica que aborda el estudio del diferendo con Bolivia. Su partido le brinda una banca en el Senado en 1895, y reelecto en 1900, por fenecimiento de su mandato, permanece en ella hasta el fin de sus días. Como parlamentario, intervino en la dilucidación de los grandes problemas nacionales, y utilizó su gravitación para impulsar el progreso y reconstruir los extinguidos elementos del poderío de la República. Puede decirse que cuando la muerte le sorprendió, el 12 de marzo de 1902, Juan Crisóstomo Centurión era una figura ilustre, moderado en sus juicios, fino y cortés en los salones, a quien la vida condujo al estoicismo y le enseño que el perdón de las injurias forma parte de la Sabiduría. Había pasado por duros trances; había afrontado tormentas de odio, con su secuela de befas y calumniosos insultos; y humano al fin, para ser alguien en su propio país, disimuló sus viejos quereres, condenó lo que amaba en el fondo del corazón, y gracias a estas concesiones pudo sobrevivir y trabajar por la reconstrucción nacional. Las generaciones actuales no saben lo que significaba haber sido soldado de López, haber sido el brazo que castigó en la esquiliana tragedia de San Fernando, y vivir en aquel Paraguay postrado por el vencimiento, en cuyo ambiente dictaban ley los hijos descastados que se alzaron contra la patria: Centurión lo supo en carne viva; conoció todas las torturas con que el traidor castiga la fidelidad. Un solo hecho bastara para revelar la cotidiana tragedia de este hombre. El 10 de noviembre de 1893 es designado Ministro Plenipotenciario ante Inglaterra, Francia y España; pero quince días después asume la primera magistratura Juan B. González, que renegaba del Paraguay de López, y su primer acto de gobierno fue anular aquel nombramiento. De ese modo, veintitrés años después de la guerra, Centurión seguía purgando el crimen de haber caído al pie de su bandera, defendiéndola en el último combate, mientras sus persecutores procuraban abatirla.
Para suerte suya, vio alborear, antes de bajar a la tumba, el renacimiento espiritual de su patria. Desde comienzos del siglo O'Leary, con juvenil audacia, había emprendido su largo batallar contra la impostura. Centurión sintió el influjo de este movimiento, intuyó sus lejanas proyecciones, y tímidamente pudo rectificar lo que escribió extorsionando su conciencia, por sumisión al ambiente en que vivió. Por eso, en el cuarto tomo de sus Memorias ya asoma el verdadero Centurión, el juez inflexible de San Fernando, el soldado de Cerro Corá, el que "venció penurias y fatigas".
Juan Crisóstomo Centurión, sin ser un escritor de primer orden, ocupa un lugar distinguido en las letras paraguayas. Formó parte de una generación brillante, la generación de Natalicio Talavera, devorada en agraz por una guerra de exterminio. Su nombre se halla asociado con los primeros balbuceos de la novela paraguaya. Su "Viaje Nocturno", editado en Nueva York en 1877, le muestra como un precursor del genero, en su país. El autor suple la falta de imaginación con recuerdos personales, y por lo tanto cae en el cuento autobiográfico, cuyo interés novelesco se pierde entre consideraciones morales y políticas. El argumento se reduce a la evocación de la vida y de la tierra del protagonista en una noche de insomnio, y sobre sus páginas, liricas y reflexivas a la vez, flota acá y allá como una dorada bruma, la punzante melancolía de los desterrados.
Como historiador, Centurión se inicia con un opúsculo sobre "Los Estudiantes de López", insertado en "La Democracia" en 1882, y un estudio sobre la emancipación, intitulado "Una palabra sobre el Paraguay en la primera época de su Independencia". Su obra fundamental son estas Memorias, que deben ser leídas con vigilante espíritu crítico, por lo argüido en páginas anteriores. He ahí por que hemos encomendado al Mayor Antonio E. González, uno de los más brillantes escritores militares del Paraguay, la tarea de anotarlas, tarea que González ha cumplido con ejemplar responsabilidad intelectual y dominio absoluto de la materia (2).
NOTAS
(1). - Este meritorio educacionista nació en Bretaña, en el Castillo de Cramezseul, el 1º de marzo de 1816; era vástago de una familia monárquica que conoció los implacables rigores de la Revolución francesa. Obtuvo su título de profesor en la Escuela Normal de Versalles. En 1850 llegó emigrado a Buenos Aires, con una carta que por mediación del conde Suin le dio para Rosas el Cónsul argentino en Burdeos, señor Santa Coloma. Gracias a esta recomendación fue nombrado catedrático de francés y Matemáticas en el Colegio Federal que funcionaba en la ciudad porteña.
Después do Caseros, Urquiza quiso encomendarle la organización y dirección del Colegio del Uruguay, y así se lo hizo ofrecer por intermedio de M. Saint George, Encargado de Negocios de Francis; pero por escuchar los consejos de este diplomático, prefirió aceptar la propuesta que simultáneamente lo hizo llegar el Presidente del Paraguay, don Carlos Antonio López. De ese modo apareció en Asunción al frente de la Escuela de Matemáticas.
Después de la guerra, volvió al Paraguay y el Presidente don Juan Bautista Gill le confió, por decreto del 27 de febrero de 1875, la dirección del Colegio Nacional. Por esta época colaboraba con frecuencia en el diario asunceno La Reforma. Algún tiempo después volvió a la Argentina, donde publicó algunos estudios literarios y pedagógicos, principalmente sobre educación de la mujer. También escribió sobre inmigración y colonización. Murió en Buenos Aires el 14 de febrero de 1886.
Dupuy estaba casado con una espiritual dama, Ana Monnier, nacida en París el 21 de noviembre do 1825. Pintaba, escribía y practicaba la música. Queda de ella unas impresiones de viaje, donde se refiere largamente al Paraguay, consagrando cariñosos recuerdos a varias familias paraguayas con laa que trabó amistad.
La Escuela de Matemáticas, creada por decreto del 1º de octubre de 1853, inició su curso con 51 alumnos, cuya nómina era la siguiente: Pedro Gill, José María Mazó, Luis Báez, Claudio Astigarraga, Eloy Laguardia, Angel Fernández, Francisco Candia, José Félix Caminos, Timoteo Arce, Joaquín Mendoza, Manuel José Giménez, Vicente Giménez, Juan de la Cruz Giménez, José Dolores Valiente, José de la Cruz Fernández, Dejesús Espínola, Eduardo Cárdenas, Fidel Silva, Martín González, Indalecio Benítez, José Tomás Astigarraga, Policarpo Valdovinos, Eulogio Mazó, Aniceto López, Escolástico Legal, Regalado Moreno, Juan Andrés Olavarrieta, Dionisio Pintos, Nicolás Espínola, Luis Gómez, José Tomás Chaparro, Felipe Duarte, Daniel Aquino, Tomás Acosta, Pablo José Llanos, Miguel Haedo, José Benito Escabriza, Regis Neronis, Máximo Marín, Sebastián Días, Adriano Morales, Crisóstomo Centurión, Andrés Espínola, Deogracis Lugo, Serapio Candia, Gerónimo Silva, Zenón Notario, Natalicio Talavera, Ildefonso Pando, León Ignacio Villalba, Cándido Bareiro y Gaspar López.
El texto del Reglamento de la Escuela de Matemáticas era el siguiente:
Articulo 1º. . Queda nombrado a la fecha el catedrático del curso de matemáticas, mandado establecer por decreto de 1º. de Octubre último.
Art. 2º. . El catedrático enseñará las materias contenidas en el decreto citado en el artículo anterior, y aprovechará toda ocasión para inculcar en el espíritu de los estudiantes, los principios de moral social, y de los deberes de todo ciudadano para con Dios, para con su Patria, su familia y su gobierno.
Art. 3º. . Cada dos meses pasará a la Secretaría de Gobierno un informe circunstanciado sobre el estado moral y de instrucción de los estudiantes.
Art. 4º. . A cargo del catedrático está el mantener el orden, buena confortación y subordinación de los estudiantes en las horas del aula.
Art. 5º. . En caso de inasistencia reiterada, inaplicación rebelde o de insubordinación escandalosa de un estudiante, el Gobierno proveerá que sea despedido del curso, previo informe del catedrático.
CAPITULO II
Del tiempo del curso y horas de aula
Articulo 1º. . El curso de matemática será de dos años, como queda establecido en el decreto expresado de 1º de Octubre último.
Art. 2º. . El primer año escolar será desde el 2 de Enero del año próximo venidero de 1854, hasta el 10 de Noviembre. Por la mañana se tendrán dos horas de aula y otras dos a la tarde.
Art. 3º. . En Enero, Febrero, Marzo, Abril, Septiembre, Octubre y Noviembre se entrará al aula a las siete de la mañana, y a la tarde a las tres y media. En Mayo, Junio, Julio y Agosto a las ocho de parte de mañana y a la tarde a las dos y media.
Art. 4º. . El segundo año escolar será del 1º. de Febrero al 10 de Diciembre.
CAPITULO III
De los exámenes
Artículo 1º. . Del 1º. al 10 de Noviembre se harán los exámenes de los estudiantes de matemáticas, el año próximo venidero de 1854, y en el siguiente de 1855 del 1º. al 10 de Diciembre.
Art. 2º. . El examen será de un tercio de hora para cada estudiante.
Art. 3º. . El examen se hará en público por el catedrático asociado con dos personas que el Gobierno designe.
Art. 4º. . El estudiante que hubiese sido unánimemente reprobado, podrá prepararse para presentarse el día 1º. De Febrero del siguiente año y si otra vez fuese reprobado, cesará en el estudio.
Art. 5º. . El catedrático y los examinadores designados por el Supremo Gobierno, pasarán, terminados los exámenes, un informe sobre el estado de instrucción de los estudiantes, haciendo mención especial de los que se hubiesen distinguido.
CAPITULO IV
De los estudiantes
Artículo 1º. . Concurrirán al estudio de matemáticas, los que se hubieren inscripto en la matricula abierta en la Secretaría de Gobierno
Art. 2º. . Los estudiantes deben concurrir al aula, vestidos y calzados en forma decente.
Art. 3º. . Los estudiantes deben al catedrático toda subordinación y conservarse en las horas del aula, con atención, decencia y compostura.
Asunción, Diciembre de 1853. CARLOS ANTONIO LÓPEZ.
(2). - Las notas de Centurión van marcadas con la indicación (N. del A.) , nota del autor. Las demás pertenecen al mayor Antonio E. González.
II
Había otra razón para dar una edición anotada de estas Memorias. Centurión, si bien actor del drama terrible, ignora muchas circunstancias de la guerra del 65, pues no desempeñó en ella ninguna función directiva prominente. Y en vez de investigar en los Archivos para colmar los vacios de sus recuerdos, y someter estas a la confrontación documental, encontró más cómodo seguir a Thompson, el mistificador, guía de cuantos después desbarraron sobre la epopeya paraguaya.
El mayor González, en sus notas, ha rectificado los errores más notorios de Centurión, y dentro de la obligada brevedad que le impone la falta de espacio, ha dilucidado puntos de capital interés, como el relativo al poderío militar del Paraguay. A este propósito, quiero ofrecer aquí algunos documentos de valor probatorio decisivo.
Al día siguiente de la invasión de Matto Grosso, el efectivo del ejército paraguayo, incluyendo jefes y oficiales, llegaba apenas a 38.173 hombres (Original en el Archivo de Asunción. Lo publicó O.Leary en el número de "La Unión", del 19 de abril de 1931.).
LISTA DE LOS COMANDANTES DE LOS CUERPOS SIGUIENTES CUERPOS:
INFANTERÍA
Grado/ Nombre/ Comisión
Capitán/ Carlos Silva/ Cte. de la Legión de Artillería ligera
Capitán/ Francisco Roa/ Cte. de Artillería ligera
Sto. Mayor/ José Dolores Vallovera/ Cte. del batallón Artillería de sitio y plaza (escolta)
Sto. Mayor/ Juan Gómez/ Cte. del batallón Artillería de sitio y plaza No. 1
Coronel/ Pantaleón Balmaceda/ Cte. del batallón Artillería de sitio y plaza No. 2
Sargento Mayor/ José Martínez/ Cte. del batallón Artillería de sitio y plaza No. 3
Capitán/ Cipriano Dávalos/ Cte. del batallón Artillería de sitio y plaza No. 4
Tte. Coronel/ Francisco González/ Cte. del batallón Artillería de sitio y plaza No. 6
Sto. Mayor/ Antonio Luis González/ Cte. del batallón Artillería de sitio y plaza No. 7
Sub. Teniente/ Arévalo/ Cte. del batallón Artillería de sitio y plaza No. 8
Capitán/ Marcelino Coronel/ Cte. del batallón Artillería de sitio y plaza No. 9
Capitán/ Juan José Godoy/ Cte. del batallón Artillería de sitio y plaza No. 10
Capitán/ Eugenio López/ Cte. del batallón Artillería de sitio y plaza No. 12
Capitán/ José María Zelada/ Cte. del batallón Artillería de sitio y plaza No. 13
Teniente 1ro./ Saturnino Mereles/ Cte. del batallón Artillería de sitio y plaza No. 14
Capitán/ Ignacio Campusano/ Cte. del batallón Artillería de sitio y plaza No. 15
Teniente 2do./ José Zorrilla/ Cte. del batallón Artillería de sitio y plaza No. 16
Capitán/ Diego Alvarenga/ Cte. del batallón Artillería de sitio y plaza No. 17
Teniente/ Gregorio Giménez/ Cte. del batallón Artillería de sitio y plaza No. 18
Capitán/ Juan B. Arévalo/ Cte. del batallón Artillería de sitio y plaza No. 19
Capitán/ Justo Pastor Penayos/ Cte. del batallón Artillería de sitio y plaza No. 20
Tte. Primero/ Gabriel Sosa/ Cte. del batallón Artillería de sitio y plaza No. 21
Teniente 1ro./ Salvador Sánchez/ Cte. del batallón Artillería de sitio y plaza No. 22
Alférez 1ro./ Pedro Trochez/ Cte. del batallón Artillería de sitio y plaza No. 23
Teniente 2do./ Vicente López/ Cte. del batallón Artillería de sitio y plaza No. 24
Capitán/ Vicente Meza/ Cte. del batallón Artillería de sitio y plaza No. 25
Teniente 2do./ Francisco Céspedes/ Cte. del batallón Artillería de sitio y plaza No. 26
Teniente 2do./ Bernardino Paraná/ Cte. del batallón Artillería de sitio y plaza No. 27
Teniente 1ro./ Cirilo Patiño/ Cte. del batallón Artillería de sitio y plaza No. 28
Capitán/ Santiago Florentín/ Cte. del batallón Artillería de sitio y plaza No. 29
Sargento Mayor/ Cándido Mora/ Cte. del batallón Artillería de sitio y plaza No. 30
Capitán/ Juan B. Ibáñez/ Cte. del batallón Artillería de sitio y plaza No. 31
Capitán/ Francisco Cárdena/ Cte. del batallón Artillería de sitio y plaza No. 32
Capitán/ José del Rosario Pérez/ Cte. del batallón Artillería de sitio y plaza No. 33
Teniente 1ro./ Venancio Ortíz/ Cte. del batallón Artillería de sitio y plaza No. 34
Teniente 2do./ Manuel Benítez/ Cte. del batallón Artillería de sitio y plaza No. 35
Teniente Coronel/ Hermógenes Cabral/ Cte. del batallón Artillería de sitio y plaza No. 36 y 37
CABALLERÍA
Capitán/ Pedro Uliambre/ Comandante del Regimiento No. 1
Sargento Mayor/ Miguel T. Lescano/ Comandante del Regimiento No. 3
Capitán/ Prudencio Centurión/ Comandante del Regimiento No. 4
Teniente 2do./ Gregorio Arguello/ Comandante del Regimiento No. 5
Capitán/ Blas Ovando/ Comandante del Regimiento No. 7
Teniente 2do./ Pedro Medina/ Comandante del Regimiento No. 9
Sargento Mayor/ Avelino Cabral/ Comandante del Regimiento No. 10
Capitán/ Vicente Florentín/ Comandante del Regimiento No. 11
Capitán/ Miguel González/ Comandante del Regimiento No. 12
Capitán/ José M. Delgado/ Comandante del Regimiento No. 13
Capitán/ Toribio Martínez/ Comandante del Regimiento No. 14
Capitán/ Manuel Lescano/ Comandante del Regimiento No. 15
Teniente 2do./ Santiago Arévalo/ Comandante del Regimiento No. 16
Teniente 2do./ Antonio Olavarrieta/ Comandante del Regimiento No. 17
Teniente 2do./ Marcelino Vázquez/ Comandante del Regimiento No. 18
Sargento Mayor/ Manuel Núñez/ Comandante del Regimiento No. 19, 20, 21 y 25
Teniente 2do./ Gregorio Escobar/ Comandante del Regimiento No. 22
Teniente 2do./ Romualdo Prieto/ Comandante del Regimiento No. 23
Sargento Mayor/ Pedro Duarte/ Comandante del Regimiento No. 24
Teniente 2do./ Elías Cabrera/ Comandante del Regimiento No. 26
Capitán/ José López/ Comandante del Regimiento No. 27
Alférez 1ro./ Paulino Franco/ Comandante del Regimiento No. 28
Teniente 1ro./ Manuel Coronel/ Comandante del Regimiento No. 29
Los documentos que siguen (La división del Sur no constituyó una fuerza poderosa. Originales en Biblioteca Nacional de Río de Janeiro. Col. Río Branco.), dan los efectivos de la División Sur, que tampoco constituyó una fuerza poderosa:
¡VIVA LA REPÚBLICA DEL PARAGUAY!
Ejército Nacional de la División del Sud
Campamento de Empedrado,
Provincia de Corrientes, Julio 13 de 1865
Paulino Allen
ESTADO QUE MANIFIESTA LA FUERZA EFECTIVA DE LOS CUERPOS QUE
FORMAN LOS EJÉRCITOS DE LA REPÚBLICA DEL PARAGUAY.
Para las operaciones en el Norte, se destinaron los siguientes efectivos (Archivo de Río de Janeiro.):
Berges, exagerando un tanto, pues tenía en vista la propaganda en el extranjero, suministra a Brizuela cifras globales de los efectivos del Ejército paraguayo, en diciembre de 1864. He aquí la carta de Berges (.Copiador de Cartas Confidenciales del Ministerio de Relaciones Exteriores., en el Archivo de Río de Janeiro.):
Asunción, Diciembre 22 de 1864.
Señor Don Juan José Brizuela
Mi apreciado amigo,
He tenido el placer de recibir su estimada 7 de Diciembre corriente, en que se limita a acusar recibo de mis dos cartas del 29 de Noviembre ppdo., y a anunciarme que al siguiente día me escribiría más detalladamente las noticias de la quincena.
A falta de esta última comunicación, que no ha llegado, me contraeré a darle noticias de los sucesos que han tenido lugar en esta Capital.
El 14 del corriente marcho una división paraguaya al Alto Paraguay, al mando de los Sres. Coroneles Don Vicente Barrios y Don Francisco Resquín, que debe atacar simultáneamente varios puntos de la Provincia brasilera de Matto Grosso. A la hora en que le escribo estas líneas, las columnas paraguayas deben acercarse a sus respectivos destinos, así es que pronto tendremos un resultado, que yo tendré el cuidado de comunicar a V. prontamente.
La expedición al mando del Sr. Coronel Barrios marcha por rio en ocho vapores, cuatro buques de vela y tres cañoneras pequeñas de a 80, y deben operar sobre Coimbra, Albuquerque, Corumbá y Cuyabá.
La división por tierra al mando del Coronel Resquín, compuesta de las tres armas, debe atacar el presidio de Miranda y la fortaleza de Ñoaqui.
Una tercera división mandada por el Capn. Don Martin Urbieta se dirige sobre las colonias de los Dorados y Diamantina, que están situados en territorio paraguayo, o al menos en territorio disputado, el que no debía ocuparse según lo estipulado en los Tratados de Abril de 1856.
Todos estos puntos deben ser atacados simultáneamente, y es más que probable que el pánico se apodere de los brasileros, y la empresa se torne fácil y sin sacrificios.
Aunque Coimbra pasa por fortaleza de primer orden y tiene cánones de calibre desde 24 a 68, espero dentro de pocos días (y lo digo con fe) flameara el pabellón paraguayo sobre esos muros, donde el año de 1801 se estrellaron las fuerzas españolas al mando del Gobernador del Paraguay Don Lázaro de Ribera.
Mucho confiamos en el entusiasmo y la calidad de nuestras tropas para el buen éxito de la empresa. Marchan a ese punto los Batallones 6o. y 7o. de zapadores, el 10o. de instructores de Cerro León, que ya no tienen que hacer en ese campo, y el 30o. de línea de Humaitá. Si nuestra artillería no puede dominar la fortaleza, estos valientes la tomaran por asalto.
Por los periódicos que le envió vera V. más detalladamente esta importante resolución de nuestro Gobierno, que ha llevado a efecto, comenzando por la detención del " Márquez de Olinda", tan luego como se ha sabido que la vanguardia del Ejército Imperial al mando del Genl. Mena Barreto se ha apoderado de la villa de Melo, Capital del Departamento oriental del Cerro Largo.
Adelantare a V. las noticias siguientes. Un ejército de 10 mil hombres, retirados y reclutas, se está organizando en San José a la izquierda del Paraná.
Los 20 mil reclutas del Cerro de León están en perfecto estado de disciplina y muy adelantada la instrucción. Este considerable número de militares puede transportarse por el ferrocarril con toda facilidad a la Asunción para dirigirlos donde sea necesario encaminar su marcha. En Humaitá a más de la formidable artillería que V. conoce, hay doce mil hombres de las tres armas, esperando deseosos la ocasión de probarse el brazo, y, envidiando a sus camaradas que han marchado formando la división expedicionaria al Alto Paraguay.
El espíritu público y el entusiasmo militar es inmejorable, y V. sabe lo que puede hacerse con esa clase de tropas.
Corrientes y Entre Ríos no secundan la marcha del Gobierno Nacional, y es muy dudosa su posición. Si estas dos Provincias se pronuncian a favor de la causa que sostiene el Paraguay contra el Imperio, como es posible suceda, terminara todo sin sacrificio alguno y el Brasil habrá perdido su prestigio de potencia fuerte en América.
Ultima hora. - En momentos de cerrar la presente, me anuncian que el Batallón No. 27 ha marchado a engrosar las filas del Ejercito expedicionario al Alto Paraguay.
Soy de V. como siempre afmo. amigo y S. S.
firmado - José Berges.
¿De dónde viene el mito de los ochenta mil hombres, atribuidos al Ejército paraguayo en el momento de comenzar las hostilidades? De considerar como parte de ese efectivo, a los urbanos, que carecían de preparación militar adecuada, y a los jefes y oficiales en situación de retiro, en su mayor parte ancianos que sirvieron bajo la dictadura de Francia y en los primeros tiempos de la presidencia de Carlos Antonio López. El documento siguiente (Archivo de Río de Janeiro.), mal interpretado, es el origen de dicha fabula:
Resumen del estado que manifiesta la milicia efectiva de las villas y partidos de todo el territorio de la República, en el mes de Enero de 1863.
Servicio Activo: Gefes, 22; Oficiales, 373; Tropa, 12.945.
Retirados: Gefes, 3; Oficiales, 255; Tropa, 16.482.
Urbanos: Oficiales, 109; Tropa, 43.846.
Total: Gefes, 25; Oficiales, 737; Tropa, 73.273.
III
¿Y con qué armas contaba el Paraguay al iniciarse la contienda?
Con muy pocas, y casi todas anticuadas. La resistencia paraguaya pudo prolongarse, pese al bloqueo, gracias a estos factores:
a) La rígida y eficacísima organización del país, que se debe al genio fértil y voluntarioso del Mariscal López.
b) La obra inmensa cumplida por los arsenales y las fundiciones de hierro con los que contaba la nación.
c) A algunos partidas de armas modernas que fueron introducidas al comienzo de las hostilidades.
d) Los botines tomados al enemigo, que nutrieron muchas veces los parques paraguayos.
A titulo ilustrativo, adelantaremos algunos datos. Ya en plena guerra, fueron introducidos los siguientes materiales (Los originales de todos los documentos que insertamos a continuación, obran en el Archivo de Río de
Janeiro.):
¡VIVA LA REPUBLICA DEL PARAGUAY!
Razón del Armamento recibido por el Vapor "Salto Oriental" con especificación de clases, calibres y cajones.
498 Fusiles fulminantes rayados de a 16 en 17 cajones.
329 Tercerolas rayadas de a 16 en 11 cajones.
694 Sables cortos con mango amarillo en 7 cajones.
30000 Cartuchos de a 10 en 30 cajones.
Un cajón conteniendo
600 cuadros de Chimenea. 600 Destornilladores.
540 Chimeneas.
Cuartel del 1er. Batallón Abril 1° 1865.
(f) Carlos Orsbrall.
¡VIVA LA REPUBLICA DEL PARAGUAY!
Razón de los armamentos recibidos del Vapor nacional Paraná y depositado en el Almacén del Parque, con especificación de sus calibres:
294 Fusiles con bayoneta calibre de a 18.
399 Idem con bayoneta calibre de a 16.
332 Id. a la Minie calibre de a 10.
206 Id. Cortos con bayoneta calibre de a 10.
Suma 1231.
4 cajones con espoletas para fusil.
100 Chimeneas de resago para id.
12 Destornilladores.
Cuartel del 1er. Batallón Febrero 21 de 1865.
(f) Carlos Osbrall.
¡VIVA LA REPUBLICA DEL PARAGUAY!
Razón de las Municiones y demás útiles de Guerra recibidos en el depósito de San Francisco que fue cargamento de la Goleta Nacional Manuelita.
45000 Paquetes de Fusiles Rifles a la minie acomodados en 450 Cajones, y en cada cajón a 100 paquetes.
500000 Espoletas de Fusiles Rifles a la minie acomodados en 5 cajones, y en cada cajón a 100.000 Espoletas.
2450 Paquetes de Tercerolas rifles acomodados en 49 cajones, y en cada cajón a 50., paquetes y 1000 Espoletas.
25000 Espoletas de Tercerolas Rifles en un cajón.
558 Cohetes a la congreve acomodados en 62 cajones, y en cada cajon a 9 cohetes.
567 Rabos de cohetes a la congreve acomodados en 21 atados, y en cada atado a 27 Rabos.
3 Tubos de tirar Cohetes a la congreve en su position natural.
Cuartel del 1er. Bn. Diciembre 17 de 1864.
(f) Carlos Osbrall.
Sería imposible ofrecer un cuadro completo y detallado de todo el material bélico que los paraguayos tomaron en sus primeras campanas. Pero por la parte se puede juzgar el todo.
¡VIVA LA REPÚBLICA DEL PARAGUAY!
Estado que manifiesta el armamento, municiones y demás haberes pertenecientes al Fuerte de Coimbra.
(Encontrará el gráfico en la edición digital de la BIBLIOTECA VIRTUAL DEL PARAGUAY
IV
Y cerramos estas páginas, volviendo al autor del libro. La figura del Coronel Juan Crisóstomo Centurión, simple y recia, con medula de campesino y un fondo de sanas preocupaciones morales, se torna compleja y contradictoria por obra de las circunstancias. Sobre su inconmovible contextura paraguaya, aparece el leve y puritano barniz de la cultura inglesa, asimilada en sus años mozos. Este aporte le sirvió, en un comienzo, para avigorar muchas intrínsecas cualidades nativas, que requerían para su exaltación el impulso que comunica el contacto con las adquisiciones universales de la ciencia. Infelizmente, al hombre inmaduro le sacude la guerra, le impele fuera para lanzarlo otra vez sobre su tierra en ruinas, donde voces airadas vilipendian cuanto amo su corazón de paraguayo. En el afán, en gran parte subconsciente, de sobrevivir, Centurión exhibe vanidosamente el barniz ingles de su cultura, a fin de que nadie fije la atención en su autenticidad nativista, que se recoge y oculta en el fondo inescrutable de su personalidad. De ahí la ostentosa manera de aludir, con forzada frecuencia, a su breve experiencia europea. Pero en la misma medida en que el Paraguay renace de sus ruinas, el autentico Centurión vuelve a la luz, y pasa a segundo plano lo foráneo que es como la careta de su personalidad. El incidente de Bahía Negra, durante su presencia en la Cancillería, ilumina con una luz cruda este proceso psicológico: el viejo patriota salta al primer plano, y con el entusiasmo y hasta con el fanatismo de la juventud, defiende su tierra y su bandera sin miedo y sin titubeos.
¿Cómo no respetar, entonces, su figura contradictoria?'. ¿Cómo no ser benévolo con sus desgarrantes invectivas contra ese pasado que es parte de su alma? Hay mucho dolor oculto debajo de cuanto arguye contra el magnífico caudillo de la Defensa, pues en numerosas ocasiones dijo lo que no sintió ni creyó para seguir viviendo y trabajar, por vías invisibles y sinuosas, a favor de la continuidad histórica brutalmente interrumpida por la derrota. Ante todo y sobre todo, Juan Crisóstomo Centurión fue un héroe de la Resistencia y un obrero eminente de la Reconstrucción. Sus blasfemias suenan a falso, porque su corazón nunca dejo de ser totalmente paraguayo.
J. Natalicio GONZÁLEZ.
ABNEGACIÓN ROMÁNTICA Y ESTÉRIL - ENSAYO CRÍTICO INTRODUCTORIO PARA LA EDICIÓN DE LAS “MEMORIAS O REMINISCENCIAS HISTORICAS SOBRE LA GUERRA DEL PARAGUAY”, del Coronel JUAN CRISÓSTOMO CENTURIÓN , por RICARDO CABALLERO AQUINO . Julio 14, 1987. Asunción
La Guerra de la Triple Alianza fue una de esas empresas en la que todos los socios terminan en la ruina arrastrando consigo a la competencia. Ostensiblemente, sin embargo, solo el Paraguay terminó derrotado en ella. Y eso es incuestionable; es el episodio más traumático de toda su historia, fuente inagotable de mitología, hagiografía, y propaganda populista de izquierda, derecha y centro. Los presuntos victoriosos de la contienda, Argentina y Brasil -el Uruguay fue siempre un socio menor que se limito a enterrar sus muertos luego de las batallas sin recibir siquiera parte de los dudosos "premios"- hicieron descomunal sacrificio en la búsqueda de un objetivo elusivo que se desdibujaba progresivamente y que al final resulto nimio, pues de la guerra no lograron algo inasequible por medios racionales. Para apropiarse de los territorios disputados por el Imperio no hubo necesidad alguna de embarcarse en una aventura bélica para la que nadie estaba preparado, pues el arte de la guerra de conquistas es un bien desconocido en la América Latina. Además, el valor real de los territorios así conquistados por las armas imperiales era muy inferior al costo total en deuda externa, desequilibrio social, muertos y continuo subdesarrollo. Se quedaron los brasileños, dueños de las inmensidades amazónicas, con miles de hectáreas de bosque virgen, omitiendo apropiarse de lo único que quizás hubiese justificado el esfuerzo -aunque anacrónicamente; los Saltos del Guairá. Todo el drama actual de la deuda impaga e impagable de los brasileños a la banca internacional nació con la Guerra Grande condenándose así el país a ser un gigante, en potencia muy rico, pero realmente mendigo. La guerra, iniciada por el exceso de romanticismo ensoñativo de Francisco Solano López, pero continuada por la tozudez irracional del Emperador Pedro II, terminó devorando a este y a toda la estructura política cuyo eje era su propia persona. De la Guerra del Paraguay, como gusta denominarse a la misma fuera del Paraguay, surgieron los héroes militares que transformaron a la monarquía en república, como el coronel, luego "Marechal de Ferro" Floriano Peixoto. Del Paraguay también retornaron con honores militares ex-esclavos que se distinguieron en el ejército imperial y que hicieron del ya entonces anacrónico sistema esclavista una imposibilidad histórica. Terminadas las batallas, el Paraguay seguía siendo gravoso al Brasil, pues su ejército de ocupación hacia sangría de recursos, recibiendo a cambio el Imperio el dudoso honor de ser el árbitro final de la siempre despelotada política paraguaya. Y aún con ese ejército, en el momento de tener que recibir sanción parlamentaria paraguaya el Tratado Loizaga-Cotegipe, que concluía la guerra y afirmaba la Paz, los brasileños tuvieron que desembolsar oro a fin de obtener la aquiescencia guaraní. El Paraguay era en el siglo 19 un barril sin fondo para las finanzas brasileñas, le costó dinero al Brasil hacer la guerra, le costó dinero lograr la paz y le costó dinero mantener las ambiciones argentinas a buen recaudo. A cambio de eso, el Imperio se contento con unos kilómetros cuadrados de selva virgen. Obviamente, la reputación de habilidad y astucia con que muchos se empeñan en revestir a la diplomacia luso-brasileira no fue ganada en el Paraguay en el siglo pasado. El Paraguay fue un dolor de cabeza para el Brasil durante López; y después de López todo siguió igual.
La Argentina ni siquiera logro la extensión de territorio que codiciaba, por obra y gracia de su "aliado" el Brasil; y su economía, floreciente mientras la guerra devoraba productos, cae en una profunda depresión al finalizar ella, y no se recupera hasta el influjo masivo de una inmigración europea que la convierte en potencia económica mundial. Esa era la Argentina proyectada por Bartolomé Mitre, el "estadista más preclaro y exitoso de toda la historia rioplatense. De todos los contendientes, Mitre fue el único que tenía una meta clara, la unión y el fortalecimiento del estado argentino bajo el liderazgo económico e intelectual del Puerto de Buenos Aires. Por medio siglo a partir de 1870, la Argentina "mitrista" obtiene un grado de desarrollo económico similar al de los más avanzados países europeos y es capaz de competir ventajosamente con los propios Estados Unidos de América en la captación de inmigrantes europeos productivos. Desde la década del '30 del presente siglo se hicieron cargo de la conducción política argentina unos militares "nacionalistas" que en medio siglo lograron borrar el desarrollo económico y convirtieron al país en uno de los líderes mundiales del endeudamiento externo. Así, Mitre, acusado de "vender el país a los ingleses", realmente lo había convertido en aventajada potencia económica mundial y, muy irónicamente, los "nacionalistas" con el ejercito a la cabeza, que decían buscar independizar el país económicamente, lo convierten en deudores dependientes de la voluntad de los acreedores. La historia de Latinoamérica está plagada de estas contradicciones.
LOPEZ
Juan Crisóstomo Centurión, autor de estos cuatro volúmenes de memorias de guerra, nunca pudo superar la acentuada ambivalencia que sentía hacia la figura del Mariscal Francisco Solano López a quien vio como encarnación del sacrificio supremo que toda patria pide de sus hijos en el siglo romántico de Víctor Hugo y Ernest Renan. Pero en el Mariscal, Centurión también anoto con amargura rasgos despóticos, mezquinos y una idea exagerada de su propio rol como líder de un estado. Centurión debió ser consciente de que toda su carrera prominente se la debía de un modo u otro a miembros de la familia López. Luego de asistir personalmente y presidir la mesa de uno de los exámenes públicos del Aula de Filosofía del profesor español Ildefonso Antonio Bermejo, el Presidente¢ Carlos Antonio López quedo impresionado con la performance del itaugueño Centurión y le comento sobre el particular al Sr. Bermejo (Tomo I: p. 82). Más tarde, al ser seleccionado el primer grupo de estudiantes paraguayos a ser becados a Europa para estudios avanzados, Centurión y Gerónimo Pérez son las opciones del Presidente López. Este primer tomo de las Memorias es útil en extremo, pues provee el testimonio de un protagonista contemporáneo de los hechos y corrobora la visión que de la Administración López tiene el diplomático inglés Charles Brian MacDermot en un interesante y lamentablemente obscuro prologo de la edición inglesa de la obra de Josefina Pla The British in Paraguay, 1850-1870:
A través de las tradiciones remanentes de las instituciones públicas coloniales, se seguían ahí modelos europeos, y en este periodo la Constitución era ostensiblemente la de una República con un poder legislativo, judicial y ejecutivo. La realidad era un tanto distinta, dado que el país era regido como una gran estancia familiar gobernada paternal pero despóticamente por una persona cuyo hijo mayor era el ministro más importante y cuyo hermano era el obispo. La gente, cuyo concepto de la autoridad estaba basado en simples relaciones familiares, tenía fama de docilidad y sometimiento, y humildes soldados agradecían a los oficiales que les estaban dando un castigo.
Así Centurión recuerda como fueron nombrados los cinco primeros -y únicos- becarios paraguayos a Europa, dos por el propio presidente y, "En efecto, ya después de haber transcurrido diez o doce días, el General López, dispuso que fuera también su pariente D. Cándido Bareiro y D. Andrés Maciel, con cuya presencia en las tablas, como actor, había simpatizado. D. Gaspar López consiguió ser admitido mediante grandes empeños de su parte y de otras personas influyentes" (I: 105). Los estudiantes salen en junio de 1858 en el vapor de bandera nacional Rio Blanco en el primer viaje directo desde Asunción a Europa, adonde llegan luego de variadas peripecias y sorteadas tormentas que hicieron peligrar la travesía.
Luego de describir el tipo de instrucción que recibían en Inglaterra, Centurión lamenta no estar a salvo de una de las instituciones más deplorables del Paraguay independiente, el pyragüé o delator encargado de mantener a las autoridades superiores del poder político, empresarial e incluso familiar, al tanto de los detalles más triviales de la vida diaria; ni a la distancia nos escapábamos de la oprobiosa tendencia de la tiranía erigida en sistema en el Paraguay", confiesa Centurión (I: 122-3). El encargado de la tarea dilatoria era Cándido Bareiro, quien sumaba a sus dotes el ser miembro de la primera familia paraguaya, ya que era primo de Francisco Solano, de amplia trayectoria en la post-guerra en el partido lopista que lo llevara incluso a la primera magistratura. Centurión, sin embargo, se doblega, "El mal era incurable, y la manera de soportar mejor una enfermedad incurable, es someterse a ella con resignación". (lbid). Ya de retorno al país en mayo de 1863 y estando López hijo en el poder, Centurión anota una conversación en Buenos Aires con el joven Teniente de Marina Andrés Herreros, quien lo pone al tanto de la situación en Asunción: "Nuestro país en la actualidad se parece más a un imperio que a una república. Doquier Ud. vuelva la vista, no verá sino ostentación de fuerzas militares". Luego Herreros aconseja a Centurión: "Si quiere Ud. andar bien, tiene que adular a esa grandísima p... que le acompaña al Presidente". Naturalmente, Herreros, del círculo cercano al presidente, se refería a Alicia Elyza Lynch. Herreros tampoco omitió informar a Centurión que las costumbres libres de la Inglaterra no serian aconsejables en el Paraguay (I: 139-140).
Su educación europea le había permitido a Centurión armarse de una visión critica de las cosas que lo empujo a estudiar a fondo las causas de la guerra y las circunstancias que rodearon a las primeras decisiones bélicas del Gral. López. A estas Centurión las encuentra francamente deplorables. López no estaba en condiciones de intentar llevar adelante una guerra ofensiva. Los recursos humanos y logísticos de su atrasado país no lo permitirían. Y por si todo fuera poco, el sistema personalista y excesivamente centralizado del mando político-militar, no podía augurarle halagos al futuro guerrero paraguayo. La sucesión desconcertante de errores paraguayos en el primer año de la contienda, en el que la falta de preparación militar del Brasil y la Argentina le permitió a López una suerte de iniciativa, iba del campo diplomático --Corrientes atacada antes de que la Declaración de Guerra llegase al Presidente Mitre-al estrictamente militar con las expediciones a Uruguayana bajo jefes que en realidad tenían jerarquía y mandos subalternos de facto, configuraba la hora más negra de la conducción paraguaya de la guerra. De un zarpazo, en una operación sin sentido ni objetivo realizable, López pierde todo un ejército. Por su capacidad económica y demográfica, aun suponiendo que en Uruguayana se venciese a los ejércitos argentino y brasileño, estos países fácilmente podrían armar y entrenar varios más. Sobre las posibilidades, que hoy recibirían el mote de "geopolíticas", de esta campana ya se despacho con lucidez el Dr. Cecilio Báez casi un siglo atrás. Un gobernante sin diplomáticos ni diplomacia, que apenas se manejaba con "agentes confidenciales personales" en lugar de diplomáticos residentes profesionales, no podía abrigar la esperanza de comprender muy a fondo las realidades políticas del mundo exterior. Anteriormente, el Gral. López había cometido el error de mediar en el Pacto de San José de Flores, entre la Provincia de Buenos Aires y la Confederación de Provincias del Interior. Con la ayuda de López la Argentina intenta unificarse bajo la hegemonía porteña. Si la guerra, como afirman los apologistas de López, era inevitable, que hacia el comandante de nuestro ejército en un rol protagónico unificando a su futuro enemigo?. Centurión, que tuvo activa participación en la campaña que ocupara el puerto de Corrientes por corto tiempo, se siente desolado al examinar los primeros pasos bélicos de López y prácticamente condena cada paso tomado por el Mariscal incluyendo los severos castigos contra los responsables en el terreno de la derrota de entre los que se destaca el juicio sumario y sin permitírsele defensa al General Wenceslao Robles.
El primer tomo de estas reminiscencias, entonces, tiene un tono de reproche a las acciones y al proceder de López. Centurión en el consigna todo lo que a su criterio era repudiable y reprensible en el comportamiento del Mariscal-Presidente y en el sistema que lo encumbro y mantuvo en el poder. A las penurias psicológicas pronto seguían sufrimientos físicos, "el que por cualquier motivo no estaba más en la gracia y buen concepto del Mariscal, vivía aislado; todo el mundo le huía, le miraba de reojo y le despreciaba" (I.300). Una muestra de compasión cualquiera hacia el caído en desgracia era tomado por el Mariscal como una causa común con el reo y las delaciones eran torrenciales, "El delator era tenido por el más leal y adicto ciudadano, y de consiguiente, premiado con demostraciones de aprecio y consideración" (I: 301). Las peores caracterizaciones del Mariscal aparecen en este volumen. Era como si toda la indignación que los hechos le produjeran en su momento, y que debía de guardarse en secreto por la imposibilidad de compartirla ante el peligro de la delación, hiciese una metástasis retardada por tres décadas transcurridas azarosamente. Este volumen es casi una expiación y un acto de contrición por haber servido tan lealmente a una persona a quien cuanto más se afanaba por retratarla objetivamente, más cercana a la de un monstruo emergía la figura descrita:
El Mariscal López, cuyo egoísmo y desconfianza no conocían limites, observaba la más rigurosa reserva en todas sus determinaciones y cuando tenía el buen humor de hacerlas saber, no era nunca en busca de nuevas luces o de mejor parecer (puesto que el estaba en la firme creencia que ningún otro en el país era capaz de concebir mejores ideas que las suyas), sino más bien para tener la satisfacción de escuchar los elogios y lisonjas que le hacían los aduladores que le rodeaban.
La megalomía lopista parecía no tener límites: "Las columnas de los periódicos salían llenas de artículos insulsos y fastidiosos que casi no contenían otra cosa que alabanzas a su persona, advirtiendo que no se publicaba una línea sin la previa censura de él. ¡Pobres redactores! Solo eran de nombre... " (I: 298).
Concluye el volumen con el retorno de los expedicionarios de Corrientes al suelo patrio para la ardua futura defensa. Ya la poderosa escuadra brasileña del pusilánime Tamandaré era dueña de la única vía del comercio internacional paraguayo y si la misma no ofrecía batalla tampoco franqueaba el paso a nuestras embarcaciones. De ahí en más, la presencia de los técnicos ingleses con la eficaz ayuda de sus aventajados aprendices paraguayos seria instrumental en la tenaz resistencia. Nunca tuvo ni volvió el Paraguay a contar con tanta autonomía tecnológica y sus logros sumaban desde la fabricación local de elementos bélicos hasta la manufactura de un papel del caraguatá, planta silvestre. El mismo Centurión cercano ya a Cerro Corá concibió extraer la grasa de las pepitas de naranja agria apepú con el objeto de suplir en ese entonces la falta de provisión de velas para iluminación nocturna.
Nada de lo que afirma Centurión sobre el sistema lopista puede ser desmentido categóricamente y distintos testigos presenciales corroboraron sus afirmaciones algunos incluso con mayor rigor que el de Centurión en cuanto a condena. Es que el periodo cubierto por el volumen es el de mayores desaciertos y escasísimas hazañas. No se sabía nada aun del Tratado Secreto de la Triple Alianza, el más eficaz instrumento de propaganda de la causa de López, ni los Aliados habían aun comenzado su campana de crímenes de guerra que incluía el degüello sumario de oficiales y tropas una vez rendidos sobre el campo de batalla. En comparación a tales monstruosidades hasta López y sus crueldades contra su propia gente parecía inocuo. Asentada la condena de la figura de López, sin embargo, por parte del autor, este paulatinamente irá en los siguientes volúmenes encontrando en él características rescatables de humanidad y heroísmo. Y así se alimentara la eterna dialéctica paraguaya con relación a López y se acentuara la ambivalencia que hoy ya no es privativa de Centurión, Fidel Maíz y otros que vivieron y combatieron bajo su mando, sino que es compartida por la ciudadanía toda, a excepción de aquellos que por motivos personales o políticos se esmeran aun por presentar al Mariscal como una caricatura grotesca de maldad insuperable o un compendio inmejorable de virtudes cívicas. No existe aun en idioma alguno una biografía definitiva de López y posiblemente no la haya nunca, a pesar de su importancia clave, dado que en la América Hispana la historia de las naciones inventadas por su clase dirigente generalmente es la biografía de sus gobernantes. La propia Primera República Paraguaya de los dictadores que duro entre 1813 y 1869 no tiene otra historia que el recuento de las existencias de sus absolutistas gobernadores. El problema López que surge al intentarse estudiarlo como sujeto de una biografía no es simple. Su verdadera motivación al desencadenar la terrible guerra permanece en el misterio, pues si bien se tiene amplio material fragmentario, el rompecabezas que emerge carece al mismo tiempo de algunas piezas y en ciertos aspectos las originales sobran. En él hay una mezcla inédita para el Paraguay de excesivo orgullo y sed de gloria militar con la incapacidad de discernir la carencia real de medios. Se siente defensor de una "causa americana" que ni existía entonces ni existe hoy. Al comenzar a creer en lo expuesto a instancias suyas por la pléyade de sicofantes de que se hacía rodear, pierde todo contacto con la realidad. Los gobernantes hispanoamericanos nunca se han caracterizado como practicantes del pragmatismo, pero entre todos ellos sobresale nítidamente la figura de Francisco Solano López, quien se lanzo a una guerra de exterminio en nombre de un "equilibrio de poderes regionales" que no podía existir sino en su mente, cuyo contenido total, como bien nos lo documenta Centurión, recibía constantes y calurosos aplausos del siempre numeroso grupo de adulones y cortesanos. Y así, cuando a punto se está de envolver a toda la figura de López en un manto de condena, aparecen los asientos de la otra columna contable. Su egoísmo de otrora, en medio de la contienda se convierte en un supremo altruismo, pues conocedor que el futuro solo le depara sacrificio, no rehúye su sino; es más, hasta lo desencadena. Y ese acto de desprendimiento, que siempre bordea lo grotesco, pues innecesariamente hace fusilar a sus familiares más íntimos, creyéndose paladín de una “justicia" veramente "ciega" aunque en esos actos solo logre demostrar una arbitrariedad desmedida y una crueldad inusitada, le sirve a López de expiación ante propios y extraños. Era un caso donde en el propio pecado se hallaba gran parte de la penitencia y la absolución por la increible pertinacia del protagonista.
A pesar de haberse inmolado en el desenlace, de la guerra que el iniciara y de haber conducido a su país a la ruina, López fue el "ganador moral" de la misma mucho antes de que los cronistas deportivos acunasen la frase. La contienda apenas sirvió para exacerbar las terribles limitaciones en todo orden dentro de los emergentes estados-naciones de la América del Sud. Y si bien López fue la excusa para un torrente de clichés y frases hechas altisonantes, por parte de historiadores y publicistas paraguayos y extranjeros, muy poco de memorable queda fuera de algunos mesurados textos de historia como los del académico norteamericano Harris G. Warren. El confesó que un siglo de estudios científicos había sido incapaz de mejorar las conclusiones sobre la guerra y López aparecidas en el respetado periódico porteño en lengua inglesa The Standard a escasos nueve días de la muerte del Mariscal Presidente:
Si la vanidad y la ambición provocaron la guerra que ha concluido en el Aquidaban, la imbecilidad y la intriga la habían prolongado... La victoria ha sido adquirida a un precio tan elevado y ella sugiere reflexiones que en cierta medida roba a la victoria su gloria y a la derrota su humillación.
El extraño que intente estudiar esta guerra memorable a pesar de todas las atrocidades acumuladas a las puertas de López encontrara más difícil admirar la brillante táctica de los aliados que la inmutable tenacidad de Solano López... En consideración a este punto, que ahora con calma podemos examinar con imparcialidad, pero no con indiferencia, una dificultad surge --aquella de dilucidar con precisión el objetivo de López al invitar una lucha que significó su propia destrucción y la de su país. Algunos escritores políticos urgen persuadir que era apenas el resultado de la vanidad y la ambición personal, pero parece luego de un análisis más intimo del estado de cosas al romperse las hostilidades, que López después de todo fue menos la victima de su concupiscencia de conquista que de las circunstancias de entonces que él permitió lo llevaran a la vorágine final.
Desde su acceso al poder, a la edad de 36 años, López fue tallándose posiciones límites para sí mismo y se embarcó en el reparto de ultimátums hasta que, casi como la cosa más natural del mundo, tenía en sus manos una guerra de exterminio cuyo resultado fue fiel a su denominación. Antes de cumplir sus 44 años, López, ejecutor de su propio slogan, no habiendo podido vencer, había muerto del modo prometido en sus arranques de patriotismo. Ninguno de los muchos que alegan tenerlo como paradigma de comportamiento ha sido capaz de emularlo hasta la fecha.
LA GUERRA
Una vez iniciadas las batallas, las cavilaciones concluyeron y los paraguayos liderados por López se aprestaron a defenderse ante "el invasor". Pronto se olvidó que fue López quien la causara y este encuentra su reivindicación (realmente válida solo a medias) en la publicación del Tratado Secreto de la Triple Alianza firmado el 1ro. de mayo de 1865 posterior a las declaraciones de guerra de López al Brasil y a la Argentina e incluso a algunas de las primeras incursiones militares a territorios de esos países.
En ningún otro aspecto de toda la campaña guerrera tiene tanta rienda suelta para ensoñaciones la imaginación "nacionalista" paraguaya como en el de las causas y los orígenes de la contienda. Ya en 1927, el británico Pelham Horton Box había escrito una tesis doctoral memorable sobre el tema que luego fue traducida al español bajo el titulo de Los orígenes de la Guerra de la Triple Alianza y publicada por la Editorial Nizza de Buenos Aires en 1948. Un estudio definitivo sobre las causas de la guerra acaba de publicar el Dr. Diego Abente, profesor de Ciencias Políticas de la Miami University de Oxford, Ohio. En él el Dr. Abente ataca cada una de las leyendas erigidas sobre la base de la hagiografía lopista y que incluyen la teoría imperialista y la del balance de poder. Abente agrega una tercera y más o menos se inclina había ella aunque no tome partido partido final. Esta última es la teoría del modelo de transición en situación de poder en la que un poder principal de una región corre el peligro de ser superado por otro hasta entonces segundón. La teoría imperialista, favorita de la izquierda populista latinoamericana de los León Pomer de Argentina y Eduardo Galeano del Uruguay queda hecha trizas en el estudio de Abente, pues el algodón paraguayo no era crítico para la maquinaria industrial inglesa, ya que Egipto, India y Brasil le proveían de mayor cantidad que la importada de los estados con federados norteamericanos en guerra de secesión en ese momento. Los préstamos ingleses al Brasil tampoco fundamentan sobriamente la peregrina idea de que la guerra fue hecha por "sirvientes" del imperio inglés. Brasil era una gran potencia económica cuya balanza comercial era superior en dos veces a la producción combinada de Argentina, Paraguay y Uruguay. Otro tanto ocurría en cuanto a la población. El Brasil era ya entonces un gigante económico y demográfico y, por lo tanto, la historia del balance de poder que sirvió a López de justificación no tenia asidero alguno en la realidad. ¡Qué balance de poder es posible contra una potencia que tiene mayor numero de esclavos que toda la población paraguaya? Finalizada la guerra, Inglaterra no se apresuro a sacar beneficio alguno de la apertura del mercado paraguayo que, por lo demás, era reducido y muy rustico. La historia de que el Paraguay de López podía competir en industrialización con la Inglaterra en plena revolución industrial es una idea simplemente descabellada. Sobre el balance de poder escribe Abente:
De hecho, el Brasil poseía casi el 60 por ciento de la capacidad productiva regional, mucho más que la de la Argentina, el Paraguay y el Uruguay combinados... No existía balance de poder alguno en el sentido de equilibrio en el Rio de la Plata en la década de 1860; consecuentemente, no podía haber una amenaza a un equilibrio que nunca existió. El Brasil era el poder regional superior desde cualquier punto de vista sin discusión alguna, aunque eso no implique que su poder carecía de límite, pero el mismo excedía en mucho al de los otros actores en combinación.
Abente además acota que el Brasil, desafiado por una potencia que no era preponderante en la región, se vio envuelto en un conflicto que el mismo no había buscado. Sobre López, Abente estima que "Si las consideraciones Sobre el balance de poder eran apenas una excusa para sus ideas de expansión (como muchos argumentan) o una sincera, aunque puerilmente errada, lectura de la situación no puede ser irrefutablemente afirmada. Y este punto quedará como tema de especulaciones". Tan solo dos variables presentadas en las tablas del artículo de Abente servirán como prueba indiscutible de ausencia de equilibrio:
País/ Población/ Comercio Exterior en £
Paraguay/ 400.000/ 560.392
Argentina/ 1.737.076/ 8.951.621
Uruguay/ 250.000/ 3.607.711
Brasil/ 9.100. 000/ 23.739.898
Fuente: Diego Abente, The War of the Triple Alliance: Three Explanatory Models (LatinAmerican Research Review, Nro. 2, 1987) pp. 52-53.
Obviamente, los contemporáneos de López con alguna conciencia crítica sabían que era demencial enfrentarse al Brasil solo y a su combinación con la Argentina simplemente era una empresa sin el menor atisbo de éxito duradero. Y ahí estuvo el gran error de López, pues al enfrascarse en esa lucha tan desigual destruyo las posibilidades de supervivencia del experimento conservador-mercantilista que había iniciado Don Carlos Antonio López y que quizás con mayor disponibilidad de tiempo para sedimentación institucional pudo haber significado un verdadero desarrollo cualitativo para esa república de los dictadores. Centurión se sentía parte de ese futuro brillante para su pequeño país. Lo habían enviado a educarse precisamente para formar parte de la elite futura tecnocrática que regiría el país. Y no podía contemplar pasivamente las acciones que irían lentamente trayendo la ruina a la república. Su segundo tomo sigue reflejando esa visión negativa de López y la crítica de Centurión Sobre la capacidad estratégica de López es acre. Sacrificaba éste soldados inútilmente en asaltos y golpes de mano donde relucían todo el arrojo y la ciega fe de los paraguayos, pero cuyo balance final era nulo para el objetivo guerrero de vencer al enemigo. El General norteamericano George S. Patton alguna vez se refirió a la necesidad de "crear héroes muertos en las filas del otro lado, yo no quiero héroes en mis filas". López si deseaba paradigmas de valor y sacrificio. Y los tuvo a montones. Medio siglo antes de la emergencia del ejército imperial japonés, que mostraría una abnegación total hacia la cause del Emperador en acciones kamikaze suicidas en las batallas de la Segunda Guerra Mundial ya los soldados de López, gustosos en muchos casos, se hacían inmolar o desafiaban las balas y los disparos de artillería enemiga con una temeridad autodestructiva febril. Hasta cuando algún camarada era volado a pedazos por algún proyectil aliado que, cayendo sin explotar, era luego transportado hasta las líneas paraguayas, los soldados de López festejaban el hecho con algarabía. Centurión, que sabía que una guerra no se ganaba con suicidas desplegando machismo temerario, deploraba esos hechos y consideraba reprensible la actitud del Comandante en Jefe que mezquinaba tan poco la vida de soldados y oficiales. Precisamente en el tomo dos se halla el recuento de la batalla de Curupayty y de la previa Conferencia de Yatayty Corá entre López y Mitre en 1866. Anteriormente, en mayo, López, en uno de sus golpes de mano, quiso asaltar de frente el campamento aliado de Tuyuti y solo consiguió aniquilar su mejor ejército en una maniobra frontal imposible de justificar como estrategia pragmática. El Tte. Cnel. Antonio E. González, que anoto la edición de 1948 de las Memorias en su aspecto militar, intenta vanamente justificar todo lo que hizo López en todo momento, apelando casi siempre a falacias y sofismas. Ante la afirmación de Centurión de que en Tuyuti con relación al ejército paraguayo, "puede decirse que perdimos el único que tuvimos" (II: 106). El Tte. Cnel. González argumenta en una nota que cubre varias páginas:
Como se ve, Tuyuti no puede ser considerado ni como derrota del Ejercito paraguayo, ni como victoria del Ejercito aliado. Tuyuti no fue un rechazo: fue una batalla suspendida. No fue un desastre: fue un contraste. No fue una derrota decisiva: fue una batalla desfavorable en el aspecto táctico y favorable en el operativo del periodo inmediatamente posterior. (II: pp. 107-119).
A la destrucción de un ejército fogueado, González llama apenas "un contraste" para un país cuya población no podía permitir contrastes semejantes, pues hacia el final de
la guerra se tuvo que recurrir a adolescentes prepúberes para llenar las plazas combatientes. Como dato interesante, nos informa Centurión que: "Casi todos los comerciantes de la Asunción que habían sido enrolados, perecieron aquel día" (II: Ibid. ).
De entre los oficiales intrépidos de López sobresalía netamente el luego General José E. Díaz. A las bombas aliadas él llamaba "bostezo de los negros" y decía que pronto intentaría encender un cigarro con la mecha de una de ellas. En Curupayty se paseo a caballo en medio de la infernal artillería. Pero tanto riesgo finalmente tuvo su precio. El 26 de enero de 1867, a las 9 de la mañana, salió Díaz al rio Paraguay a pescar, "no a mucha distancia de la escuadra". Una bomba de 150 milímetros reboto en el agua y explotó en la canoa de Díaz matando a varios y partiéndole la pierna en dos. Díaz, el temerario, luego envía a López un telegrama informándole "que se encontraba herido en la pierna y que si bien no la reputaba de gravedad, tal vez sería necesaria la amputación de la pierna" (II: 242-43). Falleció Díaz el 7 de febrero de 1867 y la ceremonia fúnebre en su honor fue solo comparable a la del finado presidente Carlos Antonio López. Con Díaz el Mariscal perdió al as de los golpes de mano. De ahí en más se quejaría de que algunos proyectos serian irrealizables, "pues ya no tenemos a Díaz entre nosotros". Sin darse cuenta de que estaba contradiciendo al propio López, el Tte. Cnel. González en una de sus ubicuas notas, dice: "La muerte de José Díaz, el brazo fuerte del Ejercito paraguayo, produjo honda conmoción en toda la Nación, pero no podía cambiar el curso de la guerra. Otros caudillos ocuparon el lugar dejado por el héroe. Entre estos se destaco nítidamente el general Bernardino Caballero" (II: 246). A muchos otros jefes, incluyendo generales; López hizo fusilar, de modo que nunca pudo conformar una Mayoría (Estado Mayor en términos actuales) estable.
El heroísmo y la abnegación total de los paraguayos hacia la causa que defendían llego realmente a despertar la simpatía mundial y la admiración incluso del enemigo. Pero, tal abnegación al final de cuentas era nada más que una instancia de inmolación en la búsqueda de objetivos nebulosos e imprecisos. La patria paraguaya no iba a morir con López, la rivalidad argentino-brasilera dejada de lado momentáneamente por obra de López no lo iba a permitir. En un momento Centurión llega a confesar que cuando el propio López cayó víctima de una epidemia de cólera que bastaba dejar que bebiera agua porque esta era mortal para el infectado pero que, lamentablemente, en un caso en 1867, un medico ingles había arrebatado de la mano de López un cántaro con el liquido. De haber muerto el Mariscal, su causa quedaba trunca como lo fue en Cerro Corá y que se podía haber ahorrado mucho sufrimiento y sacrificio finalmente estéril, pues ya no habían objetivos asequibles luego de 1867. No estaban ni brasileños ni argentinos dispuestos a llevar a cabo un genocidio, pues para comenzar había paraguayos viviendo en sus territorios e, incluso, combatiendo bajo su bandera. El inmenso sacrificio de los dos últimos años, entonces, sirvió solo para que López coronara su promesa inicial de vencer o morir, pero a un costo muy oneroso para su pueblo. Todo ese heroísmo, entonces, tiende a encontrar justificación en sí mismo y no en la persecución de algún fin último superior. Y cuando las fuerzas y la decisión inicial comenzaron naturalmente a flaquear entre sus huestes, el Mariscal recurre a los severos y sumarios castigos que tuvieron que obrar el efecto precisamente contrario. En los tomos tres y cuatro Centurión se refiere amargamente a esos trágicos acontecimientos en la búsqueda de su propia exculpación también. Pero, aun con todos los errores y crueldades que Centurión encuentra en el Mariscal, una gran dosis de admiración queda y por eso le es fiel hasta Cerro Corá, a pesar de que muchos desertaban al enemigo en la hora postrer. Tampoco Centurión admite acusaciones desleales contra su jefe: "Al Mariscal lo han tildado de cobarde injustamente a nuestro juicio. Un cobarde no forma un ejército de héroes. El creó, organizo e instruyo el ejército nacional, infundiéndole el sentimiento del deber hasta el fanatismo... Sean cuales fueren los errores, las faltas y los crímenes mismos con que haya manchado su vida, su fama como defensor acérrimo de su patria está asegurada" (III: 233).
Ante la extendida acusación a Centurión, Fidel Maíz, Silvestre Aveiro y otros de haber sido los fiscales de sangre en las masacres ordenadas a consecuencia de las presuntas conspiraciones, en el tomo tres se defiende con sólidos argumentos el autor, en un caso que sería en el presente denominado "obediencia debida":
He ahí toda la participación que en el oleaje general de los sucesos me había tocado en la llamada conspiración de la que me salve por milagro... El lector convendrá que ella fue bien breve e insignificante; pero lo bastante para que en la era moderna del Paraguay, en que reina tanta ignorancia con respecto a los sucesos de la guerra, mis gratuitos enemigos, a falta de armas con que combatirme, me aplicaran el poco simpático calificativo de verdugo y fiscal de sangre, como si los que prestaron el concurso de su inteligencia en el gran drama de la guerra, lo hubiesen hecho por su propia virtud, o como si gozaran de la libertad, como hoy día, para aceptar o renunciar un puesto. La designación de esos ciudadanos para esas comisiones, no fue hecha, porque se les creyese poseídos de un instinto de sangre, sino porque eran los únicos algo más preparados que otros para desempeñar tan difícil e ingrata tarea (III: 156-57).
Termina luego Centurión su defensa: "He dicho en otra publicación y lo repito por ser del caso, que donde no hay libertad ni voluntad, no puede haber responsabilidad" (III: Ibid). Es muy sugestivo que en nuestro medio paraguayo la opinión pública condene con más ahincó al brazo ejecutor de alguna arbitrariedad emergente del poder político que al responsable último y final que dio la orden original y que se reviste de la responsabilidad primaria. En el caso de Centurión y Maíz existen quienes someramente exculpan a López por la sangre derramada en esos juicios sin defensa donde las confesiones eran extraídas con tormentos pero se vuelven inflexibles con los fiscales de sangre, meros instrumentos subalternos que buscaban otorgar alguna formalidad a unos actos de nulo valor jurídico. Centurión acertadamente traslada la responsabilidad a López y recuerda a sus cómodos críticos que aquellos no eran tiempos donde el disconforme con la comisión que le asignaban tenia la opción de renunciar pues descontado estaba en el acto el precio de tamaño desafío al Mariscal. De acuerdo al Prof. Lorenzo Livieres Banks, la explicación sociológica de ese comportamiento debe buscarse en el modus vivendi de una sociedad estamental donde los subalternos, por pertenecer a un estamento inferior, carecen de ciertos privilegios reservados para los pertenecientes a los estratos estamentales superiores. Ergo, López, como Presidente y Mariscal, ejercía unos privilegios inherentes a su cargo que lo volvían irresponsable (en el sentido original del vocablo) ante su sociedad, Centurión et alia carecían de tales privilegios y por lo tanto su responsabilidad social era mayor.
Y llegamos al tomo cuatro, publicado posteriormente a las tres entregas primeras de estas Memorias y para el cual el autor recibió críticas y digirió reseñas y comentarios. El estilo es un tanto diferente y la terminología incorpora ya unas peroratas inofensivas aunque aburridas sobre el significado del patriotismo y la fidelidad a la madre bajo la obvia influencia intelectual de la campaña que en esos momentos iniciaba Enrique Solano López para reivindicar la memoria de su padre el Mariscal y cuyo instrumental era Juan E. O'Leary, primer importador del lenguaje verborrágico y emotivo de Renán, Maurras y otros exponentes de la derecha francesa derrotada también en 1870 por Prusia. Circulan versiones en nuestro medio que este cuarto tomo pudo haber salido ya directamente o de la mano de O'Leary o que haya sufrido posiblemente recortes quirúrgicos por parte de este. Aparte de esa visible influencia del lenguaje populista reivindicatorio únicos en el cuarto tomo, no existen indicios para corroborar tan seria acusación. Centurión, a pesar de su renovada fe en el patriotismo y la Madre Patria, sigue siendo implacable en su condena de las crueldades de López y de su carácter despótico. Al referir la formación de una Academia o Conferencia donde se reunirían los jefes superiores y comandantes de cuerpos a discutir y cambiar ideas hacia finales de la guerra, Centurión informa que el Mariscal había hecho hincapié en la necesidad de que todos hablasen en la más completa libertad: "No obstante esta manifestación, brillaba en aquellas reuniones la elocuencia del silencio, primero por la falta de costumbre de discutir en asamblea, y segundo por la falta de garantía de que los conceptos u opiniones emitidos no tuviesen para su autor más consecuencia que la refutación" (IV: 22). Y paso seguido Centurión enfatiza una vez más el carácter despótico de López, diciendo que es un "axioma que un elemento de mejora o de progreso en manos de los déspotas se corrompe o degenera, convirtiéndose en nuevo instrumento de opresión y tiranía" (Ibid.). Estas obviamente no eran palabras de O'Leary. Cuando más adelante se refiere a un discurso de López sobre lo popular que hubiera sido adoptar una constitución, pero que no lo hizo por el mal ejemplo de los países vecinos con sus bellas constituciones y nula práctica constitucional, Centurión comenta: "Esa teoría del Mariscal no tiene nada de extraña; es la de todos los déspotas" (IV: 27). El cambio de tono en el relato y la justificación de la causa paraguaya por parte de Centurión debe verse como un esfuerzo honesto de autoconvencimiento. No podía Centurión condenar el esfuerzo bélico sin condenarse a sí mismo por haberle prestado todas sus energías. Casi lo mismo puede decirse de todos los que combatieron bajo el Mariscal, mal podían abominarlo sin incriminarse a sí mismos.
El clímax del relato de Centurión es Cerro Corá y en esa postrer batalla ve él la expiación de todo lo anterior. Adelantándose a los cronistas deportivos utiliza una metáfora que hoy perdió poder de descripción por su uso repetitivo. Dice Centurión: "Cerro Corá finalmente constituye el triunfo moral que alcanzó el Paraguay sobre sus enemigos... Aquellos, en realidad, no conquistaron sino una tumba" (IV: 162). El mismo fue herido por una bala que le atravesó la mandíbula e hirió la lengua. Fue tomado prisionero y conducido a Concepción, Asunción y Rio de Janeiro, tenía la certeza de que lo fusilarían en cualquier momento. Describe magistralmente cómo sucumbe la resistencia paraguaya al saberse de la muerte de López. Y hay una que otra anécdota hilarante como la del guardia brasileño negro en la prisión a bordo de uno de los buques que le convidaba con caña blanca y le pedía en herencia si decidían fusilar a Centurión la cesión del poncho que este vestía. Ante tanta amabilidad del guardia Centurión se limitaba a repetirle las últimas sílabas de su portugués. "Ah, cachaça boa", decía el ex esclavo y "Ah cachaça boa" repetía el prisionero (IV: 201). Es de lamentarse que Centurión no haya escrito otros tomos de sus Memorias sobre la postguerra, pues hubiera llenado así un considerable vacio historiográfico.
Estos tomos de autoría de Centurión son el material más útil para comprender toda la época que culmino en Cerro Corá. Su educación formal le permitió indagar los hechos y buscar corroboraciones independientes de testigos presenciales. Centurión apenas escribió sus memorias y estas no son un tratado científico ultimo. Por eso es un tanto exasperante notar el esfuerzo con que el editor y prologuista de la edición de 1948, Natalicio González, intenta depurar lo escrito por Centurión, de sus características anti-lopistas en la visión de aquel y en ese intento infantilmente vindicatorio de todo lo actuado por López, González se busca a otro González como anotador en asuntos militares y el resultado es simplemente grotesco. A López se lo debe aceptar con beneficio de inventario y el tiene su propia historia imposible de ser re-escrita por revisionista alguno de derecha, izquierda o centro.
En un país de trayectoria tan accidentada como el nuestro, menester es admitir a Francisco Solano López como expresión acabada de una visión histórica anacrónica, pero no por eso extraña. Inaceptable también nos resulta ya la pintura paradigmática de su actuación realizada con exclusivos fines de acercarse o alejar a otros del poder político. López es un patrimonio a ser heredado sin reproches ni ditirambos. Incluso, ya para la contradictoria Latinoamérica resulta un abuso semántico tener villanos identificados por decreto ejecutivo o héroes impuestos por coacción política. López vive en el recuerdo y no debe su memoria migrar al campo de la vida cotidiana. Su rol como símbolo es imperecedero, su actuación histórica no lo fue.
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