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CARMEN ESCUDERO DE RIERA (+)
  TRES AÑOS MENOS UN DIA (Cuento de CARMEN ESCUDERO DE RIERA)


TRES AÑOS MENOS UN DIA (Cuento de CARMEN ESCUDERO DE RIERA)

TRES AÑOS MENOS UN DIA

Cuento de CARMEN ESCUDERO DE RIERA

 

 

 

TRES AÑOS MENOS UN DIA

"La paz es el sueño de los hombres, pero la guerra es la historia de los hombres". Lo he leído hace pocos días y es lo que me ha impulsado a escribir el relato que escuchara de boca del hoy veterano, Gregorio Santos. El encuentro fue buscado, la conversación fluida. Su mirada, al hundirse en el recuerdo, traducía la huella patética de aquella guerra con más de olvido que de memoria. La tarde, serena, transcurría entre el que contaba y yo, que escuchaba. Iba quedando espacio a la noche estrellada, noche muy distinta de aquella lejana y oscura noche de junio, en la que Gregorio Santos, tirado en su camastro, fumaba un cigarrillo reparador, escondiendo la lumbre bajo la tienda de campaña en el sector de Ingavi. Las noches de junio son largas, larga también se iba haciendo la lucha.

Con diez y ocho años cumplidos, se había enrolado en el ejército. Habían transcurrido casi tres durante los cuales Paraguay y Bolivia estaban enfrentados en una guerra sangrienta, guerra de la que reflexiones posteriores dirían: "fue la culminación de una larga cadena de choques e incomprensiones", guerra en la que ambos países se internaron en una región desconocida, guerra en la que ambos bandos probaron su valentía.

El entonces joven soldado, Gregorio Santos, combatió en zonas inhóspitas, desérticas; en bosques achaparrados y espinosos; en tierras resecas, ardientes, resquebrajadas, hostiles, del llamado Chaco Boreal.

Desde Pitiantuta hasta Ingavi, muchos nombres se sucedían y entremezclaban en esa lasitud que impedía a Gregorio sumirse en sumo profundo. Boquerón, Nanawa (donde ascendió a Teniente), Gondra, Campovía y tantos mas.

Lejos, muy lejos veía su casa asuncena, sus padres, sus amigos. La vigilia continuaba. Recordó su colegio; ese colegio que se adentra como ninguno en quienes hayan estudiado en sus aulas, en quienes hayan jugado en ese patio duro, afrancesado y cercado de corredores. Vio la entrada, con sus palmeras enhiestas, altivas y al fondo la imagen de San José. Fue allí donde el grupo de compañeros tomo la decisión; prácticamente se juramentaron: partirían a defender el Chaco. Época generosa, romántica de la vida, en la que todo es dar.

Después vinieron los preparativos: marchas y contramarchas, elemental instrucción militar, entrega del equipo de campaña, glorioso "verde olivo", y la partida. Es imposible olvidar la confusión de sentimientos y emociones vividas en esa mañana clara en el puerto de Asunción. La flamante cañonera atracada al muelle, los cabos aun amarrados, la planchada tendida y la sirena llamando imperiosa. El escuadrón, calle abajo, acercándose: marchaba al son de su banda con marcialidad acabada de aprender. Abrazos. Rostros resueltos que partían hacia lo ignorado y rostros que quedaban escondiendo lágrimas a punto de aflorar. "Jamás se me borrara el rostro de mi madre, en esa mañana asuncena".

Casi han pasado tres años, somos un destacamento de ochocientos hombres en el sector Ingavi. Una división boliviana nos viene atacando tenazmente desde los primeros días del mes. Nos llegan noticias al frente desde Buenos Aires, de las tratativas de una posible y pronta paz. De firmarse el armisticio se respetarían las posiciones alcanzadas por los respectivos ejércitos. "Ingavi no debe caer en manos del enemigo", ha sido la orden recibida por José María Casal, nuestro comandante. Orden precisa. Las sombras de la noche chaqueña precedían al amanecer del que sería el postrer combate de esa guerra costosa e inhumana. Nuestro comandante ultimo detalles". "Buenas noches, traten de descansar, al alba redoblaremos los controles, el alto mando teme una acción desesperada de nuestros enemigos. Que Dios nos ampare"

Clarea apenas. La niebla invernal y tempranera disimula nuestros movimientos, cubrimos los puestos a los que nos destinaron. Quietud total, silencio, espera. Suenan los primeros tiros de fusil: ha comenzado la ofensiva. El cañoneo se escucha cercano, arrecia el ataque, nos aturden los estampidos. Con angustia veo valientes caídos a mí alrededor. Se dispara sin tregua, atruenan los obuses, ráfagas de metralla nos obligan a desplazarnos a rastras, imposible asomarnos; protegidos dentro de las trincheras, sentimos la proximidad de las balas, los morteros emplazados estratégicamente contribuyen con este esfuerzo desesperado del ejército boliviano. Resistimos. Maniobramos. Contraatacamos. Vencemos. La orden está cumplida: "En el sector de Ingavi destruimos totalmente a la segunda División del Tercer Cuerpo de Ejército boliviano". Así reza el parte abierto enviado por el Gral. Estigarribia al presidente Ayala. Nuestro destacamento, a pesar de su inferioridad frente a la tropa enemiga había conseguido detener el pretendido avance boliviano; con fatiga acumulada, nos dejamos estar.

Mientras, en Buenos Aires, el 12 de junio a las tres de la tarde se firma el Protocolo de Paz. Dos días después a las doce en punto, ante meridiano, cesaría el fuego.

"Las tropas harán alto a la hora indicada, en el lugar alcanzado, donde permanecerán hasta nueva orden". Firma el General José Félix Estigarribia. Este comunicado recorrió un frente de seiscientos kilómetros de extensión. Se aguardo en acecho y relativa calma la llegada de este "momento estelar". Paradójicamente, en Ingavi, un cañoneo tenaz y furioso se desencadeno a las once de esa mañana, extendiéndose por toda la línea. La orden del cese del fuego estaba impartida, faltaba menos de una hora. Los disparos certeros daban en el blanco, otros mal calculados caían en tierra de nadie. El sol lucha en el cielo transparente, el polvo de los impactos opacaba por turno sus rayos que, a pesar de la época, abrasaban; ardía la piel, los ojos entrecerrados percibían el peligro. El ruido infernal, el temor de los últimos instantes nos hacían temblar, seré yo la ultima baja? El entendimiento embrutecido por la lucha y las privaciones nos hacía eterna la espera. La idea nos obsesionaba, ¿y si fuera ese segundo el final propio e intransferible de nuestra existencia? Nos aferrábamos a la vida, a lo que nos quedaba de ella. Abstraído, a pesar del espanto del momento, cegado por el sol y la arena que ese viento extenuador apenas Llegado estaba levantando, contemplando a mis camaradas, héroes de ese infierno, divagaba: "Difícilmente se saldara esta deuda contraída con ellos, deuda de sangre, de vida, de lagrimas; deuda con quienes también combatieron contra la sed, el hambre, la muerte. Algún día escribiré estas historias y, como dijo un pensador "No seré narrador de sus vidas sino testigo de sus grandezas".

Ensordece el ruido, retumba el cielo, el tiempo no cuenta pero inexorablemente pasa y cuando he perdido la noción de ello, un silencio, un silencio abrumador nos invade, nos agobia, nos asusta más que el propio cañoneo. No podíamos ni hablar, el reír se nos había olvidado. Paralizados en nuestros puestos nos mirábamos unos a otros. Suena el teléfono. Contesto en clave y me responden: "Solicito permiso para saltar a tierra de nadie y abrazar al hermano boliviano". Al mismo tiempo y desobedeciendo órdenes impartidas por sus jefes de disparar a quien se acercara a menos de cien metros de las líneas, soldados bolivianos, ayer adversarios, saltan a su vez y tirando las armas nos estrechan en un esperado abrazo. ¡Jubilo compartido!

Zumba de nuevo el cielo, pero son aviones, aviones engalanados con insignias blancas y negras sobrevuelan el campo de batalla, arrojando flores sobre los muertos de ambos ejércitos.

La guerra había terminado; duro exactamente tres años menos un día.

 

***

 

PS- Gregorio Santos viajó a Bolivia, allí quedó. Fue en Santa Cruz de la Sierra, en su casa, donde escuche su relato.

 

 

CARMEN ESCUDERO DE RIERA.

 

 

Fuente:
 
 
 
Dirección: HUGO RODRÍGUEZ-ALCALÁ
 
Edición al cuidado de
 
MANUEL RIVAROLA MERNES y
 
LUCY MENDONÇA DE SPINZI
 
Asunción - Paraguay
 
Octubre 2001. (166 pp.)

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