PARAGUAY, QUÉ CERCANO TU RECUERDO
y VOLVER, del Poemario
QUÉ CERCANO TU RECUERDO (1970)
PARAGUAY
A todos aquellos que lo desean
I
QUISIERA cantar esta vez, desde lo más íntimo de mi conciencia,
al pueblo sumido, en dolor, quebrantado,
olvidado por la geografía, metido en las entrañas de América,
y allí, en penuria, y triste, tanto tiempo abandonado.
A tí quiero cantarte, Paraguay, sin artificios.
Quiébrense mis palabras si pretenden encubrir la pobreza de la emoción y del concepto.
Sólo un sollozo quiero, un ¡ay! de angustia, primitivo,
o el cantar variado de las aves, o el hondo palpitar del viento.
¿Qué destino es el tuyo, Paraguay, dividido en la faz de tus tierras
por la espada reluciente y fría del río que te nombra?
¿Qué debes hacer tú, Paraguay, qué papel desempeñas
bajo la Cruz del Sur, rumoroso y callado, ardiente y con sangre
. a cada esquina de tu historia?
¿Habrás de ser tan sólo el país que menosprecian los vecinos,
. el país de la mofa?
¿Habrás de ser, oh Paraguay, la Patria despreciada por sus propios hijos?
¿Y siempre habrás de estar, Paraguay, a la zaga del tango
. porteño, de la zamba carioca?
¿Qué tienes tú, dí, Paraguay de insatisfecho, qué hay en tu ser de incomprendido?
¡Ah, qué hervor atropellado de la sangre que ya no se contiene!
Qué angustia ya crucial de romper con las manos, con los pies, a dentelladas.
¡El enigma que tienes, Paraguay, en tu seno y que reviente,
y nos llene por siempre de quebranto si es muerte, o nos llene,
. si es vida, de entusiasmo, la cara!
¿Por qué esa angustia, dí, por qué esa faz reconcentrada con surcos de tristeza?
¿Por qué nunca se acaba en tí lo que se empieza?
¿Qué peso te anonada que no puedes erguirte y saludar la aurora con tus manos?
¿No tienes tú, la tierra más hermosa y las plantas más bellas?
¿No tienen tus entrañas esperanza ninguna que puedan dar a luz?
¿No tienes tus mujeres abnegadas y fuertes, no tienes hermosísimas doncellas?
¿O no tienes, dímelo a mí en secreto, no tienes juventud?
¡Ah, Paraguay, enigma de esta parte de América, centro del Sur, ombligo
retorcido y profundo; en apariencia sólo, en apariencia, claro;
habrá que penetrarte, enmarañada selva, surcar todos tus ríos,
adherirse a la tierra y sorprender el curso de los astros!
Habrá que echar afuera la máscara de oprobio, el antifaz de muerte,
y desnudarte, Paraguay, para auscultar tus males, palpar tu pulso
. en el latir de los siglos,
reconocerte, en fin, y recrearte en el empeño noble de traducir fielmente
tu esencia, Paraguay, y tu destino.
II
AQUÍ estamos nosotros, Paraguay, la juventud que ha visto
. la más cruel de las barbaries;
aquí estamos con fe, con fe a ciegas y a pesar de todo,
para izarte en los brazos de nuestra mística indomable,
asidos a la tierra bermeja de tus campos pero alzados al cielo los ojos.
Aquí estamos nosotros, Paraguay, de vuelta, a lomos de la desilusión paterna,
de todas las callejas del odio y mezquindad,
de todos los eriales sangrientos de luchas sin estrellas,
de todos los pantanos falaces de lóbrega mediocridad.
Aquí estamos, desnudos de intereses de a uno en contra del hermano,
con ansias de guardar para siempre esta mística altiva,
sin orgullo de fatuos; con fe y con esperanza, a plenas manos,
y sin odios tampoco: ¡sólo el amor de vida!
Aquí estamos de pie para emprender la ruta de tu noble destino,
romeros, sin bordón, del pasado glorioso de tu más vieja historia.
y adelantados firmes de todas las empresas que te lleven por signo.
Y cuando sea duro el caminar sin besos, florecerá en los labios
. la guarania más honda.
III
TU historia, Paraguay, tu historia ha sido bella.
De aquella selva innominada, España plasmó tu ser ardiente,
. Paraguay, con ascendencia guaraní remota.
De sol y selva tú, de ñandutí y quebracho y el misterioso
. espíritu trascendental de esa tu lengua,
con la cultura occidental, la fe y la sangre que España te brindara con sus proas.
Y fuiste audaz y fundador místico.
¡Qué temple el tuyo, Paraguay, cruzando inmensidades!
Y cómo fuiste a difundir la vida, sembrando pueblos a la vera
. de los montes y de los ríos.
Y se llenó la selva de oraciones y cantaron las piedras y los árboles.
¡Salazar, Alvar Núñez, Irala, Ruiz Díaz de Guzmán, Hernandarias, Saavedra!
Huesos de nuestros héroes jalonando desiertos y llenando pantanos.
Y aquel hombrazo, gigantón, el duro y dulce fray Bolaños,
. conquistador a lo divino de esta tierra.
Y un corazón que funde razas, en las llamas del sacrificio todavía palpitando!
Y esa tu sangre, oh Paraguay, tu sangre derramada, Paraguay, tu sangre,
¿por qué habrá sido necesaria?
Seis años de inmolarse juventudes, y los ancianos y los niños,
. ¡qué mar para empapar la tierra madre!
¡Y sin embargo, aún faltaba la sangre, la más pura, por defender
. nuestra heredad robada!
Faltan las guerras fratricidas para calar el fondo de nuestra complicada esencia.
Nos faltaba sentir el más desvicerante escalofrío, faltaba el odio y la miseria.
Faltaba la vergüenza de meterse la Patria en el bolsillo.
Pero ya basta, basta, detén tu andar; has pasado, romero,
. las cumbres de tu alcurnia.
Y en ese tremendal de la miseria el barro te ha llegado hasta la boca.
Contempla tú, romero, y medita, mas no dudes; no te detengas,
. que es preciso emprender nueva ruta.
Esa tierra empapada de sangre germina en primaveras y renace la gloria.
IV
¡DE PIE y a andar, adelantados, con este alborear de nueva vida!
Hay un clamor que llega del fondo de las selvas, del fondo de las
. aguas, del fondo de la raza.
Y nosotros lo oímos, Paraguay; estamos decididos a seguir tus consignas.
¡Bendice nuestra empresa y cíñenos la espada!
Y escucha nuestro grito, al partir, el grito de nuestra juventud juramentada:
Yo te saludo, Paraguay, yo te venero, desde lo más profundo de
. mi alegría y de mi pena.
Patria, mi Patria, madre, indomable y altiva, en dolores de parto,
. vanos, eternamente torturada,
yo te prometo que he de ser ya por fin el hijo que redima tu miseria.
Yo te lo juro, Paraguay, yo te lo juro en este día.
Si no, que mi cerebro se reseque, se abrasen mis entrañas.
Que me maldiga el aire, que me maldiga el fuego,
. que me maldiga el agua y que la tierra me maldiga
y sea echado de mi propia casa.
Porque te amo, Paraguay, yo te quiero de veras.
Con tu miseria y todo, con tu prostitución a cada esquina,
yo sé que estás intacta, Patria, virgen en el hondón de tu más pura esencia.
¡Y el lodo... ! ¡Yo sé que con el lodo modeló Dios la estatua en que infundir la vida!
Tu juventud te asigna en el futuro el puesto de la maduración.
No importa que ahora seas desconocida, pobre, humilde,
. muy humilde, geográfica tierra.
Desaparece el grano, muere el grano en las entrañas de los surcos, para reventazón.
Y tú serás lozano, Paraguay, después de tu humildad, para próximas eras.
Entonces, Paraguay, entonces habrá llegado el futurevo, nuestra edad novísima.
Tus aguas cantarán romances de concordia y de progreso en turbinas
. de luz para las almas.
Tendremos palomares que ansíen el azul sin igual de nuestro cielo,
. siguiendo el hito de los cocoteros, siempre arriba.
Y volverán las piedras a adunarse en templos, a adunarse en torres,
. veleros proa a Dios por los mares del ansia.
Es nuestro empeño, oh Patria, Paraguay, nuestra fe ciega
. con la ayuda del Dios de las Naciones.
Y no hallaremos paz hasta sentir que brota
la nueva claridad en las montañas, en los ríos, en los campos
. y en el pecho y cerebro de tus moradores.
Al conjuro solemne y difícil del Poema que iniciamos ahora,
en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo,
y sin desmayo, hermanos en la mística nueva, a iniciar el Poema:
¡es la Hora!
QUÉ CERCANO TU RECUERDO
¡QUÉ cercano tu recuerdo,
Paraguay!
No han podido los años esfumarlo.
Si fue tan sólo ayer
cuando salía, sin despedir a nadie!
Sólo en la portezuela alcé la mano un rato.
Yo no me fui, salía
de paseo
y no creía que durara tanto.
Todo quedaba allí. No llevé nada.
Todo: los libros, los momentos
que trenzaron veinte años,
los amigos,
los mangos de los íntimos coloquios,
la luna que mordía tantas noches,
los afanes,
la Academia, los disgustos,
los aplausos.
El niño detenido,
mi protesta.
Una ametralladora bajo un árbol
en la entrada del Palacio,
y la ruta trazada en la selva,
y los doscientos lapachos.
Hasta la cotorrita
que enterré en la plantera
cuando me la mataron.
Se quedó todo allí.
Allí.
Más que mi corazón, mi vida.
Por eso tu recuerdo, es mi vivir
cercano.
Te tengo junto a mí cuando viajo
por Castilla.
Se desvanece el trigo, el páramo,
la nieve,
y surgen, como chorro de luz,
los cocoteros.
Hay orquídeas en los pinos de la Sierra
y por el Duero ya no navegan los barcos.
Vives en mí, maduras,
trenzo la urdimbre
de un ñandutí que reza, llora y canta
y habla.
¡Habla!
Convivo con vosotros, juventudes,
las del afán brioso
y el empuje que le muerde a la Aurora
para que no se tarde.
¡Ah, juventud, mi vida,
mi ensueño y mi descanso!
Estáis ahí, aquí, conmigo,
vosotros, a quienes he gestado.
Llenáis la madurez
de mi sentir
o me faltáis
como le falta el agua al páramo.
Ahí, aquí, conmigo.
Siempre.
Y llegará el momento de encontrarnos.
VOLVER
(A los amigos paraguayos que están lejos)
HAY que volver, amigo.
No dejes que una noche muy larga te lo impida.
Controla tus luceros.
Cuando sientas que va a caer la tarde
Ponte el hato a las espaldas
y regresa.
Te esperan los lapachos.
Hay uno, siempre -el tuyo-, inflorecido
por tu ausencia.
Te espera el manantial que ha detenido su corriente.
Verás cómo, otra vez, se desparrama.
Verás cómo florece de nuevo
aquel jazmín de tus ensueños.
Hay que volver, amigo.
Hay que volver desde la pena.
Desde la pobre pena agazapada
en la esquina,
para el escalofrío de una inquietud
de la que huyes.
Vive como si no vivieras.
No se enraícen tus entrañas
en el suelo que pisas y no es tuyo.
No es verdad que seamos ciudadanos
de toda la tierra.
Te hicieron la selva y el Chaco.
Te hicieron estos ríos
de tibio caudal como el de las venas.
Te hizo esta tierra roja,
la sangre de la historia de tus padres
soñolienta
en el surco apenas iniciado.
Hay que volver, amigo.
Yo me vuelvo.
Es aquello lo mío. Aquí
sin duda tengo más. Tengo
los lazos de la sangre, el sentimiento,
la cultura de siglos,
y un porvenir que ríe en cada alba.
Pero el hilo sutil de aquella voz,
el cuenco
de un cariño infantil, que añora verte,
el azahar de los naranjos
el sortilegio de algún atardecer
entre las palmas,
el misterio, la angustia y el suspiro,
el dolor y el gozo eviscerante,
eso sólo está allí
y yo no puedo vivir faltándome tanta alma.
Pronto,
antes de que te clave otro lucero.
Hay que volver, amigo.
Allí te espero.
Y allí, cuando te duela todo,
cuando sientas que muerde la malicia,
has de quedarte.
Editorial El Lector,
Prólogo: ROQUE VALLEJOS,
Asunción-Paraguay 1997.
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