JACOBO RAUSKIN Y LA POESIA DEL DESENCANTO
El jueves 15 de noviembre pasado, por la tarde, a una hora en que ya los calores de esta primavera caprichosa amainaban, se cumplía el deseo que sentí inmediatamente después de cerrar ESPANTADIABLOS, del noveno ganador del Premio Nacional de Literatura, JACOBO A. RAUSKIN: el de dialogar con su autor respecto de los temas e ideas que la lectura había suscitado en mí. A pesar de haberme explicado con gran pericia la manera de llegar a su casa, y de que yo hube resuelto el laberinto con éxito para gran sorpresa de mí, principalmente, el poeta me esperaba en la puerta, presintiendo, como pareció, mi habitual poco sentido de orientación. Seguiría, pues, un enjundioso diálogo en el que sus respuestas a mis preguntas surgían inmediatas, densas, concretas, suscitando otras y otras más, obligándome a vigilar de cerca el esquema que yo me había fijado seguir. De lo contrario, habríamos podido ir así hasta el amanecer. Las líneas que siguen son el intento de compartir con el lector algo de aquel intercambio de ideas. Espero no traicionar demasiado lo dicho entonces por el autor de ESPANTADIABLOS.
"Convierto al desasosiego en mi maestro", dice Rauskin desde el 'Prólogo, cita y dedicatoria, todo en uno'. Así, lejos de serenar los ánimos, los poemas intentan expresar el desasosiego del autor y despertar en el lector las inquietudes que provocan los difíciles avatares del vivir, del mal vivir. Y, al "padre del desasosiego", como lo llama Rauskin, en ESPANTADIABLOS se le ofrece un recordatorio: "HOMENAJE A HÉRIB CAMPOS CERVERA" (Asunción, 1877-París, 1921), "poeta dos veces desterrado/y muchas veces triste". El escritor dice que: "en materia de conjuros contra los espíritus del mal, mucho no creo en la sabiduría de nadie. Por eso, también yo me atrevo al exorcismo" (p. 5). ¿En qué consiste el exorcismo para Rauskin? Primeramente y sobre todo, en escribir, y en creer "mucho más en el abrazo/de quien no quiere así desbrazarse" (p. 9), la litote, a la que se suma, aparentemente un neologismo, revela el optimismo que anima al poema, seguro de vencer como espantadiablos. Contra el mar de espinas que llega a ser el vivir: la solidaridad, el esfuerzo, el no negar la realidad por muy difícil que lo sea; y el trabajar sin cesar-sosiego también significa el descanso después de una jornada de trabajo-. Así se contrarrestan las "fuerzas del mal", "las potestades dogmáticas" y se es capaz "de sortear los peligros de la vida" (p. 5). El escritor desasosegado es, por encima de todo, "un humano que vive en la Historia, alguien que tiene sus límites y ha de reconocerlos", así como aceptar el hecho de ser "combustible", dice Rauskin. Sólo el esfuerzo vence los obstáculos, no los vencen milagros: éstos "redimen" al hombre de sus errores en el marco de una espera utópica, la cual, por ende, "puede no consumarse nunca", añade. Y prosigue explicando que siempre creyó en lo que él llama la literatura del desencanto -o de la pasión crítica, afina Rauskin, citando a Octavio Paz-; aquella que lo revela al lector a la realidad deficiente. Litera-tura que, ya, alienta a que se la corrija poetizándola, "como es el caso de Oscar Ferreiro"; ya, haciéndole una radiografía que muestre sus detalles desencantados y que desencantan, a través de personajes que despierten rechazo en el lector, "como en la narrativa de ficción de Gabriel Casaccia".
LA SUBSTANCIA Y EL ACCIDENTE
El poeta es, pues, uno del "Coro de partiquinos", gañán que "va tirando", "a los tumbos, los tropiezos" (p. 32). Un desencantado, pero también un "dinamitero", dice, que apunta a la realidad, a la verdad, al esfuerzo y dispara contra aquello que nubla la vista y los impide.
Y allí están sus bombas, vgr: "Habla un marchand", "Breve ronda del pan duro", "Heráldica", "Informe sobre la situación" -¿piensa en la ironía que ejemplifica de Horacio, o de Juvenal, o de Persio? Tarea del poeta es escribir la épica del vivir, continúa Rauskin-, un ejemplo exacerbado y terrible es "Al que pone la piedra", dedicado a Sísifo, único soneto del poemario (p. 37). Su tarea es fijar el vivir en instantáneas -"Blues del día siguiente" recuerda la dulce y silenciosa cotidianidad de una pintura de Hooper (p. 90)-, disfrazando al heroísmo con la substancia del ser y del deber ser, es decir poetizándolo. Porque, "si la substancia es la poesía, el accidente es el verso", afirma, recordando a Aristóteles en su Poética; y añade que "la rima son los trazos de colores", sugiriendo a Horacio en su Arte poética.
En el momento de escribir estas líneas, pienso que en Rauskin el poeta es, sobre todo, ese "Clasificador nocturno" (p. 46-47) que nutre su fuerza de la fuerza del ordenador primigenio en quien Cratilo pone la responsabilidad de la creación de los nombres de las cosas en el alba de los tiempos. Creo que así es el poeta en ESPANTADIABLOS: dúctil en medir versos o en darles libertad, flexible en los ritmos significantes, fértil en metáforas originales -aunque nom-brando el poeta pueda quedarse corto, como parece decírselo al lector el sexteto arromanzado de endecasílabos en mayoría melódicos ("Para nombrarte", p. 76):
Yo te llamo arroyito aunque te llames
de un modo dulcemente diferente.
Y te llamo arroyito porque tienes
un poco de mi sol y de su suerte:
lucir y demorarse entre las flores
humildes y pequeñas silvestres.
¿Y entonces, di, qué más, qué más entonces?
También poeta del amor, en éste halla sus cimas de espantadiablos (pp. 26, 27, 28; 67; 69; 76; 77), y también, obviamente, sus límites. En lo innombrable de "alguna palabra" que dejas volar con una sonrisa", le dice el locutor a aquella a quien ama, cerrándole los párpados y volviéndose a abrir "para que me guardes en los ojos" y "para dejarme en tu mirada" (p. 69). Eluard, dice Rauskin, escribió "Amor creación", así, sin puntuación entre sendos substantivos. Se ama como se crea, se crea porque se ama. Se crea amando, la música v el ritmo del verso, la riqueza de la forma y de la retórica. Sin embargo, nada enceguece la lucidez del poeta, ni siquiera el poder de seducción de la encarnación platónica de la creación amor, la misteriosa Diotima. Porque sabe que el estilo es "un montón de escombros", y que "El cansancio me pone en mi lugar", dice el "clasificador nocturno, frustrado/ director de escena, escenógrafo también". Por-que "El cielo es el camino de la noche;/ no al revés, como le gustaría a un teólogo" (p. 46-47), ¿místico, quizá, cuya alma enamorada sale en la obscuridad de la noche en busca del amado?
EL ESPEJO DEL PRESENTE
Rauskin dice que la poesía es "substantiva", que el poema es "un espejo" del presente que ha de despertarnos a la realidad de las vicisitudes del vivir, del sufrir, del hambre, de la injusticia y del amor también, como de la alegría y de la solidaridad. "Contra el ayer, un espejo", dice el poema "Venenos y antídotos" (17): hemos de cerrar los ojos ante el pasado, ante el ensueño que entorpece la visión del presente y de la acción que la realidad necesita para vencer a las fuerzas del mal. No hemos de ceder ante ese ayer que es una "trampa", como dice Gérard de Nerval, el poeta romántico que se ahorcó a un farol en una noche obscura y en una calle de París -recuerda Rauskin-. En el vivir, todo lo que sucede es un hecho durativo en sí, añadí yo, recurriendo a la lingüística y a los aspectos verbales para insistir en la eternidad del presente que se cumple al enunciar la acción. Rauskin redondeó la idea diciendo que tener conciencia de ello es aceptar la fragilidad del ser humano -quien, como diría Borges, está hecho de substancia de tiempo-. O, a la manera de Rauskin: "bañándonos en el agua del río que somos,/ que fuimos y seremos" (27). Fragilidad que se vence, creo -y lo digo de manera tan poco poética, teniendo en cuenta el verso de "Hojas de Jejuí" que acabo de citar-, si recordamos sub specie aeternitatis que somos la circunstancia -la natura naturata- de una substancia -la natura naturans- cuya eternidad compartimos, añadiría aún yo, con Spinoza.
El río y yo sabemos algo.
Los dos sabemos que andar cansa.
Los dos llegamos tarde al mismo rayito de luna.
Los dos llegamos tarde al mismo sapo,
al caballo que mira las aguas
y no sabe que el río es una presencia poética
como el sapo, el rayito de luna, como él mismo.
Ese hermoso caballo inocentemente se mira
en el dudoso espejo de la noche en el río. (p. 28)
Poeta del desencanto y del desasosiego, dinamitero enamorado del despertar del hombre a la vida real. ¿Por qué buscarle epítetos? Rauskin, poeta. Condición que él posee y que justifica ampliamente el noveno Premio Nacional de Literatura.