TUMBAS Y JAZMINES
Cuento de EMI KASAMATSU DE ENCINO
TUMBAS Y JAZMINES
Como todos los años, cuando llegaba el día de su aniversario, un manojo de jazmines estaba depositado sobre la desteñida tumba. Los yuyos habían crecido en su alrededor. Remigio con sus manos llenas de venas y arrugas, los arrancaba de raíz y aspiraba el olor a tierra húmeda, como si aquello viniera de muy dentro.
Le gustaba pensar en ella, recordarla, estar cerca de Alina, su esposa... ¡Porque Alina era eternamente suya! Alina había llevado en sus entrañas al hijo tan esperado, y se fueron.
Juntos, ¿adónde? Donde él ya no podía alcanzarlos.
Odió todo aquello que los separó. Ella era tan joven y blanca, con sus cabellos castaños y una sonrisa tímida. Había llegado al pueblo cuando el sol estaba más cerca de la tierra. Su padre venía guiando una carreta tirado por raquíticos bueyes. Traían colgadas ollas, herramientas y canastos y, en el piso las jaulas de gallinas, muebles, chanchos y niños, cuyos gritos se confundían con el chirrido de los bruscos tropiezos de las grandes ruedas. El sol se filtraba por entre el tejido de su sombrero caranday y, su rostro, el rostro de Alina, parecía el reflejo del agua al mediodía. Se instalaron en la vecindad. Remigio no hacía otra cosa que vigilarla. Sus ojos brillaban entre las tramas de los cercos. Entre las hojas y ramas que se entrecrúzaban. Sus fibras más íntimas lo hacían vibrar. La presencia, la cándida presencia de Alina lo eclipsaba e hizo que lo hiciera incapaz de pensar en otra cosa que en ella.
Los veinte años fueron suficientes para concretar su sueño. En el pequeño oratorio del pueblo se celebró la unión. Alina venía del brazo de su padrino, trayendo un ramo de jazmines. La suave estela de su aroma había dejado entre todos los que los seguían con sus miradas, un recuerdo. Sobre todo, a él.
Apenas un año de felicidad... Remigio trató de tapar las heridas con las manos y cerrar los ojos para no ver... la realidad.
-"Remigio, no te lamentes..."
-"Remigio, ya pasaron muchos años".
-"Remigio, cásate con la nueva Directora de la Escuela. Te conviene".
-"Yo te ayudaré a sobrellevarlo", le dijo Miguela bajo la mirada suspicaz de la imagen de San Pedro. Pese a su aspecto reservado, ella dirigía con increíble precisión y disciplina la dirección de la escuela local.
Remigio recordó a Alina en el lecho, en los hijos que iban naciendo... Pero aquel rostro moreno de cabellos encrespados y negros, lo volvían inexorablemente a la realidad.
No... no... No era ella...
Su irritación se acrecentaba y había tratado de mitigarla con el alcohol. Manchas azules y moradas se le veían en todo el cuerpo. Míguela aguantaba estoicamente y aceptó el sufrimiento del amor, por sus hijos. Y también por su dignidad de autoridad educacional de aquel pueblo. Las noches de tortura la iban debilitando y, un día, cuando sus hijos llegaban a la adolescencia, su cansado corazón dejó de latir.
Remigio, en busca de consuelo, buscó la tercera prueba, casi inmediatamente. Con ella creyó formar el hogar anhelado. Aunque Alina era eternamente suya.
Los torpes dedos de Remigio acariciaron los diminutos pétalos de jazmines y lamentó su mala suerte. ¿Por qué a él, precisamente a él, le ocurría semejante desgracia? Dos esposas muertas y una que se le escapa. Recluído en su soledad, los hijos apenas lo visitaban.
-"Aliina ayúuudame..." no había eco en aquel camposanto. El repentino viento había desordenado su pelo canoso. A lo lejos el rayo rompió el cielo obscurecido. Las almas recién separadas del cuerpo parecían decir al unísono:
-"Remiiigio, Remiigio... Alina está en un lugar que ya no te escuchará. Olvídate de ella... En tu corazón debería vivir el recuerdo de aquella que te acompañó, que sufrió contigo. Que te dio hijos... Tus hijos..., tus hijos... No te olvides, son tus hijos..."
Gotas de lluvia y lágrimas se confundieron y lavaron su sentimiento.
Había un hombre que, buscando alivio, vivió de recuerdo y sólo encontró desdichas.
Hay un hombre que, sublimó ese recuerdo y, encontró paz entre los jazmines rociados por la lluvia.
EMI KASAMATSU DE ENCISO.
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TALLER CUENTO BREVE
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EDICIONES Y ARTE S.R.L.,
Asunción-Paraguay 1988 (136 páginas).
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