PortalGuarani.com
Inicio El Portal El Paraguay Contáctos Seguinos: Facebook - PortalGuarani Twitter - PortalGuarani Twitter - PortalGuarani
REPÚBLICA DEL PARAGUAY
  Menu / Secciones
  Algunas obras en exposición
EL FÚTBOL PROFESIONAL EN EL PARAGUAY MARCO JURÍDICO ACTUAL Y PERSPECTIVAS PARA EL FUTURO - Por GERARDO LUIS ACOSTA PÉREZ
GEOGRAFÍA ECONÓMICA NACIONAL DEL PARAGUAY, 1940 - Por GUILLERMO TELL BERTONI
PARAGUAY - BOLIVIA, 1925 - CONTRARRÉPLICA DEL Dr. MANUEL DOMÍNGUEZ AL CONFERENCISTA BOLIVIANO Dr. CORNELIO RIOS
HISTORIAS NIVACLÉ CONTADAS POR MUJERES © AMELIA BARRETO - ATENEO CULTURAL LIDIA GUANES
ENSAYO HISTÓRICO SOBRE LA REVOLUCIÓN DEL PARAGUAY, 1883 - Por RENGGER y LONGCHAMP
REVISTA LA AURORA - NÚMERO 1 - Redactor en jefe y responsable: D.I.A.BERMEJO
REVISTA LA AURORA - NÚMERO 2 - Redactor en jefe y responsable: D.I.A.BERMEJO
REVISTA LA AURORA - NÚMERO 3 - Redactor en jefe y responsable: D.I.A.BERMEJO
 
Historia Política


Gobierno del Dr. José Gaspar Rodríguez de Francia (4 de Octubre de 1814 al 20 de Setiembre de 1840)
(08/06/2010)

LA DICTADURA DEL DOCTOR JOSÉ GASPAR RODRÍGUEZ DE FRANCIA

 

 

 

 

EL CONGRESO PROCLAMA DICTADOR AL DOCTOR FRANCIA.

 

-El 3 de octubre de 1814 inició sus sesiones el Congreso. Fue elegido presidente el doctor Francia, quien, en el discurso inaugural, aconsejó la formación de un Gobierno personal para la mejor defensa de la independencia nacional. La idea encontró resistencias. Había partidarios de la subsistencia del Consulado, y otros que no lo eran propusieron la designación de Yegros para el Gobierno unipersonal. Mariano Antonio Molas propuso al doctor Francia como dictador. La discusión se prolongó, pero terminó cuando las tropas que obedecían a Francia hicieron un sospechoso despliegue en torno al templo donde se reunía el Congreso. La gran mayoría de los votos campesinos apoyó al doctor Francia, quien fue designado «Dictador Supremo de la República» por un período de cinco años. Se le autorizó a constituir el Tribunal Supremo y a ejercer potestad judicial mientras tanto. Al día siguiente clausuró sus sesiones el Congreso, después de resolver su reunión anual, cada mes de mayo, de disminuir el número de diputados a 250 y de recoger el juramento del flamante dictador. Asunción recibió con regocijo popular la ascensión del doctor Francia al poder supremo. Las fiestas organizadas en esta ocasión fueron las últimas que conoció durante muchos años. Las sombras cayeron sobre el Paraguay.

 

 

Antiguo Cuartel del Hospital,

una de las residencias de Francia. (Grabado antiguo)

 

SE APACIGUAN DESCONTENTOS EN LA TROPA.

- La exclusión de Yegros del Gobierno suscitó protestas en la oficialidad de una de las unidades militares de la capital. El capitán Pedro Juan Cavallero, que había regresado de su confinamiento, aplacó en sus comienzos el descontento de los militares, consiguiendo convencerles de que debían acatar al nuevo Gobierno. El doctor Francia procedió con tacto y habilidad. No adoptó ninguna medida, pero al mismo tiempo que creaba un fuerte batallón de granaderos para su guardia personal, con elementos que le respondían por entero, alejó paulatinamente de la capital a los descontentos. La depuración del Ejército continuó durante mucho tiempo hasta que de él desaparecieron las trazas de toda otra influencia. Los no adictos al doctor Francia fueron reemplazados por individuos del interior, de baja extracción, aunque partidarios decididos del dictador y a los cuales se cuidó de no otorgar sino graduaciones inferiores. El patriciado paraguayo, que por derecho propio y tradición secular usufructuaba las posiciones militares, se vio así desplazado por la masa campesina, en la que el doctor Francia había de encontrar, de este modo, su principal apoyo.

                      

SE RESTABLECEN LOS MONOPOLIOS.

-Uno de los objetivos principales de la Revolución había sido la supresión de los monopolios. El dictador los restableció, comenzando por la madera, de gran demanda en Buenos Aires. El Estado era el único comprador y no la revendía sino a los comerciantes que traían armas y municiones. Poco a poco fue extendiéndose el sistema a los demás productos. De este modo el dictador se proveía de elementos para la organización del Ejército y regía estrictamente el comercio con el exterior. Se prefería para hacerlo a los extranjeros que venían expresamente del Sur a adquirir efectos paraguayos, pues el dictador temía perniciosos efectos para los connacionales de sus contactos con las turbulentas provincias del Sur.

 

MEDIDAS CONTRA LOS ECLESIÁSTICOS ESPAÑOLES.

-El partido españolista tenía sus últimos baluartes en la clase eclesiástica. El doctor Francia tomó medidas para suprimir el peligro. Exoneró de sus empleos y oficios a varios de ellos y les privó de sus funciones a menos que acreditaran «adhesión constante y decidida a la actual constitución, libertad e independencia absoluta de esta República»'. Por otro decreto desligó a las comunidades religiosas establecidas en el país de toda sujeción extranjera, haciéndolas depender exclusivamente del obispo diocesano. Fue además suprimido todo vestigio de la Inquisición.

 

BUENOS AIRES PIDE NUEVAMENTE AUXILIO.

-Elevado el general Carlos de Alvear al Gobierno de Buenos Aires, procuró reanudar las relaciones con el Paraguay, suspensas desde el fracaso de la misión Herrera. La causa de la independencia americana pasaba por un momento crítico. Chile había sido recuperado por los realistas. En España se preparaba una fuerte expedición para la reconquista del Río de la Plata. Más que nunca era necesario el auxilio militar del Paraguay. Buenos Aires suscitó, una vez más, la debatida cuestión. Alvear se dirigió a Francia solicitando el envío de tropas y efectos del país, a cambio de cañones y armas para que las fronteras del Paraguay no quedasen indefensas. Ya no se hacía hincapié en el Tratado del 12 de Octubre. Buenos Aires invocaba ahora la adhesión del Paraguay a la causa común de la libertad. Poco después insistió Alvear en su solicitud llegando a ofrecer a Francia 25 fusiles por cada 100 reclutas enviados. La proposición de Alvear irritó a Francia. No concebía que se quisiera negociar con la sangre de los paraguayos. ¡Hombres por fusiles! Rehusó entrar en tratos, pues ya no quería polemizar; adoptó un nuevo e inusitado procedimiento: dejó sin respuesta las notas de Buenos Aires y «sin embargo de que poco había que hacer para contestar a tales oficios, pues no se reducen más que a remover asuntos antiguos ya ventilados muchas veces, fenecidos y olvidados en el día».

 

EL PARAGUAY ES INVITADO AL CONGRESO DE TUCUMÁN.

-La descortés actitud del dictador no descorazonó al Gobierno de Buenos Aires. Resuelta la reunión de un Congreso en Tucumán para decidir definitivamente sobre el destino de las Provincias del Río de la Plata, cuatro veces durante 1815 el director Alvear invitó al Paraguay a enviar sus diputados. El dictador conceptuó la invitación atentatoria a la independencia nacional; tampoco contestó a estos oficios, y a los barcos armados que vinieron expresamente conduciendo la correspondencia no les permitió subir más arriba de Pilar. Comenzaban a echarse los cerrojos del país. El Gobierno de Buenos Aires no pudo conocer el pensamiento del Paraguay, pues el dictador lo explayó sólo a sus subordinados a quienes explicó que era insultante «pretender que una República independiente envíe diputados a un Congreso de los provincianos de otro Gobierno»".

 

 

 

SE TEME UNA INVASIÓN DE ARTIGAS.

- El dictador no aceptaba entablar relaciones de ninguna clase con Buenos Aires, y de igual modo siguió rehusando su apoyo a Artigas. El jefe oriental dominaba la Mesopotamia hasta Corrientes y buscaba, sin ahorrar procedimientos, la alianza paraguaya contra Buenos Aires. No tuvieron éxito sus gestiones ante Francia y tampoco consiguió que Yegros y Cavañas, con su auxilio, produjeran un movimiento subversivo dirigido a formar un Gobierno favorable a sus miras. Artigas, disgustado por la indiferencia paraguaya, tomó represalias. Sus tropas ocuparon Candelaria y confiscaron en Corrientes un importante cargamento de armas destinado al Gobierno de Asunción. Todo hacía presumir, en julio de 1815, una invasión. Alarmado, el dictador puso al país en estado de defensa. Envió tropas y una flotilla al Paraná; movilizó contingentes en Asunción, Paraguarí y Villa Rica, y se aprestó a resistir con 4.000 soldados en la capital. Artigas, que a su vez esperaba una invasión paraguaya, amenazado por los portugueses abandonó, en febrero de 1816, sus planes hostiles. El dictador licenció las tropas y quedó convencido de que la independencia del Paraguay tenía muchos enemigos y que no todos ellos estaban en Buenos Aires.

 

SE PROCLAMA DICTADOR PERPETUO A FRANCIA.

-No esperó el doctor Francia los cinco años que le señaló el Congreso de 1814 como plazo de duración de su gobierno. Convocado para fines de mayo de 1816 un nuevo Congreso, sus emisarios propagaron la necesidad de declarar la perpetuidad de la Dictadura. El pensamiento encontró ambiente en el campo, que había recuperado la tranquilidad gracias a las medidas severas adoptadas por el dictador; en la capital surgieron importantes disidencias. Las encabezaba abiertamente Mariano Antonio Molas, hasta entonces partidario de Francia, quien sostenía que la perpetuidad en el gobierno violaba los principios republicanos. En la sesión inaugural del 30 de mayo de 1816, el Congreso no llegó a ningún acuerdo; cuando el 1º de junio prosiguió sus sesiones, cuatro compañías de infantería estaban formadas frente al templo de la Merced. La precaución era innecesaria, pues apenas el diputado Manuel Ibáñez, representante por Villa Real, ensalzando la personalidad del doctor Francia, pidió que el Congreso le proclamase   dictador perpetuo «con calidad de ser sin ejemplar», la Asamblea, puesta en pie, así lo hizo. Al mismo tiempo la incipiente institución parlamentaria era José Artigas, durante sus últimos años abrogados de hecho, pues resolvió que en el Paraguay    el Congreso General se reuniera cada vez y cuando el dictador lo tuviese por conveniente. Mientras vivió, el doctor Francia no creyó necesario convocarlo. Hasta 1840 el Paraguay no conoció más voluntad que la suya.

 

LA CONCENTRACIÓN DE PODERES

-Los dos Congresos que crearon la Dictadura y la perpetuaron, no la reglamentaron, ni siquiera la definieron. Quizá ignoraron en qué consistía. Sólo sabían que su objeto era la conservación de la independencia nacional. Dejaron que el nuevo sistema de gobierno se constituyera según el criterio del doctor Francia, en cuyo patriotismo tenían que confiar. Los límites de su poder, pues, no fueron otros que su propia voluntad, convertida en la única ley de la República. Jamás se constituyó el Tribunal Supremo; Francia legislaba y juzgaba. El único órgano del Estado era el dictador, que concentró en sus manos todos los poderes, incluso el religioso. Francia no sólo fue jefe del Estado, sino también de la Iglesia paraguaya. Suspendió al obispo sin consultar con Roma y declaró que el Gobierno «no está, ni puede, ni debe estar ligado y ceñido a ninguna de las llamadas prácticas y disposiciones canónicas; siendo y debiendo ser solamente su regla el interés del Estado»`. Francia decretó que para poder alistarse en las cofradías o congregaciones religiosas debía acreditarse previamente un verdadero patriotismo y adhesión a “la justa, Santa y Sagrada causa de la Soberanía de la República".

Concentración semejante de poderes no hubiera sido posible si no le acompañara paralela absorción de actividades. No sólo residía en sus manos la autoridad, sino que por sus manos la ejercía. El doctor Francia se convirtió en el único motor de la Administración, y sin su autorización u orden nada se hacía. Dotado de excepcional capacidad de trabajo y de aptitudes, variadas, resolvía personalmente todos los asuntos, era el juez, que entendía en todas las causas, el general e instructor de las tropas, el ingeniero y maestro de obras de los trabajos públicos, el director de las maestranzas, ejercitando, con incansable ardor, todos los oficios que -al Estado eran menester. En el campo se hacía sentir su celo con no menor minuciosidad, a través de las más largas distancias. En correspondencia constante y extensa con los delegados, éstos recibían instrucciones detalladas sobre los más variados e insignificantes detalles. La menor desobediencia acarreaba graves penalidades, y el dictador sabía, por medio de una vasta red de espionaje, si sus órdenes eran cumplidas. El doctor Francia cumplía esta labor personalmente. Los tres ministros de Estado no eran sino amanuenses o autorizantes de los oficios que el dictador no se dignaba firmar.

 

SUPRESIÓN DE ACTIVIDADES POLÍTICAS.

-Establecida la Dictadura, fue suprimida toda clase de actividad política. La simple emisión de opiniones desfavorables al Gobierno era castigada como un crimen ordinario; las cárceles se poblaron de desafectos a la Dictadura y a ellas se iba a parar por simples delaciones. Las persecuciones estaban principalmente dirigidas contra las clases pudientes. A la prisión seguía la confiscación de bienes; muchas familias de la aristocracia quedaron en la indigencia.

El clero no escapó de los rigores dictatoriales. Las ejecuciones se efectuaban después de sumarios juicios, dirigidos personalmente por el dictador. Los simplemente sospechosos fueron destinados a la colonia penal de Tebegó, a cien leguas al Norte, en el Alto Paraguay, en un lugar insalubre. Con todo, como el mismo rigor era aplicado en el castigo de los delitos comunes, el orden y la tranquilidad imperaron en el interior, en contraposición violenta al caos que reinaba en las provincias del Sur. Hasta sus playas llegaban, en busca de refugio, centenares de familias huídas de los incendios de aquellas regiones".

 

LA CONSPIRACIÓN DEL AÑO 20.

-Al compás de las medidas de rigor, el descontento cundía en las clases superiores. Los españoles estaban privados de todos sus derechos; la vieja aristocracia, reducida a la impotencia, perseguida y empobrecida. Más que nadie, la clase militar, autora de la Revolución, se veía oprimida y vejada: El Ejército estaba en manos de segundones obscuros. Los héroes de Paraguarí y Tacuarí ni siquiera tenían libertad de dedicarse a sus actividades particulares, obligadas a vegetar en la inacción y en la obscuridad. En 1818, el coronel Baltasar Vargas, emisario secreto del director supremo de las Provincias Unidas, Pueyrredón, que había concebido el plan de sojuzgar al Paraguay, después de enterarse de los informes de Manuel José de Olavarrieta, vecino de Asunción, estuvo en la capital y mantuvo contactó con los principales caudillos militares, ofreciéndoles la ayuda argentina para derribar al dictador. Vargas fue descubierto y metido en la cárcel, pero las reuniones de descontentos continuaron realizándose clandestinamente en Asunción. Fulgencio Yegros fue llamado por el doctor Francia, de un establecimiento ganadero, e invitado a residir en la capital, para ser mejor vigilado. Los planes subversivos tomaron fuerza con tal motivo. Anónimos delataron al doctor Francia la conspiración, pero éste no atinaba a tomar medidas contra la flor y nata de la sociedad paraguaya y los más prominentes jefes militares que aparecían complicados. Ya no vaciló, sin embargo, cuando uno de los conjurados, en el secreto de la confesión, descubrió los planes. El viernes Santo de 1820 el dictador debía ser asesinado, al salir por la tarde a dar su paseo de costumbre.

El capitán Montiel era el jefe del complot. Inmediatamente fueron apresados todos los sindicados, entre ellos los Yegros, Iturbe, Montiel, Aristegui y Acosta. Se habilitaron nuevas cárceles; las fraguas forjaron día y noche grillos y cadenas. La sombra cayó sobre Asunción.

 

EL REINADO DEL TERROR.

-El descubrimiento de la conspiración del año 20 señaló el comienzo del terror. Francia castigó con terrible rigor la abortada rebelión, para extirpar de raíz cualquier oposición posible contra su gobierno. Durante un año dirigió personalmente el proceso de los complicados, que fueron sometidos a tormentos para que delataran a sus cómplices; sus familias fueron reducidas a la indigencia. Nadie podía visitar a los reos de Estado. Para alejar cualquier peligro, Francia ordenó que en sus paseos por la ciudad los transeúntes se alejasen y las puertas y ventanas se mantuvieran cerradas; quienes espiaban sus pasos eran encarcelados. Francia paseaba por una ciudad muerta. Las calles eran muy angostas y arboladas, propicias a emboscadas. So pretexto de urbanización, fueron ensanchadas, siendo derribadas, sin miramientos, centenares de casas y descuajados millares de árboles que daban característico encanto a la ciudad tropical. El temor y la desconfianza entraron en los hogares; cesaron las reuniones sociales. Pedro Juan Caballero, para escapar a la humillación del tormento, se suicidó en su calabozo.

El 17 de julio de 1821 fue puesto frente a un piquete de fusileros Fulgencio Yegros, el jefe militar de la Revolución. Los fusilamientos continuaron durante los días siguientes, siendo ajusticiados cerca de un centenar de personas, lo más caracterizado de la sociedad paraguaya. No quedó ninguna cabeza saliente; desaparecieron las fortunas. Francia gobernó, desde ese momento, solo y sin rivales. Quienes, aunque no desafectos a la Dictadura, podían hacerle sombra, escaparon a apartados sitios del campo. Todos los españoles, sin excepción, con el obispo y el ex gobernador Velazco a la cabeza, fueron encarcelados". Permanecieron en la prisión por años, y sólo fueron liberados después de pagar exorbitantes multas, que les arruinaron. Velazco murió en una celda. Los santafecinos fueron arrojados a la cárcel, donde permanecieron ignorantes de la causa de su prisión hasta la muerte del dictador, porque el gobernador de Santa Fe, Estanislao López, se apoderó de una partida de armas destinadas al Paraguay. Los argentinos, en general, fueron objeto de persecución implacable, de la cual se libraron sólo los Cordobeses, por extraño recuerdo de los años pasados por Francia en la Universidad de Córdoba.

 

ARTIGAS SE REFUGIA EN EL PARAGUAY.

-En los comienzos del terror se produjo un episodio que contrastó notablemente con la crueldad con que el dictador persiguió a sus opositores. En septiembre de 1820 el caudillo oriental José de Artigas, traicionado por su lugarteniente Francisco Ramírez, pidió asilo al doctor Francia. Este, que tenía larga cuenta de agravios con el dirigente uruguayo, le acogió hospitaliariamente, señalándole la villa de Curuguaty como lugar de residencia y asignándole una pensión, aunque se negó a recibirle como eran los deseos de Artigas". Ramírez, por intermedio de dos emisarios, pidió la extradición de Artigas a cambio de ventajas comerciales y la entrega de paraguayos adversarios del Gobierno refugiados en su jurisdicción. Francia no contestó los oficios de Ramírez y retuvo prisioneros a los emisarios por considerar que «era un acto no sólo de humanidad, sino aun honroso para la República, el conceder asilo a un jefe desgraciado que se entregaba»".

Despechado, Ramírez se aprestó a invadir el Paraguay con un ejército de 4ooo hombres y una escuadrilla que apostó en Corrientes; Francia organizó inmediatamente la defensa. Ramírez trató de comunicarse con los caudillos militares encarcelados en Asunción, pero las cartas dirigidas a Yegros y Caballero no hicieron sino apresurar el fin de los infortunados conspiradores. Ramírez tuvo que abandonar sus planes, obligado por las alternativas de las luchas civiles en la Argentina, y poco después moría en el campo de batalla.

 

SUSPENSIÓN DEL COMERCIO CON LOS PORTUGUESES DEL NORTE.

-No solamente en el Sur veía el dictador peligros para la independencia del país. Francia, que recelaba de la actitud poco clara de Portugal con respecto a la independencia de los países americanos, ordenó en 1818 al delegado de Concepcion que observase con cautela los viajes de los comerciantes portugueses del Alto Paraguay.

Las suspicacias del dictador aumentaron cuando notó que en sus comunicaciones las autoridades portuguesas consideraban al Paraguay como provincia española, cuanto que era «una República Soberana y un Estado independiente, así como lo es Portugal». En diciembre del mismo año el dictador ordenó que  se cortase toda correspondencia y comercio con los portugueses del Norte, porque «el comercio y la amistad no pueden subsistir y son incompatibles con la ofensa y prejuicio de la justa y sagrada causa de nuestra libertad y absoluta independencia».

 

EL DICTADOR QUIERE ENTRAR EN TRATOS CON INGLATERRA Y FRANCIA.

- Suspendido el comercio con el Brasil, cada día más difícil el trato mercantil con las provincias del Sur, el dictador pensó que la solución de los problemas económicos del Paraguay estaba en el restablecimiento de la antigua ruta transatlántica. El Paraguay colonial había construido embarcaciones que cruzaron los mares, llevando sus productos a Europa. No podía intentarse nuevamente la empresa? Cuando los hermanos Roberston, comerciantes ingleses que gozaban de su privanza, le anunciaron su propósito de retornar a Inglaterra, el dictador se explayó sobre sus planes. Les propuso hacerles sus intercambios ante el Gobierno inglés, para ajustar el intercambio comercial entre ambas naciones. En Ausencia de los Roberston, el dictador permitió, en 1819, el ingreso al país del capitán francés Pedro Saguier, que se decía enviado del Rey de Francia, para abrir negociaciones mercantiles. Comerciando directamente con Inglaterra y Francia, el Paraguay estaría en condiciones de librarse de la servidumbre que le imponía su situación mediterránea. Pero Saguier no pudo mostrar credencial alguna y se comprobó que no era sino agente de su Gobierno encargado de contrarrestar la influencia de Inglaterra en América. El dictador miró desde entonces con gran desconfianza a todos los franceses; víctima de ese recelo fue el sabio naturalista Aimé Bonpland". El dictador vio en él, no sin algún fundamento, otro agente secreto del Gobierno francés, y lo mantuvo confinado durante cerca de diez años.

 

FRANCIA DESEA ASEGURAR LA LIBERTAD DE NAVEGACIÓN.

- A la espera de las gestiones de los Roberston, Francia sostuvo con gran firmeza el derecho del Paraguay a navegar libremente por los ríos hasta el mar, sin cuyo ejercicio sería vano intentar todo comercio con Europa. De hecho el Paraguay no era dueño de navegar sus ríos. Entorpecían su navegación comercial miles de trabas. Los barcos eran constantemente registrados o saqueados por bandas que acechaban los convoyes paraguayos. El dictador veía en estos actos intentos de someter al Paraguay por la persecución económica, y sostuvo incansablemente el derecho de disponer libremente de los ríos. Sin embargo, no hizo sentir sus protestas por medios diplomáticos, sino por vías de hecho. En 1818 mandó bombardear Corrientes, y en lo sucesivo replicó cada depredación con la suspensión temporal de la navegación. Poco a poco el tráfico mercantil proveniente del Paraguay se volvió más escaso; las provincias del litoral, que vivían, en buena parte, del comercio paraguayo, comenzaron a alarmarse. Estanislao López, que había reemplazado a Ramírez en el predominio político de la Mesopotamia, escribió al dictador pidiendo la normalización del comercio y garantizando el libre tránsito de los buques. El nuevo gobernador de Corrientes Juan José Blanco y el Cabildo de esa ciudad se dirigieron a él en el mismo sentido. El doctor Francia no se dignó contestar a los oficios y por toda réplica acumuló grandes efectivos sobre el Paraná. No confiaba en la promesa de los gobernantes argentinos, y para garantizar la libertad de navegación no encontraba sino un camino: la sujeción de Corrientes, centro de las tropelías que sufría el comercio paraguayo, propósito que anunció a principios de 1823 en un auto supremo.

 

SE FRUSTRA EL ACUERDO CON INGLATERRA.

-La guerra a Corrientes entrañaba la radical rectificación de la política de aislamiento y neutralidad del dictador. Dirigida a asegurar la libertad de navegación, que le era indispensable para entablar negociaciones comerciales con Europa, estaba condicionada a la posibilidad de ese comercio. Una comunicación del cónsul general de Inglaterra en Buenos Aires, Mr. Woodbine Parish, alentó sus esperanzas. Este le expresó los deseos de su país de cultivar relaciones de amistad y el doctor Francia contestó a su oficio por intermedio de su secretario de gobierno, aunque después de varios meses, en términos que demostraban su júbilo. Condicionaba, sin embargo, la apertura del comercio a que se asegurase al Paraguay navegación libre. El dictador sabía que Inglaterra era el campeón de la libertad de navegación y esperaba que concurriera a obtener, en su propio beneficio, lo que el Paraguay reclamaba. Pero en este caso sus expectativas quedaron amargamente defraudadas. Parish condicionó a su vez el envío de un cónsul y el establecimiento de relaciones entre el Para-guay e Inglaterra a un acuerdo previo con las provincias del Río de la Plata. El doctor Francia se enteró del contenido del oficio y por toda respuesta se lo devolvió.

Descartada toda posibilidad de comercio directo con Inglaterra, la expedición a Corrientes ya no tenía objeto; los planes agresivos del dictador fueron abandonados. Y si el comercio con Europa era imposible, el que se realizaba, tropezando con tantos obstáculos, con los países del Sur debía desaparecer. El dictador ordenó que cesara la navegación comercial al Río de la Plata. Los ríos quedaron desiertos; los puertos parecían cementerios de buques. Los productos se pudrieron en los depósitos. Se prohibió la entrada de todo comerciante. «Cuando la República sea libre de navegar hasta el mar se admitirá el que vengan a comerciar», declaró el dictador.

 

LA CLAUSURA DEL PARAGUAY.

-Con la detención del tráfico fluvial al Sur se completó la clausura del país. Desde entonces, invisibles e impenetrables montañas se levantaron en torno del Paraguay. El territorio de la República fue señalado como cárcel inviolable de todos sus habitantes. Había órdenes estrictas para impedir la salida de ninguna persona y el solo intento se pagaba con la muerte. «Yo no llamo ni reputo paisanos a unos infames que se expatrían ellos mismos renunciando y abandonando su patria», declaró el dictadora". Los extranjeros que se hallaban accidentalmente en el Paraguay - en su mayoría comerciantes- tuvieron que acompañar a los nativos en su suerte. Cuando el cónsul inglés en Buenos Aires se interesó por la suerte de sus compatriotas, Francia le contestó que habiendo ellos aportado por su voluntad «era natural que se acomodasen con las leyes temporales que exigiesen la situación y circunstancias políticas del país». Si el alejarse del país era empresa quimérica, el entrar en él era peligroso. El sabio Bonpland fue confinado en 1821 a Santa María, donde permaneció sin comunicación alguna hasta el año 183136. Los miembros de una expedición dirigida por el francés Pablo Soria, que estudió las posibilidades de navegación del Bermejo, fueron enviados a Villa Real, donde vivieron también hasta 1831. Cuando M. Gransir, enviado por el Instituto de Francia para gestionar la libertad de Bonpland, solicitó ser admitido so pretexto de investigaciones científicas, Francia dudó de sus intenciones. «No siendo el Paraguay - dijo- un país donde hayan establecimientos científicos en que se cultiven las ciencias... da lugar a sospechar que el Enviado, a pretexto de serlo del Instituto, pueda ser destinado a observaciones, conocimientos o diligencias perjudiciales a la seguridad y tranquilidad de la República»

 

LA DEFENSA DE LOS LÍMITES PARAGUAYOS.

-Toda correspondencia con el exterior quedó cortada. Los oficios que venían para el dictador eran admitidos, pero no contestados, y sus portadores quedaban prisioneros. Traer una carta para el doctor Francia se volvió empresa suicida. Ya nadie quería hacerlo, en vista de lo cual idearon los gobernantes de Corrientes el recurso de valerse de los indios y el dictador ordenó que éstos fueran «severamente escarmentados»". Con todo, el dictador necesitaba divulgar en el exterior sus puntos de vista sobre los derechos territoriales del Paraguay. Lo hacía indirectamente, por medio de su correspondencia con los comandantes de las fronteras, que éstos daban a conocer en copias a los pocos comerciantes extranjeros a quienes se permitía llegar al país. Así se supo que el Paraguay reivindicaba enérgicamente sus derechos sobre todo el Chaco, hasta el río Jaurú al Norte y hasta la isla del Atajo al Sur, y sobre las Misiones hasta el río Uruguay". Esas reivindicaciones eran respaldadas por varios fuertes y se procedió a la ocupación permanente de las Misiones al sur del Paraná. La violación de la soberanía nacional aparejaba terrible sanción. Bonpland y Soria purgaron con largo cautiverio el desconocimiento de los límites paraguayos, y el mundo supo que no se violaba impunemente derechos territoriales del Paraguay.

 

 

Vista del Puerto de Corrientes

 

EL PARAGUAY SE ABASTECE A SÍ MISMO.

-Clausurado el país, el dictador lo organizó con el objetivo de abastecerse a sí mismo como una condición esencial para sostener la efectividad de su independencia. El dictador impuso normas para que el país produjera todo aquello de que se abastecía en las provincias del Sur, señalando a cada región la cantidad y especie de los cultivos. El Paraguay ya no necesitó de los cereales y algodón que introducía de Corrientes y Santa Fe. El Estado, convertido en el principal propietario como resultado de las confiscaciones, daba trabajo en las «estancias de la Patria» y en sus manufacturas a muchos ciudadanos. El Paraguay produjo todas las materias primas esenciales para su subsistencia. Para desarrollar su industrialización hacían falta artesanos y el dictador apeló al terror, cuando fue necesario, a fin de despertar las innatas aptitudes de sus compatriotas`.

 

SE PERMITE EL COMERCIO TERRESTRE CON BRASIL POR  ITAPÚA.

- El Paraguay no podía producir todo cuanto necesitaba. Le hacían falta armas, ciertos tejidos y drogas; necesitaba, además, dar salida al excedente de su producción. No era posible mantener la clausura absoluta, sin peligrar los objetivos que con ello se perseguía. En 1823 el dictador había decidido abrir un respiradero al país, permitiendo que en Itapúa se efectuara intercambio de productos entre comerciantes paraguayos y brasileños. El comercio estaba sujeto a reglas estrictas para que no se perjudicara a la economía paraguaya ni se burlase el régimen de aislamiento. Itapúa era un sitio muy apropiado para la vigilancia. Los comerciantes brasileños podían pagar en numerario sus adquisiciones, pero de ningún modo admitir que los paraguayos hicieran lo propio; los primeros enviaban muestrarios de sus mercaderías a Asunción. El dictador elegía aquellas que debían quedar para el Estado e imponía, a su arbitrio, los precios en productos nacionales. El resto quedaba entregado al juego de la competencia; los comerciantes paraguayos debían proveerse de permisos especiales y hacer sus pagos en productos adquiridos, por lo menos en su tercera parte, en los almacenes fiscales. Este comercio por Itapúa se mantuvo durante todo el período dictatorial.

 

SUPRESIÓN DEL CABILDO.

-El Cabildo era la única institución política que aun se mantenía en pie, aunque con las facultades muy restringidas, desde que el dictador se había arrogado el derecho de designar a los cabildantes. El 30 de diciembre de 1824 el dictador decretó la abolición completa de los Cabildos y los substituyó con un juez ordinario de primer voto, otro de segundo voto, otro de mercados y abastos, un defensor de pobres y menores y un defensor de naturales; en el campo estas funciones fueron encomendadas a los comandantes militares y delegados.

 

LA MISIÓN DE GARCÍA COSSÍO.

-A fines de 1823, el Gobierno de Buenos Aires, a cargo de Rivadavia, intentó la reanudación de las relaciones políticas y comerciales con el Paraguay. Fue enviado para este efecto el doctor Juan García Cossío, quien, desde Corrientes, comunicó al doctor Francia que venía comisionado para elevar a su conocimiento y decisión la Convención Preliminar de Paz con España, firmada el 4 de julio de ese año. Para entregarle personalmente las comunicaciones y promover otros asuntos de conveniencia de ambos Estados pedía permiso para llegar a Asunción. El dictador no contestó la carta enviada por duplicado ni permitió retornar a los conductores. Algunos meses después, García Cossío, sin aspirar ya a ser recibido, intentó entablar correspondencia con el dictador. Envió otro emisario ante el doctor Francia, con una larga carta en la que le daba a conocer, sin reservas, los objetivos de su misión; Buenos Aires deseaba que el Paraguay otorgase su representación al plenipotenciario que su Gobierno había designado, para que en nombre de las Provincias Unidas del Río de la Plata se trasladase a España a ajustar el Tratado definitivo de paz. Aunque la pretensión porteña irritó al doctor Francia, pues significaba el desconocimiento de la independencia del Paraguay, tampoco contestó el oficio. García Cossío regresó a Buenos Aires sin conocer la opinión del dictador acerca de sus comunicaciones. El Gobierno de Buenos Aires no reaccionó ante la ofensa que recibió; no deseaba un entredicho con un país que mantenía sospechosas relaciones con el Imperio del Brasil, con el cual la guerra era inminente, y no le convenía a Buenos Aires empujar al Paraguay a la órbita de su probable enemigo.

 

PRIMERAS MISIONES DE CORREA DA CÁMARA.

- Si el dictador rehusó trato con Buenos Aires, otra acogida dispensó al flamante Imperio del Brasil. Proclamada la independencia de este país, el nuevo emperador se propuso entablar relaciones oficiales con el Paraguay, atentado por la acogida que los comerciantes brasileños encontraban en Itapúa. El 31 de mayo de 1824 extendió cartas patentes a Antonio Manuel Correa da Cámara, como cónsul y agente comercial del Imperio junto al Gobierno del Paraguay". Correa da Cámara, desde San Borja, pidió autorización para llegar a Asunción, enviando sus pasaportes. El dictador observó que en sus pasaportes no se daba al Paraguay ni a su gobernante el tratamiento que les correspondía, de República soberana y de Supremo Dictador  Correa da Cámara explicó que el equivocado tratamiento en modo alguno debía ser considerado en perjuicio de los derechos del Paraguay, y sólo a la falta de uso y correspondencia entre los Gabinetes de Río de Janeiro y Asunción-". Francia quedó satisfecho con la explicación, y aunque en un principio no viera la utilidad de un cónsul brasileño, como Correa da Cámara insinuara que su misión no era meramente comercial, le permitió llegar a Asunción. El 27 de agosto fue solemnemente recibido por el dictador en audiencia pública, con extraordinarios honores. Con júbilo escuchó Correa da Cámara de labios del dictador declaraciones amistosas para el Brasil. El enviado brasileño permaneció varios meses en Asunción, manteniendo numerosas conferencias con el dictador, quien en ningún momento le reconoció carácter diplomático, pero le formuló reclamaciones por las tropelías que los indios mbayaes hacían en el Norte bajo el amparo de los brasileños. Correa da Cámara abandonó Asunción con la promesa de regresar suficientemente acreditado para firmar un Tratado de reconocimiento de la independencia del Paraguay.

Correa da Cámara cumplió sus promesas. Volvió a Río de Janeiro, donde se hizo extender credenciales como encargado de negocios ante el Gobierno del Paraguay y con plenos poderes para ajustar y firmar con los plenipotenciarios «que fueran designados por el Supremo Dictador Perpetuo del Paraguay» un Tratado de Paz, de Amistad y de Comercio. Al mismo tiempo eran embarcadas en una nave especialmente fletada las armas y municiones solicitadas por Francia y se le dieron instrucciones para reprimir las tropelías de los indios en el Alto Paraguay, a cuyo efecto quedó también designado comandante del Fuerte de Coímbra y sus fronteras. Desde el 27 de septiembre de 1827 hasta el 12 de junio de 1829 esperó vanamente Correa da Cámara, en Itapúa, la autorización para seguir viaje a Asunción o que se le permitiera cruzar el territorio de la República hasta Coímbra. En esa última fecha el delegado de Itapúa le leyó un oficio del dictador en que le decía que no se le remitirían pasaportes por considerar inoportuna su legación, pues sus actitudes «no manifestaban sinceridad y buena fe, sino más bien siniestros fines y sospechosas intenciones". Correa da Cámara repasó el Paraná. El Imperio, que acababa de salir maltrecho de la guerra con las Provincias Unidas, recibió impasible la afrenta.

 

BOLÍVAR QUIERE CONQUISTAR EL PARAGUAY.

-Si el Imperio del Brasil no reaccionó ante una ofensa semejante, el Libertador Bolívar no recibió con la misma impasibilidad los desaires del dictador del Paraguay. Agraviado por el doctor Francia, Bolívar, que acababa de dar cima a su empresa libertadora, puso sus ojos en el Paraguay con inequívocos designios de conquista". Bolívar había sido quien con mayor interés procuró obtener la liberación del sabio Bonpland. En 1823 escribió a Francia por diversos conductos solicitando la libertad del sabio francés, amenazando marchar sobre el Paraguay para lograrlo por la fuerza si no era escuchada su súplica. El doctor Francia no creyó que en honor de Bolívar debía alterar sus prácticas diplomáticas; no dio respuesta a los reiterados mensajes del Libertador. Poco acostumbrado a esta clase de trato, Bolívar estudió un plan de invasión del Paraguay, por el Bermejo y el Pilcomayo, y dio instrucciones, en 1825, a su agente en Buenos Aires, el deán Gregorio Funes, para que gestionara el consentimiento del Gobierno argentino, al cual debía ser entregado el Paraguay una vez depuesto Francia y libertado Bonpland". El Gobierno de Buenos Aires se mostró adverso a la idea, por considerar que era odioso usar la fuerza para obligar a una provincia a entrar en el pacto de unión. Además, temía que al primer amago de fuerza el Paraguay se adhiriese al Brasil, aparte que se tenía esperanzas de conquistar por las buenas «el corazón rebelde del gobernador Francia».

Casi al mismo tiempo llegaban a Chuquisaca, a conferenciar con el Libertador, los plenipotenciarios argentinos general Carlos de Alvear y doctor J. Miguel Díaz Vélez, con la misión de solicitar la alianza de Colombia y el Perú con las. Provincias Unidas para la guerra con el Brasil, que parecía inevitable. Bolívar, en la primera conversación que tuvo con los delegados argentinos, se apresuró a reproducirles su proyectó de invasión del Paraguay, asegurándoles que el objeto principal de la invasión tenía mucho de romántico y éste era libertar a Bonpland. Los diplomáticos argentinos manifestaron que su Gobierno o el Congreso argentino no autorizarían la empresa". El Gobierno argentino aprobó esta actitud. El proyecto de Bolívar tampoco fue aceptado por el Gobierno de Colombia. Bolívar abandonó su plan. Bonpland continuó en su apacible cautiverio, «tan feliz como puede pasarlo un hombre que se encuentra privado de toda relación con su patria».

 

DORREGO PROYECTA, ATACAR AL PARAGUAY.

-La oposición de Buenos Aires al proyecto de Bolívar obedeció a motivos del momento. En los prolegómenos de la guerra con el Brasil, Buenos Aires no quería crearse nuevos enemigos ni complicaciones. Además, temía la intervención del Libertador en los asuntos del Río de la Plata. Sin embargo, continuaba latente la idea de incorporar el Paraguay al sistema bonaerense. Triunfantes en Ituzaingó las armas argentinas, el gobernador de Buenos Aires, Manuel Dorrego, creyó en 1828 llegada la oportunidad de someter r la violencia al Paraguay. Algunos emigrados paraguayos le pidieron clamorosamente que hiciera la guerra al dictador Francia". Su idea era que las tropas del general Fructuoso Rivera, con el prestigio que le daban sus recientes victorias, marcharan desde las Misiones al Paraguay". Los informes de los emigrados paraguayos aseguraban que encontrarían escasa resistencia. Rivera no quiso prestarse a cumplir los designios de borrego; recelaba que el verdadero propósito era alejarlo. El gobernador de Corrientes, Pedro Ferrer, acogió con igual desconfianza esos planes y se apresuró a comunicarlos al propio dictador, que ya los conocías'. Con el desplazamiento de Dorrego del Gobierno, su proyecto quedó definitivamente descartado.

 

NO ES ADMITIDO UN ENVIADO DE BOLIVIA.

-No No sólo el Libertador Bolívar, sino también muchos Gobiernos de América y de Europa se preocuparon por la suerte del naturalista Bonpland. Pero había la dificultad de comunicarse con el dictador Francia. El presidente de Bolivia, mariscal José Antonio de Sucre, se ofreció para hacer llegar a Asunción los oficios; comisionó al efecto, a principios de 1828, a su ayudante, el teniente Luis Ruiz, quien, además, llevaba la misión de invitar al Paraguay para entablar negociaciones comerciales con Bolivia. Desde Fuerte Olimpo, adonde llegó en mayo, Ruiz pidió permiso para bajar a Asunción. Francia estalló de indignación cuando leyó el tratamiento de «Jefe Supremo de la Provincia del Paraguay» que traían sus oficios. Ordenó que le fueran devueltos sus pasaportes a Ruiz y que se le hiciera saber de viva voz que antes que Bolivia el Paraguay había tenido el título de Repúblicas. En oficio aparte, Francia explicó al comandante de Olimpo que era preciso tomar esa actitud «porque de lo contrario se acostumbraría tratar con menosprecio y con tono de mayoría al Paraguay y su gobierno».

 

 

 

Soldado de la Caballería Paraguaya.

Aguada por A. René (Museo Histórico, Buenos Aires)

 

CORRIENTES DECLARA LA GUERRA AL PARAGUAY.

-El Paraguay ocupaba, conforme el Tratado del día 12 de octubre de 1811, parte del territorio de Misiones. Empeñado el dictador en asegurar el libre tránsito de los comerciantes brasileños que venían a Itapúa, ordenó, en el año 1832, el reconocimiento de los terrenos hasta la caída del Aguapey en el Uruguay, alegando que hasta allí llegaban los derechos del Paraguay. El Gobernador de Corrientes, Pedro Ferrer, protestó ante Francia aduciendo que esos territorios eran correntinos y amenazando con represalias. Francia, como excepción a sus métodos, contestó a Ferrer, por intermedio del comandante de Ñeembucú, reafirmando los derechos del Paraguay, no sólo hasta el Aguapey, sino hasta los pueblos de Yapeyú y la Cruz, que ofrecía ceder y no ocupar si Corrientes se avenía a adquirirlos en compra. Ferrer replicó declarando la guerra y ocupando Candelaria. En una proclama reclamó el apoyo de los pueblos argentinos para sostener los derechos y el honor de la República". Sus esfuerzos para obtener la ayuda de las demás provincias fueron totalmente vanos. El dictador Francia dio por ignorada la declaración de guerra. Ya antes de que ésta se produjera había resuelto el abandono del campamento del Salto, cuya ocupación había originado la disputa; su actitud prudente obedeció a la supuesta falta de jefes militares experimentados. No obstante, prosiguió sus preparativos y en diciembre de 1833 fuerzas paraguayas, en imponente número, reocuparon Candelaria y el Salto, donde las tropas se colocaron a la defensiva. El nuevo gobernador de Corrientes, Rafael Atienda, en vista de la actitud pacífica de las fuerzas paraguayas, dispuso en marzo del año 1834 abandonar el territorio de Misiones y comunicó a Buenos Aires que no proseguiría la guerra, «en vista de la conducta que constantemente ha guardado el Gobierno del Paraguay en todo el período de la Revolución»". Sus presunciones fueron confirmadas: Francia le hizo saber, poco después, que no quería paz ni guerra con nadie.

 

LOS REPUBLICANOS DE RÍO GRANDE DEL SUR.

-Correa da Cámara regresó a su país humillado, pero convencido de la fuerza y poder del dictador Francia. En el informe que presentó a su Gobierno al término de su última misión afirmó que Francia tenía «inteligencias secretas en el Estado Cisplatino» y que contaba con un partido en Misiones y en Río Grande, donde en la primera ocasión daría la mano a los partidarios de la independencia de esta provincia". En 1839, Correa da Cámara se plegó a los revoluciona-rios republicanos de Río Grande del Sur. Obsesionado por la idea de entenderse con el dictador Francia, de cuya sabiduría política se había convertido en admirador, seguramente para arrastrarlo a abrazar la causa de los separatistas riograndenses, se hizo designar por el presidente de la República de Piratín plenipotenciario ante el Gobierno del Paraguay. Por tercera vez, desde la frontera paraguaya, pidió permiso para llegar a Asunción. Francia no quiso escucharle, y de nuevo le rehusó la licencia solicitada.

 

 LA IGLESIA CATÓLICA.

-A pesar de las medidas iniciales contra los eclesiásticos españoles, la Iglesia seguía balanceando el inmenso poder del dictador. El doctor Francia, lector de Voltaire, no era creyente, pero no quiso incurrir en el error de las persecuciones religiosas. Empleó frente a la Iglesia arbitrios destinados a minar sus prestigios. La situación eclesiástica facilitó sus propósitos: el obispo tenía las facultades mentales alteradas, el clero estaba corrompido, el culto adolecía de numerosas prácticas supersticiosas. El dictador suspendió por decreto al obispo, persiguió implacablemente los vicios eclesiásticos, suprimió las canonjías, disminuyó los feriados religiosos, prohibió las procesiones. La medida más radical fue la secularización de los religiosos, con la consiguiente ocupación de los conventos e incautación de los bienes de las Ordenes 12 ; el Estado se enriqueció considerablemente, y el clero, desde, ese momento, dependió de él. Nadie podía abrazar el estado religioso sin permiso del dictador, hasta que, finalmente, con la clausura del seminario de San Carlos, nadie pudo ser sacerdote. En ningún momento el dictador persiguió a la Iglesia, pero ésta dejó de ser la única reconocida por el Estado. Se permitieron todos los cultos y ésta fue la sola libertad admitida durante la Dictadura.

 

LA ORGANIZACIÓN DEL EJÉRCITO.

- Preocupación primordial y absorbente del dictador fue la organización de un Ejército que no representara un peligro político. Cinco mil hombres disciplinados, que en cualquier momento podían aumentar a 40.000, montaban guardia en la capital y en las fronteras. El doctor Francia le imprimió su cuño característico, interviniendo de una manera personal y directa hasta en los menores detalles de su organización. El doctor Francia pudo hacer de todo, menos de general. Instruía personalmente a los reclutas y llegó a vérsele al frente de los batallones en desfiles,pero nunca asumió directamente el mando. El abandono de sus designios hostiles para Corrientes lo atribuyó a la falta de un general experimentado, pero no se preocupó en suplir la falta de jefes. La generación de caudillos militares naturales-los Cavañas, Yegros, Zavala, Gamarra, Cavallero -había desaparecido y en su reemplazo colocó el dictador, al frente del ejército, a obscuros oficiales de humilde condición y sin ambiciones. Jamás otorgó grados superiores al de capitán. Los comandantes del campo gozaban del privilegio de escribir al dictador, quien los trataba con severa paternidad. El Ejército así organizado, sin cabezas sobresalientes peligrosas, constituía el más sólido basamento de la Dictadura.

 

EL SISTEMA FINANCIERO.

-El sistema financiero implantado por el dictador se basaba en rentas fijas y accidentales, siendo de la primera clase los diezmos, los impuestos sobre las tiendas, sobre las casas de piedra de la capital, los derechos de exportación é importación, las alcabalas, el papel sellado, impuestos al abasto y al mercado; los de la segunda clase, las contribuciones forzosas, las multas, las confiscaciones de bienes y las herencias de extranjeros. Las contribuciones forzosas eran impuestas. al elemento español cada vez que había necesidad de realizar obras públicas y proveer a la defensa de la República, en proporción a las fortunas. En 1823 el doctor Francia creó numerosos impuestos, en vista de la situación internacional. Estableció una contribución inmobiliaria mensual, un impuesto al ganado destinado para el consumo y otro a los frutos. El ministro de Hacienda era el encargado exclusivo de la percepción y vigilancia de las recaudaciones aduaneras y fiscales, bajo su superintendencia, que ejercía con rigurosidad. El estado de las finanzas fue siempre próspero. En las Cajas fiscales había permanentemente numerario en abundancia. El stock de armas guardadas en los arsenales -motivo principal de las exigencias monetarias- llegó a ser tan copioso, que en los últimos tiempos el dictador moderó los impuestos. En 1835, 1839 Y en 184o decretó la supresión de numerosos gravámenes.

 

LA INSTRUCCIÓN PÚBLICA.

-Ninguna atención prestó el dictador a la cultura superior. El plan de la Junta Gubernativa fue abandonado. La Academia Literaria dejó de funcionar. En 1818 decretó la desaparición del Seminario de San Carlos, tradicional centro de la actividad intelectual paraguaya, donde él mismo había sido catedrático; su local fue convertido en cuartel. «Minerva debe dormir cuando Marte vela», dijo el dictador. Carlos Antonio López, que también ensenaba Filosofía en ese Colegio, ya en 1816 lo había abandonado cuando se suprimió su cátedra. La instrucción de las primeras letras era muy extendida desde los tiempos de la colonia; casi no había analfabetos en el país. Durante la Dictadura se prestó la misma atención a la enseñanza primaria. Los comisionados de los distritos tenían la obligación de establecer las escuelas que fueran necesarias. En 1828 se decretó la instrucción primaria obligatoria, a expensas del Estado. Se dio a la organización escolar carácter militar. Los niños eran llamados a las aulas al son del tambor. Se les ensenaba un catecismo donde el dictador exponía sus ideas sobre el sistema de gobierno del país, que llamaba «patrio reformado», «regulado por principios sabios y justos, fundados en la naturaleza y necesidades de los hombres y en las condiciones de la sociedad» y que debía durar «en cuanto sea útil». La introducción de libros no estaba prohibida; los que los comerciantes portugueses traían, previamente a su venta, debían ser revisados por el dictador, que impedía la entrada de aquellos que consideraba nocivos a su teoría política o que contenían nociones equivocadas sobre el Paraguay. Así como la música y la danza gozaban del favor del dictador", se difundió mucho la afición a la lectura, única distracción de la sociedad paraguaya. Sólo el doctor Francia tenía derecho a recibir diarios y gacetas del exterior; mientras vivió el dictador, el país ignoró totalmente lo que ocurría en el mundo.

 

ORGANIZACIÓN ADMINISTRATIVA.

-El territorio nacional estaba dividido, desde la época colonial, para, los fines administrativos, en dos grandes comandancias: la de Costa Arriba y la de Costa Abajo, con centros en Ycuamandyyú y Ñeembucú, respectivamente. El dictador disolvió estas comandancias y las substituyó por veinte delegaciones, siendo las principales las de Pilar, Villa Rica, Villa de San Pedro y Villa Real de la Concepción; cada una estaba dividida en partidos. Creó subdelegaciones en varios puntos fronterizos; Fuerte Olimpo y Candelaria fueron las más importantes. Al frente de cada partido había un juez comisionado general, con facultades judiciales, administrativas y económicas. En un principio los comisionados dependían de los alcaldes ordinarios, pero en 1823 pasaron a depender del Gobierno.

 

ASPECTO EDILICIO DE ASUNCIÓN.

-La capital, en los comienzos de la Dictadura, tenía las calles tortuosas, desiguales y muy angostas. Las casas sin altos, aisladas por lo general y mezcladas con árboles, jardines y malezas.

Presentaba más bien el aspecto de una aldea; en todas partes brotaban manantiales que formaban arroyos y lagunas; las lluvias excavaban la mayor parte de las calles. El dictador puso gran empeño en mejorar el aspecto de la ciudad; ensanchó las calles, hizo cubrir los zanjones y reparar los edificios públicos, a excepción de la Catedral, que dejó, impasible, caer en ruinas. La edificación particular recibió escaso impulso. Las casas eran, en su generalidad, con techo de paja, y, al frente, con ancho corredor sostenido por horcones de urundey. Las viviendas de los ricos eran de material, adobes crudos o de ladrillos de mucho espesor, que conservaban el fresco reconfortante durante el verano y el calor en invierno, con techo de lodo cocido, con corredores amplios y pilares de material o madera dura. Poca evolución experimentó la vivienda de estilo colonial durante la larga Dictadura. El doctor Francia prestó preferente atención a las construcciones militares para cuarteles, que los había en número de cinco: San Francisco, Santo Domingo, Encarnación, la Merced y la Recoleta. Había alumbrado público que se proporcionaba con candiles de sebo, pero circunscrito a la plaza de Armas, Casa de Gobierno, cuarteles y cárceles.

 

LA VESTIMENTA.

- La indumentaria de la época está descrita por los ingleses Juan y Guillermo Parish Roberston". Traje de etiqueta de Francia casaca azul, sobriamente adornada con angosto galón de oro; chaleco y calzones de casimir blanco, elegante espadín al costado, medias de seda blanca y zapatos finos con pequeñas hebillas. El de la mayoría de los diputados al Congreso de 1814 cuentan que era una chaqueta blanca de madapolán, cortísima y ajustada; chaleco bordado, aún más corto que la chaqueta; calzones a la rodilla, de pana granate, con calzoncillos cribados que llegaban a los tobillos; faja de seda azul, como las usadas por los saltabancos ambulantes; botas de potro abiertas en los dedos; grandes espuelas de plata; sombrerito ordinario cubriendo la mitad de la cabeza; e inmensas trenzas de cabellos negros colgando sobre la espalda. El de un alcalde: calzones de terciopelo negro abiertos en las rodillas, con botones de plata en larga y apretada hilera y unos calzoncillos finamente bordados, colgando como volantes; la camisa, colgando fuera de la manga de la casaca, estaba sostenida por una faja colorada atada a la cintura; ligas del mismo matiz prendidas con visible ostentación sobre sus medias de seda, y grandes hebillas en los zapatos; completaba la indumentaria un tricornio y una capa roja. Traje de etiqueta particular, como el que usaba el argentino doctor Vargas, en cuya casa se hospedaban los Roberston: frac amarillo claro con grandes botones de nácar, calzones de raso verde con hebillas de oro en las rodillas y medias de seda blancas, chaleco bordado, sombrero tricornio, redecilla y un espadín; sus abundantes cabellos estaban sumamente empolvados y engomados, y una porción de corbata y volado de camisa que parecían verdaderamente monstruosos «en esta época». Traje de domingo del hombre del pueblo: chaqueta, pantalón y camisa blancos y un sombrerito, sin calzado. Francia prohibió terminantemente el uso de los pantalones largos y anchos que usaban los portugueses.

 

 

Primitiva Iglesia de la Encarnación, donde fueron sepultados los restos

del Doctor Francia (Grabado de 1847)

 

EL ESTADO SOCIAL.

-La Dictadura produjo la completa nivelación de la sociedad paraguaya. El clero no gozó ya de ninguna preeminencia. El viejo patriciado, de añejos blasones, fue diezmado por la muerte, inutilizado por la cárcel y las confiscaciones. La burguesía mercantil, de origen europeo, esfumadas sus fortunas con la desaparición del comercio fluvial, se vio, además, proscripta de la vida civil por la prohibición del casamiento. En reemplazo de las clases aniquiladas no aparecieron aquellas propias de los regímenes dictatoriales; no se formó ninguna oligarquía militar, no hubo jerarcas administrativos; ningún militar m funcionario civil gozó de la preferencia o amistad del dictador. La igualdad más absoluta rigió la vida paraguaya; las clases inferiores no se sintieron nunca halagadas, pero la Dictadura les concedió ventajas que hasta entonces desconocían. El orden más perfecto reinaba en el interior. No estaba permitida la vagancia; había tierras para todos. No se sufría miseria, la delincuencia había desaparecido, los campesinos gozaron de una seguridad nunca conocida. Como no habían sentido en carne propia los espasmos del Terror, aceptaron sin protestas un régimen de gobierno que les ahorraba los dolores de la anarquía. A Francia se le temía, se le respetaba o se le admiraba; no se le amaba. Sus ojos vigilantes estaban en todo el país y no se le escapaba la menor falta cometida en el más lejano rincón. Poco a poco se iba convirtiendo en una especie de deidad invisible y poderosa. Ningún campesino pronunciaba el nombre de «el Supremo», sin ponerse en pie y descubrirse, lleno de temor.

 

EL PARAGUAY EN EL EXTERIOR.

-El temor que suscitaba el dictador se hacía sentir aun fuera de las fronteras. Los pocos paraguayos que habían logrado escapar del país no se atrevían a desafiar su ira y preferían encerrarse en el más impenetrable mutismo. Cuando el Gobierno francés pidió a su cónsul en Buenos Aires, M. Aimé Roger, noticias sobre el dictador, aquel funcionario se dio cuenta de cuán difícil era averiguar lo que había en el Paraguay. El temor se adueñaba no sólo de los paraguayos, sino aun de los extranjeros que habían vivido bajo su dominación. M. Roger recordó en su informe que el capitán Hervaux, francés, que estuvo cautivo en el Paraguay hasta 1830, una vez libre en Buenos Aires, jamás nombró «al Supremo» sin llevar la mano al sombrero. Los relatos que escribieron los naturalistas franceses Rengger y Longchamps y los ingleses Roberston, alcanzaron gran difusión y suscitaron asombro en Europa. Carlyle escribió un ensayo sobre el doctor Francia, dándose cuenta de lo extraordinario de su figura y su singular sistema de gobierno. El cautiverio de Bonpland atrajo la atención de los institutos científicos hacia el lejano Paraguay. Sacando provecho del interés que despertaba el Paraguay y su gobernante, un impostor que se hacía titular Marqués de Guaraní y se decía embajador del dictador Francia, logró introducirse en varias Cortes europeas. Nuevamente el nombre del Paraguay sonaba en el mundo, precisamente cuando nada quería saber del mundo.

 

QUIROGA QUIERE CONQUISTAR EL PARAGUAY.

-«Si Francia no hubiera conseguido aislar al Paraguay, sin duda alguna este hermoso país sería hoy un miserable anexo de las miserables provincias argentinas», anotó en el año 1836 el cónsul francés en Buenos Aires, M. Roger. El aislamiento había alejado al Paraguay de las luchas internas del Río de la Plata, salvándole de los horrores de la anarquía. Francia temía que en la vorágine de las discordias intestinas su país no pudiera conservar su independencia. Su negativa a aceptar relaciones con ningún Gobierno argentino no había acarreado al Paraguay consecuencias ni reacciones graves, por más que se mantuviera latente el viejo pensamiento anexionista. La inestabilidad de los Gobiernos y la guerra civil impedían la realización de proyectos de envergadura, y la experiencia de Belgrano estaba diciendo cuán difícil sería la conquista militar del Paraguay. El general Quiroga acarició sin cesar el mismo proyecto, y según M. Roger, «hubiera sido verdaderamente curioso ver, frente a frente, al genio más malvado, más revolucionario, más sanguinario de América del Sur, con el genio más organizador, conservador y antes que nada, a pesar de todo, el más bienhechor». Tampoco los proyectos de Quiroga encontraron acogida y quedaron archivados después de su asesinato en Barranca Yago.

 

LAS RELACIONES ENTRE FRANCIA Y ROSAS.

- Vencida la anarquía en Buenos Aires con el predominio de Juan Manuel de Rosas, asegurado el orden y la regular navegación, parecía llegado el momento de cesar el aislamiento del Paraguay. Pero Francia no varió su política y Rosas no quiso hostilizar al Paraguay. La similitud de sistemas y de ideas estableció entre ambos un tácito acuerdo y hasta llegó a asegurarse que Francia había recibido a un emisario especial del gobernador de Buenos Aires. En la copiosa correspondencia de Francia, rica en invectivas contra los gobernantes argentinos, no hay una sola alusión para Rosas; la prensa de Rosas trató con consideración y respecto al Paraguay y a su dictador, y muerto él, lo defendió con vigor de las acusaciones de sus detractores. A Rosas le llamó la atención que el dictador no hubiese nunca denunciado el Tratado del 12 de Octubre o protocolizado la independencia del Paraguay, al uso solemne de la época. Formó entonces una teoría, en cuya virtud su Gobierno mantuvo frente al Paraguay una actitud de respetuosa expectativa: lo que el dictador buscó con el aislamiento del Paraguay era, nada más, que evitar los estragos de la anarquía, sin que su intención fuera separarlo de la unión argentina. Así se expedía en «La Gaceta Mercantil». Tal interpretación de la política del dictador parecía justificada por el hecho cierto de que Buenos Aires nunca había recibido la formal declaración de la independencia del Paraguay, omisión que debió suplirse dos años después de la muerte del dictador.

 

 

El Dictador Francia, según Lorenzone

 

LOS ÚLTIMOS AÑOS DE LA DICTADURA.

-Los últimos años de la Dictadura fueron más, tranquilos. Desde 1830 las medidas terroríficas se volvieron de más en más raras; el doctor Francia no se mostraba tan uraño. En dos ocasiones recibió a delegaciones de vecinos de la capital: una en su cumpleaños, si bien para rehusar el obsequio que le ofrecieron, y otra cuando le pidieron el restablecimiento de las tradicionales festividades de la Virgen de la Asunción, patrona del Paraguay. El 18 de julio de 1838 autorizó el canto de un tedeum en la Catedral, por la «recuperación de su autoridad del obispo diocesano García Panés». El 14 de mayo de 1839 fue un día excepcional; se celebró el 28º aniversario de la Revolución de la Independencia con un gran desfile militar. La vida regular y ordenada del doctor Francia prolongaba su existencia hasta límites poco comunes, pero la inevitabilidad de su fin no pareció preocuparle bastante acerca de su sucesión o de la subsistencia del sistema. En los últimos tiempos rondaban a su alrededor el comandante Bejarano, jefe de las tropas de la capital, y el fiel de fechos Policarpo Patiño, pero sobre ellos recaía la animosidad popular y nadie los quería como herederos del mando. No se sabía lo que vendría después. El catecismo político de Francia explicaba que su sistema «duraría mientras fuese útil y conforme a las necesidades de la Sociedad»; no varió mientras vivió y subsistió después de haber cumplido el objetivo que se trazó: salvar la independencia nacional y al país de la anarquía. El doctor Francia murió el 20 de septiembre de 1840, a los setenta y cuatro años de edad. Apenas se supo la noticia de su muerte, parte del pueblo prorrumpió en llanto, Pero otros salieron a la calle gritando: «El tirano ha muerto y ha acabado la tiranía». Hubo conatos de motín hasta que se impusieron las tropas. Sólo cuatro días después se confirmó al pueblo la noticia de la desaparición del Supremo. Mucho después de sus funerales, que fueron solemnes, sus restos fueron robados de la Catedral, donde reposaban, y arrojados al río para confundirse con las aguas que tantas lágrimas habían llevado hacia el Sur.

 

Fuente: PARAGUAY INDEPENDIENTE. Obra de EFRAÍM CARDOZO. Segunda edición paraguaya. Tapa: Cuadro del pintor paraguayo LUIS TORANZOS - Gentileza de la CASA DE LA INDEPENDENCIA. CARLOS SCHAUMAN EDITOR. Impreso en Talleres Gráficos de Industrial Gráfica Comuneros S.A. Asunción – Paraguay, 1988 (401 páginas).

 

 

***************************************************************

 

EL DR. FRANCIA Y LAS IDEAS DE SU TIEMPO

La América no conoce la historia del Paraguay sino contada por sus rivales.

El silencio del aislamiento ha dejado a la calumnia victoriosa. La América debe juzgar a esa hija de su revolución con su propio juicio y rehacer su historia en honor de su gran revolución, a la cual pertenece el mismo doctor Francia, que como Robespierre y Danton reúne a un lúgubre renombre el honor de haber concurrido al triunfo de la emancipación americana. El doctor Francia salvó la independencia del Paraguay hasta de sus vecinos por el aislamiento y el despotismo: dos terribles medios que la necesidad le impuso en servicio de un buen fin.

JUAN BAUTISTA ALBERDI

1. PROYECCIÓN DE SU IDEARIO

Aunque la personalidad del Dr. Francia resulta ser de las más difundidas de la historiografía americana, pocas veces se la ha considerado en relación con sus antecedentes culturales. Casi todos sus biógrafos -no obstante disponer de una dilatada documentación- se han mostrado proclives a diversificar en grado sumo su imagen de gobernante, ocultando en algo su verdadera condición humana y en mucho su ideología.

Pero lo que de él interesa en estos momentos es aquello que contribuya a situarlo en la evolución del pensamiento paraguayo, no con referencia a realizaciones materiales concretas -a la manera de los tiempos actuales- sino en cuanto a la proyección de ese ideario suyo que ha permanecido (o que permanece aún) soterrado porque la profusa bibliografía que le fuera dedicada ha hecho mayor hincapié en las particularidades de su genio -especialmente en aquellas de real o inventado pintoresquismo- que en el estudio serio y metódico de su obra.

No puede creerse que para juzgarlo tenga que ser válida esa violenta dicotomía de ángel o demonio -en que se lo sitúa- plagada de simpleza en ambos extremos. Pues lo que del Dr. Francia importa saber y conocer aquí y ahora está orientado hacia otros rumbos, que podrían resumirse en la solución de los siguientes interrogantes:

1. Si representaba en totalidad, o sólo en alguna medida, las ideas de su tiempo;

2. Si supo captar los sentimientos del pueblo, interpretar su psicología y defender sus intereses;

3. Si la resultante de su acción es la de un doctrinario, o nada más que la de un político práctico en usufructo del poder;

4. Si la supuesta influencia que recibiera de la Universidad de Córdoba fue lo suficientemente amplia como para determinar en él líneas de conducta política;

5. Si hubo o no en su modalidad procedimientos acordes con los que se le suele adjudicar a la Compañía de Jesús.

Pero mientras las correspondientes respuestas se sustancian podrá adelantarse como imposible de consumar todo recuento de la cultura nacional que pretenda hacerse con abstracción de su nombre, no como el romántico que no fue -aunque esa era la época rioplatense predominante-, pues tampoco lo eran Mariano Antonio Molas o Carlos Antonio López, sino como cubriendo aquella etapa previa que hemos denominado DE LOS PRECURSORES.

Bien se sabe que no hay vacíos ni mutaciones inexplicables en la evolución de un proceso cultural y que en caso de sospechárselos será necesario pasar a detectar los posibles entronques. Además debe tenerse en cuenta que toda tarea cumplida en tal sentido implica siempre la concreción de un ciclo completo. Y como el Dr. Francia no es un espacio en blanco al que caprichosa o voluntariamente sea dado soslayar, se hace imprescindible interpretarlo con ideas y no con metáforas o frases de efecto.

2. DEL AULA AL PODER

Una breve cronología -no por conocida de menor utilidad- ayudará a ubicarlo en los distintos planos de su actuación. Puede iniciársela en 1781 cuando adolescente se traslada a Córdoba para cursar en el Colegio de Monserrat. Regresa seis años más tarde y en el Real Colegio y Seminario de San Carlos comienza a enseñar latinidad y vísperas de teología, cátedra que luego abandona para ejercer la abogacía, que parece haber sido su vocación más firme.

En 1808 es elegido alcalde de primer voto y casi enseguida integra la terna de diputados del Virreinato del Río de la Plata ante las Cortes españolas, funciones que, como es notorio, no fueron desempeñadas (2).

El día inmediato al pronunciamiento patrio, o sea el 16 de mayo de 1811, es nombrado adjunto al gobernador Velasco en unión de Juan Valeriano Zeballos, y el 17 del mes siguiente pronuncia un discurso de significativa trascendencia, que Molas -sin mencionarlo- transcribe en su libro con el título de: “El Congreso del 17 de junio” (3).

El 20 de julio le toca redactar la nota elevada a la Junta de Buenos Aires en la que es expuesta por primera vez la idea de federación. Se retira del gobierno en agosto, para regresar dos meses después a raíz de las tratativas diplomáticas encomendadas al General Belgrano, quien en tal ocasión vuelve al Paraguay, no en fracasada expedición bélica sino como negociador. A consecuencia de esas gestiones queda suscripto el tratado del 12 de octubre de 1811.

Nuevamente se aleja el Dr. Francia, pero retorna en noviembre de aquel año. Pasa a integrar el Primer Consulado con Fulgencio Yegros y subsiguientemente traza el Reglamento de Gobierno de 1813, que viene a ser el inicio primario de nuestra organización institucional –ya que no aún constitucional- comentado con prolijidad por el Dr. Domínguez (4).

El Congreso reunido en octubre de 1814 lo consagra “Dictador Supremo de la República”, quedando afianzado de esa manera el poder civil. Se ha señalado, como hecho sintomático, la gran mayoría de votos campesinos en su favor. El primero de junio de 1816 le es concedida la Dictadura Perpetua por los sufragios de 150 diputados. Desde entonces mandará con mano férrea hasta su muerte.

¿En qué fuentes podrían descubrirse las bases doctrinales que permitan especificar el aporte con que el Dr. Francia se suma a la historia del pensamiento nacional? Ante todo habrá que tomar en cuenta el hecho de que sus escritos aparezcan redactados por mano propia.

Asimismo los hay firmados por Yegros, Caballero y demás miembros de la Junta, pero en todos ellos se transparentan sus ideas y su estilo.

Creemos que no correspondería acudir al análisis literario para dar por aclarada esa procedencia, aunque si pudiéramos hacerlo advertiríamos que la prosa del Dr. Francia, aparte de su corrección y de sus originales expresiones, rebasa en mucho la tradición teológica y jurídica en que se había formado.

Dice el oficio de la Junta de Gobierno de Asunción al Triunvirato de Buenos Aires, el 24 de febrero de 1813:

“El Paraguay no se apartará de sus principios; procederá conforme a lo que prescribe el derecho natural y el mundo imparcial juzgará de la conducta de uno y otro”.

Esta mención a las prescripciones del jusnaturalismo aparece perfectamente convalidada a través de una comunicación del comisionado porteño Dr. Nicolás Herrera, quien no dudaba de la influencia del prócer paraguayo sobre sus compañeros. El Dr. Francia le había manifestado que el Paraguay no necesitaba de tratados para conservar la fraternidad y defender la libertad común.

Sabido es -y lo indicamos por guardar analogía con lo anterior- que el derecho natural puede constituir una moral y ser a la vez que el resumen de los deberes del hombre para con sus semejantes -sin la imposición de la fuerza-, un ideal para lograr el progreso y la justicia y una disposición no escrita, aunque tácitamente más próxima al denominado “derecho consuetudinario”.

NOTAS:

2 - Valle Iberlucea, Enrique del: Los diputados de Buenos Aires en las Cortes de Cádiz y el nuevo sistema de gobierno económico de América, Buenos Aires, 1912. / También del mismo autor: Las Cortes de Cádiz, la Revolución de España y la democracia en América, Buenos Aires, 1921.

3 -  Molas, Mariano Antonio: Descripción histórica de la Antigua Provincia del Paraguay. 3ª. ed. Asunción - Buenos Aires, Nizza, 1959. (v. El Congreso del 17 de junio, p. 130 – 134).

4 - Domínguez, Manuel: El Reglamento de Gobierno de 1813 (En: Anales de la Universidad Nacional, Asunción, Año X, t. VIII, Nº II-III, 1909, p. 35-39. Cf. del mismo autor: La Constitución del Paraguay. 3v. Asunción, Talleres Nacionales de H. Kraus, 1909-1912.

 

4. CONSTITUCIÓN E INDEPENDENCIA

Se ha hecho alusión al Reglamento de 1813 y por si hubiera dudas sobre su autor vamos a recurrir al testimonio del aludido comisionado Herrera, quien en una de sus minuciosas comunicaciones al Triunvirato de Buenos Aires escribe el 16 de setiembre de aquel año:

“He tenido ocasión de ver el Reglamento Constitucional, firmado y presentado por el Dr. Francia, y aprobado en el Congreso por aclamación”.

Ha quedado dicho que uno de los aportes iniciales al derecho internacional en estas regiones es el tratado del 12 de octubre, ya citado, que firmaran Francia, Yegros, Cavallero y de la Mora con el Gral. Belgrano y el Dr. Echeverría.

Los artículos que abren ese documento están reducidos a estipulaciones sobre comercialización de tabaco y yerba. Seguidamente se fijan los lineamientos federativos, es acordada la ayuda mutua y después de mencionar “las ideas benéficas y liberales de que se halla poseída la ciudad de Buenos Aires”, declara que no debe haber división entre los ciudadanos de ambos países, siéndolo recíprocamente los del uno en el otro. Y añade para mayor claridad.

“Los ciudadanos de Buenos Aires deben reputarse ciudadanos de la Provincia del Paraguay y los del Paraguay a su vez de Buenos Aires”.

Desgraciadamente tan bellos propósitos durarían poco, arrasados por el centralismo bonaerense, primero; más tarde por la ciega presunción del tirano porteño Juan Manuel de Rosas de considerar al Paraguay “provincia argentina”, y por último por recelos históricos y estulticias aduaneras, cuando no por desinteligencias subrepticiamente alentadas desde las metrópolis imperiales.

La reiteración del principio de soberanía, que se mantiene a lo largo de todo el mandato del Dr. Francia, implica también -y debemos verlo así porque no se trata de una proposición antojadiza- la incorporación del otro principio de soberanía individual y personal transferido a la nacionalidad. Esto debe interpretarse como uno de los hallazgos doctrinarios comunes a los próceres de este continente:

“Sostendrá el Paraguay la independencia proclamada (afirma la Junta de Asunción, o sea el Dr. Francia, ante el comisionado Herrera) a toda costa, sin entrar jamás, en ningún caso, en conciliaciones o convenios con los opresores de nuestra libertad”.

Estas bases doctrinales -llevadas hasta sus instancias finales- aparecerán integradas en sucesivas etapas del quehacer histórico del pueblo paraguayo y culminarán en la epopeya de 1864 al 70.

El Dr. Francia ratifica, en tal sentido, que la causa de la libertad no será abandonada, pero el Dr. Herrera sospecha que aquel está imbuido de las máximas de la República romana y que intenta “ridículamente” -dice- organizar su gobierno según ese modelo. Por nuestra parte debemos aclarar que dicho modelo no era invento privativo de la imaginación del futuro

Dictador sino que fue impuesto por el Congreso pleno al establecerse la autoridad del primer Consulado (5).

5. DESCONFIANZA A LOS FRANCESES

Como fuera la característica de no pocos gobernantes de nuestra América que se vieron enfrentados -en distintas épocas- con emisarios europeos o de la “otra América” -no siempre titulares de misiones de estudio, amistad o interés comercial- el Dictador se mostró siempre, y no sin razón, profundamente desconfiado o remiso ante toda aproximación de extranjeros. Y uno de los grupos que concentraba su máxima desconfianza era el de los franceses.

En 1824 Jean Stephan Richard Grandsire (o Grandsir) es enviado por el Instituto de Francia hasta estos confines para procurar la libertad del sabio Aimé Bonpland, cuya suerte había concitado universal inquietud. Dos de quienes avalan ese interés son nada menos que Cuvier y Alejandro de Humboldt.

El 25 de agosto de ese año el Dr. Francia se dirige al Mayordomo Receptor de Derechos de Itapúa, Sebastián José Morínigo, para que haga saber a dicho enviado que el gobierno.

“... no ignora que los americanos tienen sobrados motivos para recelar y desconfiar de la introducción y manejos de los franceses en el tiempo presente. Lo primero porque la Francia no profesa, y sigue ideas y máximas contrarias a los principios republicanos y al sistema de gobierno representativo, sino que, además, es empeñada, con otras potencias, en aniquilar y destruir estos mismos principios y esta clase de gobierno”.

Se está refiriendo a la Santa Alianza, a los proyectos de restauración monárquica y a la política francesa posterior al ciclo napoleónico (6).

Más adelante se verá que el Dictador no es tan incauto ni cree en los móviles desinteresados o espirituales de aquella misión, pretendidamente “fraternal” o de solidaridad con las tribulaciones de la ciencia.

No cabe dudar que consideraba a Grandsire como a un espía, una especie de pyragüé pytaguá (soplón extranjero). Con el tiempo el emisario francés sacaría a relucir algunos de losmotivos de su llegada al Paraguay, no muy acordes con el invocado por el prestigioso Instituto.

No todo estaba reducido a implorar por el cese del cautiverio de Bonpland.

NOTAS:

5 - Garay, Blas: El Primer Consulado (En: Revista del Instituto Paraguayo, Asunción, Año III, Nº 15, 1899), Cf.: Tres ensayos sobre Historia del Paraguay, Asunción, Guarania, 1942, p. 281 – 318).

6 - Kossok, Manfred: Historia de la Santa Alianza y la emancipación de América Latina. Buenos Aires, Sílaba, 1968).

 

6. SIMPATÍA POR LOS INGLESES

En cambio los ingleses tuvieron mejor suerte. Ellos, representaban por otra parte y en cuanto al trato social, la palabra dada, la conducta austera (en los bien templados, desde luego) y los negocios serios. En suma: cumplidos caballeros, aunque los actos de piratería –en náutica o en afanes expansionistas- quedaran disimulados hábilmente bajo la compostura del Frac (7).

Después de la victoria de Ayacucho -la cita es del Dr. Báez- el Dictador dispuso conceder a los residentes británicos el derecho a retirarse del país.

“por haberse mostrado Inglaterra favorable a la Independencia americana. No otorgó igual franquicia a los franceses porque el gobierno de la Restauración había restablecido en el trono de España al malvado Fernando VII”.

Los cronistas de la época (entre ellos Rengger y Longchamp y los Robertson, quienes en el fondo no eran menos espías que Grandsire) han confirmado esta posición, patentizada en su admiración por la Gran Bretaña y aun por los Estados Unidos, siendo muestra de esto último el retrato de Franklin que lucía en su escritorio.

Una tradición recogida por Mitre señala que en oportunidad de su entrevista con el Gral. Belgrano, el Dr. Francia obsequió a éste una historia manuscrita del Paraguay (no había por entonces otras que las contenidas en códices) y a su acompañante, el Dr. Echeverría, el mencionado retrato.

Y es el historiador argentino quien transcribe las palabras que, según la versión, pronunciara el Dictador en elogio del prócer norteamericano.

“Este es el primer demócrata del mundo y el modelo que debemos imitar. Dentro de cuarenta años puede ser que estos países tengan hombres que se le parezcan y sólo entonces podremos gozar de la libertad para la que no estamos preparados hoy” (8).

Esta profecía política quedaría parcialmente realizada en el Río de la Plata. Mas hay que indicar que esa actitud suya no contradice otras de aproximación a Inglaterra, que era una monarquía constitucional, y a los Estados Unidos, que pasaba por ser un ejemplo de nación republicana en las breves vísperas de la Doctrina Monroe y en las algo más prolongadas de su “big stick”, encarnación contundente del denominado “destino manifiesto”.

El Dr. Francia, como buen detallista, tenía predilección por los súbditos de aquellos países que mantenían cierto decoro, urbanidad y buenas costumbres (eso era, repetimos, lo aparente) en sus relaciones formales. Claro que tales virtudes, vueltas al revés, han resultado de alto precio para los pueblos de América.

NOTAS:

5 - Garay, Blas: El Primer Consulado (En: Revista del Instituto Paraguayo, Asunción, Año III, Nº 15, 1899), Cf.: Tres ensayos sobre Historia del Paraguay, Asunción, Guarania, 1942, p. 281 – 318).

6 - Kossok, Manfred: Historia de la Santa Alianza y la emancipación de América Latina. Buenos Aires, Sílaba, 1968).

7 - Rosa, José María: Rivadavia y el imperialismo financiero. 2ª. reimp. Bs. As., Soler / Hachette, 1973, p. 400.

8 - Mitre, Bartolomé: Historia de Belgrano y de la Independencia Argentina. Buenos Aires, Estrada, 1947, t. II, p. 28.

7. BONPLAND Y LA YERBA PARAGUAYA

Conviene detenerse ahora en la interpretación de uno de los motivos -sino el principal que en cierto modo explicaría el dilatado “encierro” de Bonpland en tierra paraguaya, pues ha sido tratado de diversas maneras y de acuerdo a distintas conclusiones.

No estará demás recordar que el Dictador no se conmovió en absoluto durante los nueve años de cautiverio del sabio y que rechazó -ignorándolos o no contestándolos- todos los pedidos que se le hicieran en favor de su libertad, aún por entidades de categoría internacional. (Corresponde aclarar aquí que la supuesta carta de Bolívar es una superchería que hace rato ha sido develada) (9).

Pero, y en esto puede estar la raíz de la cuestión, el Dr. Francia habría manifestado a Rengger -los condicionales son necesarios cuando se trata de “viajeros” o “exploradores” foráneos- lo que podría estimarse como el punto neurálgico y quizá valedero del conflicto.

Explicó el Dictador -según dicho médico suizo- que no le era tolerable admitir la competencia de los yerbales que Bonpland estaba experimentando en la otra margen del Paraná porque ello perjudicaría los intereses de la yerba paraguaya (10).

Ahí está -pensamos- el secreto de la retención del ilustre naturalista, quien no obstante todas las penurias por las que tuvo que pasar -en materia de adaptación, especialmente- no saldría descontento del Paraguay. Por lo contrario, hasta llegó a añorar la sencillez de sus costumbres y el sello de honradez que el Director había impreso en el alma de su pueblo.

Dicen que al establecerse en zona hoy argentina y robársele los caballos, exclamó con no contenida nostalgia: “¡Ah, si estuviera en el Paraguay!”.

Por su lado Woodbine Parish ha relatado cómo obtuvo la libertad de súbditos ingleses, sin que hubiera conseguido, antes ni después, la de Bonpland (11).

NOTAS:

5 - Garay, Blas: El Primer Consulado (En: Revista del Instituto Paraguayo, Asunción, Año III, Nº 15, 1899), Cf.: Tres ensayos sobre Historia del Paraguay, Asunción, Guarania, 1942, p. 281 – 318).

6 - Kossok, Manfred: Historia de la Santa Alianza y la emancipación de América Latina. Buenos Aires, Sílaba, 1968).

7 - Rosa, José María: Rivadavia y el imperialismo financiero. 2ª. reimp. Bs. As., Soler / Hachette, 1973, p. 400.

8 - Mitre, Bartolomé: Historia de Belgrano y de la Independencia Argentina. Buenos Aires, Estrada, 1947, t. II, p. 28.

9 - López Decoud, Arsenio: La fábula del mensaje de Bolivar, (En: La Unión, Asunción, 29 de marzo de 1931.)

10 - Pomer, León: La guerra del Paraguay ¡Gran negocio! Buenos Aires, Caldén, 1968, p. 45-57. También Moreno, Fulgencio

R: Páginas para la historia económica del Paraguay. (En: Álbum Gráfico de la República del Paraguay 1811 – 1911, dirigido por Arsenio López Decoud. Buenos Aires, Talleres de la Compañía General de Fósforos, 1911, p. 89-105).

11 - Parish, Woodbine: Buenos Aires y las Provincias del Río de la Plata. Buenos Aires, Hachette, 1958, p. 343-344.

8. RELACIONES CON LA GRAN BRETAÑA

Con referencia a la posición del Dr. Francia en el orden de la economía -que hemos anticipado en el capítulo VII- cabe añadir que propiciaba la apertura de un tráfico intenso (o por lo menos directo) entre el Paraguay y la Gran Bretaña, “cosa en que había puesto –son expresiones de Parish- sus cinco sentidos”. Principalmente porque esperaba poder demostrar a los ingleses, por ese medio, el estado de independencia del país respecto de sus vecinos.

Es de sospechar que la sostenida y no ocultada preferencia por el comercio inglés provenía de su disposición de considerar al Imperio como al símbolo de una nación que se había adelantado a simpatizar con la causa de la libertad de los pueblos, actitud alejada de toda intención romántica, que le produciría, en el correr de dos siglos, cuantiosos réditos.

Este proyecto no lo hará extensivo a los franceses, tratados como particulares y sin la garantía de su gobierno. Tal disposición de ánimo estaba unida -lo hemos visto- al deseo vehemente de sustituir dentro de la mayor seguridad posible, la influencia de la dominación española mediante normas que representaran un menor anacronismo.

Y agreguemos que cuando los otros países rioplatenses, por efecto de sus convulsiones internas, se vean imposibilitados de iniciar o consolidar vínculos con Inglaterra, el Dictador dará una prueba de autonomía y de soberanía nacional, no importándole ni con mucho cual fuere la opinión de aquéllos.

Quien analice la historia y los resultados del convenio de préstamo concertado en Londres por el gobierno de Rivadavia con la Casa Baring Brothers -unos usureros vulgares y silvestres y la compare con la lucidez del Dr. Francia y su persistencia en tratar con Estados y no con

particulares, hallará extenso campo para muchas meditaciones (12).

NOTAS:

12 - Scalabrini Ortiz, Raúl: Historia del primer empréstito (En: Política en el Río de la Plata, 5ª. ed., Buenos Aires, Emecé, 1962; ROSA, José María: ob. cit. p. 80-81.

9. LAS GESTIONES DE GRANDSIRE

Tras este paréntesis volvamos a Grandsire, empeñado en instalarse en el solar guaraní a pretexto de Bonpland. El 10 de octubre de 1824 el Dictador procede a firmar una prevención y providencia dirigida al Mayordomo de Itapúa, puerto que era algo así como la única ventana apenas y cautelosamente entreabierta al exterior y sólo cuando él lo quería.

Después de aludir a la presentación del francés y de calificarla de “frívolo papel”, instruye sobre lo que el citado funcionario debe responder, “despreciándose el estilo ridículamente altanero con que da principio”, pues “no es cabalmente inteligible por su confusa escritura y mala tinta”.

Como es de suyo puntilloso debe haberle sabido mal tanta desprolijidad, si bien se cuida de mentar las muchas leguas que esa correspondencia ha tenido que cubrir, en azaroso itinerario desde Itapúa a Asunción, pues más allá de aquel sitio Grandsire no ha podido avanzar. Además el Dictador gusta de mostrarse siempre rígido en cuanto al respeto de su investidura, en resguardo de los atributos del poder.

Manifiesta en el mencionado documento que no puede serle permitida la internación al emisario (o sea su ingreso a territorio nacional) por su desconocimiento del idioma español. Y en otro pasaje afirma que “el gobierno no habla francés, ni comprende a quien lo habla, ni tiene intérprete propio”. Esto en lengua vernácula significa catupyry  y en criollo “habilidad”, si no fuera, más que un vulgar pretexto, porque al referirse a los términos de la presentación está demostrando que “el gobierno”, o por lo menos su persona, sabe y lee el idioma francés (13).

También ironiza -y éste es un rasgo que no podía captar el frenólogo Ramos Mejía- sobre el motivo expuesto por Grandsire para entrar al Paraguay y que no solamente era el de ocuparse de Bonpland, ya que en su nota invocaba el deseo de estudiar la juntura del río Amazonas con el de la Plata; El Dr. Francia no se tragó semejante sapo y tanto es así que al concluir su providencia estampa esta reflexión, válida aun para nuestros días.

“Yo espero que ahora hará más estimación de la gente paraguaya viendo que sabemos apreciar nuestra independencia y por tanto no vivimos incautos ni nos abandonamos”.

Y el supuestamente generoso y caritativo Grandsire tuvo que emprender el regreso con las manos vacías, como había venido, aunque con la lección bien aprendida.

Pero eso no fue el único acto de afirmación de su voluntad, por una parte, y por la otra de tenaz desconfianza hacia los extraños. Vamos a exponer uno más, en el que por coincidencia aparece como destinatario un compatriota del fracasado Grandsire. Esta es la trama del asunto: el Dictador tiene que ocuparse del caso del ciudadano francés Pedro Saguier, y al hacerlo -después de invocar los intentos monarquistas para Sud América y el fracaso de esas tentativas en 1820- lo trata de “supuesto comerciante”, siendo que al final resultó ser un agente oficial. A este calificativo añade el de “aventurero incivil y desatento”, evidenciado esto “por las maneras altaneras y traje indecente” con que se presentara ante el gobierno.

Aparte de sospecharlo un espía, se advierte que no interesaban al Dr. Francia las proposiciones comerciales de Saguier, ya que habiendo descubierto que sus verdaderas miras eran otras que las invocadas, procura encontrar en su psicología y hasta en su vestimenta, los puntos flojos que le permitan acentuar una enérgica negativa.

13 - Molas, Mariano Antonio: ob. cit. Nota de Carranza. p. 51.

10. ALGO SOBRE CULTURA

La opinión de la posteridad en lo que respecta a los bienes de cultura –primordialmente educacionales- no ha sido favorable al Dictador. A fines del siglo anterior el Dr. Domínguez, en difundida y consultada monografía, creyó haber “pulverizado” a la Dictadura en este renglón.

Sin embargo, los respectivos testimonios de Rengger y Grandsire atenúan mucho los cargos formulados en su contra.

Digamos que ambos pudieron comprobar que los habitantes estaban en libertad de educar a sus hijos dirigiéndose previamente al gobierno, que era el que regulaba la marcha de la enseñanza por ser esa -entonces y ahora- una inalienable atribución del Estado. Ejercían el magisterio 140 maestros, que ganaban 5 pesos fuertes por mes, concurriendo a las aulas unos 5.000 niños, cifra no desdeñable para aquellos tiempos. La fiscalización corría por cuenta de los alcaldes, los cuales estaban obligados a informar sobre el cumplimiento de esta disposición.

En cuanto a bibliotecas, una trascripción de Rengger y Longchamp -fuente de la que se nutren investigadores y comentaristas- se refiere a la que pertenecía al Dictador. En ella, al lado de los mejores autores españoles -según aquellos viajeros- podían observarse “las obras de Voltaire, Rousseau, Raynal, Rollin, Laplace y otras que se había procurado desde el principio de la Revolución”. Poseía también instrumentos de matemáticas, globos terráqueos y cartas geográficas.

A la suposición de que pudo haber existido otra distinta formada con los libros de Manuel Atanasio Cabañas y de Mariano Larios Galván -cuñado éste del Dr. Francia, mal avenido con él y por consecuencia encarcelado- corresponde agregar la documentación analizada por

Fulgencio R. Moreno. Mas nada permite adelantar que haya funcionado una biblioteca de carácter público (14).

En lo relativo a la evolución científica el panorama ofrecido por el propio Dictador no es muy optimista. Así lo expresa en su comunicación al mayordomo de Itapúa, poniendo al descubierto las intenciones de Grandsire:

“No siendo el Paraguay un país donde haya establecimientos científicos en que se cultiven activamente las ciencias, no se hace bien creíble que el Instituto de Sabios de París, sin motivo de otra entidad, deliberase dirigir un enviado, cruzando los mares, a tan remota región”.

Algo más: tocó a López Decoud descubrir “una escuela de danzas”, que si bien no pudo perdurar constituyó un indicio de importancia (15). Hasta una música fue compuesta en su homenaje: “La Gasparina”, exhumada y llevada a escena en 1923 (16). Quedaría de este modo desvirtuado el dicho de Rengger: “Hasta la guitarra enmudeció”, que Domínguez y otros tomaron como moneda de buena ley.

Una frase del Dictador vendría a justificar el empobrecimiento cultural de esa época:

“Minerva duerme cuando Marte vela”. Dramática premonición que habría de convertirse en dolorosa realidad para el Paraguay veinticinco años después de su muerte.

13 - Molas, Mariano Antonio: ob. cit. Nota de Carranza. p. 51.

14 - Moreno, Fulgencio R.: Instrucción y cultura general durante la dictadura (En: El Nacional, Asunción, 12 de marzo de 1910).

15 - López Decoud, Arsenio: Una Escuela de Danza bajo Francia (En: Guarania, Asunción, Año II, Nº 16, 20 de febrero de 1935, p. 5-6).

16 - O’Leary, Juan E.: La Gasparina. Cuadro dramático en un acto estrenado en el Belvedere el 18 de abril de 1923, con música exhumada y reconstruida por el maestro Lorenzo González (En: El Liberal, Asunción, 17 de noviembre de 1923). Cf. Boettner, Juan Max: Música y músicos del Paraguay, Asunción. APA, (1958), p. 79; Centurión, Carlos R.: Historia de la cultura paraguaya, Asunción, Biblioteca Manuel Ortiz Guerrero, 1961, t. II, p. 370-371.

11. LA SOLEDAD DEL PODER

El Dr. Francia no se ilusionaba con la porción de humanidad que le había tocado en suerte gobernar. Tampoco creía en solícitos o desinteresados apoyos. Fue un solitario en lo personal -como indica Justo Pastor Benítez- pero por sobre todas las cosas sintió el desgaste de la soledad del poder.

Por un lado carecía de gente confiable en trance de colaborar en difíciles tareas del gobierno; por el otro de los hombres cultos necesarios para un emprendimiento que exigía muy altas tensiones y un intransigente patriotismo. Algunos de sus contemporáneos civiles tenidos por tales (Mora, Molas o Peña) eran opositores y padecían prisión.

El resto estaba formado por militares de menor cuantía (comandantes o mayordomos de frontera) que apenas si pasaban de ser simples ejecutores de sus órdenes o abnegados intérpretes de sus despachos oficiales. Además se advierte en el conjunto, que en cultura, información política y sagacidad, el Dictador no tiene acompañantes, ni próximos ni lejanos.

A esto debe agregarse sus tensas relaciones con la oligarquía asuncena -integrada por los más rancios apellidos españoles-, a la que terminará por reducir a la mínima expresión, originándose así entre él y su pueblo una comunicación directa, sin que esto quiera significar una abolición de clases, que no estuvo en su ánimo alentar. Es preciso hacer esta aclaración para deteriorar los intentos de quienes pretenden -no con ademán arcangélico, desde luego adjudicar al Dr. Francia un precursorato socialista inexistente.

Y es así que no hallando a nadie en torno suyo, tiene que inventarlo todo. Está y se siente solo, sin discípulos y sin modelos. Y no por culpa de su misantropía sino por no haber encontrado en otros idéntica voluntad y férreo afán patriótico.

De allí su queja por tener que ocuparse hasta de los más mínimos detalles de la administración pública:

“No he de hacer lo que llaman milagros y mucho menos en esta tierra de imposibles donde todo es dificultad, que es menester entre mis infinitas atenciones y ocupaciones ande como un desesperado riñendo y lidiando con sastres, con mujeres y con criadas para que no me echen a perder los vestuarios que hay que preparar así para la gente de por allí como para las villas de los presidios del Chaco, de Olimpo, del Apa y de aquí”.

Este, como se ve, no es el lenguaje propio del político oportunista o del demagogo, acostumbrados a cubrir con mentiras lo que está detrás de la realidad circunstancial. Con alguna ligereza periodística y sin profundizar su imagen, Rafael Barrett lo calificó de “maravilloso basilisco”. Convengamos en que, de ser cierto, no poca razón le asistía para serlo (17).

En una nota más, aconseja en estos términos al ya nombrado comandante, instándolo a no complicar las cosas reiterando, una vez más, la queja de su soledad, no obstante que ésta, como al personaje de Ibsen, le proporcionaba inocultable fortaleza:

“Considera y reflexiona las cosas -recomienda- para no errar y darme quehacer, ahogándome aquí, ahogando sin poder respirar en el inmenso cúmulo de atenciones y ocupaciones que cargan sobre mí solo, porque en el país por falta de hombres idóneos, se ve el gobierno sin operarios y sin auxiliares, que tiene y debe tener en todas partes, de suerte que por necesidad estoy cumpliendo y llevando el peso de oficios que deberían servirse por empleados competentes”.

Tal alegación pone al desnudo la forma en que el Dictador comprendía el proceso administrativo y la responsabilidad con que lo encaraba. El desahogo a que se siente obligado no es más que la reacción de su genio ante las dificultades que se le presentan y que perentoriamente debe resolver.

Distinta había sido, en verdad, su posición una década atrás, cuando pensaba que la gente se hacía “idólatra de su libertad” y que los 1.000 diputados del Congreso grande lo apoyarían proporcionándole los elementos necesarios para hacer más livianas sus funciones.

Sin embargo hay la evidencia de que no fue así.

Alrededor de ese aislamiento va ciñéndose cada vez más su sentido del poder. Y a medida que se apodera de su psicología parece acentuarse el valor moral de su conducta, de su ética despiadada pero real Todo confina en la República -única Dulcinea permitida por su empecinada soltería-, a la que le era preciso custodiar y defender. Su pensamiento está puesto

en ella, sin concesiones. Y es por su prestigio que aconseja no reducirse a problemas de individualidad, puesto que todos están en lo mismo:

“...no debe comprometerse por personalidades -dice- ni sus armas emplearse en desahogo de resentimientos vulgares”.

Esta manifestación resulta tanto más valedera si se tienen en cuenta los sucesos que por entonces ocurrían en el Plata, cuando cada región levantaba su bandera de combate y los caudillos federales excitaban sus corceles frente a la metrópoli centralista y portuaria.

Para evitar la dispersión nacional habrá que ser fuertes y solidarios. El Dictador no deja de señalárselo al subdelegado de Candelaria:

“Nada desean tanto los enemigos de nuestra causa como el que los mismos pueblos libres se debiliten y aniquilen mutuamente para poder plantar sobre sus ruinas el estandarte del despotismo”.

Y al aludir a los problemas que se le presentan para resolver la vestimenta del ejército recuerda los sacrificios de los patriotas del Virreinato de Nueva Granada, que andaban en chiripá y hacían largas jornadas sin preocuparse de cómo estaban vestidos, pero que gracias a eso habían luchado por la libertad “y arrojado del suelo americano a los europeos”, dice textualmente.

17 Barret, Rafael: Revoluciones (En: Obras Completas, Buenos Aires, Americalee, 1943, p. 458).

12. IDEA DE PUEBLO

Con no mejores indicios se patentiza la opinión que el Dr. Francia tenía de sus conciudadanos. No ignora él que trabaja con falible barro humano, pero su ortodoxia moral no le permite consentir desfallecimientos. No es que sea ese su desquite ante las dificultades que tiene que afrontar y a cuya solución nadie -sino él mismo- puede concurrir, simplemente ocurre que no es hombre de cubrir con disimulos la realidad, por más que su inserción en ella le demande ímprobos esfuerzos.

Y como su doctrinarismo no está exento de practicidad quiere demostrar que no se engaña sobre el único sistema posible de escoger para superar las contingencias, y con ellas los problemas y dificultades que entrañan. Esto no invalida, desde luego, el reconocimiento de su reiterada profesión de fe venida de Rousseau: el hombre es bueno (incluida su condición sauvage), la sociedad pone cadenas a su estado de naturaleza, que es el de la libertad, y por consecuencia modifica su índole originaria. Pero la vida es como es y el Dictador tiene que encarrilarla con espíritu pragmático porque no se trata de su existencia sino de la del país.

Exhala un nuevo reclamo por el exceso de trabajo y por el cumplimiento de actividades concentradas en una sola persona, tanto en lo civil, en lo militar, como “en lo mecánico” (quiere decir: “práctico”), y aunque poco amigo de confesiones alcanza a hacerlo con singular verismo:

 “Recargado por todo esto, aun de ocupaciones que no me corresponden, ni me eran decentes, todo esto por hallarme en un país de pura gente idiota, donde el gobierno no tiene a quien volver los ojos, siendo preciso que yo lo haga, lo industrie, lo amaestre todo, por sacar al Paraguay de la infelicidad y el abatimiento en que ha estado sumido por tres siglos. Por eso, después de la Revolución, todos se avinieron a robarlo a su satisfacción: porteños, artigueños y portugueses”.

Lo de artigueños no invalida la comprobación de haber brindado al prócer oriental el derecho de asilo durante dos décadas. Tal derecho fue ampliado durante todo su gobierno en beneficio de los esclavos huidos del Imperio del Brasil.

13. EL DICTADOR Y LOS JESUITAS

Se ha creído ver en algunas modalidades propias de su mandato -especialmente el enclaustramiento que impuso al país- cierto resabio de la influencia jesuítica, que habría sido recogida durante los estudios que cursara en Córdoba. Pero el caso es que el joven Francia ingresa al Colegio de Monserrat trece años después de producida la expulsión de la Compañía de Jesús, cuando imperaban allí los franciscanos y la filosofía de Suárez era reemplazada por la de Duns Scoto.

Ese repliegue fue aplicado por el Dictador como medida de emergencia, que las circunstancias del Plata le obligaron a prolongar: primeramente la denominada “anarquía del año 20”, o sea la insurrección de las provincias contra el poder central y luego las pendencias entre ellas (Pancho Ramírez vs. Artigas; Estanislao López vs. Pancho Ramírez), y más tarde la extensa tiranía feudal de Juan Manuel de Rosas, quien no molestara al Dr. Francia porque -como lo advirtió Alberdi- su aislamiento no interfería en los intereses de la aduana porteña (18).

Volviendo a lo inicial será útil recordar que mientras el Dr. Francia gobierna en medio de una nacionalidad formada y a un país, étnica y socialmente integrado, la Compañía de Jesús tuvo que hacerlo dentro de los límites de su Provincia Eclesiástica. Por lo demás, su misión se vio reducida a la exclusiva evangelización de uno de los estratos sociales, aunque cruda y cruelmente marginado: el indio guaraní. Los restantes estaban representados por el criollo y el mestizo, con los cuales los religiosos vivieron en guerra.

Al sustraer la integración del indígena con el mundo circundante -porque el favorecerla equivalía, paradójicamente, a desintegrarlo- los jesuitas se propusieron no sólo resguardar la pureza espiritual del nativo sino tener a mano un insustituible elemento de explotación (claro que no con la avidez mortífera de los encomenderos), formar defensores de sus tierras o de los predios de Dios frente a las depredaciones de los bandeirantes, modelar su carácter y, en especial, evitar la contaminación y fusión, estableciendo así un verdadero cerco demográfico.

Y no es por capricho que trazaran aquella tajante división entre guaraníes y paraguayos, entre los aborígenes y los que no lo eran, como quien marca el más acá y el más allá de las Misiones. Esa línea separatoria, a pesar de que su vigencia superó el siglo y medio, fue diluyéndose al producirse el extrañamiento de los Padres. El idioma ancestral -común a indios, mestizos y criollos y que éstos no perdieron con la retracción de aquéllos- ayudaría más tarde a la retoma de un aglutinamiento lingüístico que se suponía perdido, o por lo menos debilitado, y que pese a sus muchas y numerosas deformaciones se mantiene como la característica más evidente y como la más fuerte prenda de unión del pueblo paraguayo, dentro o fuera de los contornos nacionales, hasta nuestros días (19).

Esos posibles no pudieron darse durante la Dictadura Suprema. La doble vuelta de llave aplicada por el Dr. Francia y drásticamente acentuada sobre la mediterraneidad -especie de cauterio preventivo cuya justificación histórica se halla aún en apelación- tiene otros alcances y al mismo tiempo una acusada finalidad política. El Paraguay está rodeado no de vecinos complacientes sino por enemigos que la historia y la geografía se han encargado de identificar.

Y es esta comprobación la que lo llevará a robustecer el concepto de soberanía y a reafirmar su conciencia republicana. Esta actitud importará también el autoabastecimiento.

Las diferencias entre uno y otro aislamiento van, igualmente, a distinguir distinto tipo de procedimientos y por de contado de conducta. Mientras los jesuitas ejercen su dominio sobre una vasta población vernácula, aún no incorporada a una función nacional, el Dr. Francia cohesiona al país por encima de sus parcialidades étnicas o sociales.

Entre los Padres de la Compañía de Jesús -cuyo aporte a la historiografía paraguaya no podrá ser olvidado- y el Dr. Francia, no hay más parentesco que el de haber pertenecido a diferentes capítulos de la historia de una nación. En modo alguno confluyen o se yuxtaponen ni en su doctrina, ni en sus métodos, ni en su proceder. Es hora ya de terminar con la viejam fantasía sarmientina que les adjudicaba un maridaje a todas luces ilusorio (20).

En otro aspecto, el estudio de las relaciones del Dictador con la Iglesia podrá constituir un índice de cómo interpretaba el cometido de las congregaciones religiosas y en qué forma contuvo su influencia. Esto no aminoró, desde luego, la creciente fe popular, aún cuando el estado no muy piadoso de esos vínculos pudiera haber hecho propicio el reflorecimiento de supersticiones ancestrales y su correspondiente veta folklórica.

El Dr. Francia no admitía competencias, y el lento y paciente laborar de las comunidades podía significarle una. Por eso supo contenerlas en su expansionismo, sospechosas de estar orientadas tanto a las almas como a los cuerpos. Por otra parte su sola presencia configuraba la representación de poderes extraterritoriales que, aunque dedicadas a la purificación de los espíritus no dejaban, de tanto en tanto, de mezclarse en los negocios terrenos. Esto le ha ganado al Dr. Francia patente de laicista y a la vez de volteriano, títulos que, por supuesto, no le hubieran disgustado.

Con todo, será preciso, mediante una adecuada comparación, indicar las diferencias, y no sólo de hecho, que en tal sentido lo separaban de Rivadavia, que tuvo para con la Iglesia groserías imperdonables, en las que no caería el Dictador (21).

NOTAS:

18 - Alberdi, Juan Bautista: Dos guerras del Plata y su filiación en 1867 (En: El Imperio del Brasil ante la democracia de América. Asunción, El Diario, 1919, p. 129).

19 - Malberg, Bertil: El Paraguay de indios y mestizos (En: América hispanohablante, Madrid, Istmo, 1966, p. 253-285).

Medina, José Toribio: Bibliografía sobre la lengua guaraní, Buenos Aires, 1930; Melia, Bartomeu: Bibliografía sobre bilinguismo en el Paraguay. (En: Estudios Paraguayos, Asunción, v. II, Nº 2, diciembre de 1974, p. 73-82); Mitre, Bartolomé:Guaraní. (En: Catálogo razonado de la Sección Lenguas Americanas, Buenos Aires, Coni, 1969-1911, t. II, p. 5-97); Molas,Mariano Antonio: ob. cit. p. 65-70; Morínigo, Marcos A.: Hispanismos en el guaraní. Buenos Aires, Facultad de Filosofía yLetras, Instituto de Filosofía, 1931.

20 - Sarmiento, Domingo Faustino: Obras Completas, t. VI, p. 381-382; p. 36-37; XXXV, p. 304-305; XXXVIII, p. 19; XL, p. 361.

21 - Puede consultarse sobre este asunto: Gallardo, Guillermo, La política religiosa de Rivadavia, Buenos Aires, Peamar, 1970; Esteban, Rafael V.: Cómo fue el conflicto entre los Jesuitas, Buenos Aires, Plus Ultra, 1972.

14. APROXIMACIONES A ROUSSEAU

Según algunas fuentes durante más de un cuarto de siglo el Paraguay vivió sometido a la tutela de este graduado de la Universidad de Córdoba, inspirado en Rousseau. Buen propósito éste de apear a los próceres de su indemnidad olímpica para hacerlos comulgar con hechos y doctrinas de su tiempo.

Comenzaremos por citar el mensaje del 17 de junio de 1811, en el que se hallan pasajes cuya procedencia no resulta del todo misteriosa. En ese documento -que puede ser considerado como uno de los capítulos fundamentales del pensamiento paraguayo- el Dictador pone en claro estas definiciones, que son previas -lo hemos anticipado- a aquellos desencantos suyos sobre la función pública:

“Nuevas luces se han adquirido y propagado -manifiesta el Dr. Francia-, habiendo sido objeto de meditaciones de los sabios y de las atenciones públicas todo lo que está ligado al interés general, todo lo que puede contribuir a hacer los hombres mejores y más felices”.

No otra habrá de ser la teoría de la bondad y la felicidad humanas, implícitas en el Contrato social:

“Todos los hombres -continúa el Dictador- tienen una inclinación invencible a la inquietud de su felicidad, y la formación de las sociedades y establecimiento de los gobiernos no han sido con otro objeto que el de conseguirla mediante la reunión de sus esfuerzos”.

Así queda justificado el derecho del pueblo -o de sus componentes- a la felicidad. Aún no es ese pueblo taciturno, silencioso, que aceptará la vigencia de un mandatario único y de por vida. La élite social-militar-eclesiástica que hubiera podido orientarlo hacia planos quizá superiores, se halla en estado deliberativo; tampoco muchos de quienes la representan están en condiciones de acercar ideas más altas, ni se manejan en términos de República. No es improbable que sus aspiraciones confinen en apenas una modesta democracia municipal, hecha más de fórmulas que de realidades.

En tanto el tiempo apremia, los honestos vecinos se muestran cada vez más quisquillosos y densas nubes vienen empujadas desde el sur, no para tranquilidad del joven gobierno paraguayo, o mejor expresado: asunceno. Para prevenir las consecuencias de una catástrofe es requerido el Dr. Francia, morosamente refugiado en su quinta de Ybyray, entre mate y libros, y alguno que otro discreto connubio. De allá lo irán a sacar quienes quizá estén diestros en el uso de la espada o la pluma, pero no muy cerca del sentido político del poder y del mando pleno.

Y van a buscarlo. Nada ha hecho él por llegar hasta esa Casa de los Gobernadores, penumbrosa de tufo colonial. No está en su modalidad ofrecerse, y aunque no han aparecido todavía los “grupos de presión”, bautizados como tales por la jerga sociológica de nuestra época, ya empiezan los aspirantes a laderos de mandamases a organizar las nunca del todo desnucadas “intriguillas de palacio”. Mas, el Dr. Francia logra llegar sin el apoyo de esas ortopedias.

De esa manera iniciará su patriótico servicio, como auténtico brazo ejecutivo, como poder instalado sencilla y decorosamente, sin adhesiones ruidosas ni obsecuencias vejatorias, de las que por lo demás no necesita. Ya está el Dr. Francia en el modesto recinto de su actuación: severo, frugal, imperturbable, rodeado de amanuenses humildes y de escasos criados, sin bufones contrahechos, sin mazorqueros con el puñal entre los dientes, sin turiferarios pendolistas. Exactamente la contrafigura del estanciero porteño don Juan Manuel de Rosas.

El Dictador no se harta de recordar a sus compatriotas la calidad de sus derechos:

“La naturaleza -proclama en otros párrafos del aludido documento- no ha criado a los hombres esencialmente sujetos al yugo perpetuo de ninguna autoridad civil, antes bien, hizo a todos iguales y libres de pleno derecho.

Más adelante ha de referirse a la imprescriptibilidad de los derechos naturales por ser, no los que se adquieren sino parte misma de la persona humana. Y el precedente de Rousseau surge de inmediato:

“El hombre nace libre y la historia de todos los tiempos siempre probará que sólo vive violentamente sujeto mientras su debilidad no le permita entrar a gozar de los derechos de aquella independencia de que lo dotó el Ser Supremo al tiempo mismo de su creación”.

Su tesis está dirigida al logro del hombre libre, con independencia, categoría que lo acreditará para el goce pleno de sus derechos. En síntesis: piensa que la propia libertad es uno de esos derechos que también hay que conquistar. Aunque la noción de libertad debe subordinarse a la de independencia, porque lo que define tanto a un hombre como a un país es su autonomía, ya que ser libre sin poder decidir lo propio constituirá un imposible o una ficción. Y muy cierto resulta que una nación que no haya alcanzado en plenitud su independencia (económica, política, social, cultural) dificultosamente podrá blasonar de libre y soberana, aunque flamee su bandera al tope de los mástiles y en sus escuelas se cante el himno nacional. Hasta en eso el Dr. Francia se anticipó con largueza a nuestros tiempos.

Sigamos. Según Rousseau el hombre es bueno, “por eso el error y el vicio deben mantenerse alejados de él. (Esto -se advierte- está lejos del pecado original predicado por los jesuitas). Para preservar al Paraguay de los “vicios” y “errores” provenientes de otras naciones, fue que el Dictador consideró oportuno acudir al expediente del aislamiento. Decisión cáustica destinada a erradicar el contagio.

Se trata de una medida preventiva, de un método tendiente a procurar el bienestar del pueblo por incontaminación, pero cuyo límite álgido puede constituirlo -por cruel paradoja- la proliferación de la ignorancia o el enquistamiento en ella. El Dr. Francia quiere, o pretende, contribuir al perfeccionamiento del hombre natural, alejándolo de los peligros de una comunicación interna o externa, demasiado o del todo frecuente. El hombre en el pueblo, para acceder a la bondad de sus actos, deberá mantenerse puro. Ese fue, también, el compartido cilicio del Dr. Francia. (Almafuerte lo dejó expresado en verso, aunque con otra intención: Pues el que quiera conservarse puro / muchas veces tendrá que no ser bueno.)

En el cierre de este capítulo no estará demás tener en cuenta que el contrato social implicaba un contrato de hecho, destinado a alcanzar el desarrollo de las fuerzas naturalmente buenas del hombre. Hasta aquí Rousseau y su lejano lector paraguayo. En esto termina la condicionada identidad entre ambos, ya que el Dr. Francia parece no haberse mostrado proclive a la aceptación total del espectro ideológico francés pre-revolucionario, sino solamente a través de algunas de sus proposiciones.

Aquello explica el por qué -aunque conociéndolos- no haya podido coincidir con los enciclopedistas -que tanta influencia ejercieran en varias zonas de nuestra América particularmente en cuanto a la tolerancia religiosa, al optimismo por el futuro de la humanidad, a la confianza en el poder de la razón (22). Es que al Dictador sólo le importará, a fin de cuentas, lo suyo, es decir: su misión; no había sido hecho para construir falansterios. (Otra más entre las varias líneas de separación tendidas entre él y los jesuitas).

20 - Sarmiento, Domingo Faustino: Obras Completas, t. VI, p. 381-382; p. 36-37; XXXV, p. 304-305; XXXVIII, p. 19; XL, p. 361.

21 - Puede consultarse sobre este asunto: Gallardo, Guillermo, La política religiosa de Rivadavia, Buenos Aires, Peamar, 1970; Esteban, Rafael V.: Cómo fue el conflicto entre los Jesuitas, Buenos Aires, Plus Ultra, 1972.

22 - Mornet, Daniel: Los orígenes intelectuales de la Revolución Francesa. Buenos Aires, Paidós, 1969, p. 75-102.

15. COMPARACIÓN CON OTROS DOCTRINARIOS

Se lo ha comparado ideológicamente con Mariano Moreno, el inquieto y fugaz secretario de la Junta de Buenos Aires. Algunas coincidencias, muy tangenciales, podrían favorecer una aproximación, mucho más si para el paralelo se acude al lúcido y enérgico Moreno del hasta hoy controvertido Plan de Operaciones, que lo muestra como a un realizador a designio y no como a un prócer de repostería, que eso es para la historia oficial argentina (23).

No se relacionan -porque sus miradores son distintos- en materia económica y en cuestiones de religión, en las que se observan mayores avances en el Dictador. A Moreno se lo ha presentado con el perfil de un visionario (el Moreno para uso de las escuelas primarias), ocultándose pudorosamente aquellas letras suyas que pudieran definirlo como a un doctrinario de verdad y un realizador sin inhibiciones. El Dr. Francia, en cambio, se presenta desde sus primeros pasos con el aire y el ademán de un político práctico, a pesar del romántico denuedo con que llegara a amar a su patria, llamada siempre, con aguda pertinacia y sin concesión alguna, República del Paraguay. (Tal es su nombre, como él ordenó que se escribiera, haciéndola respetar ante el mundo, no simplemente Paraguay, según se acostumbra hacerlo ahora con harta desaprensión). Otra disparidad residiría en los 12 años que median entre sus respectivas edades.

Y finalmente lo imprevisible, que está en el comienzo mismo de los sucesos: la actuación pública de Moreno durará tan sólo diez meses. Muere en alta mar, joven aún, quizás envenenado, para luego ser entregado a la voracidad de los tiburones por profilácticos marineros británicos. El Dr. Francia, por el contrario, se mantiene en el mandato durante 26 años, sin reposo alguno. Viejo ya, se aleja de este mundo sin espectáculos y sin frases sacramentales que legar a la posteridad. Parecía que hasta la muerte se había olvidado de él.

Por fin es recibida en silencio, con la sobriedad de costumbre, en las vísperas de una primavera. En seguida sus amanuenses, los presos, las ávidas potencias extranjeras, empezaron a levantar sus candiles, pero su poderosa sombra lo tapó todo y, como dijo el prócer Artigas, seguiría por muchos años proyectándose sobre el alma de esta nación.

Los historiadores paraguayos Dres. Juan Stefanich y Julio César Chaves han aportado - desde sus respectivos andariveles- benéficas luces a la dilucidación del tema morenianofrancista (24).

La vida y la obra de otros dos argentinos podrían ofrecer alguna afinidad de carácter y de procedimientos con el Dr. Francia. Además, tenían edades cercanas a la suya, aunque ninguno de ellos le sobrevivió. Pese a que nosotros no creemos que un estudio detallado pueda proporcionar resultados favorables, vale la pena intentar, a la distancia, el análisis bien que provisional de esa presunta sinonimia.

Esos dos ciudadanos sobre cuyas indóciles testas se desatara, y no pocas veces, la polémica de sus contemporáneos, son los Dres. Juan José Castelli y Bernardo Monteagudo, igualmente abogados de profesión, quienes figuraron como fogosos dirigentes en el período inicial de la emancipación. El primero, muy conocido, y a la vez injuriado, por la drástica actuación cumplida en el Alto Perú (es probable que el “inconveniente” consistiera en su propósito de predicar la justicia y la libertad a los indios, apenas si hermanos teóricos e idílicos de la nueva gesta revolucionaria), y el segundo, de no menor empuje que aquél, que padeció los sarcasmos de la leyenda negra y fue a caer asesinado en las calles de Lima, por mano mercenaria, víctima de su implacable patriotismo continental, crecido a la vera de San Martín y Bolívar, privilegio que le concitara no pocas inquinas. Las versiones montesco-liberal y capuleto-revisionista de la historia argentina han querido presentarlos como a monigotes perfumados, en un caso, o como a locos enardecidos, en el otro. Ni Castelli, ni Monteagudo fueron tales: el pensamiento de la liberación de nuestra América les debe mucho; por eso los ha colocado más allá de aquellas falsificaciones.

Ambos están unidos al Dr. Francia por la severa determinación de defender el ideal de la libertad a cualquier precio; además, los tres habíanse agitado en una concepción redentora para las ideaciones del futuro y decisivamente bélica para los enfrentamientos con la actualidad, siempre elevada, a nivel casi mesiánico, la misión de sus respectivas campañas revolucionarias, aunque en los argentinos la proporción de la llama supere al combustible. En esa medida el Dr. Francia supo conservar la serenidad. Matices nacidos de sus individualidades tienden, en orden dispar, a separarlos; entre ellos cuentan los avatares de la existencia, de continuo imprevisibles, y los rasgos propios de caracteres totalmente diferenciados. Castelli posee, no sin motivo, el genio revuelto y arrebatado, y habrá de consumirse en el torrente de su apasionado ímpetu. Monteagudo gasta ampulosidades no muy republicanas, participa en rencillas y pendencias que lo sitúan en un callejón sin salida, y también es entregado al vórtice de los acontecimientos, aunque él intentara cubrirse con la pedrería de un boato efímero, en el ingenuo empeño de ocultar sus no muy conocidos orígenes. Si bien los dos se mostraron seguros en su acción, fueron escasamente oportunos en la aplicación de su pensamiento.

El Dr. Francia queda escindido aquí de sus compañeros de causa revolucionaria americana: sabía lo que pensaba y con mayor firmeza lo que quería. Fue escrupuloso en asuntos personales y de gobierno; censor de los demás y de sí mismo; enemigo del oropel y del lujo (“un cuáquero”, dijo certeramente O’Leary); si tuvo amores, de los que no hay dudas, supo sobrellevarlos con un decoro y una discreción que sus paisanos no terminarán de agradecerle, quitando a la anécdota histórica y a la chismografía barata robustos argumentos para hurgar en los secretos de su existencia. (Esto podría parecer inverosímil al brioso Sarmiento).

Los tres fueron, sí, y esto no hay que callarlo, insobornables críticos de la dominación hispánica (enquistada en estas patrias hasta mucho después de su emancipación política) y ejemplos de proceridad, por encima de sus aciertos y de sus errores, de su envoltura carnal, destinada a la tierra, y de la lumbre de su espíritu, destinada a la posteridad. Resentidos impíos y sacrílegos hicieron desaparecer los restos del Dr. Francia.

No importa: el corazón de su pueblo ha venido a resultar su más perdurable sepulcro.

Aparte que de los tres ha sobrevivido algo más poderoso que la materia: el símbolo vivo de su obra, que afortunadamente no murió con cada uno de ellos.

NOTAS:

23 - Orsi, René:  Historia de la desmembración rioplatense.  Buenos Aires, Peña Lilio, 1969, p. 25-27. Cf.: Puiggros, Rodolfo: La época de Mariano Moreno, Buenos Aires, Partenón, 1949.

24 - Chaves, Julio César: Historia de las Relaciones entre Buenos Aires y el Paraguay 1810 – 1813. Buenos Aires, Jesús Menéndez, 1938. Cf. Stefanich, Juan: Juan Jacobo Rousseau y sus dos discípulos: Mariano Moreno – José Gaspar de Francia. En: La Tribuna, Asunción, 23 de febrero y 3 de marzo de 1975).

16. EL “DR. FRANCIA” DE CARLYLE

Resulta desde todo punto de vista sintomático que los pensadores europeos de la primera mitad del siglo XIX -Carlyle y Comte, entre los más significativos- hayan fijado su atención en el Dictador. Convendrá, para mayor claridad, hacer una breve referencia a las posiciones de ambos por haber tenido ellas algunas derivaciones en nuestra América (25).

La difusión de la semblanza biográfica -no biografía propiamente dicha- de Carlyle, hecha conocer inicialmente en 1842, contribuyó en gran medida a acentuar el interés hacia la imagen del prócer paraguayo, bastante averiada en la versión que habían adelantado Rengger y Longchamp, por una parte, y los Robertson por otra, con la ventaja de haberlo tratado personalmente. Mas, lo cierto es que el ensayo del escritor inglés equivaldrá a una reivindicación, no importa cuáles pudieran haber sido los motivos supuesta o realmente ideológicos de ese interés.

Esta actitud se torna más expresiva cuando se advierte que Carlyle (por cuyas venas corría abundante sangre celta) dista en mucho de ser un historiógrafo o un historiador sistemático, pudiendo ser considerado más bien como un re-creador literario de temas históricos -aun en su Historia de la Revolución Francesa (1837)- con no poca influencia del romanticismo alemán. El mismo estimaba a la literatura como a “la única y militante iglesia de los tiempos modernos”.

Debió atraerle, sin duda, el enigma representado por el Dr. Francia gobernante, tanto como la tenaz y silenciosa adhesión de su pueblo, (Hablamos de pueblo, no de minorías selectas, ni de los paniaguados de costumbre, que por fortuna no tuvo). Y quizá por no haberse desenvuelto el Dictador dentro de una lógica estricta -como mandan los esquemas ultramarinos- y por haber acomodado los acontecimientos a la realidad de su país y no al revés -según suele indicar la receta de los cipayos, de derecha o de izquierda, de todas las latitudes fue que Carlyle dispuso analizarlo con distinta óptica. Eso sí: quedó sabiamente excluido de su galería de “héroes providenciales”, puesto que en verdad no lo era. Por el contrario, es el Dr. Francia uno de los más definidos anti-héroes de nuestra historia, cuyo perfil civilista se destaca entre muchos.

A pesar de la opinión de un persistente filósofo continental, el Dr. Francia no cultiva el despotismo ilustrado (26), ni a la manera de los modelos europeos, ni a la más cercana de Rivadavia, en Buenos Aires, o del posterior Guzmán Blanco en Venezuela. Tampoco, en ese aspecto, ofrece particularidades que pudieran encender cuanto más la curiosidad de los intelectuales de su tiempo, algunos de ellos extraviados consortes de un liberalismo no bien digerido. Este raro Dictador es, ante todo, un empecinado paraguayista, no un patriotero epidérmico y sentimental, de esos a quienes, extasiándose con el brillo de los símbolos, no les importa cómo se ocupe la tierra y se adiestren y eduquen las gentes. En fin: un administrador honrado (y honesto), un centinela insomne de la soberanía nacional -sin aristas bélicas ni sulfuraciones de matasiete-, un hombre con traza de monje, muerto con las manos limpias de los dineros del Estado, en medianía económica cercana a la pobreza. Eso hay que mirar en él, antes de perderse en suposiciones doctrinarias. Lo demás vendrá por añadidura.

No es de descreer del asombro de Carlyle ante este Dr. Francia que ha gobernado –sin concesiones, eso sí- con ahorro de gestos y de palabras, ausente de histrionismos oratorios y de ambiciones publicitarias, no muy expandidas pero de relativo uso en su época. Y agregado a esto una moral monolítica: no hay diferencia entre el Dr. Francia como persona y en el ejercicio del poder. Visión infrecuente, aun para el avisado autor, ésta de un mandatario absoluto que empezó siéndolo consigo mismo.

El tal vez eruptivo nacionalismo de Carlyle (por lo menos no con el disfraz con que aparecen algunos de nuestro tiempo) y el influjo sobre aquél de las ideas de Fichte -las que enfrentaron al imperialismo napoleónico y fueron elogiadas entre nosotros por Fulgencio R. Moreno en 1911- no alcanzarían a explicar la incorporación del Dictador en otro orden de pensamiento que el que nace de su propia obra (27). Lo anterior viene a cuento a raíz de una lectura de Borges: nada autoriza, como lo hace este poeta a sumar a Carlyle entre los precursores del nazismo y su siniestro magisterio, y mucho menos a disminuir de rebote al Dr. Francia tratándolo de “atrabiliario” por haber merecido la atención del escritor inglés . La historia no se debe manejar con los mismos ingredientes que la literatura fantástica o la exhumación de compadritos suburbanos. Se ha de suponer que es cosa algo más seria (28).

NOTAS:

25 - Barret, RafaelL Marginalia Carlyle. (En: El Nacional, Asunción, 12 de mayo de 1910).

26 - Zea, Leopoldo: Francia y el despotismo ilustrado. (En: Latinoamérica: Emancipación y neocolonialismo. Caracas, Tiempo Nuevo, 1971, p. 60-62.)

27 - Amaral, Raúl: Formación filosófica de Fulgencio R. Moreno. Asunción, Separata de la Revista del Ateneo paraguayo, 1963, p. 6.

28 - Borges, Jorge Luis: Otras inquisiciones. 6ª ed. Buenos Aires, Emecé, 1971, p. 181.

17. LOS POSITIVISTAS Y LA DICTADURA REPUBLICANA

Augusto Comte incluye al Dictador en su Calendario Positivista, correspondiéndole el mes de Federico el Grande, propicio a los realizadores políticos. Quizás esto haya resultado un indicio elocuente para que una no pequeña corriente positivista comtiana no fuera extraña a la necesidad de estudiar al Dr. Francia en su auténtica dimensión social y doctrinaria, aún desde el plano de la historiografía liberal, dicho esto con las debidas precauciones (29).

Situémonos en el Paraguay para recordar que quien inaugura el revisionismo nacional, tomando al Dictador como “fundador de la nacionalidad paraguaya”, es un ideólogo de esa tendencia: el Dr. Cecilio Báez, acatado adalid de los principios liberales, cuya posición profrancista no admitiría mutaciones. Desde el artículo que escribiera y publicara en 1888 (tenía por entonces 26 años) hasta su alta ancianidad, en 1941, no fueron pocas las páginas y las meditaciones que dedicara a su excepcional compatriota.

Desde otra militancia Blas Garay -aunque no siendo un positivista, pero sí comentador de Spencer a las puertas de la implantación del positivismo en el Paraguay- ha estudiado con mayor detenimiento al Dictador, vinculando sus actitudes frente a la Iglesia y al ejército en trabajos que coincidirán luego con otros aportes de distinta procedencia y a la vez de una misma orientación (30).

Ignacio A. Pane, positivista confeso y activo en todos los tramos de su labor intelectual (por más que se haya querido injertarlo en una inexistente categoría de “sociólogo católico”) al ocuparse del Dictador -de cuya gestión histórica no se muestra adepto- censura modalidades de su sistema (persecuciones, prisiones, etc.), si bien admitiendo su honrado patriotismo. Cree que se debe investigar en su obra para lograr un juzgamiento más sereno y ecuánime (31).

En cuanto a la línea republicano-brasileña, de virtual procedencia comtista, hará suya la reivindicación del Dr. Francia por medio de algunos de sus publicistas –Teixeira Mendes y Miguel Lemos, entre varios- originando así un clima polémico que se extenderá a otras ramas del positivismo internacional32.

Efectivamente, uno de sus más señalados representantes, el maestro argentino Dr. J. Alfredo Ferreira, consideró necesario dejar indicada su discrepancia con todo tipo de gobierno autoritario (33), separándose de este modo de los propios preceptos establecidos por Comte para la teorización de la dictadura republicana, los que por su parte fueron canalizados por uno de los más convencidos feligreses de la Religión de la Humanidad, el chileno Jorge Lagarrigue (34).

Formación paralela a la de Ferreira es la que ofrece, en nuestro medio, el Dr. Justo Prieto, autor de una densa biografía de Comte, quien en otro de sus ensayos sociológicos dedica enérgicas censuras al período francista (35).

NOTAS:

29 - Comte, Augusto: Catecismo positivista. 4 v. Madrid, Biblioteca Económico-Filosófica, 1894. Cf. del mismo autor y libro: París, Garnier, s.a., 346p.

30 - Amaral, Raúl: Blas Garay y el sentido nacional de la historia. (En: La Tribuna, Asunción, 10 de diciembre de 1968).

31 - Pane, Ignacio A.: El Paraguai (sic) intelectual. Santiago de Chile. Imprenta Mejía, 1902, p. 12-13.

32 - Gomes De Castro, A. R.: A Patria Brasileira (1822-1922), Río de Janeiro, 1922; Teixeira Mendes, Raimundo: Benjamín Constant. Esboço biográfico. Río de Janeiro, Igreja Positivista Brasileira, 1913; Varela, Alfredo: Duas grandes intrigas. 2v. Porto, Renacimiento Portugheis, 1916.

33 - Bassi, Angel C.: J. Alfredo Ferreira. El pensamiento y la acción del gran educador y filósofo. Buenos Aires. Claridad, 1943, p. 253-255; Dozo, Luis Adolfo: Alfredo Ferreira y el positivismo argentino. (En: Cuyo, Anuario de Historia del Pensamiento Argentino. Mendoza, t. VII, 1971, p. 161-175); Farre, Luis: Positivismo comtiano: J. Alfredo Ferreira. (En: Cincuenta años de filosofía en Argentina. Buenos Aires, Peuser, 1958, p. 57-60); Lagarrigue, Juan Enrique: Carta al Sr. D. J. Alfredo Ferreira.

Santiago de Chile, Ercilla, 1900; Soler, Ricaurte: El positivismo argentino. Paraná, Imprenta Nacional, 1959, Cf. 2ª ed., Buenos Aires, Paidós, 1967.

34 - Lagarrigue, Jorge: La dictadure republicaine. Río de Janeiro, 1937. Cf.: Teixeira Mendes, Raimundo: Dictadura republicana. (En: ob. cit. p. 317-318). Del mismo autor: A mystificaçao democrática. Río de Janeiro, Igreja Positivista doBrazil, 1906.

35 - Prieto, Justo: Paraguay. La Provincia Gigante de las Indias. Buenos Aires, El Ateneo, 1951, p. 137-158. Del mismo autor: Vida indómita de Augusto Comte, el apóstol de una religión sin Dios. Buenos Aires, Ayacucho, 1944.

18. TEORÍA DE LOS TIRANOS VULGARES

Tratemos ahora de preguntarnos -casi al final de este recuento- en qué forma podría ser ubicado el Dr. Francia en una galería de tiranos vulgares (dispénsenos el lector la redundancia), trascendiendo aquéllos remotos desvelos frenológicos del Dr. Ramos Mejía - paradójicamente no menos positivista que los anteriores- que no sin asombroso crédito acogiera entre nosotros don Juansilvano Godoi, un romántico de vida y obra.

Pero antes que nada se impone un primer enfoque: el de aclarar la medida en que el Dictador contraría los procedimientos adjudicados a algunos de aquéllos sus presuntos colegas. Entre no escasas diferencias las más evidentes son éstas:

1. No usurpará el poder.

2. No se valdrá de golpes de Estado para cimentarlo.

3. Carecerá de camarillas que favorezcan su acción o que, en el reverso, le impidan ver la realidad en toda su crudeza.

4. No tendrá a su servicio pendolistas untuosos, y a los que llegarán de afuera sólo les dirá lo que a su país convenga, a riesgo de que no pocos de ellos se dediquen a distorsionar su pensamiento.

Cabe insistir también en que tanto la Dictadura temporal como la perpetua fueron asumidas por el voto de dos Congresos, ante el ostensible peligro de la naciente anarquía argentina, por un lado, y el insaciable apetito del imperialismo bragantino, por el otro. Solución de emergencia ésta que las contradicciones históricas prolongaron desmesuradamente.

No debe cargarse, pues, a la cuenta del Dictador ese mal llamado aislamiento, correspondiendo calificarlo de repliegue, con mayor propiedad. Por no querer sumarse a las circunstancias socio-político-económicas regionales, que consideraba perniciosas al logro de la autonomía terrígena (largamente amenazada de vasallaje desde la partición de la Provincia Gigante de las Indias, el 16 de diciembre de 1617), el Paraguay se vio en la disyuntiva no sólo de tener que crear su propia política internacional, sino de establecer una no-alineación precursora con respecto a intereses vecinos. Durante un cuarto de siglo constituyó un ejemplo de independencia y hasta un adelanto de “tercer mundismo”, en colisión con planes hegemónicos de potencias próximas o lejanas.

Si se echa una mirada a distintos capítulos de la historia de nuestra América quedará visible la comprobación de que el Dr. Francia es un caso único y aparte, tanto como lo fueron las condiciones en que ejerció el mando. Su imagen no ofrece comparación, menos todavía con aquellos gobernantes propensos a aplicar (por obstinación que el psicoanálisis podría develar) la mano de hierro ante la mansa respuesta de sus pueblos, y el cepo -físico o mental puesto con beneplácito, nunca lírico, de infaltables y poderosos protectores gringos. (Nuestra contemporaneidad está plagada de malos recuerdos).

Por igual ha de pensarse que ni en el país, ni fuera de él (mencionamos a los nacionales) tendrá contradictores ilustres. Dos de quienes pudieron haberlo sido: el asunceno Juan Andrés Gelly y el guaireño José Francisco de Ugarteche, eran muy jóvenes cuando pasaron a residir en Buenos Aires y pronto se vieron envueltos en los remolinos de la política porteña.

Mayormente no se ocuparon del Dictador; Gelly lo hará recién en 1849, luego de su regreso al país y muy esquemáticamente.

Por lo demás, una coparticipación en el poder se tornaba poco menos que quimérica, ya que se imponía una inflexible centralización de esfuerzos para evitar que los enemigos de la Revolución -que es como decir de la causa americana del Paraguay- pudieran fermentar el caos, según estaba ocurriendo en las inmediaciones. Todo esto agravado por el hecho de que por debajo de su nivel, especialmente doctrinario, el panorama no brindaba más que mediocridades civiles, militares o eclesiásticas (expresado sin ánimo de faltarles el respeto), dotadas de ingenuidad aldeana o de alguna buena fe que no era la más apropiada para tratar con linderos codiciosos. No importa que ellas hayan sido loadas, sin revisión de capacidad o de conducta, por procedimientos no muy acordes con la verdad y la justicia históricas.

Varios de quienes más allá de las fronteras supieron de la persona del Dictador, o aun aquéllos que lo visitaron dentro, parecían carecer (y la crítica no lo desmiente) de la perspicacia imprescindible y hasta del más elemental sentido político, como para medirlo desde lugares más elevados que la crónica periodística o el anecdotario picante. Además, frente a este hombre pulcro, medido e indiferente a la suerte de las opiniones ajenas, estrellábanse los planes o los propósitos no del todo ocultos de sus insólitos huéspedes, los cuales, al no obtener del Dictador lo que pretendían, daban en fabular ridículos testimonios, en que lo macarrónico aparecía aderezado con algunas grageas de “color local”. Sirvan de prueba los casos ya citados de los Robertson, Rengger-Longchamp y Grandsire, entre una deslucida ensalada de curiosos. Ellos son el abrevadero de esa caterva de falsedades con las que se ha solazado por mucho tiempo el candor de los escribas del Plata.

Tampoco al costado del Dr. Francia -en el otro brazo del sillón gubernativo- resplandecía ninguna docta mentalidad, dispuesta a dar lustre a una tarea común, proyectándola en el tiempo. No tendrá él como Porfirio Díaz un Justo Sierra o como Lorenzo Latorre un José Pedro

Varela, quienes por cierto no redactaban al dictado, con la ventaja de reportar alguna relativa civilidad a la gestión de ambos tiranos. El Dr. Francia será la máxima expresión de la soledad en el poder: vivió solo, gobernó solo, murió solo.

Pero eso no es todo. Conviene ahondar más. Veamos: García Moreno, místico sanguinario a quien algunos orates pretenden llevar a los altares, pone inexplicablemente al Ecuador a los pies del Corazón de Jesús (blasfemia que sin duda hubiera horrorizado al piadoso Juan XXIII); el dipsómano Melgarejo brinda en Bolivia el espectáculo, entre trágico

y carnavalesco, de la usurpación del mando seguida de asesinatos a mansalva; Santa Anna, en México, entrega vastas porciones de territorio al invasor norteamericano (en el lenguaje de todos los tiempos ese empleo se denomina de vendepatria); el uruguayo Santos se burla de la Constitución y aparece por las calles rodeado de chusma armada y concubinas; Rosas se manifiesta -con bastante naturalidad- a través de sus bufones, fusila a una mujer indefensa y encinta, y tiene como traductor de sus pensares a Pietro de Angelis, un napolitano tan inteligente como inescrupuloso, a quien algunos incautos pretenden canonizar de prócer argentino. (Todo el mundo sabe que la gloria del combate de la Vuelta de Obligado contra la escuadra de invasores franceses pertenece por entero al Gral. Lucio

Norberto Mansilla, unitario de nacimiento y cuñado mal avenido con el

Restaurador) (36).

¿Cómo encasillar al Dr. Francia, después de ese desfile casi macabro, en una teoría de los tiranos vulgares (o distinguidos, que es lo mismo)? ¿Fue acaso un místico virulento, un borracho asesino, un entregador de tierra patria al extranjero, un burlador de la Constitución, un lujurioso disipador, un analfabeto crónico dado a satisfacer los caprichos de minorías rurales sedientas de canonjías ciudadanas, un apañador de aparceros enloquecidos de soberbia, o un astuto negociante con depósito bancario refugiado en distintas comarcas? (Advertimos que no se trata de un cotejo, a todas luces espinoso, sino de fijar gradaciones morales entre él y ellos).

Nada de eso ha sido, en conciencia, el Dictador. Gobernó férreamente, sí, pero con austeridad suma. El mando no fue para él goce sino deber. Desde allí enseñó a respetar a su país y a que se lo considerara como lo que era: una República. Hasta los pocos doblones que ahorró a costa de su propio confinamiento dispuso dejarlos a merced del prójimo. Y algo más habrá que computar en su favor: el haberse reducido a la condición de celoso custodio de lo que hoy se titula -sin mucho discernimiento- el ser nacional, y no únicamente de sus límites geográficos, tan castigados a lo largo de cuatro centurias. (La semejanza entre dichos tiranos y el Dictador empalidece, o se borra del todo, si se profundiza en la ninguna pretensión caudillista del Dr. Francia, cuyo carisma no tiene más motivo que su sola presencia. Una comparación con el adusto ministro chileno don Diego Portales (1793-1837), podría parecer sólo superficialmente eficaz. Aunque se le considera “modelo de regularidad, celo y honradez”, no ha faltado la evocación de sus inclinaciones “peluconas”, es decir reaccionarias, de cuyo sector ha pasado a constituirse en prócer. Representó, no sin valentía, los intereses de la aristocracia terrateniente contra los avances de la clase mercantil, sumado esto al hecho de que Portales fue “el organizador de la República conservadora”, en la defensa de cuyos privilegios mostró rectitud y energía hasta la consumación de su martirologio. Su muerte por fusilamiento, a manos del caudillaje militar, es apenas un símbolo. Únicamente por arbitrariedad podría colgársele al Dr. Francia el sambenito de “conservador” o de protector de una “aristocracia terrateniente”, que no existía en el Paraguay. No tuvo la obligación de mantener pendencia con caudillaje alguno, y menos de soportarlo; tampoco permitió que sus comandantes le mojaran la oreja).

El Dictador quiso que el país fuera capaz de crear sus propios recursos. Así comenzaron a florecer las artesanías (37), que aguzaron el ingenio popular e impulsaron a las gentes a valerse de su propio esfuerzo, ayudando a mantener la disciplina social, que habría de quedar relajada o en trance de serio quebranto después de 1870. No sin razón el Dictador desconfiaba de todo y de todos.

En otro rubro de la economía nativa se asiste a la instauración de las Estancias de la Patria para mejor controlar y distribuir la producción agrícola-ganadera, elemento de insustituible poderío en un país esencialmente campesino. Y en el orden limítrofe se advierte una actitud de idéntica y valiente altivez, desdeñando bienquerencias o sospechosas componendas. No correspondía a su índole ni el engaño ni la complicidad. Se le ha motejado de sombrío, sin embargo el censo de sus actos puede hacerse a cara descubierta y sin aprensión.

Por fin, amontonando silencio sobre silencio, supo inducir al pueblo a volverse discreto en sus pareceres y en la exteriorización de sus expansiones, huella psicológica que aún será dado  observar en habitantes de zonas no tan contaminadas como la capital. Sus yerros -que nadie intenta absolver- fueron producto de su ámbito, de su tiempo, de su soledad y de su genio; se asientan, además, en culpas propias y ajenas, responsabilidad que, compartida o no, nunca se propuso esquivar. Cercado como estuvo siempre, apenas si pudo ver aplicadas, en mínima escala, algunas de sus ideas, porque casi todo se redujo a enfrentar hechos cotidianos con espíritu utilitario. ¿Qué más podía hacer?

En este fatigoso andar su perspectiva se fue deteriorando, constriñéndolo, cada vez más, a un anacoretismo sin remisión. Hubo de vivir en permanente sobresalto, aparentando una tranquilidad que no era más que promesa de estar sobre las armas. Quizás el buen sueño (incluido el de la siesta) a que aspira todo sano mortal, fuese un lujo inalcanzable para este recluso de tenso espíritu, destinado -¡centinela alerta!- a la sola función de vigilar. Una monarquía foránea, de un lado, y una tiranía vernácula, del otro -enemigos desenfrenados de la nacionalidad paraguaya- le impidieron ser el gobernante abierto y libre que muchos pretenden que debiera haber sido.

Aquellos que llegaron tras suyo tuvieron que erigir, ante todo, el andamiaje del Paraguay moderno, pero esas premisas de soberanía, independencia, autoabastecimiento e identidad nacional, factores determinantes de la época francista, no habrán de ser soslayadas. Y puede afirmarse, sin temor a equívocos, que gracias a ellas fueron factibles las nuevas creaciones. De ahí que don Carlos Antonio López -en quien se unían instinto y perspicacia- se mostrara tan cauteloso para con la memoria de su antecesor. De tal modo pudo cumplirse la profecía del Dr. Francia: casi medio siglo después de aquella exaltación de Franklin, o sea en 1852, el Paraguay se había puesto de pie para alcanzar su destino continental. Si no llegó a lograrlo en plenitud no fue por causa de la fatalidad -a la que algunos adjudican, desaprensivamente, muchas de nuestras desventuras-: las condiciones políticas y económicas en que habría de desenvolverse esa etapa no hacía ya convenientes los enclaustramientos ni los retrocesos, a pesar de que el avance pudiera estar erizado de peligros, como después se comprobó. (1969 / 1975)

NOTAS:

36 - Uzal, Francisco Hipólito: Obligado, la batalla de la soberanía. 2ª ed. Buenos Aires, Moharra, 1973. El poeta argentino Héctor Pedro Blomberg (1889 – 1955), bisnieto de don Carlos Antonio López y sobrino-nieto del mariscal Francisco Solano López, escribió un poema celebratorio:  Canto de los héroes de la Vuelta de Obligado.  1945. (En: Cantos navales argentinos. Bs. As., 1938. Reimp. Bs. Aires, Comando en Jefe de la Armada, Departamento de Estudios Históricos, 1968, p. 85-86).

37 - Pla, Josefina: Las artesanías en el Paraguay. Asunción, Comuneros, 1969, p. 61-62.

 

EL DR. FRANCIA Y LOS TIRANOS

Este 20 de setiembre hará 143 años desde que el Dr. José Gaspar Rodríguez de Francia se ausentó de este mundo, aunque no de esta tierra. Y hay que decir esto porque a partir de entonces aquel silencio con que él rodeara sus meditaciones y transfiriera al resto del país, se convirtió en inquietud polémica no bien se abrieron algunas compuertas de opinión que la prudencia de don Carlos Antonio López había sabido enfrenar.

Desde esos lejanos tiempos puede afirmarse que tanto su vida como su obra de gobierno -con ser tan diáfanas y a la vez fácilmente perceptibles- no han tenido descanso.

Ahora, un poco por acción de la posteridad y otro por la aparición de documentos reveladores, se van aquietando los gestos de la repulsa drástica que inquietaran su memoria por más de un siglo.

Pero no será posible pensar en la supervivencia de un Dr. Francia históricamente canonizado, previa exorcización de los errores y demasías que la crítica póstuma dio en adjudicarle. Existe -y no es posible desconocer esa comprobación- porque ya son muchas las señales de su quehacer o de su letra que marcan su actuación con trazos muy distintos a la sombra diabólica que fabricaron en su contra los que vinieron después.

Esto quiere significar que hay un Dr. Francia que es preciso estudiar desde el reverso de la leyenda: papel sobre papel, relacionándolo con gobernantes de su época o con anteriores y posteriores de su propio país.

El repudio en bloque, tanto como la deificación en la misma forma, sólo conducirán a mantener su figura fuera de los límites naturales de la razón para sumergirla en el caruguá de las pasiones -en favor o en contra- sin que sea dado, en especial a los jóvenes de hoy, ofrecer otro perfil, en cuanto a su biografía, y otra alternativa en lo referente a su conducta de gobernante. Los prejuicios del pasado no tienen por qué permanecer intactos.

Un cierto sector de opinión proveniente del romanticismo nativo, aunque iniciado en el exterior, se constituyó en el primer agrupamiento destinado a recoger, con una paciencia que hasta podría parecer metódica, todos los díceres -hablados y escritos- que condujeran a proporcionar una imagen satánica del Dr. Francia, no desdeñando para ello ni la versión oral ni las anécdotas de vecindario. Ese entusiasmo por la demolición fue característico en los nacidos entre 1840 y 1860, o sea los románticos que empezaron a activar desde la posguerra del 70 en adelante.

Esa tendencia a catalogar emocionalmente al Dictador se encuentra bien determinada en páginas de Juan Crisóstomo Centurión o de Diógenes Decoud -para mencionar sólo a dos de los más significativos- y, desde luego en manuales de origen rioplatense u otros de aquí mismo, como es el caso del recordado “Compendio” de Terán y Gamba.

Al fundarse el Colegio Nacional esa corriente estaba en auge y así continuó alimentando la mentalidad de los alumnos, entre los cuales se contaron los que luego integrarían la generación novecentista.

Algunos de quienes la prestigiaron -Garay, Pane- creyeron conveniente buscar otro ángulo de visión ajeno a las reacciones de una sensibilidad agudizada. Otros, como Domínguez y Moreno, consideraron necesario contraponer el repudio a toda forma de dictadura ensamblándolo en la persona del Dictador. Esto ocurría a pesar de que desde 1888 un solitario defensor lo había declarado “fundador de la nacionalidad paraguaya” en algún olvidado número de revista.

Cecilio Báez, aún estudiante de derecho y con 26 años de edad, inauguraba así, no únicamente un camino nuevo para ubicar al Dr. Francia sino al mismísimo revisionismo histórico nacional, cuyas líneas retomará Blas Garay casi una década después -aunque sus propósitos fueran otros- y hará estallar O’Leary a fines de 1902, en aquel quiebre generacional que todavía se cita sin conocerse su trasfondo.

No podrá sostener quien lo haya leído, que el Dr. Báez lo hacía por practicar ejercicios de “tiranofilia” o simplemente por “épatar”. Es más: si mantuvo esa posición a lo largo de su extensa vida pública era porque coincidía con sus convicciones doctrinarias, si bien su positivismo quedó recién declarado a partir del 900.

Justificaban, por lo demás al Dr. Francia, aparte de su incorporación al Calendario Positivista, su concepción de la “dictadura republicana”, que es una de las alas del pensamiento del Comte.

La profilaxis dedicada a los denominados “tiranos vulgares” (si es que hubiera otra manera de no serlo): un Melgarejo, un Santos, un Santa Anna, un García Moreno, se hizo injustamente extensiva a este Dictador cuyo sistema tuvo punto de partida legal y que no gobernó con el desenfreno y la arbitrariedad, ni fue tampoco borracho, libidinoso, vendepatria o ataviado de locura mística, como los tales nombrados más arriba.

Es hora de que se entienda eso.

(1983)

 

EL DOCTOR FRANCIA: REVOLUCIÓN Y REPÚBLICA

El tema del Dr. Francia fue durante largos días ocultado en su verdadera dimensión por haberse unido, no muy cándidamente, el sistema impuesto por la voluntad de dos Congresos (1814 y 1816) a su acción de gobierno y sus propias ideas. No eligió él la forma de asumir el mando sino mediante el pronunciamiento de los representantes del pueblo, entre quienes se contaban algunos de sus compañeros de la Revolución de 1811 y no pocos diputados de la Nación campesina, que es la raíz de la conmoción política y social producida con posterioridad a dicho suceso. Y fue sobre la base del régimen republicano –adoptado el 12 de octubre de 1813, un año antes de la Dictadura temporal y tres previos a la perpetua- que comenzaron a diseñarse las instituciones que irían delineándose con mayor nitidez a medida que avanzara el proceso emancipador.

No fue culpable el Dictador de ese cilicio que hubo de llevar durante todo su mandato, ni en cierta medida pudieron serlo aquellos noveles y aislados legisladores: habrá que buscar las motivaciones reales de ese repliegue preventivo en la obligación de salvaguardar la soberanía territorial, amenazada por codiciosos vecinos: el uno en tren de revuelta caudillesca (porque el auténtico federalismo no ha sido exclusiva manifestación de a caballo), por el lado del Plata, y por el otro cultivando en el silencio de los salones imperiales su antigua vocación bandeirante.

Borbones y Braganzas que con distintos motes se desplazaban y que aquí no encontraron, hasta enero de 1869, quienes les franquearan la tranquera.

Los historiógrafos extranjeros, no del todo despabilados, se han referido indistintamente a las imposiciones de la “tiranía” y la “dictadura”, sin procurar la necesaria aclaración a la distancia que media entre la una y la otra. Pero también se ha sabido ubicar al Dr. Francia en ambos andariveles, cosa por lo demás absurda, pues ya se sabe que el culto de la tiranía es el que conduce al poder unipersonal indiscriminado, cuyos orígenes –en la historia del mundo– están jalonados de crímenes políticos y de arbitrariedades económicas. La “tiranía” es, sí, una imposición, y bien conoce de ello nuestra América. La “dictadura”, por su lado, puede ser una contingencia, superable cuando las causas que la engendraron tienden a desaparecer.

Pero queda por descifrar otra tendencia de más extendido influjo en este continente, que se ha mantenido por vía de la ignorancia voluntaria de los que han tomado partido a priori, sin investigar ni estudiar nada, más allá de toda dilucidación honesta y de toda reflexión concreta.

Esta línea es la que adjudica al Paraguay la existencia de “tiranos obligatorios”, que aunque no lo hayan sido tienen que caber en el molde prefabricado, donde vienen acopiándose materiales negativos desde los años mismos de la Independencia. Ella ha contado con el apoyo de varios nacionales, unos incautos y otros no tanto, engolosinados porque, al igual que Argentina, Uruguay, Venezuela, Chile y otros países –en un pasado no muy lejano– el nuestro haya podido mostrar idéntica galería de reaccionarios.

Desgraciadamente los trabajos con apoyo documental que iluminan las respectivas gestiones gubernativas del doctor Francia, de Don Carlos y del Mariscal, pertenecen a la realidad de este siglo y de manera más contundente a nuestra contemporaneidad. Un brillante conjunto de aportaciones de aquí y del exterior permite hoy desvanecer con seguridad aquellas presunciones, hijas del prejuicio, de los intereses de casta o de la pretensión de acoplarse a una visión foránea para no ser menos que los demás.

Sin embargo, quedan todavía en nuestra América exponentes de su evolución cultural y doctrinaria que han anclado su fragata no en airoso puerto sino en los incómodos límites de una botella, de acuerdo a los cánones de la artesanía marinera. El caso, por separado, del argentino José Luis Romero –ya fallecido–, injertando al doctor Francia en un inverosímil

“pensamiento conservador” (38), y del mexicano Leopoldo Zea, acoplándolo a la teoría de un “despotismo ilustrado” (39) de imposible justificación, en lo que a la interioridad paraguaya corresponde, deben ser señalados no como productos de una empecinada desinformación sino como el resultado de la persistencia de fórmulas estereotipadas que no han tenido el imprescindible aireamiento.

Duele comprobar que continúan presentándose los mismos esquemas que escuelas con predominio en el siglo XIX pusieron en auge, sin que bastara el denodado esfuerzo de historiadores y teóricos locales para alejar de una vez por todas la idea de que esta es la tierra generosa de los genios sombríos, más cerca de Lombroso que de Ranke, del manicomio que de la diosa Razón (no hay que preocuparse demasiado porque ahora se está en posesión de la verdad, aunque el error tenga las piernas largas y el entendimiento corto).

La bibliografía crecida en torno al doctor Francia tiene –acudiendo a una metáfora que hubiera agradado el doctor Manuel Domínguez- una “espesura boscosa”, con riesgo de que los muchos entrecruzamientos impidan ver el árbol con nitidez.

Mucho se ha escrito, casi podría decirse que demasiado, ya que no son escasas las repeticiones, en este orden, más las prohijadas afuera que en nuestro ámbito. Un prolijo escrutinio podría determinar la urgencia de imprimir todo el “corpus” documental que lleve la firma del Dictador a fin de que no sea sólo tarea de eruditos el detectarla, pues se torna perentorio llevar al conocimiento público, externándolos, estos comprobantes que vienen a desmentir una falsa y prolongada leyenda.

A través de esa exhumación se vería que el doctor Francia no fue un conservador, ni en su estilo, ni en su pensamiento, y saldría a la luz la imagen de un prócer revolucionario, puesto al mismo nivel que los rioplatenses Monteagudo y Castelli o del altoperuano Pedro Domingo Murillo, ese que dijo, no sin asombro de futuro, al pie del patíbulo: “La tea que yo enciendo no se apagará jamás”.

En cuanto a estudios sobre su individualidad y su obra habrá que buscarlos en los tres trabajos precursores de José de la Cruz Ayala, que reivindican su memoria y reconocen su condición de fundador de la nacionalidad; se titulan: “Un héroe olvidado” (en “El Heraldo”, 14 de mayo de 1884); “Errores y verdades históricas” (en “El Imparcial”, 24 de septiembre de 1887), ambos con el seudónimo de “Alón”, y “Disquisiciones actuales” (en “El Independiente”, 19 de septiembre de 1889), con el apodo de “José de Concepción”. Ahí están, en germen, las bases del revisionismo en su etapa inicial (40).

El doctor Cecilio Báez acompañará tal emprendimiento con su artículo: “El dictador Francia. Fundador de la nacionalidad paraguaya”41, posición que reafirmará con singular nitidezen su valioso “Ensayo sobre el Dr. Francia y la dictadura en Sud América” (1910) (42), que sialgunos leyeron, en cambio otros condenaron al menos piadoso de los olvidos. Desde sumocedad y hasta sus altos años no desmayará en la finalidad de acercar al Supremo al sitialque tenía merecido. Hay que indicar, más que como un hecho curioso –que no lo es– lacircunstancia de que esta luz arrojada sobre el recuerdo del doctor Francia se circunscribía asu persona y no a otros capítulos de la historia nacional que seguían siendo causa de vituperio,como los que abarcaban los gobiernos de Don Carlos y el Mariscal, incluida la condenación porla guerra de la Triple Alianza.

No contó el doctor Francia con la comprensión (no se diga que la simpatía) de los anteriores, o sea los románticos, que dominaron buena parte del quehacer historiográfico nativo, dentro o fuera de sus límites geográficos. Ellos se acogieron a los díceres de Rengger y Longchamp y de los Robertson; de allí partieron y allí se quedaron. Tampoco los novecentistas mostraron mayor receptividad, resultando algunos de ellos francamente hostiles. Puede catalogarse como excepción –no en grado de entusiasmo, por cierto– alguna que otra mención de Garay o de Pane, quienes incitaron a tratarlo más allá del embretamiento lombrosiano en que lo había ubicado el frenólogo Dr. Ramos Mejía, hoy bastante pasado de moda por el escaso rigor científico de sus conclusiones, a pesar de haber sido considerado un hombre de ciencia de exitosa actuación.

Ese 900 nuestro presenta, a pesar de todo, dos cifras aparte (según se acostumbraba decir por entonces). Una es la alusión de Goycochea Menéndez en “Los hombres montañas

(“La Patria”, 13 de junio de 1901), donde se expresa, en bella prosa modernista, con un lenguaje no común al sector intelectual: “Entre tanto, por sobre las colinas, su cabeza se erguía poderosamente, investigando los horizontes de América. Y esa gran sien, sobre la cual, se encabritaban los rayos sin lograr penetrar bajo su carne, debía parecer a la distancia, por lo menos, una montaña”. No hubiera esperado el Supremo Dictador agasajo más alto ni justicia más convincente.

La inmediata es un suelto denominado “Francia”, firmando por Leonardo Solar (un evidente seudónimo aún no descubierto), que recogiera “Los Sucesos” de Asunción en su edición del 28 de noviembre de 1906. La orientación que a simple vista se advierte es la misma de “Alón” y de Báez y por consecuencia la de Goycochea Menéndez –no en cuanto a la guerra,

en el caso de éste–, ausente ya para siempre el poeta argentino-paraguayo de “LA NOCHE ANTES”. Solar rubrica su nota con este vaticinio: “Analicemos esta vida. Ahondemos en ella lafirme mirada sutil que descubre convicciones salvadoras en el sepulcro de los héroes. Esteloco ¡quién sabe! puede ser mañana una inmensa bandera, ungida por los vientos amados dela estirpe y de la esperanza”. ¿Alcanzó alguien, antes y después, a prodigarle semejantespalabras?

Pasados los años Don Juan Emiliano O’Leary producirá su pieza dramática en un acto “LA GASPARINA” (1923) y más tarde su “GLORIFICACIÓN DEL DR. FRANCIA” (1944), cerrando con esteúltimo trabajo el ciclo de su generación. A su vez la irrupción del modernismo, en lo que va de1901 a 1927, sólo ofrece las aportaciones ya referidas, pues la función de la mayoría de susintegrantes su redujo de preferencia a la actividad literaria.

Ha de estimarse como acontecimiento trascendente que la primera revisión histórica se haya centrado en la figura del Dr. Francia, pues no era común –reduciéndolos a la década del 80– registrar los pasos de próceres civiles, aunque se los tuviera por legatarios malditos de la trayectoria revolucionaria de Mayo. Si en la Argentina se comienza por la gestión administrativa de Don Juan Manuel de Rosas, no se oculta su condición de militar. Igual cosa ocurre en el Uruguay con Artigas. Por eso parece sintomático este volver la vista al Supremo destacando precisamente sus virtudes no castrenses, principio sostenido con inalterable fidelidad por

Cecilio Báez. Se ha tratado de realzar su misión histórica mostrándolo no sólo como el antiporteñista y el antigodo que fue, puesto que él era la intransigente columna de la aspiración criolla (mejor aún: paraguaya), sino como el que con férrea mano tuvo que trazar el camino futuro de esta tierra, a la que aspiraba a poner en el trance de una verdadera experiencia revolucionaria y no con el sentido medroso y egoísta de estar creando apenas si una conmoción municipal. Gracias a su empeño “Revolución” y “República” fueron sinónimos.

Por mucho tiempo no quedarían en su favor más que la inclusión de Augusto Comte en su “Calendario Positivista” (en el mes dedicado a los realizadores políticos) y las páginas casi perdidas y amarillentas de Carlyle, que a pesar de todo se animará a reproducir un periódico asunceno redactado por jóvenes43. Luego el silencio o más que eso: el silenciamiento, para que el calificado de “tirano” expiara culpas propias y ajenas. Pero la posteridad suele ser caprichosa devolviendo su divisa de patriota a quien había sido relegado a las últimas estribaciones del concepto social.

En nuestros días Marco Antonio Laconich, Víctor Morínigo, R. Antonio Ramos, Natalicio González, y, unido a ellos, el no muy conocido libro de un ignorado argentino: Luis Baliarda Bigaire, sumaron sus interpretaciones trascendiendo la zona del perfil biográfico, esto sin demeritar algunos capítulos de Justo Pastor Benítez, que valen por una relectura. Porque lo que urge es interpretar al Dr. Francia desde el marco no muy frecuente del pensamiento teórico, que aquí no se cita en sus contribuciones presentes para no quitarle perspectiva y objetividad a las conclusiones que pudiera merecer este aporte.

El Dr. Francia no necesita de hagiógrafos que perfumen su memoria, ni de hornacinas que ayuden a su deificación. La obra que en soledad mantuviera enhiesta por un cuarto de siglo y sus mismos escritos continuarán siendo su mejor defensa, tanto contra sus adversarios –que con diversos nombres y matices no han dejado de velar, particularmente afuera– como contra panegiristas desbordados que ocultan bajo su piel historicista la intención de sumarlo a pensamientos e ideales que no encajan dentro de lo que su ejemplo y su tarea demuestran haber sido. No está él a la derecha ni a la izquierda, y ni siquiera en el centro: está en el corazón mismo del Paraguay, de un Paraguay compatible por su destino histórico, por su identidad de cultura, por su antigua pasión de libertad y justicia social.

Por último cabe preguntarse si este prócer con proyección en nuestra América podría haber encontrado émulos o espíritus en estado de projimidad en cuanto a semejanzas de índole no institucional (en eso será difícil hallarlas), sí en un plano de conducta, de austeridad, de convicción de haber luchado con el máximo desprendimiento y con arraigado sentido de patria, llevado en lo hondo y pocas veces puesto en la superficie de los hechos para juzgamiento de las gentes que no siempre saben que, no obstante apariencias, el poder implica, las más de las veces, amargo e indeclinable ejercicio. Ciertos rasgos suyos sería posible aproximar a los de otros mandatarios civiles de nuestra América, entre ellos el argentino Hipólito Yrigoyen, el mexicano Francisco I. Madero y el chileno José Manuel Balmacedo, habiendo éstos alcanzado el martirologio. No se sabe que, hasta hoy, se haya intentado una interpretación sicológica aproximativa de esos tres ilustres gobernantes.

Pero resta algo más para los que creen que la historia nacional es fatiga y deber de todos los nacionales, sin restricciones de ninguna especie, y ese algo más –de características muy especiales– quizás llegue a constituir sorpresa si se ahonda en el propósito de lo que está más allá de cualquier propuesta circunstancial. Entre los recordatorios que siguieron a la muerte del Dr. Eligio Ayala asoma uno que tiene por título: “Dos cumbres”. Se trata de una tentativa dispuesta a establecer las analogías existentes entre aquél y el Dr. Francia. Bien se ve que no estaba descaminado quien expuso tal opinión, porque realmente si hubo alguien que ocultara en su alma las tribulaciones y también el genio altivo, entregado en soledad a una pasión patriótica que fuera el signo de la vida y obra del Supremo, ese alguien fue, sin duda alguna, Eligio Ayala. Hombre dinámico y sin embargo reconcentrado, creador silencioso, pensador eminente, mandatario sin concesiones, cultor de la honradez administrativa y de la existencia sacrificada y heroica (no en vano era lector de Nietzsche), en quien no hubiera desdeñado reconocerse el Dr. Don José Gaspar Rodríguez de Francia, conductor de su pueblo y fundador de la nacionalidad independiente y soberana (44).

(1986)

 

NOTAS

38 - Pensamiento Conservador (1815-1898). Prólogo, compilación y notas por José Luís Romero y Luís Alberto Romero. Caracas, Biblioteca Ayacucho, 1978, p. IIV (sic), 289-296, 499-500; Romero, José Luis: El Pensamiento Político de la Derecha Latinoamericana. Buenos Aires. Paidos, 1978, p. 64-70, 73, 76-77.

39 - Zea, Leopoldo: Francia y el Despotismo Ilustrado. (En: Latinoamérica: Emancipación y Neocolonialismo. Caracas, Tiempo Nuevo, 1971, p. 60-62).

40 - Ayala, José de la Cruz (“Alón”). Desde el infierno. Asunción: Napa, 1982, 132 p. pp. 31-32, 99-100.

41 - Báez, Cecilio. El dictador Francia. Fundador de la nacionalidad paraguaya. (En: La Ilustración Paraguaya. Asunción, 31 de diciembre de 1888, I (II), p. 122-124).

42 - Báez, Cecilio. Ensayo sobre el Dr. Francia y la dictadura en Sudamérica. Asunción: Ediciones Mediterráneo, 1985, 2ed. 302 p.

43 -  En: El Tiempo. Asunción, 1º de abril a 31 de diciembre de 1892; 1º de enero de 1893.

44 -  En: El Diario. Asunción, 28 de octubre de 1930.

 

Fuente: ESCRITOS PARAGUAYOS – 1- INTRODUCCIÓN A LA CULTURA NACIONAL. Ensayos de RAÚL AMARAL. Esta es una edición digital corregida y aumentada por la BVP, basada en las ediciones Mediterráneo (1984), la edición de Distribuidora Quevedo (2003), así como de fuentes del autor.

 

 

ENSAYO SOBRE EL DR. FRANCIA Y LA DICTADURA EN SUDAMÉRICA

Ensayos de CECILIO BÁEZ

Editado por Cromos S.R.L. / Mediterráneo,

Asunción-Paraguay 1985. Segunda edición, 302 páginas

(Primera edición, 1910 – Talleres Nacionales de H. Kraus) 

Edición digital:

BIBLIOTECA VIRTUAL DEL PARAGUAY

 

ÍNDICE : RETRATO DEL DR. FRANCIA - PRÓLOGO - I. DISCURSO PRELIMINAR - II. ESPAÑA Y AMÉRICA - III. LA REVOLUCIÓN NORTEAMERICANA - IV. LA REVOLUCIÓN FRANCESA - V. LA REVOLUCIÓN HISPANOAMERICANA - VI. LA INDEPENDENCIA DEL PARAGUAY - VII. ETOGRAFÍA DEL DOCTOR FRANCIA - VIII. POLÍTICA INTERIOR DEL DICTADOR FRANCIA - IX. POLÍTICA EXTERIOR DEL DICTADOR FRANCIA - X. HECHOS QUE EXPLICAN LA INDEPENDENCIA DEL PARAGUAY - XI. JUICIO FINAL SOBRE EL DICTADOR FRANCIA - XII. LA DICTADURA EN EL RÍO DE LA PLATA - XIII. LA DICTADURA EN CHILE - XIV. LA DICTADURA EN EL PERÚ - XV. BOLÍVAR - XVI. EPILOGO - APÉNDICE – EL PANAMERICANISMO - BIBLIOGRAFÍA - LA PRUEBA FUNDAMENTAL (1888) : El Dictador Francia. Fundador de la nacionalidad paraguaya.

 

 

 

Ensayo Sobre El Dr. Francia - Cecilio Baez - Portal Guarani

 

 

 

Enlace recomendado : LA REVOLUCIÓN DE LA INDEPENDENCIA DEL PARAGUAY. LA JUNTA SUPERIOR GUBERNATIVA. EL PRIMER CONSULADO. Por BLAS GARAY. Biblioteca Bicentenario Nº 2. Editorial Servilibro. Asunción - Paraguay 2009 (238 páginas).

 

 

 

 

ENLACE INTERNO A ESPACIO RECOMENDADO DEL

DOCTOR JOSÉ GASPAR RODRÍGUEZ DE FRANCIA en PORTALGUARANI.COM

 

(Hacer click sobre la imagen)

 

 

 

 

 

 

ENLACE INTERNO RELACIONADO

(Hacer click sobre la imagen)

 




 

Portal Guarani © 2024
Todos los derechos reservados, Asunción - Paraguay
CEO Eduardo Pratt, Desarollador Ing. Gustavo Lezcano, Contenidos Lic.Rosanna López Vera

Logros y Reconocimientos del Portal
- Declarado de Interés Cultural Nacional
- Declarado de Interés Cultural Municipal
- Doble Ganador del WSA