AREGUÁ
RESCATE HISTÓRICO 1576 – 1870
MARGARITA DURÁN ESTRAGÓ
Corrección: FELICIANO PEÑA
Diagramación: GILBERTO RIVEROS ARCE
Diseño de tapa: MARÍA DEL CARMEN CABRERA
Con los auspicios del FONDEC y
la Gobernación del Departamento Central
Asunción - Paraguay,
2005 (167 páginas)
ÍNDICE
- PRÓLOGO
- PRESENTACIÓN
- ANTECEDENTES HISTÓRICOS
- DIEGO ORTIZ DE ZÁRATE MENDIETA
- JUAN DE LA TORRE, PRIMER POBLADOR ESPAÑOL DE AREGUÁ
- ORDEN DE LA MERCED
- MERCEDARÍOS EN AREGUÁ - 1625
- MÁS DONACIONES DE TIERRAS
- LA "LOMA ALTA"
- NUEVO ASENTAMIENTO
- PLEITO POR TENENCIA DE TIERRAS
- ESTANCIA MERCEDARIA
- BIENES DEL ESTADO
- CREACIÓN DE LA PARROQUIA Y EL DISTRITO DE AREGUÁ
- FUNCIÓN EN AREGUÁ
- PATIÑO-CUÉ. CASA-QUINTA DE MADAME LYNCH
- LAGO YPACARAÍ
- TIEMPOS DE GUERRA
- CONCLUSIONES
ANEXOS
BIBLIOGRAFÍA
PRÓLOGO
Desde los inicios de nuestra gestión al frente de la Gobernación del Departamento Central, cuya capital es la ciudad de Areguá, habíamos asumido el compromiso de acompañar y hacer nuestra la iniciativa de Gisela von Thüemen de recuperar la memoria histórica de dicha ciudad, convencidos de que sin historia no hay memoria ni sentido de pertenencia local. Para el efecto, hemos contratado los servicios profesionales de la historiadora Margarita Durán Estragó quien, luego de hurgar pacientemente en los archivos nacionales, como ella lo sabe hacer, nos ha brindado una rica y exhaustiva historia que hoy la presentamos como un "descubrimiento" sorprendente.
Los manuales de Historia atribuyen al gobernador Domingo Martínez de Irala la fundación de Areguá y otros pueblos vecinos, sin embargo, documentos de archivos citados por Durán dan cuenta que la acción fundadora de pueblos se había iniciado precisamente tras la muerte de Irala, acaecida en 1556.
El libro "Areguá. Rescate Histórico" 1576 -1870, nos invita a viajar por el túnel del tiempo y recorrer la senda que llevaba a los indios del Tapaycua, habitantes primigenios de los valles regados por la laguna del mismo nombre, hoy conocida como Lago Ypacaraí.
No lejos de allí, el gobernador Diego Ortiz de Zárate Mendieta había otorgado en 1576 una merced real de tierras a Juan de la Torre, conquistador español venido al Río de la Plata con don Pedro de Mendoza, en 1536.
En las páginas de esta obra encontraremos a dicho conquistador asentado al pie del Ybytypané (Cerro Patiño), habiendo sido el primer poblador español del actual territorio de Areguá. Descubriremos también que sus herederos donaron gran parte de aquellas tierras a la Orden de la Merced, donde sus frailes establecieron una estancia a comienzos de 1625.
Sabremos que fueron indígenas, conquistadores, criollos, mestizos, frailes y esclavos de la estancia de los mercedarios, los primeros protagonistas de esta historia; los artífices de esa urdimbre social que dio origen a Areguá, una de las ciudades veraniegas más prestigiosas del Paraguay.
Esta fascinante historia nos cuenta que Areguá dormía entre cerros y espesuras a orillas de la legendaria "laguna Tapaycua" cuando de pronto despertó sobresaltada por la llegada de los primeros vagones del ferrocarril. El avance de la "modernidad" trajo consigo la necesidad de constituirse en distrito independiente; así nació la parroquia de Nuestra Señora de la Candelaria en la "loma alta", en el mismo sitio donde estuvo la capilla de la estancia de los frailes de la Merced. En torno a la plazoleta se trazaron las calles y se levantaron los principales edificios públicos.
Desde su fundación, a fines de 1862, hasta bien avanzada la Guerra Grande, Areguá fue el centro de atracción de los vecinos de Asunción, Trinidad y Luque, pueblos beneficiados también con el camino de hierro. La tragedia bélica puso fin a tan auspicioso despertar.
Hasta aquí llega esta historia, ojalá que pronto podamos contar con un segundo tomo que nos haga sentir reconfortados con la "resurrección" de Areguá, desde los inicios del siglo XX.
En nuestras manos está el presente y el futuro de dicha ciudad y creemos que a partir del redescubrimiento de sus raíces pluriétnicas y pluriculturales, seremos más optimistas y perseverantes en la búsqueda y obtención de una mejor calidad de vida para todos sus habitantes. Objetivo éste que juntos lo podremos lograr mediante una economía solidaria, basada en la educación, la salud y la justicia social.
Agradecemos a Margarita Durán Estragó por tan rico legado, al Fondo Nacional de la Cultura y las Artes (Fondec) por su apoyo, así como a Gisela von Thüemen y a todos los que hicieron posible la concreción de este proyecto.
Dr. LUIS FEDERICO FRANCO GÓMEZ
Gobernador del Departamento Central
Presidente del Consejo Departamental de Educación
PRESENTACIÓN
Cuando buscamos conocer los orígenes de algún pueblo del Paraguay, nos encontramos casi siempre con la misma dificultad: carencia bibliográfica por falta de trabajos serios de investigación que cotejen las "verdades" históricas repetidas de memoria sin mucho asidero documental. La búsqueda y revisión minuciosas de fuentes primarias, su estudio y posterior difusión, son las únicas salidas válidas de este callejón oscuro e incierto.
Este trabajo de investigación sobre los orígenes de Areguá responde a un pedido muy particular que nos hiciera llegar la amiga Gisela von Thuemen, deseosa de brindar a su pueblo adoptivo, un aporte significativo y perdurable en lo que hace a sus inicios y a la historia de la casona veraniega "Villa Gisela", patrimonio inconfundible de aquella ciudad.
Nos han dicho siempre que el fundador de Areguá fue el gobernador Domingo Martínez de Irala y así se viene repitiendo en las aulas, conferencias y discursos alusivos. Luego de esta investigación de archivo, la verdad histórica sobre aquellos inicios sufrirá modificaciones sustanciales y los aregüeños podrán celebrar los orígenes de su ciudad apoyados en una merced real de tierras fechada el 5 de junio de 1576, cuyo original se conserva en el Archivo Nacional de Asunción.
Este y muchos otros documentos probatorios provenientes de los siglos XVI, XVII y XVIII, todavía legibles, pudieron hallarse gracias al celo con que los frailes de la Merced se cuidaron de guardarlos en viejos arcones. Se trataba de testimonios originales que podían hacer fe en litigios de tierra, revocación de testamentos, codicilos, legados, etc. Para su mejor conservación, las autoridades conventuales ordenaban periódicamente la trascripción y autenticación de los originales estropeados a fin de preservarlos de su total ruina.
Cuando por decreto del doctor Francia se extinguieron las comunidades religiosas en 1824, los bienes y archivos conventuales pasaron a manos del Estado. Meses antes de la muerte de Francia, Policarpo Patiño, su "fiel de fechos", hizo una relación de los documentos de las tierras de Areguá y a pedido verbal del Supremo archivó parte de dichos testimonios; el resto lo devolvió al cura del pueblo de Itauguá del cual dependía entonces aquella población.
Los documentos que obran en el Archivo Nacional de Asunción, forman parte, al parecer, de aquellos legajos que Francia retuvo en 1840; el resto ya no existe debido a la acción destructora del tiempo, de los medios precarios de conservación y lo que aun es peor, por falta de visión histórica de los responsables directos de su custodia.
Ojalá que muchas otras localidades del Paraguay logren rescatar su historia como lo hace hoy Areguá. Recordemos que recuperar la memoria de un pueblo es devolver a la gente su identidad y su sentido de pertenencia a su tierra y a su cultura.
Nuestro agradecimiento a la Gobernación del Departamento Central con sede en Areguá; al Fondo Nacional de la Cultura y las Artes (FONDEC). Reconocimiento y gratitud también a Gisela von Thuemen, por el interés que siempre demostró hacia la historia y la cultura del Paraguay, pero principalmente a las de Areguá. Recuerdo afectuoso y agradecido al profesor Adriano Irala Burgos, recientemente fallecido, quien no se cansaba de pedirnos que escribiéramos la historia de su "querida Areguá". Gracias también a los directivos y funcionarios del Archivo Nacional de Asunción y del Archivo Arzobispal; a Javier Jubi, quien nos facilitó postales de su colección y, finalmente, a todos aquellos que de una u otra forma colaboraron con este emprendimiento.
Que este aporte al esclarecimiento de las raíces del valle de Tapaycuá, contribuya a un mayor acercamiento entre sí de sus habitantes y residentes, y al mismo tiempo, anime a crear en ellos una mayor autoestima y un compromiso comunitario que apunten a la elevación cultural y económica de Aregua.
MARGARITA DURÁN ESTRAGÓ
ANTECEDENTES HISTÓRICOS
La conquista y colonización del Paraguay tuvieron como escenario la tierra de los guaraníes, cuyos límites al oeste se hallaban protegidos por el río Paraguay. Sobre sus barrancas, muy cerca de la confluencia con el río Pilcomayo, los españoles levantaron una Casa Fuerte el día de la Asunción de María en 1537. La idea primera fue lograr la amistad de los carios para que éstos les sirvieran de guía en la expedición a la Sierra de la Plata (Alto Perú) y les proveyeran de provisiones para el camino. Ante el fracaso de aquella misión, los conquistadores decidieron asentarse definitivamente en el ámbito geográfico guaraní y tras los primeros contactos entre ambas culturas se inició el proceso del mestizaje.
Desde el punto de vista histórico, la formación social del pueblo paraguayo, iniciada a mitad del siglo XVI, presentó en aquel milenio tres etapas bien marcadas: la primera fue la de "tanteos iniciales"; en ésta se enmarca la fundación del Fuerte de Asunción, la búsqueda del camino al Perú y, ante su fracaso, el despoblamiento de Buenos Aires en 1541.
La segunda, de "concentración y afirmación", coincide con el gobierno hegemónico de Domingo Martínez de Irala (1539-1556). Asunción continuará siendo el único centro poblado de españoles en toda la cuenca del Plata hasta la muerte de Irala, lapso en que se fundó Ciudad Real. En esa época se crearon el Cabildo y la diócesis; se repartieron solares y campos de labranza; se inició el proceso de mestizaje y se aplicó el sistema de encomienda.
La tercera etapa, de "expansión fundadora", refleja el esfuerzo extraordinario de Asunción por extender sus dominios hasta convertirse en "amparo y reparo de la conquista" con las fundaciones de Ciudad Real, Santa Cruz de la Sierra, Villa Rica del Espíritu Santo y Buenos Aires, entre otras. Se otorgaron mercedes reales de tierras a los antiguos conquistadores; tal el caso de los orígenes de Areguá de los que nos ocuparemos en forma especial más adelante.
A partir de 1580 se fundaron las primeras reducciones franciscanas de Altos, Itá, Yaguarón, Tobatí, Guarambaré, Ypané, Atyrá y otras. En los inicios del siglo XVII se instauraron Caazapá y Yuty; en 1609 los jesuitas fundan la reducción de San Ignacio Guazú, emulando la acción misionera de los franciscanos.
El siglo XVII paraguayo es un siglo de crisis territorial y demográfica debidas a la división de la provincia en 1617, que puso fin a la conquista del Río de la Plata y dio inicio a la época colonial del Para guay. La invasión de los bandeirantes y los mbayáes produjeron la evacuación de la región del norte y la destrucción de muchos pueblos de indios. Reducciones como las de Ypané, Guarambaré y Atyrá se vieron obligadas a emigrar hacia el sur en busca de protección y seguridad. La población nativa disminuyó considerablemente con la concentración de miles de indígenas en los pueblos jesuíticos trasmigrados y ubicados en ambas márgenes de los ríos Paraná y Uruguay, los que de hecho constituyeron una república independiente del Paraguay civil. Tampoco se acrecentó la población española debido a la nula inmigración de ese tiempo; la única inyección de sangre nueva la constituyeron los mestizos que se fueron incrementando considerablemente.
Debido a la falta de inmigrantes, la población paraguaya se volvió endógena, razón por la cual se afianzó el parentesco, aun en grado lejano, tal como se observa hasta hoy en las zonas rurales.
El siglo XVIII fue de profundos cambios. Creció la población, de 40.000 habitantes que había en el XVII, según el censo del obispo Faustino de Casas, al término del XVIII sumaban 100.000. Si antes había cuatro indígenas por cada criollo o mestizo con status de español, en el censo de Francisco de Aguirre y Félix de Azara del siglo XVIII, el número de españoles era superior al doble del de los indígenas.
Se fundaron villas y poblaciones de españoles como Villeta del Guarnipitán, en 1714; San Isidro Labrador de Curuguaty, en 1716; Villa Real de Concepción, en 1773; Pilar del Ñeembucú, en 1779; San Pedro de Ykua-Mandiyú y Rosario de Cuarepotí, ambas en la década de 1780, también las reducciones franciscanas del río Apa, las de San Francisco de Asís del Aguaray, Tacuatí, San Francisco Solano de Remolinos y San Juan Nepomuceno, entre otras.
Además de las villas y pueblos de indios, surgió el poblamiento espontáneo mediante la ocupación de áreas rurales por gente que se instala en ellas por iniciativa propia. Esta avanzó hacia el interior confiada en la seguridad que ofrecían los fortines fundados a lo largo del río Paraguay para la contención de los indios chaqueños. Así se fueron poblando la región de la Cordillera, el norte del río Salado y la laguna Tapaycuá, la región boscosa de los Dos Arroyos (San José de los Arroyos), Ajos (Coronel Oviedo) y las praderas que se extienden desde el arroyo Caañabé hasta el río Tebicuary; también la comarca del nuevo asiento de Villa Rica, en el Ybytyruzú.
Aunque gradualmente se fueron erigiendo capillas que sirvieron de núcleos urbanos, como las de Capiatá, Itauguá, Pirayú, Caacupé, Piribebuy, Valenzuela, Bobí, etc., la población siguió manteniéndose dispersa en valles y compañías, "como sembrada por los campos" al decir de Félix de Azara.
En esos poblados prosperaban la agricultura y la ganadería y se explotaban los montes de madera de construcción y los yerbales. Con la apertura del puerto de Buenos Aires, aumentaron la capacidad adquisitiva de la población y la oferta de artículos manufacturados.
El XVIII ha sido un siglo de intenso mestizaje y de acelerada integración social. La decadencia de la encomienda, que se extinguió en 1803 y la expulsión de los jesuitas en 1767, aportaron a la población paraguaya un nuevo grupo social, los denominados "indios criollos", que fugados de sus pueblos de origen fueron liberándose de su condición de tales, tanto por vía del mestizaje como por la pérdida de su identidad en el seno de una población rural dispersa.
Otra característica de este siglo fue la aparición de los "foráneos"; constituidos por aquellos criollos y mestizos pobres, que se instalaron en los pueblos de indios en busca de tierras agrícolas. Acudían a las celebraciones religiosas de las reducciones, se vinculaban con los naturales, los contrataban y generalmente los engañaban y daban hijos a sus mujeres. Así surgieron entre otros: Bobí (General Artigas) en la reducción de Yuty; Tapequezá, en la de Altos y Aparipy, en Tobatí. En el censo de Azara de 1793, los foráneos constituyeron el 6 % de la población total del Paraguay; ellos no sólo usufructuaron indebidamente las tierras de los naturales, sino que lograron romper el aislamiento de sus comunidades incorporándolas al proceso del mestizaje.
Aunque la inmigración europea siguió siendo casi nula, desde fines de 1770, tras la apertura del puerto de Buenos Aires, llegó un reducido número de mercaderes vascos, catalanes y de otras procedencias, los que se convirtieron en una acaudalada burguesía mercantil que se posesionó del Cabildo de Asunción, sin identificarse con los ideales del pueblo paraguayo, a tal punto -dice Rafael Eladio Velázquez- que fueron los únicos "realistas" en 1811.
Para comienzos del siglo XIX el proceso del mestizaje había avanzado notablemente; casi el 60 % de su población tenía status de española y se hallaba dispersa en zonas rurales. Salvo las áreas más alejadas del este y del norte, la región oriental del país se hallaba ya poblada, aunque no muy densamente.
Desde finales del siglo XVIII existían cuatro curatos en los partidos de la capital: Capiatá, Pirayú, Piribebuy y Carapeguá, de los que dependían 14 tenientazgos, entre ellos: Luque, Itauguá, Caacupé, Barrero Grande, Quiindy, Ybycuí y Quyquyó.
En 1848 se extinguieron los 21 pueblos de indios y a sus integrantes se les concedió la ciudadanía paraguaya a cambio de la pérdida de sus tierras y bienes comunales. A partir de entonces surgió igual número de pueblos mestizos cuyos habitantes se irían diluyendo aceleradamente en la gran masa de vecinos (1).
La densidad poblacional paraguaya, estimada en 800.000 habitantes al iniciarse la Guerra Grande (1865-1870), quedó reducida a 231.196, incluidos 31.296 extranjeros (censo de 1782). La escasa o nula población rural se vio menoscabada aún más con la venta de tierras públicas. Un siglo después, en 1960, la población ascendía a 1.768.448 habitantes, de los cuales sólo 610.462 era urbana. Recordemos que hubo otra guerra internacional, la del Chaco (1932-1935), en la que el Paraguay perdió más de 30.000 soldados. Hoy la población paraguaya está por encima de los 5.000.000 de habitantes.
NOTAS
(1) Velásquez, Rafael Eladio. Indígenas y españoles en la formación social del pueblo paraguayo. Separata de Suplemento Antropológico. Revista de la Universidad Católica Nuestra Señora de la Asunción. Año 1981 (Extracto).
JUAN DE LA TORRE,
PRIMER POBLADOR ESPAÑOL DE AREGUÁ
Si bien los guaraní-carios fueron los antiguos señores de Tapaycuá, con la llegada de la Conquista, aquellas tierras y sus habitantes pasaron a manos del Rey, que a su vez las repartió entre los expedicionarios como "merced real", es decir, como recompensa por los servicios prestados a la Corona. Partiendo de esta premisa, podemos decir que los orígenes de Areguá se hallan identificados con uno de los conquistadores del Paraguay y Río de la Plata, Juan de la Torre, vecino de la localidad de Laguna, Cuenca (España). Hijo de Francisco y Ana de la Torre, llegó a la tierra de los Carios con Juan de Salazar en 1537, siendo uno de los primeros pobladores del Fuerte de Asunción. Acompañó al adelantado Alvar Núñez Cabeza de Vaca en la expedición al norte y recibió reparto de tierras e indígenas en Los Reyes, en 1544. Aceptó el nombramiento del capitán Juan de Salazar de Espinosa para teniente de gobernador en 1545 y asistió al del capitán Domingo Martínez de Irala efectuado en el Puerto de San Fernando, en 1549 (4), lo mismo que a la de Francisco Ortiz de Vergara, en 1558.
Contrajo nupcias con Ana de Estrada y fue beneficiado, como queda dicho, con una merced real de tierras junto a la laguna de Tapaycuá, el 5 de junio de 1576. Las mismas se extendían de norte a sur desde la laguna de Tapaycuá hasta la "loma alta" (sitio del templo parroquial y su entorno) y de este a oeste desde unas cañadas de piedras (entre ellas la del Yvytypané) hasta el arroyo de las Salinas (Juquyry). Llama la atención la coincidencia de que Juan de la Torre, nacido en la localidad española de Laguna, haya sido beneficiado con tierras bañadas por otra gran laguna, esta vez la de Tapaycuá ubicada a unos 30 kilómetros de Asunción. Por la importancia que reviste para los orígenes de Areguá el otorgamiento de aquella merced real, la transcribimos a continuación en forma íntegra:
"Diego Ortiz de Zárate Mendieta, Gobernador y Justicia Mayor, Capitán General y Alguacil Mayor de toda esta gobernación y provincias del Río de la Plata, nuevamente intituladas de la Nueva Vizcaya, al tenor de las Provisiones y Capitulaciones Reales que a ellas trajo el Ilustre Señor Adelantado Juan Ortiz de Zárate, que Dios tenga en su gloria, gobernador, Capitán General que fue de estas dichas Provincias por la Majestad del Rey don Felipe Nuestro Señor, y atendiendo que vos, Juan de la Torre, vecino de esta ciudad de la Asunción y conquistador antiguo de estas dichas Provincias a quien servís en ella a Su Majestad de cuarenta años a esta parte bien y fielmente en todo aquello que se ha ofrecido al servicio de Su Majestad a vuestra costa y misión: y yo, atento a lo que dicho es, en nombre de Su Majestad, por virtud de lo que dicho es, os doy un pedazo de tierra campo raso con algunas islas de bosque en la dicha tierra que será hasta de tres cuartos de legua poco más o menos, que empieza desde una cañada de piedras que viene a dar a la laguna del Tapaycuá donde vienen a cerrar dos bosques con el fin de la dicha laguna, os doy hasta el fin de ella y ancho, desde la loma de arriba hasta la dicha laguna con sus aguas vertientes a ella y os doy las dichas tierras siempre para vuestra labranza y crianza de vuestros ganados, que gocéis de la dicha tierra conforme dieron y se han dado a los vecinos conquistadores y pobladores de estas dichas Provincias y del Río de la Plata, y cuando tomares la posesión de la dicha tierra os amparo en ella y en la propiedad de ella para en todo tiempo, que es fecha en la dicha ciudad de la Asunción, en cinco días del mes de junio de mil quinientos setenta y seis años. Diego Ortiz de Zárate Mendieta [firma y rúbrica] - Por mandato de Su Señoría, Luis Marques. Escribano de Gobierno (5).
Dos semanas después, el 18 de junio de 1576, el mismo gobernador Diego Ortiz de Zárate Mendieta entregó otras tierras a Tomás Hernández, expedicionario de Alvar Núñez Cabeza de Vaca y vecino de Asunción. Aquel era hijo de María y Lope Hernández de Sisa (6), contrajo nupcias con Juana Verón y tuvieron cuatro hijos: Catalina, Elvira, Mayor y Magdalena (7). Esta última heredará dichas tierras y luego las donará a su sobrina Isabel Verón, la que a su vez hará cesión gratuita a los Mercedarios. El hecho lo analizaremos en su momento.
La merced real concedida a Hernández consistió en 15 fanegas de sembradío (8), situadas debajo de la "sierrezuela" de Areguá (9). Se conserva una copia de aquel otorgamiento, el que fue autorizado por el alcalde ordinario de la ciudad, Antonio de la Madrid, en 1608. Las tierras concedidas a Hernández contenían diez islas de bosques cercados por el campo. Siete de ellas eran pequeñas y se encontraban sobre la laguna de Tapaycuá. Entre las islas y "la dicha serrezuela, (hay) un camino seguido que va a los indios de Tapaycuá y a las Salinas, la cual dicha tierra linda por una parte con tierras de Juan Martín, lengua, y por la otra parte con tierras de Juan Pérez Zarza" (10). Por lo que se puede apreciar, el sitio concedido a Hernández se hallaba al este de las tierras de Juan de la Torre y sus vecinos serían otros españoles favorecidos con otorgamientos de tierras. También se menciona a Pedro Hernández (11), el viejo, como poseedor de tierras sobre la "otra banda de la laguna", lo que sería hoy jurisdicción de la ciudad de San Bernardino.
Volviendo a Juan de la Torre, debemos destacar que este señor había vendido a Pedro Hernández la mitad de sus tierras (12), las que con el tiempo recayeron en Ana Hernández, esposa de Juan Romero (13). Este autorizó a su mujer en 1608 para vender "dos islas" a Leonis Riquel, vecino de Asunción, quien edificó allí su casa y estableció su ganado y sembrados (14). También se hace mención de otro vecino del lugar, Juan Corre o Corral, casado con Marina de la Torre, posible heredera de aquel primer poblador Juan de la Torre; ambos llegaron a poseer parte de la "loma de arriba" (15). Con el transcurrir del tiempo, toda aquella heredad pasó a engrosar las tierras del convento de la Merced.
Hablando de los primeros pobladores de Areguá y su entorno, cabe mencionar a Juan Encina de Mendoza, poseedor desde 1565 de unas tierras al sur de las otorgadas una década después a Juan de la Torre; las mismas estaban situadas más allá de la "loma alta" y las otorgó el capitán Juan de Ortega, teniente de gobernador, "basado en la orden real de dar y repartir tierras" (16). El sitio era conocido como "Las Salinas", llamado así por las propiedades salitrosas de la tierra; también se hace mención de "la tapera de Tucuraýva" y de un cerro pelado que linda con las tierras "de los hijos del gobernador Irala" (17).
Otros de los ocupantes o poseedores de las tierras que en un principio correspondieron a Juan de la Torre fueron: Sebastián de León, Gabriel de Macías y Lorenzo de Ortega. Este último había adquirido de Pedro Hernández, el que a su vez, tal como queda expresado, lo compró de Juan de la Torre. Los herederos de Ortega fueron Ana y Lorenzo González, quienes a comienzos del siglo XVIII se repartieron la tierra quedando cada uno con la mitad de la misma (18).
Estas informaciones, tan valiosas para la historia de los orígenes de Areguá, las podemos conocer mediante el hallazgo de un mapa y sus leyendas, elaborados por los frailes en 1741 con motivo del pleito que les presentó doña Ana González, sobre un supuesto desplazamiento de mojones.
Otro juicio sobre tenencia de tierras que arrojó mucha luz a esta investigación fue el litigio presentado por Ana de Estrada, viuda de Juan de la Torre, a Leonis Riquel, situación que también la consideraremos en su momento.
NOTAS
(4) Colección García Viñas. Documento N° 1336. Cfr. Actas Capitulares y Documentos del Cabildo de Asunción del Paraguay. Siglo XVI, Municipalidad de Asunción, 2001, p.62.
(5) ANA CJ Vol. 1317 N° 19 "Perras de Areguá. Año: 1576, f 191. Los límites naturales de esta merced real cubrían la superficie del actual territorio de Areguá, sin embargo, dicho documento habla tan solo de "tres cuartos de legua, poco más o menos". Al parecer, el gobernador desconocía las reales dimensiones de las tierras que estaba cediendo a Juan de la Torre. Las ventas y legados posteriores de las mismas se tuvieron que hacer de conformidad con los términos allí expuestos, a pesar de no coincidir con la realidad.
(6) ANA NE Vol. 298, F. 135. Testamento de Tomás Hernández. Año 1574.
(7) ANA NE Vol. 428, fs. 35 y ss. Testamento de Magdalena Hernández. Año 1600. (8) Quince fanegas vendrán a ser unos mil metros aproximadamente. Fanega: Medida de superficie equivalente en algunos sitios a 64 áreas y 596 miliáreas, vale decir que 15 fanegas correspondería a un kilómetro, aproximadamente.
(9) Este es el primer documento, de los cotejados, en el que se menciona a Areguá; el otro hace relación a un corral antiguo de ganado que se hallaba en la "sierra de Areguá" y data de 1583 (Ver anexo).
(10) ANA CJ Vol. 1334 N° 5, f 6, Año 1608.
(11) Ibídem.
(12) ANA CJ Vol. 1317 N° 19, fs. 194 y ss.
(13) ANA NE Vol. 381 N° 137, f. 82. Venta de una propiedad a nombre de Leonis Riquel en "Laguna Grande", Año 1608. Según un padrón de 1616, Juan Romero contaba con un hijo mastrenco (sic) de 20 años de edad, f. 70
(14) ANA Sección Copias. Siglo XVIII. En el padrón de 1616 Leonis Riquel tenía un hijo de 17 años llamado Melchor y otros dos pequeños, además de un mancebo enfermo, f. 70.
(15) ANA CJ Vol. 1334 N° 5. Leyenda del plano de Areguá trazado a comienzos del siglo XVIII, en él aparece en dos ocasiones el nombre de Antón Corre, entre otros.
(16) ANA SP Vol. 337 N° 9. Traslado del original copiado el 30 de abril de 1570.
(17) Ibídem.
(18) ANA CJ Vol. 1334 N° 5. Datos obtenidos de las leyendas del plano ya referenciado.
CREACIÓN DE LA PARROQUIA Y EL DISTRITO DE AREGUÁ
Aunque el objetivo de esta investigación era esclarecer los orígenes de Areguá que, como casi todos los pueblos, permanecían en el olvido, antes del cierre de la misma se ha creído oportuno recordar algunos hechos relevantes de su historia que permitan al lector ubicarse en la época en que Areguá, dormida entre cerros y espesuras al pie de su legendaria "laguna Tapaycua", se vio de pronto sacudida de su letargo con el avance de la "modernidad". Esta llegó al valle montada en una locomotora del ferrocarril; traía en sus vagones a los primeros "bañistas" y eventuales residentes de la naciente ciudad veraniega de Areguá. Atrás quedaron el misterio y la leyenda de los "Y póra" del Tapaycuá (103), para dar paso a lo que en adelante se conocería como "Lago Ypacaraí", nombre de una de las guaranias más conocidas a nivel nacional e internacional.
Las generaciones jóvenes difícilmente podrán imaginar la enorme gravitación que tuvieron los "caminos de hierro" en la economía del país, desde sus inicios en 1856 hasta mediados del siglo XX.
Sin olvidar a Jorge Stephenson (1781-1848), mecánico inglés, constructor de una máquina que corría sobre rieles de hierro, en 1825 se inauguró la primera línea férrea entre las ciudades inglesas de Stockton y Darlington para utilizar el trasporte de carbón (104). El servicio de trenes se inició en América, al parecer, con el "Bull", habilitado en la ciudad de Albania, EE.UU en 1831. Seis años después lo inauguró Cuba con la línea férrea de La Habana-Guinos. Chile fue la tercera del continente al construir en 1851 la vía Caldera-Copiapó.
El Paraguay fue el primero de la Cuenca del Plata al abrir en 1856 un camino de hierro de 500 varas que conectaba el Arsenal ubicado al noroeste de la ciudad de Asunción con el atracadero de la Ribera, hoy calle Colón (105), Tres años después se inauguró otro tramo urbano que unía el muelle con la Aduana. En 1861 el tren llegó a Ybyray-Trinidad, mientras se trabajaba en la unión de ésta con la estación de Luque (106). Las obras del ferrocarril estuvieron a cargo de profesionales contratados en Europa, entre ellos: Willian Keld Whytehead, Alonso Taylor, George Thompson, Henry Valpy, Peral Benell y Geroge Paddison; además de los maestros en carpintería Juan Peralta y Evaristo Valdez, entre otros (107); la dirección administrativa corrió a cargo de José María Bruguez y posteriormente de Elizardo Aquino.
Una vez inaugurada la estación de Luque, prosiguió sin pausa la apertura del ramal que uniría ésta con la de Areguá. Como en las demás estaciones y tramos, los peones encargados de los trabajos de terraplenado, colocación de rieles, construcción de puentes, servicios de carpintería y otros, fueron los indígenas, los esclavos del Estado y los presos con purgamiento de penas en trabajos de obras públicas.
En Yuquyry se montó una carpintería de dos pisos (108) donde se aserraban maderas de cedro para la fabricación de hojas de ventanas y puertas, listones, tirantes para durmientes, puentes, carretillas de mano y otros, también se trabajaban y cepillaban tablas de kurupa'y (109).
A medida que las vías avanzaban hacia Areguá, aumentaban también la sorpresa y admiración de cuantos podían contemplar el espejo mágico del Tapaycuá que, desde la lejanía se lo veía bordeado de riscos, lomas, valles y abundante vegetación. El descubrimiento de aquel potencial recreativo, lo que hoy llamaríamos "potencial turístico", avivó el interés de la familia presidencial y su entorno por la explotación de tan rico y saludable caudal hídrico.
El propulsor del ferrocarril y de tantas otras obras de progreso, como lo fue don Carlos Antonio López, no alcanzó a disfrutar de los deleites de Areguá debido a su enfermedad y muerte acaecida en setiembre de 1862. López adjuntó a su testamento un "pliego de reserva" (110) en el que designaba a su hijo Francisco Solano López como Vicepresidente de la República hasta la celebración de un Congreso Nacional (111)
Francisco Solano López fue electo presidente de la República del Paraguay el 16 de octubre de 1862 (112) y uno de sus primeros actos de gobierno fue dotar al antiguo valle de Tapaycuá de una jurisdicción propia, independiente de la de Itauguá. Para el efecto lo elevó a la categoría de distrito con la denominación oficial de Areguá, el 13 de noviembre de 1862 (113). Sus límites naturales serían la laguna de Ypacaraí y los arroyos Yuquyry y Rolón. La localidad conocida como Caacupé-mí quedaría dentro de su demarcación y se fijaría como término de la misma "la línea que deba encontrar la vertiente del arroyo Rolón" (114).
Como toda cabeza de partido, Areguá debía contar con una iglesia parroquial cuyos límites jurisdiccionales tendrían que coincidir, en todos sus términos, con los de aquel. Ante esta contingencia, López erigió la parroquia de Areguá, atribución que le correspondía a Gregorio Urbieta, obispo electo para la sede episcopal del Paraguay, en noviembre de 1860 (115).
Todo hace suponer que López, ante la inminente conclusión del ramal Luque-Areguá y la estación ferroviaria de ésta, quiso dotar a la misma de las estructuras básicas de un pueblo como lo eran en ese tiempo la jefatura de milicia urbana, la iglesia parroquial, la escuela para niños y el juzgado de paz. La vetusta y derruida iglesia de los mercedarios fue demolida para construirse en ese mismo sitio la nueva iglesia parroquial (116).
Una casa pajiza situada "fuera del cuadro de la población" fue acondicionada para Oratorio provisorio mientras continuaban los trabajos preparatorios a la construcción del templo parroquial.
Casimiro Estigarribia, Jefe de Urbanos de Areguá, comunicó a López el 22 de diciembre de 1862 que la casa "es de un tenor de alto", en cuyo techo se pusieron tres piernas de llaves en sus horcones. "La pared del mojinete del norte donde se colocará el altar -le dice- se halla revocada como para colocar el empapelado y el resto toda blanqueado y las puertas y ventanas todas pintadas" (117). El Estado proveyó de retablo, altar, imágenes, vasos sagrados, mobiliarios y ornamentos litúrgicos extraídos de entre los bienes confiscados de las iglesias conventuales del Paraguay.
Todo estaba casi listo para recibir al tren que por vez primera llegaría a la estación construida para el efecto. Los ingenieros y operarios aceleraban los trabajos para dar cumplimiento al calendario preestablecido. El Semanario de Avisos y Conocimientos útiles anunciaba el 13 de noviembre de 1862, día de la creación del distrito de Areguá, que los rieles se encontraban ya "a una milla de distancia del delicioso paraje de Areguá y que solo se espera -acotaba- que los vientos del sur sean un poco más continuados para que puedan llegar las embarcaciones que nos conducen los materiales precisos para dar término a esta importante vía" (118). El edificio de la estación estaba a punto de concluirse; el mismo contaba con dos amplios salones en la planta baja y uno en el segundo piso (119)
El presidente López, fundador del novel distrito y entusiasta propulsor de las obras emprendidas en Areguá, no encontró mejor fecha para la inauguración de aquel ramal y su estación que el día de la Jura de la Independencia Nacional (120).
Cinco días antes, El Semanario divulgó aquel acontecimiento señalando que el 25 de diciembre, el Ferrocarril haría "su primera carrera hasta la capilla de Areguá, distante de la capital unas siete leguas. No dudamos -señaló- que aquel pintoresco lugar se encontrará ese día lleno de huéspedes que contemplarán gustosos desde su cumbre el hermoso panorama que ofrece el inmenso y benéfico lago de Ypacaraí, que según la tradición es una piscina del lugar circundada de la majestuosa cordillera" (121).
Por orden de López, el obispo Gregorio Urbieta encomendó al primer cura de Areguá, Juan Francisco Zayas, a que procediera a la bendición del Oratorio conforme al Ritual Romano (122). Dicho acto religioso tuvo lugar el 25 de diciembre de 1862, coincidente con la inauguración de la estación del ferrocarril.
Ildefonso Bermejo, redactor principal y responsable del semanario, cubrió el viaje inaugural del ramal Luque-Areguá y así describe las maravillas que el tren va dejando a su paso: "Desde que el tren parte de Luque pasamos por una serie no interrumpida de vistosos paisajes que convidan al artista a sacar sus pinceles y al poeta a arrancar de allí sus más bellas inspiraciones para estamparlas en su álbum. Pero la locomotiva que va diciendo entre el ruido de su maquinaria el tiempo es oro, no permite para la contemplación de tan delicioso panorama más que un abrir y cerrar de ojos.
Se llega por fin a Areguá: el observador mira a su alrededor y el corazón se dilata dominando la vasta extensión de una campiña pintoresca y variada. Allí una dilatada cordillera coronada de árboles sosteniendo sobre su apiñado ramaje el vapor nebuloso que, cual humo transparente, se desprende del espacio aéreo. Allá la imponente laguna del Ypacaraí con sus poéticas tradiciones y haciendo reflejar el argentado color de sus tranquilas aguas. Aquí apiñados bosques de naranjos regando la tierra con sus aromáticas flores.
Por todas partes numerosos cuadros de costumbres puramente americanas; pero se oye una voz que dice: el tren va a partir. El pensador, el artista, el poeta exclaman alejándose: Deliciosa residencia para gozar contemplando a Dios. El especulador, el comerciante, el hombre de siglo en fin dice alejándose: Excelente punto de tránsito para conducir tabaco, cueros y madera. El siglo XIX se ha materializado" (123).
La gente de la capital se asombraba de la rapidez con que se llegaba hasta allá: "El pintoresco Areguá, que antes de ahora no se podía alcanzar sin empleo de mucho tiempo, hoy lo visitamos en menos de una hora" (124). Atrás fueron quedando las cansinas carretas, las cabalgaduras y los recuerdos de las peripecias y vicisitudes sufridas en sus tortuosos caminos; no en balde se aplaudía a la modernidad y a la "civilización" del siglo XIX que propendía a "materializar los goces del corazón".
NOTAS
(103)Y (agua) póra (personaje mitológico guaraní). Fantasma de la laguna.
(104)Audibert, Alejandro. El Gobierno y la Compañía del Ferrocarril, Asunción, 1905. Cfr. Durán Estragó, Margarita. La Estación Central del Ferrocarril. Proyecto de Rehabilitación. AECI, Asunción, 1999, p. 8.
(105) Ibídem.
(106)El Semanario de Avisos y Conocimientos Útiles. Sábado, 28 de diciembre de 1861. Tercera Época -Año IX, N° 45, p. 2. "Desde la Capital a Luque. Las locomotoras funcionaron desde las cinco de la mañana hasta las doce de la noche habiendo habido precisión de enganchar trenes extraordinarios para poder conducir la muchedumbre que acudió no solamente a Luque sino al punto intermedio de la Trinidad. En Luque hubo juego de sortijas, baile y mascaradas y en Trinidad una gran corrida de toros. Los puestos ambulantes eran numerosos y la concurrencia como jamás se ha visto, lo mismo en Luque que en Trinidad".
(107)Durán Estragó, Margarita. La estación Central..., pp. 13 y ss.
(108)El Semanario. Sábado, 8 de agosto de 1863. Cuarta etapa. Año XI, N° 485, p. 2
(109)ANA NE Vol. 946. Obras trabajadas para la Estación de Areguá, enero de 1863; los recibos de pago a 19 carpinteros del obraje de Yuquyry están firmados por Elizardo Aquino.
(110)ANA SH Vol. 331 N° 5. En su lecho de enfermo, don Carlos Antonio López firmó el pliego de reserva, el 15 de agosto de 1862.
(111)ANA SH Vol. 331 Nº 7. Manifiesto del Vicepresidente anunciando al pueblo su asunción al mando -13 de setiembre de 1862.
(112)ANA SH Vol. 331 N° 9. Ley del Congreso del 16 de octubre de 1862 por la que se designa presidente de la República del Paraguay al general Francisco Solano López. (113) ANA SH Vol. 331 N° 15. Decreto de erección de la Parroquia y la cabeza del partido de Areguá, 13 de noviembre de 1862.
(114)AAA. Archivo Histórico de la Iglesia del Paraguay. Copia fiel del decreto de erección de la Parroquia de Areguá.
(115)Guía Eclesiástica del Paraguay. Conferencia Episcopal Paraguaya. Asunción 1997, p. 39. Urbieta murió siendo obispo del Paraguay, el 17 de enero de 1865; lo reemplazó Manuel Antonio Palacios (1865-1868).
(116)El decreto mencionado ordena que el nuevo templo se construya en el antiguo sitio de la iglesia de los mercedarios. Un plano de Areguá hallado en el ANA, indicando dos sitios posibles del futuro cementerio, presenta a la plaza vacía, lo que hace suponer que el mismo data de principios de 1863, posterior a la demolición de la iglesia mercedaria.
(117)ANA CRB Vol. 1746 - Año 1862.
(118)El Semanario. Sábado 13 de noviembre de 1862. Tercera etapa. Año X. N° 448, p.2.
(119)El Semanario. Sábado 8 de agosto de 1863. Cuarta etapa. Año XI. No. 485, p. 2
(120)ANA SH Vol. 253 Nº 4. Año 1842. Decreto que fija el 25 de diciembre como fecha del Juramento de la Independencia.
(121)El Semanario. Sábado 20 de diciembre de 1862, Tercera etapa, Año X, N° 452, p. 3. Llevado por la costumbre, el cronista todavía llama al distrito "capilla de Areguá"
(122)Gaona, Silvio. El Clero en la Guerra del 70. Segunda Edición, Asunción, 1961, pp. 87 y ss. El padre Juan Francisco Zayas nació en San Lorenzo de la Frontera (Ñemby). Era hijo de Miguel Jerónimo Zayas y Francisca García. Fue ordenado sacerdote el 21 de febrero de 1846. Ocupó los curatos de Villarrica (1849) y Capiatá (1849-1858); interinó la parroquia de San Roque y luego volvió a la de Capiatá hasta noviembre de 1862 en que fue designado cura párroco provisorio de Areguá. Su nombre aparece en varios números de El Semanario de los años 1866-1868 como el encargado del envío de donaciones desde su parroquia de Areguá a los heridos de la guerra. Su nombre figura entre los sacerdotes desaparecidos durante la Guerra Grande.
(123)El Semanario. Sábado 5 de enero de 1863.Cuarta etapa, Año XI. N° 454, p. 5.
(124)El Semanario. Sábado 27 de diciembre de 1862. Cuarta etapa, Año X, N° 455, p.
CONCLUSIONES
Muy próximo al camino que conducía a los "indios de Tapaycuá", el gobernador Diego Ortiz de Zárate Mendieta otorgó en 1576 una merced real de tierras a Juan de la Torre, conquistador venido al Río de la Plata con don Pedro de Mendoza, en 1536. Se trataba de "un campo raso con algunas islas de bosques ... que empieza en una cañada de piedras que viene a dar a la laguna de Tapaycuá (Lago Ypacaraí), donde vienen a cerrar dos bosques con el fin de la dicha laguna, os doy hasta el fin de ella y ancho, desde la loma de arriba hasta la dicha laguna con sus aguas vertientes a ella y os doy las tierras siempre para vuestra labranza y crianza de vuestros ganados... y cuando tomares la posesión de la dicha tierra os amparo en ella y en la propiedad de ella para en todo tiempo".
Con el otorgamiento de esta merced real, fechada en Asunción el 5 de junio de 1576, Juan de la Torre se convirtió en el primer propietario y poblador español del actual territorio de Areguá. Un mapa de esas tierras, levantado por los frailes de la Merced en 1741, obrante en el Archivo Nacional de Asunción, confirma aquellas dimensiones. Sus límites comprendían, desde la laguna de Tapaycuá hasta la "loma alta" (centro histórico) y de la cañada de las piedras (Estanzuela hasta el arroyo de las Salinas, hoy Yuquyry.
Juan de la Torre había vendido la mitad de sus tierras a Pedro Hernández, las que con el tiempo recayeron en Ana Hernández, esposa de Juan Romero. En 1608, éste otorgó a su mujer un poder de venta de "dos islas» a Leonis Riquel, vecino de Asunción. Dicho predio se hallaba al suroeste de la heredad, junto al arroyo de las Salinas; allí Riquel edificó su casa y estableció su ganado y sembradíos. En 1618, Ana de Estrada, viuda de Juan de la Torre, casada en segundas nupcias con Pedro Pucheta, entabló un juicio contra Leonis Riquel por haberse apropiado de sus tierras situadas junto a la "Laguna Grande", lindantes con las de Romero. En 1624, poco antes de morir, doña Ana de Estrada donó sus tierras a la Orden de la Merced sin antes haber logrado la solución del pleito. Los frailes se valieron de sus influencias para obtener una sentencia definitiva. El gobernador Manuel de Frías intervino en el caso y comisionó al escribano Francisco Ribero para desalojar a Leonis Riquel por tratarse de "cosa juzgada".
En enero de 1625 los frailes se instalaron en la casa, viña y cidrales que fueron de Leonis Riquel (Caacupé mí). Una cruz alta, plantada en el sitio por fray Pedro de Venensia, dio inicio a la presencia de los mercedarios en Areguá. A mediados del siglo XVII la viña fue arrendada al capitán Nicolás García Bueno y los frailes se trasladaron hacia el este, en las tierras compradas a Juan Romero, yerno de Pedro Hernández. Allí, en lo alto de la loma, construyeron una capilla y cuatro celdas, además de un calabozo para los esclavos revoltosos y ladrones. En torno a la plazoleta se levantaron los ranchos de los mulatos, propiedad de la Orden, los cuales provenían de una merced que le hiciera el gobernador Juan Ramírez de Velasco, en 1597. Los esclavos llegaron a multiplicarse de tal manera que a mitad del siglo XVIII sumaban más de 500, entre chicos y grandes.
En 1641, Ana de Salazar, nieta de Juan de la Torre, legó a los mercedarios la parte de herencia materna que le había correspondido. Durante un reconocimiento del terreno, practicado ese mismo año por el Alcalde Ordinario, el alférez Sebastián de León, a pedido del superior del convento de la Merced, vecinos del lugar indicaron el sitio donde vivió Juan de la Torre y su esposa María de Estrada. Los testigos Juan de la Peña, Alonso de Aranda, Melchor Alfonso, Juan Franco de Torre y Diego Rolón manifestaron no haber conocido personalmente a Juan de la Torre, pero sabían que tenía tierras en ese valle y "que habían visto las ruinas donde estuvo poblado y que eran debajo del cerro del Ybytypané, en el bajo y que mostrarían la parte y lugar donde vieron las dichas ruinas". Una vez llegado al sitio "hallaron señales de haber sido población antigua por perseverar aún tres horcones que parecían haber sido de la casa y otras demostraciones de vestigios antiguos de alguna población".
Los frailes obtuvieron muchas otras donaciones de tierras en Areguá, llegando a poseer las tres cuartas partes de la heredad que fuera de Juan de la Torre. Además de campos de pastoreo y bosques de madera de construcción, los mercedarios contaban con tierras de sembradío, cañaverales, cría de ganado, olería y trapiches.
En 1824 el doctor José Gaspar de Francia extinguió los conventos del Paraguay y sus bienes pasaron al Estado, entre ellos la estancia de Areguá. La capilla dedicada a San Lorenzo Mártir, patrono de la hacienda, fue desmantelada y sus imágenes, muebles y vasos sagrados pasaron a engrosar los bienes de la iglesia de Itauguá. Los esclavos quedaron como propiedad del Estado, lo mismo que el ganado que se incorporó a las estancias de la Patria.
Las tierras de los frailes fueron arrendadas a particulares y las de Pedro Hernández pasaron a sus descendientes, de generación en generación, hasta convertirse en minifundios ocupados por familias criollas y mestizas, cuya población a mitad del siglo XIX ascendía a unos 700 habitantes.
Areguá dormía entre cerros y espesuras al pie de su legendaria laguna de Tapaycuá cuando de pronto se vio sacudida de su letargo con el avance de la "modernidad". Esta llegó al valle montada en una locomotora del ferrocarril. El propulsor de los "caminos de hierro", don Carlos Antonio López, no alcanzó a disfrutar de los deleites de Areguá debido a su enfermedad y muerte acaecida en setiembre de 1862. Su hijo, Francisco Solano López fue electo presidente de la República en octubre del mismo año y uno de sus primeros actos de gobierno fue dotar al antiguo valle de Tapaycuá de una jurisdicción propia, independiente de la de Itauguá. Para el efecto lo elevó a la categoría de distrito con la denominación oficial de Areguá, el 13 de noviembre de 1862. Sus límites naturales serían la laguna de Ypacaraí y los arroyos Yuquyry y Rolón.
Como toda cabeza de distrito, Areguá debía contar con una iglesia parroquial y López la erigió el mismo día en que fundó el pueblo. La antigua capilla mercedaria ofició de parroquial hasta la construcción de un templo gótico que, según los planos vistos por Ildefonso Bermejo, sería uno de los mejores de la República. Se trazó el plan urbanístico del poblado y se levantaron varias casas amplias y cómodas para el vecindario. También se construyeron una Escuela para Niños, la Jefatura de Milicia Urbana, el Juzgado de Paz y el Cementerio.
El 25 de diciembre de 1862 quedaron inaugurados el tramo Luque-Areguá y la estación del ferrocarril local; ésta contaba con dos amplios salones en la planta baja y uno en el segundo piso. A partir de esa fecha, los viajes a Areguá se hicieron cada vez más continuos y Domingo Parodi, médico italiano contratado por don Carlos, tuvo que recomendar a la gente a través de El Semanario que no creyeran en los Y póra de la laguna y que fueran allá a tomar "baños saludables".
Areguá fue el sitio preferido del presidente Francisco Solano López y su entorno. Elisa Lynch eligió aquel ambiente paisajístico para su casa-quinta de Patiño-cué. El viaje en tren y el lago Ypacaraí se convirtieron en la máxima atracción de las familias capitalinas, tanto que el Gobierno mandó construir un muelle con dos ramales terminados en "dos casas de baños", una para señores y otra para señoras.
La bonanza duró poco tiempo. En mayo de 1864, las madres vieron a sus hijos partir para la guerra; al mando del capitán Pedro Pablo Pando, 231 jóvenes aregüeños fueron reclutados para el Campamento de Cerro León. Año tras año, el resto de los hombres fue supliendo a los caídos en combate. Las mujeres, ancianos y niños labraban la tierra y socorrían a las familias menesterosas de "Costa Abajo" que habían llegado a Areguá huyendo del hambre y la muerte.
Luego de la toma de Asunción en enero de 1869, los brasileños se encargaron de resguardar la vía férrea; para el efecto se ordenó la construcción de una fortificación a orillas del muelle de Areguá (ver plano). Los vagones del tren transportaron hasta allá una lancha a vapor desmontada que, una vez rearmada, la lanzaron a la laguna de Ypacaraí para vigilar el lado opuesto de la misma y explorar el curso del río Salado.
La navegabilidad de la laguna de Ypacaraí fue uno de los sueños de don Carlos; los aliados la pusieron a prueba.
La guerra de exterminio siguió su curso; cuando ya no quedaron hombres hábiles para el manejo de las armas, "jóvenes de 12 años arriba", reclutados de los rincones del país, entre ellos Areguá, partieron para la guerra. En la batalla de Rubio Ñu ofrendaron sus vidas junto a las mujeres, ancianos y enfermos.
El Paraguay quedó reducido a escombros.
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El Semanario de Avisos y Conocimientos útiles
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AREGUÁ-RESCATE HISTÓRICO 1576-1870 : "Nos invita a viajar por el túnel del tiempo y recorrer la senda que llevaba a los indios del Tapaycua, habitantes primigenios de los valles regados por la laguna del mismo nombre, hoy conocida como Lago Ypacaraí. Sabremos que fueron indígenas, conquistadores, criollos, mestizos, frailes y esclavos de la estancia de los mercedarios, los primeros protagonistas de esta historia; los artífices de esa urdimbre social que dio origen a Areguá, una de las ciudades veraniegas más prestigiosas del Paraguay - Dr. Luis Federico Franco Gómez (Gobernador del Departamento Central)