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ALFREDO BOCCIA ROMAÑACH (+)
  LA COLONIZACIÓN DEL NORTE (Autor: ALFREDO BOCCIA ROMAÑACH)


LA COLONIZACIÓN DEL NORTE (Autor: ALFREDO BOCCIA ROMAÑACH)
LA COLONIZACIÓN DEL NORTE

Autor: ALFREDO BOCCIA ROMAÑACH
 
 
 
 
Los términos de San Ildefonso y los ríos de la discordia
 
Los límites entre las posesiones americanas de España y Portugal se fijaron en atención a meras descripciones, singular método, en virtud de referirse a las más vastas fronteras geográficas del mundo conocido. Los artículos del Tratado del tercero al décimo, inclusive, trazan la extensa frontera por vertientes y montañas, siguiendo los cursos de los ríos, dejando los eslabones de unión donde estos límites naturales faltaban, al resultado de investigaciones de comisionados que ambos convinieron nombrar.
 
El artículo IX del tratado enunciaba: "Desde la boca o entrada del Ygurei seguirá la raya aguas arriba de éste, hasta su origen principal; y desde él se tirará una línea recta por lo más alto del terreno con arreglo a lo pactado en el artículo VI (del Tratado de 1750) hasta hallar la cabecera o vertiente principal del río más vecino a dicha línea, que desagua en el Paraguay por su ribera oriental, que tal vez será el que llaman Corrientes" (54). El tratado asignaba a España el control de todo el curso del río Paraguay hasta el Naurú, pero los portugueses ignorando las cláusulas, fundaron sobre sus riberas los fuertes de Coimbra y Albuquerque.
 
Después de permanecer nueve años en el Paraguay, el comisionado español Azara volvió a Madrid, dejando insolubles los puntos más delicados de su misión, los referidos a la identificación geográfica de los ríos mencionados en el acuerdo y la demarcación final de las fronteras con las posesiones portuguesas. Aunque la línea no fue formalmente establecida y los límites naturales eran de carácter bien visible y permanente dejando poca razón para discusiones. Los geógrafos portugueses continuaron, sin embargo, reclamando mayores extensiones de territorio, como si desconocieran lo expresado en los artículos suscriptos en 1777.
 
El Paraguay y el Brasil, según el tratado, estarían separados por los ríos Yguazu, Paraná, Ygurei, Corrientes, Paraguay y Jaurú, pero era casi imposible hacer valederas las poco conocidas denominaciones geográficas. La ambigüedad de sus términos, la referencia a regiones desiertas y poco exploradas y la confusión en la toponimia de los ríos dificultaban arribar a arreglos de mutua conveniencia sin el esfuerzo combinado de ambas naciones europeas.
El punto de fricción más grave se centraba en la posesión de las zonas del Alto Paraguay y el Igatimi. La nominación y el reconocimiento de los misteriosos ríos Ygurei y Corrientes, significaban de hecho la incorporación a uno de los bandos, de extensas y ricas zonas de yerbales y praderas vecinas a dichas corrientes de agua. Las discusiones se referían a la identificación del río Ygurei, que para los portugueses sería el actual Igatimi y para los españoles, el Ivinheima. El desconocido Corrientes sería, para los portugueses el Jejuí, el Ypane o el Apa y para los españoles, el río Blanco, a los 20 grados de latitud. Estaban confrontadas en ese puntodos irreductibles pretensiones.
 
La confusa información de los mapas de la época darían lugar a exageradas interpretaciones, al punto que en 1783, los portugueses insistían en identificar el Ygurei con el río Jejuí, lo que equivalía a desmembrar un tercio de la zona oriental del Paraguay y la cesión de los ricos yerbales del Mbaracayú.
 
La posición del comisionado demarcador Azara y la del gobernador Joaquín de Alos coincidían en que el citado río era el Ivinheima, cuya contravertiente era el Mboteteí, afluente del río Paraguay. Pero una vez más, la negligente conducta y la indiferencia de virreyes, gobernadores y funcionarios reales, impidieron el esclarecimiento del difícil problema del río Corrientes, de cuya suerte pendía el futuro del territorio de Jerez, incuestionable propiedad de España pero ocupada de hecho por los portugueses.
 
La navegación del río Paraguay fue siempre motivo de acalorados litigios. Pese a que esta importante vía de comunicación estaba asegurada en exclusividad a los españoles, éstos permitieron el establecimiento del fuerte de Nueva Coimbra en 1773 y en 1778 el de Albuquerque, un poco al norte de la desembocadura del río Mboteteí, con el pretexto de defender la navegación del acoso de los piratas payagua.


El Alto Paraguay y el Igatimi
 
Con la llegada de los Borbones al trono español soplaron vientos de cambios en el Río de la Plata. Al separarse la región del yugo del Virreinato de Lima y producirse la apertura del puerto de Buenos Aires, se aguardaban con ansiedad medidas políticas y económicas que ayudaran a reflotar de las penurias y el ahogo a las olvidadas colonias ibéricas. El primer virrey del Río de la Plata fue don Pedro de Ceballos.
 
La provincia del Paraguay se había beneficiado con el satisfactorio desempeño de sus últimos gobernadores coloniales. Estos asumieron con mayor vigor el repoblamiento de las casi desiertas tierras del interior y la protección de las fronteras contra indios hostiles y portugueses codiciosos. Los pobladores habían recibido una herencia de problemas sin solución que se resumían a la angustiante falta de medios y la indefinición de los límites fronterizos.
 
Estos fueron los gobernantes: Agustín Fernando de Pinedo (1772-1778), Pedro Melo de Portugal (1778-1787), Joaquín Alos y Bru (1787-1796), Lázaro de Ribera (1796-1805) y Bernardo de Velazco (1806-1811).
 
A mediados del siglo XVIII, los portugueses hacían uso regular de sus caminos trazados en los territorios españoles de Jerez e Igatimí. En 1757, alegando la necesidad de asegurar la comunicación con Cuyabá, el portugués Barros erigió una fortificación en las costas del río Igatimí. El gobernador de Asunción Morphi protestó por esta irrupción, pero Barros se negó a abandonar su asentamiento. Había un particular interés en mantener bajo control lusitano todas las vertientes de los ríos subsidiarios del río Paraguay. La navegación del río Ypané estaba dentro de sus planes y siguieron consolidando los derechos de ocupación que les venían dando resultados tan beneficiosos.
 
Morphi solicitó ayuda a Buenos Aires y Lima para expulsar a los invasores. La Corona temía que se repitieran episodios de rebeldía como la Revolución Comunera, y en consecuencia mantuvo a esta colonia siempre escasa de armas y tropas. Solamente en el gobierno de Agustín de Pinedo los portugueses de Igatimí, fueron expulsados de la región. En un célebre "Memorial al Rey" el gobernador Pinedo imploraba a la Corte urgente ayuda para las apremiantes necesidades de la provincia.
 
No se había logrado mantener bajo completo control al norte del Paraguay y la escasa o ninguna vigilancia, la irrupción de indígenas levantiscos y los aventureros provenientes del Brasil habían convertido a la exuberante región en una franja incierta y sin garantías. Los sueños de fundar una ciudad al norte del río Apa para consolidar la autonomía española no se habían hecho realidad.
 
Cuando se veía llegar el ocaso del poder del imperio jesuita en la Provincia del Paraguay, las misiones franciscanas conseguían sin embargo mantenerse activas. En la región del Pan de Azúcar sobre el río Paraguay, a la altura de la boca del río Apa, desarrollaron una activa vida misional. En la margen derecha del río Paraguay, a dos leguas de la ribera chaqueña, habían fundado una reducción de indios guana dirigida por el franciscano Francisco Xavier Barzola y en la margen izquierda, cerca del Apa estaban reducidos los mbaya en la misión de Itapucú Guazú, bajo la dirección del célebre misionero padre Miguel Méndez. Años después, en 1772, los padres Sotelo y Bartoli, se ocupaban de una reducción de indios layana.
 
Los mbaya de la parcialidad apacachodegodegi, habían migrado desde el Chaco en los años 1670 a las costas del río Apa, incursionando hasta el Ypane y el Jejui (55). Desde allí, estos indóciles indios serían los autores de múltiples ataques contra los blancos de la región y se hallarían en constante discordia con otras etnias que habitualmente aparecían por esas campiñas. Inicialmente, trataron de entrar en arreglos amistosos con los españoles; el cacique "Lorenzo mbayá" acordó un efímero acuerdo de paz en Asunción en 1759, que junto a otras tentativas de pacificación, dieron lugar a que se acordara con ellos el establecimiento de las misiones religiosas de la región.


La colonización del norte
 
En el año 1760 el gobernador español Saint Just, convencido de la necesidad de imponer algún orden en la zona ocupada por los mbayá y en un intento de reforzar la comprometida autonomía española, autorizó a los jesuitas a fundar una reducción en las costa del río Ypane a los 23 º 30" de latitud. Los padres José Sánchez y José Martín Mantilla se establecieron allí en 1760 y la misión recibió el nombre de Nuestra Señora de Belén.
 
La presencia de la reducción de Belén fue insuficiente para detener el asedio de los portugueses, quienes contaban con el auxilio de los indios mbayá, ganados a su favor a cambio de armas y caballos. Sus incursiones llegaban hasta muy al sur de la provincia. Con el pretexto de sujetar a los payaguá sometían a todo el norte del Paraguay oriental a sus tropelías, con asaltos y secuestros de bienes y personas. La osadía de los atacantes y la ausencia de vigilancia del gobierno provincial permitían a estas huestes corsarias llegar hasta las cercanías de Villa Curuguaty. El padre Méndez había insistido ante el Cabildo de Asunción sobre la imperiosa necesidad de establecer una posición fortificada entre los ríos Apa y Jejui.
 
El Cabildo acordó dotar a la región de los refuerzos solicitados y ordenó la fundación de una villa sobre el río Paraguay, en las proximidades de la desembocadura del río Apa, con la intención de controlar la navegación del río Paraguay y someter a los intrusos que invadían el territorio. Se habrían de respetar las normas dispuestas por las antiguas "Ordenanzas de población", para trazar las bases de un asiento permanente de gentes.
 
El gobernador en persona, don Agustín Fernando de Pinedo, comandó la expedición que partió con la intención de escoger un lugar al norte de la boca del Apa. La misión no se pudo concretar, porque a medio camino, por razones no bien conocidas, se procedió al desembarco en las costas del río Ypané. Algunos cronistas afirman que el gobernador obró así debido a la presión de sus oficiales ávidos de apropiarse de las ricas praderas vecinas al río Aquidabán. Llegados al pueblo de Belén, allí convinieron en fundar la villa a orillas de río Paraguay a pocos leguas al norte del Ypané.
 
Marcharon los expedicionarios hacia el punto indicado y una vez elegido el lugar, el gobernador Pinedo, el 25 de mayo de 1773, procedió a la ceremonia de fundación del fuerte y villa que recibió el nombre de Villa Real de la Concepción (56).
 
La nueva villa se convertiría en contrafuerte español contra los embates enemigos. Mucho costó a los sufridos habitantes que las autoridades coloniales comprendieran que la única frontera valedera era la frontera humana. No habían aprendido de la experiencia portuguesa, maestros en usurpación de territorios posteriormente vindicados por los derechos de ocupación.
 
Trazada la ciudad y cumplidos los trámites de rigor, se procedió a la adjudicación de las primeras parcelas de tierras a militares y funcionarios españoles o paraguayos que habían acompañado a la flotilla de Pinedo, en la fundación de la villa. Esta medida de escoger ocupantes militares tenía sentido, porque las amenazas de los invasores persistían y los flamantes terratenientes se obligaban a colaborar con la defensa territorial, ya que tenían una doble responsabilidad: trabajo y protección de la tierra.
 
Los establecimientos originales estaban asentados en las orillas del río Aquidabán, donde se constituyeron en una barrera defensiva contra la entrada de indios y portugueses.
 
Desde el momento en que la Villa de Concepción concedió seguridad y confianza a sus habitantes, se dio inicio a la colonización de sus valiosas tierras. La distribución de áreas para la explotación ganadera y de la yerba mate se hizo mediante el otorgamiento de mercedes reales, que consistían en la concesión graciosa por parte del gobierno, de parcelas de tierra que los adjudicados se obligaban a colonizar. A fines de siglo ya se habían concedido en esa zona más de cincuenta mercedes reales, basadas en el principio jurídico de la enfiteusis (57). Las tierras otorgadas se convirtieron en estancias ganaderas de plena producción y los adjudicados se ocuparon en poco tiempo de regularizar la posesión de las mismas, procediéndose a la delimitación de las propiedades, alineamiento y mensura, de acuerdo a las normas indicadas en el plano de colonización del gobierno ejercido entonces por don Joaquín de Alos y Bru.
 
El puerto de Concepción sería el embarcadero de toda la yerba mate producida en los montes de Mbaracayu y Amambay. La población estaba consolidada y la potestad española asegurada en toda la región del Aquidabán. Entre el río Apa y la villa de Concepción existía más de medio centenar de estancias con cincuenta mil cabezas de ganado en total.
 
Otras poblaciones fueron fundadas: Tevegó al norte de Concepción sobre el río Paraguay, Ntra. Sra. de Loreto en el lugar conocido como Paraje Yuí y Ntra. Sra. del Rosario de Horqueta en Arroyo Caré, todas en la zona de influencia de la Villa Real (58).
 
Concepción obtuvo su condición oficial de Villa luego del movimiento libertario de 1811, cuando se creó el Cabildo de la ciudad.


Fuertes y fortines
 
Las estancias y yerbales continuaban siendo víctimas de las incursiones mbayá. Los indígenas de otras etnias vivían en interminables reyertas, creando un estado de desasosiego en las fuentes de trabajo de la región, al extremo de producir el éxodo de los trabajadores hacia zonas más tranquilas. El estado de inseguridad era aprovechado por estas tribus para proceder al saqueo de los obrajes y estancias. Estos eran los montaraces o monteses, (caiguá) y los tacuatí de las zonas vecinas a Amambay y al río Ypane.
 
Los trabajos de investigación realizados por Félix de Azara y Juan Francisco Aguirre comprobaron "in situ" la enormidad de los territorios españoles perdidos. Los comisarios apremiaron a la Corona a poner fin a esta negligente conducta y reclamaron el refuerzo de las fronteras por donde penetraban libremente los enemigos. Estaba comprobado que los portugueses no respetaban pactos. Lo habían demostrado con la fundación de Coimbra y Albuquerque.
 
Las reales ordenanzas de junio y de octubre de 1791 mandaban establecer guardias o puestos de tropa para contener la arremetida de los portugueses. El gobernador Joaquín Alos y Bru dispuso la fundación del fuerte Borbón, enviando al efecto al coronel José Antonio Zavala y Delgadillo, quien erigió la fortificación, plantando en la margen del río el estandarte real. Se trataba de una ligera empalizada ubicada en las faldas de unos montes elevados, con excelente visión del río. Este puesto, con el auxilio permanente de tropas de Concepción, se constituyó en el principal apoyo de la defensa de la frontera norte.
 
En 1794, Joaquín de Alos ordenó la erección de un fuerte sobre el río Apa, con el objeto de detener las agresiones mbayá y portuguesas. Don Lázaro de Ribera ordenó, por razones de abastecimiento y mejor servicio, el traslado de la fortificación de San Carlos del Apa al lugar donde se hallan actualmente sus ruinas. El fuerte fue objeto de reedificaciones y mejoras por los gobiernos posteriores y se constituyó, al igual que Borbón, en un baluarte para la defensa territorial. Hasta bien entrado el siglo XIX, San Carlos seguiría sometida al castigo de indios bravíos, pero había cumplido su cometido de impedir la entrada de fuerzas lusitanas acantonadas en el fuerte de Miranda, que amenazaban controlar el río Paraguay.
 
Cuando habían fracasado todas las negociaciones con los mbayá y estos continuaron su plan de tropelías y robos, las autoridades del Paraguay masacraron en fuertes y sangrientas batidas armadas a centenares de indígenas, en 1796. Esta medida produjo el abandono de éstos de las tierras vecinas a la Villa y su mudanza al norte del río Apa.
 
Los portugueses alentaron las aventuras de los indios. Tenían el propósito de importunar la colonización paraguaya en el sur del Apa, por la codicia que les despertaba la región. La alianza mbayá - portuguesa era altamente provechosa para ambos bandos. Los luso-brasileños recibían de los indios el ganado robado en las estancias paraguayas a cambio de armas y suministros; con este comercio los lusitanos se aseguraban el abastecimiento de carne para sus tropas y usaban a los indígenas como elementos de vanguardia en sus invasiones.
 
El gobierno de Asunción se vio impulsado en 1797 a despachar una expedición punitiva a cargo del coronel José de Espínola. Esta tropa partió de Concepción, cruzó el río Apa y penetrando en los campos de Jerez, llegó hasta las costas del río Blanco. El resultado fue una gran dispersión de los grupos de indios y un alivio temporal de sus operaciones.




Imagen 34. Croquis del sistema hidrográfico del Alto Paraguay,
en el que se observa la desembocadura del río Blanco.


Estas dificultades con los naturales, alentados por el apoyo portugués, impidieron que prosperara la colonización de las tierras al norte del Apa, por los habitantes de Villa Concepción. La región, apetecida también por los oficiales y habitantes de la Villa, era motivo de permanentes reivindicaciones diplomáticas de España, pero los portugueses no declinaban sus pretendidos derechos de ocupación y propiedad.
 
Los gobernadores españoles no accedieron a las solicitudes de los colonos de establecerse al norte del río Apa, consintiendo así a la pérdida del territorio comprendido entre el Apa y el río Blanco. Los intentos diplomáticos de los gobiernos posteriores no hallarían sustento, justamente por la falta de ocupación efectiva. Entre tanto los portugueses seguían poblando y fundando fuertes en la seguridad de hacer valedera la pretendida frontera sobre el río Apa.
 
En 1801, el rey de España declaró la guerra a Portugal. Ordenó a sus colonias "defender con las armas toda la línea de fronteras con el enemigo y prohibir el comercio, trato y comunicación entre españoles y portugueses" (59). En atención a estas órdenes, el gobernador Lázaro de Ribera dispuso el refuerzo de la guarnición de Borbón y con la ayuda del capitán Juan Manuel Gamarra y José Montiel, ambos vecinos de Concepción, comandó una expedición armada contra el fuerte de Coimbra, que resultó un completo fracaso (60).
 
Terminaba el siglo sin variantes. Los avances de los mbayá persistían. Esporádicas o muy seguidas, sus incursiones amenazaban a la propia Villa; sus ocupantes debieron buscar auxilio más al sur, con el consiguiente trastorno a la economía regional por desarticular el proceso de colonización. El comandante de Concepción Carlos Genovés informaba del "pobre desarrollo de la Villa, cuya población sufría privaciones debido a la inestabilidad producida por los asedios relatados y la fuerte contribución que se imponía a sus escasos habitantes para el mantenimiento de las milicias de la frontera" (61).
 
En 1803, el Imperio construía el nuevo fuerte de Coimbra y el fuerte de Miranda adquiría condición de villa.


NOTAS:
 
54- Archivo Nacional de Asunción, Sección Histórica, Vol. 63, fls.165 y siguientes
 
55- Susnik, Branislava, "El indio colonial del Paraguay", Asunción, 1971. Tomo III.
 
56- Azara, Felix de, "Memorias sobre el estado rural del Río de la Plata y otros informes". Madrid, 1896
 
57- En el Bajo Imperio, y probablemente desde el siglo III, los emperadores tomaron por costumbre alquilar sus tierras incultas a perpetuidad a un largo término, con la obligación por el colono de cultivarlas y plantarlas, de donde viene el nombre de "agri emphyteuticarii". También esta práctica fue seguida por los grandes propietarios. A pesar de la perpetuidad se trataba de un arriendo. (Petit, Eugene, "Tratado Elemental de Derecho Romano" Ed. 1975, Albatros, B. Aires.)
 
58- Ferrer de Arréllaga, Renée. Ibidem
 
59- Archivo Nacional de Asunción, Sección Nueva Encuadernación Vol. 3396, febrero de 1801
 
60- Idem, Vol. 3405, agosto de 1801
 
61- Idem, Vol. 3403, 30 de octubre de 1801.



Fuente: PARAGUAY Y BRASIL. CRÓNICAS DE SUS CONFLICTOS

Autor: ALFREDO BOCCIA ROMAÑACH

Editorial El Lector,

Diseño de Tapa: Ca'avo-Goiriz

Compaginación y Armado de Página: Fátima Benítez

ISBN: 99925-51-92-5

Asunción – Paraguay. Año 2000.

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