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EMI KASAMATSU
  BROTES DE OTOÑO (Cuento de EMI KASAMATSU)


BROTES DE OTOÑO (Cuento de EMI KASAMATSU)
BROTES DE OTOÑO

 
 
 

BROTES DE OTOÑO
 
Afuera la temperatura iba descendiendo con lentitud. El viento norte del Polo ya se hacía sentir helado, temprano en la mañana. Los árboles habían cambiado sus ropajes como si quisieran ofrecernos el último esplendor de la naturaleza.
 
Aquella mañana, me había arreglado especialmente, con unas dos piezas de color salmón y una blusa de seda natural del mismo tono que había comprado en un elegante Centro de Compras de la ciudad de Chevy Chase. Salí de mi casa ubicada en la zona residencial de Alexandria en el Estado de Virginia, donde vivía desde hacía ocho años. Caminé unos pasos y sentí el frío acariciar mi rostro. Unas hojas de color amarillo y bordeaux caían revoloteando como unas mariposas; algunas de ellas rozando suavemente mi cuerpo, todavía esbelto, para llegar a su destino. Tenían la perfección en el corte y en el colorido, como si un artesano las hubiera hecho. Se veían también hojas, carcomidas por los insectos que habían llegado, al final, con dignidad.
 
Iba manejando mi viejo Oldsmobile, regalo de mi esposo, por la supercarretera que se dirigía a Washington D. C. Los árboles que se erguían a lo largo de la ruta, ofrecían una vista magnífica, y la luz del sol que penetraba entre las hojas, constituía para mí una, fiesta de colores. Me hacía muy bien contemplarlos, pues esa visión penetraba y llenaba mi alma de la paz y la serenidad que tanto me ayudaban a seguir adelante. Y era, además, como un regalo de la naturaleza que se me iba abriendo como un mundo mágico, espontáneo y flexible ante mis ojos.
 
Hacía tres años que vivía en la soledad de mi viudez. En ocasiones, había llenado ese vacío con reuniones sociales, algunos cursos y viajes cortos; ahora me habían contratado como intérprete en un Organismo Internacional. Era mi primer trabajo y esperaba poder cumplir con todos los requisitos que exigen esas gran-des instituciones. Había sido mucha suerte en conseguirlo, a pesar de no tener experiencia previa. Me había llevado varios meses de preparación y el conocimiento de idiomas logrado en varios países, valió mucho para este ingreso. Me sentía halagada de poder servir de alguna manera y dedicar mi tiempo en algo útil.
 
Llegué al Hall de la institución y estuve registrándome. En un momento, sentí una mirada clavada en mi perfil. Estaba yo inquieta, pero la curiosidad pudo más y lentamente, giré la cabeza hacia la dirección de la mirada.
 
Era él, no podía creerlo... veintiún años habían pasado desde que habíamos dejado de vernos. .. Rodrigo Duarte frente a mí.
 
La otrora estampa juvenil, algo frágil, se había transformado en la de un hombre distinguido y maduro y todo su ser irradiaba serenidad y aplomo. El elegante traje a rayas de color gris oscuro de buen corte que vestía, hacía imponente su presencia.
 
Por un instante, quise desaparecer, correr muy lejos para evitar ese rostro tan amado en mi juventud y recordado por años. Mis piernas no se movían, como si mis tacones estuviesen clavados en la alfombra; quedé inmóvil.
 
-"Mucho gusto en volver a verla, señora..."
 
Me dijo con voz suave y la cálida y carnosa mano que me ofrecía presionó la mía.
 
Me enteré que él presidía la Delegación de su país a la Asamblea de Gobernadores. A sus acompañantes se los veía solícitos rodeándolo.
 
Sueños de juventud... sueños... proyectos...
 
Rodrigo era estudiante de Economía. Por él el capullo de mi corazón se había abierto por primera vez. Desde ese día, el mundo para nosotros fue de flores, perfumes e ilusiones. La primera experiencia deja en uno un sabor parecido a las guindas, agrio y dulce y humedecido como las frescas mañanas de la primavera.
 
Y todo quedó en nada.
 
En vano, aquella tarde, en el parque, habíamos tratado de detener el tiempo. Caminábamos tomados de la mano, en un inmenso verde sin fin. En vano habíamos tratado de concretar nuestros sueños y nuestro futuro. Éramos demasiado jóvenes, y yo no tenía otra alternativa. Sólo el viento que soplaba y hacía murmurar las hojas de los árboles y los pétalos de los lapachos en flor que caían girando al suelo, eran testigos de nuestro inmenso amor.
 
El siguiente sábado debía casarme con otro.
 
Debía porque mi misión era ser el enlace entre dos firmas comerciales que se fusionarían, uniéndome con el heredero de una gran Empresa, para así poder salvar la Compañía de mi padre, que estaba al borde de la quiebra.
 
No sabría decir cuándo empezó ni terminó la boda. Sólo me di cuenta de la realidad cuando nos alejábamos de mi pequeña y amada patria. El verde intenso de los bosques estaba serpenteado por las curvas del río, que después se veía descargar con furia sus aguas en grandes torrentes sobre las rocas, formando arco iris, espumas, dolor y lágrimas. Y todo confundía en una espesa niebla y atrás se quedaba todo en el olvido, en el pasado.
 
-"Champán y flores para los recién casados".
 
Dijo la aeromoza trayendo sobre una bandeja de plata dos copas de cristal y una tarjeta de felicitación del Capitán.
 
Hubo más champán, joyas, pieles, coches y viajes... Mi esposo me colmaba de atenciones. Era natural, un poco débil de salud y aburridamente sensato.
 
Aun así, varios atardeceres había mirado con nostalgia, el horizonte donde se perdían el mar y cielo, buscando otros rumbos, otras brisas, otros rostros.
 
Solía recordar las palabras de mi madre, en víspera de la boda.
 
-"Que seas muy feliz, hija... Te lo mereces y cumple con las obligaciones de una buena esposa: El es un hombre muy correcto, sincero y, sobre todo muy respetuoso. Te hará feliz. Nosotros estaremos rogando por tí y nuestra gratitud será eterna".
 
El tiempo iba pasando y había nacido en mí una mezcla de afecto y gratitud hacia él por todas esas muestras de cariño que, día a día, me ofrecía para agradarme. Traté de encontrar afinidades y gustos que compartir. Era suya y debía seguir hasta el final. Debía retribuir su amor con la misma intensidad. Y cada día que pasaba, decía muy dentro de mí:
 
-"Soy su esposa... debo amarlo, se lo debo a él todo, mi familia, mi tranquilidad, mi futuro."
 
Y, como unas gotas de agua que caían e iban llenando el vacío, un día me di cuenta de que había llegado a ser una verdadera compañera de su vida. En nuestro hogar era amable y cariñosa, en lo social desenvuelta y cordial y, en los sucesivos viajes y mudanzas. comprensiva y con amplitud de criterio.
 
Nuestra armoniosa convivencia fue truncada por su salud que iba deteriorándose y, a pesar de los grandes descubrimientos de la medicina nuclear, el cuidado en los hospitales mejor equipados, sumado al inmenso deseo de vivir y mis desvelos, él no pudo contra los designios del Creador. Era una apacible tarde de los últimos días de verano.
 
A menudo recordaba sus últimas palabras, que eran para mí una luz en la oscuridad.
 
-"Gracias por haber compartido tu vida con la mía durante dieciocho años. Sabía de tu sacrificio al unirte conmigo; sin embargo, has procurado en todo momento agradarme, con tu cariño, tu bondad y dulzura. Que Dios Te bendiga, yo estaré cuidándote. Trata de ser feliz. Te lo mereces…"
 
Pensándolo bien, había sido un privilegio haber sido esposa de un hombre como él.
 
Hacía tres días que había iniciado mi trabajo, me dirigía hacia Alexandria un poco cansada por la tensión y la falta de costumbre. A lo lejos se veía mi casa, oscura y triste. El sol ya había desaparecido, y los árboles habían perdido sus colores. Al escuchar el ruido de mi coche, Tommy, mi perrito, empezó con sus alaridos. Su recibimiento fue tan efusivo que palió en algo mi fatiga.
 
Llegó mi vecina con un ramo de flores, envuelto en un finísimo celofán y que habían traído en mi ausencia. Hacía años que no recibía flores y, con cierta emoción y asombro, abrí el papel. Encontré unas rosas radiantes de color salmón y . . . un sobre.
 
-¿Quién será... ?
 
La nota decía: "Espero tener el placer de invitarla a almorzar, el jueves 19 de octubre en el Restaurant Sans Souci, a la 1 p.m. Con respetuosos saludos… Rodrigo."
 
Guardé la tarjeta, me senté en el sofá y, con los ojos cerrados, respiré muy hondo para apaciguar los latidos de mi corazón y, luego, pensé en mi esposo.
 
¿Qué hago?... y él pareció decir: "Ve, querida."
 
Estuvimos sentados frente a frente. El era ahora una personalidad y yo una simple intérprete. Había habido un paréntesis de más de dos décadas desde que nuestras vidas se separaron. El había dedicado su vida a la política y a las finanzas de su país, obteniendo un récord en la administración de los fondos, del Ministerio, lo cual le llenaba de satisfacción. Por otro lado, se había guardado celosamente su soltería.
 
La comida fue de lo más exquisita. Por algo el Sans Souci era considerado el mejor restaurant de la Capital, en lo que a comida francesa se refiere. La caballerosidad de "Su Excelencia" me hacía sentir como una princesa.
 
Prometimos volver a vernos...
 
Unos seis meses después, los periódicos de un país del Hemisferio Sur anunciaban: "El Doctor Rodrigo Duarte C. viajará al país del norte para la firma del contrato de..."
 
En el norte había llegado la primavera, los brotes y las flores asomaban por doquier, como una explosión de vida.
 
Las melodías de las Cuatro Estaciones de Vivaldi se escuchaban como en sueños. Unas rosas de color salmón estaban dispuestas artísticamente sobre el piano, junto al retrato de mi esposo que sonreía. Cuando lo miré fijamente a los ojos, me pareció que me decía:
 
-"Sé feliz."

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EMI KASAMATSU DE ENCISO
 
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Fuente :


TALLER CUENTO BREVE


Imprenta-Editorial

Casa América,

Asunción-Paraguay1985 (172 páginas).

 
 
 
 
 

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