LAS INCURSIONES BANDEIRANTES
Por ALFREDO BOCCIA ROMAÑACH
LOS DERECHOS JURÍDICOS Y LOS ADQUIRIDOS
1. Las incursiones bandeirantes
Después de 1554 comenzó en América la marcha portuguesa hacia occidente, partiendo del litoral, desde los puertos de San Vicente y Santos. La fundación de San Paulo se hizo ese año en los campos de Piratininga. Era evidente el interés de la Corona de Lisboa en avanzar por encima de las leyes y los tratados ganando terreno y expandiendo los límites de su colonia brasileña; de acérrima defensora de Tordesillas, hizo un giro completo en su política y pasó a recomendar a sus funcionarios la desobediencia al Tratado y la ocupación de la mayor cantidad de tierras en el interior del continente. Había emergido la teoría del "Uti possidetis", que consistía en sentar derechos de posesión de todas las tierras ocupadas. La manipulación consecutiva de esta doctrina aportaría, con el correr del tiempo, sucesivos triunfos a los avezados diplomáticos de Portugal.
Los primeros pobladores de la meseta de Piratininga no eran colonos sino mercaderes y aventureros cazadores de indios. Conocerían la utilidad del cultivo de la tierra una vez terminado el periodo de conquista. La población de la nueva villa de San Paulo se vio de pronto inundada de gente de baja calaña y aventureros ambiciosos que llegaban en busca de ganancias fáciles. En los siglos XVII y XVIII, la noticia del descubrimiento de metales preciosos en Minas Geraes y Cuyabá había corrido mundo y ese imán irresistible indujo a muchos a enfrentar los desiertos y los bosques, sin respeto a lo acordado por los gobiernos de sus majestades en el célebre tratado de demarcación.
Sergio Buarque de Holanda en su "Historia Geral" comenta que "la racionalidad y el interés especulativo fueron los factores que impulsaron el esfuerzo colonizador, que aprovechó las vías fluviales como medios de comunicación, dándole a la empresa un cariz mercantil, casi semita." Y lo confirma el padre Manoel de Nóbrega en un memorial fechado en 1552: "Que de cuantos de allá vinieron, ninguno tiene amor a la tierra: todos quieren obtener provecho inmediato para asegurar su regreso a la patria".
La privilegiada ubicación geográfica de la villa de San Paulo de Piratininga, próxima a la Sierra del Mar, fue el centro desde donde partieron las expediciones de cazadores de indios.
Los padres de la Compañía de Jesús se establecieron en el valle de Anhangabaú y allí fundaron el Colegio de San Paulo. En las costas de los ríos Tieté, Pinheiros y Tamanduateí se asentaron las primeras poblaciones desde las que se irradiaron las rutas de penetración. Estos primeros núcleos se constituyeron en una etapa intermedia entre la colonización de las fértiles alturas de la precordillera y el avance al "sertâo", el inmenso desierto desconocido. Era un pasaje obligado para los viajeros que partiendo del litoral buscaban las vías conocidas hacia el oeste.
El río Tieté facilitó la entrada hacia el Mato Grosso, en tierras españolas conocidas como el territorio de Jerez. Siguiendo la sierra de Itapetininga hacia el sur, se llegaba al río Parapanema, en cuya margen izquierda ya se hallaban organizadas reducciones de indios desde los comienzos del siglo XVII, pertenecientes a la Provincia Jesuítica del Paraguay y que se encontraban en zonas protegidas por el Tratado de Tordesillas.
Francisco Assis Vieira Bueno, afirma en su "Autobiografía" publicada en 1899 lo siguiente: "El paulista se vio obligado a echar mano a la caza del indio como una solución para su pobreza y un medio de subsistencia de acuerdo con el régimen económico de la época. La distancia y las estrecheces financieras no permitieron a los paulistas disponer de esclavos africanos, tal cual lo hacían en otras capitanías más cercanas al mar. El indio domesticado de Paraguay fue la solución para la sobrevivencia de Sao Paulo en sus primeros años".
Existía en la época en San Paulo y San Vicente un activo un mercado de venta de esclavos indígenas. Era tal la actividad de aventureros como Antonio Raposo Tavares, Joâo Ramalho y Antonio Rodrigues, verdaderos creadores de las primeras incursiones paulistas responsables de la captura y movilización de miles de indios de las tierras españolas. En una etapa posterior, la venta del indio secuestrado ya no sería considerada como un importante aporte a la economía. El "bandeirismo"(40) había cumplido su objetivo: plantar poblaciones en territorios cuyos propietarios originales habían sido desalojados con violencia. Las fronteras habían crecido y los villanos se tornaban héroes.
Imagen 28 en (BVP - Capítulo 4. ). Provincia del Guairá. La Cédula Real de 1617 determinó la división de la provincia del Río de la Plata en dos gobernaciones: Buenos Aires y Guairá. Mapa reproducido de "Nouvelle introduction a la Geograplic pour l.usage de Monseigneur le Dauphin par Sanson, 1698, París" y publicado por Juan José Biedman en "Atlas de la Historia Argentina" en 1909.
Analistas brasileños de comprobada solvencia no han escatimado adjetivos para resaltar el coraje y el heroísmo de esta partidas cazadoras de esclavos; el bandeirante es motivo de orgullo y su imagen se recuerda en los bronces como el protagonista de una etapa histórica que produjo el explosivo crecimiento geográfico del Brasil. Es idealizado como héroe y defensor galante del territorio invadido por las misiones jesuíticas del Paraguay. En realidad eran huestes sanguinarias y semisalvajes que no tenían el más remoto interés en aumentar territorios, solamente adquirir fortuna a cualquier precio.
La expansión fue, en consecuencia, el resultado indirecto de estas terribles incursiones predatorias que dejaban extensas zonas despobladas y sin protección.
El accionar de las "bandeiras", si bien tolerado, no respondía a delineamientos portugueses; sus cuadrillas estaban formadas por bandas criollas, producto de la mezcla del europeo con naturales del país o negros del Africa que respondían a un sentido auténticamente regional y brasileño y serían la génesis de la nacionalidad, tan marcada por sus orígenes étnicos y costumbristas que poco tienen del europeo de la conquista.
Ana Maria Gadelha en su importante obra de investigación "Jesuitas e bandeirantes do Itatim", cita al historiador portugués Jaime Cortesâo, quien justifica el secuestro de indios reducidos en el Paraguay "con la sana intención de salvarles de la inicua explotación de los hombres de Loyola y recuperarlos para el mundo civilizado."
El indio, tal como ocurría en las encomiendas del Paraguay, era una pieza de valor comercial y figuraba, como el ganado, en los inventarios y contratos. El número de indios era índice de poder y definía el prestigio del propietario. La presencia jesuita en el Brasil y sus intentos de suavizar el trato y limitar la expansión de la esclavitud de los nativos, despertaron conflictos muy serios con los colonos y patrones de las empresas patrocinantes de las bandeiras. Estos llegaron a ser de tal magnitud que las autoridades portuguesas ordenaran la expulsión de la Orden de sus posesiones, en el año 1641.
El año 1580 marcó el comienzo de una cadena de acontecimientos funestos en la historia de la Provincia del Paraguay. A consecuencia de la muerte del rey Sebastián en Alcazar Quivir en 1578 pasó Portugal a la dependencia de Felipe II de España y la asunción de éste al trono de Lisboa representó, de hecho, la unión de los reinos ibéricos, pero sin una completa separación. Eran dos tronos ocupados por una sola cabeza.
Esta unificación fue calamitosa para las provincias españolas de América, limítrofes a las tierras de los portugueses, pues al aflojarse la vigilancia de las fronteras, estos últimos encontraron las puertas abiertas y avanzaron de inmediato sobre las posesiones vecinas, sin el menor escrúpulo y sin despertar la mínima reacción de las autoridades hispanas. La provincia de Vera de la que había tomado posesión Alvar Nuñez, por la misma razón, se hallaba también desguarnecida.
Comenzó así la penetración lusitana hacia el oeste, siguiendo el curso del río San Francisco y llegando al interior de Sergipe y Minas Geraes. Esta vía se convertiría en un importante medio de comunicación entre las aisladas capitanías del interior, obteniendo mejores condiciones de consolidación de sus territorios.
La fundación de Buenos Aires en el mismo año, 1580, dislocó el polo de intereses económicos por tratarse de un puerto de estratégica posición, estableciéndose un vigoroso comercio de contrabando de metales llegados de Potosí y Perú. Se desvanecía poco a poco la importancia de Asunción, olvidada por la Corona después del fracaso de las entradas en busca del Dorado.
Hernandarias propuso al Rey un plan para el desalojo de los portugueses, consistente en la fundación de tres ciudades, una en el cerro de Montevideo, otra sobre el río Uruguay y la tercera entre Asunción y Charcas. (Tal vez esta última haya sido el principal motivo de la disputa con Ruy Díaz de Guzmán, cuando éste manifestó interés en fundar una ciudad en tierras de los chiriguano.) Alegando cuestiones de seguridad consideró conveniente dividir la dirección de la provincia en dos centros y en 1617 Felipe II accedió a esta recomendación. Hubo desde entonces dos gobernaciones, la de Guairá cuya capital era Asunción y la del Río de la Plata, con Buenos Aires como cabeza. La tragedia de Asunción se decretó al quedar sancionada su mediterraneidad, por la pérdida de las costas marítimas y el abandono de los extensos territorios adyacentes. Paraguay seguiría padeciendo con los años las tristes consecuencias de la cadena de errores de la política de España.
En 1618, Felipe III se hallaba comprometido con los reinos de España y Portugal en la Guerra de los Treinta años. Seis años después, Holanda se apoderaba del puerto de Bahía en el litoral brasileño. Una fuerte y bien dotada armada portuguesa consiguió desalojar a los invasores, pero en previsión de nuevos ataques el sucesor en el trono de Lisboa, el español Felipe IV, permitió a los portugueses avanzar hacia el oeste para defender las tierras del Marañon. Estos estaban autorizados a ocupar todo el curso del río al que bautizaron Amazonas y que fuera descubierto en toda su extensión por el explorador Orellana. Era la entrega graciosa de tierras de legítima propiedad de España.
Con estos antecedentes, estaban abiertas todas las vías para la invasión portuguesa, la que se produciría, con el paso de los años, con un vigor incontenible.
La guerra con los holandeses se prolongó por veinticuatro años hasta la rendición de los últimos invasores en 1654. Esta fue una victoria de las tropas de la colonia, sin intervención de Portugal, y despertó la conciencia del poder del criollo brasileño. En 1661, por el Tratado de La Haya, el reino portugués cedía a Holanda las islas Molucas, Malaca y Ceylan a cambio del retiro de sus tropas del Brasil. Los lusitanos habían encontrado quien los superara en las artimañas de las negociaciones.
"El antiguo capitalismo portugués se resumía al potencial de las ordenes religiosas como benedictinos o cistercienses o los antiguos templarios. La nobleza había perdido privilegios en el Renacimiento y surge la figura del funcionario administrativo, de tierra o de mar, recolector de impuestos, donatarios de las capitanías del Brasil, comandante de presidios y fortalezas. El manejo del dinero venía siendo dirigida por el hebreo en la compleja administración pública.
Con el acoso de la Santa Inquisición, el converso, neocristiano o marrano demostrará su capacidad de adaptación a las circunstancias, destacándose por sus dotes de trabajo y dedicación a todas las cuestiones relacionadas con las operaciones de tráfico comercial, crediticio y de manufactura en cualquier punto de los innumerables territorios.
Impone el hebreo, directivas para la explotación comercial de la caña de azúcar y su explosivo tráfico de exportación. Este será un rubro más importante que todo el mineral extraído de las minas. Llama la atención el aprovechamiento integral del proceso industrial y la importancia que adquiere disponer de brazos para el trabajo sea éste de cualquier origen, africano o indios del Paraguay.
La Inquisición cerró los ojos a la penetración de los cristianos nuevos al Brasil, contrariamente a lo que ocurría con la América española.
Es explicable, entonces, el desarrollo del espíritu mercantil de la colonia portuguesa, particularmente en Sao Paulo, en donde la sangre semita portuguesa será el núcleo inicial del centro comercial más importante de América del Sur. Fomentaron el comercio, tornándose intermediarios en las operaciones de compra y venta, actividades de la banca, agentes de exportación y regentes del tráfico negrero del Africa"..."esas autoridades, sin duda, estaban relacionadas al cultivo de la caña de azúcar y al comercio internacional, siendo que muchos bandeirantes eran judíos, cristianos nuevos, en conexión con mercaderes marranos cuya red de negocios se extendía por las colonias de España y Portugal."
"La participación de los cristianos nuevos portugueses fue apreciable en el desarrollo del capitalismo comercial, si bien, nos parece, en proporciones mucho menores que los que le atribuyen algunos autores. En Holanda, importantes agentes portugueses, responsables por el envío de armas para la guerra contra Castilla eran cristianos nuevos" (41).
El asedio a las reducciones
Las fundaciones de pueblos quedaron detenidas por el acoso de los bandeirantes a las reducciones de indios cuyo único propósito era secuestrar esclavos.
Las invasiones armadas eran de tal magnitud que de los trece pueblos del Guairá, once desaparecieron destruidos e incendiados. La insoportable situación obligó al padre Montoya a evacuar a los sobrevivientes y a trasladarlos a la tierra de los Itatines (territorio español de Jerez) en el Alto Paraguay. Este prosiguió allí la labor evangelizadora y fundacional, con efímera vida, pues de nuevo llegaron los mamelucos paulistas trayendo la desolación y la barbarie. La esclavitud de indios cautivos y evangelizados, provenientes de la población guaraní, era una fuente de ingresos considerable, en virtud del volumen que iba adquiriendo la captación de "piezas" destinadas a servicios domésticos y de labranza.
En las primeras entradas portuguesas hacia el interior paulista, ocurrió una suerte de mestizaje al mejor estilo español; pero muy pronto la población nativa reducida en número buscó refugio en zonas de más difícil acceso, en lo más intrincado de la jungla. La caza al indio se había convertido en el objetivo primario de la colonización. Los indígenas de las reducciones jesuíticas del Paraguay eran de fácil captura permitiendo formar con ellos grandes contingentes para ser llevados al Brasil.
Dice el historiador Sergio Buarque de Holanda en su obra "Raíces del Brasil", que las bandeiras respondían a un sentido totalmente brasilero y no portugués. No creemos que al pobre indio encadenado y conducido a pie por más de 300 o 400 leguas le importase la genealogía de sus captores. Varios miles de naturales de las reducciones fueron secuestrados por las bandeiras, de los que sobrevivieron apenas una ínfima parte. Eran sometidos a la condición de bestias de carga, tratados con la máxima crueldad. El indígena guaraní, no tenía la constitución ni el temple para soportar el viaje y la explotación en las tareas a que era sometido. Por estos motivos fue substituido por el esclavo negro de origen africano, con mayores aptitudes para la labor en los ingenios de San Paulo y el noreste.
Moniz Bandeira, en "Expansionismo brasileño" se refiere a las incursiones de los mamelucos: (42) "El Paraguay, cuya jurisdicción se extendía sobre los actuales estados del Brasil, Paraná, Santa Catarina, Río Grande do Sul y Mato Grosso do Sul (antigua provincia de Itatin), sufrió todas las consecuencias de los actos de depredación de los bandeirantes. Por donde cruzaron los luso-brasileños no dejaron más que ruinas, algunas, solamente identificadas cien años después."
Imagen 29 - Capítulo 4. Rumbos de la expansión bandeirante.
Por su parte, Raúl Silveira de Melo asevera en su libro "A defesa nacional": "Las bandeiras, de hecho, asolaron gran parte del imperio guaraní y causaron gran pánico a los colonos españoles. Estas depredaciones llegaron al extremo de provocar la dispersión y el abandono de su población nativa desde las regiones del Parapanema, al medio y bajo Yguazu y los Itatines por dos siglos".
El historiador brasileño Capistrano de Abreu (43), refiere que la primera misión invadida por los bandeirantes fue la de San Antonio, en la margen derecha del río Ivaí; seguidamente destruyeron San Miguel, Jesús María, San Pablo, San Francisco Javier en el valle del Tibagí y todas las demás que encontraron. Se salvaron solamente las de Loreto y San Ignacio en el río Parapanema, que los jesuitas habían resuelto mudar más abajo de los Saltos de las Siete Caídas, entre los ríos Paraná y el Uruguay. Luego de destruir estas misiones, las bandeiras embistieron contra las del Uruguay y de los Tapes.
"Os bandeiranres concorreram antes para despovoar que para povoar nossa terra, trazendo indios dos lugares que habitavam, causando sua morte en grande numero nos assaltos às aldeias e aldeamentos ora com os maus tratos infligidos em viagens, ora, terminadas estas, pelas epidemias fataes e constantes aquí e alhures apenas os silvicolas entram en contacto com os civilizados"
Luiza Volpato en "Entradas y Bandeiras" agrega: "A subjugaçâo do indio e sua escravizaçâo só seriam obtidas pela força; assim, as bandeiras de preaçâo eram expediçôes agressivas e violentas. As bandeiras eram emprendimentos de caráter particular e tinham por objetivo a busca de soluçâo para problemas sociais de Vila de Sâo Paulo." (44).
Las principales bandeiras se hicieron entre los ríos Parapanema y el Yguazú, afluentes del Paraná, pero sus incursiones llegarían más adelante hasta la laguna de los Patos, muy próxima a la actual frontera del Uruguay. En 1606, los bandeirantes Diogo de Quadros y Manoel Preto y en 1612, Sebastiâo Preto y Lázaro da Costa, asolaron los pueblos de los indios reducidos.
En 1629, en un operativo de corte militar, 900 mamelucos acompañados de 2000 indios dirigidos por Raposo Taveres y Manoel Preto, provocaron la destrucción de núcleos castellanos establecidos en las riberas del río Paraná, como Villa Rica sobre el río Ivaí y Ciudad Real en las costas del Pequirí.
Los jesuitas, ante las pérdidas de vidas y materiales resolvieron abandonar sus pueblos del norte y siguiendo las costas del Paraná buscaron regiones más próximas al amparo de los españoles, estableciéndose en los Treinta pueblos repartidos en los actuales territorios de Paraguay, Argentina y Brasil. Fue el comienzo de la resistencia armada. Considerando el peligro de nuevas acciones de los paulistas, el padre Montoya solicitó y consiguió licencia real para armar a los indios neófitos y hacer frente a las agresiones. Los jesuitas e indios lograron infligir grandes pérdidas a los atacantes en las batallas de Mbororé y Caazapá Guazú en el año 1638, que determinó la decadencia de la actividad de los corsarios paulistas.
Un cronista de la Compañía de Jesús, el padre Lozano decía: "Obligaron a los mamelucos a ponerse en fuga, dejando cuanto tenían en provisiones, víveres y cautivos, y se huyeron tan ocupados de miedo que jamás adelante se atrevieron a infestar la provincia del Uruguay."
El gobernador de la Provincia del Paraguay, don Pedro Lugo y Navarra, no veía, con buenos ojos, la formación de una fuerza militar ajena a su gobierno, con autonomía propia y con efectivos superiores a los suyos. En 1636, Tavares con sus compañeros ocuparon todo el Rio Grande del Sur y para 1640 toda la región de los Tape estaba bajo el control portugués.
El territorio de Jerez (Jerez Ñú) o el Itatin
El reconocido historiador portugués Jaime Cortesâo dice: "Los guaraníes se extendían en los territorios entre el Apa y el Mboteteí y asumían nombres relacionados con las zonas geográficas que ocupaban. Los que estaban cerca de Santiago de Jeréz, eran llamados ñuará, ñiguará, guarasapo, etc y podrían ser considerados dentro del grupo general de los itatines, subgrupo de los guaraníes".
El etnólogo Alfred Metraux, gran conocedor del tema indígena sudamericano refiere que las tribus guarani no superaban, al norte, el río Mboteteí (Miranda) y que algunos grupos estaban establecidos en la laguna de los Xarayes, o sea, entre el río citado y el Tacuarí. Todas esta tribus, desde Miranda al Apa recibían el nombre de Itatines.
Juan Francisco Aguirre en su "Diario" escribe que siendo gobernador del Paraguay don Francisco de Beaumont y Navarra, la recién fundada población de Santiago de Jerez sufrió su primera mudanza hacia las márgenes del Mboteteí, acercándose más a los poblados de los indios ñuara. Aguirre no hace referencia alguna a la ubicación original de Santiago de Jerez. Y don Félix de Azara también se ocupa en diversas ocasiones de la suerte de la región de los Itatines: "Domingo Martínez de Irala llegó hasta la provincia de Itatin y subyugó a los indios guaraníes. Con ellos fundó los pueblos de Atyrá, Guarambaré e Ypané o Pitum. Estos fueron repartidos entre los españoles, en encomiendas de mitayos y algunos, conducidos a la Asunción para trabajar en obras".
En efecto Irala, fue el gran expansionista de las posesiones de su gobernación. A partir de la expulsión del segundo adelantado Cabeza de Vaca dio inicio a una serie de expediciones dirigidas a la región. Las crónicas de Ulrico Schmidel y las memorias del propio Alvar Nuñez dan detallada cuenta de estas entradas de exploración y conquista.
Renée Ferrer de Arréllaga en su obra "La expansión colonizadora y la fundación de Concepción" nos presenta una elaborada tesis sobre los motivos que convirtieron a la tierra de los Itatines en centro de las apetencias de las huestes bandeirantes. Entre los propósitos que movieron a Portugal a apoderarse de la región, enumera el control del camino al Perú, con el objeto de obstaculizar el ingreso de los españoles, el de mantener la libre navegación de los ríos y asegurar la ocupación de la mayor cantidad de tierras, que les concedería derechos de posesión en una futura demarcación de fronteras.
Imagen 30. Territorio de Jerez o de los Itatines. Fragmento del mapa elaborado por Ruy Días de Guzmán.
1.Ubicación presumible de Santiago de Jerez reconstruida en las riberas del río Mboteteí, Mondego de los portugueses y actualmente denominado Miranda. 2. Cuenca del río Paraguay. 3. Río Parapanema, afluente del Paraná en su margen izquierda. 4 Saltos del Guairá. 5.Cuenca del río Paraná. 6. Cuenca del río Uruguay.
Producida la pérdida del Guairá y la destrucción de Guarambaré (la primera, fundada por Irala), las primitivas reducciones franciscanas que habían sido fundadas al norte del río Apa, también fueron atacadas por los "mamelucos" y debieron ser abandonadas. En consecuencia, el espacio desguarnecido del control religioso y oficial fue aprovechado por los chamanes indígenas para incitar a la revuelta a los naturales que allí quedaron. Los payé estaban celosos y molestos por la pérdida de autoridad y prestigio que les había infligido la presencia de los misioneros. Propagaron ideas de volver a sus costumbres y ritos ascentrales, rechazar a los extranjeros y tomar actitudes de rebeldía y enfrentamiento.
Los españoles de Jerez pidieron a Asunción la venida de los jesuitas, quienes se instalaron en la región fundando pueblos y organizando nuevas misiones de indios. Su establecimiento consolidó de nuevo la presencia española en la región hoy conocida como Pantanal matogrosense, y que otrora se denominaba Laguna de Xarayes.
Para inicios de 1631 toda la región había sido ocupada por jesuitas y encomenderos cuyo centro de actividades seguía siendo la villa de Santiago de Jerez. Pero ésta se encontraba muy lejos de todo apoyo administrativo y los viajeros podían desplazarse solamente por agua, navegando en canoas hasta el río Paraguay, sujetos al peligro continuo de los canoeros piratas payaguá.
Nuevamente las autoridades provinciales recurrieron a la presencia religiosa para controlar las desprotegidas regiones. El padre Diego Ferrer, experimentado misionero jesuita del Guairá, se ocupó de inmediato de los indígenas, hallando a muchos de ellos ya encomendados pero en franca rebelión. Con el apoyo de algunos caciques, antiguos colaboradores de los franciscanos, los padres pudieron fundar con trescientos indios dirigidos por el "mburuvichá" Diego Paracú, una nueva villa llamada Ybú. La noticia de que antiguos indios encomendados estaban siendo reclutados por los jesuitas despertó la inquina de sus antiguos encomenderos, cuyos derechos estaban jurídicamente amparados por las ordenanzas de Domingo Martínez de Irala.
El incansable Raposo Tavares, con la compañía de Ascencio Ribeiro, dirigió sus entradas hacia el Mato Grosso. En los años 1635 y 1636 habían desaparecido Santiago de Jerez, en las costas del Mboteteí (Miranda), San Joseph, Santa María Mayor y otras poblaciones de las costas del río Aquidauana. Estas poblaciones, virtualmente abandonadas a su suerte por los españoles, fueron borradas del mapa sin quedar siquiera vestigios de sus asentamientos. Los jesuitas, a su vez, se vieron forzados a abandonar nuevamente sus pueblos. El padre Ignacio Martínez resolvió mudar los mismos a regiones próximas a los ríos Paraguay y Apa.
Refiere el padre Ferrer en sus "Cartas" "Es cierto que si los portugueses no buelben que nos an hecho mas provecho que daño, porque los indios que an llevado muchos se an buelto, y con la venida de los Portugueses avemos ganado de aver arrimado los indios al río Paraguay y en ganando el río Paraguay ganamos la comunicación por río y ganamos muchas puertas para el Evangelio assi de esta como de la otra banda del Río".
La ubicación de los nuevos asentamientos estaba entre los ríos Tepotí (Apa, según Juan Francisco Aguirre, comisario demarcador español) y el Andirapucú, a la altura del Pan de Azúcar (llamado Fecho dos Morros por los brasileños), a los 21 grados de latitud. Estas reducciones sufrieron sucesivas mudanzas y cambios de nombre: Yatebó, San Ignacio del Caaguazú, Aguaranami y otras, como consecuencia de las inundaciones, de los ataques portugueses, del hambre y las enfermedades.
Los desplazados payés o shamanes, antiguos lideres espirituales, no dejaban un solo día de hostigar a la rebelión. Algunos de estos, eran hábilmente manipulados por los encomenderos, quienes habían dotado a los caciques y payés de algunas prerrogativas de mando, otorgándoles insignias y títulos que mucho los alababan. Además, el hecho de ser considerados cuñados de los españoles confería mayor garantía a la vinculación.
Conviene resaltar la importancia de esta ocurrencia, pues en todo el tiempo en que la región de Jerez estuvo ocupada por indios encomendados, había cierto intento de auxilio de las autoridades de Asunción. En cambio, desde el momento en que se establecieron los jesuitas, el apoyo fue nulo y por lo tanto inmediatamente aprovechado por los bandeirantes para continuar sus ataques. Esto equivalía, de hecho, al abandono de la hegemonía española en provecho de los lusitanos. España seguía perdiendo dominio de sus enormes posesiones.
Una razón que explica la falta de apoyo de las autoridades españolas de Asunción a las reducciones jesuíticas de Jerez, fue la exoneración de impuestos y tributos conseguidos por la Compañía de Jesús del rey Felipe IV. Una Cédula Real eximía a los guaraní reducidos del pago de estas obligaciones por un plazo de veinte años. El padre Montoya, gran conocedor de los problemas de repartición de indios, presentía que este privilegio despertaría gran descontento entre los colonos encomenderos del Paraguay. Era en realidad una desigualdad de obligaciones, pues el encomendero no podía excusarse de oblar los consabidos impuestos a la hacienda real. Su exigua producción le producía estrecheces económicas tales que las autoridades optaron por "acatar pero no cumplir" las disposiciones llegadas de España. El gobernador de Asunción no atendería en adelante, ninguno de los pedidos de auxilio de los misioneros jesuitas.
El padre Mansilla, superior de los jesuitas del Itatin, reclamó con urgencia la provisión de armas para la defensa de la región, pero se enfrentó a Bernardino de Cárdenas, obispo de Asunción y enemigo declarado de la orden ignaciana, quien impidió la entrega y ordenó el secuestro del armamento.
Luego de soportar algunos choques armados que provocaron la muerte del padre Alonso Arias, los padres jesuitas resolvieron desocupar la provincia de Jerez. El camino a Potosí y las sierras del Plata se encontraban ya bajo el control de los portugueses. Se hizo necesaria una nueva evacuación más al sur, con lo que se volvía a repetir el dramático éxodo de las costas del Parapanema
"No puede explicarse el desinterés de la colonia española en cuidar las márgenes del río Paraná y el litoral de Paraná y Santa Catarina cuya ocupación era real a fines del siglo XVII." [a]
La corrida del oro del Mato Grosso
Las tropas armadas del bandeirante Pascual Moreira Cabral andaban por las antiguas tierras de Jerez persiguiendo indios, cuando informados por éstos de la existencia de oro, hallaron el riquísimo yacimiento de Cuyabá. Dice el cronista Schwege, citado en la obra del Visconde de Taunay "As bandeiras paulistas", que se podía recoger el metal en la superficie de la tierra. Tal asombrosa descubierta convirtió de pronto a los cazadores de indios en mineros.
Desde la capitanía de San Vicente hasta Cuyabá se estableció un intenso ir y venir de caravanas que cubrían la enorme distancia en un viaje que demoraba de seis a siete meses. La travesía comenzaba en las costas del río Tieté, de navegación muy accidentada por los rápidos que abundan en su curso. Llegados al río Paraná se desplazaban, a favor de la corriente, hasta muy cerca de los Saltos del Guairá. En su margen derecha iniciaban una penosa marcha a pie, transportando vituallas, armas y embarcaciones hasta alcanzar uno de los afluentes del río Paraguay, probablemente el Mboteteí. Y a través de éste, en una extensión de treinta leguas, se llegaba al gran río Paraguay que había que remontar hasta llegar a la boca de uno de sus subsidiarios, el río San Lorenzo y por último el río Cuyabá. El comerciante de Cuyabá llevaba a veces sus lingotes hasta Bahía, siguiendo diversas rutas abiertas a través de tierras de indios bororo y caiapo.
Como eran etapas muy extensas, se fueron estableciendo a todo lo largo del camino poblaciones que vivían del comercio menudo con las caravanas de viajeros mineradores. Cambio de caballerías y bueyes, alquiler de carros, posada y pitanza a cambio del oro comprado a los indios o extraído de las minas, era un buen negocio que compensaba la soledad del desierto. Algunas de estas postas fueron adquiriendo importancia y se hicieron estables constituyéndose en el origen de los principales núcleos de población de Mato Grosso. Y todo este ir y venir de gente extraña por tierras españolas se hacía sin la menor interferencia de las autoridades de Asunción. Posteriormente se abrieron otras rutas más al norte, por Camapuá, Río Pardo y el río Tacuarí. Todas partían desde el actual Porto Feliz, sobre el río Paraná. Estas expediciones eran muchas veces asaltadas y saqueadas por los indios guaicurú, quienes llevaban el oro a negociar con los españoles de Asunción. Se han publicado cartas de la época que mencionan "aquí en Asunción no se encuentra el metal, pero es común su comercialización, es oro portugués robado por los indios".
Félix de Azara, el célebre demarcador español expresaba: "No es posible que no tengamos las minas de Cuyabá y Mato Grosso cuando las podemos atacar con fuerzas competentes llevadas por el mejor río del mundo, sin que los portugueses puedan sostenerlos ni llegar a ellos, sino por el embudo obstruido del río Tacuari, en canoas y con los trabajos que nadie ignora" (45).
"Portugal salió más favorecido por haber creado la Capitanía independiente de Mato Grosso poco después del Tratado de 1750 que condujo a la fundación de villas como Corumbá, Coimbra, Albuquerque y la colonia militar de Miranda sobre el rió Mboteteí que cuidaba la seguridad de la comunicación entre Sâo Paulo y el Mato Grosso" (46).
La política de las bandeiras
Los bandeirantes tenían todo el apoyo de las autoridades y la iglesia de San Paulo. Pese a que entre los invasores del Guaira, abundaban herejes y judíos habían curas regulares y seculares sirviendo de capellanes de las huestes bandeirantes. El capellán del jefe mameluco Manoel Preto era un fraile carmelita, según referencias del Visconde de Taunay. Algunos de estos religiosos recibían en obsequio a los indios capturados.
Las veces que la Provincia del Paraguay se veía comprometida en convulsiones o desordenes internos las fuerzas portuguesas usurpaban más territorios.
Durante la revuelta del obispo Bernardino de Cárdenas en 1640, en la Revolución Comunera y en el movimiento de los patriotas de mayo de 1811, se registraron arremetidas de los vecinos del norte. La gran amenaza bandeirante terminaría recién a mediados del siglo XVII, desaparecidas las causas mercantiles que las motivaron. Brasil fue el gran ganador de esta penetración violenta y sanguinaria. Consiguió con ella, mantener todas las tierras ocupadas, aumentar su extensión geográfica y someterlas posteriormente al criterio jurídico del "Uti possidetis". Estas conquistas le permitieron consolidar la colonización de la ubérrima región paulista y permitir el desarrollo de la rica producción azucarera en el noreste.
Este expansionismo iría a significar a la Provincia de Paraguay la pérdida del extenso litoral marítimo determinado por el Tratado de Madrid de 1750. Había sido despojada de las provincias de Guairá e Itatin, a más del secuestro y exterminio de miles de indígenas. Los años de rapiña y hostilidad habían despertado en el aborigen guaraní un justificado rechazo a todo lo que fuera portugués y que daría lugar a una reacción violenta conocida como la Guerra Guaranítica.
El rey Pedro de Portugal sería el iniciador de la formidable campaña invasora contra las posesiones españolas. Su meta era alcanzar el Río de la Plata, que consideraba límite natural del dominio portugués. En 1675 los portugueses desembarcaron en el cerro de Montevideo y en 1680 el gobernador de Río de Janeiro, Manuel Lobo, fundaba la Colonia del Sacramento en la Banda Oriental del Río de la Plata. El gobernador de Buenos Aires los expulsó en agosto del mismo año. La Colonia del Sacramento se convertiría en adelante en el "comodín" de un interminable juego de la diplomacia europea. La fortaleza sería recuperada por los españoles y poco después devuelta a los portugueses, en una interminable puja ajena a los intereses platenses. Este intercambio de amos se repetiría varias veces, al punto que las autoridades de Buenos Aires no se decidían a tomar represalias contra los invasores portugueses por temor a ser desautorizados por la corona española.
NOTAS AL PIE
40- La palabra "bandeira" designaba en la Edad Media portuguesa el conjunto de cinco o seis "lanças" que comprendía cada una siete hombres formando un conjunto de 35 a 40 hombres. La implantación de los Regimientos de los Capitanes mayores y de las compañías de gente a caballo, hizo que la palabra se divulgara como sinónimo de compañía militar de ataque, exploración y reivindicaciones de la soberanía política. Chaunu, Pierre, "Historia de América latina", Buenos Aires, Eudeba, 1976, 8ª. Ed.
41- Novinsky, Anita, "Cristâos novos na Bahia", Sâo Paulo, Editorial Perspectiva, 1972
42- Era designado como mameluco al producto de la cruza del portugués con la india. Al hijo del portugués con una negra se lo conocía como mulato y el hijo de un negro con una india era cafuso. El portugués nacido en el Brasil era llamado mazombo o brasilero. (Nota del autor)
43- Abreu, Capistrano, "Capítulos de Historia Colonial (1500-1800) & os Caminhos Antigos e o Povoamento do Brasil", Brasilia, Editora Universidade de Brasilia, 1963, 5ª edición
44- Volpato, Luiza, "Entradas e bandeiras", Sam Paulo, Global Editora, 1986, 2ª Ed.
a- Abreu, Capistrano, Ibidem
45- Azara, Félix de, Colección Pedro de Angelis, de Actas y Documentos, Buenos Aires, 1836
46- Abreu, Capistrano, Ibidem.
Editorial El Lector,
Diseño de Tapa: Ca'avo-Goiriz
Compaginación y Armado de Página: Fátima Benítez
ISBN: 99925-51-92-5
Asunción – Paraguay. Año 2000.
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