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MOMENTO PERFECTO
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"Yo no soy
ni bueno ni malo
por esencia
sino por participación".
Alberto Girri
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Me muevo en un espacio parsimonioso, recóndito, adonde sólo llegan ecos asordinados que lentifican y agudizan mi sensibilidad. Estoy retirada, hasta donde me es posible, de lo indeseable. Lo indeseable es el ruido. Lo indeseable es el sexo..., con ruido y sin juegos de amor.
La cama de mamá crujía y crujía por las noches, como sacudida por demonios. Esos demonios se revolcaban jadeantes, encendidos, y yo los veía, seducida por el peligro, en la obscuridad de nuestro cuarto mientras mi madre (¡con vida!) se ponía el calzón.
Hice el amor con cada hombre que se me acercó y al que le olí el deseo. Me ensuciaron, me ennegrecieron, me repugnaron.
...y heme aquí buscando, todavía, ese encanto del que algunos hablan. Encontré amores rojos, grises y verdes. ¿En cuanto a los tiempos y sonidos? La variedad dependía de las claves, generalmente yuxtapuestas y disonantes. Los adaggios nunca aparecieron.
Después de cada turno y cuando cualquiera de ellos y yo dejábamos de ser una misma cosa, se me cubrían los ojos de una lámina plomiza y de entre mis piernas ascendía un olor a lejía. Deslizándome fieramente iba al baño y vomitaba.
La gracia y el ambeleso del sexo son escurridizos. Mamá, los espectros, las manos, la saliva, las urgencias y no sé cuántas cosas más tienen la culpa de su huida por caprichosos recovecos.
El matrimonio no cambió mis historias con ese desconocido deleite; en nada contribuyeron las bendiciones blancas ni los pregones viejos. Pedro, mi marido, continuó ensuciándome y aturdiéndome. Es herrero artístico de profesión. El yunque, el fuego y el mazo los tiene abajo, en el galpón, y también los trae arriba, aquí, donde tapono todos los agujeros para conseguir estos dos cuartos pachorrientos y escondidos.
Cuando a él le entran ganas de aplastarme, da tres golpes -indiscutidos- sobre el metal, para que todo esté dispuesto. Eso significa sacarse el calzón y cubrirse la cara; como cuando el hombre primitivo hacía el amor sin mirar la mirada de su mujer. Mi rostro de fracaso le disgusta y aprovecho para ahogar, en la almohada, miles de gritos amordazados.
... y grito, y grito, y grito en confidencia... Los residuos quedan. Quedan en forma de dolores, de colores, de olores, de basurales.
Un buen día Pedro salió para entregar unos faroles; Timoteo, su ayudante, dio los tres martillazos!!!, y una vez más me dejé hundir.
No sé, si las reacciones de Timoteo fueron penosas o placenteras, forcejeaba agresivo y con miedo. Atolondradamente intentó deshacerme de esta soledad y, acariciando mi imagen, se perdió.
Mientras vestía y limpiaba algún oculto pudor escuché, de nuevo, el retumbar del yunque sufridor.
-Pedro, no me das tiempo ni para arreglar la cama- le dije al verlo y agregué con mansedumbre: -lo acabamos de hacer...
En ese momento imperfecto en que Pedro, el herrero, bajaba con su colérico martillo en alto, pensé en la crueldad que se oculta detrás de supuestos valores.
... y heme aquí, desmelenada, buscando incrédulamente aquel esquivo sortilegio!
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NEIDA BONNET DE MENDONÇA
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