LA COSECHA
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LA COSECHA
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Caaguazú (Especial)
"Tras una intensa refriega contra
un grupo de maleantes, la policía
incautó un importante lote de armas
que pertenecía a los subversivos"
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Lo leí una y otra vez en un viejo periódico que llegó a mis manos hasta que se me hizo intolerable esta infame versión de lo que ocurrió aquella tarde en el cañaveral. El artículo se me revolvía en el estómago como un trago de purgante y el vértigo me arrojó al pasado como en una atroz pesadilla. "Tras una intensa refriega contra maleantes...". Los maleantes éramos Julio Arévalos, Maneco López, Marcio Torres, Luis Morales... todos fregados en la angustia del temor al desarraigo. Encerrados en ese instante casi doloroso de la espera.
El caballo llegó piafando, desmontando de un salto, Maneco lo ató al palenque y se reunió con nosotros en un claro del cañaveral. Allí estábamos apretaditos uno contra otro como manada de ovejas. Maneco nos saludó, tenía ese gesto descompuesto del que trae una mala noticia. Nuestra ansiedad creció caliente en las venas. Maneco sacó de su bolsillo la respuesta de la autoridad, la amenaza sucia doblada y estrujada con rabia. La leyó en voz alta. Que no éramos más que un puñado de haraganes y que nos dejáramos de joder; que el plazo para abandonar la chacra había vencido y la propiedad era inviolable. Que el nuevo dueño era un señor con mucho trabajo, ya se sabe, compromisos con la patria, estaba en la gran tarea de engrandecerla, y que todo sería más ventajoso si fuésemos razonables. Que en la ciudad había montones de títulos arrolladitos, atados con cinta tricolor; nos los entregarían hasta con fotografías para los periódicos.
Maneco arrugó el papel, lo tiró al suelo con fuerza y ahogándolo en el barro, se encaró con nosotros. Tenía la mirada fogosa de esos que llevan la quemazón por dentro. Cada palabra, cada frase, estallaba en el blanco perfecto sacudiendo nuestras vísceras agarrotadas por el miedo. Julio Arévalos, lampiño todavía, dio un paso al frente, estranguló sus dedos gruesos como cogollos y sus nudillos crujieron como fracturados; por fin dijo: Yo tengo un viejo fusil pero bien engrasado. Nos carcajeamos un poco para aflojar lo que nos pareció una torpeza de Julio. Maneco se le acercó y le rodeó los hombros huesudos: No, no, mi amigo, a la violencia hay que oponer la calma y revertir su efecto en nuestro provecho. Maneco era memorioso; así nos apalabraban esos señores de amplia sonrisa que decían estar muy preocupados por nosotros.
-Aquí nacimos y con la ayuda de nuestro Ingeniero Agrónomo (se refería a mí) levantamos y mejoramos esto-dijo Maneco, haciendo un vasto ademán y nuestra mirada se dilató en el amplio horizonte verde, kilómetros y kilómetros de cana dulce esperando el corte. Marcio nos desaprobaba en todo moviendo su cabezota de toro viejo y olí al instante su pesimismo rancio antes de que soltara la voz: -Conozco esta historia y sé lo que les digo; allá nadie nos escuchará, y la tierra que nos prometen no sirve ni para enterrar un muerto; es una tierra como alma de pobre, reseca y áspera. Allí los muertos no abonan, se van derechito al cielo en el vientre negro de algún carancho. Y si les damos a conocer nuestra malquerencia, apenas sientan nuestro olor a bosta, nos aplicarán la Ley hasta pelarnos las canillas en alguna batea llena de mierda.
Nos molestó su tono, había en él ese derrotismo pegajoso, nuestro antiguo enemigo siempre conjurado para perdernos. Todos abrimos la boca como caldera viva y lo aniquilamos con una ráfaga del más puro patriotismo; le restregamos en la nariz una justicia virgen y todo ese aire mentolado de la soñada federación campesina, donde nosotros resolveríamos nuestros problemas y que ya no dependeríamos de muñequitos con corbata que jamás han visto una azada, y si no fuera porque ya estaba oscureciendo, nuestro entusiasmo nos habría orillado a apadrinarnos con algunos de nuestros amigos de amplia sonrisa, aunque no fuera más que por una vieja costumbre de desamparados.
¡Qué bien me sentí esa noche! Nuestro nudo era fuerte, estaba hecho de raíces profundas agarradas a la tierra con firmeza; busqué su vientre de arena y ella se dio blanda y tibia como una caricia, me llené de su aliento dulzón, vegetal, y pensé que algún día volvería a entreverarme a su grano abonando cañaverales.
En esa magia estábamos atrapados, por eso no tuvimos miedo de las sombras que avanzaban curiosamente difuminadas en el cañaveral, casi inmóviles, un poco encorvadas por el peso del arma y como engranadas a la voz - ¡Arriba las manos! -
Nos olvidamos de la calma y empuñamos machetes y azadas. Nos barrieron a tiros desperdigándonos entre las chalas. Tercamente seguí respirando por varios agujeros y me zafé de la muerte; mis amigos quedaron allí como prenda hasta que el sol pudrió, secó y retorció sus gabazos. Aquella cosecha se la llevaron ellos, pero ahora, en esta tarde rojiza, verdea de nuevo el cañaveral.
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LUISA MORENO DE GABAGLIO
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TALLER CUENTO BREVE
Dirección:
Talleres Gráficos
EDICIONES Y ARTE S.R.L.,
Asunción-Paraguay 1988 (136 páginas).
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Amplio resumen de autores y obras
de la Literatura Paraguaya.
Poesía, Novela, Cuento, Ensayo, Teatro y mucho más.
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