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EN BROMA Y EN SERIO, 2000 - Por GINO CANESE

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EN BROMA Y EN SERIO, 2000 - Por GINO CANESE

EN BROMA Y EN SERIO


Por GINO CANESE


Editor A. GINO CANESE

MARBEN Editora & Gráfica S.A.

Primera edición, 2000

Asunción – Paraguay

150 página

 

Anécdotas médicas universitarias reales o ficticias de los años30 al 50 del siglo pasado. Los nombres de los personajes y de los lugares fueron cambiados total o parcialmente para ambientar los hechos en el Paraguay. Estos acontecimientos pudieron haber ocurrido en cualquier país latinoamericano o del mundo. Nota: Cualquier semejanza que exista entre los hechos y personajes que figuranen este libro con hechos y personajes de la vida actual, o de tiempos pasados, es solamente una mera coincidencia.

 

INDICE DE CAPÍTULOS

1. Al sonido de la diana

2. Empanadas mojadas.

3. Los dos nomás mi general.

4. El piano, la pianola, el fonográfo, la vitrola

5. Peripecias de un baile.

6. El ingreso a medicina y sus interminables bautismos.

7. Ojo clínico y buen estómago

 8. El zombie del anfiteatro.

9. La guerra de las naranjas.

10. El temor a las enfermedades de transmisión sexual.

11. El nacimiento de los antibióticos.

12. El extravagante nombre de los parásitos.

13. Un concierto de violín muy ooriginal.

14. Experimento sobre el terere

15. Captura de sapos

16. Extracción de la raíz cuadrada

17. Respire por favor.

18. Comunicación médico paciente

19. Apendicitis o paludismo.

20. Puedo caminar sola

21. El reloj del abuelo

22. Esperando la lancha,

23. El duelo

24. Argucias en los exámenes

25. La falacia del bolillero.

26. Sorpresa en un examen

27. Un examen brillante inesperado

28. ¡Es un virus!

29. Un alumno despistado

30. La cura del cáncer y la medicina tradicional.

31. No quiero morir doctor

32. Una anestesia inolvidable

33, Picaduras de víboras.

34. El último año de la carrera.

35. Festejos de graduados.

 

 

 

1. AL SONIDO DE LA DIANA

Al llegar la época del servicio militar obligatorio, pocos años después de terminada la guerra del Chaco, los estudiantes buscaban un lugar en donde hacerlo, en el que les fuera posible realizar un trabajo de oficina por la mañana y tener permiso de las autoridades militares para estudiar el último curso del colegio por la tarde, con la obligación de volver por la noche al cuartel para cumplir las tareas que habitualmente ejecutan los soldados, tales como guardias, mandatos diversos, limpieza de la Unidad militar y ejercicios de entrenamiento; y de esa manera no perder un año de estudio.

Varios compañeros que tenían ganas de seguir la carrera de medicina, pensaron que sería interesante hacer la conscripción en la Sanidad de las Fuerzas Armadas, ya que allí podrían, probablemente, hacer algunas prácticas médicas. Lo primero que necesitaban con urgencia, era saber si les permitirían seguir estudiando el colegio mientras estaban en el cuartel. Para tal efecto el flaco y melancólico Teófilo, el bromista Raúl y el gordo Mauricio decidieron ir a la calle Sargento Duré (hoy Don Bosco) casi esquina Humaitá, para enterarse de las condiciones que existían para el efecto en la Dirección General de la Sanidad Militar.

Cuando fueron a ese lugar al día siguiente y preguntaron a un soldado que estaba parado en la puerta de la casona de dos pisos si quién era la persona que les podía dar los datos que estaban buscando, éste les dijo:

-Suban por la escalera al piso de arriba, y pregunten por el Secretario Amado. El les va a decir lo que ustedes quieren saber. Subieron la escalera y en la primera pieza encontraron a una señorita sentada revisando unos papeles. Al preguntarle por el secretario les señaló la puerta de al lado diciendo:

-Pidan permiso para entrar y sí les dice que sí, pasen adelante. Al llamar a la puerta de la secretaría y pedir permiso para ingresar,les contestó enseguida la voz muy amable de una persona que les dijo que entraran y; ni bien, le saludaron les preguntó:

-Que les trae a ustedes por acá.

Tomando la palabra Raúl le contestó:

-Venimos los tres para averiguar si podemos hacer nuestro servicio militar en esta institución y a la vez si nos permitirán seguir cursando nuestros estudios secundarios.

-Por supuesto que pueden hacer el servicio militar en esta Dirección y van a tener permiso por las tardes para poder seguir sus estudios -les contestó el secretario Amado y agregó-. Justamente se van a ir de baja muchos soldados y estamos necesitando nuevos reclutas en nuestras oficinas, siendo fundamental que a más de tener buena caligrafía y ortografía sepan escribir a máquina.

-Eso no es ningún problema -le contestó de nuevo Raúl-. Justamente todos nosotros trabajamos en los tribunales y estamos acostumbrados a realizar tareas de oficina escribiendo a mano con buena letra y sin errores en los expedientes, tomando notas taquigráficas, que luego mecanografiamos correctamente en limpio. Si Ud. quiere puede anotarnos ya, para ello hemos traído nuestras cédulas de identidad, solo falta que nos diga desde cuándo tenemos que venir a empezar nuestra conscripción.

-Está bien, los anoto a los tres ahora mismo -dijo el secretario Amado y les pidió-. Entréguenme sus cédulas, esperen unos minutos en el corredor y cuando termine de enrolarlos y asignarlos a esta Dirección, les entregaré sus documentos, con la condición de que empiecen sus tareas el lunes de la próxima semana. ¿Están de acuerdo?

-Si señor Secretario -le dijeron los tres al mismo tiempo.

El lunes de la semana siguiente se presentaron para iniciar las tareas, a primera hora de la mañana antes de que se abrieran las oficinas, tal como les indicó el Secretario.

En la Dirección de la Sanidad Militar prestaba servicio un pelotón de 12 soldados, que sumados a los aproximadamente 80 que se encontraban en el Hospital Militar, llegaban a totalizar alrededor de un centenar de reclutas, que estaban a las órdenes del Teniente señor Manuel, Jefe de la Compañía. Los campesinos que integraban el plantel eran en su mayoría agricultores con pocos conocimientos del castellano incapaces de leer y escribir en cambio los que procedían de Asunción o de las ciudades del interior por lo general tenían terminado el ciclo primario y solamente unos pocos como Raúl, Teófilo y Mauricio debían cursar el último año del bachillerato.

Este grupo militar tenía por obligación hacer guardia cuartelera, limpieza y cuidado de las instalaciones y participar en los ejercicios físicos que se realizaban normalmente en el Varadero, en una playa vecina a la Marina, zona en la que había una modesta canchita de fútbol.

La jornada diaria empezaba a las 5.00 de la mañana en invierno y a las 4.00 horas en verano, cuando sonaba la campana situada frente al Hospital Militar. A los 10 minutos, la formación de cuatro hombres por hilera iniciaba su marcha hacia el Varadero.

La educación física, que se realizaba en la cancha de fútbol, consistía en flexiones, trotes, saltitos, lagartijas, carreras, abdominales y contorsiones que duraban alrededor de una hora. Al cabo de este tiempo, el Teniente Manuel que comandaba la compañía gritaba:

-¡Formen fila! ¡Numerarse! ¡Atención! ¡Firmes! ¡Desvestirse en dos minutos para el baño!

Al cabo de dicho tiempo pronunciaba la orden:

-¡Al trote hacia al río! ¡Rápido! ¡Formen fila en la costa!

Cuando esto sucedía en invierno los soldados que ingresaban recién en el cuartel, concurrían con ropa interior de invierno, camisetas, tricotas, medias de lana, etc. y el tiempo para desvestirse no les era suficiente. Era el momento en que entraban a actuar los Cabos con varas de arbustos flexibles tomadas de las malezas del lugar, quienes iban recorriendo las filas y se encargaban de acariciar las asentaderas y lomos de los retrasados y de paso perseguirlos hasta la costa del río.

Una vez que estaban todos los soldados en la fila, desnudos como para una exposición de estatuas griegas, se escuchaba de nuevo la voz del "Teniente que decía:

-¡Atención! ¡Entren al agua! ¡Rápido!

Con el cuerpo caliente por el ejercicio, el agua aparentaba ser tibia con relación a la temperatura ambiente, que en el invierno oscilaba entre 4 y 10°C, por lo cual entrar en el agua no era una tarea difícil de ejecutar.

En esa zona de la playa del Varadero; existen en el río traicioneras barrancas a pique muy cerca de la costa, y la corriente del agua, tiene como mínimo una velocidad de 5 kilómetros por hora. El ingreso al río era peligroso, ya que había reclutas que no sabían nadar, quienes se mantenían lejos de la parte profunda, donde el agua les llegaba apenas hasta las rodillas, tiritando de frío, continuamente mojados por las salpicaduras de sus compañeros; el viento gélido y fuerte proveniente del Sur les evaporaba el agua de la piel, dándoles la sensación térmica de que la temperatura era aún mucho más baja. La única forma de calentarse era metiéndose en el agua hasta el cuello y nadar vigorosamente. Los cabos que recorrían la playa con sus varas, empujaban a los reclutas con golpes hasta donde sus pértigas alcanzaban, intentando hacerlos nadar a la fuerza.

Al terminar los 10 minutos de baño, se escuchó de nuevo la estentórea voz del Teniente que ordenaba:

-¡Salgan del río! ¡Rápido! ¡Formen fila en la canchita! ¡Firmes 3 minutos para que se sequen!

Con reloj en mano el Teniente controlaba la hora. El viento helado hacía tiritar y castañetear los dientes a todo los reclutas, pero la orden era estar firmes y no se podía saltar, ni correr para contrarrestar el frío que sentían. Al cumplirse el tiempo fijado, el Teniente Manuel volvió a mandar: - Tienen dos minutos para vestirse cuando yo dé la orden. ¡Vestirse!

Mientras todo el mundo intentaba ponerse la ropa estando el cuerpo todavía mojado, se observaba que los nuevos reclutas tenían más problemas porque al desvestirse ninguno de ellos se preocupó de acomodar la ropa para que después les fuera fácil vestirse rápidamente. Retrasaban enormemente dicha tarea las grandes cantidades de ropas que tenían que ponerse unas sobre otras, las medias largas que no corrían en los pies, los zapatones con cordones que debían ser bien atados y los múltiples botones que tenían que estar todos correctamente prendidos. Los dos minutos fijados se cumplieron mucho antes de que estuvieran vestidos los reclutas novatos.

El Teniente ordenó entonces:

-Los que están vestidos hagan diez pasos al frente y formen dos filas mirándose unos a otros, frente a frente.

Una vez formada la pequeña fila el Teniente mandó al resto de los reclutas, que todavía estaban peleando con sus ropas:

-Los que ingresen ahora a las filas, deben pasar previamente entre ellas, a carrera baqueta, y se ubicarán a continuación también en dos filas.

De esa manera la fila de los que eran sometidos a carrera baqueta se iba alargando cada vez más. Por supuesto que los que fueron muy, abrigados quedaron para el final, siendo los que recibían mayor número de akãpete (Golpe en la cabeza con la palma de la mano).

Terminada la carrera baqueta, el Teniente y los Cabos recorrían las filas y sacaban a todos los que no estaban bien abotonados o que no habían atado el cordón de sus zapatos y, como mínimo les hacían hacer unas 50 a 100 flexiones de rodilla a los lungos, o si no, el mismo número de lagartijas a los que eran petisos. Las flexiones de rodillas se hacían sosteniendo un fusil con ambas manos y para las lagartijas se les colocaba una bolsa conteniendo tres a cuatro kilos de arena sobre la espalda.

En la siguiente sesión de gimnasia los noveles reclutas aprendieron a no llevar medias y a no usar tanta ropa interior.

 


2. EMPANADAS MOJADAS

Los días del cuartel se sucedían en medio de una monótona rutina, que empezaba con la educación física, luego venía el desayuno de cocido con galleta, que era entre las 6.00 y las 7.00, y enseguida empezaban las tareas de trabajo del patio o de oficina para los que tenían capacidad para ello como eran Raúl, Mauricio y Teófilo. Las guardias con fusil la hacían todos, aunque habían algunas molestas y antipáticas excepciones.

La mayoría de los reclutas campesinos hablaban solamente en guaraní, y como no entendían cuando los superiores les hablaban en español, les era difícil ejecutar sus órdenes o contestar sus preguntas. Sinforoso, un humilde y bonachón agricultor, era objeto de muchas bromas, algunas relativamente pesadas, pero su respuesta era sonreír siempre y no disgustarse jamás. La contrapartida era el bromista Raúl, que siempre estaba cerebrando la forma de reírse a costa de los demás.

En una de esas noches frías de invierno a Raúl se le antojó jugarle una pesada broma a Sinforoso. Para el efecto cargó un enorme tacho de agua jabonosa mezclada con bosta de caballo y lo llevó al balcón del piso alto en la Dirección de Sanidad. Normalmente en las horas de la noche, en el local de la Dirección estaban solamente los reclutas que custodiaban el edificio y nunca venia persona extraña alguna.

Sinforoso dormía habitualmente en el suelo de la secretaría todas las noches. Esa noche, a instancias de Raúl, los integrantes del pelotón le pidieron a Sinforoso que fuera al almacén de la esquina a comprar unas empanadas, cosa que habitualmente solía hacer.

La calle Sargento Duré no tenía en esa época faroles de alumbrado público, por lo que las personas que circulaban por la calle en horas de la noche sin luna, difícilmente podían ser identificadas con certeza. Para mayor seguridad Raúl hizo apagar todas las luces de la Dirección, de manera tal que cuando llegara Sinforoso no pudiera observar la operación que se estaba preparando en el balcón.

Pocos minutos después, merced a la luz del interior del almacén, se vio salir del mismo un uniformado con un paquete bajo el brazo que venía caminando por la misma vereda de la Dirección. Se fue acercando paulatinamente, con un andar pachorriento muy parecido al de Sinforoso. Raúl hizo seña a Mauricio para que le ayudara a levantar el enorme balde cargado con el referido líquido nauseabundo; entre ambos lo alzaron sobre el borde del balcón y en el preciso momento que el caminante estaba debajo de ellos, le descargaron una verdadera catarata de agua podrida y pestilente sobre la cabeza.

Para que la broma fuera perfecta, y así poder gozar del espectáculo, riéndose el pelotón a carcajadas, encendieron las luces del local. En el acto todos quedaron mudos, espantados de miedo, no sabiendo donde esconderse. La confusión había sido terrible. Sinforoso venía entrando con las empañadas, detrás del que había recibido el baldazo, sin que le tocara a él una sola gota de agua. ¿Qué había sucedido? ¿Quién era el que con la cara roja como un tomate maduro y el uniforme verde con trozos de bosta pegados en la chaqueta vociferaba como un poseso endemoniado, y que todavía no podía articular una sola palabra. Pues era nada más ní nada menos que el mismísimo Teniente Manuel, el Jefe de la Compañía. El Comandante directo de la Compañía, quien por maldita casualidad había ido también a comprar las apetitosas empanadas del almacén, empanadas que en ese momento estaban chorreando la mezcla putrefacta preparada por Raúl, completamente perdidas, estropeadas, contaminadas. El Teniente que en ese momento estaba retornando al Hospital Militar pensando tener esa noche una opípara cena, recibió en cambio un diluvio non santo sobre su orgullosa testa bien peinada con gomina perfumada. Observó su cena perdida y la arrojó con rabia al suelo. Al final, mirando a cada uno de los reclutas presentes pudo vociferar algunas palabras sueltas:

-¡Brutos! ¿Mil veces brutos! ¡Puercos!

En el tenso ambiente se podía oír con claridad el canto de los grillos del patio y el zumbido de los mosquitos, así como el acompasado ritmo del reloj de la entrada, sonidos que nunca los había escuchado nadie anteriormente. El pelotón seguía mudo, visiblemente asustado e incluso, quizás por el frío, tal vez por el miedo o por un ataque de nervios, empezaron a tiritar y a sonreír para tratar de ser sumisos y amables, pero el Teniente furioso por la cachada y pensando que encima se estaban burlando de él les gritó:

-¡Todavía osan burlarse de mí! Eso si que es ser unos frescos, tunantes, sinvergüenzas y maleducados. Mañana a las 7 horas, después de la gimnasia, se presentarán todos los del pelotón en la guardia, donde se les pelará la cabeza, quedarán arrestados, harán doble guardia semanal y no tendrán salida durante un mes. Si no se presentan a la hora fijada, un pelotón armado vendrá a arrestarlos y el castigo será duplicado. ¡Entendieron bien lo une les dile!

-Si mi Teniente -contestaron todos.

-¡Ah! -agregó el Teniente- El recluta Sinforoso no está incluido en la sanción. Pero antes de que me vaya les pido que levanten el paquete de mis ricas empanadas. Hay una docena de ellas. Justo una para cada uno de ustedes. Les doy solo un minuto para que empiecen a comerlas. ¡Coman ya! ¡Es una orden!

Aquello era una orden, no había otra alternativa que cumplirla. Todo el pelotón empezó la masticación, pero la deglución se hacía imposible, algunos intentaron tragar las asquerosas empanadas, pero las nauseas eran tan fuertes que todo intento terminaba con ruidosas arcadas y vómitos. Al final en medio de un chancherío infernal en el pasillo de entrada del edificio, el Teniente se retiró lentamente, saboreando a su vez la victoria sobre los cachadores.

 


3. LOS DOS NOMÁS MI GENERAL

Unas semanas después corrió la noticia que el Comandante en Jefe, el general Bartolomé B. visitaría la Dirección de Sanidad y el Hospital Militar el lunes de la semana siguiente y que con tal motivo inspeccionaría la tropa. En vista de este futuro acontecimiento el Teniente Manuel reunió a la tropa, a la que alertó, en idioma guaraní, sobre tan importante acontecimiento de esta manera:

-El próximo lunes vendrá el Comandante en Jefe General Bartolomé B. para inspeccionar a nuestra Compañía. Para ese día deben estar bien aseados, afeitados, limpios, con los zapatos lustrados y la ropa sin ninguna arruga. El General tiene la costumbre de preguntarles, en castellano, a algunos de los soldados tres cosas solamente. Primera pregunta: ¿Cuántos años tiene Ud.? Segunda pregunta: ¡Cuánto tiempo hace que está en el cuartel? Tercera pregunta: ¿Cuál es la comida que le gusta más en el cuartel: el locro o el saporó?. Todas las contestaciones que hagan deben ser en castellano. ¿Entendieron bien?

-Sí mi Teniente -gritaron todos.

-A la primera pregunta -prosiguió el teniente-, le deben contestar diciéndole: 18 años mi general. A la segunda pregunta le deben decir: 6 meses mi general. Y a la tercera pregunta le deben responder: los dos nomás mi general. ¿Comprendieron?

-Sí mi Teniente -volvieron a gritar los soldados.

-Cada vez que le contestan al General deben hablar en voz alta y sonreír, sobre todo después de contestar la última pregunta -concluyó diciendo el Teniente.

Sinforoso, que no entendía las frases con las que tendría que contestar las preguntas del General en caso de que a él le preguntara; se pasa toda la mañana memorizando las tres contestaciones: 18 años mi General, 6 meses mi General y los dos nomás mi General. La misma cosa hizo por la tarde y durante los 3 días siguientes, previos a la llegada del General. Siempre las repetía en el mismo y estricto orden secuencia] que dijo el Teniente, y siempre también, al terminar de contestar, una amplia sonrisa cubría su bonachona cara.

Llegó el ansiado día lunes, el cuartel de la Compañía y cada uno de los soldados lucían como nuevos. El Teniente no lo decía, pero estaba evidentemente orgulloso del orden y limpieza que se veía, y pensaba que por su eficacia podría, en esta ocasión, ganar los puntos necesarios para su ascenso a Capitán.

Poco antes de la llegada el General hizo formar a la tropa y se pasó recorriendo uno a uno sus subordinados, corrigiendo una doblez de la ropa, asegurando que los botones estuvieran todos bien prendidos, en especial los del cuello y los de la bragueta y que el cinto apretado hiciera entrar algo el abdomen, recomendando a la vez sacar el pecho.

En un momento dado sonó la corneta de la guardia de entrada, señalando la presencia del General y al minuto el vehículo del Comandante se estacionaba cerca de la tropa. Bajó del coche el General e inmediatamente se dirigió hacia el Teniente, quien en el acto se puso en posición de arme y juego del saludo llevando la mano a la visera de la gorra, acompañó al General en la inspección de la tropa. La tensión existente entre los reclutas fue en ascenso, temiendo todos que aquel General de rostro ceñudo y cejijunto lanzara una lluvia de denuestos, quizás ordenara una rapadura general de cabezas, el arresto de un mes sin salida o un viaje forzado de turismo en algún lugar perdido del Chaco hasta completar el servicio militar obligatorio.

Mientras el General recorría la fila de soldados, miraba a cada uno de los reclutas con ojos de lince, fríos, penetrantes, escalofriantes, que les hacían temblar a todos, menos a Sinforoso, quien estaba tranquilo y risueño porque sabía muy bien de memoria las tres contestaciones, que iba repasando mentalmente mientras el General se acercaba.

Al llegar el General frente a él, su sonrisa fue aún mucho más amplia, pensando en las tres contestaciones: Diez y ocho años mi general, seis meses mi general y los dos nomás mi general.

El Comandante en Jefe observó a tan singular recluta, que sin temblar como los demás, tenía la osadía de mirarle a los ojos y de sonreírle además, denotando su falta total de miedo. Dirigiéndose al Teniente que iba a su lado le preguntó:

-¿Como se llama este soldado?

Sinforoso Mi General – contesto aludido.

Entonces el General dirigiédose al recluta le preguntó:

-Soldado Sinforoso dígame ¿Cuánto tiempo hace que está Ud. en el cuartel?

Sinforoso contestó sin pestañear: -Diez y ocho años Mi General.

Muy asombrado por la respuesta el general se volvió de nuevo hacia el Teniente y je consultó:

-Oyó Ud. lo que dijo el soldado Sinforoso. Eso no puede ser. Este recluta tiene el aspecto de ser muy joven; además el servicio militar obligatorio es de solo 2 años para los campesinos.

El Teniente que empezaba a sudar copiosamente pensando en lo que podía suceder después, solo atinó a responder nerviosamente:

-Si mi General.

Fastidiado el General quiso aclarar la situación con Sinforoso, para lo cual con voz autoritaria volvió a preguntarle:

-¿Cuántos años tiene usted ahora, considerando que dice llevar cumplidos 18 años de servicio militar?

-Seis meses mi General -respondió el cada vez más sonriente Sinforoso.

Esta vez el General se enfureció de veras, miró al Teniente de reojo, como diciéndole: Ya nos veremos más adelante Ud y yo; y dirigiéndose al risueño Sinforoso bramó rugiendo:

-¿Ud. me toma a mi por un idiota o un imbécil?

La última contestación de Sinforoso no se hizo esperar y casi riéndose a carcajadas para ser, como le recomendó el Teniente, lo más amable posible con el General, orondamente le respondió:

-Los dos nomás mi General.

¿Qué pasó después? ¿Cómo reaccionó el General? ¿Qué le sucedió al recluta? ¿Consiguió el Teniente su ascenso a Capitán? No lo sabemos. Es una gran incógnita en la que cada uno puede imaginarse lo que más le guste.

Existen preguntas sobre el Servicio Militar Obligatorio (SMO) que cada individuo debe contestar personalmente:

¿Qué beneficios y qué desventajas tiene el SMO para los, jóvenes campesinos y los estudiantes?

¿Qué cosas buenas aprenden los reclutas durante el SMO que les pueden ser útiles en su vida futura?

¿Qué ganó la Patria con tanta mano de obra parada?

¿Es necesaria mantener el SMO en vigencia, así como unas fuerzas armadas sobredimensionadas en un país pobre y tan pequeño  como el Paraguay, cuya población representa menos del 1 x 1000 de la población mundial, en un momento como el actual en que la tecnología de guerra posee armas tan sofisticadas, fuera del alcance económico de la nación, fomentando un increíble desperdicio de reservas monetarias, cuyos fondos podían haber sido destinados para solucionar necesidades mucho más urgentes en salud educación y en la provisión de fuentes de trabajo a la población?

¿Es consciente, sensata, cuerda y humana una sociedad que sostiene una profesión homicida que enseña el arte satánico de matarse entre seres humanos, en un mundo en el que solamente el amor la justicia y la concordia constituyen la única tabla de salvación para esta ambiciosa y decadente humanidad, la que no satisfecha con destruirse a si misma, está ocasionando la desaparición, a un ritmo cada vez más acelerado, de millares de especies tanto animales como vegetales, que terminarán por agotar al final todo tipo de vida terrestre?

A las fuerzas armadas continentales en América les debemos las dictaduras militares del siglo que ha fenecido, impuestas por las potencias económicas mundiales. Durante 35 largos años el Paraguay soportó la noche más negra de toda su historia. Cuando en 1989 se produjo la caída del temido dictador vitalicio Stroessner, el pueblo creyó; ingenuamente, que se iniciaría un periodo democrático feliz para todos. Sin embargo nada varió, los nuevos popes de turno, antiguos colaboradores del anciano dictador, se apoderaron del poder y siguieron sometiendo a la sufrida población a pesadas cargas económicas.

Mediante elecciones amañadas y fraudes, los mismos personajes que persiguieron, torturaron, desterraron y encarcelaron a la población paraguaya durante el régimen dictatorial anterior, proclamaron que el país había iniciado su "transición hacia la democracia.

Ese tránsito democrático lleva ya más de 10 años en el Paraguay, sin que puede vislumbrarse todavía la meta final propuesta. La opresión ejercida ahora es muy sutil pero mucho más eficaz. Las mafias gobernantes de turno, mediante la fórmula demoníaca "corrupción inmunidad" alcanzaron a amasar, en forma mal habida, fortunas enormes y desproporcionadas para el país, de millones y millones de dólares americanos, robados impunemente de las arcas estatales; empleando posteriormente este sucio dinero para ganar nuevas elecciones mediante la presión de los medios de comunicación que les pertenecen, los que se encargan de efectuar el lavado de cerebro de los electores.

En la entrada del nuevo milenio, hoy, el mañana de ese ayer que parece tan lejano, si nos ponemos a meditar sobre la esencia y justificación del servicio militar obligatorio, nos damos cuenta de que la existencia de esta estructura en esta etapa de la humanidad, no responde en absoluto a ninguna de las necesidades que los humanos requieren para su sobrevivencia sobre la tierra, muy al contrario, la permanencia de esta institución ha sido siempre motivo de lucha, muerte, desolación y principalmente odio entre los que deberían haberse esencialmente arpado como hermanos. Es urgente que el problema tenga una solución inteligente, madura, realista, lógica y fundamentalmente beneficiosa para poder salvar al mundo en que vivimos.

Si damos por sentado que la totalidad de los individuos que pueblan las naciones del mundo en que vivimos, desean vivir en paz y armonía, debemos preguntarnos: ¿Porqué existe todavía una profesión criminal en la que se pretende enseñar a todos los ciudadanos a matar a sus semejantes, haciéndoles creer que si así lo hiciesen serían héroes, cuando en realidad son homicidas?

Una mirada retrospectiva de la humanidad nos muestra, que el flagelo de la guerra, un invento de la codicia del hombre desde tiempos prehistóricos, no ha tenido otro objetivo que satisfacer las ansias de poder y de riquezas de los más fuertes contra los más débiles. Sin embargo a las guerras se las ha llamado defensivas, salvadoras del honor de los pueblos, protectoras de la nación, humanitarias e inclusive, blasfémicamente, santas, pretendiendo hacernos creer que a Dios, que ha dictado en su Decálogo "No matarás", le satisfacen las guerras en las que se asesina en su nombre.

 


 

4. EL PIANO - LA PIANOLA - EL FONÓGRAFO - LA VITROLA

En muchas casas de Asunción y en. varias de las ciudades del interior del país existían, en los ños 1930 al 1940, el piano, la pianola, el fonógrafo y posteriormente apareció la famosa vitrola RCA, cuya propa ganda en los afiches mostraba un enorme perro sentado al lado del aparato, con la cabeza mirando hacia la vitrola, aparentando escuchar atentamente la música emitida por ella. ¡Cuantas personas con tortícolis aguda o torcedura crónica del cuello recibieron en ese decenio el mote de "Jagua Vitróla, (El perro de la vitrola)".

Las reuniones familiares, que eran muy frecuentes, se celebraban en casi todos los barrios los fines de semana, ocasiones en las que los jóvenes, chicas y muchachos, tenían la oportunidad de bailar y conversar entre si, bajo la mirada atenta pero permisiva de las madres. Estas reuniones se realizaban preferentemente en los hogares en donde existían los instrumentos y equipos musicales señalados.

El piano era lo mejor para animar las danzas, por cuanto que tenía un sonido mucho más fuerte que el modesto y chillón fonógrafo y aún que la vitrola ortofónica que poseía un poco más de potencia y mejor sonido que aquél.

El inconveniente del piano, muy relativo por cierto, era que se necesitaba la persona virtuosa que conociera un amplio repertorio de música bailable; cabe seòalar que siempre se contaba con dos a tres pianistas cuando menos, para animar las fiestas caseras. Era costumbre de esa época que en la formación cultural de una mujer se incluyera casi siempre el estudio del piano. No era bien visto que los varones estudiaran música, pero los muchachos con vocación musical solían tocar música bailable de oído, es decir sin haber realizado estudio y por lo tanto sin saber leer las notas en el pentagrama.

La mayoría de los jóvenes prefería bailar con música ejecutada en el piano, en primer lugar por el mayor alcance de su sonido, que permitía amenizar fiestas en espacios más amplios o aún al aire libre y en segundo lugar porque los buenos pianistas sabían animar mejor las fiestas y tenían generalmente un amplio repertorio de valses vieneses y criollos, polcas, marchas, boleros, tangos, zambas, pasodobles, tarantelas, lo que les permitía tocar horas enteras sin interrupción, pasando de un ritmo lento como el tango o el bolero, a otros más rápidos como los de las polcas y los valses, o vice versa, y en los casos necesarios, cuando la fiesta estaba poco animada, ejecutaban piezas musicales muy movidas como el paso doble "Valencia Flor de España donde lucen las mujeres su esplendor, o alguna movida polca paraguaya.

Por supuesto que los pianistas brillantes eran muy cotizados y gozaban de múltiples invitaciones en todas las fiestas familiares. A falta de ellos, siempre existía alguien que se ofrecía para sentarse frente al piano y entretener a las parejas.

Pocas eran las casas que tenían el piano que funcionaba a la vez como pianola, en el que se usaban unos cilindros que tenían enrollados unos papeles con múltiples perforaciones, que al accionar los pedales, hacía pasar el papel desde el cilindro lleno hacia el cilindro vacío, activando los martillitos que golpeaban las cuerdas del piano. Cada rollo contenía una sola pieza musical que duraba unos pocos minutos, y cada vez que se acababa el rollo y con él la música, debía cambiárselo y poner otro en su reemplazo, operación que interrumpida  la danza constantemente . A demás c eran poco prácticos, porque los papeles se rompían con mucha facilidad.

Como sustituto del piano estaban el fonógrafo y la vitrola. El fonógrafo poseía una gran trompeta para amplificar el débil sonido captado por la púa. El giro del disco en estos aparatos, de cuyos surcos la púa debía captar los sonidos, se realizaba merced a un motor a cuerda manual, que enrollaba una cinta acerada dentro de un tambor. Una vez que se le daba toda la cuerda y se largaba el freno, el disco podía girar alrededor de 5 minutos tras lo cual, después de un perezoso y lento giro de apenas un minuto, se detenía.

Los inconvenientes tanto del fonógrafo como de la vitrola eran variados. Para que todo anduviera bien, había que cambiarles la púa cada 2 a 3 partituras musicales, es decir, cada 10 a 15 minutos; si se olvidaban de hacerlo, la música empezaba a distorsionar hasta tal punto que ya no se entendía la melodía ni el ritmo, y la gente se ponía a gritar: -¡Cambien la púa!

Si se acababan las púas en la casa en donde se celebraba la reunión familiar, las mismas se podían conseguir en el almacén de la esquina o bien en la casa de algún vecino del barrio.

Otra cosa que solía suceder con este tocadiscos primitivo era que el que cambió correctamente el disco y la púa, se olvidara de darle cuerda al fonógrafo o vitrola. Si esto sucedía, durante el primer minuto sonaba adecuadamente la composición musical y el o los cantores tenían la voz reconocible y se entendía lo que decían, como por ejemplo: Ese lunar que tienes cielito lindo junto a la boca, etc. Cuando bajaba la velocidad de giro del disco por escasez de cuerda, la música perdía el ritmo, se ponía lenta, el cantor si era tenor se convertía en barítono y luego en bajo, pareciendo al final la voz de una persona borracha y con mucho sueño, alargando las palabras, era como si se le trabara la lengua antes de dormir. Era algo así: "Eeessee luzmaaarrr queeeeee tiiiieeeeennnnneeeeeeeesssss ciiiiieeeeeeeeeeeliiiiiiiiii ".... En esas condiciones no se podía seguir bailando, y entonces los danzantes se ponían a gritar:

-¡Cuerda! ¡Cuerda! ¡Cuerda!

Alguien debía soltara su pareja y correr a darle vueltas a la manija. Enseguida se producía la recuperación del movimiento de giro y el sonido aparecía de nuevo e iba recobrando el ritmo y la melodía; entonces el cantor parecía salir de un largo sueño bostezando lentamente: toooooooo liiiinnnndooo queee aa mii me toca.

Otro inconveniente de los fonógrafos y vitrolas era que no se los escuchaba sino hasta los 4 a 5 metros de distancia, a partir de la cual los bailarines danzaban siguiendo el ritmo que mantenían las parejas vecinas, ocurriendo a veces, que la música había terminada, pero las parejas alejadas bailaban como si todavía siguiera sonando el fonógrafo; también podía suceder que el disco con la lenta y romántica partitura de un tango, al terminarse la pieza, había sido sustituido por otro que tenía el ritmo rápido de la polca paraguaya, lo cual significaba un cambio brusco de ritmo y de paso de baile que generalmente, a medida que las parejas se iban dando cuenta, lo realizaban con gran algarabía y risas. Como las parejas de algunos enamorados eran las últimas en darse cuenta de lo que estaba pasando, eran motivo de chanza y bromas que terminaban habitualmente con la entonación, por parte de los circundantes, de la marcha nupcial de Mendelsshon dedicada a los tortolitos.

Lo peor que podía pasar con estos aparatos, era que se le rompiera la cuerda de acero. En estos casos, si no existía en la casa el piano y los pianistas, no quedaba otra solución que suspender el baile, con lo que se aguaba la fiesta y debía comprarse un tambor de cuerda nuevo para cambiar el que estaba roto.

 


5. PERIPECIAS DE UN BAILE

También en la década del 30-40, fuera de las fiestas familiares de los barrios, existían acontecimientos importantes en los cuales se entraba solamente con tarjeta de invitación personal; se trataban de fiestas en las que actuaban una o dos orquestas y en las que se comía habitualmente muy bien. Por lo general eran cumpleaños o casamientos realizados en mansiones de familias adineradas. Su horario habitual comenzaba a las 19 horas y terminaba antes de la medianoche, para poder contar de esta manera con los servicios de los tranvías y del alumbrado público que concluían generalmente a la medianoche.

En la zona céntrica del barrio Colón era conocida la barra de estudiantes universitarios en las que participaban Raúl, Teófilo y Mauricio quienes siempre estaban enterados del lugar en donde se realizaba algún agasajo importante; cuando uno de ellos conseguía el dato, avisaba a los demás para ver la forma de entrar como "colados" en las fiestas. Las más de las veces eran aceptados en ellas, aunque en algunas ocasiones se les impedía la entrada o lo que no era nada agradable, cuando estaban adentro, alguien de la casa se acercaba y les mostraba la puerta de salida.

En una importante familia del centro de la ciudad de Asunción debía realizarse una gran recepción, que prometía una comilona principesca y bebidas a granel. Los dueños de casa tenían tres hijas casaderas feísimas y para peor, creídas y argeles todas ellas. Como es lógico suponer, sin novio y sin candidato a la vista. El objetivo principal de los padres era agasajar a los jóvenes de familias pertenecientes a la elite de la sociedad asuncena, con la peregrina esperanza de ensartar algunos peces gordos para sus incolocables hijas. Para evitar la entrada de personas no deseables, se habían confeccionado invitaciones personales especiales, sin las cuales sería totalmente imposible entrar en la mansión ese día.

Para ver como podían conseguir las dichosas tarjetas, se reunieron Raúl, Teófilo y Mauricio, los tres cráneos de la barra, quienes después de mucho cavilar, que para eso siempre tenían tiempo, decidieron enviarles sendas cartas de amor a cada una de las hijas, pidiéndoles, por favor, poder acceder a bailar con ellas, en la fiesta que daban en su casa, para lo cual necesitaban, cada uno de los futuros Romeos la tarjeta de invitación que les hacía falta para entrar en la casa, porque de lo contrario, no tenían otra solución más que la de suicidarse, debido a la terrible frustración amorosa que sufrirían. Después de remover cielo y tierra, y de analizar los últimos rincones de sus magras circunvoluciones cerebrales, pudieron dar con la persona que les pudiera entregar las cartas perfumadas a las damiselas. Mauricio fue el primero en descubrir que tenía un primo que era amigo de la familia anfitriona. Inmediatamente se pusieron a redactar las tres misivas copiadas del libro para los enamorados "Epistolario del Amor". Nada más eficaz, la treta surtió efecto, en menos tiempo que rebuzna un burro cuando ve su pareja, llegaron las tarjetas en manos de los tres galanes.

Faltaba resolver el problema de como entrarían los diez estudiantes de la barra con solo tres tarjetas. Como se trataba de una cuestión secundaria, la dejaron para más adelante.

El día de la farra, se dirigieron al lugar, para observar en el terreno la forma en que podrían entrar todos a la fiesta. Se trataba de una casona señorial situada a unos 30 metros de la calle, con un gran jardín exquisitamente arbolado en todo el contorno de la casa. La propiedad estaba en una esquina y ocupaba alrededor de media manzana, con una hermosa verja de hierro con puntas de lanza en la parte superior. La iluminación eléctrica de la casa solo alumbraba el portón de entrada y los salones, mientras que todo el ámbito del jardín estaba a oscuras, igual que toda la cuadra, ya que el alcance de los focos de apenas 100 vatios del alumbrado público, solo alcanzaban a formar un pequeño círculo de luz debajo de los mismos.

Decidieron observar como procedían los controladores de la entrada cada vez que se presentaba un grupo de personas para entrar. Vieron que una vez revisadas las tarjetas, se las volvían a entregar a los invitados, probablemente porque se las controlarían de nuevo cuantas veces fuera necesario, para evitar de esta manera la presencia de personas no invitadas.

Examinado el terreno y resuelto el plan que utilizarían para acceder a la mansión, decidieron entrar, Raúl primero y luego Teófilo y Mauricio, exhibiendo sus tarjetas. Haciéndose los distraídos se pusieron a recorrer el jardín. Durante el paseo pudieron pasar las tarjetas a tres de sus compañeros, quienes entraron sin ninguna clase de inconvenientes. De esta manera, al poco tiempo, estaban dentro de la propiedad el grupo completo de los diez, listos para entrar en acción hacia el objetivo principal de pegarse el atracón del siglo y degustar los sabrosos vinos que con toda seguridad se servirían durante la cena.

La fiesta entraba en su apogeo a medida que venían llegando los convidados; la orquesta del maestro C. se esmeraba en alegrar el ambiente y todo el mundo se puso a danzar.

El primer problema surgió cuando debían ser ubicados, tarjeta de por medio, en una mesa, para que pudieran participar en el banquete que se estaba sirviendo en ese momento. Era evidente que los mozos repartirían las bebidas y las comidas según el número de comensales que hubiera en cada mesa, previa exigencia de la presentación de las tarjetas. El grupo de los diez estudiantes paracaidistas se dio cuenta de que las .pesas estaban preparadas para 4 personas cada una. No quedaba otra solución sino que se sentaran en primer lugar Raúl, Teófilo y Mauricio que eran los que habían conseguido las invitaciones, mientras que los demás esperarían su turno, dedicándose a pasear por el salón de baile, en donde las engalanadas señoritas, entre ellas las hijas del dueño de la casa, esperaban sentadas cerca del grupo de las madres controladoras, que alguien viniera a solicitarles permiso para bailar con ellas.

-Yo voy a bailar con la rubia despampanante de vestido celeste - dijo uno de ellos.

-Yo prefiero en cambio la morochita risueña que está a la izquierda de la rubia-afirmó otro.

Así siguieron los siete restantes eligiendo desde lejos sus respectivas parejas de baile. Cuando les faltaba elegir a los tres últimos, los cuatro estudiantes que ya habían señalado cuales serían sus respectivas parejas les dijeron:

-Ustedes tres tienen la obligación de sacar a las hijas del dueño de la casa, para que no entren en sospechas contra nuestro grupo. Recuérdenles a las chicas que son ustedes los que les mandaron las epístolas amorosas.

Terminada la selección previa de la pareja que cada uno tendría, se dirigieron los jóvenes al mismo tiempo hacia el núcleo en donde se encontraban las damas ansiosas de bailar y cada uno de ellos, después de un cordial saludo y haciendo a la vez una pequeña reverencia, finalizaba el rito diciendo:

-¿Puede concederme el honor de bailar con Ud. señorita?

O bien:

-¿Me permite el placer de bailar con Ud. esta pieza?

En el 99% de las veces, como ninguna de las chicas quería quedarse sentada planchando, accedían inmediatamente a la solicitud de danza que se les formulaba. Terminada la ejecución de la música, siempre había un descanso, durante el cual el varón acompañaba a la dama hasta el sitio donde se encontraba antes, y con otra reverencia se despedía diciendo:

-Ha sido Ud. muy amable. ¡Muchas gracias!

Esto significaba que el muchacho no pedía volver a danzar con la chica y por lo tanto se retiraba del lugar. Cuando los jóvenes retornaban para reunirse con su grupo, habitualmente se producían los comentarios sobre las situaciones que les habían tocado sufrir o gozar a cada uno de ellos durante la danza.

Uno de ellos comenzó diciendo:

-¿Qué tal te fue con la rubia? La mía era más pesada que un burro empacado, se necesitaría ser un Hércules o un Sansón para bailar más de una pieza con ella.

El siguiente le contestó:

-Mira, no me vas a creer che ra'a (Mi amigo) que esa rubia espectacular tenía un feroz jurune (Mal aliento, halitosis). Ni aunque me pagaran el oro y el moro la sacaría a bailar otra vez.

Otro agregó:

-Me fue fantástico con la petisita, es una pluma para conducirla en el baile y tiene una conversación muy agradable. Pienso invitarla de nuevo a bailar.

El que bailó con la mayor de las hijas del dueño de la casa comentaba:

-Te acordás que desde lejos parecía algo feucha, pues de cerca es mucho peor, además es argel y creída.

-Yo me clavé con la segunda hija, me llenó de pisotones, se divertía subiendo todo el rato sobre mis hermosos zapatos de charol que ahora están destrozados -comentó el lungo del grupo.

Por su parte, en el campo femenino se escuchaban otros comentarios muy parecidos:

-¡Qué tipo petulante! Todo el rato se pasó hablando de si mismo.

-¡Qué manera de apretarme! Por poco me asfixia. Como quería que le prometiera otra pieza, le dije que estaba muy cansada.

-¡Qué churro es el que me sacó a bailar! Es un bailarín exquisito. Ojalá me invite a bailar de nuevo con él.

Los estudiantes que debían suplantar a los 3 primeros comensales, al cabo de media hora, se acercaron a la mesa de ellos y disimuladamente les pidieron las tarjetas que necesitaban para ser servidos. Mala sorpresa se llevaron cuando éstos le informaron que los mozos les habían retirado las tarjetas, y que cada vez que pasaban cerca de ellos les preguntaban si es que deseaban servirse alguna cosa más.

Ante esta nueva alternativa pensaron, como los mozos parecían haber identificado bien a los que habían comido, que sería más lógico que los mismos pidieran de nuevo todas las comidas y todas las bebidas para que así los mozos no entraran en sospechas. Cuando la mesa estuviera bien servida de nuevo, recién entonces cederían sus sillas a la segunda remesa de comensales.

A los mozos se le había autorizado para servir a la gente todo lo que pidieran, por lo que no tuvieron ningún reparo en traer de nuevo las viandas y bebidas que les pedían. Cuando se retiraron los servidores, se hizo un rápido cambio no solamente de personas, sino también de sacos y corbatas, para tratar de aparentar en algo que eran las mismas personas las que seguían sentadas en esa mesa.

Media hora después, estando limpia la mesa de bebidas y de comestibles y al acecho la tercera tanda de estudiantes para ocupar la mesa, esta vez los ocupantes del segundo turno volvieron a reiterar el pedido de nuevos comestibles y bebidas.

Los extrañados mozos se encontraron con caras nuevas, pero con las mismas vestimentas. Ante la duda, para no pasar como groseros y maleducados, sabiendo que su deber era atender lo mejor posible a los invitados, tomaron el pedido y fueron de nuevo hacia la cocina. El Jefe de ellos sospechando algo anormal, les pregunto:

-¿Será posible que deseen repetir por tercera vez una comida tan abundante como la que se les sirvió y que se hayan bebido todas las botellas de vino que les suministramos y que aún quieran seguir haciéndolo?

-Ud. ha visto los platos y las botellas vacías que les hemos traído de esa mesa -le contestaron los mozos.

-Está bien -aceptó el chef-. Llévenles todo de nuevo. Cuando pasen por la cocina los dueños de casa les comentaré este insólito caso. Los mozos depositaron nuevamente el abundante pedido sobre la mesa de los estudiantes, pero uno de los servidores quiso saber como hacían para tragar de nuevo tanta comida y bebida, sin reventar ni emborracharse. Observó con sorpresa que los tres jóvenes que estaban sentados en la mesa se levantaban y, que en su reemplazo se sentaban otros jóvenes, quienes en un tris se pusieron a devorar la comida. El asombro fue mayor cuando vio que en vez de tres eran cuatro los comensales que disfrutaban de la cena. Se dirigió entonces hacia la mesa y les preguntó:

-Como ustedes son nuevos en esta mesa les pediré que me muestren sus tarjetas de invitación ahora mismo.

-La dejamos olvidada en casa -fue lo primero que se le ocurrió decir a uno de ellos.

-Pues sepan que tendré que avisar a los dueños de casa-sentenció el mozo, antes de dirigirse hacia la mesa en donde se encontraban los anfitriones.

Los estudiantes comensales llamaron a sus compañeros que andaban rondando cerca de ellos para informarles de la tormenta que se estaba preparando encima del grupo.

-Maldición -dijo el estudiante de medicina Raúl-. Esto no me había pasado en ningún otro lado. Ya me dijeron que estas gentes superchuchis eran egoístas y maleducadas. En previsión de que esto podría pasar, traje conmigo un gotero con aceite de crotón concentrado de la farmacia. En adelante van a acordarse de nosotros y para siempre Julián que era estudiante de derecho le preguntó:

-¿Qué es el aceite de crotón concentrado?

Coco un estudiante de medicina del sexto curso le contestó:

-El Crotón tiglio es un arbusto de los trópicos de Asia y Africa de cuyas semillas se extrae un poderoso aceite drástico irritante de acción inmediata, que en la dosis de una gota es laxante, dos gotas actúan como purgante y tres gotas producen una evacuación intestinal rápida, abundante e inmediata hasta en las personas más estreñidas.

Raúl trazó el plan a seguir en este caso:

-Ustedes, los que están en la mesa, sigan comiendo como si nada pasara, entretengan lo más posible a los mozos mientras nosotros realizaremos la tarea para aguar la fiesta.

El grupo de los seis estudiantes, dejando a sus cuatro compañeros sentados y terminando de comer en la mesa, se dirigió hacia la cocina en donde, mientras tres de ellos se encargaban de entretener al personal presente con preguntas de si quien era el jefe de ellos, que marcas de vinos se habían usado, cual era la mejor, etc., etc., los otros tres se dirigieron hacia la mesa en donde estaban las masitas y vertieron una gota de trotón sobre el diez por ciento de ellas, teniendo en cuenta de que las masas dulces eran consumidas casi totalmente por las matronas que sentadas en el salón controlaban los pasos de sus hijas y que no hacían otra cosa que chismear entre ellas y comer sobre todo masitas dulces. Hecho esto se retiraron del lugar y dirigiéndose hacia el portón de salida se trasladaron frente a la casa.

Mientras tanto los dueños de casa informados de los hechos ocurridos, le pidieron al jefe de los mozos que despidiera a esos jóvenes caraduras que todavía se los veía, sentados plácidamente en la mesa, comiendo y bebiendo como si no pasara nada. Sin embargo, todos ellos estaban muy atentos, y en cuanto vieron venir el jefe de los mozos seguido por una decena de ellos, se levantaron antes de que tuvieran tiempo de decirles nada y a su vez se dirigieron hasta el portón de salida, buscando a sus compañeros que ya les estaban esperando en la calle.

El jefe de los mozos informó al dueño de casa que el incidente se había solucionado sin ninguna clase de problemas. El baile, por lo tanto, prosiguió como si nada hubiera sucedido. Como la cena había terminado, a los mozos les tocaba ahora repartir las ricas masas que todos estaban ansiando comer. Empezaron a circular las bandejas por el salón, pero las mismas eran rápidamente arrebatadas por las matronas sentadas alrededor de la pista de baile, quienes, las consumían con una fruición espantosa, diciéndose unas a otras:

-Prueba este merengue, verás que sabroso está. -Esta masita de chocolate con coco está divina. Los bonitos de crema son tina verdadera bomba.

En realidad, la única que había acertado en las alabanzas a las masitas era la última, quien, sin imaginarse, había pronosticado el bombazo que se avecinaba para todos los convidados que las comieron.

En el momento que el reloj marcaba las 22.30 de la noche, la fiesta se encontraba en su apogeo, con la orquesta que estaba ejecutando con gran entusiasmo los pedidos que le formulaban los jóvenes, que no dejaban de bailar ni un solo minuto, fue cuando doña Petrona, una de las matronas más significativas, le hizo una señal de llamada urgente a su hija que estaba bailando y al acercarse le dijo:

-Vamos ahora mismo a casa mi hija.

-Pero mamá, la fiesta está ahora en su momento culminante -le contestó su hija.

-No me importa -dijo la madre, cuya facies traslucía el gran esfuerzo que hacía para aguantar el poderoso tenesmo fecal que por momentos le hacia adoptar posiciones especiales de las piernas y le contorsionaba el cuerpo, mientras sus músculos esfinterianos bajos procuraban detener la fuerza de los impulsos peristálticos involuntarios de expulsión rectal.

La madre apenas pudo musitar un hasta mañana al pasar frente a los dueños de casa. No oyó ni siquiera cuando le dijeron los anfitriones, porqué se va tan rápido, cuando ya corrió hacia el portón, seguida por su hija, yendo rápidamente hacia la zona oscura de la cuadra de enfrente.

Los dueños de casa que todavía no habían podido comer ninguna masita, ya que tenían que moverse continuamente de un lado para otro, para atender y complacer a todos y cada uno de los invitados, les extrañó enormemente la actitud de doña Petrona, tan amiga de la casa, que saliera violentamente como si estuviera enojada con ellos por algún motivo que desconocían. Pero lo que más les extrañó aún fue que actitudes parecidas se sucedieron unas tras otras, en el corto plazo de 5 minutos. A cada rato pasaba frente a ellos una respetable señora, con cara de enojada, corriendo hacia la calle, saludando apenas y sin dar explicaciones sobre su actitud. La totalidad de las madres que asistían a la recepción, seguidas por sus llorosas hijas sacadas del baile en lo mejor de la fiesta, terminaron por dejar vacía la fiesta.

Los diez estudiantes de la barra brava se encontraban apostados debajo de un árbol, cerca de la esquina, observando como se desarrollaba el proceso. Dentro de cada corralito de hijas, se agachaba alguien, probablemente la madre de ellas, y se oían nítidamente las explosiones del furioso meteorismo intestinal desatado ahora libremente, que aquello parecía ser el molto vivace de una sinfonía inconclusa que nunca acabaría. Raúl el más jodón de todos, se había fabricado una vara, la cual usaba para dirigir, como se acostumbra hacerlo en las orquestas sinfónicas, el ritmo y el momento en que debían entrar a ejecutar la partitura cada uno de los ejecutantes, en este caso los corrillos armados en distintos lugares, señalándolos con la batuta para que entraran a actuar. No siempre acertaba, pero cuando conseguía hacerlo, una carcajada generalizada y los aplausos correspondientes del grupo festejaban la venganza de la barra.

Al terminar bruscamente la fiesta, hizo que la orquesta interrumpiera su ejecución musical, decidiendo los músicos aprovechar el momento para comer también ellos las masitas servidas, que parecían muy apetitosas, puestas sobre la mesa del salón. La huida de los músicos fue similar a la de las madres. Arrastrando los violines, contrabajos, violoncelos, arpas, acordeones y cuantos atriles y partituras tenían, salieron corriendo a la calle, sumándose, en la penumbra de un frondoso yvapovõ (Árbol frutal de frutas amarillas pequeñas.), al estrépito general reinante.

La familia anfitriona nunca más volvió a repetir las fiestas de primavera como estaban acostumbrada a hacerlo desde hacía mucho tiempo. La sentencia de la sociedad asuncena fue lapidaria y definitiva y nadie volvió ni siquiera a pasar frente a la casa, quizás para no tener que recordar los tristes y escandalosos acontecimientos que vivieron.

La población asuncena de los años 35 al 45 tuvo la suerte de vivir en una ciudad tranquila y acogedora. Su población rondaba los doscientos mil habitantes. El principal medio de locomoción urbano era el tranvía, el cual contaba con unas pocas líneas. La línea 2 tenía un circuito cerrado dentro del microcentro de la ciudad; la línea 4 circulaba desde la calle Estrella y Colón, centro de partida de todos los tranvías, pasando por las calles Montevideo, Igatimí, Colón y finalmente transitaba a todo lo largo de la avenida 15 de mayo (actual Carlos Antonio López), hasta la costa del río Paraguay frente a los arsenales de la marina en el barrio Sajonia; la línea 5 partía del mismo centro de salida circulando por las calles Estrella, 25 de mayo, Estados Unidos, avenida España y Padre Cardozo terminando en el barrio ele Las Mercedes; la línea 9 unía el centro de la Ciudad con la Recoleta y Villa Morra y por último, la irregular línea 10 llegaba hasta la ciudad de San Lorenzo.

Poco después de terminar la guerra del Chaco el gobierno puso a la venta los camiones usados en la contienda. La mayoría de ellos fueron convertidos en medíos de transporte colectivo, luego de colocársele dos tablones en los costados de la carrocería para que sirvieran de asiento a los pasajeros y un techo de madera sostenido por 3 o 4 pilotes de madera. En el comienzo estos vehículos no contaban con vidrios ni cortinas, por lo que el sol abrasaba a los pasajeros en verano y la lluvia los empapaba cada vez que venía un chubasco. Los camiones carecían de amortiguadores y su transitar por el desigual empedrado de la ciudad era casi insufrible, por lo cual los pasajeros seguían prefiriendo el tranvía.

El número de autos particulares circulando en la ciudad era exiguo, en primer lugar porque eran pocas las personas que podían comprarlos y en segundo lugar porque durante la Segunda Guerra Mundial que se desarrolló en ese período, las fábricas de automóviles de todo el mundo producían únicamente vehículos para usos bélicos.

En ese tiempo los contados propietarios de automóviles de Asunción, dejaban estacionados sus vehículos, día y noche, frente a sus casas, sin temor de que alguien se los robara. Cuando iban al centro de compras, se consideraban frustrados si es que no podían estacionar el vehículo frente a la misma puerta de entrada del negocio en el que querían comprar algo.

Las oficinas públicas y los bancos abrían sus puertas de 7.00 a 12:00 horas en la mañana. Por la tarde, a la siesta, de 12:00 a 15:00 horas todo estaba cerrado. Los negocios volvían a abrir sus puertas de 15.00 a 19:00 horas. A las 20:00 horas el centro de Asunción estaba desierto. En los barrios, después de la cena, las familias sacaban sus sillas, para .sentarse en las veredas, siempre que no hiciera frío, para participar en el coloquio entre los vecinos, hecho que era muy apreciado por todos. Mediante esa comunicación diaria entre las familias del barrio, todos estaban enterados de cuales eran los problemas o enfermedades que aquejaban a los vecinos, robusteciéndose de esta manera la solidaridad y ayuda en los casos necesarios. ¡Tiempos felices!

En este desconcertante milenio que recién comienza, las perso-nas de más edad ven con tristeza la pérdida de estos grandes valores humanos que conocieron en su juventud: esa necesidad de sentirse integrado con los vecinos, el poder ayudar y ser ayudado, el saber que no se estará solo y desprotegido, el comunicarse con el prójimo todos los días y el formar una comunidad armoniosa, en donde la cortesía para con los mujeres y personas de edad, trasuntada en simples gestos como el de sacarse el sombrero al saludar, el cederles en las veredas el lado de la pared con sombra, el ofrecerles asientos en los medios de transporte, o el levantarse cortésmente del asiento cuando se recibe una visita. ¡Qué lejos está todo esto! Da pena ver como los conductores maltratan, con hechos y con palabras, a los pasajeros de los ómnibus hoy en día, así lo hacen cuando no detienen la marcha para alzar pasajeros si es que ven en las paradas ancianos o mujeres embarazadas, con bultos o con niños o en otras ocasiones arrancando o frenando bruscamente el vehículo cuando las personas que ingresaron no se han sentado todavía. ¡Cuántos accidentes, inclusive mortales, suceden actualmente en Asunción, sin que las autoridades se ocupen de solucionarlos!

 


10. EL TEMOR A LAS ENFERMEDADES DE TRANSMISIÓN SEXUAL

Hasta la década de los años 30 del siglo XX, el gran temor de los jóvenes de contraer una enfermedad, en esa época llamada venérea, hoy conocida como de transmisión sexual, era el mejor y más eficaz método de control epidemiológico utilizado, sin mayor costo para las autoridades sanitarias, en la lucha contra estas enfermedades.

Dice un viejo refrán que antes de tomar una decisión importante siempre debe contarse por lo menos hasta diez, para así no tomar resoluciones apuradas que sean inconvenientes y contrarias al objetivo que se persigue. Los jóvenes de aquel entonces, antes de realizar un contacto sexual, probablemente contaban hasta varios miles o millones, debido fundamentalmente al pavoroso miedo que tenían a las enfermedades que podían contraerse durante el acto sexual. En esa época, el chancre blando, la blenorragia y el linfogranuloma venéreo carecían totalmente de tratamiento y las secuelas que acarreaban de por vida en su fase crónica eran muy penosas. En la sífilis si bien los arsenicales eran más o menos eficaces, se corrían serios riesgos de intoxicación, a veces fatales, además de la posibilidad de la transmisión transplacentaria a la descendencia, que terminaba a menudo con abortos prematuros o afecciones graves en los recién nacidos.

Durante los primeros años de la carrera de medicina, los estudiantes tenían la costumbre de practicar en los servicios sanitarios estatales como eran el de Primeros Auxilios y el Dispensario de Venéreo sífilis. Este dispensario estaba ubicado en un edificio de dos plantas situado en la calle Chile entre las de Humaitá y Coronel Martínez (hoy Haedo). Raúl y Teófilo decidieron concurrir al Dispensario de Venéreo-sífilis, mientras que Mauricio y Rubimano optaron por ir a los Primeros Auxilios.

Cuando Raúl y su compañero Teófilo llegaron al dispensario, fueron bien recibidos por el único médico que trabajaba allí, el que con la ayuda de dos enfermeros prácticos, es decir sin estudios universitarios, debía atender a todos los pacientes del país que concurrieran a esa institución.

En ese dispensario, exclusivo para pacientes masculinos, se trataban solamente dos enfermedades: la blenorragia y la sífilis.

Para la blenorragia se utilizaban los lavajes uretro-vesicales desde el inicio de la enfermedad. Para el efecto se usaban dos soluciones acuosas de desinfectantes: Una era la de permanganato de potasio que tenía un color rojo violeta intenso y la otra era de una sal de mercurio completamente incolora.

Cuando en la primera consulta se comprobaba la salida de material purulento a través del meato urinario y el paciente corroboraba que tenía ardor y dolor al miccionar, sin necesidad que, mediara un análisis del material expulsado para afirmar el diagnóstico de gonorrea, se le enseñaba al paciente el modus operandi que debía realizar diciéndole: -"Tome uno de los irrigadores que se encuentran colgados en la pared (había una veintena de ellos)".

"El primer día llénelo con el líquido rojo que está en el frasco de vidrio que tiene una canilla".

"Cuelgue el irrigador en el clavo que está frente a la camilla en la que se va a acostar".

"Una vez que se ha acostado coloque la punta del pico de la cánula, la que a través de un caño de goma está conectada con el irrigador, dentro del meato urinario".

"Haga fuerza como para orinar. Una vez que siente que su orina sale, introduzca un poco más la punta de la cánula en la uretra y abra la llave de paso de la misma".

"Ud se dará cuenta de que el líquido está pasando, a través de la uretra hasta su vejiga, porque sentirá un fuerte ardor en todo su trayecto uretral y en el bajo vientre".

"Miccionará cada vez que tenga ganas de hacerlo, cerrando la cánula para tal efecto".

"Repetirá la entrada de líquido dentro de su vejiga hasta que se termine el que está dentro del irrigador".

"Cuando vuelva de nuevo al día siguiente para repetir su lavado uretro-vesical, usará el líquido incoloro".

"Siempre debe usar el líquido de color diferente al que utilizó en la última sesión".

"El tratamiento debe hacerlo todos los días hábiles de la semana y durará entre 3 y 4 meses".

El salón en donde se hacían estos lavajes era peor que el muro de los lamentos de cualquier religión en cualquier parte del mundo. Palabrotas, groserías e insultos en guaraní eran dedicados a las santas madres que habían parido las prostitutas o las mujeres que los enfermaron, a las inocentes abuelas, y a los órganos genitales de las cortes satánicas femeninas.

Muchos de los pacientes que hicieron el primer lavaje jamás volvieron a la institución, un cierto porcentaje realizaba su tratamiento durante 3 a 4 semanas y al observar el escaso beneficio obtenido dejaban de concurrir, mientras que otros, los menos, empecinadamente se torturaban con una constancia inaudita todos los días de la semana, aunque diluviara torrencialmente, durante los 4 meses que se les había recomendado hacer los lavajes. De un millar de enfermos que iniciaban el tratamiento para la blenorragia, los masoquistas que apenas alcanzaban a una decena, eran los únicos que cumplían las indicaciones hasta el final.

Los lavajes no hacían otra cosa que vehiculizar la secreción purulenta localizada en la uretra, repleta de gonococos, hasta la vejiga, agregando de esta manera a la uretritis que tenían, la cistitis o inflamación de la vejiga. También los lavajes podían facilitar la propagación de la infección a órganos como la próstata y los testículos. Cuando la orquilis interesaba a los dos testículos, cerrando las vías espermáticas por donde transitaban los espermatozoides, producía la esterilidad del individuo afectado.

Para el tratamiento de la sífilis se disponía de sales de bismuto que se administraban en inyecciones por vía intramuscular, ciertamente muy dolorosas. El bismuto debía ser aplicado dos veces por semana hasta alcanzar 20 inyecciones; tenía el inconveniente de que producía en el sitio de la inyección una fuerte reacción muscular, cuya infiltración local era muy dolorosa y duraba hasta 2 a 3 meses después de terminar la serie completa de aplicaciones. El primer arsenical utilizado en la terapia humana fue el 606 de la serie Erlich, vale decir que este pacienzudo investigador realizó durante más de 6 años ese enorme número de experiencias para poder encontrar una composición en la que entraba el arsénico, que fuera eficaz contra el treponema de la sífilis y que a la vez tuviera baja toxicidad para los humanos. En el dispensario se usaba en ese momento el derivado arsenical denominado 914, que era un medicamento del mismo grupo pero menos tóxico que el 606 y se inyectaba muy lentamente por la vía endovenosa, de manera a controlar las posibles reacciones tales como náuseas, vómitos, taquicardia o hipotensión que obligaban a suspender la droga inmediatamente. La aplicación se realizaba una o dos veces a la semana, completándose una serie de 8 a 10 semanas por lo general. El paciente debía estar en ayunas durante todo el día cuando recibía la inyección arsenical. Aún con tales precauciones a veces sucedían accidentes graves e inclusive mortales.

La sífilis no tratada, después de varios años de latencia, producía lesiones graves en el área cardíaca y en el sistema nervioso central. Había algo más que todavía podía hacer la sífilis: el varón que adquiría una sífilis extramatrimonial podía transmitirla a -su pareja dentro del matrimonio; si la mujer estaba embarazada y enfermaba era capaz de transmitir a su vez la lúes al hijo que se encontraba en su matriz, debido a que el treponema de la sífilis atraviesa muy fácilmente la barrera placentaria. El feto atacado en los primeros meses de su vida generalmente moría; si lograba resistir a la enfermedad, podía presentar malformaciones muy serias que afectaban diversos órganos del cuerpo.

Ante tantas "benignidades" que podían acarrear unos pocos minutos de placer es fácil comprender que el autocontrol de los varones en esa época era bastante estricto. A esta generación puritana, quizás por la fuerza del temor, le tocó vivir en la década del 40 la revolución producida por la aparición en primer lugar de las sulfadrogas y pocos años después de la penicilina y otros antibióticos.

La penicilina, considerada en su comienzo una droga milagrosa, curaba en el curso de pocas horas o días tanto la gonorrea como la sífilis. En poco tiempo la incidencia de ambas enfermedades se desplomó. Las generaciones que se desarrollaron después de esta época, poco a poco, dejaron de tener miedo a estas enfermedades. Nuevos antibióticos fueron apareciendo y a la par que esto sucedía, se iban solucionando y curando otras enfermedades de transmisión sexual como el chancro blando y el linfogranuloma venéreo.

Otro de los temores que solía regular la vida sexual de los jóvenes era el miedo al embarazo que tenían las mujeres solteras. Pero con la aparición de las píldoras anticonceptivas y de otros procedimientos para evitar o suspender el embarazo este temor desapareció, con lo que la libertad y promiscuidad sexual se extendió rápidamente como lo hace una pequeña chispa que cae sobre un pastizal seco inflamable.

A partir de los años 50 nadie se preocupó más de las enfermedades de transmisión sexual, siendo especialmente los jóvenes tos que empezaron a adoptar actitudes: complacientes y temerarias frente no solo a la educación y al comportamiento sexual, sino también frente al respeto de la vida y de los derechos de los demás. El enfermarse una y cien veces de cualquiera de las enfermedades venéreas había sido resuelto por la ciencia todopoderosa.

Al boom de las ciencias se agregó el de las poderosas empresas transnacionales y el de los influyentes medios de comunicación sedientos por ganar dinero a toda costa, quienes inmediatamente se apoderaron de todos los bienes existentes en el planeta Tierra, invadiendo, destruyendo y saqueando, además del medio ambiente, el ámbito, familiar íntimo.

Fue especialmente la televisión, la que se encargó desde los años 70 en adelante, de modelar el carácter, las costumbres, los gustos, los deseos, los tabúes, las ilusiones e incitando constantemente al placer; la lujuria, la violencia, el desprecio de la vida de los demás, el uso de armas homicidas, el abuso del sexo y la desarticulación de la vida familiar mediante la constante emisión de programas altamente peligrosos y nocivos que pueden ser vistos por los niños de cualquier edad, desde las primeras horas de la mañana y durante todo el día, lavándoles criminalmente los cerebros, formando de ellos simples y obedientes robots sin que el Estado, los educadores, y los padres de familia en general, se estén dando cuenta del gran daño que causan en la sociedad y especialmente en el núcleo familiar y que hoy, en el comienzo del siglo XXI, nos hace mirar espantados lo que hemos permitido que se hiciera con nuestro mundo, para destruirlo más rápidamente de lo que nunca jamás creímos que se hubiera podido hacer

La codicia ha sobrepasado todos los límites imaginables y como lo dijera el gran profeta hindú M. Gandhi aunque el hombre sabe muy bien que su ambición de bienes ajenos nunca será satisfecha, no reparará en los medios empleados, que casi siempre son violentos, para conseguir apoderarse de todo lo que codicia, usando su riqueza para alcanzar el poder y abusando del poder para obtener más riquezas, círculo vicioso diabólico que se realiza sin piedad, descaradamente, pisando sobre las cabezas de enemigos y amigos. De parientes y extraños, de compatriotas y extranjeros, de ricos y sobre todo de pobres, obedeciendo ciegamente a los que tienen más poder y sojuzgando sin piedad a los más débiles y desvalidos, sabiendo que cuanto más poder y dinero se consiga tener, tanto más impunidad tendrá en la comisión de robos escandalosos, explotación de sus semejantes, homicidios de inocentes, tortura, persecución y delitos de lesa humanidad en general, impunidad que siempre encontrará apoyo en las autoridades y en los jueces venales que venderán, como él, sus conciencias o almas al diablo por 30 miserables monedas de plata, como lo hiciera 20 siglos atrás un precursor de todos ellos.

La aparición de la epidemia más importante y temida del siglo XX, el SIDA, provocada por el virus de la inmunodeficiencia humana, ha tenido como factor preponderante para su rápida propagación, la incontrolada y promiscua conducta sexual que hoy rige la vida de la mayoría de las parejas.

A pesar de la gravedad extrema de esta enfermedad, cuyo desenlace hasta ahora es siempre fatal por falta de un tratamiento eficaz, sumado a la no disponibilidad de una vacuna segura que prevenga la infección, es increíble observar que el errado comportamiento sexual de los más afectados, los jóvenes, no ha variado absolutamente y lo que es peor aún, es estimulado por los agresivos, obscenos y pornográficos programas de televisión, los que tanto de día como de noche, a todas horas, robotizan a la población humana, sin que haya control por parte de las autoridades. Estas son las más responsables de este problema y las que luego tienen que cargar con el elevado costo de los tratamientos durante largos meses, a sabiendas que el desenlace fatal es la regla, lo que al suceder deja un gran, numero de niños huérfanos, sidosos o no, que sobrepasan la capacidad de los hospitales de tratamiento y de los orfanatorios, cuyo número va en constante aumento, niños sin hogares y sin familias, que muy pocos quieren adoptar, sea por temor al contagio o bien porque conocen el porvenir que les espera a los que ya padecen la forma congénita de la enfermedad.




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