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CARMEN ESCUDERO DE RIERA (+)
  NOCHES DE LUNA (Cuento de CARMEN ESCUDERO DE RIERA)


NOCHES DE LUNA (Cuento de CARMEN ESCUDERO DE RIERA)
NOCHES DE LUNA
Cuento de
CARMEN ESCUDERO DE RIERA
(Enlace a datos biográficos y obras
En la GALERÍA DE LETRAS del
www.portalguarani.com )
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NOCHES DE LUNA
Desperté, vi la luna a través de las rejas, la luna y el patio, el patio y la Santa Rita florida. Estaba acostada en mi cama, en mi cuarto, la ventana y la puerta daban a ese patio. Hacía años, que mi madre y yo, habíamos llegado a esta casa, la casa de mi padrastro.
 
La casa toda, era señorial. El primer día me enfrenté a su puerta, me intimidaron sus enormes piezas, me asombró su sala con sus muebles dorados, (dicen que los trajeron de Francia), sus sillas tiesas e incómodas, sus espejos grandes y magníficos; tenía cuatro ventanas que daban a la calle.
 
Mi madre, era la señora de esta casa, era su mundo y también el mío. Pocas veces lo abandonábamos; alguna fiesta, la iglesia, eran los motivos que nos hacían salir de la casona. Cuando el calor se volvía insoportable, paseábamos por la plaza de la Catedral. Estábamos muy cerca y la brisa de la bahía se hacía sentir, cuando no se cernía tormenta y la profusión de bichos voladores rodeando la luz de los faroles, hacía imposible todo paseo. En uno de esos paseos te vi por primera vez, nos miramos y me gustaste.
 
Me dejo llevar por esos recuerdos y me olvido de esta angustia que estoy viviendo. ¿Angustia, alegría?, ni yo misma lo sé. ¿Qué hago? ¿Qué haré? No me atrevo a hablar con nadie, no tengo a quien confiarme. Me haces falta, lo que me sucede nos atañe a los dos. Una extraña languidez me llena y no puedo decir que estoy triste, no es tristeza lo que tengo. No me río como antes, hablo menos y pienso más.
 
¿Cuándo volverás? Me parece escuchar todavía la sirena de la embarcación, cuando te fuiste; la sirena y el ruido de los motores. Me dijiste que el viaje sería hacia el norte, que no tenías idea del tiempo que pasarías en Puerto Olimpo. ¡Qué capitán más buen mozo eres! y ¡cómo te quiero!.
 
No me atrevo a pensar, por pudor, en la noche que fui tuya. ¡Cuántas casualidades hicieron de las suyas para que amaneciese en tus brazos! No me arrepiento, al contrario; lo que sentí me hizo mujer plena. Vivo desde ese entonces con intensidad mis días, espero que pasen las horas, que llegue la noche para abandonarme a mis recuerdos, a este no hacer nada, en mi cama, en mi cuarto y viendo la luna a través de mi reja. Estoy cansada, se me cierran los ojos. Me parece oír unos pasos; ¿será que vienes? No. No eres tú, alguien pasaba calle abajo, pero siguió de largo. El sueño puede conmigo. Dormir. Dormir.
 
Las orillas se van acercando, el río se estrecha. A medida que nos vamos alejando de Asunción, hacia el norte, el río es más nuestro. El sol, día a día embellece más sus puestas, desaparece trás ese horizonte de perfil negro que le preparan los árboles; al día siguiente, al amanecer se hace verde otra vez.
 
De pie, en su cabina de mando, el joven capitán piensa lejos. Se ha enamorado, se ha enamorado de la niña que vió por primera vez en la plaza de la Catedral. Al acercarse a ella, no sabía quién era, ignoraba qué viejos rencores de familia los separaba. No le importó; la historia de Romeo y Julieta ya se había escrito y nadie podía asegurar que hubiese sido real. Volvería en un mes, había hablado con el padrastro, pero esa conversación había resultado un fracaso; la prohibición de verla había sido definitiva. Se habían encontrado a escondidas. ¡Qué valiente era su pequeña niña!. Arriesgaba, arriesgaba, ¿qué?; ni ella misma lo sabía cuando muy tarde en la noche, abría la puerta del zaguán para encontrarse, en ese patio familiar, en sus sombras, en noches de luna.
 
Pasos, esta vez, si. Era él que volvía, reconoció la señal convenida; se levantó, no encendió luz alguna. La noche era clara, la luna se encargaba de ello. Se acercó sigilosamente a una de las cuatro ventanas de la sala y lo vió La emoción era inmensa. Corrió hacia el zaguán, abrió la puerta. Escuchó los disparos.
 
No entendió qué pasaba, no entendió quién disparó primero, cuántos fueron los tiros, de qué arma provinieron. Sí entendió que su hermoso capitán se había desplomado. No era sólo ella la que se había levantado; no sólo ella se había encaminado hacia el zaguán y la puerta.
 
En silencio, volvió a su cuarto; no pidió ni dio explicación alguna, no vió el patio embellecido por la luna, ni la Santa Rita florida.
 
La interrogaron. El parte policial consignó defensa propia, ella sólo sabía que su hijo ya no tendría padre.
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CARMEN ESCUDERO DE RIERA
 
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TALLER CUENTO BREVE
Dirección:
Talleres Gráficos
EDICIONES Y ARTE S.R.L.,
Asunción-Paraguay 1988 (136 páginas).
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