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HORACIO C. SOSA TENAILLON
  EL FUSIL AMETRALLADOR (Cuento de HORACIO C. SOSA TENAILLON)


EL FUSIL AMETRALLADOR (Cuento de HORACIO C. SOSA TENAILLON)
EL FUSIL AMETRALLADOR
Cuento de
HORACIO C. SOSA TENAILLON
(ENLACE A DATOS BIOGRÁFICOS Y OBRAS
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EL FUSIL AMETRALLADOR
No sé si fue la calma con que hablaba, o cierta autoridad que parecía emanar de su persona; quizá, también, el hecho de que no lo conociéramos, y que hasta ese momento sólo se hubiera limitado a escuchar los comentarios del grupo. No lo sé. Lo cierto es que, cuando comenzó a hablar, quedamos como cohibidos, pendientes de sus palabras en las que creímos notar cierta reserva.
 
-Fui soldado de la quinta división -dijo suavemente-, y no sólo fui testigo de todo aquello sino que conocí a esos hombres aunque, realmente, no podría decir que entendiera lo ocurrido.
 
El tema se centraba en las extrañas circunstancias que rodearon dos muertes, el primer día del ataque boliviano, en la segunda batalla de Nanawa. Un tirador de fusil ametrallador había muerto a consecuencia de disparos recibidos en el pecho, al igual que un camarada suyo, fusilero, que estaba a su lado, y al que lo uniera una gran amistad. Las heridas eran extrañamente iguales, en los mismos lugares del tórax y con las mismas manchas de sangre. A primera vista, unas y otras eran un calco exacto de las producidas por el arma de Villasanti.
 
Se conocieron en el regimiento en que servían y a pesar de poseer personalidades muy distintas, pronto se sintieron entrañablemente amigos. Se los veía siempre juntos en las marchas, en las trincheras, y en las guardias nocturnas de los puestos de escucha durante la prolongada guerra de posiciones. Miguel Ángel González Thompson que los sabía valientes y disciplinados, los utilizaba a menudo en misiones delicadas en algunos de los patrullajes.
 
Morel, sordo y, tal vez, por el propio aislamiento impuesto por ese defecto, era ensimismado y muy dado a frases sentenciosas que no pasaban desapercibidas y que le valieron el mote de "filósofo". "La guerra también tiene sus reglas y el sentido de humanidad no es ajeno a ellas". Y, sobre todo, se lo decía a Villasanti que, dotado de una puntería excepcional, parecía un ángel de la muerte gozando el hecho de segar vidas. Cuando los ataques bolivianos, desnudaba su alma a gritos: "¡atajate ésta, boli!; ¡vas camino al infierno, boli!; ¡ahí tenés lo tuyo, bolí! ", como si él mismo no hubiera de morir. Y, terminado el combate, a veces por el mismo agotamiento, quedaba tumbado sin otra alternativa que resignarse a los reproches de Morel. "Nosotros somos soldados, pero vos parecés una bestia desalmada. ¿No te das cuenta que, al actuar de esa manera, te estás dañando a vos mismo?". Y, el otro, ni palabra, viviendo un sueño porque tenía uno: quería ser tirador de fusil ametrallador; que, en realidad, no se lo daban porque no había. "Mi teniente, ¿por qué no me da ese fusil? Con esa arma... ¡Barrería ejércitos..!
 
Un día, volviendo de un patrullase, trajo un trofeo: ¡un cajón de los mecanismos de disparos del fusil de sus sueños! Alguien lo habría desechado y. . . ¡Lo encontró Villa! Desde entonces se lo vió, noche y día, tallando un trozo de madera que, al poco tiempo, empezó a cobrar forma: una culata del fusil que tanto anhelaba, en la que encastró el cajón.. .
 
Los demás soldados lo miraban en silencio y a la distancia. Evidentemente, Villa había logrado su sueño. Y, terminado el ajuste, el tubo, el bípode y las piezas faltantes para reconstruir el "Brno" parecieron venirle de la nada, hurtándoselas o pidiéndoselas a los armeros.
 
Cuando llegó el momento de la prueba, bajo la mirada absorta de los hombres del pelotón, cargó el arma con estudiada lentitud, la levantó y la sopesó una o dos veces y, apuntándola a un árbol hizo los disparos. Algunas risitas contenidas signaron el acto porque el fusil sólo disparó dos tiros. Tranquilo, con absoluto dominio de la escena, bajó el arma., la examinó, pareció hacerle algunos ajustes, repuso los proyectiles y lo disparó de nuevo. ¡Pum, pum! Nuevamente, sólo dos disparos. El supuesto fusil ametrallador no disparaba ráfagas continuas sino solamente dos tiros. Habría tenido algún problema con el fiador que detiene el movimiento del "block" de cierre. Las muestras de hilaridad disimuladas se repitieron pero él... Ausente. "Ya está -se dijo con profunda satisfacción.-; ya tengo lo que quería". E, ignorando sus espectadores, se marchó silbando bajito.
 
En poco tiempo se hizo célebre. Nadie hablaba sino del "pum pum" de Villa y de "la firma de Villa". Los cadáveres de quienes habían sido sus blancos, presentaban dos horrendos orificios en el pecho. Y, absolutamente siempre, exactamente, los dos en los mismos lugares. Es decir, las heridas, como copiados, eran increíblemente iguales. "La firma de Villa", comentaban al enterrar sus víctimas. Y, nuestro amigo, envuelto en la tétrica atmósfera de su sola presencia -de la que no perecía consciente-, vivía en el mejor de los mundos. "Alguien te pedirá cuentas. ¡Tenés que cambiar!" "¡Callate cura de yuyales!" era, cuando contestaba, la más ligera de las respuestas. Pero... La amistad, incólume.
 
Y llegó el día, en el intenso frío de aquel julio que comenzaba. El pelotón de González Thompson cubría un sector de Punta Mojoli y allá estaban Morel y Villasanti, juntos, como siempre. Alrededor del mediodía, al diluirse en el fracaso el tercer asalto boliviano, los encontraron. Villa, muerto y su arma abandonada en el parapeto. El tirador para el que la guerra había terminado, estaba tendido de espaldas en el fondo de la trinchera con dos grandes agujeros en el pecho. "¡Santa Bárbara bendita! ¡Su firma!" -exclamó un soldado, santigüándose. La apariencia de las heridas era como si él mismo hubiera sido blanco de sus propios disparos. Morel, herido de muerte, a su lado, con heridas exactamente iguales a las de Villa, alcanzó a decir: "Lo vinieron a buscar, por su ruindad..."
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HORACIO C. SOSA TENAILLON
 
TALLER CUENTO BREVE
Dirección:
Imprenta-Editorial
Casa América,
sunción-Paraguay1985 (172 páginas).
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