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Edith Jiménez (+)
  LA NUEVA PINTURA DE EDITH JIMÉNEZ, 1990 (GALERÍA MICHÈLE MALINGUE)


LA NUEVA PINTURA DE EDITH JIMÉNEZ, 1990 (GALERÍA MICHÈLE MALINGUE)

LA NUEVA PINTURA DE EDITH JIMÉNEZ

GALERÍA MICHÈLE MALINGUE,

Dirección: ADRIANA ALMADA/ Fotografías: FERNANDO ALLEN

Asunción-Paraguay, agosto 1990.




Dios mío!

porqué me miras?

Te apoderas de mí

y entonces me manejas a tu antojo.

Entonces yo pretendo llevar

a mis amigos, belleza,

paz, amor, alegría,

tranquilidad…


Por éste arco iris,

por ésta música,

con humildad te digo, Señor,

Gracias Dios mío…


Edith Jiménez.


Abstracto I (1964) – 60 x 85 cms.



LA MUTACIÓN INTERIOR

ADRIANA ALMADA


Edith Jiménez habla de su arte con el balbuceo del niño que acaba de realizar un prodigio y no sabe cómo explicarlo. Más aún cuando lo realizado trasciende los límites del intelecto para incursionar en el territorio de la pura intuición, en el territorio particular e íntimo donde la artista se reconoce y se "reencuentra".

A pesar de la sorpresa que pueda despertar en muchos, es obligado decir que EDITH JIMÉNEZ no irrumpe en el abstracto tras años y años de pintura figurativa. No. Después de dos décadas y media de paisajes y escenas costumbristas, Edith retoma el hilo de una experiencia iniciada allá por los sesenta (1964, para ser más exactos), que la llevó a bucear en el color y la textura, respondiendo al espíritu de la época, que reivindicaba la espontaneidad y el informalismo.

Entregada al suceder, dejándose llevar, sin conceptualizaciones ni bocetos, Edith fue generando, durante un año, las obras que integran esta muestra. Y durante todo este tiempo, vivido con la certitud de una mutación interior, fue elaborando este proceso en el que se destacan nítidamente tres momentos.

El primero, donde las manchas todavía sugieren el encanto y el misterio del paisaje; el segundo, llamado por ella "melodías", donde se desprende ya de la figura para liberar el color; y el último, "sin título", donde la libertad impera y la impulsa a combinar superficies coloridas con los rasgos propios del gestualismo.

¿Qué ha sucedido? ¿Quién es esta Edith que hoy se nos revela con la potencia de un espíritu vanguardista y la dulzura de un espíritu macerado en la soledad y el silencio?

Los psicólogos hablan del Yo profundo, aquél que emerge (o se descubre) cuando todos los otros yoes se han acallado. Aquél que trae de lo más lejano y último de nuestro ser el mensaje común a todos los hombres: la realidad de lo eterno y la inmutabilidad del cambio.

La nueva pintura de Edith Jiménez así lo testimonia.


Melodía I – 60 x 81 cms.



HACEDORA DE ENSUEÑOS

LUIS UGHELLI


Una peculiar cualidad para sugerir ensueños, he notado siempre en las pinturas de EDITH JIMÉNEZ, especialmente en sus acuarelas. Ensueños, porque su obra no está volcada intencionalmente hacia un figurativismo explícito, sino hacia insinuaciones que generan profundas sensaciones, que son percibidas mediante la descomposición de colores y formas sin claras definiciones, como son las imágenes que habitan los territorios del ensueño.

Ahora, en esta exposición de óleos en la Galería de Michèle Malingue, EDITH JIMÉNEZ nos brinda la posibilidad de conocer nuevas muestras de su arte. Después de 26 años, vuelve a producir trabajos dentro de lo conocido como "abstracto".

Aunque de ella se conoce mucho más ese lenguaje de paisajes desolados, con sus ingenuas aldeas, su naturaleza cándida y esa vitalidad palpitante que se siente en los brillos, EDITH JIMÉNEZ siempre ha dejado ver una tendencia de libertad en sus obras, inclinaciones hacia una estilización de formas o a una insinuación figurativa. Ello conduce a pensar que no siempre la figura es lo más importante; muchas veces lo es solamente en la medida en que hace al conjunto.

En los cuadros de Edith, la figura emerge a veces como un aspecto más del universo enmarcado, y otras se esconde entre las luces o los trazos, dando lugar a sensaciones distintas, a ideas de otras dimensiones. Aquí la capacidad expresiva de Edith estalla en tonos, formas y colores que aparecen plenos de libertad sobre la tela, pero sin perderse el cuidado estético ni un estilo de líneas que hacen al nivel artístico de esta pintora.

La presencia de dos antiguos trabajos de 1964 permite también apreciar la evolución estético-plástica de Edith, y ver los recursos y las tendencias. En estos dos cuadros, en los que se puede ver la presencia de mucha fuerza, mucho cuerpo, la luz ya juega un papel constante. Cierto carácter cósmico, anticipa la llegada de la tupida naturaleza que se percibirá después, a través de los años, tanto en las obras de corte figurativo, como en las de esta exposición.

Es destacable la presencia de dos grupos de cuadros muy significativos; por una parte, unos que parecen más bien resultado de ensayos cromáticos, experiencias de un tránsito por puntos y líneas, brillos y sombras; trabajos despojados de volúmenes, planos, que permiten ver una búsqueda antes que una obra plenamente lograda. Y por otro lado, nos encontramos con unos cuadros (diría yo los principales), en los que se nota perfectamente una magnífica maestría, un orden de cosas que, dentro de su género, deja ver la gran madurez artística de EDITH JIMÉNEZ.

En estos cuadros, la luz de la naturaleza (soles, aguas, selvas), rescatada por la artista, se conjuga perfectamente con los aspectos de leve figurativismo que emergen de vez en cuando. Si bien en unos cuadros lo figurativo parece atentar un tanto contra la continuidad de una línea específicamente "abstracta", en otros hay un nivel de exacta integración. A través de estas obras podemos saber del espíritu movedizo de Edith; inquieto, inconformista, que se agita sobre la tela hasta lograr plenitudes admirables. Hay que señalar también la acertada selección de cuadros que realizó la galería, selección que cumple además con un papel didáctico, pues ofrece faces de la artista dentro de una línea específica. Edith Jiménez, hacedora de ensueños, nos muestra en esta exposición un camino más de su universo creativo, y la posibilidad de ver en cada cuadro, la infinita riqueza de su interior.



ALGO NUEVO Y SUGESTIVO

JOSEFINA PLÁ


La palabra abstracto parece arrastrar consigo la idea de despojo, la del vaciamiento de todo sentido que no sea el que consigo traigan las zonas pictóricas al someterse a límites armónicos en su extensión, y el correspondiente al color con su área y vibración proporcional sometidas a leyes matemáticas asequibles al ojo corriente. Pero existe también el otro abstracto: aquel que organiza el impulso primigenio de la forma, en un aletazo a lo inteligible, apelando a lo sensorial nutrido de vivencias a todos los niveles y de todas las ascendencias: a la Forma, en el umbral de su aparición es lo intuitivo.

Este abstracto parece identificarse con el que Edith nos presenta en sus cuadros, en cada uno de los cuales vibra, en difícil ambigüedad gestante del querer ser, la afirmación de que "todo lo perceptible tiene por límite la forma".

Así ese cuadro que sugiere el natalicio de un astro asestando su alaguadaña de serafín al infinito, en espiral genésica. O ese otro que podría ser para un poeta superrealista un ramo para una boda de luceros; o mejor, San paisaje urbano escalando la noche. (Sin abdicar, por ello, de su faz abstracta, que pide únicamente contribución a la línea sin definición objetiva y al color fungiendo, en área y matiz, por sí mismo). Sólo que a esto se añade un tercer misterioso elemento, padrino de la Creación, con mayúscula y sin ella: la fantasía...

Edith, pintora ayer y hoy, grabadora desde hace tiempo y siempre, sigue en carrera cobijada por su magnífica modestia, en su labor toda entrega, en la cual, permaneciendo siempre fiel a sí misma, puede, por ello, ofrecernos algo nuevo y sugestivo en cada muestra.



Sin título – 60 x 60 cms.



LA MATRIZ DE LA IMAGEN

TICIO ESCOBAR


La primera imagen de EDITH JIMÉNEZ se formó con la pintura; discípula de JAIME BESTARD, Edith comprendió el aporte fundamental de su maestro: el manejo del color y la preocupación por la estructura plástica. Munida de ese bagaje doble, comenzó a desarrollar una figuración que fue deslizándose progresivamente hacia las posibilidades más íntimas de lo propiamente pictórico y centrándose precisamente en los aspectos compositivos y cromáticos que aprendió de Bestard.

Pero, de pronto, la imagen cambia de escena: las consecuencias se producen en el grabado. Y un mundo de puras formas, de colores, sonidos y silencios anuncia la autonomía de lo visual en sus grandes xilografías abstractas que, aunque sugieren frutas, lluvias, el recuerdo de figuras espaciales o grandes estallidos, básicamente significan desde el mismo juego de sus tonos y veladuras, de sus siluetas opuestas y superpuestas.

Durante un tiempo su imagen discurre por cauces separados. La pintura se refugia en el paisaje, a veces en naturalezas muertas, mientras que el grabado indaga las posibilidades expresivas de la pura composición y el color. Desde hace unos años esos mundos diferentes comienzan a revelar sus vínculos secretos. La pintura progresivamente se alimenta de un otro espacio y de luces nuevas y desanda el camino del paisaje; borronea los rastros de árboles y casas, presiona sus formas, aprieta sus contornos según los móviles oscuros de fuerzas propiamente plásticas. En esta muestra, Edith da un paso más: el color, vuelto signo y materia, se enfrenta a la figura; la acosa y, por momentos, la suplanta desgarrando el espacio representativo y descubriendo el movimiento bullente de los matices y los tonos: la misma matriz de la imagen. A partir de este encuentro, Edith puede enriquecer su imagen tanto con la densidad matérica del óleo como con las fuerzas desnudas que, desde detrás de la escena, organizan el movimiento y definen la suerte de las figuras. A punto de esfumarse, tragados por el impulso propio de la pintura, los elementos del paisaje se estiran, se desfiguran, devienen otros; son ya recuerdos de sí mismos: el anuncio de una ausencia o la clave de un lugar desconocido.

Cada encuentro de caminos es también una encrucijada. Y esta confrontación que Edith establece hoy entre sus diferentes imágenes es tanto sitio de llegada como punto de partida.



Abstracto II (1964) – 81 x 114 cms.



LA FORMA, EL COLOR, EL SILENCIO

 JUAN MANUEL PRIETO


En la obra creativa de EDITH JIMÉNEZ la figura y la simple composición de formas se alternan cíclicamente, ejerciendo influencias recíprocas y alimentando, de esa manera, el bien definido estilo de la artista. Edith es la misma en el grabado monocromático que en la pintura paisajística, la misma en la superposición de formas totalmente abstractas que en la explotación dramática de las vetas de la madera.

¿Hay aquí un origen individual para cada una de sus manifestaciones, o todo nace de un tronco común? Claro que puede haber más de un origen, aunque de hecho cualquiera sea el tema por ella elegido y la técnica a desarrollar, su verdadero motor creativo se apoya en una intuición poco común para los colores y sus valores, así como en una decisiva exactitud en el pesaje de las formas.

Cualquier intento renovador, en su obra, proyecta al espectador hacia todo el proceso de su creación, que por fuerza nace en dos vigorosas y determinantes fuentes de aprendizaje: JAIME BESTARD y LIVIO ABRAMO. Si el primero aportó una inclinación afectuosa hacia los colores de un pasado impresionista, el aporte de Abramo se centró en una respetuosa ternura hacia el entorno, por convencional que fuese, siempre y cuando el objeto a tratar fuese captado ritualmente por la artista, en un esbozo a lápiz, un grabado en madera o en toda la dimensión del óleo... un sencillo bodegón se transforma entonces en toda una propuesta de luces y formas, una composición no figurativa en un escenario de vivencias. De Bestard heredó Edith Jiménez una despreocupación total de la validez conceptual de la obra creada, pero además un ideal de luminosidades y volúmenes que necesita imperiosamente asumir una forma figurativa para justificar su existencia, sin importar actualidad ni lenguaje, sin más pretexto que la convicción de la artista.

No nos sorprendamos, entonces, que en cuarenta años de contacto con el público, Edith venga ofreciendo etapas que se suceden entre sí y ocasionalmente se superponen: primero, la geometrización del objeto real; segundo, el entusiasmo irrefrenado hacia el grabado; tercero, la ampliación desmesurada como punto de arranque para la abstracción de los colores y a esos capítulos siguieron el grabado cromático en gran escala y finalmente un largo, premeditado estudio del paisaje como proceso de amortiguación para volver, últimamente, al gran amor de la artista hacia la pintura no figurativa.

Así, ese regreso que hoy se concreta en nuevos signos, nuevas combinaciones, se apoya a su vez en dos orígenes inmediatos: la muestra de grandes grabados realizada en diciembre de 1988 y la serie de acuarelas sobre temas paisajísticos -recordemos, dramáticos- que siguió unos meses después.

Como resultado, Edith nos presenta ahora una explotación muy intensa de las formas y los colores, en tres planteos independientes, que reflejan otras tres propuestas de su inquietud actual: primero, un lenguaje de formas y colores armonizados; después, una gran curiosidad hacia todo lo abstracto en las derivaciones del paisaje y, por último, el juego de simples formas y colores yuxtapuestos rítmicamente. Tres propuestas en una visión, combinadas coherentemente.

Y detrás de todo esto, aquel misterio insondable de la relación del artista con su obra... ¿Escapa Edith a ese misterio? De ninguna manera, también ella, a pesar de tanta obra expuesta, apenas deja entrever algo de sus sueños, sus temores, sus largos y a veces nunca bien compartidos silencios.



DESAFÍO, LOGRO Y AVENTURA

LIVIO ABRAMO


Por senderos llenos de desafíos, de logros y de aventura se lanza EDITH JIMÉNEZ en esta nueva fase de su pintura. Mejor sería decir de sus varias fases cuando constatamos que sus conocidas y habituales imágenes se deshacen en informales caleidoscopios de colores; cuando la artista osa avanzar por inesperadas experiencias puramente sensoriales y cuando, finalmente, sus pinturas asumen un tono premonitorio y casi apocalíptico en sus telas más grandes.

En estas series de pinturas si no encontramos aquella unidad de estilo, característica en la pintura de Edith Jiménez, encontramos, por otra parte, una riqueza de soluciones tonales realmente notable y -creemos- el anuncio de nuevas y más ambiciosas metas.

Caminos desconocidos y peligrosos... pero fascinantes...



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