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HERMINIO GIMÉNEZ (+)
20 de Febrero de 1905 - 05 de Junio de 1991
 
HERMINIO GIMÉNEZ (+)






Biografía

HERMINIO GIMÉNEZ

Considerado uno de los pilares de la música paraguaya, junto a José Asunción Flores y Agustín Barrios. Herminio Giménez, compositor, músico y director, fue uno de los grandes creadores de nuestra música, que plasmó su genio en numerosas obras musicales. Es de manera irreversible uno de los grandes artífices de la historia paraguaya. Dio grandes muestras de su capacidad extraordinaria en la brillante instrumentación, orquestación y dirección de coros sinfónicos.

Herminio Giménez nació en el pueblo de Caballero, en el departamento de Paraguarí, el 20 de febrero de 1905. Su madre fue la ovetense Artemia Giménez, quien murió fulminada por un rayo, seis meses después de haberlo dado a luz. Herminio demostró prematuramente su inclinación por la música, pues a los 10 años de edad ya ejecutaba el bombardino en la Banda Militar de Paraguarí, bajo la dirección del profesor Emil Lakowsky.

Posteriormente, en Asunción estudió violín con su tío, el maestro Remberto Giménez, en el Instituto Paraguayo. Luego se incorporó a la Banda de Policía de la Capital, dirigida por los maestros italianos Nicolino Pellegrini y Salvador Déntice. Allí conoció a José A. Flores, Darío Goméz Serrato y Félix Fernández, entre otros.

En el año 1920, Herminio Giménez formó su propio conjunto folclórico, con el que realizó presentaciones en Argentina; en su paso por Corrientes, aprendió a ejecutar el bandoneón. Estando en Buenos Aires en 1927, Herminio Giménez y Justo Pucheta Ortega marcaron un hito en la historia, siendo protagonistas de uno de los momentos más importantes ele la música paraguaya: la grabación del primer disco cantado a dúo; para la ocasión fueron contratados por Manuel Viladesau y acompañados por la orquesta del pianista Atilio Valentino, con figuras como el célebre bandoneonista Aníbal "Pichuco" Troilo. En esos años, profundizó sus estudios de bandoneón en el Conservatorio "Alberto Williams", con el profesor Pedro Maffia.

En 1932 regresó a nuestro país y se alistó en el Ejército Paraguayo al mando de José Félix Estigarribia. Durante los tres años de la Guerra del Chaco dirigió la orquesta del Comando del Ejército, y durante esa época compuso "PARAGUAY REMBIAPO", "FORTÍN TOLEDO", "BOQUERÓN" y "RAZA GUARANÍ", todas ellas canciones épicas. Al finalizar la contienda chaqueña, se produjo la Revolución de 1936, lo que le significó su primer exilio, permaneciendo por poco tiempo en la ciudad argentina de Corrientes. Luego pasó a Buenos Aires, donde actuó en Radio Belgrano con su conjunto llamado "Típica de Tango", siendo sus integrantes: Orlando Goñi en piano, Alfredo Gobbi en violín, y Aníbal "Pichuco" Troilo en bandoneón, por nombrar los más importantes.

En 1939 participó en la Feria Mundial en Nueva York, EE.UU., representando al pabellón argentino, allí fue contratado por la cadena NBC para audiciones sobre música paraguaya; como anécdota, Herminio, siendo liberal, ejecutó la conocida polca "Colorado". Realizó luego una extensa gira, durante 9 meses, en la que difundió folclore paraguayo, argentino, y tangos, terminando sus presentaciones en La Habana, Cuba. Pocos años después, tuvo a su cargo interesantes audiciones en la importante Radio Nacional de Río de Janeiro y Radio Tupí de la misma ciudad brasileña, donde estuvo radicado por espacio de tres años. Luego retornó a la Argentina y prosiguió con sus presentaciones artísticas en Radio Belgrano. Por entonces, se produjo el cambio de gobierno en el Paraguay, por lo que decidió retornar a su patria. Durante ese año escribió música sinfónica, así nacieron el poema sinfónico "EL RAVELERO", para violín y orquesta, "EL CANTO DE MI SELVA", y "MAINUMBY", esta última tiene un gran significado para Herminio Giménez, por su contenido espiritual.

Entre 1940 y 1944, volvió nuevamente a Río de Janeiro para dirigir la Orquesta Sinfónica para Latinoamérica, en tanto que en el Paraguay creó coros, comenzando su lucha por el bienestar nacional. Fundó la Agrupación Tradicional Guaraní.

El 24 de julio de 1944, la composición épica "CERRO CORÁ", con versos del poeta itaugueño Félix Fernández y música del maestro Herminio Giménez, fue declarada Canción Nacional por el Congreso de la Nación.

La Guerra Civil del '47 lo obligó nuevamente a abandonar el país, por lo que tuvo que vivir un largo exilio en Argentina. Antes del inicio de su destierro conoció a la paraguaya Victoria Miño, quien se convirtió en su inseparable compañera y soporte en los momentos difíciles de toda su vida.

El 12 de diciembre de 1950, participó de la organización del importante Concierto Sinfónico en el Teatro Splendid de Buenos Aires. En los años '50, dirigió en forma alternada a orquestas de Brasil y Argentina. En 1958 incursionó en el cine con su aporte musical, recibiendo en el año 1961 un premio por su obra "EL VIEJO TALA". En el catálogo de la OEA N° 15, en el que se publicaron los más famosos y reconocidos compositores de América, figura el nombre del maestro Herminio Giménez, con sus composiciones "ALTO PARANÁ", "CHE TROMPO ARASA", "MI ORACIÓN AZUL" "MALVITA" "CERRO CORÁ", "LEJANÍA" y "CANCIÓN DEL ARPA DORMIDA", que reflejan su amplia capacidad creativa.

Al inicio de los '70, se trasladó nuevamente a Corrientes, Argentina, ciudad que se convirtió en su segundo hogar. Allí fue nombrado Director de la Orquesta y el Coro Municipal, del Teatro "Juan Torres de Vera", y de la orquesta Folclórica de la Provincia de Corrientes.

El 15 de agosto de 1975 presentó una de sus obras cumbres, la "MISA FOLCLÓRICA PARAGUAYA". Gracias a las gestiones realizadas por el Monseñor Ismael Rolón, el maestro Herminio Giménez, la Orquesta y el Coro Provincial de Corrientes, vinieron a Asunción en plena dictadura para estrenar su obra en la Catedral Metropolitana.

En 1989, tras la caída del régimen de Stroessner, retornó a su añorado Paraguay, dándose el gusto posteriormente de dirigir a la Orquesta Sinfónica de la Ciudad de Asunción (OSCA), apoyando la difusión de nuestra música entre los jóvenes a través de su participación en festivales y conferencias.

Entre sus más destacadas obras figuran las canciones "CERRO CORÁ", "CERRO PORTEÑO", "MI ORACIÓN AZUL", "LEJANÍA", "FORTÍN TOLEDO", "CANCIÓN DEL ARPA DORMIDA"; LAS SINFONÍAS "EL RAVELERO", "EL PÁJARO", "LA EPOPEYA", "NEM"; las músicas para cine "ALTO PARANÁ", "EL VIEJO TALA", "LAS AGUAS BAJAN TURBIAS"; las músicas populares orquestadas "EL CANTO DE MI SELVA", "CHE TROMPO ARASÁ" y "CANCIÓN DE ESPERANZA". Herminio Giménez, al igual que José A. Flores, integró el Movimiento Mundial por la Paz, conformado por artistas e intelectuales de 130 países del mundo, que se adhirieron a la causa pacifista.

Luego de un largo caminar musical, Herminio Giménez falleció en Asunción el 5 de junio de 1991, a los 86 años de edad.

El maestro Herminio Giménez ocupa un sitio preponderante dentro del espectro de personalidades de la cultura no solo del Paraguay, sino de América y el mundo. Quizá lo más importante de este gran hombre, de este genio paraguayo, fue su amor a la libertad. Se formó y educó en la libertad, e hizo de ella una vocación permanente. Jamás claudicó en sus principios, prefirió deambular por tierras extrañas, antes que sufrir el menoscabo de su dignidad.

Fuente: CREADORES DEL ALMA GUARANÍ – HISTORIAS DE LOS GRANDES COMPOSITORES Y POETAS NACIONALES – Autores: IVANÍ AMAMBAY TORALES y DANIEL TORALES. Con el auspicio del FONDEC, Editorial Servilibro, Dirección Editorial: Vidalia Sánchez, Asunción-Paraguay 2005. 228 pp.

 


HERMINIO GIMÉNEZ . Oriundo del pueblo de Caballero, nació en 1905; su madre, Artemia Giménez, hermana del maestro Remberto Giménez, falleció víctima de un rayo cuando Herminio tenía 6 meses. Tan prematura pérdida, dio motivo a una de sus más inspiradas creaciones, MI ORACIÓN AZUL. Todavía niño, un tío músico de la Banda Militar de Paraguarí, lo llevó a dicha guarnición; allí aprendió el primer instrumento, el bombardino. Pasó luego a la Banda de la  Policía de la capital, y se dedicó a la guitarra y al canto. A partir de 1928, integró con Justo Pucheta Ortega, el primer dúo que grabó discos en Buenos Aires; luego aprendió a ejecutar el bandoneón, el trombón y el violín. Durante la guerra del Chaco, con un Conjunto bajo su dirección H. Giménez llevó a los combatientes con las alegres polkas y el vibrante Campamento, las emotivas guaranias. Y produjo FORTÍN TOLEDO, eterno mensaje de glorificación a sus heroicos defensores.

Estudioso, inspirado y fecundo, Herminio Giménez ha enriquecido la música paraguaya con producciones representativas:

- Polkas o kyrey, como NENY, MBARACAPÚ, CERRO PORTEÑO, CHE VALLE PIRAYU-MÍ, CORAZÕ RASY, MALVITA, CHE TROMPO ARASÃ, SERENATA OCARA, VALLE-Í y EL CANTO DE MI SELVA, magistral descripción de los murmullos y sonidos del boscaje. Dicen que la compuso tras pasar una noche en la picada del Chirigüelo, en las cercanías de Cerro Corá.

- Canciones y purahei, como LEJANÍA, CANCIÓN DEL ARPA DORMIDA, ALTO PARANÁ, DISTANCIA, CHE NOVIA-CUE MÍ, NE POREỸ. Y CERRO CORÁ, musicalización de emotiva belleza de nuestro heroísmo infortunado, magistralmente descripto en los versos de FÉLIX FERNÁNDEZ. A lo que se suma RENACERÁ EL PARAGUAY, con letra de N. ROMERO VALDOVINOS.

Lo señalado, que no es todo, basta para ubicar a Herminio Giménez entre los creadores más calificados y fecundos de la música paraguaya. Pero hay más y más importante, algunas de escasa divulgación y otras mencionadas por su biógrafo José Fernando Talavera; las músicas de ballet YACY YATERÉ, JOSÉ NEGLÍA, EL VIEJO TALA y las composiciones sinfónicas EL PÁJARO, que rememora desde la individualidad del PÁJARO CAMPANA, al colectivo trinar de la fronda; LA EPOPEYA, una obertura sinfónica que representa la concurrencia del pueblo en armas en las horas cruciales de nuestra historia: el RABELERO, para violín y orquesta, y la hermosa MISA FOLKLÓRICA PARAGUAYA, felizmente llevada al disco. Herminio Giménez ha merecido la distinción de muchas invitaciones para dirigir grandes orquestas y audiciones en diferentes países de América y Europa. Y es desde hace años, Director de la Gran Orquesta y Coro de la ciudad de Corrientes. Está casado con Victoria Miño.

Fuente: BREVE HISTORIA DE GRANDES HOMBRES. Obra de LUIS G. BENÍTEZ. Ilustraciones de LUIS MENDOZA, RAÚL BECKELMANN, MIRIAM LEZCANO, SATURNINO SOTELO, PEDRO ARMOA. Industrial Gráfica Comuneros, Asunción – Paraguay. 1986 (390 páginas)



HERMINIO GIMÉNEZ es autor de un centenar de composiciones musicales, entre las que se destacan inspiradas guaranias, polcas y canciones, a las que se suman piezas orquestales de carácter sinfónico-popular y música netamente sinfónica. A partir de las primeras décadas del Siglo XX, aparecen  sus primeras piezas, profundamente unidas al sentimiento popular y campesino: JASY MOROTY, CORASÖ RASY, CANCIÓN DEL BOHEMIO y PONCHO HOVY, compuestas todavía en el marco de las antiguas polcas, que como estructura contaban con una introducción y una sola parte, entre 1916 y 1920, cuando el compositor contaba apenas entre 11 y 15 años de edad, se inicia una larga y continua labor creativa que se prolongará hasta su muerte en 1991. De estos años, los más fructíferos -de la llamada “época de oro”- fueron las décadas del 20 al 50,  es decir unos cuarenta años en los que aparecen verdaderas joyas musicales, hoy día constituidas en los referentes más importantes del cancionero paraguayo; por citar las más conocidas: CHE NOVIA KUE MÍ, TUPASY CAACUPE, CHE TROMPO ARASA, CERRO CORÁ, FORTÍN TOLEDO, CERRO PORTEÑO, ENTRE DO ROIMÉ, JEROKY POPO, AÑORO MI PUEBLO y otras polcas.

Apenas surgida la guarania como nueva forma de expresión musical del Paraguay, Giménez se adhiere fervientemente a la visión musical de José Asunción Flores con LEJANÍA, MI ORACIÓN AZUL, CANCIÓN DE ESPERANZA, CANCIÓN DEL ARPA DORMIDA y muchas más.

Con el correr de los años –décadas del 70 y 80- y como ha sucedido con la mayoría de los compositores vivientes, se produce una leve decadencia en cuanto a la capacidad de crear melodías inmortales, como las mencionadas. Esta crisis, que no solo afecta a la música paraguaya sino a las de una buena parte del continente americano, se ve compensada por Herminio Giménez con nuevos recursos temáticos, principalmente basados en textos de mayor calidad literaria y compromiso social con las causas populares y la lucha contra la tiranía, que dominaba la región. En este grupo hallamos títulos como: PABLA HEROICA, POR CAPRICHOS DEL TIRANO, BALADA POR LA PAZ, CAMPESINA PARAGUAYA, MI VALIENTE COMPAÑERA, SAPUCAI DE LAS MALVINAS, LOS DESTERRADOS, ROMANZA PARA HUMBERTO y la colosal CANTATA PARA LA PALOMA DE LA PAZ DE PICASSO.

La gran vena creativa de Herminio Giménez no se detiene en las formas populares de la canción paraguaya sino que abarca un número importante de géneros que pasan por 8 valses, 7 tangos, 3 chamames, 3 canciones de cuna, 3 zambas, sumadas a bailecitos, marchas y otros ritmos populares. Intensa actividad cumplió también en el campo de la música para cine con importantes partituras para filmes argentinos que van desde 1953 hasta 1973, con títulos premiados, tanto como películas así como por la música como: CODICIA, SANGRE Y SEMILLA, JANGADERO, LAS AGUAS BAJAN TURBIAS, DE QUIENES SON LAS MUJERES, PUNTA BALLENA y otras. Capítulo especial merece la música del film “EL VIEJO TALA” que contiene un Ballet con coreografía de Maria Ruanova y la participación del primer bailarín del Teatro Colón de Buenos Aires, José Neglia; la obra recibió el premio a la mejor música para película del año 1961 por la Academia Cinematográfica Argentina.

 
LA VOZ DEL PUEBLO EN LAS SALAS DE CONCIERTO

La incursión de Herminio Giménez en el campo de la música culta -terminología que el compositor no aceptaba- se produce de igual manera que en la mayoría de los compositores paraguayos de su generación. Salvo contados casos como los de Remberto Giménez, Juan Carlos Moreno González, Juan Max Boettner y Carlos Lara Bareiro que desde niños se iniciaron en el estudio de la música clásica, la mayoría de los músicos de esa generación partió de la música popular de inspiración folklórica. Tal el caso de José Asunción Flores, Herminio Giménez, Francisco Alvarenga, Emilio Bigi,  Florentín Giménez y otros, quienes en la mayor parte de su carrera musical fueron integrantes o directores de orquestas típicas de baile y entretenimiento. La presencia de éstos, emigrados por razones de necesidad económica o intolerancia política como el caso de Flores, a los centros urbanos del Río de la Plata como Buenos Aires o San Pablo, les posibilitó un tardío, pero oportuno, acceso al mundo de la música clásica, oportunidades que en aquellos años en el Paraguay eran escasas. Así dotados de los conocimientos técnicos básicos para la creación de obras sinfónicas, estos autores generan el conjunto de obras más importantes que existe en el repertorio orquestal paraguayo. Difícilmente se hallará en este grupo música absoluta, sino más bien composiciones en base a historias, leyendas, argumentos o temas específicos, sobre los cuales se basaron las creaciones musicales.  

De igual manera, la creación sinfónica de esta generación de compositores revela, con honrosas excepciones, la recurrencia a corrientes musicales anticuadas en su estilo, para la época. Mientras sus contemporáneos de Latinoamérica como Ginastera, Villalobos, Chávez, Revueltas, Guarnieri y otros incursionaban en las corrientes contemporáneas del pólitonalismo, dodecafonismo, serialismo integral y otras técnicas modernas de composición, nuestros creadores continuaron, bien entrada la década del 70, atados a las influencias musicales de la escuela nacionalista del siglo XIX bajo la sombra de Albeniz, Dvorak, Smetana, Grieg, Rimsky Korsakov y otros. Este aspecto se puede observar de igual manera en el manejo de la forma, por la profusión de poemas sinfónicos, cuyo esplendor justamente se produjo en la segunda mitad del 800.


UN ROMÁNTICO EN PLENO SIGLO XX

En el caso de las obras orquestales de Herminio Giménez, de manera excepcional, resaltan la claridad temática y la vena melódica de corte tradicional – con fuertes influencias de Tschaikowsky – así como la variedad de propuestas. En el conjunto de ocho piezas sinfónicas fundamentales escritas por Herminio Giménez, hallamos un concierto para violín, una obertura sinfónica, una suite orquestal y varias obras de ballet.

De original concepción es el concierto para violín y orquesta “EL RABELERO” compuesto en San Pablo en 1943 y estrenado en Buenos Aires en el Teatro Nacional el 13 de agosto de 1950, en el que, respetando la forma estructural del concierto de tres movimientos y forma sonata romanza y rondó, a la manera de los clásicos, Herminio Giménez con ingenio desarrolla la historia de un rabelero (músico de las campiñas paraguayas que ejecuta el violín de oído y de una manera rústica) que va desfilando a lo largo de los tres movimientos en los que observamos al cándido intérprete ejecutar sus compuestos y melodías folklóricas, accediendo luego a un conservatorio, donde descubre el mundo de la técnica del violín y de la teoría musical , pretexto que el vale a Herminio Giménez para introducir variaciones de notable virtuosismo en la pieza. El final del concierto alcanza el máximo punto de originalidad en el momento en el que el violinista llega a la capital y finalizado sus estudios tiene la posibilidad de demostrar sus habilidades, logrando una fusión maravillosa entre la música clásica y las antiguas fuentes de inspiración de su propio folklore, sin olvidar sus raíces e identidad.

Otra composición en la que Herminio Giménez alcanza alturas poco frecuentadas por sus contemporáneos paraguayos es la SUITE “EL PÁJARO”, inspirada en el pájaro campana dedicada al arpista Félix Pérez Cardozo, quien logró imponer a nivel mundial el conocido tema GUYRA CAMPANA. En un recorrido por cuatro movimientos: despertar, campo del ave, alas rotas y vuelo inmortal, la composición, sobre la base del motivo del canto del pájaro campana nos lleva de la mano por el nacimiento, la libertad, la muerte y la proyección al infinito. Esta composición data de 1954.

Impactado por las sonoridades de la obertura sinfónica de 1812 de Tschaikowsky, Herminio Giménez, con el objetivo de rendir un homenaje al heroísmo del hombre paraguayo en la contienda del Chaco, como ya lo hiciera en su canción épica CERRO CORÁ, compone la obertura Sinfónica “LA EPOPEYA”, cuyo estreno hemos tenido el honor de dirigir en Asunción en 1992. En la misma Giménez acude a citas del Himno Nacional Paraguayo de la canción Cerro Corá y otros motivos obteniendo resultados de gran emotividad. Sonoridades de gran modernidad, en el manejo de los metales, la incorporación de sirenas y efectos variados en la percusión otorgan a la pieza momentos culminantes que la llevan hacia horizontes de comunión musical-espiritual transmitiendo con profundidad y fuerza exterior los más altos valores de la dignidad humana y el heroísmo patrio.

Fuente: artículo “EL MUNDO SONORO DE HERMINIO GIMÉNEZ”, publicado por LUIS SZARÁN el 04/09/2007. Registro espacio: http://www.luisszaran.org




LOS FUEROS DEL TALENTO

            Estamos en trance de, recapitular. Se supone que en todo libro -o intento de libro- debe doblarse alguna vez la última hoja. Pues bien, recorrido ya el itinerario artístico de Herminio Giménez, nos corresponde ahora declarar qué pensamos, en conclusión, sobre quien es tenido por uno de los grandes rapsodas del Paraguay.

            Mientras avanzábamos en ese camino, en la relación de esa vida despojada de fasto y de estridencia, pero vida plena y hermosa de creador elegido por Dios para llevar un poco de luz al alma de los hombres, hicimos algunos altos que nos permitieron reflexionar en torno de cuestiones que era necesario "poner a punto".

            Así, nuestro esfuerzo estuvo dirigido a abrir una picada en el bosque de la incomprensión que rodea la música paraguaya, con su pasado, sus expectativas y sus problemas. También intentamos, rozando apenas el asunto, poner alguna coherencia en las ideas sobre lo que significa la música americana, punto de orientación insoslayable para alojar en su alvéolo a la música paraguaya, y dentro de ésta a nuestro biografiado.

            Negar la música americana -queda ya dicho- importa una superficialidad lindante con el snobismo cultural. Estamos ante un arte dotado de gran riqueza, que apenas empieza a manifestarse pero que avanza con paso firme, a pesar de los que cierran los ojos y se tapan los oídos porque no quieren admitir la evidencia. La música americana está en vías de superación porque cuenta con cultores de la estatura de Herminio Giménez, capaces de trabajar la veta popular para extraer de allí los temas que habrán de desarrollar en sus composiciones.

            No cometeremos la imprudencia de afirmar que Giménez ocupa un lugar expectable en el mundo musical americano sin exponer las razones que sustentan esa convicción, sin tratar con algún detenimiento las facetas que hacen de nuestro amigo y compatriota un auténtico maestro.

            No basta, para fundar esta apreciación, tomar nota de la inclusión de Herminio Giménez en el catálogo de compositores publicado por la organización de Estados Americanos, ni nos conformamos con la mención que de él hace el Léxico Riemann, un inventario musicográfico mundial que dedica una de sus secciones a la América Latina.

            Tampoco el juicio sobre nuestro artista se agota con decir que entre sus galardones se cuentan los conferidos por jurados del Río de la Plata, en mérito a partituras musicales de diverso carácter compuestas por él.

            Que Giménez haya ocupado el podio en varias salas americanas de concierto y en radioemisoras oficiales de países hermanos, al frente de las orquestas de esos organismos culturales, es un dato valioso, pero no apunta a la esencia de lo que estamos tratando de esclarecer.

            Lejos de nuestro ánimo hacer historia externa. Preferimos penetrar el núcleo del tema, rescatando si fuera posible los valores sustantivos, para desbrozarlos de la hojarasca de lo directamente visible. Si queremos tener una idea razonablemente exacta de las dotes que prestigian a Herminio Giménez, deberemos sacudir la pereza mental y no dejarnos envolver por las apariencias.

            Ahora bien, es difícil evaluar la dimensión creadora de un artista prescindiendo del espacio histórico y cultural en que se inscribe su labor. Pero esto presenta varios aspectos; vayamos, pues, por partes.

            Ensayemos un teorema artístico, recurriendo a una suerte de demostración por el absurdo para justificar nuestra opinión sobre el maestro. Puesto que muchos le regatean el reconocimiento de sus virtudes, comencemos haciendo un examen de los argumentos esgrimidos por esos detractores e intentemos probar, que se trata de meras falacias. Lo desee o no el autor, este libro tiene que ser polémico, porque los temas que desarrolla invitan a la controversia.

            Siendo Giménez un músico popular, hay quienes sostienen que eso basta para empañar sus cualidades de sinfonista y relegado a la intrascendencia musical. Flagrante sofisma. Los dos términos de aquella relación no se excluyen. Mozart componía divertimentos presuntamente superficiales y Brahms canciones desprovistas de artificio, pero eso no inválida el genio creador de los dos maestros. Albéniz no elaboró -salvo casos aislados- construcciones musicales imponentes, sino más bien una serie de pequeñas piezas basadas en los cantares del pueblo español, y no por eso puede discutirse su condición de gran músico. Otros autores eminentes compusieron melodías populares sin mayores pretensiones, y ese simple hecho no los ha desalojado de su pedestal. Entre los americanos Gershwin es un buen ejemplo.

            El género y la extensión de las obras musicales son accidentes, no rasgos esenciales. Hay algunas que, pese a su brevedad, son justamente admiradas. Suele llamárselas "pequeñas joyas musicales". Más que su duración o su carácter importan su apelación a nuestros sentimientos, la pureza de sus formas expresivas, la sobriedad con que cada motivo es desarrollado. Che Trompo Arasá, uno de los clásicos de la música popular paraguaya, joya de quilates concentrados, es una pieza concebida no sólo con desbordante imaginación, sino también con impecable buen gusto y con una técnica, que, dentro de las proporciones de la obra, no desmerece ningún modelo.

            Rebatiendo la objeción de los exigentes que no transigen con la música menor, debemos decir que la incursión sin pausas de Herminio Giménez en los dominios del arte popular bajo; ningún concepto desluce sus títulos. Esa misma inalterable fidelidad a su viejo oficio le permite mantenerse en el foco del universo musical, del que en último término provienen las grandes composiciones, por vía directa o por transculturación mediata. Y esos fiscales de conductas artísticas harían bien en recordar que la música popular adquiere una jerarquía especial cuando la cultivan los artífices eximios, que tal es el caso de Giménez.

            Pero esta cuestión se nos presenta bajo otra faz, que no podemos obviar en tanto se trate de calificar a Herminio Giménez, porque tiene estrecha atinencia con la relatividad de los juicios que imparcialmente hayan de formularse sobre el arte paraguayo y sus cultores. Primero vivir y después filosofar, reza la sentencia latina. Es lo que tienen forzosamente que hacer los artistas paraguayos. La bohemia crónica, las ejecuciones en bailes populares, las grabaciones de música folklórica no elaborada, son gajes anexos a la estrechez o a la medianía económica de nuestros músicos, que no disfrutan de estipendios oficiales ni siquiera de otra ventaja más módica: la comprensión de sus propios compatriotas. Que, asfixiados por ese ambiente opresivo, ciertos cultores de nuestro arte vernáculo encuentren tiempo y tengan reservas de ánimo para dedicarse al sacerdocio de la gran música, no hace sino confirmar su calidad de esforzados promotores de la cultura nacional.

            Por otra parte, es imposible negar que la evolución musical paraguaya está en sus comienzos, y a los escépticos les cuesta aceptar la existencia de valores personales en un medio como el nuestro, plagado de trabas para el avance artístico. También aquí es preciso decir que una cosa no invalida la otra. Debemos admitir la influencia del ambiente sobre la personalidad del artista y convenir en que, cuanto más refinado es aquél, mayores probabilidades tiene éste de alcanzar una equilibrada madurez. Pero el talento no respeta límites ni condiciones. Es una fuerza interior incoercible, capaz por sí sola de sobreponerse a todas las contingencias. Lo más frecuente es que el artista genial absorba al medio, y no a la inversa. En otros términos; se puede esperar que la influencia de dos creadores -al menos en ciertos casos- vaya modelando condiciones ambientales que, si faltara la llama de la inspiración individual, seguirían gravitando incontrastablemente en el espíritu del artista. El hombre cuyos contornos estamos perfilando es un palmario ejemplo de ello. La calidad de sus obras así lo confirma.

            Algunos censores irreductibles afirman que a Herminio Giménez le queda grande la denominación de maestro. Aducen que su formación académica es incompleta. Quizás. Y no será el primer compositor de renombre que se halle en situación similar. Quien tenga un conocimiento sumario de la historia de la música lo podrá corroborar. Lo que cuenta no es Salamanca, sino Natura. Sin embargo, creemos que el cargo es infundado. No somos críticos musicales, pero no se nos escapa que obras como El Canto de mi Selva, El Pájaro, José Neglia y la Misa Folklórica Paraguaya evidencian una decorosa preparación teórica y un buen dominio de la composición. No un dominio absoluto, acaso, pero sí el suficiente para exornar la música paraguaya con galas inéditas y despertar la aprobación entusiasta de los expertos, que no son otros que los propios músicos. Pedir más, pedir la perfección, es carecer del sentido de las proporciones, en el mejor de los casos. En el peor, denota un afán crítico gratuitamente destructivo. No es ocioso repetir que un juicio de valor debe tomar nota del condicionamiento histórico y cultural en que se desenvuelve el personaje al que se trata de calificar. Herminio Giménez estará o no en el nivel de un gran maestro europeo, mas no puede desconocerse que ha hecho tanto como ese hipotético término de comparación, si se consideran las tradiciones artísticas diferentes de los respectivos países y los medios que cada uno tuvo a su disposición para hacer música.

            También a Agustín Barrios lo ignorábamos. Sólo veíamos la cáscara, el pintoresquismo del Cacique Mangoré, sin parar mientras en el contenido. Hoy, la música mundial comienza a abrirle justicieramente sus puertas. Algún guitarrista de primera línea descubrió que Barrios era algo más que un excéntrico adornado con plumas cuando subía al tablado para ofrecer su arte soberano y decidió grabar sus obras. Una vez lanzado el pase de la moda, vendrán las alabanzas. Y conoceremos algo mejor a un insigne músico paraguayo, y hasta quizá memoricemos el catálogo de sus composiciones.

            Pero volvamos a nuestro tema. Giménez es un maestro. No solamente por la valía de sus obras sino porque, además, ejerce una encomiable labor docente que ésa es una de las acepciones de la palabra maestro: la de individuo que, por aptitud innata, transmite conocimientos y orienta conductas. Hace honor a ese título con el ejemplo de su vida consagrada al arte, con su integridad personal y con las lecciones que prodiga a quienes requieren su guía. Herminio Giménez enseña desde el podio, con su capacidad conductiva; educa desde el disco, con la pulcritud de sus interpretaciones; ilustra a sus discípulos atemperando defectos y precisando ideas, y los incita a superarse en todos los órdenes para que, también ellos, contribuyan a la elevación del arte paraguayo.

            Demos fin al capítulo de los cargos que se hacen a Herminio Giménez, disipando un prejuicio de ciertos frívolos observadores, para quienes este músico no ha escrito sino algunas pocas obras de real enjundia, que por otra parte no habrían, demostrado todavía -a criterio de esos implacables críticos- méritos suficientes para figurar en primer plano en el repertorio americano.

            Eso es alterar la precedencia de los valores. Sería desatinado someter la calidad a la cantidad. El criterio valorativo del mérito está en la excelencia de las obras, no en su número. En cuanto al otro aspecto de la objeción, diremos que, al menos a nuestro entender, la medida cualitativa de las composiciones de Giménez es homogénea y rara vez decae, aunque dentro del conjunto de esas obras puedan caber preferencias personales. Desde luego, tenemos la nuestra.

            Fundamentalmente, creemos que la permanencia de Herminio Giménez en los anales de la música americana estará, cimentada en su Rabelero, un poema para violín y orquesta, que mejor llamaríamos concierto y que puede codearse con las obras de superior factura escritas para esta combinacional instrumental.

            El Rabelero no cede ante muchos ejemplos famosos de este género en importancia temática, belleza melódica, profundidad de ideas, técnica de composición, unidad de estructura ni despliegue de virtuosismo, por más que, subjetivamente, pueda discreparse en cuanto a su valoración comparativa en relación con obras análogas.

            La idea musical rectora del Rabelero se mantiene a través de todos sus movimientos, cada uno de los cuales está desarrollado con solvencia, sin que las proezas técnicas del instrumento solista ahoguen a la orquesta, que es también de por sí un solista. El conjunto muestra un total equilibrio. Es un intercambio entre dos medios expresivos autónomos, que sin embargo se apoyan el uno al otro para concertar un discurso musical proyectado hacia alturas memorables.

            El violín seduce por la limpidez de elocución y el delicado lirismo que muestra en los pasajes de gran profundidad, pero también asombra por el virtuosismo que exige al ejecutante.

            La orquesta está tratada con igual acierto. Las variaciones que sugiere en el ánimo del auditorio se corresponden a la perfección con los cambios de humor del "rabelero", que es el personaje encarnado en el violín. Las distintas secciones instrumentales han sido manejadas con inobjetable propiedad, y todas ellas están conjugadas con tal destreza que el escucha tiene la sensación de hallarse ante una gran orquesta. Hasta ahora, sólo hemos asistido a interpretaciones de esta obra por organismos musicales de escaso número de componentes, dirigidos por el propio autor, y siempre esos conjuntos nos han impresionado como instrumentos poderosos, elocuentes y notablemente ajustados.

            Pero vayamos al centro mismo de esta obra musical, a lo que expresa como trasunto de un rústico mundo sublimado por la magia del talento, sin limitarnos a enjuiciar los medios de ejecución. Por descontado, no vamos a hacer un análisis técnico, que dejamos a cargo de los especialistas; nos reduciremos a formular reflexiones puramente personales.

            Las primeras notas del violín presagian la atmósfera total del concierto, describiendo con admirable justeza la Psicología de un pueblo. En ellas revive toda una época ya transcurrida, pero que ha dejado su sello indeleble en el espíritu del paraguayo, porque felizmente los paraguayos no hemos resignado nuestra identidad nacional. El rabelero que ansía cosechar lauros y ganar fama, sin lograr otra cosa que ensayar torpes ejercicios en las cuerdas de su primitivo instrumento, está retratado de mano maestra por un hombre que vivió los estertores de esa época y además contribuyó a superarla.

            Es la música paraguaya la que habla, sueña y espera días mejores en esos balbuceos perfeccionistas del violín pulsado por el agreste personaje. Y cuando éste afina su técnica y se lanza audazmente al complicado universo de la perfección artística, ejecutando malabares -a su ingenua manera-, nos parece contemplar a la propia música paraguaya esforzándose por romper el cascarón de su indigencia para ofrecer un rostro más presentable y adornarse con atavíos más suntuosos.

            Hay algo de humorismo, de fino humorismo, en toda esa magistral secuencia, pero hay también emoción. Giménez retoza pero no adrede. Forma parte, él mismo, de esa realidad que está ayudando a transformar con su alto genio y, si bien percibe las falencias del tosco hacedor de melodías, se siente solidario con él, carne de su carne. No hay en el compositor asomo de irrisión hacia el fallido aspirante a maestro. Hay, sí, un riesgoso pero logrado juego de contrastes: por un lado la pericia con que ha sido construida la partitura del violín, que es una muestra de consumado virtuosismo; por otro, el lamentable resultado del esfuerzo realizado por quien busca llegar al pináculo del arte. Ese oscilar entre lo sublime y lo ridículo supone caminar la cornisa, y no son muchos los compositores capaces de hacerlo sin perecer en la demanda.

            La congruencia del lenguaje musical es irreprochable. Los dos instrumentos, orquesta y violín, intercambian confidencias en un fluido e inteligente diálogo. Al final, el rabelero casi exánime vuelve a su cotidiana realidad, abrumado por la grandeza que vanamente ha querido asir con sus rudas manos. Entonces un ciclo se cierra, como culminan las trayectorias vitales del héroe evocado por Richard Strauss y del Peer Gynt cuyo fantasma ha vagado, de la mano de Grieg, por los neblinosos paisajes escandinavos.

            Pero el esfuerzo no ha sido vano. Herminio Giménez y su humilde rabelero han plantado un valor que no se podrá desarraigar de nuestro suelo musical. La música paraguaya, nutrida por la selva lujuriante y por la florida campiña, ha dado un paso gigantesco, un paso decisivo hacia su perfección.

            Nuestra preferencia por el Rabelero en modo alguno entraña subestimación hacia otros frutos del talento creador del maestro. Cada uno de ellos ha sido sometido a penetrantes disecciones, en ocasión de sus estrenos o de sus ulteriores presentaciones ante auditorios de distintos países americanos. Solamente queremos decir nuestra verdad, expresar una convicción que otros podrán no compartir, pero que fundamenta el juicio valorativo que nosotros, particularmente, nos hemos formado de un ilustre exponente de la música nacional.

            Herminio Giménez, consumado armonizador de instrumentos para la ejecución de piezas populares, brilla igualmente como director sinfónico. Reúne cualidades que no siempre convergen en un mismo artista. Como compositor, cultiva temas de raigambre telúrica, metal de buena ley que trabaja con exquisitez de orfebre, mientras en el papel de director acredita dotes también relevantes. Ahí donde muchos encuentran un vallado insuperable, porque una de sus habilidades eclipsa a la otra, Giménez logra ése difícil ensamblamiento de facultades que integran la personalidad de un artista cabal.

            Extrae de la orquesta el máximo de posibilidades, aun cuando se trate de una orquesta modesta. El alarde de virtuosismo no entra en su manual de conducción, pese a que no rehúye ese expediente cuando el discurso musical así lo requiere. El despliegue técnico es siempre para él un auxiliar de la expresión. Su fraseo es claro, diáfano; la materia sonora que arranca a la orquesta es tersa y limpia; aula tiempos y sus silencios, sus arrebatos y sus modulaciones, están dosificados con ejemplar adecuación a la partitura colocada en su atril. Detesta la espectacularidad a que apelan algunos directores tratando de embaucar al público, pero conmueve por la profundidad de la interpretación, exponiendo con absoluto respeto las ideas y emociones del compositor.

            Creaciones de otros músicos adquieren renovada brillantez en las versiones ofrecidas por Herminio Giménez, y sus propias composiciones se nos presentan cautivantes cuando él empuña la batuta, con notable artesanía y con autoridad que sus dirigidos acatan naturalmente, como resultado del acierto con que les ha infundido el espíritu de la obra ejecutada. El exigente arte de dirigir no tiene secretos para Herminio Giménez, que tanto es capaz de amalgamar los instrumentos como de armonizar las voces humanas, fundiéndolas con la orquesta para que el conjunto así formado transmita en plenitud el cálido mensaje de la música paraguaya.

            Alguna vez sorprendimos al maestro en traza didáctica, proclamando su credo artístico a propósito de lo que significa un coro. Durante un ensayo, arengó a los cantantes diciéndoles que esa conjunción de voces "refleja la armonía de las almas. Es una unión, no para luchar con la espada sino con la música. Es nuestra arma para buscar la paz". Pocas veces se habrá expresado con sencillez tan persuasiva una idea artística: Giménez está asistido de las cualidades del conductor nato, que emplea su ascendiente no para imponer apetencias deleznables, sino para enaltecer al hombre, para consagrarlo al honroso ministerio del arte.

            Espíritu abierto, Herminio Giménez no se encastilla en la veneración exclusiva de un pasado que respeta, pero al qué ve ante todo como premisa lógica del presente que le toca vivir y del futuro que desea para la música nacional. Conoce el secreto de la continuidad y sabe que, sin ésta, nada sólido se puede edificar. La historia no es solamente pasado, es, antes bien, un devenir sin pausas.          

            No muchos artistas pueden preciarse de poseer la flexibilidad mental del maestro. El no desecha ninguna idea, ninguna innovación, aun a riesgo de parecer iconoclasta, pero en el fondo observa sin declinaciones las normas del decoro artístico, a las que refiere todo progreso digno de ese nombre. Tanto en el plano de la música popular como en el de la música erudita, se muestra receptivo a todas las inquietudes, porque sabe que un arte que se estanca es un arte muerto. Y también aquí actúa con la ponderación necesaria para ubicar los valores en su justo sitio. Es, decididamente, un revolucionario del arte, que no destruye el pasado sino que lo cultiva con el respeto que se le debe, y en cuanto se le debe. Eso se llama revolución. Lo contrario es demolición.

 

LAS COMPOSICIONES DE HERMINIO GIMENEZ

Polcas y galopas

1916 - Canción del bohemio

1917 - Poncho jhovy

1918 - Yasy morotí

Corasó rasy

1919 - Canción del soldado

1920 - Chinita querida

1925 - Malvita

1926 - El caráu

Nde poreÿ

Guaimire nda cheaéi

1927 - Jha che tren

Soy haragán sin conchavo

Pancha Garmendia

I mbyecoviá py

Che irü rä mí

Mainumby

1928 - Mbaracá pú

Pora

1930 - Peteí yvoty

1931 - Che novia cue mí

Che valle Pirayú mí

Tupasy Caacupé

Che co la polca

Mi fe

1932 - Corasó de Jesú

1933 - Fortín Toledo

Retazos de gloria

Recuerdos de Pitiantuta

Portiyú

1934 - Paraguay rembiapó cué

Guaraní retá

Opá ta la guerra

1936 - La vida del yaguá

Cerro Porteño

Caraí arandú

Entre do roimé

1937 - Serenata ocara

Yeroky popó

1938 - Vyá raity

Tapé guasú

Chovy purajhéi

1941 - Vaí pe aicó

Pastorita

1946 - Valle-í

1952 - Ñande sy

1953 - Antigua ternura

1954 - Escuelita de mi aldea

1958  - Mi Pochi compañero

Virgencita del río

1960 - Añoro mi pueblo

Amor infinito

José-i

1965 - Tierra mía

1981 - A nuestro bandoneón

1985 - El nidito

Un camino de esperanza

1986

Coëyu recá vo

Pabla heroica

Paraguarí puraijhéi

Por caprichos del tirano

Ché jha ndé

Balada por la paz

Chovy eté va purajhéi

Campesina paraguaya

Canto latinoamericano

Mi valiente compañera

Toritos de la alborada

Sapucai en las Malvinas

Los desterrados

Asuncena

Romanza para Humberto

Ya jhayjhú mboriajhú pe

Senderos de paz

Canción del regreso

 

Guaranias

1937 - Lejanía

1941 - Recuerdos de una noche

Celia mía

Morocha mía

1945 - Mi oración azul

1948 - Canción de esperanza

Reina rubia mía

1951 - Porasy

1952 - Muy lejos de ti

1953 - Canción del arpa dormida

1955 - Distancias

1956 - Aún te espero

1958 - Cuando no me quieras

1960 - Añorando caminos

Soledad indiana

1965 - A la novia de mi infancia

1969 - Recuerdos de ayer

1978 - Morenita de Ytaypú

1980 - Rasgueado simple

1986 - A Ortiz Guerrero

 

Valses

1920 - Jamás

Remember

1926 - Todo en la vida

1931 - Mi divina Haidée

Aromas y recuerdos

1948 - Por el beso aquel

1963 - Serenidad

María Isabel

 

Canciones de cuna

1959 - To ke me mitä mí

1973 - Daniela

1975 - Canción de cuna del Niño Jesús

 

Chamamés

1953 - Ruperto Bravo

1987 - Al Papa Wojtyla

Añorando Matto Grosso

 

Zambas

1953 - Zamba gris

1980 - Cordero de Dios

Kyrie brasilero

 

Bailecitos

1944 - Bailecito de mi tierra

Tangos

1926 - Si le pica, rásquese

1929 - No me escribas

1972 - Ruego de tango

Recordando a Carlos Gardel

Aurora

Añorando Buenos Aires

Bien canyengue pa bailar

 

Marchas

1947 - Argentinos del Norte

Regatas Club

 

Música para películas

1953 - Codicia

1954 - Sangre y semilla

1957 - Al sur del paralelo 42

1959 - Cataratas del Yguazú

Así en la tierra como en el cielo

1960 - Don Frutos Gómez

1961 - Jangadero

Yo quiero vivir contigo

1963 - La potranca

1966 - Las aguas bajas turbias

1968 - Alamos talados

1972 - De quiénes son las mujeres

1973 - Punta Ballena


Música sinfónica y de cámara

1931 - Cerro Corá

1937 - Che trompo arasá

 1937 -  El canto de mi selva

 1941 - Rabelero

1948 - Renacerá el Paraguay

 1954 - El Pájaro

1956 - El viejo tala

1958 - Alto Paraná

1960 - Juan José

1961 - Neny

1965 - Yasy yateré

1966 - Oración por la paz

1971 - La Epopeya

1973 - José Neglia

1975 - Misa Folklórica Paraguaya

1977 - Miguelito

1978 - Adiós, caraí Montiel

1981 - Cantata para la paloma de la paz de Picasso

1985 - Poema en gris mayor

1986 - Las manos campesinas de mi madre

Fuente: HERMINIO GIMENEZ. Por JOSÉ FERNANDO TALAVERA. Editorial HISTÓRICA. Primera edición, Editorial Nueva Etapa, Corrientes, Rep. Argentina, 1983. Revisión técnica: ALFREDO M. SEIFERHELD. Corrección: RUFO MEDINA. Asunción – Paraguay  1987 (157 páginas)



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HERMINIO GIMÉNEZ

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