GLOSA A UN CUENTO DE BORGES
GLOSA A UN CUENTO DE BORGES
La curiosidad, señor Acevedo, tiene sus límites. Recuerdo los rostros amigos cuando mi marido subió a la luz del día, luego de nueve años en el sótano de nuestra casa, escondido ahí para escapar del tirano Rosas. Las miradas atónitas se detenían en las manos fofas, pálidas de encierro. A lo largo de esos nueve años, yo he observado el límite de muchas situaciones, señor. Sin nunca preguntarme por lo que no era, sin nunca ponerme a mí misma límites. ¿Será que aprendí de mi cuerpo, que estuvo en acecho todos esos años, bajando al sótano y subiendo de él, sabiendo que en cualquier momento la muerte llega?
Mi cuerpo y una parte de mi mente vivieron así. Pero no toda yo. Le digo, señor Acevedo, que en los días que pasé cosiendo ropa para el ejército -así alimenté a los dos hijos que me nacieron, ante el oprobio de parientes y amigos que creían muerto a mi marido- dejé que me naciesen también las preguntas. No permití que el vivir burlando a la Mazorca, fuese una costumbre para mi mente. No permití que mi vida fuese como el agua del aljibe: ¡ser tan libre y un día caer al pozo! ¡No! ¡Eso no para mí!
Ni el padecimiento de mi esposo ni el del país -todos recuerdan aún el horror en que vivíamos, todos sabíamos la sentencia inapelable que el tirano podía escribir, en cualquier momento, con la sangre de los otros- impidieron que yo pensase, que detuviera mi curiosidad, que se nutría de algo fuerte y oscuro, que alguna vez se pareció a la alegría de vivir.
Por eso, señor Acevedo, le pregunto: si mi marido se hubiese escondido en una torre, alta e inadvertida; si el sol y este perfume de setiembre hubieran saluda do cada día su rostro -no la humedad nefanda del sótano en que vivo agazapado nueve años-; si sus pasos, sobre mi cabeza, hubiesen sido el caminar de un hombre que arrostra la muerte y . . . si en vez de bajar yo todos los días al sótano -era un rito de tinieblas, señor- hubiese subido a verlo, cuando la luna era capaz de sombras naracaradas en el jazmín del patio?
Estas preguntas ya no me sirven. Lo sé. Pero es extraño darse cuenta de que el arriba y el abajo tengan tanto que ver con los sentimientos y se prolonguen en mi mente, sin dejar lugar a la paz del olvido.
Dirección: HUGO RODRÍGUEZ ALCALÁ
Asunción – Paraguay 1984 (139 páginas).
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